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Full text of "La España moderna"

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ITALIA-ESPAÑA 


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PRESENTED  TO 

THE   LIBRARY 

BY 
PROFESSOR  MILTON  A.  BUCHANAN 

OF  THE 

DEPARTMENT  OF  ITALIAN  AND  SPANISH 

1906-1946 


AÑO  n.  NÚM.  XVI. 


LA 


ESPAÑA  MODERNA 


iu 


(REVISTA  IBERO-AMERICANA) 


Director   propietario  :    J,    LÁZARO 


ABRlL-1890 


MADRID 

IMPRENTA    DE   ANTONIO    PÉREZ    DUBRULL 

Flor  Baja,  22 
1890 


...loi 


Para  la  reproducción  de  los  artículos 
comprendidos  en  el  presente  tomo,  es  in- 
dispensable el  permiso  del  Director  pro- 
pietario de  La  España  Moderna. 


A? 

60 

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Sección  Extranjera. 


RECUERDOS  DE  MI  INFANCIA 


MAMÁ. 

MAMÁ  estaba  sentada  en  el  salón,  y  preparaba  el  te. 
En  una  mano  tenía  la  tetera ,  en  la  otra  la  llave- 
cilla  del  grifo.  Desbordábase  el  líquido,  que  co- 
rría ya  por  la  bandeja;  pero  aunque  mamá  miraba  fija- 
mente hacia  la  tetera,  ni  reparó  en  esto,  ni  advirtió  que 
entrábamos. 

Cuando  intenta  uno  reproducir  los  rasgos  de  un  ser 
querido,  surgen  simultáneamente  tantos  recuerdos,  que 
turban  la  vista ,  como  las  lágrimas ;  son  las  lágrimas  del 
alma.  Siempre  que  trato  de  recordar  á  mamá  tal  cual 
era  ella  en  aquel  tiempo,  solamente  veo  sus  ojos  negros 
que  expresaban  constantemente  bondad  y  cariño ;  un  lu- 
narcito  de  su  mejilla  poco  más  abajo  del  sitio  en  que  al- 
gunos cabellos  rebeldes  se  rizaban;  su  cuello  blanco  y 
bordado ,  su  mano  flaca  y  delicada  que  tan  á  menudo  me 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


acariciaba  y  que  yo  besaba  también  muy  á  menudo :   el 
conjunto  huye  de  mi  memoria. 

Á  la  izquierda  del  sofá  había  un  piano  inglés  de  cola, 
ya  viejo.  Sentada  al  piano,  una  muchacha  morena,  mi 
hermana  Lioubotchka,  se  ejercitaba  tocando  un  estudio 
de  Clementi,  con  sus  dedillos  rojos  recién  lavados  con 
agua  fría.  Mi  hermana  tenía,  á  la  sazón,  once  años,  lle- 
vaba traje  corto  y  pantalones  bordados,  y  todavía  no  al- 
canzaba á  la  octava.  Próxima  á  ella,  un  poco  ladeada,  se 
halla  sentada  su  aya ,  María  Ivanovna ,  con  su  gorro  de 
cintas  coloradas ,  su  gabán  azul  celeste  y  su  semblante 
rojo  é  irritado ,  que  adquirió  una  expresión  aún  más  des- 
apacible cuando  apareció  el  profesor  Karl  Ivanovitch. 
El  aya  lanzó  á  Karl  miradas  amenazadoras,  y,  sin  respon- 
der á  su  saludo ,  levantando  la  voz  y  recalcando  el  tono 
de  mando,  prosiguió  contando,  mientras  llevaba  con  un 
pie  el  compás:  una,  dos,  tres;  una,  dos,  tres. 

Karl  Ivanovitch,  según  su  costumbre,  no  hizo  caso 
del  aya ,  y  fuese  derecho  á  besar  la  mano  á  mamá ,  á  la 
alemana.  Mamá  entonces  salió  de  su  ensimismamiento, 
movió  la  cabeza  como  para  desechar  ideas  tristes ,  tendió 
su  mano  á  Karl  Ivanovitch ,  y  dio  un  beso  en  la  frente 
arrugada  y  vieja  del  profesor  ,  en  tanto  que  él  le  besaba 
la  mano. 

— Gracias,  amigo  Karl  Ivanovitch  (dijo  mamá  en  len- 
gua alemana);  ¿han  dormido  bien  los  niños? 

Karl  Ivanovitch  era  sordo  de  un  oído ,  y  en  aquel  mo- 
mento no  oía  absolutamente  nada  por  culpa  del  piano. 
Inclinóse  más  todavía  hacia  el  sofá ,  y  alzando  un  pie  y 
apoyando  en  la  mesa  una  mano,  levantó  con  la  otra  su 
solideo,  y  dijo,  -sonriendo  de  un  modo  que,  en  aquella 
época,  me  parecía  la  quinta  esencia  de  la  cortesía: 

—¿Me  permite  V.,  Natalia  Nicolaievna?  Karl  Ivano- 


RECUERDOS   DE    MI    INFANCIA. 


vicht  nunca  se  privaba  de  su  solideo  rojo ,  temeroso  de 
enfriar  su  cabeza  completamente  calva ;  pero  nunca  de- 
jaba de  solicitar  permiso  para  permanecer  cubierto 
cuando  penetraba  en  el  salón. 

— Nada,  no  se  descubra  V.  (dijo  mamá,  y  siguió  pre- 
guntando en  voz  más  alta):  ¿han  dormido  bien  los  niños? 
Tampoco  entonces  la  oyó  el  profesor,  que  siguió  son- 
riéndose  cada  vez  con  más  agrado ,  y  tornó  á  ponerse  el 
solideo. 

—Deténganse  Vds.  un  momento,  Mimí  (dijo  mamá  á 
María  Ivanovna  sonriéndose);  no  podemos  entendernos. 
Mamá  era  muy  bonita;  pero  cuando  se  sonreía  ponía- 
se más  bonita  aún,  y  hubiérase  dicho  que  el  regocijo 
brotaba  enrededor  suyo.  Si  pudiese  yo  vislumbrar  si- 
quiera esa  sonrisa  en  los  momentos  más  amargos  de  mi 
existencia,  no  sabría  lo  que  era  un  disgusto.  Paréceme 
que  eso  que  suelen  llamar  la  hermosura  reside  única- 
mente en  la  sonrisa :  si  la  sonrisa  le  embellece ,  el  rostro 
es  hermoso ;  si  no  le  transforma ,  es  vulgar ,  y  si  le  estro- 
pea, es  feo. 

Después  de   haberme  dado  los  buenos  días,  cogió 
mamá  con  ambas  manos  mi  cabeza,  la  inclinó  hacia 
atrás,  me  miró  muy  atentamente,  y  me  dijo: 
— ¿Has  llorado? 

No  contesté.  Ella  me  besó  los  ojos,  y  preguntó  en 
alemán: 

— ¿Por  qué  has  llorado? 

Cuando  hablaba  familiarmente  con  nosotros,  se  ser- 
vía siempre  de  ese  idioma ,  que  dominaba  completamente. 
El  sueño  que  había  yo  inventado  surgió  en  mi  memo- 
ria con  todos  sus  pormenores ,  y  me  extremecí  involun- 
tariamente. 

—  He  llorado  soñando,  mamá  (respondí).  Karl  Iva- 


LA   ESPAÑA   MODERNA. 


novicht  confirmó  mi  aserto,  pero  no  dijo  lo  que  había  yo 
soñado.  Después  de  una  conversación  breve  acerca  del 
tiempo,  conversación  en  la  cual  tomó  parte  Mimí,  colocó 
mamá  en  la  bandeja  seis  terrones  de  azúcar  destinados  á  la 
servidumbre  de  escalera  arriba ,  se  levantó  y  füése  hacia 
subastidor  de  bordar,  que  se  hallaba  próximo  álaventana. 

— Id  ahora  (dijo)  á  ver  á  papá,  y  decidle  que  no  se 
olvide  de  venir  á  hablar  conmigo  antes  de  bajar  al  jardín. 

El  piano ,  los  una ,  dos,  tres,  y  las  miradas  amenaza- 
doras comenzaron  de  nuevo. 

Atravesamos  una  habitación  ,  que  conservaba  desde 
los  tiempos  de  mi  abuelo  el  nombre  de  Sala  de  los  oficia- 
les, y  penetramos  en  el  despacho  de  papá. 


II. 


PAPÁ. 


Hallábase  de  pie  cerca  de  su  escritorio,  y  señalaba  con 
el  ademán  papeles  y  montoncillos  de  dinero ,  y  explicaba 
algo  con  aire  de  un  poco  incomodado  á  nuestro  intendente 
Santiago  Mikha'ílof.  Éste ,  de  pie  también  en  el  sitio  que 
de  ordinario  ocupaba,  entre  la  puerta  y  el  barómetro, 
había  echado  á  la  espalda  ambas  manos  y  movía  los  de- 
dos en  todas  direcciones  con  extraordinaria  rapidez. 

Cuanto  más  se  enardecía  papá,  tanto  más  de  prisa  se 
agitaban  los  dedos  de  Santiago  ;  pero  cuando  éste  comen- 
zaba á  responder  movíanse  sus  manos  desordenadamente. 
Creo  que  habrían  podido  adivinarse  sus  pensamientos 
con  sólo  mirar  atentamente  sus  dedos.  Su  rostro  ,  en 
cambio  ,  permanecía  impasible.  Leíase  en  él  la  concien- 


RECUERDOS  DE  MI  INFANCIA. 


cia  del  propio  valer ,  unida  á  cierto  matiz  de  sumisión 
con  que  parecía  decirse : 

— Yo  soy  quien  tiene  razón;  pero  haré  lo  que  V.  me 
mande. 

Cuando  papá  nos  vio,  se  contentó  con  decirnos:  « Un 
momento....;  voy  en  seguida»,  y  nos  hizo  señas  con  la 
cabeza  de  que  cerrásemos  la  puerta. 

— Pero,  por  Dios,  ¿qué  tienes  hoy,  Santiago?  (pro- 
siguió diciendo.)  Vas  á  cobrar  mil  rublos  del  molino; 
ocho  mil  por  las  hipotecas ;  vas  á  vender  heno  por  valor 
de  tres  mil  rublos,  todo  esto,  ¿no  te  da  un  total  de  doce 
mil  rublos?  ¿Sí,  ó  no? 

— Sí,  ciertamente, — respondió  Santiago. 

Por  la  agitación  de  sus  dedos  comprendí  que  se  dispo- 
nía á  presentar  objeciones,  pero  papá  no  le  dejó  tiempo 
para  hacerlo. 

—Toma  (le  dijo),  ahí  tienes  un  sobre  con  dinero  den- 
tro. Dáselo  á  la  persona  á  quien  va  dirigido. 

Estaba  yo  muy  cerca  de  la  mesa.  Dirigí  mis  miradas 
al  sobre,  y  pude  leer  :  «Para  Karl  Ivanovicht  Mayer». 

Sin  duda  papá  hubo  de  observar  que  leía  yo  lo  que  no 
me  importaba,  porque  me  puso  la  mano  sobre  el  hombro, 
indicándome  con  una  presión  ligera  la  dirección  contraria 
á  la  mesa.  A  todo  evento,  y  no  estando  yo  muy  seguro 
de  que  aquella  no  fuese  una  caricia,  besé  la  mano  robusta 
y  surcada  de  venas  que  se  apoyaba  en  mi  hombro. 

—Está  bien  (dijo  Santiago).  ¿Y  en  lo  que  respecta  al 
dinero  de  Khabarovka? 

Khabarovka  era  la  propiedad  de  mamá. 

—¡No  lo  cobres  sin  orden  mía! 

Santiago  estuvo  callado  durante  algunos  segundos.  De 
pronto  agitáronse  sus  dedos  con  dupHcada  velocidad  ;  su 
aire  de  sumisión  estúpida  fué  reemplazado  por  una  expre- 


I  o  LA    ESPAÑA    MODERNA 


sión  de  malicia,  y  comenzó  á  expresarse  en  los  siguien- 
tes términos : 

— Permítame  V. ,  Pedro  Alexandrovitch  ;  temo  que 
nuestros  cálculos  no  sean  exactos. 

Calló  un  instante  y  miró  á  papá  con  fijeza. 

— ¿Por  qué? 

— Permítame  V El  molinero  ha  venido  ya  dos  veces 

á  verme  ¡para  solicitar  espera.  Jura  que  no  tiene  dinero. 
Ahí  está  ;  ¿quiere  V.  hablarle  por  sí  mismo? 

Papá  hizo  seña  de  que  no. 

— De  las  hipotecas  no  cobrará  V.  nada  antes  de  un 
par  de  meses  ,  como  yo  había  previsto.  El  heno....  V.  mis- 
mo ha  dicho  que  podrán  sacarse  de  él  quizá  tres  mil 
rublos.... 

Santiago  interrumpió  su  discurso.  Sus  ojos  decían: 
V.  mismo  lo  ve.  ¿Qué  son  tres  mil  rublos? 

Era  evidente  que  Santiago  tenía  de  reserva  otros  mu- 
chos argumentos  ;  por  eso ,  sin  duda ,  papá  se  apresuró  á 
cortarle  la  palabra. 

— Sucederá  lo  que  ya  he  dicho  ;  sin  embargo ,  si  el  di- 
nero no  se  recauda  inmediatamente ,  toma  el  de  Khaba- 
rovuta. 

— Bien  está. 

La  fisonomía  y  los  dedos  de  Santiago  expresaron  viva 
satisfacción. 

Santiago  era  siervo.  Era  un  hombre  muy  celoso  y 
muy  adicto.  Como  todo  buen  intendente,  trataba  con 
dureza  cuanto  se  refería  á  los  intereses  de  su  amo ,  acerca 
de  los  cuales  tenía  las  ideas  más  peregrinas.  Su  pensa- 
miento fijo  era  enriquecer  al  señor  á  expensas  de  la  se- 
ñora, demostrando  la  necesidad  de  gastar  todas  las  ren- 
tas de  la  señora  para  Petrovrkoé ,  la  hacienda  en  que  ha- 
bitábamos. 


RECUERDOS    DE    MI    INFANCIA.  I  I 

Después  de  habernos  saludado,  nos  dijo  papá  que  en 
el  campo  estábamos  llevando  vida  de  holgazanes,  que  ya 
íbamos  siendo  creciditos  y  que  había  llegado  el  tiempo 
de  trabajar  seriamente. 

—Ya  sabéis,  me  parece,  que  parto  para  Moscou,  y 
que  os  llevo  conmigo  (continuó  diciendo).  Viviréis  en 
casa  de  vuestra  abuela,  y  mamá  se  quedará  aquí  con  los 
pequeños.  No  pongáis  en  olvido  que  su  único  consuelo 
será  tener  noticias  de  que  trabajáis  bien  y  no  dais  á  na- 
die motivo  de  queja. 

Aunque  algo  de  extraordinario  sospechábamos  por 
los  desusados  preparativos  que  habíamos  observado  ha- 
cía algún  tiempo,  la  noticia  cayó  como  un  rayo.  Mi  her- 
mano Volodia  se  puso  del  color  de  la  grana  ,  y  temblaba 
su  voz  al  cumplir  el  encargo  de  mamá. 

—He  aquí  (pensé)  lo  que  mi  sueño  me  anunciaba.  Dios 
quiera  que  no  ocurra  otra  cosa  peor. 

Experimentaba  yo  grande ,  muy  grande  disgusto  por 
separarme  de  mamá,  y  al  propio  tiempo  la  idea  de  que 
empezábamos  en  efecto  á  ser  mayorcitos  me  lisonjeaba. 

— Si  partimos  esta  noche  (pensé  también),  es  muy  se- 
guro que  hoy  no  tendremos  clase.  ¡Qué  felicidad!  Y,  sin 
embargo,  me  entristece  pensar  en  Karl  Ivanovicht.  Le 
despiden  ;  si  no,  papá  no  hubiese  dejado  ese  sobre  para 
él....  Preferiría  yo  dar  siempre  lecciones  ,  no  separarme 
de  mamaita  y  no  causar  pena  á  ese  pobre  Karl  Ivano- 
vicht. ¡Es  ya  tan  desdichado! 

Todos  estos  pensamientos  cruzaron  por  mi  cabeza. 
Yo  no  respiraba  siquiera,  y  miraba  fijamente  á  las  cintas 
de  mis  zapatos. 

Cambió  papá  con  Karl  algunas  palabras  acerca  del 
barómeto,  que  había  bajado.  Encargó  á  Santiago  que  no 
diese  de  comer  á  los  perros,  porque  pensaba  salir  por 


12  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


Última  vez ,  después  de  la  comida ,  con  los  galguillos  co- 
rredores, y  nos  envió  á  trabajar,  contra  lo  que  yo  espe- 
raba ;  sin  embargo ,  nos  prometió ,  para  consolarnos ,  que 
pensaba  llevarnos  á  la  cacería. 

Al  volverme  al  primer  piso,  me  escapé  un  instante  co- 
rriendo por  la  azotea.  Milkita,el  lebrel  predilecto  de  papá, 
estaba  tumbado  al  sol,  cerca  de  la  puerta,  y  con  los  ojos 
entornados. 

— Milkita  (le  dije  acariciándole  y  dándole  un  beso  en 
el  hocico):  ¡adiós!  no  volveremos  á  vernos. 

Me  enternecí  y  comencé  á  llorar. 


III. 


EN  CLASE. 


Era  ya  la  una  menos  cuarto ;  Karl  Ivanovicht  no  tenía 
trazas  de  despedirnos,  y  seguía  dándonos  lecciones  nue- 
vas. Crecían  juntamente  el  cansancio  y  el  hambre.  Ace- 
chaba yo  con  suma  impaciencia  todos  los  indicios  pre- 
cursores de  la  comida.  «He  ahí  (me  decía  yo  á  mi  mismo) 
la  criada  con  el  paño  para  limpiar  los  platos.  Oigo  que 
mueven  la  vajilla  en  el  aparador.  Ya  ponen  la  mesa  y 
colocan  las  sillas.  Ahí  está  Mimí  con  Lioubotchka  y  Ca- 
talina (la  hija  de  Mimí,  doce  años),  que  vuelven  del  jar- 
dín; pero  no  veo  á  Foca  (el  mayordomo  Foca  es  el  que 
anuncia  que  la  sopa  está  en  la  mesa).  Cuando  aparezca 
Foca  será  lícito  tirar  el  libro  y  escapar  sin  permiso  de 
Karl  Ivanovicht ;  pero  antes  no.  * 

Por  último,  oigo  pasos  en  la  escalera.  ¡No  era  Foca! 
Conocía  yo  muy  bien  los  pasos  del  mayordomo  y  el  cru- 


RECUERDOS    DE    MI    INFANCIA.  1 3 

jido  de  sus  botas.  La  puerta  se  abrió,  y  vi  aparecer  una 
figura  completamente  desconocida. 


IV 


EL  INOCENTE. 

Era  un  hombre  como  de  cincuenta  años ,  de  rostro 
grande  y  pálido ,  algo  picado  de  viruelas ,  largos  cabellos 
grises  y  algunos  pelos  de  barba  rojos.  Era  tan  alto,  que 
tuvo  necesidad  de  plegarse  literalmente  en  dos  para  pa- 
sar por  la  puerta.  Su  vestido  andrajoso  era  de  forma  in- 
definible, término  medio  entre  el  caftán  3^  la  sotana.  Lle- 
vaba en  la  mano  un  palo  enorme,  con  el  que  golpeó  fuer- 
temente en  el  suelo  al  entrar,  después  frunció  el  entrecejo, 
abrió  una  boca  desmesurada  y  lanzó  una  carcajada 
espantosa.  Era  tuerto,  y  su  ojo  vacío,  en  constante  mo- 
vimiento, acababa  de  hacerlo  repugnante. 

— ¡Ah!  ¡ah!  ¡cogido!— gritó  acercándose  á  Volodia  y 
cogiéndole  por  la  cabeza.  Examinó  atentamente  el  crá- 
neo, le  dejó,  se  aproximó  ala  mesa,  sopló  con  mucha 
seriedad  sobre  el  tapete  de  hule ,  haciendo  encima  la  se- 
ñal de  la  cruz. 

—  i  Ó ,  ó ,  ó ,  daño !  i  ó  ó  ó  hace  mal !  j  ó  ó  ó  queridos. . . . 
velelán! — siguió  diciendo,  y  entretanto  miraba  enterne- 
cido á  Volodia. 

Principió  á  llorar,  y  se  enjugó  las  lágrimas  con  la 
manga. 

Tenía  la  voz  áspera  y  ronca,  los  movimientos  eran 
precipitados  y  nerviosos :  sus  discursos  eran  deshilvana- 
dos y  desprovistos  de  sentido  (nunca  usaba  los  pronom- 


¡4  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


bres),  y  con  todo  eso  su  tono  era  tan  conmovedor,  su  in- 
grata figura  tomaba  á  las  veces  una  expresión  de  tris- 
teza tan  honda ,  que  involuntariamente  se  experimentaba 
escuchándole  una  mezcla  de  compasión,  de  espanto  y  de 
melancolía. 

Era  Gricha,  el  inocente;  el  viajero  perpetuo.  ¿De 
dónde  era?  ¿Quiénes  habían  sido  sus  padres?  ¿Porqué 
había  adoptado  aquella  vida  errante?  Nadie  lo  sabía. 
Todo  lo  que  puedo  decir  es  que  en  el  país  era  conocido 
desde  treinta  años  antes ,  y  que  se  le  había  visto  siempre 
en  estado  de  inocente.  Iba  siempre  descalzo  ,  en  verano 
lo  mismo  que  en  invierno :  visitaba  los  conventos ,  distri- 
buía objetos  piadosos  de  poco  valor  entre  las  personas 
que  le  eran  simpáticas  y  pronunciaba  palabras  enigmáti- 
cas, de  las  cuales  muchos  aseguraban  que  eran  profecías. 
Nunca  había  sido  más  que  el  Inocente.  De  cuando  en 
cuando  iba  á  casa  de  mi  abuela.  Según  algunos,  los  padres 
de  Gricha  eran  muy  ricos ,  y  él  interesante  y  digno  de 
lástima.  Según  otros,  el  inocente  era  ni  más  ni  menos 
que  un  haragán,  un  mendigo. 

Por  ñn  vino  Foca,  el  exacto  Foca,  con  tanta  impa- 
ciencia esperado.  Bajamos,  y  Gricha  nos  siguió  sollozando 
siempre  y  murmurando  extravagancias.  Con  el  garrote 
iba  dando  golpazos  en  los  peldaños  de  la  escalera. 

Papá  y  mamá,  cogidos  del  brazo,  se  paseaban  por  el 
salón ,  y  hablaban  á  media  voz.  Mimí ,  con  aire  muy  digno, 
habíase  sentado  en  su  sillón  colocado  perpendicularmen- 
te  al  sofá.  Las  niñas  estaban  colocadas  á  su  lado.  Mimí 
les  daba  sus  instrucciones  en  voz  baja  pero  severa.  Cuan- 
do entró  Karl  Ivanovicht,  Mimí  le  lanzó  una  mirada,  y 
en  seguida  le  volvió  la  espalda,  haciendo  un  gesto  que 
significaba : 


-No  conozco  á  V. ,  Karl  Ivanovicht. 


RECUERDOS  DE  MI  INFANCIA.  I  5 

Adivinábase  en  los  ojos  de  las  niñas  que  ardían  en 
deseos  de  comunicarnos  una  gran  noticia;  era  inútil  que 
pensáramos  en  hablarnos ,  habría  sido  eso  quebrantar  la 
regla  de  Mimí.  Esa  regla  exigía  que  nosotros  hiciésemos, 
por  de  pronto,  una  reverencia ,  diciendo:  «Buenos  días, 
Mimí» ;  después  de  lo  cual  teníamos  el  derecho  de  ha- 
blarnos. 

I  Esta  Mimí  era  bastante  fastidiosa !  Imposible  pronun- 
ciar una  palabra  cuando  ella  se  hallaba  presente ;  pare- 
cíale todo  mal.  Además ,  ocurríasele  siempre  interrumpir- 
nos con  su:  *  Hablen  Vds.  en  francés»,  siempre  en  el 
momento,  parecía  hacerlo  adrede,  en  que  nosotros  de- 
seábamos con  vehemencia  charlar  en  ruso.  En  la  mesa, 
cuando  un  plato  nos  agradaba  y  deseábamos  comerle  en 
paz  y  sin  ser  molestados,  nunca  faltaba  Mimí  diciéndo- 
nos:  «Coman  Vds.  pan;  ¿cómo  tienen  Vds.  ese  tenedor?» 
— ¿Qué  le  importa  eso  á  ella?  pensaba  yo.  Que  eduque 
á  las  niñas.  Para  eso  está  aquí.  Pero  el  encargado  de 
nosotros  es  Karl  Ivanovicht. — Participaba  yo ,  en  el  fondo 
de  mi  alma,  del  aborrecimiento  del  Karl  Ivanovicht  con- 
tra ciertas  personas. 

Nos  trasladamos  al  comedor  ;  las  personas  mayores 
rompían  la  marcha.  Catalina  me  detuvo,  cogiéndome  por 
los  faldones  del  traje,  y  me  dijo  muy  quedo  : 

— Pide  á  tu  mamá  que  nos  deje  ir  con  vosotros  á  la 
cacería. 

— Bueno  ;  lo  intentaremos. 

Gricha  comía  con  nosotros ;  pero  en  una  mesita  apar- 
te. No  levantaba  los  ojos  de  su  plato,  suspiraba,  hacía 
gestos  horribles,  y  hablaba  consigo  mismo:  «¡Daño!.... 
¡volado!....  ¡Ah,  piedra  sobre  turba!»  Y  otras  frases  por 
ese  estilo. 

Desde  por  la  mañana  mamá  parecía  algo  agitada ,  y 


1 6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


la  presencia  de  Gricha  con  sus  desvarios  y  sus  muecas 
aumentaba  visiblemente  su  malestar. 

— ¡Ah!  Ya  se  me  olvidaba  suplicarte  una  cosa, — dijo 
á  papá,  dándole  un  plato  de  sopa. 

-¿Qué? 

— Te  ruego  que  mandes  encerrar  á  tus  horribles  pe- 
rros. Ha  faltado  muy  poco  para  que  mordieran  al  pobre 
Gricha  cuando  entró  en  el  patio.  Serían  capaces  de  mor- 
der á  los  niños. 

Comprendió  Gricha  que  hablaban  de  él.  Se  volvió  en 
su  silla,  y  dijo,  con  la  boca  llena,  señalando  su  traje  des- 
pedazado : 

— Quería  hacer  morder....  Dios  no  permitió.  Cazar 
con  perros,  j pecado!  ¡Mucho  pecado!  No  pegar  ancia- 
no  ('),   ¿por  qué  pegar?  ¡Dios  perdona! 

— ¿Qué  dice? — preguntó  papá,  mirando  fijamente  á 
Gricha,  con  aire  de  no  muy  satisfecho. 

— Pues  yo  lo  comprendo  perfectamente  ( replicó  ma- 
má). Nos  ha  contado  ,  que  uno  de  tus  cazadores  azuzó 
adrede  á  su  perro  para  que  se  arrojase  sobre  Gricha.  El 
pobrecillo  te  dice  :  «Ese  ha  querido  hacerme  morder, 
pero  Dios  no  lo  ha  permitido» ,  y  te  ruega  que  no  impon- 
gas castigo  al  cazador 

— ¡Ah!  ¿conque  es  eso?  (dijo  papá.)  pero  ¿cómo  sabe 
él  que  quiero  castigar  al  cazador?  Ya  lo  sabes:  por  regla 
general  me  gustan  muy  poco  estos  señores  (contiuuó  di- 
ciendo en  francés);  pero  éste  me  desagrada  particular- 
mente ,  y  estoy  seguro.... 

—  ¡Oh!,  no  digas  eso,  amigo  mío  (gritó  mamá,  inte- 
rrumpiéndole como  asustada).  ¿Qué  sabes  tú? 

— No  me  han  faltado  ocasiones  para  estudiar  esta  casta 

(i)  Gricha  llamaba  así  á  todos  los  hombres  ,  sin  distinción. — Nota 
del  autor. 


RECUERDOS   DE    MI    INFANCIA.  1 7 

de  pájaros.  Tu  casa  está  siempre  llena  de  ellos.  Todos 
están  cortados  por  igual  patrón.  Eternamente  la  misma 
historia. 

Veíase  que  mamá  no  participaba  en  manera  alguna 
de  la  opinión  de  papá  y  que  no  quería  discutir. 

—Alcánzame  los  pastelillos ,  te  lo  suplico  (dijo  ella). 
¿Están  hoy  buenos? 

—  ¡No!  (siguió  diciendo  papá,  al  mismo  tiempo  que 
cQcrió  el  plato  de  los  pastelillos,  y  los  tenía  en  alto  fuera 
del  alcance  de  mamá) ;  ¡no!  ;  me  irrita  el  ver  personas 
instruidas  é  inteligentes  que  se  dejan  embaucar. 

Y  al  decir  esto  golpeaba  la  mesa  con  su  tenedor. 

— Te  he  pedido  los  pastelillos,  — dijo  mamá,  exten- 
diendo el  brazo. 

—Tienen  razón  sobrada  los  que  disponen  que  estas  gen- 
tes sean  recogidas  por  la  policía  (prosiguió  papá ,  retiran- 
do siempre  el  plato  de  los  pastelillos) :  no  sirven  para  nada, 
como  no  sea  para  mortificar  á  las  personas  nerviosas. 

Estas  últimas  palabras  las  pronunció  sonriéndose,  y 
al  notar  que  la  conversación  disgustaba  mucho  á  mamá, 
le  dio  el  plato. 

— Solamente  quiero  responderte  una  cosa  (dijo  mamá 
entonces).  Es  muy  difícil  admitir  que  un  hombre  que  va 
descalzo,  lo  mismo  en  verano  que  en  invierno  y  en  su  edad; 
que  lleva  siempre  debajo  de  su  vestido  una  cadena  de 
sesenta  libras  de  peso ;  que  constantemente  ha  rehusado 
cuando  se  le  ofrecía  una  vida  tranquila  en  que  todo  se  le 
hubiese  costeado ,  es  difícil  admitir  que  este  hombre  haga 
todo  eso  por  holgazanería.  Por  lo  que  respecta  á  sus  pre- 
dicciones (mamá  suspiró  y  guardó  silencio  durante  un 
rato),  tengo  motivos  para  creer  en  ellas.  Creo  haberte 
dicho  ya  que  Kirioncha  había  predicho  á  mi  padre  el  día 
y  bt  hora  de  su  muerte. 


1 8  LA   ESPAÑA   MODERNA, 


— ¿Qué  has  hecho?  (dijo  papá  sonriendo  y  poniéndose 
la  mano ,  como  pantalla ,  al  extremo  de  la  boca  del  lado 
en  que  estaba  Mimi).  Cuando  papá  hacía  ese  gesto  vol- 
víame yo  todo  oídos ,  pues  sabía  que  pensaba  él  decir 
algo  picaresco.)  ¿Por  qué  me  has  hecho  acordarme  de 
sus  pies?  Los  he  mirado,  y  ya  no  podré  seguir  comiendo. 

La  comida  acababa.  Lioubotchke  y  Catalina  no  cesa- 
ban de  hacernos  señas ,  moviéndose  mucho  en  sus  sillas 
y  dando  muestras  de  agitación  violenta.  Sus  señas  que- 
rían decir  :  ¿Por  qué  no  solicitáis  vosotros  que  nos  lleven 
á  la  cacería?  Yo  daba  codazos  á  Volodia  ;  Volodia  me 
los  daba  á  mí.  Por  último,  él  se  atrevió.  Con  voz  muy  tími- 
da el  comenzar ,  y  después  bastante  firme  y  bastante  alta, 
expuso  que ,  llegado  el  momento  de  partir ,  deseábamos 
llevar  á  las  niñas  con  nosotros  á  la  caza.  Después  de  un 
concihábulo  corto  entre  las  personas  mayores ,  nos  fué 
concedida  la  gracia  solicitada,  y  corrimos  á  vestirnos 
para  la  expedición.  Yo  estaba  en  extremo  impaciente. 
Por  fin,  oímos  los  pasos  de  papá  en  la  escalera.  Pocos 
minutos  después  estábamos  en  camino. 


*** 


Un  poco  antes  de  la  cena,  Gricha  penetró  en  el  salón. 
Desde  el  instante  en  que  había  puesto  los  pies  en  nuestra 
casa,  no  había  cesado  Gricha  de  lanzar  suspiros  y  derra- 
mar lágrimas.  Para  aquellos  que  le  otorgaban  el  don  de 
la  profecía ,  era  señal  aquello  de  que  alguna  desgracia 
amenazaba  nuestra  casa.  Despidióse,  y  dijo  que  al  ama- 
necer del  día  siguiente  partiría.  Hice  una  seña  á  Volodio 
para  que  me  siguiese ,  y  salí. 


RECUERDOS    DE    MI    INFANCIA.  1 9 


— ¿Qué  hay? 

—Si  quieres  que  veamos  las  cadenas  de  Gricha ,  vamos 
á  subir  corriendo  á  las  habitaciones  de  los  criados.  Gri- 
cha se  acuesta  en  la  segunda;  podemos  subirnos  á  la  des- 
carga y  lo  veremos  todo. 

—Buena  idea.  Espérame  aquí;  voy  á  buscar  á  las 

niñas. 

Las  niñas  vinieron ;  subimos  todos ,  y  después  de  ha- 
ber disputado  un  poco  sobre  quién  entraría  el  primera 
en  el  cuarto  oscuro,  nos  sentamos  y  esperamos. 


V. 


GRICHA. 

No  estábamos  nosotros  muy  tranquilos  en  aquel  re- 
cinto oscuro.  Nos  apretábamos  unos  contra  otros  sin  ha- 
blar palabra.  Gricha  subió  muy  poco,  después.  Andaba 
sin  ruido ,  llevando  en  la  mano  su  estaca  y  en  la  otra  una 
vela  en  un  candelero  de  cobre.  Nosotros  procurábamos 
contener  hasta  la  respiración. 

—  ¡Señor  Jesucristo!  ¡Virgen  Santa!  ¡Al  Padre,  al 
Hijo  y  al  Espíritu  Santo!.... 

Se  interrumpió  para  respirar,  y  tornó  al  principio  con 
las  entonaciones  variadas  y  las  abreviaciones  usuales 
solamente  para  las  personas  que  repiten  muy  á  menudo 
esas  palabras. 

Sin  dejar  sus  rezos  ,  colocó  el  palo  en  un  rincón,  exa- 
minó la  cama  y  comenzó  á  desnudarse.  Desabrochó  su 
cinturón  negro  y  viejo ,  se  quitó  lentamente  su  burdo  ro- 
pón ,  le  dobló  cuidadosamente  y  le  colocó  sobre  el  res- 


20  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


paldo  de  una  silla.  Su  rostro  había  perdido  la  expresión 
inquieta  y  estúpida  que  le  era  habitual.  Por  el  contrario, 
parecía  sereno,  pensativo  y  hasta  majestuoso.  Sus  mo- 
vimientos eran  lentos  y  reflexivos. 

Ya  desnudo ,  sentóse  dulcemente  en  la  cama ,  en  la  que 
hizo  repetidas  veces  y  por  todas  partes  la  señal  de  la 
cruz  y  arregló  sus  cadenas  bajo  la  camisa,  no  sin  grande 
esfuerzo ,  conociéndose  el  esfuerzo  en  la  contracción  de 
sus  músculos.  Contempló  un  momento  con  aire  de  pena 
los  agujeros  de  su  camisa,  se  levantó  después,  y  comenzó 
de  nuevo  á  rezar  ;  tomó  la  vela ,  la  elevó  hasta  la  imagen 
colocada  á  la  cabecera,  se  santiguó  y  apagó  su  vela. 

La  luna,  casi  llena  entonces,  daba  en  la  ventana  de  la 
habitación.  Sus  rayos  pálidos  y  plateados  iluminaban  por 
un  lado  la  figura  larga  y  blanca  del  inocente,  cuyo  lado 
opuesto  parecía  negro,  y  cuya  sombra,  unida  á  la  som- 
bra del  bastidor  de  la  ventana ,  descendía  al  suelo  y  se 
encaramaba  á  lo  largo  de  la  tapia  y  hasta  el  techo. 

En  el  patio,  el  vigilante  golpeó  en  su  plancha  de  cobre. 
Gricha  callaba.  De  pie  ante  la  imagen ,   con  sus  enor- 
mes manos  cruzadas  sobre  el  pecho ,  con  la  cabeza  incli- 
nada hacia  adelante,  respiraba  con  dificultad.   Púsose 
después  de  rodillas  con  bastante  trabajo  y  oró. 

Recitó  primeramente  y  muy  quedo  oraciones  cono- 
cidas, recalcando  algunas  palabras;  después  volvió  á 
principiar  las  oraciones  mismas ,  en  voz  más  alta  y  ani- 
mándose un  poco;  por  último,  comenzó  á  improvisar. 
Intentó  expresarse  en  lengua  eslava,  y  se  conocía  que 
esto  le  costaba  trabajo.  Era  incoherente,  pero  conmove- 
dor. Rogó  por  todos  sus  bienhechores  (llamaba  así  á 
todos  los  que  le  recibían  en  su  casa);  entre  otros  varios 
por  mamá  y  por  nosotros ;  rogó  por  él  mismo ,  y  pidió  al 
Señor  que  le  perdonase  sus  grandes  pecados ;  púsose  des- 


RECUERDOS   DE    MI    INFANCIA. 


pues  á  repetir :  « ¡  Dios  mío ,  perdona  á  mis  enemigos ! »  Se 
levantó  gimiendo,  arrojóse  al  suelo  cuan  largo  era,  repi- 
tiendo siempre  las  mismas  palabras ,  y  se  levantó  otra 
vez,  no  obstante  el  peso  de  las  cadenas,  que  producían  al 
chocar  en  el  pavimento  un  ruido  seco  y  metálico. 

Volodia  me  pellizcó  en  lapierna  y  me  hizo  mucho  daño, 
pero  no  volví  siquiera  la  vista.  Me  contenté  con  rascarme 
la  pierna ,  y  continué  mirando  y  escuchando  á  Gricha, 
con  una  mezcla  de  admiración  infantil,  de  compasión  y 
de  respeto. 

En  vez  de  divertirme  y  reir  como  había  yo  esperado 
al  entrar  en  la  descarga ,  sentía  estremecimientos  de  frío  . 

Gricha  permaneció  bastante  tiempo  aún  en  esta  es- 
pecie de  éxtasis,  y  continuó  improvisando  oraciones.  Ya 
repetía  muchas  veces  :  Señor ,  ten  piedad  de  nosotros, 
pero  siempre  con  entonación  diferente  y  con  más  fuerza 
cada  vez;  ya  decía:  ¡Perdóname,  Señor;  enséñame  lo  que 
es  necesario  hacer y  enséñame  lo  que  es  necesario  ha- 
cer,  Señor! ,  y  hubiérase  dicho,  por  su  acento,  que  espe- 
raba recibir  inmediatamente  una  respuesta;  ya  no  se  le 
oía  más  que  lastimeros  sollozos...  Levantóse  sóbrelas 
rodillas,  cruzó  las  manos  sobre  el  pecho  y  calló. 

Adelanté  silenciosamente  mi  cabeza  por  la  puerta, 
conteniendo  la  respiración.  Gricha  no  se  movía.  De  su 
pecho  se  escapaban  suspiros  profundos.  Su  ojo  vacío, 
cuya  pupila  nublada  iluminaba  la  luna ,  estaba  lleno  de 
lágrimas. 

—Sí,  hágase  tu  voluntad ,— gritó  de  pronto  con  una 
expresión  que  no  es  posible  representar,  y  dejando  caer 
su  frente  hasta  el  suelo,  sollozó  como  un  niño. 

Muchas  cosas  han  pasado  después  ;  muchos  recuer- 
dos han  perdido  para  mí  su  importancia  y  se  han  con- 
vertido en  confusas  reminiscencias  ;  mucho  tiempo  hace 


:¿2  LA    ESPAÑA    MODERNA, 


que  Gricha ,  el  viajero ,  terminó  su  último  viaje  ;  pero  la 
impresión  que  en  mí  produjo ,  no  se  borrará  nunca;  jamás 
olvidaré  los  sentimientos  que  despertó  en  mi  alma. 

¡  Oh,  Gricha !  ¡Oh  gran  cristiano!  era  tan  ardiente  tu  fe, 
que  sentías  la  presencia  de  Dios ;  era  tu  amor  tan  grande 
que  las  oraciones  brotaban  por  sí  mismas  de  tus  labios : 
no  pedías  ala  razón  que  las  analizase....  ¡Y  con  qué 
magnificencia  cantabas  las  grandezas  del  Omnipotente, 
cuando,  no  hallando  más  palabras,  te  arrojabas  á  tierra 
llorando. 

El  enternecimiento  con  que  escuchaba  yo  á  Gricha  no 
podía  prolongarse  mucho  tiempo ,  primeramente  porque 
mi  curiosidad  estaba  satisfecha  ,  y  después  porque  tenía 
yo  mis  piernas  entumecidas  de  permanecer  tanto  tiempo 
en  el  mismo  sitio  ,  y,  por  último ,  porque  oía  ya  moverse  y 
cuchichear  detrás  de  mí,  y  yo  deseaba  hacerlo  que  hacían 
los  otros.  Alguien  me  cogió  la  mano  ,  y  me  dijo  al  oído: 
¿De  quién  es  esta  mano?  En  aquel  recinto  estábamos 
completamente  á  oscuras ;  pero  por  el  tacto  y  por  el  me- 
tal de  la  voz  reconocí  á  Catalina.  Instintivamente  cogí 
su  bracito  desnudo  hasta  más  arriba  del  codo ,  y  le  besé. 
Catalina,  asombrada  sin  duda  de  mi  proceder,  retiró  su 
brazo  ,  y  al  hacerlo  tropezó  con  una  silla  rota  que  allí  es- 
taba. Gricha  levantó  la  cabeza,  miró  enrededor  suyo  y 
envió  la  señal  de  la  cruz  en  todas  direcciones,  recitando 
al  mismo  tiempo  una  oración.  Nosotros  nos  alejamos  de 
allí  precipitadamente  y  cuchicheando. 


Conde  León  Tolstoi. 


EL  CHIQUILLO  ESPÍA 


CUENTO 


LO  llamaban  Stenne  ;  el  chiquillo  Stenne. 
Era  un  hijo  de  París  ,  pálido  y  enclenque,  que 
podría  tener  unos  diez  años ,  tal  vez  quince  ;  en 
estos  muñecos  no  es  posible  acertar  las  edades.  Su  madre 
había  muerto  ;  su  padre,  que  había  servido  en  infantería 
de  marina,  era  guarda  de  un  jardín  del  barrio  del  Tem- 
ple. Los  muchachos,  las  niñeras,  las  ancianas  que  llevan 
á  paseo  su  silla  de  tijera,  las  pobres  viejas,  todo  ese 
París  de  menor  cuantía  que  pasea  á  pie  y  que  para  evitar 
el  riesgo  de  ser  atropellado  por  los  carrujes  acude  á 
esos  jardinillos  municipales  flanqueados  por  aceras,  co- 
nocían á  Stenne  padre,  y  lo  querían  entrañablemente. 
Sabían  todos  que  bajo  aquel  bigote  áspero,  terror  de 
perros  y  de  chicos  traviesos ,  se  ocultaba  una  sonrisa  de 
ternura  casi  paternal ,  y  que  para  ver  esa  sonrisa  bastaba 
decirle : 

— ¿Cómo  sigue  su  hijo  de  V.? 

¡Stenne  padre  quería  tanto  á  su  hijo!  Considerábase 
dichoso  completamente  cuando,  al  caer  la  tarde,  después 
de  salir  de  la  escuela,  venía  el  pequeño  á  buscarle  y  da- 


24  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ban  juntos  una  vuelta  por  los  paseos  del  jardín,  detenién- 
dose delante  de  cada  banco  para  saludar  á  los  concurren- 
tes asiduos,  correspondiendo  así  á  las  atenciones  de  éstos. 

Desgraciadamente,  con  el  sitio,  cambió  por  completo 
casi  todo.  El  jardinillo  que  guardaba  Stenne  padre  fué 
cerrado  ;  convirtiéronle  en  depósito  de  petróleo ,  y  el 
pobre  hombre,  obligado  á  una  vigilancia  incesante,  pa- 
saba su  vida  en  los  bosquecillos  desiertos  y  casi  destrui- 
dos, solo,  sin  fumar,  y  viendo  á  su  hijo  solamente  en  casa 
y  de  noche,  ya,  bastante  tarde.  Por  eso  eran  de  ver  aque- 
llos bigotes  cuando  el  guarda  hablaba  de  los  prusianos. 

El  chiquillo  Stenne,  por  su  parte,  no  deploraba  exce- 
sivamente aquella  nueva  vida. 

¡Un  sitio  es  cosa  tan  divertida  para  los  muchachos! 
¡No  hay  escuela!;  ¡no  se  va  al  estudio!....  Vacaciones 
todos  los  días,  y  las  calles  como  el  real  de  una  feria. 

El  muchacho  permanecía  fuera  de  casa  hasta  la  no- 
che ,  correteando.  Acompañaba  á  los  batallones  del  ba- 
rrio cuando  iban  á  las  fortificaciones ,  eligiendo  prefe- 
rentemente á  los  que  tenían  buena  banda  de  música ;  y 
acerca  de  este  particular ,  el  chiquillo  Stenne  estaba  per- 
fectamente enterado.  Podía  decirnos  con  todo  conoci- 
miento que  la  banda  del  batallón  96  no  valía  mucho,  y 
que  en  el  5  5  tenían  una  excelente.  Entreteníase  en  otras 
ocasiones  viendo  hacer  el  ejercicio  á  los  movilizados; 
después,  todo  esto  traía  cola. 

Con  su  cesta  al  brazo ,  tomaba  el  chico  su  puesto  en 
aquellas  largas  filas  formadas  en  la  sombra  de  las  maña- 
nas de  invierno  á  las  puertas  de  los  carniceros  y  de  los 
panaderos.  Allí,  con  los  pies  metidos  en  agua,  se  inicia- 
ban amistades ,  se  hablaba  de  política,  y  al  muchacho, 
como  hijo  del  señor  Stenne ,  le  preguntaban  todos  su  opi- 
nión. Pero  lo  más  divertido  de  todo  eran  las  partidas  de 


EL   CHIQUILLO    ESPÍA.  2^ 


chito ,  rayuela  y  galocha,  un  juego  famoso  que  los  movi- 
lizados bretones  habían  puesto  en  moda  durante  el  sitio. 

Cuando  el  chiquillo  Stenne  no  estaba  en  las  fortificacio- 
nes ni  en  la  panadería,  era  seguro  que  se  le  encontraba 
en  la  partida  de  galocha  de  la  plaza  de  Cháteau  d'Eau. 
Él  no  jugaba,  por  supuesto;  era  menester  demasiado 
dinero.  Se  limitaba  a  contemplar  á  los  jugadores,  i  Y  los 
miraba  con  unos  ojos!! 

Excitaba,  sobre  todos,  la  admiración  de  Stenne  un 
muchacho,  grandullón  ya,  con  blusa  azul,  que  nunca  po- 
nía moneda  menor  de  un  franco.  Cuando  este  muchacho 
corría,  oíanse  sonar  en  el  bolsillo  de  su  blusa  las  mone- 
das de  plata. 

Cierto  día ,  al  tiempo  de  recoger  una  pieza  que  había 
rodado  hasta  los  pies  del  chiquillo  Stenne ,  el  grandullón 
le  dijo  en  voz  baja: 

— ¿Te  deja  bizco  el  ver  esto?  Pues  si  quieres,  te  diré 
dónde  puede  enconcontrarse. 

Una  vez  concluida  la  partida,  le  llevó  á  un  rincón  de  la 
plaza,  y  le  propuso  que  le  acompañase  á  vender  periódi- 
cos á  los  prusianos ;  se  ganaban  treinta  pesetas  por  viaje. 
Al  pronto  Stenne  rehusó  muy  indignado  ;  y  por  primera 
providencia  permaneció  tres  días  seguidos  sin  concurrir 
á  la  partida.  ¡Tres  días  terribles!  Ni  podía  comer,  ni  lo- 
graba dormir.  Veía  por  las  noches  multitud  de  galochas 
á  los  pies  de  la  cama  y  monedas  de  plata  muy  relucientes 
que  caían  una  á  una  sobre  su  lecho.  La  tentación  era 
muy  poderosa.  Al  cuarto  día  volvió  á  Chateau  d'Eau, 
tornó  á  ver  al  de  la  blusa  azul,  se  dejó  seducir.... 

Ambos  saheron  al  amanecer  de  un  día  de  nieve  :  lle- 
vaban al  hombro  sacos  de  Henzo  y  algunos  periódicos 
ocultos  en  sus  blusas.  Cuando  llegaron  á  la  puerta  de 
Flandres  rayaba  el  día  apenas.  El  grandullón  cogió  á 


20  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Stenne  de  la  mano,  y  acercándose  al  centinela — un  va- 
liente sedentario ,  que  tenía  la  nariz  amoratada  y  aire  de 
buenazo, — le  dijo  en  tono  lleno  de  humildad : 

— Bondadoso  señor,  déjenos  V.  pasar.  Nuestra  madre 
está  enferma,  papá  ha  muerto.  Vamos  mi  hermanito  y  yo 
para  ver  si  en  el  campo  recogemos  algunas  patatas.    ' 

El  mocetón  lloraba  ;  Stenne ,  muy  avergonzado ,  ba- 
jaba la  cabeza.  El  centinela  los  miró  durante  algunos 
instantes  ;  lanzó  después  una  ojeada  hacia  el  camino  de- 
sierto y  blanco,  y  después,  separándose  un  poco,  «A  ver 
si  pasáis  pronto»  les  dijo ;  y  cátalos  en  el  camino  de  Au- 
bervilliers.  El  zagalón  se  reía  con  toda  su  alma. 

Muy  confusamente,  como  en  sueños,  el  chiquillo 
Stenne  veía  fábricas  transformadas  en  casernas  ,  barri- 
cadas solitarias  ,  adornadas  con  andrajos  mojados  ,  chi- 
meneas altísimas,  que,  rompiendo  la  niebla,  se  elevaban 
hasta  el  cielo,  vacías  y  descantiladas;  de  trecho  en  trecho 
veíase  algún  centinela,  oficiales  abrigados  con  sus  capu- 
chones que  miraban  hacia  abajo  con  sus  anteojos  de 
campo  ,  y  tiendecillas  de  campaña  humedecidas  por  la 
nieve  fundida,  delante  de  fogatas  que  comenzaban  á  ex- 
tinguirse. 

El  mayor  de  los  dos  viajeros  conocía  los  caminos,  y 
andaba  á  campo-traviesa  para  evitar  los  cuerpos  de  guar- 
dia. Esto  no  obstante,  llegaron,  sin  que  les  fuese  posible 
eludirlo,  á  una  guardia  mayor  de  franco-tiradores.  Hallá- 
banse éstos  adheridos  al  fondo  de  un  foso  lleno  de  agua 
á  lo  largo  del  ferrocarril  de  Soissons.  Fué  en  vano  que  el 
compañero  de  Stenne  tornase  á  referir  la  historia ;  no  se 
les  franqueó  el  paso.  Entonces,  y  mientras  ambos  se  la- 
mentaban, de  la  caseta  del  guarda  salió  un  sargento, 
viejo  ya,  todo  blanco  y  lleno  de  arrugas,  que  se  parecía 
á  Stenne  padre. 


EL    CHIQUILLO    ESPÍA.  27 


— ¡Ea,  chicuelos!  (les  dijo.)  No  lloréis  tanto ;  se  os  de- 
jará ir  á  buscar  vuestras  patatas  ;  pero  antes  entrad  á 
calentaros  un  poco....  Ese  tunantuelo  tiene  trazas  de 
estar  helado. 

i  Ah !  Stenne  tiritaba  efectivamente  ,  pero  no  de  frío ; 
era  de  miedo  y  de  vergüenza.  En  el  puesto  hallaron  á 
varios  soldados  agrupados  enrededor  de  un  fuego  casi 
amortiguado ,  verdadero  fuego  de  viuda ,  en  cuyas  llamas 
procuraban  calentar  pedazos  de  galleta,  clavados  en  las 
puntas  de  las  bayonetas.  Apartáronse  para  dejar  sitio  á 
los  dos  muchachos.  Para  matar  el  gusano,  les  dieron  un 
poco  de  café.  Cuando  estaban  bebiendo  llegó  á  la  puerta 
un  oficial,  llamó  al  sargento,  habló  con  él  en  voz  muy 
baja,  y  se  alejó  precipitadamente. 

— Muchachos  (gritó  el  sargento,  al  entrar ,  lleno  de 
satisfacción) :  esta  noche  tendremos  baile. . . .  Han  sorpren- 
dido el  santo  y  seña  de  los  prusianos.  Creo  que  esta  vez 
vamos  á  quitarles  ese  endiablado  Bourget. 

Estas  palabras  produjeron  una  explosión  de  bravos  y 
de  risas.  Bailaban  unos,  cantaban  otros,  blandían  algu- 
nos sus  bayonetas-sables ,  y  aprovechando  aquel  tumulto 
los  muchachos  desaparecieron. 

Salvada  la  trinchera ,  no  se  veía  más  que  el  llano  y 
una  larga  muralla  blanca,  agujereada  por  troneras. Hacia 
la  muralla  dirigieron  sus  pasos ,  deteniéndose  de  cuando 
en  cuando  para  fingir  que  estaban  recogiendo  patatas. 

El  chiquillo  Stenne  no  hacía  más  que  decir  : 

— Vamos  á  volvernos....  No  vayamos  allá. 

El  otro  se  encogía  de  hombros ,  y  seguía  adelantando. 
De  repente  oyeron  el  tric-trac  de  un  fusil  que  alguien 
montaba. 

—Bájate,— gritó  el  guía  ;  y  al  mismo  tiempo  se  echó 
él  al  suelo. 


28  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


Ya  tumbado  en  tierra  silbó.  Otro  silbido  respondió  al 
suyo  sobre  la  nieve.  Los  jóvenes  adelantaron  arrastrán- 
dose. Delante  de  la  muralla,  y  á  flor  de  tierra  aparecie- 
ron dos  bigotazos  amarillos  bajo  una  gorra  mugrienta. 
El  grandullón  saltó  á  la  trinchera,  y  en  un  segundo  se 
halló  al  lado  del  prusiano  : 

—Es  mi  hermano,— dijo  señalando  á  su  compañero. 

El  pobre  Stenne  era  tan  pequeño ,  que  el  prusiano  al 
verle  soltó  la  carcajada,  y  tuvo  que  tomarle  en  brazos 
para  que  se  izase  hasta  la  brecha. 

Al  otro  lado  de  la  muralla  había  terraplenes  extensos, 
árboles  cortados,  agujeros  negros  abiertos  en  la  nieve  y 
en  cada  agujero  la  misma  gorra  mugrienta  y  los  mismos 
bigotes  amarillos  que  se  reían  viendo  pasar  á  los  mucha- 
chos. 

En  un  rincón  una  casa  de  jardinero,  acasamatada  con 
troncos  de  árboles.  La  planta  baja  estaba  llena  de  solda- 
dos que  jugaban  á  los  naipes ,  y  que  en  un  fuego  hermo- 
sísimo aderezaban  la  sopa ;  sentíase  el  agradable  olor  á 
berza  y  á  tocino;  ¡qué  diferencia  entre  aquello  y  el  vivac 
de  los  franco-tiradores!  Arriba  estaban  los  oficiales; 
oíaseles  tocar  el  piano  y  destapar  el  champagne.  Cuando 
los  parisienses  entraron  fueron  acogidos  con  gritos  y 
vítores  de  contento.  Entregaron  sus  periódicos,  y  des- 
pués se  les  dio  de  beber  y  se  les  hizo  hablar.  Todos  aque- 
llos oficiales  tenían  aire  de  vanidosos  y  malvados  ;  pero 
el  grandullón  les  divertía  con  su  jerga  de  arrabal  y  su 
vocabulario  de  carretero.  Los  oficiales  prusianos  se 
reían  ,  repetían  aquellas  palabras  después  de  él ;  se  re- 
volcaban con  delicia  en  aquel  lodo  de  París  que  allí  les 
llevaban. 

Stenne  deseaba  hablar  también ,  probar  que  no  era 
una  acémila;  pero  había  algo  allí  que  le  producía  emba- 


EL   CHIQUILLO   ESPÍA.  29 


razo.  En  frente  de  él  permanecía,  separado  de  los  demás, 
un  prusiano  más  viejo  y  más  serio  que  los  otros  y  éste 
leía,  ó  ,  para  ser  más  exactos,  fingía  leer,  porque  sus 
ojos  estaban  clavados  en  Stenne.  Había  en  aquella  mirada 
fija  ternura  y  reproches ,  como  si  aquel  anciano  tuviera 
en  su  país  un  hijo  de  la  misma  edad  que  Stenne  y  estu- 
viese diciéndose  á  sí  mismo : 

— Yo  prefería  morir  á  ver  que  mi  hijo  desempeñaba 
estos  oficios. 

Desde  aquel  momento  sintió  Stenne  como  si  una  mano 
le  oprimiese  el  corazón  dificultando  sus  latidos. 

Para  huir  de  aquella  angustia  ,  se  puso  á  beber.  Muy 
luego  empezó  todo  á  dar  vueltas  enrededor  suyo.  Oyó 
confusamente ,  en  medio  de  risotadas'groseras,  que  su  ca- 
marada  se  burlaba  de  los  guardias  nacionales,  de  su 
modo  de  hacer  el  ejercicio,  imitaba  una  alarma  en  elMa- 
rais,  un  alerta  de  noche  en  las  fortificaciones.  Después  el 
muchachote  bajó  la  voz,  los  oficiales  se  aproximaron  y 
pusiéronse  serios.  El  miserable  había  comenzado  á  pre- 
venirles acerca  del  proyecto  de  ataque  de  los  franco-ti- 
radores. Entonces  Stenne,  completamente  despejado ,  se 
levantó  furioso,  y  dijo: 

— Eso  no  ,  gran....  No  quiero. 

El  otro  no  hizo  sino  reirse  ,  y  prosiguió.  Antes  de  que 
hubiese  terminado,  todos  los  oficiales  estaban  de  pie. 
Uno  de  ellos ,  señalando  la  puerta  á  los  muchachos ,  les 
gritó : 

—Largo  de  aquí. 

Y  todos  los  prusianos  comenzaron  á  hablar  entre  sí 
muy  rápidamente  y  en  alemán.  El  mocetón  salió  ,  orgu- 
lloso como  un  duque,  haciendo  sonar  su  dinero.  Stenne 
fué  tras  él  con  la  cabeza  baja,  y  cuando  pasó  cerca  del 
prusiano  cuya  mirada  tanto  le  había  embarazado,   oyó 


30  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


una  VOZ  triste  que  le  decía:  «Ni  estar  pien  esto ,  ....ni 
estar  pi en  ' ». 

Los  ojos  de  Stenne  se  llenaron  de  lágrimas. 

Ya  en  la  llanura,  los  muchachos  se  dieron  á  correr,  3^ 
llegaron  pronto  á  las  fortificaciones.  Su  saco  estaba  lleno 
de  patatas  que  les  habían  dado  los  prusianos ;  con  esto  pa- 
saron sin  dificultada  la  trinchera  de  los  francos-tiradores. 
Allí  estaban  preparándose  para  el  ataque  de  aquella  no- 
che. Llegaban  silenciosamente  algunas  fuerzas  que  se 
agrupaban  detrás  de  las  murallas.  El  sargento  veterano 
estaba  ocupándose  en  colocar  sus  hombres,  con  aire  de 
gran  contentamiento.  Cuando  los  muchachos  pasaron ,  el 
sargento  los  reconoció,  y  les  dirigió  una  sonrisa  cariñosa. 

¡Oh!  ¡Cuánto  daño  le  hizo  al  pobre  Stenne  aquella 
sonrisa !  Hubo  un  momento  en  que  se  sintió  impelido  á 
gritar  :  «No  vayan  Vds.  allí....,  nosotros  les  hemos  ven- 
dido». 

Pero  su  compañero  le  había  dicho  :  «Si  hablas,  nos 
fusilan» ;  y  el  miedo  lo  había  contenido. 

En  la  Courneuve  penetraron  en  una  casa  abandonada 
para  repartir  el  dinero. 

La  verdad  me  obliga  á  decir  que  el  reparto  se  reahzó 
equitativamente,  y  que  oyendo  sonar  en  el  bolsillo  de  su 
blusa  aquellas  monedas,  pensando  en  las  partidas  de  ga- 
locha que  tenía  con  ellas  en  perspectiva,  el  chiquillo 
Stenne  ya  no  consideraba  tan  horrible  su  crimen. 

Pero,  ¡ay!,  ¡cuando  se  quedó  solo  el  desdichado  chi- 
quillo.... cuando  ya  pasadas  las  puertas  su  cómplice  se 
separó  de  él,  sus  bolsillos  comenzaron  á  parecerle  muy 
pesados ,  y  la  mano  que  le  apretaba  el  corazón  le  apretó 

'  Bas  cMli,  Qd....  Bas  chóli ,  aparece  en  el  original,  en  que  se  trata 
de  representar  con  la  pronunciación  alemana  la  frase:  Pas  joli  ga....  pas 
joU.  Para  respetar  la  intención  del  autor  hemos  creido  conveniente  tradu- 
cir con  alguna  libertad.  (  N.  del  T. ) 


EL   CHQUILLO    ESPÍA.  3 1 


más  fuerte  que  nunca.  París  ya  no  le  parecía  el  mismo. 
Los  transeúntes  lo  miraban  con  severidad ,  como  si  todos 
supiesen  de  dónde  venía.  En  el  ruido  que  rodando  produ- 
cían los  carruajes,  en  el  redoblar  de  los  tambores  que 
hacían  ejercicios  á  lo  largo  del  canal,  parecióle  oir  la 
palabra  espía.  Por  fin,  llegó  á  su  casa,  y  muy  contento 
al  ver  que  su  padre  no  había  regresado ,  subió  con  pre- 
cipitación á  su  cuarto  para  ocultar  debajo  de  la  almohada 
aquellas  monedas  que  le  pesaban  tanto. 

Nunca  había  estado  el  padre  de  Stenne  tan  cariñoso, 
ni  tan  contento  como  lo  estaba  al  volver  á  su  casa  aquella 
noche.  Acababan  de  llegarle  noticias  de  provincias  ;  las 
cosas  comenzaban  á  mejorar.  Mientras  comían,  el  sol- 
dado viejo  miraba  su  fusil  colgado  en  la  pared,  y  decía  á 
su  hijo  con  risa  honrada  y  franca: 

—  ¡Eh,  muchacho!  ¡De  qué  buena  gana  irías  tú  con- 
tra los  prusianos  si  fueras  ya  hombre  1 

Á  eso  de  las  ocho  empezaron  á  oirse  cañonazos. 

— Es  Aubervilliers....  Se  baten  en  Bourget  (dijo  el  pa- 
dre de  Stenne,  que  conocía  perfectamente  todas  las  forti- 
ficaciones). El  muchacho  palideció,  y,  pretextando  una 
gran  fatiga,  se  acostó,  pero  no  pudo  dormir.  Se  figu- 
raba á  los  franco-tiradores  llegando  de  noche  para  sor- 
prender á  los  prusianos  y  cayendo  ellos  en  una  embosca- 
da. Recordaba  al  sargento  que  les  había  dirigido  aquella 
sonrisa  cariñosa  y  le  veía  tendido,  allá,  entre  la  nieve, 
¡y  á  cuántos  otros  á  su  lado!....  El  precio  de  toda  aquella 
sangre  estaba  escondido  allí,  debajo  de  su  almohada,  y 
era  él,  el  hijo  del  señorStenne, de  un  soldado.... Los  sollo- 
zos le  ahogaban.  En  la  habitación  inmediata  oía  á  su 
padre  que  paseaba  y  que  de  vez  en  cuando  abría  la  ven- 
tana. Abajo,  en  la  plaza,  tocaban  generala,  un  batallón 
de  movilizados  se  aprestaba  á  partir.  Indudablemente  se 


^2  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


había  empeñado  una  verdadera  batalla.  El  infeliz  no  pudo 
contener  un  sollozo. 

—¿Qué  tienes? — preguntó  su  padre  entrando. 

El  muchacho  no  pudo  resistir  más;  saltó  de  la  cama, 
y  fué  á  postrarse  de  rodillas  á  los  pies  de  su  padre.  Al 
movimiento  que  hizo ,  las  monedas  rodaron  por  el  pavi- 
mento. 

— ¿Qué  es  esto?  ¿Has  robado? — preguntó  el  viejo 
temblando. 

Entonces ,  sin  tomar  aliento  una  sola  vez ,  el  chiquillo 
Stenne  refirió  á  su  padre  que  había  ido  al  campamento 
prusiano  y  lo  que  allí  había  hecho.  Conforme  iba  hablando 
sentía  más  desahogado  su  corazón,  consolábale  el  acu- 
sarse.... El  padre  le  escuchaba  con  un  aspecto  verdade- 
ramente terrible.  Cuando  la  narración  hubo  terminado, 
ocultó  la  cabeza  entre  las  manos  y  lloró. 

—  ¡Padre!  ¡Padre! — intentó  decir  el  muchacho. 

El  padrele  rechazó  sin  responderle,  y  recogió  el  dinero. 

—¿Está  aquí  todo? — preguntó. 

El  chico  indicó,  moviendo  la  cabeza,  que  sí  era  todo. 
Entonces  el  viejo  descolgó  su  fusil,  su  cartuchera,  y  me- 
tiendo el  dinero  en  el  bolsillo,  dijo: 

—Está  bien;  voy  á  devolvérselo. 

Y  sin  pronunciar  una  sola  palabra  más,  sin  volver  si- 
quiera la  cabeza,  bajó  á  mezclarse  con  los  movilizados 
que  partían  en  la  noche.  Después  nadie  ha  vuelto  á  verle. 


Alfonso  Daudet. 


MEMENTO  VIVERE 


CUENTO 


CUANDO  penetró  en  la  alcoba  del  venerable  anciano 
duque  de  Cimay,  el  señor  de  Varas,  un  joven 
que  por  primera  vez  se  hallaba  en  presencia  de 
aquel  amigo  de  su  padre,  le  halló  más  blanco  que  las 
sábanas  del  lecho ,  y  advirtió  en  los  labios  del  Duque  la 
sonrisa  convulsiva ,  y  en  su  mirada  algo  de  la  serenidad 
suprema,  porque  un  dulce  y  vago  reflejo  del  azul  inñnito 
brillaba  en  las  profundas  pupilas  del  moribundo. 

— Hijo  mío  (dijo  el  anciano  al  vizconde  Varas,  des- 
pués de  haberle  besado  en  la  frente):  he  recibido  la  carta 
de  tu  padre.  El  pobre  deseaba  que  fuese  yo  tu  consejero 
y  tu  guía  en  el  mundo ,  y  yo  habría  aceptado  de  todo  co- 
razón este  encargo  que  mi  amigo  querido  me  conñaba  en 
sus  últimos  momentos.  Por  desgracia,  también  yo  voy  á 
despedirme  de  ti ;  pues  sólo  me  queda,  á  lo  más ,  una  hora 
de  vida. 

Como  el  joven,  trémulo  de  emoción,  intentase  protes- 
tar, el  Duque  le  interrumpió,  diciendo: 

—¿Crees  que  un  Cimay  que  ha  visto  precederle,  en 
este  camino,  á  sus  hijos  y  á  sus  nietos,  tiene  algo  que  le 

3 


34  LA    ESPAÑA    MODERNA 


ligue  á  este  bajo  mundo?  No  tengo  parientes,  y  tú  eres 
pobre;  te  he  dejado,  pues,  por  testamento  en  debida 
forma ,  depositado  en  casa  de  mi  notario  el  Sr.  Ploix, 
todo  lo  que  me  queda;  unas  tierras  en  el  Bourbonnais, 
arrendadas  en  diez  mil  francos.  No  me  des  las  gracias; 
no  podemos  desperdiciar  ni  un  minuto  ;  acuérdate  de  que 
en  ningún  caso  has  de  vender  esas  tierras ,  porque  quien 
tiene  su  fortuna  en  obligaciones ,  cupones  ó  papel  del  Es- 
tado, vive  á  la  manera  de  los  americanos  nómadas  ,  que 
habitan  en  casas  de  alquiler  amuebladas  y  se  casan  en  el 
camarote  de  un  vapor. 

Nos  quedan  todavía  unos  tres  cuartos  de  hora.  Es  más 
tiempo  del  que  he  menester  para  darte  un  resumen  com- 
pleto y  claro  de  la  sabiduría  humana ;  porque  ésta ,  des- 
embarazada de  las  niñerías  y  de  los  lugares  comunes  con 
que  la  adornan,  se  reduce  á  muy  poco.  Tienes  ya  diez  y 
ocho  años  cumplidos,  y  sabrás,  como  es  natural  que  se- 
pas ,  equitación  y  esgrima ;  no  las  olvides  nunca ,  porque 
el  hombre  privado  del  caballo  y  de  la  espada  es  como  un 
aninrnl  sin  piel,  como  un  pájaro  sin  plumas.  Lo  primero 
que  has  de  hacer  es  servir  á  la  patria ;  alístate  en  un  re- 
gimiento cualquiera,  y  procura  que  te  envíen  donde  pue- 
das batirte.  Del  hombre  no  puede  afirmarse  que  existe 
hasta  el  momento  en  que  ha  mostrado  á  la  luz  del  sol  el 
color  de  su  sangre.  Sé  dócil  y  respetuoso  para  con  tus 
jefes ;  bueno  y  afable  con  todos ;  pero  no  toleres  absolu- 
tamente nada,  y  bátete  con  cualquiera,  aunque  sea  un 
desertor  de  presidio ;  así  lo  exige  el  respeto  propio  en 
estos  tiempos  en  que  ninguna  convención  social  nos  pro- 
tege y  en  que,  diga  lo  que  quiera  M.  Glais-Bizoin ,  el  ver- 
dadero valor  consiste  en  tenerlo. 

Educado  por  una  madre  como  la  que  has  tenido ,  serás 
religioso ;  además ,  no  te  creo  bastante  mentecato  para 


MEMENTO    VIVERE.  }<^ 


adorar  la  razón  humana ,  ese  instrumento  imperfecto  y 
sin  precisión ,  con  el  que ,  sin  la  rutina  y  el  instinto  no  se 
llegaría  á  cepillar  convenientemente  una  tabla ,  ó  á  coser 
un  par  de  botinas ;  así ,  pues ,  siempre  que  vayas  al  tem- 
plo, lleva  en  la  mano  tu  devocionario  á  la  vista  de  todos, 
y  si  observas  que  alguno  se  sonríe ,  le  invitas  á  dar  un 
paseíto  matutino,  y  le  das,  ó  recibes,  una  estocada,  un 
balazo,  lo  que  él  quiera,  porque  tu  sangre  debe  estar 
siempre  dispuesta  á  salir.  Lo  cual  no  ha  de  ser  óbice 
para  que  sepas  astronomía  y  matemáticas ;  para  que  es- 
tudies en  las  mitologías  y  en  los  poemas  primitivos  la 
ciencia  de  las  religiones,  ni  para  que  consideres  el  Cán- 
dido y  el  Zadig  como  obras  maestras. 

Entrarás  luego  en  la  vida  civil ;  entonces ,  ¿  qué  de- 
bes hacer?  Es  sencillísimo ;  si  sientes  vocación  hacia  un 
arte  ó  una  ciencia ,  da  á  esta  ciencia  ó  á  ese  arte  toda  tu 
vida,  toda  tu  actividad  y  todas  tus  fuerzas.  Si  deseas  ha- 
certe agricultor,  una  cláusula  de  la  escritura  de  arrenda- 
miento otorgada  por  tu  arrendatario  determina  que  pue- 
des rescindir  el  contrato  mediante  el  pago  de  una  indem- 
nización fijada  previamente ;  pago  para  el  cual  hallarás 
fondos  en  casa  del  notario.  Pero  puesto  caso  de  que  así 
ocurra,  debes  ser  agricultor  á  la  antigua  usanza,  porque 
la  agricultura  explotada  científicamente  y  con  sujeción  á 
los  progresos  modernos  exige  gastos  muy  considerables, 
y  se  convierte  en  comercio.  Debes  evitar  lo  que  sea  co- 
mercio ó  lo  parezca.  Si  vives  en  el  campo ,  cásate,  quiere 
mucho  y  respeta  más  á  tu  compañera,  que  debe  ser 
mujer  de  su  casa  y  no  ha  de  tocar  el  piano ,  y  educa  bien 
á  tus  hijos.  Esta  vida  es,  en  realidad,  tan  sencilla,  que 
sus  reglas  son  por  todos  conocidas ;  supongo ,  sin  em- 
bargo, que  no  te  decidirás  por  ella,  y  que  has  de  vivir  ea 
medio  del  torbelHno  parisiense. 


^6  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


La  cosa  entonces  presenta  más  dificultades.   Para 
economizar  tiempo,  amontonaré  recomendaciones  y  pre- 
ceptos. Ocupa  siempre  un  piso  segundo ,  en  un  barrio  de- 
cente y  animado,  pero  no  muy  ruidoso.  Habida  en  cuenta 
la  humedad  de  París ,  son  de  necesidad  tupidas  alfom- 
bras y  pesadas  cortinas  de  damasco  de  seda;  pero  descon- 
fía de  los  muebles  como  de  una  epidemia ;  el  mobiliario 
ocupa  inútilmente  un  sitio,  yes  además  peligroso.  Un 
verdadero  diván  á  la  turca ,  con  una  cubierta  de  abrigo  y 
cojines  muy  ricos ,  y  sillas  cómodas ;  esto  en  lo  princi- 
pal.  Solamente  los  muebles  antiguos ,  arcas ,  relojes ,  etc., 
son  hermosos;  pero  es  necesario  que  hayan  sido  com- 
prados en  cualquier  apartado  rincón  de  una  provincia  y 
en  perfecto  estado  de  conservación;  si  un  coleccionador, 
si  un  comerciante  de  antigüedades ,  si  un  revocador  los 
ha  tocado  (ó  los  ha  visto  solamente),  dejan  de  ser  anti- 
guos. Procura  tener  algunos  espejos  y  alguna  palmatoria 
del  siglo  XVII  con  incrustaciones  de  oro.  Un  mueble,  un 
libro,  un  cuadro  que  pretendan  penetrar  en  tu  casa,  son 
enemigos. 

El  mueble  ha  sido  falsificado  ;  el  libro  es  inútil,  porque 
en  vez  de  leerle,  leerás  á  Homero,  ó  Dante,  ó  Rabelais, 
ó  Shakespeare,  y  harás  muy  bien:  el  cuadro  será  malo, 
si  no  es  una  quimera.  Ya  no  hay  cuadros  antiguos ;  todos 
han  sido  repintados  por  vidrieros.  Por  lo  que  respecta  á 
los  cuadros  modernos ,  es  necesario  comprarlos  directa- 
mente en  la  Exposición  ó  al  mismo  pintor,  y  siempre  con 
la  condición  de  que  el  artista  sea  hombre  de  talento  y  de 
que  el  cuadro  no  sea  fastidioso  ó  terrible  ala  vista;  pues, 
¿por  qué  ha  de  encerrarse  uno  con  cosas  absurdas  ó  for- 
midables? Las  colecciones  de  grabados  y  de  porcelanas 
consumen  la  vida  y  llegan  á  convertir  en  monomaniaco 
al  hombre  más  discreto ;  fuera  de  que  nada  hay  tan 


MEMENTO  VI VERÉ.  37 


alegre  á  la  vista  como  una  estampa  japonesa  que  vale 
cincuenta  céntimos,  ó  cualquier  juguete  de  color  de  es- 
carlata. 

Estudia  con  atención,  con  entusiasmo,  toda  la  colec- 
ción de  cartas  célebres,  Balzac,  el  viejo,  la  señorada 
Sévigné,  Voiture ,  para  aprender....  á  no  escribir  cartas. 
Es  muy  difícil  que  escribas  á  tu  zapatero  una  carta  de 
dos  líneas  sin  que  te  expongas  á  la  muerte ,  á  la  deporta- 
ción, ó  á  una  causa  por  adulterio.  Te  he  dicho  ya  que 
debes  huir  de  toda  profesión  mercantil.  Ni  aun  debes  per- 
mitir que  figure  tu  nombre  entre  los  miembros  de  una 
junta  administrativa  cualquiera,  porque  nunca  se  sabe  con 
certeza  qué  negocios  industriales  son  ó  dejan  de  ser  ver- 
daderas asechanzas. 

El  comercio  tuvo  su  grandeza  en  cierto  tiempo  y  en 
determinadas  naciones  ;  pero  aunque  entre  nosotros — tal 
cual  lo  hemos  falsificado  y  empequeñecido— sea  todavía 
muy  respetable,  no  debes  ser, ni  aun  en  teoría, camarada 
de  un  droguero  que  vende  cola  de  pescado  por  almíbar,  ó 
de  un  tabernero  que  elabora  su  vino  con  acoro  y  palo  cam- 
peche. Huye  de  los  charlatanes,  de  los  que  presumen  de 
maestros  que  siempre  parecen  estar  enseñando ,  y  sobre 
todo  de  los  necios,  que,  recordando  el  aforismo  «com- 
prender es  igualarse»,  fingen  descaradamente  por  Rafael, 
por  el  Veronés,  por  Beethoven,  por  Moliere,  por  La  Fon- 
taine ,  una  admiración  extraordinaria  é  incompatible  con 
lo  reducido  de  sus  respectivas  inteligencias. 

Haz  que  te  sirva  un  solo  criado ;  á  ser  posible ,  licen- 
ciado del  ejército,  que  haya  sido  herido  en  campaña,  con 
lo  cual  habrá  demostrado  que  no  tiene  el  corazón  mise- 
rable ;  procura  que  te  tema,  que  te  respete,  y  sobre  todo 
que  te  quiera.  No  comas  en  casa  más  que  una  chuleta.  En 
ninguna  parte  se  come  mejor  que  en  un  restaurant, 


38  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


cuando  se  ha  aprendido  á  comer  en  él ,  asunto  que  debe 
constituir  el  primer  estudio  de  un  parisiense ,  porque  no 
hay  casi  una  cocina  de  casa  particular  donde  sepan  cocer 
bien  la  carne  ó  confeccionar  esmeradamente  una  salsa 
blanca.  Si  comes  en  casa  de  algunos  amigos,  que  sea  en 
las  de  amigos  por  los  cuales  te  encuentres  dispuesto  á 
dar  hacienda  y  vida  ;  y  devuelve  centuplicados  los  obse- 
quios que  hayas  recibido. 

Pero  es  necesario  que  te  hable  también  algo  de  mu- 
jeres. Todas  las  desgracias  que  en  este  punto  pueden  so- 
brevenir proceden  de  que  se  confunde  muchas  veces  el 
amorío  con  el  amor  ;  son  dos  cosas  distintas.  Para  cual- 
quier compromiso  serio,  seas  soltero  ó  casado,  no  te  ena- 
mores de  una  mujer  con  la  que  no  consentirías  en  casarte 
y  desde  el  primer  momento  hazle  el  sacrificio  de  cuanto 
eres ,  de  cuanto  tienes ,  hasta  de  tu  vida.  En  las  relaciones 
ligeras ,  calcula  previamente  lo  que  quieres  gastar  en  ellas 
de  tu  tiempo ,  de  tu  dinero  y  de  tus  juguetes,  y  una  vez  he- 
cho ese  presupuesto,  procede ,  como  suelen  proceder  con 
los  suyos  los  arquitectos :  duplícalo  y  agrega  otra  canti- 
dad para  imprevistos.  En  estos  pasatiempos,  procura  ser 
siempre  joven,  seductor,  alegre,  infatigable,  ingenioso  ; 
agrada  como  Romeo  y  paga  como  Turcaret ;  sé  fiel  y  es- 
pera á  que  te  engañen,  y  haz  como  si  no  comprendieses, 
que  no  merece  aquello  la  pena  de  incomodarse.  Por  lo 
que  se  refiere  á  otra  clase  de  señoras,  porque  no  te  pro- 
hibo nada  en  este  ramo,  es  todavía  más  sencillo.  En  las 
pausas  de  sus  ritornellos  de  locura  ensayada ,  esas  hem- 
bras son  serias  como  notarios ,  pues  siempre  están  ator- 
mentadas con  el  recuerdo  de  una  deuda  que  han  de 
pagar  ó  de  algún  asunto  de  dinero  ;  por  consiguiente,  si 
has  de  perder  cinco  minutos  con  una  de  esas,  procura 
hallar  un  eufemismo  para  hacerle  comprender ,  lo  más 


MEMENTO    VI VERÉ.  39 


pronto  posible ,  con  cuánto  piensas  contribuir  á  sacarla 
de  sus  ahogos.  Nada  de  niñerías  :  la  preocupación  contra 
los  actores  no  es  preocupación.  La  comedianta  más  ena- 
morada de  ti,  te  picaría  en  pedacitos  menudos,  como 
carne  para  rellenos ,  á  trueque  de  obtener  un  papel,  y 
cuando  está  á  tu  lado  piensa  en  el  público ,  en  los  aplau- 
sos y  en  los  trajes.  Por  lo  que  respecta  á  los  cómicos,  hay 
entre  ellos  algunos  muy  decentes  y  dignos  de  todos  los 
respetos;  pero,  por  regla  general,  el  comediante  es  el 
macho  de  la  comedianta,  esto  es,  de  una  mujer  que  para 
enriquecer  á  su  honrado  director  representa  obras  que 
son  la  sátira  del  vicio ,  y  está  obligada  á  costear  trajes  de 
á  mil  escudos  la  pieza,  pagados  por  el  vicio. 

Resumiendo,  todo  lo  que  se  reduce  á.unos  amoríos  no 
merece,  de  ningún  modo,  que  un  hombre  honrado  se  de- 
tenga con  exceso.  Ya  no  hay  hermosura  ni  en  la  aristo- 
cracia encogida  y  envuelta  por  sus  estrechas  miras  ,  ni 
entre  la  burguesía  estúpida  llena  de  innoble  avaricia  de 
riquezas.  Las  mujeres  más  guapas  de  nuestro  tiempo  son 
las  que  sirven  de  modelos  en  los  talleres  y  bailan  después 
en  la  calle  de  Le  Verrerie  y  las  fruteras  del  muelle  de 
Rapée ,  con  quienes  es  muy  difícil  entablar  conversación. 
Hay  también  algunas  princesas,  pero  cuya  hermosura 
no  existe ,  sino  con  la  condición  de  aparecer  ideaHzada 
por  la  pintura  y  por  la  poesía,  y  no  es  raro  que  algunas 
de  ellas  pertenezcan  á  famihas  de  burgueses  y  de  adve- 
nedizos. 

Para  concluir:  amar  á  una  mujer  digna,  honrada, 
noble,  que  sea  un  alma;  leer,  estudiar  ,  ser  caritativo, 
servir  á  todos ,  vivir  sin  una  sola  mancha  en  la  concien- 
cia, elevar  el  corazón,  y  si  uno  es  padre,  ser  buen  padre, 
he  ahí  todo  lo  que  hay  de  razonable  en  este  bajo  mundo  y 
todo  lo  que  me  ha  enseñado  la  vida.  Témelo  todo  de  la 


40  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


medianía,  de  la  necedad  ,  del  piano  y  de  los  artistas  afi- 
cionados ;  sé  casto  en  cuanto  puedas  serlo  ;  valiente  y 
generoso  hasta  la  locura  ;  sobre  todo  ,  sé  bueno  y  que 
Dios  te  bendiga. 

Después  de  hablar  así,  levantó  el  duque  de  Cimay  su 
cabeza,  contempló  un  instante  el  cielo,  y  después  espiró. 
Pedro  de  Varas  ,  arrollidándose  respetuosamente,  besó 
la  mano  helada  del  que  acababa  de  legarle  su  sabiduría. 


Teodoro  de  Banville. 


GUSTAVO  DORE 


EL  artista  cuyo  nombre  acabo  de  escribir,  es  se- 
guramente una  de  las  más  curiosas  y  más  simpá- 
ticas personalidades  de  nuestro  tiempo.  Si  no  tiene 
la  profundidad,  la  solidez  de  los  maestros,  posee  la  vida 
y  la  intuición  rápida  de  un  discípulo  de  genio.  Su  sitio 
es  tan  amplio ,  que  no  temo  disgustarle ,  estudiándole  tal 
cual  es,  en  la  verdad  de  su  naturaleza.  Tiene  sobrados 
amigos  oficiosos  que  le  abruman  bajo  el  peso  de  exage- 
radas é  indigestas  alabanzas ,  para  que  uno  de  sus  admi- 
radores sinceros  le  analice  con  toda  franqueza,  hable  de 
su  talento,  sin  romperle  el  incensario  en  las  narices. 

Gustavo  Doré,  para  juzgarle  en  una  palabra  sola,  es 
un  improvisador ;  el  improvisador  de  lápiz  más  prodi- 
gioso que  ha  existido  nunca.  No  dibuja  ni  pinta,  impro- 
visa ;  su  mano  halla  líneas ,  sombras  y  luces ,  como  hallan 
algunos  poetas  de  salón  rimas  y  estrofas  enteras.  En  su 
obra  no  hay  gestación;  Doré  no  acaricia  su  idea,  no  la 
labra,  no  lleva  á  cabo  ningún  estudio  preparatorio.  La 
idea  llega  de  pronto ;  hiere  con  la  rapidez  y  el  deslumbra- 
miento del  relámpago ,  y  el  artista  la  recibe  sin  discutirla, 


42  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


y  obedece  al  rayo  llegado  de  las  alturas.  Además,  Gus- 
tavo Doré  no  ha  esperado  nunca ;  desde  que  tiene  el  lápiz 
entre  los  dedos  la  musa  bondadosa  no  se  ha  hecho  de  ro- 
gar; siempre  está  allí,  cerca  del  poeta,  llenas  las  manos 
de  resplandores  y  de  tinieblas,  prodigándole  las  visiones, 
ya  dulces,  ya  terribles ,  que  el  artista  traza  con  mano  rá- 
pida y  calenturienta.  Doré  tiene  la  intuición  de  todo,  y 
dibuja  sueños  como  otros  esculpen  realidades. 

Acabo  de  pronunciar  las  mismas  palabras  que  un  gran 
crítico  de  Gustavo  Doré.  Ningún  artista  se  curó  nunca 
menos  que  él  de  la  realidad.  Doré  ve  solamente  sus  sue- 
ños; vive  en  un  país  ideal,  cuyos  enanos,  cuyos  gigantes, 
cuyo  cielo  esplendente  y  cuyos  paisajes  inmensos  nos  di- 
buja. Aloja  en  la  fonda  de  las  hadas,  allá  en  la  comarca 
del  ensueño.  Nuestro  mundo  le  importa  poco  ;  él  necesita 
las  regiones  infernales  ó  celestes  de  Dante ;  el  mundo 
loco  de  Don  Quijote,  y  en  nuestros  días  el  viaje  al  país  de 
Canaán  enrojecido  con  sangre  humana  y  blanqueado  por 
auroras  divinas. 

El  mal  de  todo  esto  es  que  el  lápiz  no  profundiza ,  que 
apenas  desflora  el  papel.  La  obra  no  es  sólida  ;  no  tiene 
debajo  el  armazón  poderoso  de  la  reaHdad  para  mante- 
nerla firme  y  de  pie.  No  sé  si  me  equivoco :  Gustavo  Doré 
ha  debido  de  abandonar  muy  temprano  el  estudio  del 
modelo  vivo ,  del  cuerpo  humano  en  su  verdadero  poder. 
El  buen  éxito  llegó  demasiado  pronto  ;  el  artista  joven 
no  ha  tenido  que  sostener  esa  lucha  sin  tregua,  durante 
la  cual  se  analiza  con  encarnizamiento  la  naturaleza  hu- 
mana. No  ha  vivido  ignorado  en  el  rincón  de  su  taller, 
enfrente  de  un  modelo,  cada  uno  de  cuyos  músculos  se 
estudian  desesperadamente. 

Doré  desconoce,  es  indudable,  esta  vida  de  padeci- 
mientos ,  de  vacilaciones  que  os  hace  amar ,  con  amor 


GUSTAVO   DORÉ.  4} 


profundísimo,  la  realidad  viviente  y  desnuda.  El  triunfo 
le  sorprendió  cuando  estudiaba,  cuando  otros  buscan 
todavía  con  paciencia  lo  justo,  lo  verdadero.  Su  imagina- 
ción rica,  su  naturaleza  pintoresca  é  ingeniosa  hanle  pa- 
recido inagotables  tesoros  en  los  cuales  hallaría  él  siem- 
pre espectáculos  y  efectos  nuevos ,  y  se  ha  lanzado  re- 
sueltamente en  medio  de  la  victoria ;  no  tenía  más  base 
que  sus  ensueños ,  sacándolo  todo  de  él  mismo ;  creando 
de  nuevo ,  en  el  deHrio  y  la  fantasmagoría :  ú  Dios ,  y  al 
cielo  y  á  la  tierra. 

Lo  real,  es  menester  decirlo,  se  ha  vengado  á  veces. 
No  puede  uno  impunemente  encerrarse  por  completo  en 
sus  imaginaciones  ;  llega  un  día  en  que  falta  fuerza  para 
representar  así  el  papel  de  creador.  Demás  de  esto, 
cuando  las  obras  son  demasiado  personales  se  reprodu- 
cen fatalmente  ;  el  ojo  del  visionario  se  llena  siempre  con 
la  misma  visión ,  y  el  dibujante  adopta  determinadas  for- 
mas, de  las  que  no  puede  desembarazarse.  La  realidad  es, 
por  el  contrario,  madre  bondadosa  que  nutre  á  sus  hijos 
con  alimentos  siempre  nuevos  ;  les  ofrece ,  á  cada  hora, 
aspectos  distintos  ;  se  presenta  á  ellos  profunda ,  infinita, 
llena  de  vitaHdad  que  incesantemente  renace. 

Gustavo  Doré  se  halla  en  este  caso :  ha  utiHzado ,  ago- 
tado su  tesoro  como  hijo  pródigo  ;  ha  dado  con  vigor 
y  con  relieve  todos  los  ensueños  que  tenía  dentro  de  su 
mente,  y  hasta  los  ha  repetido  en  muchas  ocasiones.  Los 
editores  han  asaltado  su  taller;  se  han  disputado  sus  dibu- 
jos, que  la  crítica  en  masa  ha  recibido  con  admiración 
Nada  falta  á  la  gloria  del  artista ;  ni  el  dinero ,  ni  los  aplau- 
sos. Ha  establecido  una  cantera  espaciosa  en  que  pro- 
duce sin  descanso  ;  allí  están  tres,  cuatro  publicaciones 
para  las  que  trabaja  al  mismo  tiempo ,  con  idéntico  vigor ; 
el  dibujante  pasa  de  una  á  otra  sin  debilitarse ,  sin  madu- 


44  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


rar  sus  pensamientos,  confiado  en  su  musa  cariñosa,  que 
en  el  momento  propicio  le  inspira  la  palabra  divina.  Tal 
es  el  colosal  trabajo,  la  tarea  gigantesca  que  su  envidia- 
ble éxito  ha  impuesto  á  Gustavo  Doré,  y  que  la  peculiar 
naturaleza  de  éste  le  ha  obligado  á  aceptar  con  un  valor 
temerario. 

Doré  vive  cómodamente  en  esta  producción  aterra- 
dora que  haría  enfermar  á  cualquier  otro.  Ciertos  críti- 
cos se  maravillan  de  ese  modo  de  trabajar,  y  elogian  en 
el  artista  joven  la  formidable  cantidad  de  dibujos  que  ha 
producido. 

El  tiempo  nada  importa  para  el  negocio,  y  por  lo  que 
á  mí  respecta,  siempre  he  temblado  por  este  pródigo  que 
de  ese  modo  se  entregaba  y  que  agotaba  sus  admirables 
facultades  en  una  especie  de  improvisación  continua. 
La  pendiente  es  resbaladiza ;  el  taller  de  un  artista  en 
boga  se  convierte  á  veces  en  almacén  de  manufacturas ; 
los  comerciantes  están  allí,  á  la  puerta,  dando  prisa  al 
lápiz  ó  al  pincel ,  y  poco  á  poco  se  llega  hasta  crear ,  cola- 
borando con  ellos,  obras  exclusivamente  comerciales.  No 
impulsemos,  pues,  al  artista  para  que  nos  admire  publi- 
cando cada  año  una  obra  que  exigiría  diez  años  de  estu- 
dio ;  procuremos,  por  el  contrario,  moderar  su  afán  de 
producir  ;  aconsejarle  que  se  encierre  en  el  fondo  de  su 
taller  para  componer  allí,  con  la  reflexión  del  trabajo, 
las  grandes  epopeyas  que  su  mente  concibe  con  intuición 
tan  admirable. 

Gustavo  Doré,  á  los  treinta  y  tres  años,  creyó  que  de- 
bía consagrarse  al  gran  poema  humano,  á  esa  colección  de 
relaciones  terribles  y  risueñas  que  se  nombra  La  Sagra- 
da Biblia.  Habría  yo  preferido  que  reservase  esta  obra 
para  su  trabajo  último ,  para  el  trabajo  grandioso  que 
hubiese  consagrado  su  gloria.  ¿Dónde  podría  hallar  un 


GUSTAVO   DORÉ.  4^ 


asunto  más  vasto,  más  digno  de  ser  estudiado  con  cariño ; 
un  asunto  que  ofreciera  más  espectáculos  dulces  ó  ate- 
rradores para  su  pincel  creador? 

Pero ,  por  otra  parte ,  no  tengo  para  qué  preguntar  al 
artista  acerca  de  lo  que  ha  tenido  por  conveniente  hacer. 
Su  obra  está  ahí:  mi  deber  se  reduce  á  estudiarla. 

Ante  todo ,  me  pregunto  á  mí  mismo  cuál  ha  sido  la 
grandiosa  visión  del  artista  cuando ,  después  de  resol- 
verse á  emprender  tan  rudo  trabajo,  cerró  los  ojos  para 
ver  cómo  se  desarrollaba  el  poema  en  espectáculos  ima- 
ginarios. Dada  la  naturaleza  maravillosa  y  peculiar  de 
Gustavo  Doré ,  no  es  difícil  asistir  á  las  operaciones  que 
han  debido  de  elaborarse  en  esa  inteligencia :  las  leyendas 
se  han  sucedido  unas  otras  ;  las  unas,  luminosas,  claras, 
completamente  blancas  ;  las  otras ,  sombrías  y  aterrado- 
ras, enrojecidas  por  la  sangre  y  por  el  fuego.  Doré  se  ha 
abismado  con  esta  inmensa  visión ;  hase  elevado  á  la  región 
del  ensueño ;  ha  experimentado  supremo  regocijo  al  sentir 
que  abandonaba  la  tierra,  que  dejaba  en  ella  las  realida- 
des, y  que  su  imaginación  iba  á  esferas  en  que  le  sería 
dado  vagar  por  los  delirios  y  las  apoteosis.  Toda  la  gran 
familia  bíblica  se  ha  levantado  ante  él ;  el  artista  ha  con- 
templado á  esos  personajes  á  quienes  el  recuerdo  ha 
engrandecido  y  colocado  fuera  de  la  humanidad  ;  ha  vis- 
lumbrado aquella  tierra  de  Egipto ,  aquella  tierra  de  Ca- 
naam ,  países  maravillosos  que  no  parecen  de  este  mun- 
do ;  ha  vivido  en  intimidad  con  los  héroes  de  los  cuentos 
antiguos ,  en  paisajes  llenos  de  tinieblas  y  de  maravillo- 
sas alboradas.  Después  ,  la  historia  de  Jesús,  más  dulce, 
tierna  y  severa,  ha  abierto  á  su  vista  horizontes  escogi- 
dos ,  en  los  que  sus  ensueños  se  han  ensanchado  y  han 
adquirido  una  serenidad  profunda.  Allí  estaba  el  inmenso 
campo  que  había  menester  la  audacia  del  artista.  La  tie- 


46  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


rra  le  enoja,  la  tosca  tierra  que  ahora  pisamos;  y  sola- 
mente se  agrada  de  las  tierras  celestiales ,  esas  que  puede 
alumbrar  él  con  luces  extrañas  y  desconocidas.  Por  eso 
Doré  ha  exagerado  el  ensueño  ;  ha  querido  escribir  con 
el  lápiz  una  BibHa  mágica,  una  serie  de  escenas  que  pa- 
reciesen integrar  un  drama  gigantesco  desarrollado  no 
se  sabe  dónde,  en  cualquier  esfera  apartada. 

La  obra  tiene  dos  notas ;  dos  notas  eternas  que  suenan 
unidas :  la  blancura  de  las  primeras  purezas ,  de  los  cora- 
zones tiernos ,  y  las  espesas  tinieblas  de  los  primeros  ase- 
sinatos, de  las  almas  negras  y  crueles.  Los  espectáculos 
se  suceden;  son,  ó  todo  luz,  ó  sombras  todo.  El  artista  ha 
creído  que  debía  cimentar  su  obra  sobre  esa  duplicidad  de 
caracteres,  y  ha  resultado  que,  en  efecto,  su  talento  se 
prestaba  muy  singularmente  á  representar  las  puras  cla- 
ridades del  Edén,  y  las  oscuridades  del  campo  de  batalla 
invadido  por  la  noche  y  por  la  muerte ;  las  blancuras  de 
Gabriel  y  de  María  en  los  resplandores  de  la  Anunciación, 
y  los  lívidos  horrores,  los  sombríos  relámpagos,  la  si- 
niestra piedad  infinita  del  Gólgota. 

No  puedo  seguirle  en  su  visión  demasiado  larga.  Para 
soñar  ese  mundo,  Gustavo  Doré  ha  empleado  solamente 
dos  ó  tres  años,  y  el  artista  ha  necesitado  improvisar,  al 
día,  las  mil  escenas  distintas  del  drama.  Cada  grabado 
es,  lo  repito,  el  sueño  particular  que  ha  tenido  el  artista 
después  de  haber  leído  un  versículo  déla  Biblia;  no  puedo 
dar  á  esto  más  nombre  que  el  de  sueño ,  porque  ese  gra- 
bado no  vive  la  vida  que  nosotros  vivimos ;  es  demasiado 
blanco  ó  demasiado  negro ;  es  el  dibujo  de  una  decoración 
teatral ,  tomada  cuando  la  magia  termina  entre  los  res- 
plandores brillantes  de  la  apoteosis. 

El  improvisador  ha  trazado  en  las  márgenes  sus  im- 
presiones, fuera  de  toda  realidad  y  de  todo  estudio ,  y  su 


GUSTAVO    DORÉ.  47 


prodigioso  talento  ha  dado  á  ciertos  dibujos  una  especie 
de  existencia  extraña,  que  no  es  vida,  pero  que,  cuando 
menos,  es  movimiento. 

Tengo  todavía  delante  de  los  ojos  el  dibujo  que  se  ti- 
tula: Acham  lapidado.  Acham  aparece  tendido  y  con  los 
brazos  abiertos  en  el  fondo  de  un  barranco ;  las  piernas  y 
vientre  están  destrozados,  magullados  bajo  enormes  pie- 
dras ;  y  del  cielo  oscuro ,  de  las  profundidades  horrorosas 
del  horizonte,  llegan  lentamente ,  una  á  una ,  en  fila  inter- 
minable ,  las  aves  carnívoras  que  van  á  disputarse  las  en- 
trañas que  las  piedras  han  hecho  relucir.  Todo  el  talento 
de  Gustavo  Doré  está  en  este  grabado ,  que  es  una  pesa- 
dilla maravillosamente  concebida  y  puesta  en  relieve. 
Mencionaré  también  la  página  en  que  el  Arca,  detenida 
en  la  cima  del  monte  Ararat,  se  proyecta  sobre  el  claro 
horizonte  en  una  enorme  silueta ,  y  aquélla  otra  página 
que  representa  á  la  hija  de  Jephté  en  medio  de  sus  com- 
paneras ,  llorando  en  una  aurora  dulce  su  juventud  y  sus 
hermosos  amores,  que  no  tendrá  tiempo  de  gozar. 

Debía  yo  mencionarlo  todo ,  analizarlo  todo ,  para 
hacerme  entender  mejor.  La  obra  parte  de  las  dulzu- 
ras del  edén ;  su  primer  grito  de  dolor  y  de  espanto  es 
el  diluvio ;  grito  que  es  apaciguado  muy  pronto  por  la 
voz  serena  de  los  patriarcas,  cuyas  blancas  hijas  van  á 
las  fuentes  con  su  dulce  sonrisa  y  su  tranquila  virginidad. 
Viene  después  la  extraña  tierra  de  Egipto ,  con  sus  mo- 
numentos y  sus  horizontes ;  la  historia  de  José  y  la  de 
Moisés  nos  son  presentadas  con  inusitado  lujo  de  trajes  y 
de  arquitecturas,  con  toda  la  humildad  infantil  del  hijo  de 
Jacob  y  todos  los  horrores  de  las  doce  plagas  y  del  paso 
del  mar  Rojo.  Comienza  entonces  la  historia  ruda  y  con- 
movedora de  aquella  tierra  de  Judea ,  que  ha  bebido  más 
sangre  humana  que  agua  llovediza:  Sansón  y  Dalila ,  Da- 


48  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


vid  y  Goliat,  Judit  y  Holofornes,  los  gigantes  brutos  y 
las  mujeres  crueles ,  los  terrores  de  la  traición  y  del  ase- 
sinato. La  leyenda  de  Elias  es  el  primer  rayo  divino  y 
profético  que  rompe  esta  noche  sangrienta ;  vienen  des- 
pués los  dulces  cuentos  de  Tobías  y  de  Esther ,  y  aquel 
sollozo  de  dolor,  aquel  sollozo  tan  profundamente  huma- 
no en  su  desaliento  que  lanza  Job  raspando  sus  llagas  en 
el  estiércol  de  su  miseria.  Álzanse  después  los  vengado- 
res,  llena  la  boca  de  lamentaciones  y  de  amenazas,  esos 
vengadores  de  Dios ,  Isaías ,  Jeremías ,  Ezequiel ,  Baruch, 
Daniel,  Amos,  sombrías  figuras  que  dominan  á  Israel, 
maldiciendo  de  la  humanidad  corrompida  y  profetizando 
la  redención  del  hombre. 

La  redención  es  ese  idilio  austero  y  dulce  que  va  des- 
de los  resplandores  de  la  Anunciación  hasta  las  lágrimas 
del  Calvario.  Aquí  aparecen  el  Pesebre,  la  huida  á  Egip- 
to, Jesús  en  el  templo  predicando  sus  primeras  verdades, 
Jesús  en  las  bodas  de  Cana  realizando  su  primer  milagro. 
Esta  segunda  parte  de  la  obra  me  gusta  menos ;  el  ar- 
tista necesitaba  combatir  contra  la  vulgaridad  de  asun- 
tos tratados  por  más  de  diez  generaciones  de  pintores  y 
de  dibujantes ,  y  no  parece  sino  que  se  ha  complacido ,  no 
sé  por  qué  sentimiento,  en  amenguar  su  originaHdad 
dándonos  el  Jesús ,  la  Virgen  María ,  los  Apóstoles  de 
todo  el  mundo.  Su  mujer  adúltera,  su  Her odias,  su 
Transfiguración ,  todas  esas  escenas  y  todos  esos  tipos 
conocidos  aparecen  ante  nosotros  como  grabados  anti- 
guos que  nos  gustaron  en  la  infancia ,  que  volvemos  á 
ver  ahora,  que  reconocemos  y  acogemos  con  agrado. 
Doré  no  se  ha  emancipado  lo  bastante  de  la  tradición. 
Cuando  comienza  el  drama  de  la  Cruz,  torna  el  artista  á 
sus  grandes  sombras,  á  sus  negruras  espantosas  atrave- 
sadas por  lívidos  relámpagos.  En  el  desenlace,  el  artista 


GUSTAVO    DORÉ.  49 


presenta  las  visiones  de  San  Juan,  y  hasta  el  sonido  so- 
lemne y  terrible  de  la  trompeta  del  Juicio  final ,  con  lo 
que  termina  la  obra ,  cuyo  principio  ha  sido  la  gestación 
infinita  de  Jehová,  llenando  de  luz  el  universo. 

Tal  es  la  obra.  Creo  que  este  rápido  resumen  basta 
para  darla  á  conocer  á  los  que  están  familiarizados  con 
el  talento  de  Gustavo  Doré.  Este  talento  consiste  más' 
principalmente  en  las  condiciones  pintorescas  y  dramá- 
ticas de  la' visión  interna.  El  artista,  en  su  intuición  rápi- 
da ,  se  apodera  siempre  del  punto  más  interesante  del 
drama,  del  carácter  dominante,  de  las  líneas  sobre  las 
cuales  es  conveniente  insistir. 

Esta  especie  de  visión  tiene  á  su  servicio  una  mano 
hábil,  que  traduce  con  valentía  y  vigor  el  pensamiento  del 
dibujante  en  el  momento  mismo  en  que  ese  pensamiento 
se  formula.  De  aquí  ese  movimiento,  ya  cómico,  ya  trá- 
gico que  presta  animación  á  los  grabados ;  de  aquí  ese 
hermoso  contraste,  esas  bellas  líneas  que  se  salen  del 
fondo,  esa  apariencia  extraña  y  seductora  de  los  dibujos, 
que  se  ahuecan  y  se  agitan  en  una  especie  de  peregrino 
ensueño  lleno  de  grandeza. 

De  aquí  también  los  defectos.  El  artista  tiene  sola- 
mente dos  sueños :  el  sueño  pálido  y  tierno  que  cubre  el 
horizonte  de  nieblas,  borra  las  figuras,  atenúa  las  tin- 
tas, anega  la  realidad  en  las  visiones  de  la  semi-vigilia ; 
ó  el  sueño  pesadilla,  todo  negro  con  relámpagos  blan- 
cos ,  la  noche    profunda  iluminada   por   efímeros  res- 
plandores de  luz  eléctrica.   En  algunos  momentos  ,  ya  lo 
he  dicho ,  se  creería  asistir  al  quinto  acto  de  una  comedia 
de  magia,  cuando  brilla  la  apoteosis  con  los  resplandores 
de  las  luces  de  Bengala.  Negro  y  blanco  en  tablas ;  un 
mundo  de  cartón,  siniestro    en  sí,  y  animado  por  aluci- 
naciones espantosas. 

4 


5 o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


El  efecto  es  terrible;  los  ojos  quedan  encantados  ó  se 
aterran ,  la  imaginación  queda  conquistada ;  pero  no 
aproximéis  mucho  el  grabado  á  la  vista,  no  lo  estudiéis, 
porque  veríais  entonces  que  allí  no  hay  sino  perspectiva 
y  novedad;  que  aquello  se  reduce  á  sombras  y  reflejos. 
Aquellos  hombres  no  pueden  vivir,  porque  no  tienen  hue- 
sos, ni  músculos;  aquellos  paisajes  y  aquellos  cielos  no 
existen  ,  porque  solamente  el  sueño  tiene  esos  horizontes 
peregrinos  poblados  de  ñguras  fantásticas ,  esos  países 
maravillosos  cuyos  árboles  y  cuyas  rosas  poseen,  ora  una 
majestuosa  amplitud,  ora  un  estrechez  siniestra.  La 
loca  de  la  casa  lo  domina  todo ;  ella  es  la  bondadosa 
musa  que  con  su  varita  mágica  crea  esos  mundos  que 
sueña  el  artista  frente  á  los  poemas. 

Gustavo  Doré  ha  sido,  á  no  dudarlo,  uno  de  los  artis- 
tas más  singularmente  dotados  de  nuestra  época;  podía 
ser  uno  de  los  más  vivos  si  se  decidiese  á  recobrar  fuer- 
zas en  el  estudio  de  la  naturaleza  verdadera  y  potente  ; 
grande,  más  que  todos  sus  sueños  y  con  otro  modo  de 
grandeza. 

Tal  es  la  opinión  de  un  realista  acerca  del  ideahsta 
Gustavo  Doré. 

Tengo  que  tributar  más  elogios  todavía.  Otro  artista 
ha  tomado  también  parte  en  la  ilustración  de  la  Biblia, 
dibujando  letras  de  adorno ,  ornamentos  y  flores  de  exqui- 
sita delicadeza.  M.  Giacomelli  no  es  precisamente  un  des- 
conocido ;  ha  publicado  en  1862  un  estudio  acerca  de 
Raffet ,  en  el  que  ha  hablado  con  estusiasmo  de  este  dibu- 
jante  de  una  verdad  tan  original;  posteriormente  ha  ilus- 
trado de  una  manera  primorosa  una  obra  de  M.  de  la 
Palma.  Hay  un  contraste  muy  extraño  entre  la  pureza 
del  dibujo  de  GiacomelH  y  la  línea  calenturienta  y  tor- 
mentosa de  Gustavo  Doré.  Los  dibujos  de  Giacomelli 


GUSTAVO    DORÉ. 


no  son,  3^a  lo  sé,  otra  cosa  que  simples  adornos;  pero 
revelan  un  verdadero  sentimiento  artístico  lleno  de 
buen  gusto  y  de  gracia.  Muy  de  veras  celebraré  jo  verle 
hacer  una  obra  aparte.  El  gran  visionario,  el  improvisa- 
dor que  ha  hablado  la  lengua  de  Dante,  la  de  Cervantes, 
y  la  de  Dios ,  le  aplasta  con  la  grandiosa  tempestad  de 
sus  ensueños. 


Emilio  Zola. 


FLORES  IMPURAS 

(traducción  de  francisco  coppée). 


¡Hermoso  día!  En  la  calle 
Vi ,  claudicantes  y  trémulos , 
Con  un  ataúd  de  niño , 
Pasar  dos  sepultureros. 

Llevábanlo  como  un  fardo 
Cualquiera ;  sin  ningún  séquito : 
¡  Ni  un  ramo ,  ni  una  corona 
Sobre  el  blanquecino  lienzo! 

¡  Qué  cuadro !  Espantoso  drama 
Soñé :  sobre  infame  lecho 
De  un  hospital,  la  culpable 
Madre  llorando  y  rugiendo, 

Sin  comprender  que  la  muerte 
Evita  mayores  duelos 
Al  lastimoso  bastardo 
Que  va  al  hoyo  antes  de  tiempo. 

De  pronto ,  alegre  mozuela , 
Agarrada  á  sj^  cortejo, 
Con  sus  cintas  y  sus  gasas 
Rozó  el  miserable  féretro. 

Cual  suelen  estas  muchachas , 
Iba  charlando  y  luciendo 
Labios  demasiado  rojos, 
Párpados  sobrado  negros ; 


54  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Y  en  la  diestra  juguetona 
Un  ramilletito  de  esos 

Que  en  Abril ,  á  cada  esquina , 
Venden  por  algunos  céntimos. 

Al  ver  la  fúnebre  caja , 
Sus  ojos  se  humedecieron, 
Y  compasiva  á  su  modo, 
Fué  á  dar  sus  flores  al  muerto. 

Pero  detuvo  su  mano 
Involuntario  respeto ; 
Cayó  á  tierra  el  ramillete; 
Pasó  adelante  el  entierro. 

Mujer  que  en  el  lodo  vives, 
He  visto  bien  lo  que  has  hecho : 
Al  mundo  tu  honrado  escrúpulo 
Quisiera  dar  como  ejemplo. 

Alma  encierras  casta  y  digna 
En  tu  mancillado  pecho : 
Para  el  párvulo  inocente 
Juzgaste  impuro  tu  obsequio. 

El  ramillete  ofrecido 
Retiraste:  hubiste  miedo 
De  que  lastime  á  la  madre 
Sospechoso  ofrecimiento. 

Hasta  en  la  muerte  respetas 
Á  la  infancia.  Valen  menos 
Muchas  dudosas  virtudes 
Que  tu  amargo  y  triste  esfuerzo. 

Y  el  niño ,  á  quien  tu  alma  púdica 
Negó  un  don  de  poco  aprecio, 

Es,  ¡pobre  mujer!,  un  ángel 
Que  tu  perdón  pide  al  cielo. 

Teodoro  Llórente. 


Sección  Hispano -Ultramarina. 


LA  DEMOCRACIA  EN  EUROPA 

Y   AMÉRICA. 


III. 


LA  democracia  de  los  Estados  Unidos  es  en  no 
pocos  puntos  igual  á  la  helvética.  Forma  republi- 
cana, federalismo,  autónomos  Estados  particula- 
res, soberanía  nacional  partida  en  dos,  sistema  repre- 
sentativo y  no  parlamentario ,  ni  de  gabinete  ;  todo  esto 
es  común ,  y  no  hace  el  referendum  excepción ,  aunque 
menos  practicado  por  los  anglo-americanos  que  por  los 
suizos.  Las  diferencias  al  pronto  más  visibles  entre  una 
confederación  y  otra,  son  dos.  Consiste  una  en  el  cre- 
ciente carácter  de  superioridad  que  su  participación  di- 
recta en  el  Gobierno  da  al  Senado ,  ó  representación  de 
los  Estados  anglo-americanos,  sobre  el  otro  cuerpo  limi- 
tado á  votar  leyes ,  y  sin  intervenir  por  derecho  propio 
en  las  resoluciones  del  poder  ejecutivo  jamás  ;  mientras 
que  el  Consejo  de  los  Estados  ó  alta  Cámara  en  Suiza, 
tiene  iguales  facultades  que  la  que  puede  llamarse  baja,  y 
su  prestigio  mengua  cada  día.  La  otra  diferenciase  cifra 
en  la  respectiva  posición  de  los  presidentes ;  pues  la  del  de 


5 6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


los  Estados  Unidos,  todo  el  mundo  ve  que  no  es,  como  la 
del  de  Suiza,  insignificante.  Repítense  ambas  entre  la  pe- 
culiar organización  de  los  Estados  y  la  de  los  cantones, 
con  dos  Cámaras  y  un  poder  ejecutivo  unipersonal,  ar- 
mado del  veto  aquéllos,  cuando  éstos  tienen  Gobierno 
colegiado  y  Cámara  única.  Con  su  absorbente  referen- 
dum y  todo,  no  ofrece  Suiza,  por  las  diferencias  dichas, 
mejor  modelo  democrático  que  los  Estados  Unidos.  Dales 
su  Senado  á  éstos  un  elemento  de  consistencia,  que  la 
democracia  helvética,  con  su  marcada  tendencia  al  di- 
recto predominio  popular,  muy  bien  puede  envidiarles. 
Cuanto  á  la  mayor  autoridad  del  Presidente,  siempre  ha 
de  serle  menos  sensible  la  diferencia  á  Suiza,  supuesto 
que  entre  los  atributos  cardinales  de  su  Estado,  no  aspira 
á  poseer  el  de  potencia  exterior.  La  república  anglo- 
americana, por  el  contrario,  ni  se  ha  amparado  nunca  de 
una  neutralidad  más  ó  menos  forzosa,  ni  por  sistema  se 
habría  obligado  á  guardarla  jamás.  Rehusaron  desde  el 
principio  aquellos  colonos  altivos  reducirse  á  la  condición 
subalterna  de  los  pueblos  que,  por  falta  de  naturales 
fuerzas  ó  de  organismo  potente,  siguen  las  sendas  que 
otros  abren  en  la  Historia  universal.  Por  eso  la  voz  de 
Suiza  sólo  suena  en  defensa  propia  ,  mientras  que  la  de 
los  Estados  Unidos  siempre  es  oída,  en  los  mensajes  cons- 
titucionales de  su  Presidente,  con  alguna  zozobra  por 
parte  de  otras  Naciones  ;  y  hasta  aquellos  de  sus  compa- 
triotas malcontentos  con  el  presente  régimen ,  reconocen, 
por  ejemplo ,  « que  el  derecho  de  ésta  á  proteger  el  Nuevo 
Mundo  de  las  intrusiones  del  despotismo  extranjero,  se  ha 
afirmado  en  los  últimos  años»  (')•  No  prejuzgo  lo  que  la 
diplomacia  anglo-americana  pueda  intentar  á  veces,  par- 


( I )  Palabras  citadas  en  The  Government  Year  Bcok 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  57 


tiendo  de  este  derecho  contestable  ;  consigno  sólo  que 
para  pretenderlo  no  bastaría,  de  seguro,  un  poder  ejecu- 
tivo al  modo  helvético. 

Fuera  de  esto,  que  toca  á  la  soberanía  exterior,  el 
buen  ejercicio  de  la  interior  también  tuvo  gran  parte  en 
el  hecho  de  que  los  constituyentes  de  Filadelfia  pusiesen 
á  su  cabeza  un  Presidente  con  los  atributos  que  detallaré 
después.  Vese  en  todo  que  la  Convención  aquella  se  pro- 
puso, menos  asegurar  las  libertades  de  los  ciudadanos, 
sin  duda  porque  las  gozaban  por  hábito ,  que  dar  al  fede- 
rativo Estado  base  durable.  Harto  claro  lo  dicen  los  En- 
sayos publicados  por  Alejandro  Hamilton ,  John  Jay  y 
James  Madison  en  el  Federalist  ( ' ) ,  obra  al  principió 
periódica,  reunida  y  clásica  ahora,  de  que  corren  ya 
veinticinco  ediciones ,  y  constituye  un  Comentario  perpe- 
tuo de  aquella  insigne  obra  constitucional.  La  Convención 
no  redactó,  en  resumen,  lo  que  en  Francia  y  otras  mu- 
chas partes  se  ha  llamado  luego  una  Constitución  liberal, 
porque,  fuera  de  desatar  los  lazos  con  la  madre  patria, 
de  constituir  federativamente  un  gran  Estado  con  todas 
las  condiciones  de  tal ,  y  de  procurar  el  mantenimiento  de 
éste,  nada  puso  en  la  suya  que  alterara  la  situación  de 
los  particulares  Estados  en  sí  ni  la  de  sus  habitadores.  Y 
aquí  conviene  recordar  que  el  pueblo  americano ,  de  que 
al  tiempo  de  la  Independencia  se  hablaba,  lo  era  de  Esta- 
dos, que  no  de  ciudadanos  particulares ,  porque,  fuera  de 
aquéllos  no  poseían  estos  últimos  valor  alguno  federal. 
En  cambio ,  aunque  en  Filadelfia  no  se  definieran  ni  de- 
cretaran los  derechos  individuales  ó  el  Self-government y 
á  nadie  se  le  ocurrió  que  en  las  franquicias  reconocidas 

(  I )  The  Federalist  a  commentary  on  the  Constitution  of  the  United  States, 
reprinted  from  the  original  text  of  Álexander  Hamilton,  John  Jay  and  James 
Madison:  London ,    1888. 


5 8  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


por  la  Cormnon  Law  inglesa  cupiese  la  menor  alteración. 
Por  esta  combinación  de  conceptos ,  nunca  entendieron 
por  voluntad  nacional  los  padres  de  la  Independencia  la 
directamente  popular,  así  como  tampoco  concibieron  la 
igualdad  de  funciones  entre  las  personas ,  por  manera  que 
el  sufragio  público,  verbigracia,  correspondiese  á  todo 
varón  mayor  de  edad.  Partiendo  de  hechos  tales ,  pudo 
decirse  con  razón  después,  que  de  Filadelfia  salió  la 
Confederación  con  la  menor  cantidad  posible  de  demo- 
cracia. De  aquí  también  que  lord  John  Russell  haya  es- 
crito en  sus  Memorias  «que,  así  como  posee  Inglaterra 
una  especie  de  monarquía  republicana ,  pudieran  los  Es- 
tados Unidos  titularse  una  república  monárquica»  (')• 
No  hay  que  atribuirlo  todo  ala  prudencia,  aunque  los 
primeros  hombres  de  Estado  de  la  nueva  Nación  la  tu- 
viesen grande :  la  casi  declarada  anarquía  que  amenazó 
en  su  cuna  á  la  Confederación,  paralelamente  obligada  á 
organizarse  y  defenderse  de  un  formidable  enemigo,  da 
también  razón,  en  mucha  parte,  del  singular  espíritu 
conservador  que  informó  el  trabajo  de  los  constituyentes 
de  Filadelfia. 

Á  todo  esto ,  es  claro  que  los  Estados  suizos ,  muchí- 
simo antes  que  los  anglo-americanos ,  poseyeron  repúbli- 
cas ,  celebraron  entre  sí  alianzas ,  conocieron  y  practica- 
ron, según  se  ha  visto,  la  absoluta  democracia,  motivos 
por  los  cuales  he  tenido  que  comenzar  mi  estudio  por  sus 
instituciones  peculiares.  Mas,  hoy  por  hoy,  los  copiados 
no  son  ellos,  sino  los  copistas,  bien  que  no  hayan  acep- 
tado las  dobles  Cámaras  locales,  ni  la  forma  del  poder 
ejecutivo  de  los  anglo-americanos.  Dos  cosas  de  igual 
modo  fundamentales  han  tomado  de  ellos,  ya  que  esas 

(i)  ComteJohn  Russell  :  Mémoires  et Souvenirs ;  ¡8i}-i8y^.  Traduit 
de  l'anglais  par  Charles  Bernard  Derosne:  Saint-Germain  ,  187Ó. 


LA    DEMOCRACIA   EN    EUROPA    Y   AMÉRICA.  59 


no :  la  primera,  el  actual  Consejo  de  los  Estados  ,  con  que 
han  sustituido  la  Dieta  antigua;  la  segunda,  el  sistema 
de  representación  igual  de  todo  Estado  ó  cantón.  Llévase 
esto  en  los  Estados  Unidos  hasta  el  extremo  de  que  go- 
zan representación  idéntica  que  los  más  antiguos  Estados, 
los  territorios  ó  países  provisionalmente  constituidos ,  no 
bien  se  elevan  á  aquella  categoría.  Y  no  hay  ya  que  de- 
cir, por  tanto,  que  una  gran  minoría  de  población,  repre- 
sentada por  cualquier  mayoría  de  Estados ,  decide  en  la 
Confederación  anglo-americana ,  como  en  la  suiza,  sobre 
toda  cuestión  común.  Aun  tratándose  de  enmiendas  á  la 
Constitución  federal,  obHga  á  mayor  desproporción  la 
anglo-americana,  porque ,  no  sólo  pide  mayoría  de  dos 
tercios  en  los  votantes  del  Congreso ,  sino  que  exige  la 
aprobación  luego  de  tres  cuartas  partes  de  las  Cámaras 
legistativas  de  los  Estados  ,  particulares.  Mediante  este 
método,  el  de  Nevada,  que  en  1880  contaba  sólo  62,266 
habitantes,  pesa  tanto  en  la  Confederación  como  New- 
York,  que  poseía  5.082,871  ala  misma  fecha.  Difícil  fuera 
investigar,  en  tanto ,  hasta  qué  punto  haya  influido  en  los 
progresos  del  referendum  suizo  el  ejemplo  de  la  Consti- 
tución  francesa  de  1793 ;  pues,  bien  que  las  ideas  alema- 
nas preponderen  allí  hoy,  así  en  la  enseñanza  como  en  la 
ciencia,  los  principios  políticos  de  la  Revolución  france- 
sa, siempre  han  informado,  según  ya  he  expuesto,  sus 
reformas  políticas;  pero  lo  que  de  cierto  se  sabe  es  que 
tiene  origen  propio  el  referendum  en  los  Estados  Unidos. 
Ejercitáronlo  allí,  cual  en  toda  corta  población  rural,  los 
primeros  colonos ;  y  no  tuvo  que  ser  esta  de  las  cosas  que 
imitaran  de  Inglaterra,  aunque,  con  el  nombre  de  Local- 
option,  exista  en  ella  ahora  parecida  institución,  que, 
como  su  denominación  indica,  aplícase  á  asuntos  de  poli- 
cía local.  De  todas  suertes,  está  el  referendum  en  uso  en 


6o-  LA    ESPAÑA    MODERNA - 


ambas  Confederaciones,  aunque  no  sólo  con  más  exten- 
sión, sino  con  mucha  mayor  fe  entre  los  suizos  que  entre 
los  anglo-americanos.  No  acuden  á  él  sus  Estados  par- 
ticulares ,  sino  cuando  se  trata  de  cuestiones  constitucio- 
nales y  algunas  otras  especialísimas,  siendo  obligatorio 
en  las  primeras,  y  facultativo  para  las  demás.  Pero  más  ge- 
neralmente lo  convocan  las  Cámaras  locales,  sin  otro  ob- 
jeto que  echar  de  sí  la  responsabilidad  de  asuntos  arduos  ó 
con  exceso  controvertidos.  Así  nos  lo  dice  el  insigne  his- 
toriador y  pubHcista,  catedrático  á  la  par  de  Oxford, 
James  Bryce,  en  su  magistral  y  reciente  obra  sobre  los 
Estados  Unidos  ('). 

Inclínase  éste  á  que  esa  directa  intervención  popular 
en  las  cuestiones  constitucionales  es  un  elemento  con- 
servador, por  cuanto  hace  más  larga  y  complicada  la 
tramitación  de  las  enmiendas  ó  reformas ,  lo  cual  entra 
en  la  teoría  democrática,  que  podríamos  titular  obstruc- 
ciones útiles,  casi  recomendadas  al  pueblo  sobre  un  edifi- 
cio público  de  Zurich.  El  caso  es  que,  más  veces  aún  que 
en  Suiza,  según  parece,  responde  que  no  el  referendum 
á  lo  que  se  le  pregunta.  No  diré  que  convenga  esto  tanto 
á  las  mujeres  como  á  los  hombres,  porque  nada  menos 
que  cuatro  ó  cinco  de  las  enmiendas  constitucionales  des- 
echadas por  el  referendum  les  concedían  el  sufragio; 
reforma  qué ,  después  de  triunfar  en  los  cuerpos  legisla- 
tivos locales ,  hasta  aquí  ha  sucumbido  ante  el  voto  mas- 
culino universal.  Verdad  es  que  el  sumo  intérprete  de  la 
Constitución,  ó  sea  el  Tribunal  federal,  se  opone  asimis- 
mo á  los  deseos  del  sexo ,  realmente  bello  en  su  generali- 
dad, de  los  Estados  Unidos,  fundándose  en  que,  si  bien 
posee,  como  quienquiera,  todos  los  derechos  naturales 

(i)     The  American  Commonwealth ,  by  James  Bryce:  London,  1888. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  6 1 

Ó  individuales ,  ser  ciudadano  de  los  Estados  Unidos  y 
elector,  son  cosas  que  en  derecho  nada  tienen  que  ver. 
Por  donde  consta  cuánta  fuerza  conserva  allí  aún  el  anti- 
guo derecho  constituido.  Para  el  bien  enterado  escritor 
que  últimamente  he  citado,  el  referendum  es  menos  pe- 
ligroso de  todos  modos  en  los  Estados  Unidos,  que  pu- 
diera serlo  en  otras  muchas  partes,  con  excepción,  sin 
duda,  de  Suiza,  mediante  la  mayor  instrucción  y  facili- 
dad de  recursos  con  que  vivir  que  en  ambos  países  reina 
entre  los  habitantes ,  aunque  en  el  uno  prepondere  la  me- 
dianía de  las  fortunas ,  y  exista  sobre  esto  en  el  otro  una 
suma  desigualdad.  No  llega  su  preferencia  por  el  refe- 
rendum hasta  el  punto  que  pretenda  Bryce  que  leyes 
votadas  sin  previa  discusión,  ante  los  electores,  cuando 
se  refieren  á  asuntos  que  pocos  entienden,  ofrezcan  pro- 
babilidad alguna  de  ser  excelentes.  No:  por  más  que  ad- 
mire poco  á  las  actuales  Cámaras  legislativas  de  los  Es- 
tados, apresúrase  á  decir  que  si  suelen  ser  ellas  ignoran- 
tes, lo  son  de  cierto  más,  con  su  relativa  instrucción  y 
todo,  las  turbas  electorales  anglo-americanas.  Mas  como 
ninguna  lucha  ha  costado  en  el  ínterin  el  referendum  á 
los  ciudadanos  de  los  Estados  Unidos ,  su  ejercicio  no 
significa  allí,  cual  en  Suiza,  revolucionarias  victorias. 
Hácelo  esto  menos  controvertido ,  más  natural  ó  normal, 
y  no  legislando  al  propio  tiempo  sino  en  lo  peculiar  de  los 
Estados,  bajo  ningún  concepto  parece  tan  ocasionado  á 
excesos  como  el  de  Suiza. 

Por  de  contado,  que  en  esto  ya  se  observa,  cual  en 
todo ,  que  la  repugnancia  á  la  democratización  del  país 
de  los  legisladores  de  Filadelfia  se  ha  modificado  pro- 
fundamente durante  los  últimos  cincuenta  años.  Aunque 
permanezca  la  Constitución  federal  casi  íntegra,  dentro 
de  ella  han  hecho  los  Estados  particulares  una  revolu- 


02  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ción  legal  en  sentido  democrático ;  revolución  decidida- 
mente inspirada  por  las  ideas  francesas,  tan  poco  simpá- 
ticas en  el  fondo  á  sus  progenitores.  Verdad  es  que ,  desde 
sus  primeras  reformas  constitucionales ,  iniciaron  la  em- 
presa los  Estados ,  encabezándolas  á  veces  con  declara- 
ciones de  derechos ,  antes  informadas  por  los  principios 
de  1789  que  por  el  MU  de  derechos  inglés.  Pero  eran 
aquéllos  entonces  superficiales  alardes ,  cual  se  prueba 
por  los  muchos  años  que  ha  tardado  en  penetrar  después 
formalmente  dicha  tendencia,  que  hoy  da  lugar  al  fal- 
seamiento práctico  del  concepto  del  Estado  con  que  la 
independencia  se  estableció.  Las  elecciones,  por  ejem- 
plo ,  al  tiempo  de  ella ,  estaban ,  y  han  continuado  largo 
tiempo,  en  manos  de  los  que  poseían  algo,  no  de  los  que 
nada  tenían  que  perder ,  y  de  los  ignorantes,  sin  que  esto 
empeciese  á  la  esencia  del  régimen  republicano ,  ni  aun 
del  democrático,  según  la  opinión  de  los  legisladores  de 
Filadelfia,  como  tampoco  en  sentir  del  gran  jurista  y  pu- 
blicista inglés  lord  Brougham  (')•  Hoy  ya  el  sufragio 
universal  impera  generalmente,  y  á  los  partidos  anglo- 
americanos, de  que  hablaré  luego,  les  va  mejor  con  él 
que  con  el  propio  referendum  y  porque  éste  no  toca  á  la 
elección  de  personas ,  que  es  su  fuerte.  Lo  que  en  el  con- 
junto de  las  instituciones  anglo -americanas  contraría  aún 
el  despotismo  del  número ,  es  la  complicada  graduación 
por  donde  los  negocios  ascienden  desde  abajo  á  arriba,  ó 
sea  del  pueblo  al  Gobierno  ,  sobre  todo  si  se  trata  del  su- 
premo federal.  Algunos  que  toman  origen  en  cualquier 
municipio ,  villa  ó  ciudad ,  nunca  sin  cierta  autonomía, 
suelen  tener  que  proseguir  su  camino  á  través  de]  con- 
dado y  de  las  dos  Cámaras  legislativas  de  cada  Estado, 

(  i)     Lord  Brougham:  De  la  Démocratie  et  des  Gouvernements  mixtas: 
Traduit  de  Tangíais  par  Louis  Regis  :  París,   1872. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y   AMÉRICA.  63 

hasta  llegar  á  veces  á  los  dos  federales  y  al  Presidente, 
camino  larguísimo ,  en  que  la  precipitación  y  el  violento 
empuje  del  número  no  pueden  menos  de  ir  rebajando  su 
impulso.  Y  aquí  tenemos  de  nuevo  la  dificultad  del  mo- 
vimiento ,  la  obstrucción,  como  interesantísimo  elemento 
conservador  en  las  democracias  reinantes.  Aunque  el 
doble  municipio  americano  todavía  conserve  en  su  espí- 
ritu algo  de  aquel  principio  de  la  Common  Law,  de  que 
ninguna  personalidad  jurídica  ó  cuerpo  moral  puede  vi- 
vir sin  participar  en  cierta  medida  de  la  soberanía,  no 
iguala ,  por  supuesto ,  ni  con  mucho ,  al  suizo ,  como  ele- 
mento de  poder  púbHco,  pues  al  fin  está  sujeto  á  la  re- 
glamentación arbitraria  de  sus  Estados  respectivos.  Los 
condados  son,  por  su  parte,  ó  ciudades  populosas,  ó 
conjunto  de  medianas  y  pequeñas  poblaciones  agrupadas, 
y  no  alcanzan  importancia  grande ;  pero  de  todas  suertes 
constituyen  generalmente  un  trámite  más.  Los  Estados, 
como  tales ,  son  los  que  disfrutan  tanta  y  más  autonomía 
que  sus  semejantes  de  Suiza ,  y  con  sus  intereses  diver- 
sos, y  aveces  encontrados,  pudieran  oponer  altos  diques 
á  la  desbordada  corriente  popular ,  si  no  fuese  porque, 
como  se  verá  luego ,  vienen  ellos  mismos  á  parar  al  cabo 
en  otro  poder,  que  es  el  de  los  partidos. 

Por  lo  demás ,  después  del  movimiento  reformista  de 
que  hablé  antes ,  el  parecido  de  las  constituciones  de  los 
Estados  es  extremo.  Las  tres  maneras  de  gobernarse  que 
al  tiempo  de  la  independencia  poseían,  según  el  distinto 
origen  de  cada  colonización,  hanse  ido  asimilando,  y 
además  posee  cada  Estado  ahora ,  como  antes ,  un  Gober- 
nador, en  quien  reside  el  poder  ejecutivo,  con  la  prerro- 
gotiva  del  veto  suspensivo ,  y  un  poder  legislativo  de  dos 
Cámaras,  con  sola  una  excepción  recientísima.  El  con- 
vencimiento de  que  este  poder  debe  estar  en  dos ,  ha  per- 


64  LA    ESPAÑA    MODERNA, 


sistido  de  suerte,  que,  allí  donde  se  ha  suprimido  una  de 
las  Cámaras  con  pretexto  de  democratizar  más  e]  régi- 
men, se  ha  vuelto  hasta  ahora  á  restablecer,  y  otro  tanto 
sucederá  probablemente  en  adelante.  Añádase  que  los 
jefes  del  poder  ejecutivo  en  los  Estados,  los  jueces  mis- 
mos, en  la  gran  mayoría  de  ellos,  y  todos  los  funciona- 
rios, son  directamente  elegidos  por  el  pueblo,  cuando  en 
Suiza  no  lo  son  siempre,  ni  las  corporaciones  todas  que 
desempeñan  el  poder  ejecutivo,  y  se  formará  idea  clara 
de  la  estructura  constitucional  de  las  semi-independientes 
repúblicas ,  por  encima  de  las  cuales  representa  á  la  Na- 
ción entera  el  sistema  federal.  Mas  si  no  he  de  abandonar 
mis  ordinarias  comparaciones,  quédame  que  decir  que  lo 
mismo  que  el  poder  federal,  encuentro  mejor  constituido 
que  en  Suiza  el  de  los  Estados ,  en  la  Unión  anglo-ameri- 
cana,  porque  el  nombramiento  del  poder  ejecutivo  por 
las  Asambleas  mismas,  con  cuyo  concurso  administran, 
paréceme  el  menos  perfecto  de  todos  ;  y  fuera  ocioso 
añadir  que  dos  Cámaras  legislativas  son  también ,  á  mi 
juicio,  indispensables.  En  cambio,  no  ha  admitido  Suiza 
nunca  el  nombramiento  de  la  magistratura  por  el  pueblo, 
como  no  lo  admitió  la  Convención  de  Filadelfia  tampoco 
para  su  constitución  federal ;  y  débese,  sin  duda,  á  eso 
que  todos  los  tribunales  en  la  Confederación  europea  y 
los  puramente  federales  en  la  americana  permanezcan 
Ubres  de  descrédito. 


A.  Cánovas  del  Castillo. 


DE  LA  LITERATURA  MALLORQUÍNA  EN  1889 


CADA  vez  que  me  propongo  exponer  ó — usando  de 
una  frase  moderna  —  reflejar  la  producción  litera- 
ria de  Mallorca,  indefectiblemente  me  acuerdo  de 
una  curiosa  novela  rusa,  titulada  Ohlomoff,  El  ohlomo- 
vismo,  esa  pereza  eslava  ó  como  tedio  de  la  estepa  plo- 
miza y  uniforme ,  saltando  por  encima  de  razas  y  de  fron- 
teras ,  viene  á  encontrar  su  parentesco  en  la  somnolencia 
semi-árabe  del  carácter  mallorquín.  Aquí  se  cierran  los 
OJOS;  adormecidos,  no  por  la  monotonía  de  las  grandes 
superficies  desiertas,  sino  por  el  parpadeo  fatigoso  de 
nuestra  luz  implacable,  que  se  descompone  en  el  prisma 
de  una  naturaleza  variada  y  polícroma.  Todos  los  exce- 
sos perjudican  igualmente.  El  cielo  brumoso  y  oscuro 
enturbia  las  imágenes  y  es  como  una  falsa  noche  continua 
que  infunde  en  el  espíritu  un  sueño  imperceptible ,  pero 
tenaz.  El  sol  ardiente  del  mediodía  deslumbra  muchas 
veces,  y  no  pocas  consigue  la  acción  narcótica  de  los 
puntos  luminosos.  El  artista  mallorquín ,  abstraído  en 
la  contemplación  de  esta  naturaleza  florida  y  perenne- 
mente hermosa,  da  rienda  suelta  á  su  «perezoso  ima- 

b 


66  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ginar » ,  aunque  en  raras  ocasiones  logra  esa  inhibición 
absoluta  del  mundo  exterior ,  esa  concentración  total  del 
esfuerzo  necesaria  para  sentir  de  nuevo  y  con  intensidad 
sus  emociones. 

Sugiéreme  tales  ideas  la  desaparición  ,  acontecida 
durante  el  último  año ,  de  la  revista  Museo  Balear,  publi- 
cación que  ha  recogido  y  circulado  en  sus  páginas ,  todo 
el  caudal  literario — en  su  acepción  más  lata — que  salía 
de  las  inteligencias  insulares  :  historia ,  metafísica,  lulis- 
mo,  crítica,  poesía  y  literatura  propiamente  tal.  Resen- 
tíase, sin  embargo,  el  Museo  de  falta  de  interés  inme- 
diato. Los  trabajos  que  publicó,  casi  en  su  mayor  parte 
no  versaban  sobre  los  puntos  y  los  aspectos  que  impone 
á  la  verdadera  revista  la  evolución  incesante  de  las 
ideas.— Insertó  notables  artículos  históricos  de  D.  José 
María  Quadrado ;  trabajos  numismáticos  de  D.  Alvaro 
Campaner;  estudios  filológicos  de  D.  Tomás  Forteza; 
novelitas  mallorquínas  (por  el  lenguaje  ó  por  el  asunto) 
de  D.  Antonio  Frates  y  de  D.  Pedro  de  Alcántara  Peña; 
exposiciones  de  doctrina  científica  de  D.  José  Monlau; 
artículos  y  disertaciones  académicas  de  D.  José  Luis 
Pons  ;  refundiciones  de  los  más  conocidos  dramas  sha- 
kesperianos  del  mismo  Sr.  Quadrado  ;  artículos  ó  cuen- 
tos y  poesías  de  muchos  de  los  indicados  y  de  toda  la 
generación  más  joven,  desde  las  más  inspiradas  compo- 
siciones de  Miguel  Costa ,  hasta  las  más  ingeniosas  y  sus- 
tanciales de  Juan  Aleo  ver.  Pero  esta  misma  variedad  de 
asuntos  y  de  materias  no  hacía  más  que  darle  el  carácter 
de  extensa  miscelánea.  Raras  veces  asomaban  en  sus 
páginas  los  chispazos  dispersos  de  la  fragua  donde  se 
forja  el  hierro  candente  de  la  novedad  intelectual.  Tenía 
más  de  la  estantería  donde  se  ordenan  y  exhiben  objetos 
ya  labrados,  aunque  con  frecuencia  añejos.  Diríase  que 


DE   LA   LITERATURA    MALLORQUÍNA    EN    1 889.  67 

los  números  del  Museo  Balear,  dentro  de  la  segunda  mi- 
tad de  este  siglo,  carecen  de  fecha.  Desde  sus  apartadas 
estancias  no  se  perciben  los  gritos  de  la  lucha ,  ni  en  sus 
hojas  se  advierte  el  violento  latido  de  la  arteria  que  con- 
duce el  jugo  vital  recién  elaborado. 

Durante  la  segunda  época  de  su  publicación  (1884-89), 
se  ha  desarrollado  en  España  la  gran  controversia  lite- 
raria sobre  elnaturahsmo.  Causará  extrañeza  si  afirmo 
que  esta  pelea  no  ha  tenido  un  solo  eco ,  que  nadie  ha 
entrado  en  la  liza ,  que  nadie  ha  combatido  directa  ó  in- 
directamente la  nueva  doctrina ,  ni  siquiera  la  ha  extrac- 
tado. Durante  el  mismo  tiempo  se  ha  enardecido  la 
cruzada  catalanista.  La  tendencia  regional  expresada  en 
todas  sus  fases  por  la  poesía  inmediatamente  de  la  res- 
tauración del  habla  catalana  (en  la  cual  fueron  de  los  pri- 
meros y  de  los  más  afortunados  muchos  mallorquines, 
Aguiló,  Rosselló,  Pons,  Amer),  ha  pasado  desde  las 
formas  caóticas  del  sentimiento  poético  á  conglomerarse 
alrededor  de  núcleos  filosóficos  tomando  las  formas  defi- 
nidas del  sistema. 

Desde  las  manos  del  vate  ha  pasado  la  señera  regio- 
nal á  las  del  pubHcista,  del  sociólogo  y  del  orador.  Lo 
que  no  fué  más  que  un  suspiro  romántico ,  más  que  un 
adiós  lacrimoso  al  viejo  ensueño  desvanecido,  se  convir- 
tió luego  en  grito  de  reconquista ,  apareciendo  el  regio- 
nalismo, el  particularismo  y  hasta  el  filibusterismo.  Hay 
que  ser  consecuentes ,  y  reconocer  que  de  aquellos  polvos 
nacen  estos  lodos.  Hay  que  ser  lógicos,  y  no  asustarse 
aturdidamente  de  la  planta  social  que  sembró  aquella 
semilla  literaria.  Hay,  por  último ,  que  ser  imparciales ,  y 
notar  que  estas  escuelas,  pacatas  y  tímidas  las  unas, 
prudentes  las  otras,  exageradas  y  ultra  hiperbólicas  la 
mayor  parte,  tienen,  si  así  puede  decirse,  un  máximo 


68  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


común  divisor  en  que  todas  concurren  y  se  interceptan. 
Á  depurar  este  común  divisor  y  este  fondo  general  de 
verdades  y  de  reivindicaciones  necesarias  debieron  diri- 
girse los  comunes  esfuerzos.  Y  el  renacimiento  mallor- 
quín, casi  unánimemente  partidario  de  la  unidad  de  la 
lengua  catalana  según  la  pedía  el  amenísimo  D.  Juan 
Valera  desde  estas  mismas  hojas,  ha  vuelto  las  espaldas 
á  la  cuestión,  encerrándose  en  el  silencio  y  en  su  lirismo 
platónico ,  que  á  estas  horas  ha  perdido  todos  los  encan- 
tos de  la  novedad,  si  no  se  convierte,  como  creo,  en 
mera  convención  retórica. 


No  hay,  pues,  en  Mallorca  regionahsmo  militante  de 
ninguna  especie.  Por  más  doloroso  que  sea  confesarlo, 
los  hechos  son  inflexibles  y  no  se  esconden.  Mallorca,  si 
ya  no  ha  llegado,  camina  rápidamente  á  una  absorción 
total  de  su  fisonomía  histórica  y  etnográfica,  no  en  la  re- 
sultante de  la  unidad  nacional ,  que  en  ella  noblemente  fun- 
dida y  hasta  absorbida  estuvo  siempre ,  sino  en  el  unifor- 
mismo  más  igualitario  y  geométrico.  Las  personas  de 
mejor  inteligencia,  y  hasta  muchos  escritores,  conside- 
ran aquí  casi  como  un  dehto  de  traición  el  discutir  la 
legitimidad  real  de  las  más  leves  imposiciones  adminis- 
trativas. Parece  que  viven  sugestionados  por  la  influen- 
cia centrípeta ,  ó  que  respiran  el  aire  de  toda  suerte  de 
preocupaciones  burocráticas.  Cierto  ejemplo  que  no  falta 
en  ningún  tratado  de  química,  nos  habla  de  la  gruta  del 
perro  y  del  valle  de  la  muerte^  donde  una  capa  de  ácido 
carbónico  extiende  su  acción  letal  hasta  determinada  al- 


DE    LA    LITERATURA    MALLORQUÍNA    EN    1 889.  69 

tura.  Dentro  de  esta  capa ,  la  asfixia  y  hasta  la  muerte; 
fuera  de  ella,  el  aire  puro,  la  agilidad,  la  lucidez.  Del 
mismo  modo  se  extiende  sobre  las  inteligencias  la  atmós- 
fera del  prejuicio.  Casi  toda  la  actividad  intelectual  de  Ma- 
llorca se  consume  en  las  luchas  de  la  política  al  uso  6  en  el 
bufete  del  abogado,  que  más  que  profesiones  ligadas  pare- 
cen inseparables.  A  muchos  talentos  dignos  de  no  tener 
su  criterio  enajenado  á  esta  política  casera,  los  vemos  con- 
vertidos en  otros  tantos  girasoles  vueltos  constantemente 
de  cara  á  los  rayos  del  favor  central,  del  que  todo  lo  aguar- 
dan. Devóranse  con  sin  igual  avidez  periódicos  y  discur- 
sos, chascarrillos  y  ocurrenciasde  personajes  agrandados 
por  los  espejismos  de  la  distancia  y  por  las  amplificacio- 
nes de  la  prensa  de  partido,  inmensa  lente  puesta  sobre 
la  pequenez  del  infusorio.  De  esta  admiración  sin  límites 
se  origina  un  vicio  fimesto  y  casi  inconsciente :  el  menos- 
precio de  la  vida  local  y  la  tendencia  de  estos  talentos 
débiles  á  volar  hacia  el  centro  como  leves  partículas  de 
acero  atraídas  por  la  punta  imantada.  El  procedimiento 
que  forma  las  oHgarquías  de  la  gran  capital  no  es  siem- 
pre una  selección  certera  y  justa.  Ha^^  hombres  que  no 
sirven  para  la  lucha;  hombres  de  mérito  que  no  encuen- 
tran jamás  el  primer  peldaño  para  encaramarse,  y  que, 
irradiando  su  luz  sobre  la  comarca  en  que  ahora  vegetan 
tristemente,  podrían  fertilizarla  y  embellecerla  en  todos 
sentidos,  si  muchas  veces  no  se  creyesen  desterrados  en 
su  propia  casa  y  bajo  su  propio  techo. 

Considérase  la  provincia  ó  el  territorio  como  algo  se- 
cundario que  no  tiene  valor  por  sí  mismo,  y  la  máquina 
gubernamental  como  objeto  y  no  como  instrumento  de  la 
vida  toda  de  la  nación.  Vano  es  decir  á  los  que  respiran 
dentro  de  esta  atmósfera  que  la  tendencia  regional  mo- 
derna no  es  una  planta  nacida  al  calor  de  los  antojos 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


de  cualquier  comarca ,   sino  un  movimiento  iniciado  por 
los  estudios  positivos  de  la  ciencia  política ,  por  el  examen 
inductivo  del  cuerpo  nacional  contra  las  concepciones 
abstractas  y  a  priori  de  los  pensadores  geómetras  que 
han  trazado  nuestras  constituciones  rectilíneas ;  que  es- 
tas constituciones,  en  el  afán  de  una  artificiosa  simetría, 
no  respetan  el  natural  polimorfismo  de  la  nacionalidad, 
que  á  menudo  prescinden  de  entidades  realísimas  y  casi 
palpables  (el  carácter  de  raza,  la  lengua,  la  legislación, 
la  costumbre,  el  clima)  para  hacer  divisiones  arbitrarias, 
y  que  así  en  la  fisiología  humana  como  en  la  nacional  no  se 
puede  suprimir  ó  mutilar  ninguno  de  los  órganos  esencia- 
les sin  graves  trastornos  en  su  economía.  En  suma:  que  la 
variedad  es  la  ley  de  la  naturaleza ,  y  que  las  variedades 
existentes  y  los  hechos  específicos  se  subordinan  ;zaíwra/- 
mente  á  una  unidad  superior,  como  las  diversas  ramas  de 
un  árbol  se  unifican  en  el  tronco  robusto ;  no  como  el  tron- 
co privado  ciegamente  de  sus  ramas ,  llenas  de  lozanía  y 
de  savia  interna,  y  reducido  á  la  sequedad  del  mástil.  Pues 
bien:  exponed  tales  razones,  ligerísimo  y  superficial  com- 
pendio de  las  muchas  que  pueden  comprobarse  experi- 
mentalmente ;  repetídselas  á  los  que  se  compadecen  bien 
con  todo  lo  establecido ,  que  respiran  en  la  gruta  del  pe- 
rro, que  viven  influidos  por  la  atmósfera  del  prejuicio 
político  ú  oficinista ,  y  os  oirán  ,  6  con  desdén  ó  con  la  in- 
dignación patriótica  de  D.  Pelayo  en  las  montañas  de 
Asturias.  Ante  esa  revisión  mental  de  las  modernas  cons- 
tituciones, los  veréis  más  prontos  á  batirse  por  una  abs- 
tracción ó  por  una  vaguedad,  que  por  un  pedazo  del  te- 
rritorio ,  y  se  comprenderá  que  dentro  del  ideologismo 
templado  de  esta  época  ahentan  todavía  los  soñadores 
de  repúbhcas  platónicas  y  de  ciudades  del  Sol ,  de  Ica- 
rias y  de  falansterios,  que  falsean  la  naturaleza  y  la  so- 


DE   LA    LITERATURA    MALLORQUÍNA    EN    1 889. 


meten  al  encasillado  previo  de  sus  teoremas  ó  de  sus  ru- 
tinas como  á  un  verdadero  lecho  de  Procusto. 

En  esa  corriente  extrema  y  viciosa  se  precipita  el  co- 
mún de  las  inteligencias  mallorquínas ,  con  grave  daño 
de  todos  los  intereses  y  de  todos  los  órdenes.  Faltando  el 
sentimiento  particular  y  distintivo  dentro  de  la  madre 
patria  ,  falta  la  emulación  de  sus  hijos  para  mejor  hon- 
rarla y  enaltecerla.  La  gloria  ó  el  esplendor  de  una  na- 
ción no  es  cosa  indivisible  de  por  sí ;  es ,  tan  sólo ,  la  suma 
de  los  esfuerzos  particulares  y  hasta  individuales  que  á 
ella  concurren.  En  este  sentido  debieron  luchar  los  re- 
dactores del  Museo  contra  la  obra  de  la  política  desnatu- 
ralizadora  ó  escéptica,  contrarrestando  su  acción  archi- 
uniformista  y  de  imitación  del  centro ,  que  conduce  á  la 
esterihdad  y  á  la  insignificancia.  Ahora  ya  resultaría  di- 
fícil, pues  no  habiendo  explotado  los  filones  recién  alum- 
brados, han  perdido  las  letras  mallorquínas  mucha  parte 
de  la  atención  pública,  distraída  por  los  que  de  hecho  di- 
rigen el  país.  Conservan  hoy  escasa  influencia  social  para 
impedir  que  los  caracteres  diferenciales  de  su  pueblo  se 
sumerjan  para  siempre ,  no  en  un  espíritu  colectivo  de- 
bidamente ponderado ,  sino  en  cualquier  hegemonía  que 
se  proponga  absorberlos  ó  destruirlos. 


*** 


Resulta  sensible,  sin  embargo,  bajo  el  aspecto  artís- 
tico, la  desaparición  del  Museo  Balear,  ya  que  cuando 
menos  conservaban  las  tradicionesliterarias  y  cierto  colo- 
rido locales,  dando  puesto  holgado  á  la  nativa  lengua  ca- 
talana. Hoy  sólo  persevera  en  este  cultivo  y  en  el  de  las 


72  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


costumbres  locales  el  semanario  La  Roqueta,  escrito  en 
dialecto  mallorquín ,  que  reapareció  en  Agosto  último. 
Empero ,  su  carácter  festivo  y  popular  reduce  conside- 
rablemente su  esfera  de  acción.  Y  pasando  a  dar  cuenta 
bibliográfica  de  las  publicaciones  aparecidas  durante  el 
año  pasado ,  mencionaremos  en  primer  lugar  el  estudio 
sobre  Fray  Luis  de  Granada  ('),  debido  al  joven  erudito 
D.  José  Ignacio  Valentí.  Se  había  dado  á  conocer  por 
diferentes  artículos  de  biografía,  tales  como  El  Abate 
Moigno  y  Fray  Juan  Pérez  de  Marchena,  sorprendiendo 
á  todos  sus  lectores  con  la  copiosa  erudición  ascética, 
patrológica  y  escrituraria  que  demostró.  El  libro  indi- 
cado no  desmerece  de  aquellas  condiciones.  Contiene  la 
vida  del  excelso  autor  del  Símbolo  de  la  Fe,  un  juicio  de 
sus  principales  obras ,  insertándose  bien  elegidos  frag- 
mentos, y  después  la  opinión  de  los  escritores  más  famo- 
sos que  se  han  ocupado  de  aquel  príncipe  de  las  letras 
sagradas.  El  libro  en  su  conjunto  resulta  como  el  entu- 
siasta epinicio  de  una  admiración  ardiente  y  devota.  A 
pesar  de  estas  condiciones,  ya  se  ha  tenido  ocasión  de 
manifestar  al  Sr.  Valentí  que  su  última  obra,  con  ser  muy 
apreciable ,  no  trae  ni  para  la  investigación  ni  para  la 
crítica  ningún  punto  de  vista  nuevo.  Fray  Luis  de  Gra- 
nada es  de  nuestros  autores  ascéticos  tal  vez  el  más  co- 
nocido. Infinidad  de  asuntos  oscuros  de  nuestra  historia 
literaria  puede  recoger  el  Sr.  Valentí  aplicando  su  labo- 
riosidad á  rastrear  en  el  almacén  de  lo  inédito.  Con  esto, 
y  con  dar  á  su  estilo  la  soltura  de  que  le  priva  su  extre- 
moso pulimento  arcaico  en  mengua  de  la  natural  porosi- 
dad de  la  frase ,  se  reconocerá  que  es  un  escritor  útil  y  de 
valía,  como  ya  se  reconocen  ahora  sus  buenas  aptitudes. 


(i)  Palma,  imprenta  de  Gelabert. 


DE    LA    LITERATURA    MALLORQUÍNA    EN    1889.  73 

Al  principio  del  año  apareció  también  un  volumen  titu- 
lado Episodios  de  antaño,  nombre  bajo  el  cual  reúne 
diferentes  narraciones  de  sucesos  de  la  historia  ó  de  la 
tradición  mallorquína  D.  Juan  Luis  Oliver,  padre  del 
que  esto  escribe.  Al  mismo  tiempo  han  seguido  repar- 
tiéndose entregas  de  la  obra  de  S.  A.  R.  é  I.  el  archidu- 
que de  Austria  Luis  Salvador  sobre  estas  islas,  corres- 
pondiente al  tomo  de  las  Pithiusas.  Dicha  obra,  riquí- 
sima en  estadísticas  variadas  é  interesantes,  se  publica 
traducida  al  castellano  y  bajo  la  dirección  de  D.  Fran- 
cisco Manuel  de  los  Herreros,  de  esclarecido  parentesco 
literario  que  no  desmiente  con  sus  obras.  Hanse  publicado 
asimismo,  aunque  con  lentitud  suma,  cuadernos  déla 
colección  de  Obras  completas  de  Ramón  Lidl,  que  edita 
el  poeta  y  bibliófilo  D.  Jerónimo  Roselló,  y  que  está  des- 
tinada á  ocupar  un  honroso  espacio  en  las  bibliotecas  sa- 
bias. Y,  por  último,  han  aparecido  tres  obras  de  singular 
importancia,  que  en  absoluto  pueden  honrar  el  movi- 
miento literario  de  cualquier  población.  Son  ellas  los  ca- 
pítulos que  ha  escrito  D.  José  María  Quadrado  para  el 
tomo  de  Las  Baleares  (')  de  la  obra  España;  Dios  y  el 
Cosmos  {^),  por  D.  Miguel  Amer,  y  la  Antología  de  poe- 
tas italianos  traducidos  en  verso  castellano  ( O ;  de  don 
Juan  Luis  Estelrich;  histórica  la  primera,  filosófica  la 
segunda,  y  exclusivamente  literaria  la  tercera. 

No  hay  que  repetir  aquí  los  méritos  del  que  llamaría, 
si  la  pródiga  alabanza  no  hubiese  gastado  este  adjetivo, 
ilustre  continuador  del  Discurso  de  Bossuet.  Es  una  inte- 
ligencia superior  que  descuella  sobre  todos  los  talentos 
mallorquines  por  la  profundidad  de  su  pensamiento ,  por 

(  I  )     Barcelona  ,  Daniel  Cortezo  y  C* 

(2)  Palma ,  Tipografía  Católica  balear. 

(3)  Palma,  Escuela  Tipográfica  provincial. 


74  LA    ESPAÑA    MODERNA, 


la  robustez^de  SU  ciencia,  por  la  abundancia,  por  el  vi- 
gor. Su  vida  se  ha  gastado  en  múltiples  y  heterogéneos 
trabajos.  Es  de  los  que  en  España  pueden  ostentar  legíti- 
mamente el  título  de  publicistas.  De  las  más  altas  lucu- 
braciones políticas  y  religiosas ,  al  modesto  artículo  de 
investigación  paleográfica,  todo  lo  ha  abordado  su  pluma 
con  igual  intrepidez.  Hasta  los  que  más  abiertamente  di- 
fieren de  sus  doctrinas  fundamentales  encuentran  hondo 
deleite  en  sus  obras,  por  las  perspectivas  secundarias,  las 
ideas  parciales  y  el  esfuerzo  intelectual  que  las  ha  produ- 
cido. Historiador  de  la  escuela  providencialista,  lo  mismo 
sigue  audazmente  el  vuelo  del  Águila  de  Meaux,  cernién- 
dose sobre  las  cumbres  de  la  historia  humana,  que  des- 
cribe las  disensiones  intestinas  de  Mallorca  durante  la 
Edad  Media  por  modo  íntimo ,  desmenuzado  y  casi  experi- 
mental La  partehistórica  del  antiguo  tomo  dePiferrerso- 
bre  Mallorca  quedó  suspendida  en  la  muerte  de  Jaime  III. 
Y  el  Sr.  Quadrado  la  continúa  hasta  el  arreglo  de  Nueva 
Planta.  No  por  el  gusto  de  repetirme,  sino  por  la  necesi- 
dad de  no  imitarme,  será  permitido  poner  á  continuación 
algo  de  lo  que  tengo  dicho  en  otra  parte  acerca  de  esta 
obra,  la  cual  resulta  de  un  mérito  evidente.  No  sólo  ha 
tenido  que  acudir  su  autor  á  arrancar  gran  parte  de  los 
materiales  en  la  mina  de  archivos ,  documentos ,  noticia- 
rios ,  cronicones  y  libros  de  actas  de  toda  especie ,  sino 
que  después  ha  debido  combinarlos  artísticamente ,  y  fun- 
dirlos en  el  molde  de  la  imaginación  histórica  para  dar 
el  trasunto  de  la  vida  pasada  tal  como  se  vivió  en  la  rea- 
Hdad.  Nada  nuevo  cabe  decir  de  su  etilo.  Es  el  de  siem- 
pre; conciso,  fibroso,  sin  oropel  ni  postizos,  pero  de  una 
precisión  desesperante,  con  frases  sobrias  caldeadas  al 
rojo  de  la  inspiración,  con  veracidad,  con  noticias  y  por- 
menores que  satisfacen  todas  las  curiosidades  del  lector. 


DE    LA    LITERATURA    MALLORQUÍNA    EN    1889.  75 

Hace  ya  medio  siglo  que  en  la  historia  de  Forenses  y 
Ciudadanos  entrevio  el  Sr.  Quadrado  un  método  dife- 
rente, hoy  reducido  á  sistema.  Sin  conocer  los  estudios 
históricos  de  Macaulay,  y  sin  haber  escrito  los  suyos 
Taine  y  tantos  otros  modernos ,  aplicó  intuitivamente  un 
criterio  inductivo  y ,  como  se  diría  ahora ,  de  experimen- 
tación ,  logrando  mayor  efecto  y  mayor  parsimonia  por 
ser  en  él  espontáneo.  En  la  forma  le  queda  todavía  el 
manto  regio  de  la  severa  Clío ,  pero  busca  en  el  fondo  la 
médula  de  los  asuntos ,  las  causas  primordiales  y  las  pa- 
siones de  los  hombres  combinándose  en  la  gran  tragi- 
comedia, no  la  mera  relación  de  las  batallas  ni  el  árido 
recuento  de  las  cronologías. 

La  aparición  de  Dios  y  el  Cosmos  del  Sr.  Amer  fué 
una  sorpresa,  no  para  los  amigos  del  distinguido  médico, 
pero  sí  para  el  público.  Revelóse  con  este  Hbro  un  talento 
fino ,  un  hombre  de  vastos  y  modernos  conocimientos ,  y 
sobre  todo  un  escritor  pulcro ,  ameno  y  con  frecuencia 
elocuente.  Su  obra  es  de  popularización  científica  y  de 
propaganda  religiosa.  Viene  á  ser  algo  como  el  antípoda 
de  Fuer  BU  y  Materia  de  Büchner ,  recopilación  y  exposi- 
ción de  los  principales  argumentos  científicos  sobre  la 
sujeción  de  la  materia  á  una  fuerza  superior  que  la  rige, 
así  en  las  regiones  siderales  como  en  las  telúricas ,  así  en 
el  mundo  mineral  como  en  el  orgánico.  En  muchas  de  sus 
páginas,  el  estilo  del  Sr.  Amer  cobra  un  brío  y,  si  así 
puede  decirse ,  una  interior  vibración  que  domina  el  inte- 
rés de  los  lectores.  Esto  en  cuanto  á  las  condiciones  lite- 
rarias. Las  condiciones  científicas  del  libro  no  son  de  este 
lugar  ni  de  mi  competencia ,  cuando  menos  para  juzgarlas. 

Réstame  hablar  de  la  Antologia  de  poetas  italianos 
publicada  por  el  Sr.  Estelrich.  De  ella  ha  escrito  exten- 
samente D.  Juan  Valera  en  El  Imparcial.  Los  lectores 


yó  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


del  popular  diario  saborearían,  sin  duda,  el  artículo,  y  se 
formarían  idea  de  esta  obra  sumamente  interesante  para 
todos.  Nadie  desconoce  la  influencia  italiana  en  nuestra 
literatura.  Por  su  conducto  nos  llegó  el  Renacimiento. 
En  su  molde  se  fundió  el  endecasílabo  actual,  rey  de  la 
moderna  versificación  castellana,  que  arrancó  la  primacía 
á  las  formas  indígenas  de  arte  menor.  Buena  parte  de 
nuestro  lirismo  refleja  el  lirismo  italiano ,  y  por  todo  ello 
resulta  de  gran  utilidad  haber  reducido  á  un  volumen  el 
proceso  histórico  de  esta  influencia,  bien  aparezca  en 
traducciones  y  paráfrasis,  bien  en  la  imitación.  Hasta  los 
autores  más  recientes  y  menos  populares  en  España, 
como  Leopardi,  dejaron  su  huella  indeleble  en  poetas 
como  Nicasio  Gallego.  Y  de  esos  autores  más  modernos 
casi  da  una  traducción  completa  la  Antología.  Del  mísero 
poeta  de  Recanati ,  el  de  mayor  interés  actual ,  figuran 
sus  más  célebres  piezas,  la  oda  á  Italia,  las  Rimen- 
branse,  Palinodia,  Amore  é  Morte ,  La  Ginesta,  11  pen- 
siero  dominante....^  todas  las  acerbas  resinas  que  destiló 
el  sombrío  árbol  de  su  tristeza.  De  Carducci  no  ha  sido 
posible  presentar  igual  abundancia.  Sin  duda  la  versi- 
ficación exclusivamente  prosódica  de  las  Odas  bárbaras 
no  se  presta  á  la  traducción ,  por  cuya  trama  se  evapora 
el  hálito  interior  del  verso.  Aparecen,  sin  embargo,  en  el 
libro  felices  muestras  características,  siendo,  en  suma, 
la  Antología  un  libro  de  gran  utilidad  literaria ,  muy  va- 
riado ,  muy  ameno  y  con  un  prólogo  de  su  autor  donosa- 
mente escrito. 

Y  después  de  hablar  de  las  abejas  que  han  elaborado 
los  panales  de  la  poesía ,  mencionemos ,  para  terminar, 
las  hormigas  perseverantes  de  la  erudición  que  acarrean 
al  Boletín  de  la  Sociedad  Arqueológica  Luliana  conti- 
nuos materiales  para  la  historia.  Esta  revista  es  una 


DE   LA    LITERATURA    MALLORQUÍNA    EN    1 889.  77 

excepción  á  la  regla  general  de  la  negligencia  y  de  la 
desnaturalización  indiferente.  Defiende  los  monumentos 
amenazados ,  los  recuerdos  artísticos ,  las  costumbres 
pintorescas  y  tradicionales.  Sus  redactores  más  asiduos, 
los  Sres.  Ferrá,  Llabrés  y  Aguiló  (D.  Estanislao),  traba- 
jan con  una  abnegación  que  merece  todos  los  elogios,  y 
tanto  más  noble ,  cuanto  no  acierta  á  comprenderla  el 
escepticismo  actual.  El  mismo  Sr.  Aguiló  acaba  de  pu- 
blicar en  dicho  periódico  una  interesante  colección  de 
las  Leyes  suntuarias  de  Mallorca ,  preñadas  de  detalles 
minuciosos;  el  Sr.  Ferrá,  además  de  sus  escritos  técni- 
cos ,  desde  el  ejercicio  de  la  profesión  arquitectónica 
restaura  antiguas  construcciones  ,  y  procura  un  renaci- 
miento de  las  formas  mallorquínas;  el  Sr.  Llabrés  publica 
antiguas  obras  catalanas  desconocidas  ó  inéditas ,  y  los 
tres,  dentro  de  su  especialidad  limitada,  contribuyen  va- 
lerosamente á  que  no  se  consume  en  Mallorca  la  abdica- 
ción definitiva  de  su  personalidad. 

Miguel  S.  Oliver. 


EL  MODERNO  ANTICRISTO 

(ERNESTO  RENÁN.) 


•     INTRODUCCIÓN. 

LA  agitación  febril  de  los  hombres  en  el  incruento 
combate  de  las  ideas  libres:  el  confuso  clamoreo 
levantado  por  revistas,  libros  y  periódicos;  los 
torrentes  devastadores  de  sistemas  tan  opuestos  y  con- 
trarios ;  esos  rumores  de  batalla  y  golpes  de  martillo ,  en 
el  taller  del  pensamiento  y  en  el  campo  del  saber....  todo 
hace  que  el  espectador  del  movimiento  del  mundo  vuelva 
los  ojos  hacia  la  fragua  gigantesca  en  donde  se  forjan  los 
rayos  entre  el  rodar  de  los  truenos.  Éstos  son  los  días 
que  anunciaba  Donoso  Cortés:  días  en  que  luchan  las 
ideas  como  los  ejércitos  de  Dios  y  del  Anticristo  dibuja- 
dos en  el  Apocalipsis ;  días  en  que  sólo  cabe  elegir  á  Ba- 
rrabás ó  á  Jesús.  Hasta  la  glacial  indiferencia  que  cubre 
á  tantas  almas  como  velo  sepulcral ,  es  fúnebre  trofeo  del 
ángel  rebelde  de  la  discordia.  Y  de  entre  el  fragor  del  re- 
vuelto combate,  y  contemplando  el  número  de  los  cadá- 
veres y  heridos,  surge  un  grito  inmenso,  agudo  y  vibran- 
te :  «¡Las  muchedumbres  pervertidas  y  obcecadas  se 
despeñan  en  el  abismo !  ¡  Hay  falta  de  creencias  salvado- 
ras ! »  Los  que  no  creen  en  Dios  y  le  maldicen ,  los  que 


8o  LA   ESPAÑA   MODERNA. 

dudan  de  Él  y  le  injurian;  los  que  creen  en  Él  y  le  desna- 
turalizan ;  los  que  aparentan  adorarle  y  le  escarnecen ,  y 
los  que  le  adoran  en  espíritu  y  en  verdad....,  todos  se 
lamentan  de  los  crímenes  perpetrados  en  el  fango  de  las 
sociedades  modernas ,  de  que  las  muchedumbres  se  ra- 
cionalicen y  vayan  haciéndose  incrédulas,  filósofas  y 
batalladoras. 

Entre  las  impiedades  lloronas  y  sabias  que  desde  el 
año  6o  han  recrudecido  ese  combate — ya  iniciado  en  las 
tres  pasadas  centurias— y  sembrado  entre  flores  retó- 
ricas y  en  almibarado  estilo  la  ponzoña  de  la  increduH- 
dad  y  de  la  incertidumbre ,  de  la  independencia  y  abso- 
luta autonomía ,  se  destaca  arrogante  ,  sobre  pedestal  de 
ruinas,  la  figura  nada  simpática  de  Mr.  José  Ernesto  Re- 
nán ,  miembro  del  Instituto  de  París ,  profesor  en  el  Cole- 
gio de  Francia  y  caballero  de  la  Legión  de  Honor.  Desde 
la  citada  fecha ,  yo  no  conozco  á  ningún  filósofo  que  haya 
corrompido,  y  por  modo  tan  poco  visible  ,  á  tantas  almas 
jóvenes.  ¡Renán!  Este  hombre  que  vive  hoy  en  París,  no 
es  un  hombre  solo,  es  una  legión,  como  de  Voltaire  dijo 
nuestro  insigne  Menéndez  y  Pelayo.  Ni  Vacherot ,  ni 
Taine ,  ni  Jacolliot ,  ni  otros  ministros  de  Satanás ,  que  en 
las  diversas  manifestaciones  del  pensamiento  andan  por 
esos  mundos  propinando  las  doctrinas  corruptoras  del 
cuerpo  y  del  alma,  han  igualado  á  Renán.  Y  no  es  porque 
Renán  haya  formado  verdadera  escuela ,  pues  sólo  ha 
conseguido  hacer  indeferentistas ;  sino  porque,  así  como 
Voltaire  en  el  siglo  pasado,  ha  obtenido  la  primacía  so- 
bre todos  con  un  resorte  admirable  que  franquea  los  co- 
razones: con  el  estilo.  Sí;  estilista  idolatrado  por  muchos, 
orientalista  famoso ,  desesperado  militante  ,  enfant  terri- 
ble entre  los  enfants  terribles,  antípoda  de  los  Evange- 
lios V  del  Divino  Redentor,  ha  deshojado  una  por  una  las 


EL    MODERNO    ANTICRISTO. 


confortadoras  creencias  de  la  humanidad  y  las  risueñas 
esperanzas  de  las  almas  puras ,  en  libros  novelescos ,  leí- 
dos con  entusiasmo  y  frenesí  por  una  multitud  ó  idiota  ó 
vacilante.  Verdadero  falsificador  de  la  historia,  imagen 
acabadísima  del  apóstata  Juliano  y  de  Settembrini,  mo- 
derno Anticristo  en  el  combate  universal,  —  para  quien 
Dios  puede  ser  Abel  ó  Caín ,  Sócrates  ó  Anito ,  Nerón  ó 
Marco  Aurelio , — ha  fingido  adorar  al  Redentor  del  mundo 
yendo  á  sorprenderle  en  los  mismos  brazos  de  la  Cruz, 
allá  en  los  lugares  más  santos  de  la  tierra;  repitiendo  en 
la  mejilla  del  Dios-Hombre  la  cruel  bofetada  del  soldado 
de  Caifas  y  el  beso  traidor  é  infame  de  Judas. 

En  1860  á  1 86 T  recorrió  toda  la  Fenicia,  Jerusalén  y 
Galilea ;  ganó  la  cumbre  del  Gazhir  en  el  monte  Líbano ; 
y  bajo  el  techo  de  la  cabana  de  un  maronita,  inició  la  ta- 
rea formidable  que  este  año  verá  rematada,  en  una  obra, 
compendio  de  sus  esfuerzos ,  descanso  de  sus  fatigas  y 
corona  de  sus  triunfos ,  entonando  á  guisa  de  himno  euca- 
rístico  el  Niinc  dimittis ,  etc.,  del  viejo  Simeón. 

Refutados  están  suspamplilets;  execrada  está  su  me- 
moria; y  para  los  que  creen  en  la  autoridad  de  los  Libros 
Santos  y  en  las  plegarias  y  súplicas ,  en  la  divinidad  de 
Jesús  y  su  fundación ,  en  los  milagros  y  en  el  orden  supra- 
sensible, y  aun  para  muchos  librepensadores,  el  nombre 
de  Renán  es  hoy  un  sambenito.  Para  todos  los  que  bus- 
quen el  origen  de  esta  anarquía  de  las  inteligencias ,  Re- 
nán es  una  fatalísima  concausa  de  la  perturbación  y  co- 
rrupción sociales. 

Recojan  otros  las  bellezas  literarias  esparcidas  en  las 
obras  de  Ernesto;  admírese  en  él  al  gran  orientalista,  al 
escritor  fecundo  y  al  estilista  admirable.  Yo  sólo  reco- 
geré las  espinas,  y  me  fijaré  únicamente  en  el  Renán  crí- 
tico ,  en  el  Renán  filósofo ,  y  ,  para  decirlo  de  una  vez ,  en 

6 


82  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


el  Renán  anticristiano.  Voy  á  someter  al  análisis  toda  la 
crítica  filosófico-religiosa  del  sabio  por  antonomasia;  la 
autoridad  de  que  goza  me  importa  poco ,  porque  hoy  la 
autoridad  nada  significa ;  la  razón  es  la  que  impera.  Aun- 
que ignorado  y  humilde,  tengo,  para  proceder  así,  el  de- 
recho que  me  dan  la  libertad  omnímoda  de  los  tiempos 
presentes ,  y  la  defensa  justa  de  los  insultos  y  de  las  blas- 
femias que  Renán  lanzó  contra  lo  más  sagrado  que  mi  co" 
razón  adora. 

¡Lleguen  en  alas  de  La  España  Moderna  á  los  ojos  de 
Renán ,  nada  amante  de  los  españoles ,  estas  deslucidas 
páginas  de  un  estudiante  español  ('). 

(i)  Si  hemos  de  creer  en  la  biografía  universal,  Renán  nació  el  27 
de  Febrero  de  1823  en  el  departamento  de  Cótes-du-Nord.  Se  dedicó  á  la 
carrera  eclesiástica ,  cursando  teología  en  el  Seminario  de  San  Sulpicio, 
del  cual  le  hizo  salir  su  espíritu  independiente  y  libre.  Aficionado  al  es- 
tudio de  las  lenguas,  aprendió  con  facilidad  el  hebreo,  árabe  y  siríaco. 
Obtuvo  el  premio  Volney  por  una  memoria  sobre  las  lenguas  semíticas, 
y  conquistó  otro  lauro  por  un  Estudio  sobre  la  lengua  griega  en  la  Edad 
Media.  Se  le  encargó  una  misión  literaria ,  durante  la  cual  reunió  mate- 
riales para  su  Averroes y  el  averroismo.  Sustituyó  á  Agustín  Thierry  en  la 
Academia  de  Inscripciones  y  Bellas  Artes,  y  á  fines  de  1860  se  le  encargó 
otra  misión  literaria  en  Siria ,  trayendo  como  fruto  de  su  viaje  el  bos- 
quejo de  la  Vida  de  Jesús,  impresa  en  1863  •>  completada  ya.  Este  libro  fué 
traducido  á  casi  todas  las  lenguas  de  Europa,  y  condenado  por  los  obis- 
pos en  homilías  y  pastorales  ,  se  destituyó  á  Renán  de  la  cátedra  de  he- 
breo; pero  ,  en  recompensa,  el  ministro  de  Instrucción  pública,  M.  Du- 
ruy,  le  dio  un  cargo  importante  en  la  Biblioteca  Imperial. 

Molesto  sería  al  paciente  lector  si  me  detuviese  en  reseñar  lo  que 
Renán  ha  sido  desde  entonces,  ó  apuntar  siquiera  la  lista  de  sus  trabajos. 
Los  Orígenes  del  Cristianismo  forman  siete  libros.  Tiene  cuatro  dramas  filo- 
sóficos ;  otras  tres  obras  sobre  el  libro  de  Job,  Eclesiastés  y  Cantar  de  los 
Cantares;  y  uniendo  á  éstos  la  obra  que  redactó  en  compañía  de  M.  Víc- 
tor Leclerc  ,  la  que  publica  ahora,  y  sus  estudios  histórico-religiosos, 
discursos,  ensayos,  etc.,  etc.,  arroja  la  suma  de  más  de  treinta  y  cinco 
libros,  sin  contar  con  los  artículos  impresos  en  revistas. 

La  influencia  de  Renán  en  las  almas  jóvenes  ha  sido  muy  perniciosa. 
Hoy  continúa  Ernesto  haciendo  alarde  de  sus  triunfos,  y  gloriándose  de 
ser  el  moderno  Anticristo.  Cuéntase  que,  preguntándole  sus  discípulos  ur 
día  si  temía  á  la  muerte,  respondió ;  «i  Qué  ganas  tengo  de  verme  cara  á 
cara  con  Dios!» 

Todo  lo  que  yo  atribuya  á  Renán,  Renán  lo  dice,  y  he  creído,  por 
no  hacer  la  lectura  empalagosa ,  suprimir  la  multitud  de  citas  que  serían 
necesarias. 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  83 


LA   CRÍTICA    RELIGIOSA. 


Desde  que  el  protestantismo  apareció  en  el  mundo 
proclamando  el  dogma  del  non  serviam  ó  de  ¡viva  la  li- 
bertad!, muchísimas  cabezas  se  trocaron  súbitamente,  y 
por  arte  de  birlibirloque ,  en  fuentes  inagotables  de  críti- 
ca, pero  de  crítica  individual ,  caprichosa,  libre,  á  lo 
Zoilo,  en  una  palabra.  Los  genios  que  hasta  entonces  ha- 
bían estado  dormidos  despertaron  al  mágico  son  bélico 
racionalista  ;  y  no  hubo  santuario ,  ni  templo ,  ni  ciencia, 
ni  arte  que  no  escudriñasen  y  midiesen  con  su  mirada 
profunda  en  la  tierra  ,  en  los  cielos  y  en  los  abismos. 
i  Qué  aguas  fecundadoras  brotaron  de  aquellas  fuentes ! 
¡Qué  rayos  de  vivida  luz  lanzaron  aquellos  ^^/í/óís.^  Hasta 
entonces ,  hubo  algunos  profetas  del  ángel  rebelde  y  pro- 
tervo ,  pero  no  eran  más  que  notas  discordantes  en  el 
himno  de  la  creación,  y  ni  con  cien  codos  llegaron  á  la 
altura  inaccesible  y  brava  en  que  se  han  colocado  los 
maestros  y  discípulos  de  la  Diosa-Razón,  diosa  sobre  to- 
das las  diosas  griegas,  á  quien  levantaron  en  la  plaza  de 
la  Concordia  de  París  un  templo  augusto  y  memorable 
los  apóstoles  del  89. 

En  los  tiempos  viejos  tuvimos  Universidades;  pero  no 
eran  como  las  de  Halles  ,  Tubinga  y  Gottinga  ;  hubo 
exégetas  insignes  que  en  sus  estudios  laboriosos  libaron 
la  miel  hyblea  escondida  en  cada  página  de  los  Libros 
Santos,  y  unieron  en  admirable  consorcio  á  Dios  con  el 


84  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


hombre,  lo  divino  con  lo  humano,  el  espíritu  con  la  car- 
ne, lo  sobrenatural  con  lo. natural;  distinguiendo  en  donde 
se  debía  distinguir ,  formando  de  ahí  un  orden  melodioso 
y  reposado ,  muy  superior  al  que  forman  los  astros  de 
los  cielos. 

Pero,  ¡ah! ;  vino  la  gran  Reforma,  y  puso  la  mano  en 
el  santuario ,  y  mandó  á  los  exégetas  que  en  la  interpre- 
tación de  la  Biblia  se  guiasen  únicamente  por  el  capricho 
individual  ;  desde  entonces  aquí,  cayeron,  como  lluvia 
sobre  tierra  seca ,  el  sistema  de  interpretación  gramati- 
cal de  Semler,  el  de  interpretación  fnoral  del  filósofo 
Koenisberg,  el  de  interpretación  natural  de  Paulus  (Pa- 
blo), el  de  interpretación  racional  de  Herder,  el  de  in- 
terpretación mítica  de  Strauss ,  y  el  de  interpretación 
novelesca  y  legendaria  del  gra^t  orientalista,  del  insta- 
ble Renán;  y  otras  y  otras  sistemas.  ¡Qué  montón  de 
sistemas !  Hoy  cada  cabeza  es  una  fragua  en  donde  se 
forjan  religiones  sin  cuento ;  cualquier  señorito  pisaverde 
puede  ser  hoy  un  Redentor  de  la  humanidad.  Pero  es  re- 
quisito indispensable  que  invente  algo,  y  después  que  en- 
víe tarjeta  de  invitación  á  los  que  no  creen  en  esas  moji- 
gangas. Diga  Valera  (D.  Juan)  {')\o  que  le  ha  sucedido 
y  está  sucediendo  con  los  fundadores  religiosos  de  Amé- 
rica la  virgen. 

Arrastrados  por  esos  principios  de  crítica  individual, 
el  inglés  Ernesto  Bunsen  (')  escribió  una  Vida  de  Jesús  ; 
Strauss  y  Renán  las  homónimas  de  ésta  ,  y  en  la  Revue 
de  Deux-Mondes  salió  á  defender  á  Bunsen ,  con  la  visera 
alzada  y  en  el  puño  el  acero  ,  Emilio  Burnouf,  afirmando 

(i)  Véanse  los  números  de  La  España  Moderna  correspondientes  á 
Octubre  y  Noviembre  ,  en  los  cuales  habla  el  Sr.  Valera  de  algunos  fun- 
dadores religiosos. 

(2)  i  Cuidado  con  los  Ernestos  !  j  Ernesto  Bunsen  ,  Ernesto  Renán, 
Ernesto  Hseckel  ! 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  85 


que  existe  perfecta  armonía  entre  las  doctrinas  del  Cris- 
tianismo y  las  del  Irán,  entre  Jesús  y  Zoroastro,  y  osando 
decir,  ¡blasfemo  sin  corazón!,  que  Jesucristo  es  el  Dios 
Agni  de  los  vedas  ;  la  cruz,  nueva  forma  de  los  leños  con 
que  los  aryos  encendían  el  fuego  del  sacrificio  ;  y  la  Vir- 
gen Inmaculada,  la  repugnante,  quimérica  y  estúpida 
madre  del  mismísimo  Budha  ('  )•  Y  hasta  un  tal  Jacolliot — 
quizá  hable  yo  de  él  en  otra  parte — tuvo  la  desfachatez  é 
insolencia  de  asegurar  que  la  vida  y  los  hechos  de  Jesús 
están  calcados  (sic)  sobre  la  vida  y  los  hechos  de  un 
hijo  aéreo  y  fabuloso  de  Brahmma,  Jeseus  Christna.  Con 
estas  analogías  jacolliotas  ,  posible  es  que  venga  algún 
chileno  y  nos  diga  que  Jesús  procede  de  Rudra,  dios  de 
las  tempestades. 

No  quiero  hacer  desfilar  ante  los  ojos  del  prudente  lec- 
tor la  pléyada  de  racionalistas  exégetas  que  como  simoiin 
violento  han  invadido  el  campo  de  la  historia  en  busca  de 
incógnitas  armonías.  Lo  que  puedo  repetir  en  honra  de  la 
verdad,   es  aquella  frase  de  Quinet  :  «Jesucristo  ha  su- 
frido una  pasión  más  dolorosa  en  el  calvario  de  la  teología 
alemana  ( inglesa  y  francesa) ,  que  la  de  sobre  el  Gólgota » . 
La  unidad  doctrinal  que  les  liga  es  la  unidad  que  ofrece 
el  racionalismo ,  hidra  de  tantas  cabezas  como  cuernos 
debe  de  tener  el  ángel  despeñado.  Su  originalidad  es  la 
del  siglo  XIX  ,  salvo  honrosísimas  excepciones:  arrebatar 
ideas  antiguas  ,  lanzarse  á  inventar  ó  discurrir  fanta- 
seando, revestirlas  con  el  ropaje  déla  moda  y  llevarlas 
á  las  tablas.  El  que  haya  leído  algunas  obras  de  los  anti- 
guos herejes,  no  se  tómela  molestia  de  leer  á  los  mo- 
dernos: son  éstos,  sin  embargo,  noveladores  de  talla  más 
alta  y  estilo  más  florido.   Por  eso  se  lee  á  Renán  con 

( I )     Mons.  de  Harlez  le  refutó  victoriosamente.  El  Dr.  Paulus  escri- 
bió también  otra  Vida  de  Jesús  ;  le  siguió  Venturini. 


86  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


verdadero  frenesí.  De  los  antiguos,  unos  admitían  la  divi- 
nidad de  Jesús ,  negándole  la  humanidad  y  otros  daban 
vuelta  á  la  medalla  ;  entre  los  de  hoy,  es  rara  avis — tan 
rara  que  no  hay  ninguna— el  que  cree  en  el  Jesús  Dios  (')• 

Orowio ,  Dodwel  y  Nicolás  Fréret  son  los  predeceso- 
res de  los  nuevos  exégetas.  Lessing  se  anticipó  ochenta 
años  á  Strauss,  admitiendo  un  culto  de  alegorías.  Strauss, 
además,  copia  á  Wetle,  Paulus  y  Neander:  Renán  ex- 
plota á  Semler ,  Kant ,  Herder ,  Salvador ,  Wegscheider 
y  á  Strauss, — sea  dicho  con  perdón  de  Leopoldo  Alas. 

No  hay  para  qué  dar  nombre  á  la  crítica  iuiparcial 
de  los  filósofos  críticos.  ¿Cómo  ha  de  oir  la  voz  severí- 
sima  de  la  historia  el  escritor  racionalista  que  empieza 
proclamando  á  su  r^izón  viviente  y  soberana,  fuente  de 
toda  verdad,  foco  de  toda  luz  ,  y  negando  en  absoluto 
que  es  un  rayo  débilísimo  del  sol  suprasensible?  Quien 
no  se  somete  á  la  autoridad  de  Dios,  es  muy  libre  para 
rechazar  la  autoridad  de  los  hechos  y  tener  por  norma 
de  sus  lucubraciones,  sus  caprichos,  odios  y  convenien- 
cias. Yo  desearía  extenderme  aquí,  explanando  esta  in- 
dicación; pero  temo  apartarme  del  objeto  que  me  pro- 
puse, y  voy  á  confirmarla  con  el  ejemplo  de  Renán:  que 
yo  también  soy  racionalista  á  mi  manera,  ecléctico  en  el 
buen  sentido  de  la  palabra ,  espigador  de  la  verdad  en 
dondequiera  que  la  encuentre  y  enemigo  implacable  de 
trampantojos,  calumnias  y  mentiras. 

Sabiendo  que  Renán  es  un  racionalista  consumado, 
perfecto  librepensador ,  vastago  de  esa  raza  que  lleva 
siempre  en  los  labios  y  en  la  punta  de  la  pluma  la  palabra 
pomposa  «imparcialidad»;  creí  que  el  sensato  Mr.  Ernesto 

(i)  Coquerel  ,  ministro  protestante  de  París  ,  escribió  en  1858  su 
Christologia  ,  obra  en  la  cual  se  propone  la  conciliación  de  las  sectas  pro- 
testantes con  el  único  medio  siguiente:  negando  la  divinidad  á  Jesús.  ¡El 
protestantismo  y  el  racionalismo  hijos  de  un  mismo  Padre  ! 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  87 


sería  consecuente  con  sus  principios ,  y  me  pregunté :  al 
escribir  Renán  los  Orígenes  del  Cristianismo ,  la  Vida  de 
Jesús,  la  Historia  del  pueblo  de  Israel,  etc. ,  etc. ,  ¿pesó 
las  razones  de  los  enemigos  y  amigos  de  Jesús ;  investigó 
serena  é  imparcialmente  las  causas  de  los  acontecimien- 
tos refrenando  los  vuelos  de  su  imaginación  indisciplina- 
da ;  probó  lo  que  dice  con  argumentos  poderosos ,  no  con 
negaciones  y  cavilosidades ,  trocándola  historia  en  no- 
vela?.... 

Aquella  primera  frase  «Jesús,  hijo  de  José  y  de  Ma- 
ría» ,  y  las  páginas  primeras  de  la  Vida  de  Jesús ,  incisi- 
vas como  espada  de  dos  filos  y  frías  como  el  soplo  de  la 
muerte ,  dicen  muy  á  las  claras  lo  que  ha  de  ser  esa  his- 
toria ficticia  y  quimérica  leyenda  que  el  Rancio  califica- 
ría, de  «cuento  de  fogaril».  ¡Pobre  Renán,  pobre  Geron- 
cio,  si  se  le  aplicase  aquel  sinapismo  de  nuestro  Cervan- 
tes: «Á  los  historiadores  antiverídicos  se  les  debe  quemar 
como  á  los  que  hacen  moneda  falsa» !  Porque  Renán,  en 
lo  que  respecta  á  Jesús  y  á  los  Santos  Libros ,  es  más  co- 
barde que  aquel  Maximino  Daza ,  César  de  Roma  ,  difun- 
diendo las  actas  falsísimas  del  proceso  de  Pilatos :  como 
los  modernos  inventores  y  pretendiendo  escribir  antiguas 
historias,  no  necesita  fuentes  antiguas  en  donde  beber: 
el  agua  de  la  antigüedad  es  demasiado  turbia ,  y  no  tiene 
los  elementos  químicos  que  reclaman  los  estómagos  ra- 
cionalistas. Ante  las  fuentes  iluminadas  de  la  Exposición 
parisién, — que  algún  librepensador  llamará  «fuentes  iri- 
sadas de  la  hbertad» , — ¿quién  vuelve  los  ojos  á-las  viejas 
cisternas? 

¡Atrás,  apologistas  insignes  del  Cristianismo,  razas 
titánicas  que  agotasteis  las  fuerzas  de  vuestro  ingenio 
poderoso ,  y  luchasteis  en  diez  y  nueve  siglos  hasta  de- 
rramar la  última  gota  de  vuestra  sangre  por  esculpir  en 


88  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


el  corazón  social  una  idea  que  ha  triunfado  hasta  hoy  de 
todas  las  argucias  y  de  todos  los  sofismas;  vosotros,  los 
que  con  mano  vigorosa  la  hicisteis  surgir  de  las  rotas 
entrañas  de  los  hechos  y  presentándola  como  un  sol  nue- 
vo ,  muy  distinto  del  que  invoca  el  infatuado  Jacolhot ;  sol 
nuevo,  que  ha  despertado  con  sus  rayos  á  los  que  dor- 
mían el  sueño  de  la  muerte ,  que  ha  renovado  la  sobre- 
haz del  mundo  y  sus  leyes  é  instituciones ,  adorado  por 
los  del  Ocaso  y  del  Oriente,  del  Septentrión  y  del  Medio- 
día ,  y  á  cuya  luz  se  librará  la  más  estupenda  de  las  ba- 
tallas !...  estáis  demás;  trabajasteis  en  vano;  nadie  se 
acuerda  de  los  frutos  de  vuestro  ingenio ;  sois  pigmeos 
raquíticos  ante  los  nombres  de  Albert  Réville,  Reus,  Mi- 
guel Nicolás  de  Montauban ,  Strauss ,  Littré  y  Eugenio 
Burnouf!  i  Vuestra  erudición  pasmosa  es  una  fábula, 
más  una  mentira,  como  lo  evidencian  el  Thora  y  el 
Thalmud ,  el  libro  de  Las  guerras  de  Ihavé,  el  libro  lasir 
y  la  Revista  que  dirigió  Mr.  Colani!.... 

Leyendo  las  obras  de  Renán  me  ha  asaltado  á  veces 
la  siguiente  consideración:  ¿Qué  diría  de  Renán,  si  le- 
vantase la  cabeza  del  sepulcro,  aquel  lingüista  insigne, 
organismo  de  fuego  y  asceta  terrorífico  de  la  gruta  de 
Belén?  ¿Qué  anatema  lanzaría  sobre  la  frente  del  gran 
orientalista  y  ínoderno  Anticristo  aquel  San  Jerónimo, 
que  á  cientos  los  esculpió  sobre  la  piel  de  los  hipócritas? 

Á  Renán  le  cuadra  lo  que  de  Voltaire  dijo  el  Diario 
délos  Debates:  <^ Lleva  cara  de  mona  y  piel  de  zorro». 
Meloso  y  nuancé,  como  decía  nuestro  Caminero ,  dora 
las  blasfemias  con  flores  retóricas  y  arranques  líricos  á 
porrillo.  Los  siete  libros  de  Los  orígenes  parecen  un  es- 
cenario de  representaciones  de  figurín  ó  de  tramoya;  el 
artificio  es  evidente.  Si  quiere  explicar  un  hecho,  usa  de 
la  descripción  ó  del  apostrofe,  para  después  lanzar  sus 


EL    MODERNO    ANTICRISTO. 


negaciones  ridiculas  y  aseveraciones  rotundas.  ¡Cuántos 
inocentes  cayeron  en  esos  lazos !  Todas  las  facultades 
intelectivas ,  todas  las  energías  de  los  músculos  de  Re- 
nán convergen  y  se  dirigen  á  desgarrar  con  zarpa  de 
león  y  guante  de  demoíselle  el  cielo  encantador  y  pe- 
renne del  Cristianismo.  Su  propósito  es  idéntico  al  de 
esotros  librepensadores  del  día ;  explicar  por  vía  histó- 
rica ,  natural  y  espontánea ,  la  institución  más  grande  y 
maravillosa  que  apareció  sobre  la  tierra.  Reconozco  en 
Mr.  Ernesto  los  méritos  del  lingüista  y  del  escritor  ('): 
pero  puedo  asegurar  que  en  materias  religiosas  no  ha 
producido,  si  la  comparación  cabe,  cosa  superior  alas 
aleluyas  de  Don  Pirlimplín.  No  merece  en  este  punto  ser 
escuchado ;  mas  ya  que  se  lee  á  Renán  con  todo  el  entu- 
siasmo y  frenesí  con  que  aplaudían  los  peluqueros  de 
Francia  de  la  pasada  centuria  las  muecas  satánicas  de 
Voltaire ,  voy  á  exponer  la  sabia  critica ,  para  que  mis 
lectores  formen  idea  de  los  triunfos  científicos  de  Mr.  Er- 
nesto. Frases  acumuladas  sin  trabazón  ni  enlace,  son  las 
columnas  del  panteón  inmortal,  que  sobre  las  ruinas  de 
lo  antiguo  ha  levantado  á  la  ciencia  moderna  el  jefe  de 
la  escuela  crítica  histórica. 

A  tres  puntos  capitales  puede  reducirse  la  crítica-his- 
tórica de  Renán  :  crítica  de  Jesús  ;  crítica  de  los  Libros 
Sagrados ,  y  crítica  del  origen  y  desenvolvimiento  del 
Cristianismo.  La  primera  nació  allá  en  el  monte  Líbano; 
las  otras  dos  se  le  ocurrieron  á  Ernesto  ,  sentado  en  su 
poltrona  parisién. 

....Jesús,  hijo  de  José  y  de  María,  no  se  llamaba  Je- 
sús, sino  Josué.  Filón  era  hermano  ma37-or  de  Jesús.  Pa- 
rece que  la  familia  de  Jesús  se  había  extinguido ,  y  el 

(i)     La  obra  de  Renán  que  más  d^^xmxo  ts  sw  Averroes y  el  averroismo . 


90  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


título  de  hijo  de  David  se  le  impusieron  á  Jesús  violen- 
tamente y  pero  lo  aceptó  con  gusto.  Los  partidarios  de 
Jesús  inventaron  analogías  ficticias,  con  objeto  de  pro- 
bar la  regia  estirpe  de  Jesús  y  hacerle  nacer  en  Belén. 
Las  profecías  que  á  él  se  refieren  son  tan  fabulosas  como 
los  cuentos  de  Apolonio  y  Plotino.  Jesús  fué  un  personaje 
fatal  para  su  pueblo.  El  maestro  de  Jesús  fué  quizá  Hi- 
lell.  Los  aforismos  de  Jesús  son  propiedad  de  Antígono 
Soco,  del  hijo  de  Sirach,  del  antiguo  testamento,  del  Pir- 
ké  Aboths  y  del  Thalmud.  La  doctrina  de  Jesús  era  la  de 
los  essenios  y  ebionitas  ;  también  debió  algunas  leccio- 
nes á  Juan  (el  Bautista).  Jesús  se  rebeló  contra  sus  pa- 
dres ;  su  familia  no  le  creyó.  Era  un  escriba  (sofer),  es- 
crupuloso y  andas  j  porque  se  llamaba  Hijo  de  Dios.  Sin 
embargo ,  Jesús  no  pensó  nunca  en  hacerse  pasar  por 
Hijo  de  Dios,  ni  creyó  que  fuese  Creador  ó  Verbo  divi- 
no ;  se  lo  atribuye  inicuamente  Juan  el  Evangelista.... 
Jesús  no  tuvo  idea  clara  de  su  personalidad,  é  ignoró 
muchas  cosas  ;  pero  esta  ignorancia  era  poética.  Jesús 
fué  anarquista  y  materiahsta  ;  no  tuvo  la  más  ligera  no- 
ción de  un  alma  separada  del  cuerpo,  ni  supo  distinguir 
la  materia  del  espíritu  ;  fué  idealista.  No  sabía  lo  que  era 
mundo ,  recorrió  la  Galilea  en  medio  de  una  fiesta  conti- 
nua ;  por  artificios  inocentes  atraía  á  muchos ,  sólo  con 
una  mirada  en  la  conciencia,  dispuesta  á  entreabrirse  al 
soplo  de  la  verdad ;  aspiraba  más  bien  á  seducir  que  á 
convencer.  No  formuló  artículos  de  fe,  pero  produjo  el 
movimiento  democrático  más  exaltado  de  éxito  feliz.  En 
Carfarnaúm  no  pudo  hacer  milagros.  Imprudente  en  la 
frase  «destruid  este  templo»,  etc. ,  tuvo  accesos  de  extre- 
mado rigor  ;  suprime  la  carne ,  porque  desconoce  la  na- 
turaleza ;  el  cristiano  que  sea  mal  padre,  y  mal  hijo,  y  mal 
esposo,  y  mal  patriota,  merecerá  elogios  de  Jesús.  En 


EL    MODERNO    ANTICRISTO. 


aquellas  palabras  :  «Dad  á  Dios,  etc.» ,  fundó  Jesús  los 
cimientos  de  la  civilización  y  del  liberalismo  y  destruye  el 
Estado  y  la  República....  Su  entrada  en  Jerusalén  tuvo 
ovación  muy  pobre;  Jesús  concibió  deliberadamente  el 
propósito  de  hacerse  matar;  no  era  dueño  de  sí  mismo;  su 
corazón  á  veces  se  turbaba,  y  era  á  intervalos  extrava- 
gante y  rudo :  sus  discípulos  le  creyeron  loco .  Aquella  alma 
lírica  del  Jesús  de  Galilea  perdió  en  Jerusalén  su  limpidez 
primordial  y  fué  presa  de  la  desesperación.  ¡Perdonemos 
á  Jesús  la  esperanza  materialista  de  un  vano  Apocalipsis 
y  de  una  venida  en  triunfo,  sobre  las  nubes  del  cielo!.... 
Hasta  aquí  no  hay  nada  de  extraordinario.  He  dicho 
mal:  sí,  hay  algo  extraordinario  ó  mejor  estrambótico; 
la  frescura  ó  el  hielo  del  Polo  que  el  moderno  Anticristo 
lleva  en  la  punta  de  su  pluma.  ¡  Jesús....  ignorante  poé- 
tico y  extravagante,  rudo,  ridículo,  anarquista,  demó- 
crata, revolucionario,  rebelde,  seductor,  essenio,  ebio- 
nita,  audaz,  desesperado ,  materialista  é  idealista!  No  sé 
si  quedarán  más  epítetos  en  el  repertorio  de  Ernesto ,  á 
no  ser  las  blasfemias  proudhonianas.  Por  lo  visto,  Renán 
es  enemigo  de  la  erudición :  le  basta  una  cita  del  Thal- 
mud ,  libro  que  redactaron  los  jtidios  después  de  la 
muerte  del  Justo ,  no  para  sacrificarle  otra  vez  sobre  la 
Cruz  del  Gólgota ,  sino  para  arrancar  de  Sión  la  adúlte- 
ra, su  desdichada  madre,  aquel  crimen  de  lesa  majestad 
indeleble  y  estupendo,  único  en  la  historia  de  las  edades, 
perpetrado  en  aquellas  terroríficas  cláusulas  de  fuego : 
« Caiga  su  sangre  sobre  nosotros  y  sobre  nuestros  hijos», 
j  Y  sí  que  cayó !  El  judio  errante  recorrerá  la  tierra, 
quizá  como  un  Rotschild,  pero  de  su  frente  salpicada  con 
la  sangre  del  mismo  Dios ,  todos  verán  arrancado  el  tí- 
tulo de  ciudadanía.  Y  ni  Renán,  ni  Taine,  ni  Jacolliot,  ni 
cien  JacoUiots  podrán  lavar  una  gota  de  esa  sangre,  ó 


92  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


escribir  una  letra  de  ese  título :  la  voz  de  diez  y  nuevq 
centurias  tiene  autoridad  catoniana  é  infalible.  Lo  han 
demostrado  Meignan,  Ghiringuello,  Caminero,  y  quizá 
mejor  que  todos  el  antagonista  de  Renán ,  como  Anton- 
nelli  lo  era  de  Cavour,  Mons.  Freppel.  Seguramente  no 
habrá  leido  Renán  las  obras  de  esos  neos;  como  por  res- 
peto á  la  dignidad  personal,  los  librepensadores  fran- 
ceses no  se  acercan  á  Lourdes  para  contemplar  aquellas 
pamplinas  que  caHfican  de  milagros  los  católicos :  para 
desatar  dificultades,  no  hay  cosa  mejor  que  eludirlas. 
Pero  supongamos  que  Ernesto  haya  leído  esas  obras :  de 
nada  le  hubiesen  servido,  porque  la  mentira  no  necesita 
pruebas  ni  datos.  Quien  ha  mentido  en  pleno  siglo  xix, 
tratando  de  Hegel,  no  causará  extrañeza  con  las  papa- 
rruchas acerca  del  dogma  cristológico,  de  la  evolución 
paulina,  y  del  cuarto  Evangelio.  Si  es  fácil  engañar  á  la 
multitud  hablando  de  acontecimientos  que  hemos  visto, 
facilísimo  será,  hablando  de  sucesos,  libros  y  hombres 
de  remotas  edades ,  por  aquello  de 

a  El  mentir  de  las  estrellas  »  ,  etc. 

Renán ,  que  maldice  la  infalibihdad  de  Roma ,  en  sus 
libros  se  declara  infalible:  si  él  habla,  causa  finita  est.... 
«La  palabra  Jesús  procede  de  la  palabra  Josué.»  ¿Y  por 
qué  no  de  la  palabra  Jacobinos  ó  de  la  de  Jacolliot?  Jesús 
se  llamó  y  no  se  llamó  «Hijo  de  Dios».  Renán,  que  cita 
á  los  Evangehos,  ha  tenido  vendados  los  ojos  ante  los 
pasajes  innumerables  en  que  Jesús  se  llama  y  es  llamado 
«Hijo  de  Dios»  (').  Nuestro  español  Raimundo  Martín 

(i)  Véanse  unos  pocos:  San  Mat.  ,  1-49,  8-18,  12 -6-8-21,  13-41, 
16-16,  18-11-19-20,  19-29,  21-33-37-42,  25-34-36,  26-28,  28-20  ,  29- 
30  ,  etc. ,  etc. —  San  Lucas:  21-27,  etc. — San  Marcos  ,  2-5-1 1  ,  16-17- 
18,  etc. — San  Juan,  1-49,  10-33,  11-27,  etc.;  sin  traer  á  cuento  á  San 
Pablo,  las  Actas  de  los  Apóstoles  y  otros  pasajes  de  la  Sagrada  Escritura. 


EL   MODERNO    ANTICRISTO.  93 


demostró  que  Jesús  es  Dios ,  no  como  Renán  quiere  pro- 
bar la  tesis  contraria,  fantaseando,  sino  con  una  multi- 
tud de  datos  de  la  literatura  rabínica:  y  para  mí,  claro 
es  que  vale  cien  veces  más  en  este  punto  el  Ptigio  Fidei 
que  cualquiera  de  las  obras  de  Ernesto.  Cuanto  á  los  pa- 
sajes que  quedan,  sólo  contestaré:  primeramente,  que 
debe  demostrarnos  el  gran  orientalista  queHilell  existió; 
y  en  segundo  lugar,  que  un  parece  y  un  peiit-étre,  uni- 
dos á  afirmaciones  rotundas ,  no  satisfacen  á  ningún  ra- 
cionalista que  lo  sea  de  veras,  así  sean  dichos  por  el  sa- 
bio de  la  Historia  del  pueblo  de  Israel.  No  obstante, 
como  Renán  se  ha  de  dejar  oir  en  el  capítulo  de  las  con- 
tradicciones ,  bueno  será  continuar  exponiendo  su  doc- 
trina. 

Ya  sabemos  por  Renán  quién  fué  Jesús,  aunque  no  el 
lugar  de  su  nacimiento.  Pero  como  Jesús  es  proclamado 
«Hijo  de  Dios»  en  un  libro  en  cuyas  páginas  se  han  que- 
brado los  dientes  todos  los  hierofantes  del  campo  racio- 
nalista, y  en  una  institución  sublime,  es  indispensable  de 
todo  punto  someter  al  anáhsis  crítico  ese  libro  y  esa  ins- 
titución, en  la  cual  también  hará  Jesús  su  papel  corres- 
pondiente. Renán,  estilista  y  novelador  de  primera  talla, 
con  el  renombre  adquirido  en  la  república  de  las  letras, 
no  retrocede  ante  el  abismo  abierto  á  sus  pies,  porque  á 
él  le  arrastran  con  cadenas  de  hierro  la  voz  de  su  fama 
universal  y  todo  el  odio  reconcentrado  en  su  pecho  con- 
tra Jesús  durante  medio  siglo.  Ya  no  es  Renán  aquel  Re- 
nán niiancé  de  otras  veces ,  que  vela  sus  instintos  y  pen- 
samientos bajo  el  manto  del  historiador  y  el  ropón  del 
filósofo:  es  el  esbirro  del  89  que  se  lanza  á  demoler  y  á 
incendiar  el  monumento  más  sagrado  y  el  jardín  más  en- 
cantador en  el  campo  de  la  historia.  No  busquemos  al 
crítico  mesurado  ni  al  historiador  grave  y  majestuoso. 


94  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


sino  al  novelista  infalible  y  al  orador  tribunicio ,  amante 
de  las  metáforas  de  prendería.  ¡Oigan  los  librepensado- 
res, los  discursos  estupendos  y  las  razones  poderosas  del 
más  grande  de  los  librepensadores  de  París! 

El  Deuteronomio  es  un  código  sanguinario;  el  Gé- 
nesis una  fábula  fenicia  ;  el  libro  de  Enoch  una  fábula  ba- 
bilonia ;  e]  Éxodo  un  libro  artificial  y  mítico ;  los  oráculos 
y  los  profetas,  los  espiritistas  de  aquel  tiempo;  la  doc- 
trina cosmogónica  es  de  los  babilonios ;  el  relato  senci- 
llo y  encantador  de  la  historia  de  José  , — lo  sublime  esté- 
tico,— es  propiedad  de  las  leyendas  del  Norte  ;  la  caída 
de  Adán  y  Eva ,  la  fábula  de  Abel  y  Caín  y  las  cantinelas 
de  Noé  ,  se  hallan  en  el  libro  de  Las  guerras  de  Ihavé. 
El  autor  del  libro  de  Daniel,  Antioco  Epifaneo,  es  el  re- 
flector de  Sosiosch  de  Persia ;  el  del  Eclesiastés  fué  epicú- 
reo, y  el  deEsther,  árido,  mezquino,  pedante  y  saduceo 
incrédulo.  Dios  (que  no  se  llamó  Jeovha  hasta  el  si- 
glo XVII,  dice)  y  el  autor  del  Pentateuco  (que  no  ha  sido 
Moisés,  añade)  aparecen  terribles  y  pesimistas,  enemi- 
gos de  toda  civilización  ;  pesimistas,  dije,  como  los  últi- 
mos hegelianos  del  día ,  que  se  deleitan  en  la  meditación 
del  pecado  y  fundan  la  rehgión  sobre  la  idea  del  mal;  pe- 
simistas como  Hartmann  é  iguales  á  Hegel,  por  el  uso  y 
abuso  de  sus  fórmulas  extrambóticas  y  generales  ;  an- 
tropomorfitas ,  inquisidores  ('¡ !).  El  autor  del  Pentateuco 
fué  partidario  de  la  escuela  de  Elea  ( i ! ) ;  Elias  es  ridículo 
y  grotesco ;  Amos,  un  nihilista  ruso  (sic);  Samsón  (ó  Sim- 
son,  como  Ernesto  le  llama),  símbolo  de  la  fuerza  salvaje 
primitiva  ;  Salomón  un  déspota  y  David  un  bandido  (!!!) 

Renán,  después  de  reunir  todos  esos  dislates  históri- 
co-teológicos,  traza  el  bosquejo  de  la  «concepción  de  una 
historia  santa,  cuyo  final  es  la  siguiente  sonrisa  digna  de 
los  labios  de  Lucifer  :  « j  Oh  divina  comedia ! » 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  95 


i  Adelante  con  el  Testamento  nuevo!....  Juan  Bautis- 
ta (' )  era  un  yogui  de  la  India  ;  no  fué  el  Precursor  de 
Jesús  y  combatía  embozadamente  el  bautismo  ;  su  secta 
se  miró  como  una  herejía.  Lucas  y  Marcos  son  correcto- 
res de  piezas  á  lo  Taciano  y  Marción.  Lucas  era  ebionita 
y  demócrata  furibundo.  Mateo  es  un  historiador  débil  y 
artificioso.  Juan  Evangelista  es  de  intención  perversa, 
gnóstico,  protervo  y  engañador.  Todos  los  Evangelistas 
falsearon  el  carácter  de  Jesús ,  máxime  Juan  Evangelis- 
ta. Sus  historias  son  leyendas,  como  las  vidas  de  Plotino, 
Proclo  é  Isidoro  ;  robaron  á  los  Parsis  la  idea  del  Pre- 
cursor ;  los  judíos  dividían  el  pan  como  Jesús  en  la  última 
Cena,  y  los  Apóstoles,  que  eran  entonces  lo  que  hoy  los 
Mormones  de  los  Estados  Unidos  ,  tradujeron  en  misterio 
sacramental  aquella  división  espiritualista  y  metafórica. 
Judas  de  Keriorth  (Iscariote)  no  fué  ladrón  é  incrédulo, 
como  cuentan  los  evangelistas ,  ni  se  suicidó  siquiera  : 

peut-étre  que  viviese  tranquilo  y  con  absoluta  felicidad 

Ya  está  convertido  en  ruinas  el  edificio  antiguo.  Ha- 
ciendo historia  novelesca ,  hay  que  explicar  de  nuevo  el 
origen  y  desenvolvimiento  del  Cristianismo.  No  hay  da- 
tos, pero  se  inventarán.  Ved  cómo:  los  oráculos  profe- 
tas, dice  Ernesto,  juzgaban  que  Jerusalén  sería  la  capi- 
tal del  mundo,  de  donde  había  de  salir  la  ley  universal: 
de  Sion  exibit  lex.  Los  semitas  soñaron  en  la  restaura- 
ción de  la  casa  de  David  el  bandido,  y  como  eran  mara- 
villosamente aptos  para  ver  las  grandes  lineas  del 
porvenir,  se  lanzaron  á  profetizar.  Se  acreditaban  bus- 
cando las  circunstancias  y  algunos  signos  nigrománticos; 
el  pueblo  les  creyó.  El  sacerdote  se  impuso  á  la  multitud 
con  terrores  supersticiosos.  El  pietismo  fué  obra  de  los 

(i)     Debo  advertir  que  Renán  confunde  á  veces  al  Bautista  con    San 
Juan  evangelista. 


96  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


profetas;  no  obstante ,  fueron  favorables  al  cisma  y  cow- 
trarios  al  templo.  ^Y2in  hermanos  de  Cal  vino,  Knox  y 
Cromwell  (!!).  Todas  las  leyendas  é  invenciones  de  sus 
abuelos  las  recogieron  y  publicaron  en  un  libro :  la  Bi- 
blia.... Mas  llegó  la  plenitud  de  las  edades  y  apareció  en 
el  mundo  un  hombre  extraordinario ;  genio  poderoso ,  no 
exento  de  errores ;  inferior  peut-étre  al  honrado  Marco 
Aureho  y  al  diilcisimo  Espinosa ,  no  metafísico  como  Sa- 
kia-Muni,  pero  de  alma  elevada.  Este  hombre  predicó  el 
reino  de  los  mansos  y  humildes;  para  seguirle,  bastaba 
sólo  amarle,  no  era  necesario  creerle.  Su  doctrina  tenía 
ya  la  levadura  en  Schammai,en  el  budhismo,  y  en  el  par- 
sismo  y  en  la  Filosofía  griega,  sin  que  él  lo  sospechase. 
Dando  vida  y  calor  á  estos  elementos,  formuló  un  cues- 
tionario de  predicación  en  los  pueblos  de  Galilea ;  con- 
fortó á  los  oprimidos,  favoreció  á  los  débiles,  maldijo  las 
instituciones,  y  separó  con  barra  infranqueable  lo  espiri- 
tual de  lo  temporal.   Quizá  (peut-étre)  Judas  Gaulonita 
le  enseñara  á  rebelarse  contra  los  poderes.  Ese  hombre, 
Jesús,  salió  del  judaismo  como  Sócrates  de  las  escuelas 
griegas ,  como  de  la  Edad  Media  Lutero ,  como  Rousseau 
del  siglo  xviii,  como  Lamennais  de  las  escuelas  católi- 
cas (!!!).  La  vida  de  Jesús  concluye  con  su  último  sus- 
piro. Pero  los  Apóstoles,  que  guardaban  en  su  pecho  el 
amor  á  Jesús ,  le  ensalzaron,  falseando  su  carácter  y  re- 
bajándole á  su  propio  nivel,  y  se  propagaron  rápida- 
mente por  el  mundo.  La  causa  de  esta  propagación  rá- 
pida/z/^'/a  hospitalidad  del  Oriente;  no  obstante,  fueron 
mal  recibidos,  y  en  el  imperio  de  Roma  sostuvieron  gue- 
rras continuas. 

La  naciente  Iglesia  creyó  ver  un  castigo  del  cielo  en 
la  catástrofe  de  Jerusalén;  pero  es  la  verdad  que  la  causa 
de  la  catástrofe  estaba  en  la  misma  ciudad.  Los  discípu- 


EL   MODERNO   ANTICRISTO.  97 


los  de  Jesús  formularon  un  credo  de  dogmas  particulares; 
una  raza  de  pobres  ergotistas  salió  á  defenderle,  opo- 
niéndose á  la  ciencia.  Hubo,  como  era  natural,  algu- 
nas excisiones  entre  los  partidarios  de  Jesús.  San  Pablo 
formó  una  religión  (evolución  paulina) ,  que  fué  la  de  San 
Agustín  y  Cal  vino ;  otros  formaron  otra ,  mediante  el  judío 
Filón,  los  terapeutas  y  essenios.  Sin  embargo,  después, 
tuvo  Jesús  ve;*daderos  discípulos;  los  pobres  de  León 
(fraticellos)  (!!),  beguinos  y  beguardos.  El  amor  á  Jesús 
fué  creciendo  de  día  en  día.  Mas,  i  ay ! ,  Jesús  no  previo  que 
había  de  ser  elMoloch,  ávido  de  sangre  humana.  Los 
hombres  de  paz  descritos  por  Isaías  fueron  más  perjudi- 
ciales al  mundo  que  los  hombres  más  feroces.  Las  igle- 
sias ,  sinagogas  abiertas  á  los  incircuncisos  ,  fueron  heca- 
tombes horribles.  Los   que  se  llamaron  discípulos   de 
Jesús,  debilitando  los  deberes  de  los  vasallos,  y  favore- 
ciendo los  hechos  consumados  (!!!),  fueron  los  miembros 
de  ese  Catolicismo  armado  de  cuchilla  y  de  hoguera  en  las 
plazas.  El  poder  espiritual  de  la  Iglesia  ha  sido  el  más 
brutal  de  todos  los  poderes ;  los  mártires  católicos  son  las 
víctimas  de  la  ortodoxia....  El  protestantismo  del  siglo  xvi 
fué  un  paso  gigante  en  el  progreso  rehgioso ;  desde  en- 
tonces se  ha  desgarrado  el  velo  de  los  hipócritas,  con- 
templando que  los  obispos  y  el  Papa  se  han  separado  de 
su  origen:  Jesús.  Por  espacio  de  muchas  centurias  han 
sido  príncipes  y  reyes ;  y  el  pretenso  imperio  de  las  al- 
mas, trocándose  frecuentemente  en  horrible  tiranía,  re- 
currió, para  mantenerse,  al  tormento  y  á  la  hoguera  (!!!). 
Pero  día  vendrá  en  que  la  separación  de  lo  divino  y  de 
lo  humano  producirá  sus  frutos ,  y  el  dominio  espiritual 
deje  de  llamarse  poder  para  tomar  el  nombre  de  libertad. 
El  Cristianismo  fué  el  primer  triunfo  de  la  Revolución. 
¡No;  mil  veces,  no!;  la  gloria  de  Jesús  no  admite  parti- 

7 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


cipante  legítimo ;  y  los  católicos  son  los  que  se  alejan  más 
de  Jesús.  ¡La  perfección  del  Cristianismo  consistirá  en 
volverá  Jesús!.... 

Hasta  aquí  Mr.  Ernesto:  ni  una  frase,  ni  una  palabra 
hay  que  no  le  pertenezca :  y  primero  rompería  la  pluma 
que  contestar  detalladamente  á  esas  calumnias  en  mon- 
tón. ¡Renán,  que  llama  «hombres  mal  educados  y  sin 
crianza  alguna  »  á  los  protestantes  del  siglo  xvi  y  á  los 
anarquistas  del  89....  Renán,  que  maldijo  la  hierba  buena, 
el  eneldo  y  el  comino  farisaicos....  dice  todo  eso ! 

Porque  el  jesuíta  Harduino  negó  la  autenticidad  de 
los  libros  clásicos,  latinos  y  griegos,  un  grito  agudo, 
vibrante,  justísimo,  salió  del  seno  de  todas  las  Acade- 
mias : « ¡  la  tradición  es  infaHble ! »  Y  sale  Renán  con  la  ne- 
gación escueta  de  la  autenticidad  y  veracidad  de  los 
Libros  Santos ,  autenticidad  y  veracidad  reselladas  con 
la  voz  inmensa  é  incontrastable  de  cien  mil  generaciones 
y  con  la  inmaculada  sangre  de  millones  de  mártires, 
y....  nadie  levanta  su  voz  para  ahogar  el  grito  de  Renán, 
perturbador  de  las  conciencias  puras.  Pero  sí:  la  auten- 
ticidad y  veracidad  de  los  Santos  Libros  está  evidenciada 
por  Arminiano,  Devoisin,  Bergier,  Spedaheri,  Fassini 
y  otros  mil  apologistas.  Los  pasajes  de  Ernesto  están 
refutados  hasta  la  última  letra  por  Chiringuello  ,  Meig- 
nan,  Freppel,  Dechamps,  Boone,  Boylesve,  Caminero  y 
otros  cien.  Autoridad  madura,  reflexiva,  conquistada  en 
trabajos  inmortales,  por  autoridad  apoyada  en  el  humo 
de  la  humana  gloria  y  en  los  espasmos  nerviosos  de  tres 
ó  cuatro  pamphlets....  ¡fuera  la  de  Renán!  Dos  libros 
ideales,  míticos  y  desgarbados,  el  lasir  y  Las  guerras 
de  Ihavéy  por  otros  muchos  que  son  las  únicas  fuentes 
de  los  orígenes  y  de  la  historia  del  mundo  antiguo ,  arca 
de  salvación  en  la  edad  medio-eval ,  é  iris  de  esperanza 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  99 


en  el  mundo  moderno....  ¡fuera  Las  guerras  de  Ihavé 
y  el  lasir!  ¡Yo  también  soy,  repito,  racionalista  á  mi 
modo!.... 

Sé  que  la  última  obra  de  Renán,  corona  de  su  fama, 
se  leerá  con  avidez  y  frenesí,  aunque  no  tiene  el  almíbar 
de  la  Vida  de  Jesús  y  del  Averroes  y  el  averroismo ;  pero 
Renán  no  llevará  la  convicción  á  ninguna  alma  honrada 
que  conserve  una  ráfaga  de  dignidad  y  humano  senti- 
miento. Un  historiador  que  no  sabe  ó  no  quiere  saber 
cuándo  empezaron  á  existir  Filón  y  la  escuela  de  Elea : 
un  filósofo,  que,  girando  su  mirada  vidriosa  por  el  cam- 
po de  la  realidad  ,  encuentra  hermanos  á  los  Knox  y  los 
Profetas,  á  los  mormones  y  á  los  varones  apostólicos,  á 
Jesús  y  Lutero  y  Lamennais,  ese  hombre....  no  merece 
los  honores  de  la  refutación. 

Negar  rotundamente  los  Libros  Santos ,  y  después 
apoyarse  en  esos  mismos  libros  para  la  explicación   del 
origen  y  desarrollo  del  Cristianismo ,  me  parece  la  con- 
tradicción más  ridicula.  Esa  no  es  manera  de  combatir, 
¡oh  herederos  de  los  enciclopedistas!  Optad  por  la  estra- 
,tegia  de  Voltaire,  no  sigáis  la  de  Renán.  Las  profecías 
no  se  evaporan  diciendo  que  los  se^nitas  eran  maravi- 
llosamente aptos  para  ver  las  grandes  líneas  del  por- 
venir ;  la  autoridad  de  los  Santos  Libros  no  se  destruye 
asegurando  que  son  leyendas,  y  con  llamar  á  éste  ó  aquél 
autor,  déspota,  pesimista,  bandido  y  saduceo  incrédulo, 
sino  probándolo  con  razones  históricas  indeficientes.  El 
Catolicismo  no  se  derrumba  con  aseverar  que  Jesús  fué 
hermano  de  Lutero  y  que  el  aínor  ha  sido  la  causa  de  su 
terrena  apoteosis ;  la  propagación  rápida  del  Cristianis- 
mo y  su  influencia  en  el  mundo  no  se  explica  con  la  hos- 
pitalidad del  Oriente,  los  fraticellos^  los  inquisidores 
y  la  horrible  tiranía  de  los  clericales.  Esos  registros 


00  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


no  deben  salir  si  no  van  acompañados  por  el  barítono  de 
la  gravedad  filosófica  y  las  mudas  pero  elocuentes  ar- 
monías de  los  hechos:  todo  eso  y  mucho  más  puede  de- 
cirlo un  coplero  cualquiera  con  voz  menos  enronquecida 
y  desentonada  que  la  de  Ernesto  Renán.  Quédale  la  pa- 
labra á  Ernesto  en  los  capítulos  que  siguen,  3^  sobre  todo, 
en  el  de  las  contradicciones ,  dándome  la  razón  en  lo  que 
atañe  á  la  divinidad  de  Jesús  y  del  Cristianismo.  Éste  es 
el  Deus  ex  machina  de  Renán,  que  deja  entrever,  ha- 
blando de  lo  sobrenatural ,  del  culto  y  de  los  milagros ,  y 
que  me  mueve  á  hacer  la  siguiente  pregunta  :  ¿Por  qué 
Renán  es  tan  enemigo  de  Juan  Evangelista,  y  se  esfuerza 
titánicamente  en  probar  que  Jesús  no  es  Dios ,  y  el  Cris- 
tianismo es  la  natural  consecuencia  de  lo  que  existió 
antes? 


Fr.  Zacarías  Martínez, 

Agustiniano. 


LA   LITERATURA   DE  LA   SOCIOLOGÍA 


IL 


LA  manifestación  literaria  de  la  sociología  tiene  su 
primer  momento  culminante  (al  cual  tenemos  que 
referirnos  para  iniciar  una  exposición  de  los  traba- 
jos científicos  sociológicos)  en  Comte.  De  este  pontífice 
del  positivismo  francés  para  acá,  la  Hteratura  de  la  So- 
ciología va,  digámoslo  así,  en  creciente  aumento.  Ahora 
bien :  tratando  de  reunir  los  diferentes  estudios  que  acerca 
de  ella  se  han  pubhcado ,  claro  es  que  no  podemos  citar 
más  que  los  que  de  alguna  manera  se  significan,  ya  por 
la  notoria  importancia  de  los  mismos ,  ya  porque  en  ellos 
se  registre  alguna  nota  original  que  haga  presumir  la 
posibilidad  de  nuevos  puntos  de  vista  en  tan  compleja 
ciencia.  Conforme  con  esto,  y  procurado  establecer  cierto 
orden  en  el  asunto ,  me  parece  que  en  la  Hteratura  de  la 
sociología  pueden  señalarse  en  primer  término ,  las  gran- 
des construcciones  sociológicas ,  contenidas  en  libros  que 
denuncian  por  parte  del  autor,  cierta  intención  de  siste- 
matizar su  ciencia  de  una  manera  completa.  En  esta  ca- 
tegoría, las  obras  más  notables  son  sin  duda,  las  de  Au- 
gusto Comte,  H.  Spencer  y  A.  Scháffle. 


02  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Comte ,  como  es  sabido  ,  en  su  Curso  de  Filosofía  po- 
sitiva^ especialmente  en  el  tomo  iv,  expone  todo  un  sis- 
tema de  Sociología.  Para  formularle,  busca  ante  todo  su 
justificación.  Hoy,  al  dirigir  la  vista  al  proceso  científico 
de  la  sociología,  es  un  fenómeno  digno  de  notar,  que  el 
primer  sociólogo  (en  sentido  estricto)  comenzase  por 
justificar  la  necesidad  de  la  ciencia  social ,  y  para  ello 
hablase  de  su  oportunidad.  Según  Comte ,  el  examen  del 
estado  de  las  sociedades  contemporáneas ,  faltas  de  cohe- 
sión ,  viviendo  en  la  anarquía ,  lleva  á  proclamar  la  nece- 
sidad y  oportunidad  de  esa  ciencia,  la  cual,  por  su  espí- 
ritu positivo ,  está  llamada,  por  una  serie  de  operaciones 
sucesivas,  unas  filosóficas,  y  otras  políticas,  á  salvar  á  la 
humanidad  de  una  inminente  disolución  y  á  conducirla 
directamente  á  una  organización  nueva,  más  progresiva 
y  consistente  á  la  par,  que  aquella  que  descansaba  sobre 
la  filosofía  teológica  (')•  Conocida  es  la  ley  délos  tres  es- 
tados ,  teológico ,  metafísico  y  positivo ,  á  que  el  célebre 
filósofo  reduce  el  movimiento  general  histórico  de  la  hu- 
manidad. Pues  bien:  la  Sociología,  por  la  complexidad  de 
los  fenómenos  que  estudia,  por  la  cultura  que  supone  y 
por  los  propósitos  que  entraña,  viene  á  iniciar  el  período 
positivo  (en  otros  no  era  posible),  y  su  constitución  re- 
solverá la  violenta  situación  de  lucha  en  que  nos  encon- 
tramos, solicitados  por  las  encontradas  ideas  de  la  Revo- 
lución y  de  la  Reacción. 

No  es  del  caso  ahora  penetrar  en  el  contenido  de  la 
filosofía  de  Comte,  para  investigar  sus  conceptos  socioló- 
gicos fundamentales.  Baste,  para  el  objeto  de  esta  expo- 
sición,  consignar  su  poderosa  iniciativa ,  y  anotar  el 
puesto  preeminente  que ,  aparte  del  valer  positivo  de  sus 


(i)  Cours  de  Phtlosophie positive ,  tomo  iv,  pág.  i6. 


LA    LITERATURA    DE    LA    SOCIOLOGÍA.  1 03 

opiniones,  le  corresponde.  Lo  que  sí  debemos  advertir 
es ,  que  la  concepción  de  la  sociología ,  como  el  corona- 
miento supremo  de  las  ciencias ,  la  ordenación  social  de 
las  mismas  atendiendo  en  los  fenómenos  que  estudian,  á 
su  menor  generalidad  dependiente  de  su  mayor  compli- 
cación estructural ,  la  distinción  necesaria  de  esos  fenó- 
menos y  el  bosquejo ,  según  todo  ello ,  de  la  enciclopedia 
científica,  á  partir  de  las  matemáticas ,  continuando  en 
escala  ascendente  por  la  Astronomía ,  la  Física ,  la  Quí- 
mica, la  Biología  hasta  llegar  á  la  Sociología,  ideas  y 
opiniones  de  Comte,  constituyen  otras  tantas  ideas  y 
opiniones  fundamentales  del  positivismo  sociológico ,  aun 
á  pesar  de  las  rectificaciones ,  hechas  en  cierto  sentido 
por  Spencer  ('),  y  en  otro  de  más  alcance,  acaso,  por 
Greef  (').  Casi  puede  afirmarse  que  Comte  impuso  un 
determinado  procedimiento  al  sociólogo.  Obsérvese  que 
la  mayoría  de  los  autores ,  al  tratar  de  investigar  la  po- 
sibilidad y  necesidad  de  una  ciencia  social,  no  pueden 
prescindir  de  fijar  su  mirada  en  los  fenómenos  denomi- 
nados sociológicos ,  buscando  en  ellos ,  por  virtud  de  una 
indagación  analógica  y  diferencial  á  la  vez,  una  propie- 
dad, para  muchos  irreductible,  á  las  que  se  registran  en 
los  fenómenos  consideradas  como  inferiores  (los  biológi- 
cos, químicos,  etc.),  y  que  por  tanto  exige  una  explica- 
ción original  y  exclusiva.  El  mismo  Greef,  que  se  esfuerza 
por  romper  con  esa  especie  de  tradición,  y  que  procura 
fijarse  en  los  caracteres  específicos  y  cualitativos  de  lo 
social,  no  procede  de  otra  suerte.  Pues  bien:  tal  manera 
de  proceder  para  determinar  el  objeto  de  la  sociología, 
es  una  especie  de  obsesión  comtiana,  explicable  en  Comte 
por  su  especial  situación  histórica;  pero  acaso  no  tanapli- 

(i)     V.  especialmente  Clasificación  de  las  ciencias. 
(2)     Obra  citada. 


104  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


cable  en  los  que  después  de  él  discurrieron  sobre  el  mismo 
asunto.  Comte  buscaba  una  ciencia,  parecía  que  estaba 
poseído  de  su  misión  profética,  como  inventor ;  y  ci^m,- 
mente,  en  semejantes  condiciones,  se  explica  esa  peregri- 
nación por  la  realidad  toda  en  busca  de  su  objeto  ;  pero 
cuando  no  se  está  en  tales  circunstancias ,  el  objeto  de  toda 
ciencia  se  nos  presenta  á  la  indagación  antes  de  la  ciencia 
misma ;  ésta  se  origina  del  conocimiento  vulgar  que  del 
objeto  poseemos,  no  siendo  al  fin  más  que  el  resultado 
evidente  de  un  conocer  mejor,  del  conocimiento  reflexivo. 
Nos  parece  por  extremo  rutinaria  la  manera  de  legiti- 
mar la  existencia  de  la  Sociología ,  mediante  un  estudio 
enciclopédico  de  todos  los  ramos  del  saber,  que  se  consi- 
deran como  anteriores  y  hasta  inferiores  á  ella.  Para 
encontrar  un  objeto  real  indudable  á  la  nueva  ciencia, 
siendo,  como  es,  ciencia  de  la  sociedad,  no  hace  falta  todo 
ese  aparato  de  investigaciones  á  través  de  la  psicología, 
déla  biología,  de  la  química,  etc.,  etc.  La  sociedad.... 
¿precisa  la  afirmación  absoluta  de  su  existencia  real,  todo 
eso?  Claro  es  que  no;  y  para  legitimar  una  ciencia  de  la 
sociedad  (la  Sociología) ,  basta  considerar  la  realidad 
efectiva  del  objeto.  La  ciencia  resultará  del  conocimiento 
reflexivo  de  la  misma. 

Más  colosal  y  portentosa  que  la  obra  de  Comte  es  la 
de  Spencer.  Por  de  pronto,  la  Sociología  en  el  célebre  filó- 
sofo inglés  responde  á  una  preparación  más  calculada  y 
extensa.  Además,  Comte  no  podíarecoger,  como  Spencer, 
los  resultados  admirables  de  aquella  magnífica  prepara- 
ción científica  á  que  antes  aludimos.  Los  plenos  desenvol- 
vimientos de  las  hipótesis  evolucionistas  los  aprovecha  de 
un  modo  maravilloso  Spencer.  La  concepción  de  las  esfe- 
ras de  la  reahdad,  independientes  unas  de  las  otras ,  irre- 
ductibles las  superiores  á  las  inferiores ,  sufre  una  revo  - 


LA    LITERATURA    DE    LA    SOCIOLOGÍA.  IO5 

lución  completa  en  el  positivista  inglés.  Toda  la  realidad 
se  determina  por  una  ley,  que  es  la  de  la  evolución ,  como 
en  Darwin  toda  la  vida  se  determina  por  una  ley,  la  de  la 
lucha  por  la  existencia.  Los  diversos  órdenes  de  aquella 
realidad  son  manifestaciones  que  no  rompen  su  unidad 
superior.  Ateniéndonos  á  las  obras  publicadas  por  Spen- 
cer ,  y  sin  fijarnos  ahora  en  las  fechas  de  su  publicación 
respectiva ,  se  pueden  considerar  como  el  más  amplio 
sistema  enciclopédico  de  una  filosofía  positiva  de  los 
tiempos  modernos.  Le  falta  aquella  grandiosidad  artís- 
tica que  tiene,  sin  duda,  la  obra  filosófica  de  Hegel.  Hay 
en  general  cierto  prurito  del  detalle,  y  acaso  falta  de  ori- 
ginaUdad  en  la  concepción  total  sociológica,  puesto  que, 
como  hacen  observar  Roberto  Fliut  (')  Y  Alfredo  Fouil- 
lée  ('),  por  intuición  magnífica,  lo  más  importante  de  ella 
lo  tenemos  ya  en  Krause  (0;  pero  de  todas  suertes,  pues- 
tas las  cosas  en  su  punto,  aún  queda  lo  suficiente  en  Spen- 
cer  para  considerar  su  sistema  enciclopédico  ,  como  una 
obra  verdaderamente  magistral. 

Conocidos  son  de  todas  las  gentes  cultas  los  libros 
principales  de  Spencer:  á  pesar  de  tratarse  de  un  gran 
positivista ,  entre  ellos  hay  que  señalar  una  especie  de 
Metafísica  ó  Primeros  principios ,  que,  aun  cuando  pa- 
recen basados  en  generalizaciones  de  hechos  (procedi- 
miento preconizado  por  Spencer  para  invertigar  las 
leyes) ,  contienen  el  germen  fecundo  de  toda  su  filosofía 
general  y  especial.  Quien  quiera  penetrar  con  paso  firme 

(  I  )     La  philosophie  de  Vhistoire  en  AUemagne. 

(2)  La  science  social  contemporaine ,  pág.  78.  Al  hablar  Fouillée  de  la 
opinión  de  Spencer  respecto  de  la  consideración  de  la  sociedad  como 
un  organismo,  dice:  «Esta  idea,  tan  defendida  por  Spencer,  ha  sido  ex- 
presada con  mucha  claridad  por  Krause,  aunque  en  medio  de  vagueda- 
des metafísicas  y  biológicas». 

(3)  Especialmente,  Ideal  de  la  humanidad  para  la  vida  y  Filosofía  de  la 
historia. 


Io6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


en  los  dominios  del  sistema  de  Spencer ,  deberá  comenzar 
por  estudiar  los  Primeros  principios ;  no  podría  entender 
la  Sociología  sin  interpretar  adecuadamente  su  famosa 
ley  de  la  evolución  (' )  allí  expuesta.  Aparte  estos  Prime- 
ros principios ,  la  obra  de  Spencer  comprende  una  Clasi- 
ficación de  las  ciencias,  formada  en  vista  y  en  contra  de  la 
de  Comte ;  una  Biología,  una  Psicología ,  una  Sociología, 
y  una  Moral.  La  Biología,  la  Psicología  y  la  Sociología 
aparecen  allí  como  capítulos  de  una  misma  indagación  ob- 
jetiva. Las  dos  primeras  tienen,  sin  embargo,  cierto  ca- 
rácter de  preparatorio  respecto  de  la  última,  que  alcanza, 
indudablemente ,  la  categoría  de  un  coronamiento  supre- 
mo del  sistema.  Por  otra  parte,  Spencer  mismo,  que  pro- 
cura ver  en  toda  su  amplitud  y  con  todo  rigor  lógico ,  el 
problema  de  la  nueva  ciencia ,  no  prescinde  en  su  expo- 
sición de  una  preparación  efectiva ,  intencionada ,  no  me- 
diante el  directo  auxilio  de  las  otras,  sino  en  virtud  de 
proponerse  él  mismo  las  cuestiones  fundamentales  de  un 
carácter  realmente  preparatorio.  A  tal  fin  responde  en  la 
obra  científica  de  Spencer  la  Introducción  d  la  ciencia 
social  ('))  ó  más  bien  á  la  Sociología.  Las  cuestiones  que 
allí  abarca  tocante  á  si  existe  una  sociología ,  á  su  nece- 

(i)  «La  evolución,  dice  Spencer,  es  una  integración  de  materia, 
acompañada  de  una  disipación  de  movimiento ,  durante  la  cual  la  mate- 
ria pasa  de  una  homogeneidad  indefinida,  incoherente,  á  una  heteroge- 
neidad definida,  coherente,  sufriendo  el  movimiento  á  la  vez  una  trans- 
formación análoga.»  Esta  evolución  es  el  principio  que  explica  la  vida 
universal,  y,  por  tanto,  la  sociológica.  Las  trasformaciones  de  las  socie- 
dades como  las  de  los  organismos,  las  de  é.stos  como  la  de  todos.  La  ne- 
bulosa,  la  célula  protoplásmica  y  las  uniones  primitivas  sociales,  son 
análogas,  para  producir  los  diversos  órdenes  de  la  realidad. 

(  2  )  No  conocemos  el  original  inglés  de  esta  obra ,  que  con  tal  título, 
exactísimo  por  cierto,  dado  su  contenido,  se  publicó  en  Francia.  Según 
se  manifiesta  en  la  edición  francesa ,  al  publicarse  en  inglés  la  Introdu- 
ción  á  la  ciencia  social,  se  intitulaba  Study  of  Sociology ;  pero  basta  leer  el 
prólogo  de  Spencer  para  comprender  el  alcance  que  él  mismo  da  á  ese 
Estudio  de  la  Sociología.  Es ,  evidentemente ,  el  de  una  Introdución  á  la 
ciencia. 


LA    LITERATURA    DE   LA    SOCIOLOGÍA.  IO7 

si  dad  ^  á  su  naturaleza,  á  las  dificultades  (objetivas  y 
subjetivas,  intelectuales  y  emocionales)  que  á  su  consti- 
tución se  oponen,  y  ú.  los  prejuicios  (de  educación,  de 
patriotismo  y  de  clases)  que  la  perturban,  son,  como  se 
ve,  cuestiones  que  no  se  refieren  directamente  al  objeto 
de  la  ciencia;  pero  cuyo  examen  se  precisa,  si  se  ha  de 
proceder  con  lógica.  Por  esta  razón,  y  por  la  amplitud 
extraordinaria  con  que  la  sociología  se  expone  por  Spen- 
cer  en  el  tratado  especial  de  la  misma ,  es  por  lo  que 
(sin  debatir  sus  opiniones,  ni  especificar  sus  pimtos  de 
vista)'  se  puede  señalar  su  obra,  entre  las  de  aspiracio- 
nes más  completas  y  de  concepción  más  atrevida  de  los 
modernos  sociólogos. 

No  es  fácil,  tratando  de  indicar  los  caracteres  de  la  so- 
ciología spenceriana,  encerrarlos  en  los  estrechos  límites 
á  que  aquí  tenemos  que  ceñirnos.  Prescindiremos,  por 
tanto,  de  muchísimos  de  ellos,  con  el  objeto  de, refe- 
rirnos á  los  más  culminantes.  En  primer  término,  la  so- 
ciología es  un  capítulo  del  sistema  filosófico  de  Spencer, 
serefiere  á  un  orden  de  la  reaUdad :  la  realidad  comprende 
en  una  evolución  universal ,  sometida  al  principio  á  que 
antes  aludíamos,  el  mundo  inorgánico,  el  mundo  orgánico 
y  el  mundo  super-orgánico.  Este  último  contiene  toda  la 
evolución  social ;  su  estudio  constituye  la  sociología.  Lo 
más  característico  en  todo  el  sistema  sociológico  de 
Spencer,  es  que  entre  esos  diversos  órdenes  de  la  reali- 
dad no  hay  solución  de  continuidad.  La  ley  de  la  evolu- 
ción antes  formulada,  explica  de  igual  suerte  el  desen- 
volvimiento de  la  realidad  toda  y  el  de  cada  una  de  sus 
concretas  determinaciones.  De  ahí  que,  como  advierte 
Greef ,  los  diversos  objetos  de  las  ciencias ,  especial- 
mente el  de  la  sociología ,  no  aparecen  perfectamente  pre- 
cisados. «Si  Spencer,  añade  este  autor,  determínalo  que 


I08  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


la  sociología  tiene  de  común  con  la  biología,  no  fija,  ano 
ser  desde  el  punto  de  vista  de  la  masa  y  de  la  complexi- 
dad cuantitativa  (no  de  la  cualitativa),  lo  que  la  distin- 
gue {').>■>  Verdad  es  que  Spencer  no  se  propone  por  com- 
pleto el  problema.  La  misma  afirmación  que  le  sirve  de 
base  en  sus  investigaciones  sociológicas,  y,  según  la  cual, 
las  condiciones  y  cualidades  esenciales  de  las  unidades 
tienden  á  reproducirse  en  el  todo  ó  agregado  de  ellas ,  le 
impide  ver  lo  característico  del  agregado  social,  que  no 
es  propio  de  sus  unidades  componentes.  Huyendo  de  la 
irreductibiUdad  de  la  propiedad  característica  de  cada 
orden  superior  de  fenómenos,  admitida  por  Comte,  se  cae 
aquí  en  el  extremo  opuesto  ;  en  la  confusión  de  toda  la 
reaUdad  en  un  principio  único  :  la  energía ,  que  por  virtud 
de  su  ley,  la  evolución,  se  manifiesta  en  posiciones  dife- 
rentes ,  las  cuales  sólo  implican  una  distinción  del  cnanto, 
de  la  cantidad.  Tales  ideas  generales  llevan  á  Spencer 
á  concebir  la  sociedad  como  un  organismo  natural,  no 
como  un  organismo  (que  eso  sería  otra  cosa),  sin©  como 
un  organismo  natural,  idéntico  en  lo  substancial  al  orga- 
nismo de  los  seres  individuales.  Y  he  aquí  uno  de  los  ca- 
racteres culminantes  y  específicos ,  no  sólo  de  la  sociolo- 
gía de  Spencer,  sino  de  casi  toda  la  sociología  moderna; 
y  no  decimos  de  toda ,  porque  contra  él  se  ha  elevado  ya 
cierto  espíritu  de  protesta  (en  Greef  y  en  el  Sr.  Gonzá- 
lez Serrano  tenemos  la  prueba),  y  algún  sociólogo  de 
primer  orden  (Schaffle)  no  lo  admite  sin  prudentes  re- 
servas. 

En  efecto  :  si  tan  sólo  juzgásemos  los  resultados  de  la 
sociología  moderna  por  lo  que  se  lee  un  muchas  pági- 
nas de  Spencer ,  y  en  casi  todos  los  libros  publicados  en 


(i)     Obra  citada,  pág.  21. 


LA    LITERATURA    DE   LA    SOCIOLOGÍA.  IO9 

Francia,  Alemania,  Italia  y  aun  alguno  en  España,  la 
nota  más  común,  que  á  todas  les  comprende  y  que  habría- 
mos de  considerarla  como  su  esencial  característica,  es, 
sin  duda,  la  de  la  confusión  de  la  sociología  con  la  biolo- 
gía ,  por  virtud  de  una  aplicación  casi  general  del  tecni- 
cismo y  de  las  leyes  de  estas  ciencias,  á  la  determinación 
de  la  naturaleza  de  la  sociedad.  En  Spencer,  la  sociedad 
se  concibe  claramente  como  un  organismo  (ó  más  bien 
super-organismo ) ,  cuya  constitución  descansa  en  los 
mismos  principios  fundamentales  que  los  de  los  organis- 
mos individuales  (' ).  Cierto  que  reconoce  diferencias  y  que 
él  mismo  protesta  contra  ta  opinión  que  se  le  atribuye  de 
confundir  ambos  organismos  (el  social  y  el  biológico) ; 
pero  esto  no  importa.  La  diferencia  que  nota  no  des- 
truye sus  conclusiones  generales,  ni  sus  afirmaciones 
de  analogías  importantes.  En  efecto  :  el  que  se  diga  que 
«el  organismo  social,  discreto  en  lugar  de  ser  concreto, 
asimétrico  en  lugar  de  ser  simétrico ,  sensible  en  todas 
sus  unidades  en  lugar  de  tener  un  centro  sensible  único, 
no  es  comparable  á  tipo  alguno  particular  de  organismo 
individual,  animal  ó  vegetal  (') »,  no  implica  señalamiento 
de  diferencias  verdaderamente  cualitativas,  sobre  todo, 
cuando  antes  y  después  se  consigna  la  unidad  de  la  ley 
que  preside  á  todo  el  desenvolvimiento  orgánico ,  bioló- 
gico y  sociológico.  Por  lo  demás,  como  advierte  Es- 
pinas (O,  el  propósito  general  que  en  la  sociología  persi- 
gue Spencer,  es  la  demostración  de  que  la  sociedad  es  un 
organismo  verdadero. 

El  procedimiento  empleado  por  el  ilustre  positivista 
inglés  en  sus  investigaciones  coadyuva  notablemente  á 

(i)     Principes,  de  sociologie  (edic.  franc),  tom.  11,  pág.  192. 

(2)  Ibid  ,  pág.  191 . 

(3)  Obra  citada,  pág.  137  y  siguiente,  nota. 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


afirmar  aquella  confusión  de  la  sociología  con  la  biolo- 
gía. Se  trata  del  procedimiento  analógico.  Y  lo  raro  del 
caso  es,  que  su  empleo  se  hace  con  exagerada  insistencia, 
lo  cual  basta  ya  para  imponer  ciertos  límites  al  resultado 
de  la  indagación.  Aquella  metáfora  que  filósofos  y  poetas 
usaban  para  precisar,  por  medio  de  una  imagen,  pensa- 
mientos é  ideas ,  adquiere  en  la  sociología  moderna  un 
valor,  á  veces,  positivo.  La  sociedad  sigue  en  su  desen- 
volvimiento orgánico  un  proceso  idéntico  al  de  un  orga- 
nismo de  un  ser  individual;  tiene  su  germen,  su  célula, 
sus  tejidos,  sus  órganos.  Hay  una  embriología,  una  fisio- 
logía ,  una  anatomía  y  una  terapéutica  sociales. 


III. 


Aparte  de  Spencer,  podemos  considerar  el  movimiento 
literario  de  la  sociología  revistiendo  caracteres  muy 
varios.  Pero  no  es  dado  desconocer,  como  ya  indicamos, 
que  el  sentido  fisiológico  domina  muchísimo.  Las  afirma- 
ciones referentes  á  la  naturaleza  orgánica,  biológica,  de 
la  sociedad,  las  tenemos  llevadas  á  su  última  consecuen- 
cia por  sociólogos  que  ,  ya  se  inspiren  en  Spencer,  ya  en 
Comte,  ya  ocupen  cierta  actitud  independiente ,  todos 
coinciden  en  dar  á  la  sociología  un  carácter  eminente- 
mente fisiológico.  Lilienfeld  (')  es  acaso  el  que  ha  llevado 
á  su  más  completa  exageración  el  empleo  del  procedi- 
miento analógico.  Su  larga  obra  es  una  metáfora  continua. 
La  sigue  con  perseverancia  alemana.  Espinas  (')  también 
lo  emplea ,  y  sobre  todo  acepta  muchísimas  de  las  afir- 

(i)     Gedanken  ueber  die  Socialwissenschaft  der  Zukunts  (  5  vols.). 
2)     Obra  citada. 


LA    LITERATURA    DE    LA    SOCIOLOGÍA.  III 

maciones  que  resultan  de  su  empleo.  A.  Fouillée  (')  lo 
acepta  también,  si  bien  con  no  pocas  reservas,  é  inten- 
tando ciertas  componendas,  á  que  luego  aludiremos. 
Bordier  (')  nos  habla  de  la  vida  de  las  sociedades,  dando 
á  la  frase  todo  su  significado  natural  y  directo  ,  como  si 
se  tratase  de  un  organismo  individual.  Y  por  no  citar 
más,  un  zoólogo,  Jagser(0,  después  de  proponer  una 
nueva  clasificación  de  las  formas  de  la  vida,  incluye  la  so- 
ciedad entre  los  seres  animados  y  analiza  sus  caracteres 
como  un  naturalista. 

Á  pesar  de  la  importancia  que  esta  dirección  fisioló- 
gica de  la  sociología  moderna  tiene  ,  no  es ,  según  indi- 
camos, la  única,  ni  acaso  es  hoy  la  que  puede  conside- 
rarse con  una  mayor  influencia  dicisiva  para  el  porvenir. 
En  primer  término,  pueden  citarse  trabajos  que  se  dirigen 
á  buscar  la  razón  de  la  existencia  de  la  sociología ,  en  la 
determinación  de    algo  característico  y  específico   del 
objeto  (de  la  sociedad),   que  exige  métodos  propios  de 
investigación,  por  suponer  leyes  especiales  en  su  desen- 
volvimiento ;  por  otra  parte ,  se  trata  por  algunos  de  ar- 
monizar las  conclusiones  de  la  escuela  que  denominan 
naturalista,  con  otras  al  parecer  opuestas,  por  ejemplo: 
se  trata  de  armonizar  á  Spencer  con  Rousseau  ;  y  por 
otra ,  en  fin ,  se  nota  una  saludable  tendencia  á  conside- 
rar en  la  sociedad ,  algo  más  que  el  elemento  material  de 
la  masa  fisiológica  ( si  así  queremos  llamarla),  viéndola 
como  un  organismo  de  ideas,  señalando  ciertas  influen- 
cias de  carácter  psicológico  altamente  específicas,   y 
aprovechando  para  la  formación  adecuada  de  la  nueva 
ciencia  todo  el  caudal  de  investigaciones  de  la  filosofía, 

(  I  )     La  Science  social  contemporaine. 
(  2  )     La  vie  des  sociétés. 
(  3  )     Manual  de  Zoología. 


112  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


del  derecho,  de  la  economía  ,  y  en  general  de  todos  los 
ramos  del  saber  humano. 

Y  el  autor  en  quien  más  puede  notarse  la  primera  y 
última  de  estas  tendencias  es  Schaffle ,  al  cual ,  con  in- 
justicia acaso,  como  advierte  Durkheins  ('),  se  le  consi- 
dera por  muchos  (Fouillée  entre  otros)  como  verdadero 
sociólogo,  ala  manera  de  Spencer  y  de  Lilienfeld.  En 
verdad,  el  título  de  su  principal  obra  de  sociología  pre- 
dispone para  ello.  La  llama  Schaffle  Structura  y  vida 
del  cuerpo  social  (Bau  und  Leben  des  socialen  Kórpers). 
Y  si  el  lector,  llevado  de  su  natural  curiosidad ,  regis- 
tra los  epígrafes  de  los  diversos  capítulos  y  secciones  en 
que  semejante  obra  se  encuentra  dividida,  la  predisposi- 
ción no  tiene  motivos  para  ceder.  He  aquí,  si  no,  algunos 
de  los  principales  :  Las  formas  y  las  funciones  orgáni- 
cas; La  familia  como  célula  social;  Patología  y  terapéu- 
tica de  la  célula  social;  Histología  social,  etc.,  etc.  Más, 
la  obra  comprende  una  verdadera  organografía  de  la 
sociedad,  y  su  carácter  general  le  da  un  unte  fisiológico 
marcadísimo.  Pero  todo  esto  lo  explica  el  autor  á  su  modo. 
Copiaremos  sus  mismas  palabras:  «Las  analogías  reales 
de  la  biología  (y  la  sociología),  descubiertas  por  Comte, 
Littré,  Spencer,  y  especialmente  por  Pablo  Lilienfeld,  las 
he  seguido  sistemáticamente.  Analogías  «reales»  de  esta 
naturaleza  deben  y  pueden  realmente  existir  ,  porque  el 
cuerpo  social,  con  la  energía  de  los  cuerpos  orgánicos  y 
con  la  fuerza  de  la  naturaleza  inorgánica  ,  está  frente  á 
las  mismas  condiciones  externas  de  la  vida  que  los  orga- 
nismos diversos.  Pero  creo  haber  evitado  los  peligros  de 
la  analogía ,  el  desconocimiento  de  las  diferencias  y  la 
alegoría  no  cientíñca  ;  las  mismas  ideas  de  « organismo » 

(i)  V.  Revuephüosophique,  tomo  xix  ,  pág.  87,  y  tomo  xx ,  pág.  627. 


LA    LITERATURA    DE    LA   SOCIOLOGÍA.  II3 

y  de  «orgánico »  para  indicar  figuras  y  procesos  sociales, 
por  regla  general,  he  procurado  evitarlas;  las  expresiones 
«órganos»,  para  indicar  las  más  complexas  instituciones 
sociales,  «tejidos»,  para  señalar  las  instituciones  simples 
formadas  de  personas  y  bienes ,  y  también  la  equipara- 
ción de  la  familia  á  la  célula  orgánica,  del  poder  ejecutivo 
como  impulsor  social  de  movimiento ,  á  la  actividad  mo- 
triz de  los  nervios ,  y  otras  parecidas ,  podrán  ser  comple- 
tamente eliminadas  por  todo  lector  inteligente ,  sin  que  el 
análisis  hecho  pierda  otra  cosa  que  la  analogía  y  cierta 
claridad»  (').  Más  adelante  el  mismo  autor  defiende  el  em- 
pleo general  del  procedimiento  analógico,  pero  como  me- 
dio de  hacer  más  interesante  la  indagación,  citando,  al 
efecto ,  inspiradas  frases  de  Pascal  y  de  Goethe.  Es  de  ad- 
vertir que ,  merced  á  la  inñuencia  de  la  sociología  bioló- 
gica y  fisiológica ,  no  se  da  á  la  palabra  organismo  el  am- 
plio sentido  que  tiene  (según  puede  verse  en  Schelling  y 
Krause),  y  por  virtud  del  cual,  sin  duda,  puede  aplicarse 
de  un  modo  directo  á  la  sociedad  ,  como  se  apHca  á  la 
ciencia ,  cuando  se  dice  de  ella  que  es  im  organismo  de 
verdades. 

Pero  dejando  esto,  la  obra  de  Scháfñe  puede,  en  nues- 
tro concepto ,  clasificarse  por  su  importancia  al  lado  de 
las  de  Spencer  y  Comte.  En  ciertos  supuestos  la  conside- 
deramos  superior.  No  se  limita  á  aquellas  generalizacio- 
nes un  tanto  incoherentes  del  segundo,  ni  tampoco  atiende 
como  el  primero  á  la  mera  evolución  del  organismo  social; 
comprende  lo  que  ninguna  de  las  sociologías  de  estos  dos 
filosóficos  abarca  ;  á  saber  :  un  análisis  detenido,  á  veces 
perfectamente  exacto ,  de  los  positivos  y  constantes  ele- 
mentos que  forman  la  sociedad.  Por  otra  parte ,  mejor  pre- 

(i)  Obra  citada.  Prólogo. 


114  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


parado  que  Comte  y  Spencer  en  orden  á  ciertos  conoci- 
mientos (especialmente  los  jurídicos,  económicos  y  polí- 
ticos), y  en  situación  más  adecuada,  por  motivos  de  nacio- 
nalidad y  de  raza,  para  aprovecharse  de  imprescindibles 
tradiciones  filosóficas  (la  de  los  sistemas  de  Hegel ,  Schel- 
ling  y  Krause  principalmente),  su  estudio  de  la  sociedad 
resulta  indudablemente  muy  completo,  y  no  adolece  de  la 
parcialidad  fisiológica  del  de  Spencer  y  tantos  otros. 
Scháffle,  dice  con  razón  un  crítico  de  su  obra,  Dur- 
kheins  (')i  es  francamente  realista;  no  ve  en  la  sociedad 
el  mero  conjunto  de  individuos  ;  para  él  la  sociedad  es 
efectivamente  un  ser  que  ha  precedido  á  los  miembros 
que  actualmente  la  forman  y  que  les  sobrevivirá;  que,  por 
tanto,  tiene  su  vida  propia,  su  conciencia,  sus  intereses, 
su  destino;  con  lo  cual  se  afirma  la  existencia  real  de  ese 
objeto,  y  con  lo  cual  también,  por  un  procedimiento  mucho 
más  lógico  que  el  de  Spencer  ,  Greef  y  otros  sociólogos, 
se  asienta  la  posibilidad  de  un  estudio  reflexivo  de  seme- 
jante objeto,  es  decir,  de  una  ciencia  del  mismo.  Porque, 
en  efecto ,  lo  primero  que  hace  falta  para  fundamentar 
una  sociología  es  evidenciar  la  existencia  de  la  sociedad. 
Si  ésta  no  tiene  realidad  propia  y  sustantiva,  si,  confor- 
mándonos con  la  idea  individualista  y  la  rousseauniana, 
sólo  consideramos  en  la  sociedad  la  mera  agrupación  de 
sus  miembros,  no  viendo  el  bosque,  sino  sus  árboles; 
desde  luego  podemos  dar  por  desvanecido  el  objeto  de  la 
sociología.  Como  que  el  fenómeno  social ,  resultando  de 
una  mera  cuaHdad  del  individuo  sociable ,  podría  ser 
explicado  por  la  naturaleza  de  éste,  sin  requerir,  por 
tanto ,  una  indagación  particular  y  directa. 

El  reconocimiento  de  la  realidad  y  de  la  sustantividad 


(i)     V.  Revue philosophique  .  tomo  xix,  pág.  84. 


LA  LITERATURA    DE    LA   SOCIOLOGÍA.  11^ 


del  ser  social  (serno  vale  aquí  tanto  como  individuo)  de- 
termina la  dirección  de  la  investigación ,  riquísima  en  da- 
tos y  en  ideas,  de  Schaffle.  Por  de  pronto,  aparece  la  so- 
ciedad en  la  obra  de  este  sociólogo  más  plásticamente. 
Aun  cuando  hay  mucho  que  discutir  en  sus  opiniones,  no 
puede  negarse  la  fuerza  de  análisis  que  para  desmenuzar 
los  diversos  componentes  de  todo  orden, que  constituyela 
sociedad,  posee  Schaffle ;  lo  que  no  impide  en  él  una  gran 
facultad  para  dar  vida  y  movimiento  reales  al  complexí- 
simo cuerpo  social.  Las  afirmaciones  más  importantes 
que  tocante  al  objeto  de  la  sociología  se  pueden  señalar 
como  características  de  Schaffle,  y  á  la  vez,  como  indica- 
doras de  una  nueva  y  más  fecunda  dirección  en  la  cien- 
cia, son,  entre  otras,  las  siguientes:  la  sociedad  no  es  un 
organismo  natural  ,  tiene  sus  condiciones  verdadera- 
mente específicas ;  hay  entre  la  sociedad  y  los  organis- 
mos fisiológicos  diferencias  esenciales :  en  primer  lugar, 
los  lazos  que  unen  las  partes  de  la  sociedad  (sus  miem- 
bros) son  ideales,  tienen  un  carácter  ético,  en  cierto 
modo  inmaterial.  El  valor  que  Schaffle  da  á  la  idea  como 
fuerza  sociológica  es  inmensa;  en  esto,  sin  duda,  radica 
la  más  alta  originalidad  de  sus  opiniones.  También  debe 
notarse  el  valor  que  concede  en  la  formación  de  la  vida 
social  á  la  conciencia  y  á  la  reflexión  humanas;  como  que 
para  él,  sin  crear  en  las  opiniones  de  Rosseau,  ni  llegar  á 
donde  pretende  llegar  Fouillée,  es  característico  déla 
sociedad  el  ser  querida,  y  permanecer  por  virtud  de  la 
decidida  acción  de  la  conformidad  de  los  seres  que  la 
constituyen.  Por  otra  parte,  Schaffle  es  de  los  que,  al 
determinar  la  naturaleza  del  método  aplicable  á  la  in- 
vestigación de  la  nueva  ciencia,  ha  manifestado  mejor 
las  grandes  dificultades  de  la  misma ,  fijando  con  tal  mo- 
tivo los  límites  en  que  necesariamente  han  de  emplearse 


Il6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


la  observancia  y  la  experimentación.  Y  no  decimos  más. 
Una  mera  indicación  de  las  opiniones  de  Schaffle,  ó  bien 
un  ligero  extracto  de  su  obra ,  verdaderamente  volumi- 
nosa {áos  tovao^  áe  mil  páginas  cada  uno),  exigiría  es- 
pacio que  en  el  presente  estudio  no  poseemos.  Baste  aña- 
dir, para  terminar,  que  la  obra  de  Schaffle,  á pesar  de 
la  minuciosidad  con  que  el  asunto  se  examina ,  deja  la 
impresión  del  ser  social  de  un  modo  que  pudiéramos  lla- 
mar realista.  Efectivamente,  parece  como  que  se  ha  visto 
vivir  el  organismo  sui  generis  de  la  sociedad  en  toda  su 
fuerza,  con  todos  sus  elementos  de  actividad  y  de  ener- 
gía. No  quedan  sus  órganos  dispersos  y  separados  como 
las  partes  de  un  organismo  ñsiológico  después  de  haber 
sido  objeto  de  una  disección  anatómica,  sino  que,  con 
poco  esfuerzo  de  imaginación  por  parte  del  lector  ,  hay 
ocasiones  en  que  se  les  ve  vivir ,  cada  uno  en  el  pleno  y 
natural  ejercicio  de  funciones  propias. 


IV. 


Y  realmente  si  sólo  de  grandes  construcciones  socio- 
lógicas se  tratase  aquí,  habríamos  de  poner  fin  á  nuestra 
indagación.  En  esta  alta  categoría  creemos  que  sólo 
pueden  clasificarse  las  obras  de  los  filósofos  citados ,  al 
menos  dentro  de  los  límites  de  la  literatura  de  la  sociolo- 
gía que  más  ó  menos  directamente  conocemos.  Ninguno 
de  los  estudios  citados  ya  (salvo  acaso  el  de  Lilienfeld) 
puede  merecer  tal  consideración.  Pero  no  puede,  en  ver- 
dad, circunscribirse  la  noticia  de  la  literatura  de  la  socio- 
logía á  las  grandes  tentativas  de  construcciones  socioló- 
gicas. Para  ser  un  tanto  completa,  debe  citarse,  además 


LA    LITERATURA    DE   LA    SOCIOLOGÍA.  II7 

de  los  diversos  nombres  de  los  autores  que  apuntamos  al 
tratar  del  procedimiento  analógico,  algunos  más  que,  sin 
duda,  tienen  su  importancia,  y  cuyas  obrases  preciso 
conocer  si  se  quiere  apreciar  en  todo  su  valor  la  nueva 
ciencia  sociológica.   Por  de  pronto,  tenemos  los  traba- 
jos de  Huxley  (')  acerca  del  Nihilismo  administrativo, 
contra  los  resultados  de  la  equiparación  hecha  por  Spen- 
cer,  del  organismo  individual  y  el  social.  \.?i  de  Thompson 
sobre  el  Progreso  social,  en  la  que  se  resumen  ciertas 
enseñanzas  de  la  sociología,  y  otras,  en  Inglaterra,  que  no 
citamos  porque  no  hemos  tenido  ocasión  de  examinarlos. 
En  cuanto  á  Alemania  ('),  merecen  especial  mención,  en- 
tre otras,  las  de  Glumplowiez,  Bosquejo  de  la  Sociologia 
(Grundriss  der  Sociologie) ;  Tonnis,  Comunidad  y  so- 
ciedad ( Gemeinschaft  und  Gesellschaft ) ,  Baerenbach, 
Las  ciencias  sociales  (Die  Socialwissenschaften);  Men- 
ger ,  Investigaciones  acerca  del  método  de  las  ciencias 
sociales  (Untersuschiing en  iieher  die  methode  der  Social- 
wissenschaften) y  y  otros  aún.  Por  lo  que  toca  á  Francia,  á 
los  nombres  ya  citados  de  Littré,  Fouillée,  Espinas  y  Bor- 
dier,  deben  añadirse  los  de  Guarin  de  Vitry,  Tarde,  Bres- 
són,  Letourneau,  Combes  de  Lestrade,  Donnat,  Ferneuil, 
Guyau,  Roberty  (O  y  otros  muchos,  pudiendo  figurar 
entre  ellos  además ,  á  pesar  de  su  diversa  nacionahdad ,  el 
belga  Greef  y  el  rusoNovikoff  (4).  En  Italia,  anotaremos 

(  I )  Es  interesante  la  opinión  Huxley  acerca  de  la  teoría  de  Spencer. 
Ese  trabajo  fué  ya  publicado  en  Fortnightly  Review  ( 1871  );  acerca  de  él 
da  curiosas  noticias  Feuillée  en  la  obra  citada. 

(2)  Esto  aparte  de  la  infinidad  de  tratados  át  Economía  política  y 
de  otras  ciencias  en  las  que  se  pueden  señalar  puntos  de  vista  socioló- 
gicos importantísimos. 

(3)  Roberty ,  La  Sociologie,  especie  de  Introducción  á  la  ciencia, 
muy  interesante,  aunque  parcial  en  exceso. 

(4)  Este  escritor  publicó  en  francés  un  libro  titulado  Le politique  in- 
ternationak,  que  es  una  especie  de  aplicación  de  las  ideas  de  la  sociología 
de  Spencer  á  la  vida  de  las  naciones  contemporáneas.  Es  muy  intere- 
sante. 


1 8  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


los  trabajos  de  Vadalá  Pápale,  Siciliani,  Boccardo,  Schiat- 
tarella,  Colajanni  y  Di  Bernardo ;  en  Portugal ,  la  obra  de 
Braga;  en  cuanto  á  nuestra  España,  el  Tratado  de  So- 
ciología del  Sr.  Soles  y  Ferré  y  la  Sociología  científica 
del  Sr.  González  Serrano.  Claro  es  que  no  figuran  ahí 
todos  los  nombres  que  podrían  figurar,  ni  tenemos  la 
pretensión  de  hacer  una  bibliografía  completa. 

Bastarán,  sin  embargo,  los  anotados  para  comprender 
el  alcance  é  importancia  científica  de  la  sociología.  Más 
interés,  sin  duda,  que  el  añadir  nombres  á  los  citados,  lo 
tendrá  sin  duda  señalar  ligeramente  las  más  originales 
tendencias  que  en  alguno  de  los  trabajos  enumerados  se 
significan.  Ya  antes  dijimos  algo  de  esto.  Entrando  un 
poco  en  detalles  ahora,  podemos  indicar  las  siguientes, 
claro  está  ,  mas  ó  menos  puras  y  más  ó  menos  definidas. 
En  primer  término ,  tenemos  un  espíritu  de  protesta  quizá 
exagerado,  perfectamente  explicable  (por  lo  que  dice 
Zola  ,  de  que  toda  revolución  lleva  en  sí  misma  una 
reacción  necesaria) ,  contra  el  evolucionismo  y  contra  el 
progreso  social.  La  obra  de  Glumplowiez ,  con  su  desco- 
nocimiento de  los  cambios  sucesivos  sociales,  en  cuanto 
en  estos  cambios  pueda  verse  progreso ,  con  su  negación 
del  origen  unitario  y  común  de  las  sociedades  y  del  hom- 
bre, con  su  afirmación,  por  tanto,  de  la  poligénesis  so- 
cial, aparece  como  una  tentativa  de  sociología ,  formada 
en  oposición  á  la  concepción  de  Scháffle,  Spencer  y  de- 
más. La  ley  fundamental  del  mundo  social  para  este  au- 
tor es  la  siguiente  :  Todo  grupo  social  tiende  á  subordi- 
narse los  grupos  vecinos  para  explotarlos  en  provecho 
propio.  La  lucha  que  de  aquí  resulta  no  da  lugar  á  las 
consecuencias  de  la  lucha  por  la  existencia  darwinista  (la 
selección,  el  mejoramiento,  etc.),  porque  todo  lo  que 
ocurre  al  fin ,  no  es  más  que  un  cambio  en  los  elementos 


LA    LITERATURA    DE    LA    SOCIOLOGÍA.  II9 

sociales ,  por  otra  parte,  siempre  idénticos.  Una  idea  muy 
provechosa  puede  registrarse  en  esta  obra  por  las  su- 
gestiones á  que  puede  dar  lugar ;  refiérese  ésta  á  la  mo- 
ral ,  la  cual ,  en  opinión  del  autor ,  resulta  de  la  influencia 
ejercida  por  el  todo  social  sobre  los  individuos,  influen- 
cia que,  siendo  en  sí  misma  egoísta  (nace  del  egoísmo  de 
la  sociedad) ,  es ,  sin  embargo ,  altruista  el  manifestarse 
en  el  individuo.  Éste,  dominado  por  ella,  atiende  á  sus 
semejantes,  á  quienes  de  otra  suerte  no  atendería,  antes 
al  contrario  ( ')•  Fuera  de  este  autor,  la  tendencia  más  im- 
portante de  la  sociología  moderna  la  tenemos  en  las  obras 
de  Fouillée  y  Greef ,  y  en  los  trabajos  de  Tarde  publica- 
dos en  la  Revue  philosophiqíie  (*). 

Fijándonos  en  los  dos  primeros,  podremos  registrar  en 
sus  obras  datos  suficientes  para  mostrar,  por  un  lado, 
cierta  comunidad  de  ideas  con  Scháffle,  y  por  otro,  aquel 
intento  á  que  nos  referíamos  antes  de  armonizar  las  afir- 
maciones de  la  sociología  moderna  con  Rousseau.  En 
Fouillée  este  intento  es  manifiesto.  Su  teoría  del  organis- 
me  contractiielj  resultado  de  una  conciliación  de  las  ideas 
de  contrato  y  de  organismo ,  lo  demuestra  concluyente- 

(i)  Resumiendo  las  ideas  sociológicas  de  este  autor,  puede  afirmarse 
lo  siguiente :  i  ."^  La  sociologí  i  es  una  ciencia  especial,  distinta  por  su  obje- 
to y  por  su  método  de  la  psicología  y  de  la  bioLgia  ,  con  las  cuales  suele 
confundirse.  2."  La  sociedad  no  es  un  mero  agregado  de  individuos,  y,  por 
tanto,  para  investigar  sa  naturaleza  no  basta  conocer  la  de  estos  indivi- 
duos. La  sociedad  tiene  una  realidad  objetiva  independiente.  3  ^^  No  po— 
demos  formar  la  sociología  por  el  estudio  de  una  sociedad  aislada,  por 
que  los  fenómenos  sociológicos  no  se  producen  smo  por  la  acción  externa 
de  unas  sociecades  con  otras.  4.°  La  determinación  de  las  relaciones  que 
de  aquí  nacen  es  un  problema  sociológico  fundamental.  5.°  La  sociología 
comprende  también  el  estudio  de  ciertos  fenómenos  que,  aunque  mani- 
festándose en  el  individuo,  tienen  su  razón  de  ser  en  la  acción  social  (esos 
fenómenos  son  el  derecho,  la  moral,  la  lengua,  etc  ,  ttc). 

(2)  V.  Revue  pbilosopbique ,  tomo  xviii.  pag.  4S9  (Qu'cst  ce  qu'une 
socüte),  tomo  xvi ,  págs.  ib  y  148.  (La  diaUctique  socijie) ,  y  números  co- 
rrespondientes á  los  meses  de  Agosto  y  Septiembre  de  1889  (Categories 
logiques  et  insíiíutions  sociales). 


120  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


mente.  En  Greef,  el  intento  no  es  tan  manifiesto.  Mas  en 
todo  el  primer  volumen  de  su  Introducción  á  la  Sociolo- 
gía, ni  una  sola  vez  se  refiere  á  Fouillée ;  pero  por  dis- 
tintos caminos  llega  á  conclusiones  muy  análogas  á  las 
de  éste.  Fouillée  considera  que  la  sociedad  es  un  orga- 
nismo, pero  un  organismo  formado  por  la  naturaleza 
libre  del  hombre ,  y  que  tiende  cada  vez  con  mayor  fuerza 
á  mantenerse  por  virtud  del  contrato,  es  decir,  por  vir- 
tud de  la  libre  manifestación  de  la  voluntad  de  los  miem- 
bros que  al  fin  lo  constituyen.  Esto  es,  que  la  sociedad 
tiene  como  carácter  específico  el  estar  basada  en  actos 
libres.  Greef,  después  de  tachar  de  deficientes  las  cons- 
trucciones sociológicas  de  Comte  y  de  Spencer  (nada  nos 
dice  déla  de  Scháffle),  se  plantea  el  problema  de  la  posi- 
bililidad  de  una  ciencia  social,  problema  que,  en  su  opi- 
nión ,  supone  el  de  averiguar  si  existen  fenómenos  socio- 
lógicos ,  que  por  algo  específico  no  puedan  ser  explicados 
en  las  dos  ciencias  que  considera  como  anteriores  (la  bio- 
logía y  la  psicología).  Y,  efectivamente,  á  través  de  am- 
plias discusiones  y  de  largas  y  á  veces  repetidas  consi- 
deraciones, determina  lo  característico  de  lo  social,  afir- 
mando que  consiste  en  que  las  unidades  sociológicas  son 
inteligentes,  lo  que  no  ocurre  con  las  células  (unidades 
orgánicas  fisiológicas),  que  son  ininteligentes ;  áe  ahí 
que  el  concurso  en  los  agregados  sociales  sea  mutua- 
mente consentido  y  que  las  relaciones  en  él  revistan  el 
carácter  de  convencionales.  Ni  más  ni  menos  que  piensa 
Fouillée,  y  que,  aunque  con  otras  explicaciones,  afirma 
Scháffle.  Greef,  sin  embargo,  no  se  pone  en  abierta  opo- 
sición con  Spencer,  ni  con  Comte;  aprovéchalas  conclu- 
siones del  procedimiento  analógico  empleado  por  aquél, 
y  luego  por  su  lado,  declarando  el  estudio  incompleto ,  lo 
continúa  con  las  afirmaciones  que  supone  la  teoría  del 


LA    LITERATURA    DE   LA    SOCIOLOGÍA.  121 

organismo  convencional.  La  sociología  de  este  autor  no 
abarca  sólo  el  problema  indicado :  tiene ,  al  igual  que 
Schaffle ,  un  análisis  descriptivo  del  organismo  de  la 
sociedad  ( ' ) ,  procurando  presentarlo  de  un  modo  á  la  vez 
concreto,  según  un  determinado  estado  de  desenvolvi- 
miento y  en  su  larga  y  trabajosa  elaboración.  Muchos  y 
muy  fundados  reparos  pueden  oponerse  sin  duda  á  esta 
concepción  de  la  sociedad ,  según  Fouillée  y  Greef ,  pero 
no  es  del  caso  detenerse  á  eso.  Sólo  nos  fijaremos  en  lo 
siguiente.  Si  la  característica  de  lo  sociológico  es,  como 
afirma  Greef ,  la  índole  inteligente  de  las  unidades  que 
forman  el  agregado  social  y  la  forma  convencional  del 
concurso  en  él ,  y  sólo  por  esto  la  sociología  tiene  un 
método  y  se  diferencia  de  otras  ciencias ,  una  de  dos  :  ó 
no  son  de  la  sociedad  las  manifestaciones  inconscientes 
que  en  ella  hay  sin  duda ,  ni  pueden  considerarse  como 
sociedades  á  las  rudimentarias ,  ó  bien ,  aun  cuando  lo 
sean,  no  han  de  ser  materia  de  la  sociología.  Por  nues- 
tra parte,  pensamos  que  una  ciencia  no  puede  referirse  á 
una  manifestación  determinada  de  un  objeto  desechando 
otros;  si  la  sociología  es  la  ciencia  de  la  sociedad,  debiera 
comprender  la  sociedad  en  sí  misma,  y  en  la  variedad  de 
sus  diversas  manifestaciones ;  en  modo  alguno  puede  cir- 
cunscribirse á  una  de  éstas,  aunque  sea  la  más  alta  y  com- 
plicada. 

De  todas  suertes,  no  puede  desconocerse  la  importan- 
cia grande  que  para  la  sociología  tiene  el  aspecto  de  la 
cuestión  estudiado  por  Fouillée  y  por  Schaffle,  como  lo 
tiene  sin  duda  el  punto  de  vista,  originalísimo  por  cierto, 
de  Tarde.  En  rigor  ,  este  autor  no  ha  salido  en  absoluto 
del  procedimiento  analógico ,  sino  que  las*  analogías  se 

(i)     Obra  citada,  vol.  ii. 


122  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


buscan  en  otros  órdenes  distintos  del  fisiológico  y  biológi- 
co. Las  analogías  principales  de  la  sociedad  ,  para  Tarde, 
están  en  la  dialéctica  especialmente.  El  proceso  social  es 
en  el  fondo  como  un  proceso  lógico.  Además,  Tarde  pro- 
cura buscarla  explicación  déla  sociedad  en  ella  misma, no 
en  las  ciencias,  que  en  todo  caso  la  condicionan,  y  atiende 
para  explicarla ,  como  Schaffle ,  y  como  en  sus  estudios 
hace  Guyau ,  á  las  ideas.  Para  él  tienen  más  importancia 
éstas ,  como  elemento  ó  fuerza  de  cohesión ,  que  los  ele- 
mentos de  carácter  material.  En  efecto:  con  un  territorio 
y  con  individuos  no  tenemos  sociedad;  es  preciso  algo  que 
determine  una  unión  permanente  y  coherente  en  esos  in- 
dividuos ;  esto  lo  consigue  un  sentimiento  común  ;  por 
ñn ,  una  idea.  Dos  clases  de  fuerza  mueven  el  mundo  so- 
cial: la  imitacióít {hija,  de  la  sugestión  que  una  idea  ejerce 
en  varios)  y  la  innovación  (que  determina  las  posibles 
variaciones  del  conjunto  social  en  virtud  de  una  idea  nue- 
va). Con  lo  cual  se  viene  implícitamente  á  afirmar,  de  un 
lado ,  el  procedimiento  déla  sociedad  en  la  cualidad  de 
sociable  del  individuo  que  lo  sea ,  y  por  otro ,  la  sustanti- 
vidad  y  realidad  del  fenómeno  social ,  es  decir,  de  la  so- 
ciedad misma. 


* 
^  * 


Aunque  ligeramente  (no  podíamos  hacer  otra  cosa,  ni 
entraba  en  nuestro  plan),  hemos  procurado  dar  una  idea 
de  las  principales  manifestaciones  de  la  sociología  en  los 
libros.  Como  se  ve  por  la  calidad  de  los  autores,  cuanto 
por  su  número  y  por  el  intrínseco  valor  de  las  opiniones, 
la  nueva  ciencia  tiene  una  importancia  indudable.  No 


LA    LITERATURA    DE    LA    SOCIOLOGÍA.  12} 

puede  renegar  de  sus  largos  é  interesantes  antecedentes 
históricos ;  acaso  sus  conceptos  fundamentales  estén  con- 
tenidos en  obras  de  otros  tiempos ;  pero  no  es  dado  des- 
conocer que,  por  lo  que  toca  al  detalle  del  conocimiento, 
á  la  reunión  de  materiales,  á  la  aplicación  de  nuevos 
métodos,  la  sociología  moderna  ,  á  partir  de  Comte,  al- 
canza un  vuelo  extraordinario.  Y  si  atendemos  á  la  ma- 
nifestación literaria  de  la  misma  en  los  últimos  autores 
á  que  aludimos ,  es  preciso  reconocer  cierta  tendencia 
saludable  á  romper  los  estrechos  moldes  en  que  al  princi- 
pio parecían  querer  encerrársela.  Un  examen  crítico  de- 
tenido de  las  diversas  cuestiones  que  constituyen  la  in- 
troducción á  la  sociología ,  tal  como  han  sido  planteadas 
y  resueltas  por  los  autores  citados ,  demostraría  lo  que 
decimos.  Quizá  con  tiempo  y  con  mayor  espacio  lo  aco- 
meta algún  día  ;  hoy  por  hoy,  para  el  objeto  del  presente 
estudio,  basta,  á  mi  modo  de  ver,  con  lo  dicho. 

Adolfo  Posada. 

Oviedo,  Noviembre  1889. 


¿POR  QUÉ  ESTÁ  DESCONTENTO 

EL  EJÉRCITO? 


Q 


uiÉN  no  recuerda  la  anécdota  del  inglés  aquel 
que  durante  años  siguió  á  un  domador  de  fieras 
en  su  vida  vagabunda ,  asistiendo  á  todas  las  re- 
presentaciones ,  hasta  que  tuvo  la  satisfacción  relativa 
de  ver  conjfirmada  su  opinión  :  que  las  fieras  se  comerían 
al  domador?  También  yo ,  desde  que  el  general  Cassola 
apareció  en  la  escena  política ,  le  he  seguido  incesante- 
mente ;  cuando  todo  el  mundo  decía  que  él ,  con  sus  re- 
formas, haría  de  nuestro  ejército  político  un  ejército  na- 
cional, que  con  ellas  llevaría  á  ese  ejército  la  satisfacción 
de  que  carecía,  la  perfección  técnica  que  anhelaba ,  cuan- 
do todo  eso  era  moneda  corriente,  yo,  no  sólo  dudaba, 
sino  que  aseguraba  lo  contrario.  En  folletos,  en  revistas, 
en  diarios ,  he  sostenido  siempre  que  las  reformas  del 
general  Cassola  empezaban  por  ser  imposibles  por  mo- 
tivos económicos,  que  si  éstos  desaparecieran,  aún  las  re- 
formas serían  inútiles  ;  pero  sobre  todo ,  que  eran  con- 
trarias á  las  necesidades  de  la  nación  y  nada  ventajosas 


120  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


para  la  situación  social  del  ejército.  La  sesión  celebrada 
en  el  Congreso  el  29  de  Marzo  ha  sido  para  mí  el  mo- 
mento en  que  el  inglés  tuvo  razón ,  en  que  la  fiera  se  tragó 
al  domador. 

El  general  Cassola,  por  la  fuerza  incontrastable  de  los 
sucesos ,  se  presentó  en  la  tal  sesión  como  el  paladín  de 
una  causa  que  él  mismo  reconocía  muy  mala ,  la  indis- 
creción del  general  Daban  ;  pero  como  no  quería  ni  le 
convenía  defender  la  falta  de  disciplina ,  como  no  le  im- 
portaba cosa  mayor  la  inmunidad  parlamentaria,  ni  la 
veía  amenazada ,  lo  que  él  creyó  que  le  tocaba  sostener 
era  el  fundamento  del  acto  del  general  Daban,  el  descon- 
tento del  ejército.  Y  entonces  el  general  Bermúdez  Rei- 
na, ministro  de  la  Guerra,  ministro  con  el  Sr.  Sagasta, 
que  tres  años  antes  había  elevado  al  ministerio  al  general 
Cassola  para  plantear  las  célebres  reformas,  exclamó  di- 
rigiéndose á  este  último  : 

— Las  reformas  de  su  señoría  son,  en  gran  parte, 
causa  de  ese  descontento. 

— Y  entonces,  ¿por  qué  las  aceptó  el  Sr.  Sagasta?  — 
preguntó  Cassola. 

— Porque  no  las  conocía,  y  me  naba  de  la  competen- 
cia de  su  señoría, — contestó  el  más  imperturbable  de  los 
jefes  de  Gabinete  presentes,  pasados  y  futuros. 

Así  es;  porque  los  hombres  de  Estado  no  estudiaron  las 
reformas  del  general  Cassola;  porque  al  aceptarlas  como 
parte  de  un  programa  de  gobierno  hicieron  creer  que  eran 
posibles,  que  eran  convenientes;  porque  á  medida  que 
se  fueron  convenciendo  de  su  impracticabilidad  y  de  sus 
inconvenientes  fueron  abandonándolas  hipócritamente, 
con  pretextos ,  no  con  razones ;  por  eso  hoy  el  ejército  está 
dividido,  pero  todo  él  descontento  ;  por  eso  circulan  pe- 
riódicos militares  (así  se  llaman  ellos)  que  son  un  ataque 


¿POR   QUÉ   ESTÁ    DESCONTENTO   EL   EJÉRCITO?  1 27 

diario  al  prestigio  del  ejército,  y  no  son  un  peligro  porque 
no  está  el  horno  para  bollos  ;  por  eso  el  general  Daban  se 
hizo  la  ilusión  de  que  habían  llegado  los  tiempos  de  escri- 
bir su  carta,  y,  Josué  de  repetición,  quiso  parar  el  curso 
del  sol  por  segunda  vez ;  por  eso  el  general  Cassola  se  ha 
separado  del  Sr.  Sagasta  y  se  ha  constituido  en  alma  de 
una  conjura  estéril  para  todo  lo  útil,  fecunda  para  dar 
pretextos  á  la  incurable  pereza  del  jefe  del  partido  libe- 
ral; por  eso,  sobre  todo,  hoy  es  muy  difícil  que  ministro 
alguno  se  atreva  á  proponer  y  menos  á  reahzar  la  verda- 
dera reorganización  del  ejército,  la  única  compatible  con 
nuestras  necesidades  y  nuestras  posibilidades  ,  pero 
cuyos  rasgos  característicos  y  esenciales  son  ,  como  no 
pueden  menos  de  ser,  la  contradicción  absoluta  de  la 
obra  abortada  del  general  Cassola. 

No  sé  si  el  general  Bermúdez  Reina,  al  señalar  las  re- 
formas cassolistas  como  motivo  del  desasosiego  que  siente 
el  ejército,  habrá  pensado  únicamente  en  aquella  parte  de 
ellas  que  hoy  rige  ya  como  ley  constitutiva  de  aquel; 
yo  veo  la  cuestión  de  otro  modo.  La  supresión  del  dua- 
lismo, el  despojo  sufrido  por  los  cuerpos  facultativos  del 
derecho  á  ascender  á  generales  en  sus  escalas,  no  pueden 
ser  causa  del  descontento  de  las  armas  generales ;  verdad 
es  que  la  satisfacción  que  tales  medidas  causaron  en  los 
últimos  ha  sido  efímera ,  como  no  podía  menos ;  pero  el 
disgusto  tiene  motivo  más  hondo. 

La  fórmula  del  descontento  ha  sido  consagrada  por  el 
general  Cassola:  «los  hombres  políticos  son  enemigos  del 
ejército ;  por  eso  han  aceptado  la  parte  de  las  reformas 
que  no  podían  menos  de  lastimar  intereses  particulares; 
por  eso*  han  rechazado  aquella  otra  parte  que  hubiera 
dado  prestigio  á  todo  el  ejército,  satisfacción  á  sus  indi- 
viduos y  garantía  ala  nación.»  Y  ahora  quiero  examinar 


28  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


qué  hay  de  cierto  en  estas  afirmaciones :  si  realmente  el 
ejército  es  objeto  de  animadversión  para  un  partido  po- 
lítico ó  para  todos,  ó  si  el  descontento  proviene  de  que  los 
militares  creen  que  existe  tal  animadversión. 


*** 


Que  el  ejército  está  atravesando  una  época  de  desa- 
sosiego y  molestia,  es  un  hecho  claro  como  la  luz  del  día; 
que  los  políticos  tienen  de  ello  la  culpa  en  gran  parte,  ya 
lo  he  dicho,  pero  fácil  es  probar  que  su  pecado  es  pura- 
mente de  omisión.  El  ejército  está  sufriendo  las  conse- 
cuencias de  la  falta  de  competencia  técnica  que  reina  en 
las  altas  esferas  de  la  política ;  su  mal  estado ,  su  situa- 
ción deplorable,  y  bastante  deplorada,  no  es  peor  que  la 
de  los  otros  organismos  sociales ;  tan  mal  ó  peor  que  el 
ejército  en  todos  conceptos  están  la  instrucción  pública, 
la  administración,  la  magistratura;  tendría  que  esforzar- 
me mucho,  y  de  fijo  sin  éxito,  para  sintetizar  el  complexo 
estado  social  y  político ,  del  que  sólo  es  un  detalle  la  si- 
tuación interior  militar ;  creo  que  llegaré  más  pronto  al 
objeto  que  me  propongo  concretando  la  cuestión. 

Tres  años ,  poco  mas  ó  menos ,  hace  que  Sagasta 
llamaba  al  ministerio  de  la  Guerra  al  general  Cassola 
para  que  plantease  un  proyecto  completo  de  reorganiza- 
ción militar,  cuyo  resultado  habría  de  ser  elevar  el  ejér- 
cito español  al  nivel  profesional  que  en  las  grandes  poten- 
cias europeas  han  alcanzado  ó  conservado  los  ejérci- 
tos; corolario  de  esta  transformación  técnica  sería  un 
aumento  de  prestigio,  de  consideración  social ,  de  donde 


¿POR   QUÉ    ESTÁ    DESCONTENTO    EL    EJÉRCITO?  1 29 

dimanaría  la  interior  satisfacción  y  el  aquietamiento  de 
todos  los  impulsos  levantiscos  debidos  á  la  herencia,  y 
acaso,  acaso  á  la  selección.  Es  cosa  averiguada  que  el 
Sr.  Sagasta  no  se  enteró  del  alcance  ni  de  la  posibilidad 
de  semejante  proyecto ;  lo  consideró  á  la  altura  de  la  com- 
petencia y  talento  del  autor ,  lo  recomendó  eficazmente  á 
la  benevolencia  de  la  mayoría  parlamentaria  y  de  la  pren- 
sa ministerial,  y  descansó.  Cierto  es  también  que  el  plan 
de  reformas  poseía  la  apariencia  más  adecuada  para  pro- 
ducir en  ánimos  distraídos  la  ilusión  apetecida ,  y  el  vulgo 
político  aplaudió  con  tanto  mayor  entusiasmo  cuanto  más 
estrictamente  se  ceñía  el  proyecto  á  los  modelos  exóticos 
que  brillaban  por  sus  éxitos ,  y  aun  por  su  racional  orga- 
nización; pasmoso  es,  sin  embargo,  que  el  instinto,  ya 
que  no  otra  cosa ,  no  haya  puesto  en  guardia  á  nuestros 
gobernantes  contra  una  imitación  tan  perfecta;  no  se 
comprende  que  ni  por  un  momento  dieran  por  bueno  para 
España  pobre  y  neutral  lo  que  era  indispensable  para 
naciones  ricas  y  empeñadas  en  beUcosas  empresas.  Miste- 
rios, diría,  si  el  patriotismo  consistiera  en  ocultar  la  ver- 
dad; cosa  naturalísima ,  debo  decir,  en  un  país  en  el  que 
la  educación  no  ha  tenido  quien  se  ocupara  de  ella  jamás 
en  las  alturas  del  poder.  Asistiendo  á  los  exámenes  de 
nuestros  bachilleres  se  comprende  perfectamente  lo  que 
puede  dar  de  sí  nuestro  Parlamento,  cuando  la  inmensa 
mayoría  no  se  siente  empujada  en  algún  sentido  por  algún 
hombre  de  genio ,  ó  siquiera  de  gran  talento  é  ilustra- 
ción; dejada  á  sus  propias  fuerzas,  resolverá  todos  los 
problemas  como  resolvió  el  de  las  reformas  militares. 

Más  disculpable  es  que  la  alucinación  de  los  políticos 
haya  sido  compartida  por  una  gran  parte  de  los  miU tares; 
siempre  las  colectividades  creen  posible  lo  que  las  lison- 
jea, y  la  oficialidad  de  nuestro  ejército  debía  sentirse  li- 

9 


130  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


sonjeada  por  las  promesas  de  ser  colocada  á  la  altura  téc- 
nica y  social  alcanzada  en  los  ejércitos  más  atendidos,  de 
que  tendríamos  en  un  santiamén  (como  aquí  gustan  las 
cosas)  huestes  no  tan  numerosas ,  pero  sí  tan  preparadas 
para  la  guerra,  para  la  gran  guerra  con  el  extranjero, 
como  pueden  estarlo  las  alemanas  ó  las  francesas.  Hasta 
las  circunstancias  eran  propicias  para  la  ilusión ;  habíanse 
terminado  poco  antes  dos  guerras  civiles ,  y  todos  desea- 
ban que  fueran  las  últimas;  pero  el  recuerdo  de  las  haza- 
ñas, el  estímulo  de  las  carreras  rápidas  se  reunían  á  la 
natural  aspiración  de  los  que  á  las  armas  se  dedican  ,  y 
en  la  reforma  á  la  tudesca  veían  las  ambiciones  nobles 
una  promesa  de  que  los  sueños  de  gloria ,  los  anhelos  de 
la  bravura  podrían  realizarse  algún  día,  acaso  pronto: 
¿y  quién  puede  vituperar  en  un  militar  aspiraciones,  que 
se  enlazan  tan  íntimamente  para  tantos  hombres  con  las 
aspiraciones  nacionales  ?  Á  esta  esperanza  nobilísima  de 
dar  á  la  patria  gloria  y  predominio  á  costa  de  su  sangre, 
hay  que  añadir  otra  muy  legítima  que  las  reformas  pre- 
sentaban para  nuestros  militares ;  la  de  que  aumentaría 
su  consideración  social,  y  probablemente  su  bienestar 
material ,  cosas  á  que  sólo  renuncian  realmente  los  as- 
cetas y  de  palabra  los  hipócritas. 

¿Quién  ,  pues,  debe  extrañar  que  las  reformas  del  ge- 
neral Cassola  adquirieran  desde  el  principio  gran  partido 
en  el  ejército  ?  Aunque  entre  esas  reformas  no  figuraran 
medidas  falsamente  igualitarias  que  Hsonjearon  pasiones 
censurables,  hubieran  tenido  siempre,  no  ya  partidarios, 
sino  sectarios  ardientes,  de  esos  que  no  conciben  la  con- 
tradicción y  que  califican  al  adversario  de  mal  patriota  y 
enemigo  del  ejército,  porque  en  su  exaltación  no  pueden 
comprender  que  haya  quien  se  someta  á  las  imposiciones 
de  la  reafidad  antes  de  haber  sufrido  la  lección  de  la  ex- 


¿POR   QUÉ   ESTÁ   DESCONTENTO   EL    EJÉRCITO?  I3I 

periencia.  No,  la  ingente  masa  de  nuestra  oficialidad,  des- 
contenta del  presente,  desesperada  del  porvenir,  no  tenía 
obligación  de  escudriñar  en  los  proyectos  del  general 
Cassola ,  no  tenía  obligación  de  buscar  en  ellos  los  vicios 
originales  que  los  hacían  irrealizables  ó  estériles  ;  esa 
tarea  incumbía  á  los  hombres  políticos ,  y  sobre  todo  á 
los  que  entonces  gobernaban  y  ho}^  gobiernan  todavía  ; 
por  pereza  la  desdeñaron  cuando  era  oportuna ,  cuando 
hubiera  sido  eficaz;  y  hoy  que  saben,  ó  poco  menos,  á  qué 
atenerse,  son  impotentes  para  remediar  el  mal  producido 
por  su  incuria,  por  su  poca  aprensión.  Hoy  ,  una  gran 
mayoría  de  los  oficiales  del  ejército  piensa  {y  una  mino- 
ría importante  lo  grita  á  voz  en  cuello) :  «No  estamos 
contentos  porque  no  habéis  querido  darnos  las  reformas 
que  nos  habíais  prometido  ;  y  no  habéis  querido,  porque 
tenéis  odio  al  general  Cassola  y  á  nosotros  miedo».  Y  este 
concepto  ,  que  merece  la  conducta  de  los  hombres  par- 
lamentarios á  los  oficiales  del  ejército,  es  indudablemente 
un  mal  grave  para  la  marcha  de  la  política  ,  pero  es  una 
consecuencia  fatal  de  cómo  hacemos  aquí  política  y  po- 
líticos. 

Duele  mucho  más  que  las  cosas  hayan  llegado  á  este 
punto,  cuando  se  piensa  lo  fácil  que  hubiera  sido  encauzar 
la  opinión  en  un  principio.  Aún  recuerdo  la  primera  se- 
sión del  Senado  en  que  el  general  Cassola  se  levantó  á 
preparar  el  terreno  ;  hubo  en  sus  palabras  un  olor  á  reti- 
cencia pavorosa, una  alusión  á  posibles  calamidades,  que 
no  debió  pasar  sin  correctivos  por  parte  de  los  hombres 
que  por  estar  al  frente  de  los  destinos  de  la  nación  tienen 
obligación  de  conocer  y  discernir  lo  verosímil  y  lo  inve- 
rosímil. ¿Y  qué  habrá  más  inverosímil  en  el  campo  de  la 
política  internacional  europea  que  una  invasión  del  terri- 
torio español  por  ejércitos  extranjeros?  Algún  tiempo 


132  LA  ESPAÑA    MODERNA. 


después  se  habló  de  la  necesidad  de  recobrar,  ó  adquirir, 
más  alto  rango  entre  las  potencias  europeas;  y  así  como 
un  sujeto  se  hace  un  frac  para  asistir  á  un  sarao ,  así  nos- 
otros debíamos  hacernos  un  ejército  respetable  para 
tomar  asiento  entre  los  anfictiones  europeos  ;  como  si  és- 
tos ,  para  admitirnos  en  calidad  de  pares ,  no  hubieran  de 
enterarse  antes  de  á  qué  altura  estábamos  en  otras  muchas 
cosas,  sin  las  cuales,  aun  dado  que  pudiera  haber  ejérci- 
tos, éstos  carecen  de  fuerza  efectiva.  Pero  sobre  todo, 
donde  brilla  la  impericia  es  en  la  cuestión  económica ; 
esta  es  la  hora  en  que  tras  de  interminables  discusiones, 
dedicadas  en  ambas  Cámaras  á  las  reformas  militares, 
puede  el  general  Cassola  decir  que  nadie  ha  rebatido 
una  de  sus  más  peregrinas  afirmaciones ,  la  de  que  sus 
reformas  militares  producirían  una  respetable  economía 
en  el  presupuesto  de  la  Guerra  ;  al  principio  pasó  la  es- 
pecie como  incontrovertible  ;  luego ,  cuando  la  mayoría 
empezó  á  convencerse ,  grosso  modo ,  de  que  las  reformas 
eran  impracticables ,  algún  diputado  se  atrevió  á  poner 
en  duda  tal  afirmación.  Pero  todavía  nadie  en  el  Parla- 
mento ha  pedido  al  general  la  única  prueba  convincente: 
un  presupuesto  del  ramo  de  Guerra,  redactado  para  el 
ejército  reformado  según  sus  proyectos  ;  fuera  del  Par- 
lamento lo  he  pedido  yo  hace  tiempo,  y  no  he  podido  con- 
seguirlo. No,  el  general  Cassola  no  puede  hacer  entrar 
el  ejército  de  sus  sueños  en  la  realidad  económica  ;  pero 
aunque  tanto  lograra,  aunque  hiciera  el  milagro,  ó  aun- 
que del  país  exigiera  otro ,  el  de  dotar  el  presupuesto  de 
Guerra  á  gusto  del  general ,  todavía  los  hombres  técni- 
cos, las  gentes  de  guerra  no  se  darían  por  satisfechos. 
Los  planes  del  general  Cassola  no  darían  á  nuestro  ejér- 
cito sino  la  apariencia  de  los  ejércitos  extranjeros  ;  la 
fuerza  intrínseca  sería  tan  deficiente  como  en  la  actuali- 


POR   QUÉ   ESTÁ    DESCONTENTO    EL  EJÉRCITO?  1}} 

dad.  No  puedo  probar  aquí  mi  aserto,  pero  lo  he  probado 
en  mi  folleto  La  reducción  del  contingente,  cuya  parte 
crítica  de  las  reformas  del  general  Cassola  aún  no  ha  sido 
refutada  por  nadie  ;  y  no  puedo  achacar  el  silencio  á  me- 
nosprecio de  mi  trabajo,  pues  éste  ha  servido  de  tema  de 
discusión  durante  algunas  sesiones ,  en  el  pasado  mes  de 
Junio,  á  los  debates  del  Congreso. 

Si  la  incongruencia  de  los  planes  reformistas  con  la 
situación  políticay  económica  de  la  nación ;  si  su  insuficien- 
cia técnica  no  fueron  advertidas  á  tiempo  para  rechazar 
también  á  tiempo  tales  planes ,  para  no  haber  dado  lugar 
á  ilusiones  generosas  que  repugnan  el  desengaño ,  tanto 
más  cuanto  que  ninguna  voz  autorizada  ha  resonado  to- 
davía para  señalar  el  error,  si  todo  esto  ha  sucedido, 
culpa  es  de  los  políticos,  sí;  pero  no  resultado  de  animad- 
versión instintiva  ó  razonada  contra  el  ejército,  sino  con- 
secuencia necesaria  de  la  imprevisión  de  unos  pocos  y  de 
la  incompetencia  de  muchos.  Cuando  el  general  Cassola, 
después  de  haber  defendido,  no  sin  brillo,  sus  lucubracio- 
nes de  ataques  incoherentes,  vagos,  sin  método  ni  plan, 
tuvo  que  dejar  el  ministerio  de  la  Guerra ,  no  debió  ha- 
berse dado  lugar  á  la  creencia  de  que  esto  acaecía,  bien 
por  que  dos  generales  conspicuos  resultaban  incompa- 
tibles entre  sí,  bien  porque  el  ministro  de  la  Guerra 
hacía  sombra  al  jefe  del  partido  gobernante ;  la  sana 
política  exigía ,  como  siempre ,  la  manifestación  de  la  ver- 
dad, y  en  la  época  á  que  aludo  creo  que  el  Sr.  Sagasta 
la  conocía  lo  suficiente  para  haber  hablado  aproximada- 
mente en  estos  términos  : 

«Me  he  convencido  de  que  las  reformas  que  me  pro- 
puso el  general  Cassola ,  y  que  acepté  con  alguna  ligere- 
za, ni  deben  ni  pueden  realizarse.  Yo  aceptaría  esas  re- 
formas ,  y  sería  obligación  mía  imponerlas  contra  viento 


134  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


y  marea,  lo  mismo  á  sus  adversarios  técnicos  que  al 
país  contribuyente  ,  si  la  política  internacional  entre 
los  asuntos  inmediatos  contase  la  intervención  de  Espa- 
ña, bien  al  lado  de  los  franceses  en  el  Rhin  y  los  Alpes; 
bien  en  frente  de  ellos  en  el  Garonne  y  en  los  Pirineos. 
Aún  apoyaría  esas  reformas  si  fuese  verosímil  la  necesi- 
dad de  defender  el  territorio  en  plazo  breve ,  si  bien  en- 
tonces exigiría  que  se  concediese  atención  á  elementos 
defensivos  que  resultan  preteridos  en  esos  proyectos. 
Pero  en  nuestra  situación  política  exterior,  yo  no  puedo 
aprobar  planes  que  en  nada  favorecen  la  transformación 
radical  que  exige  nuestro  ejército  ;  en  nuestra  situación 
económica  tampoco  puedo  aumentar  el  presupuesto  de 
la  Guerra  en  la  cantidad  importante,  que  sería  indispensa- 
ble para  lograr  que  las  apariencias  de  progreso ,  que  re- 
visten esas  reformas,  correspondieran  á  un  progreso  real 
y  efectivo.  Yo  no  quiero  imponer  sacrificios  insoporta- 
bles al  contribuyente  por  el  simple  placer  de  tener  un  ins- 
trumento de  guerra  que  de  nada  serviría ,  ni  aun  de  me- 
dio para  conquistar  la  vanagloria  de  la  influencia  diplo- 
mática ;  yo  no  quiero  gastar  el  dinero,  que  hoy  dedica  el 
país  á  su  ejército ,  en  dar  á  éste  una  simple  apariencia  de 
fuerza.  Por  eso,  y  sólo  por  eso,  las  reformas  del  general 
Cassola  cesan  de  formar  parte  del  gobierno  liberal». 

Hubiera  hablado  así  el  Sr.  Sagasta,  con  la  decisión  que 
era  necesaria  en  frente  de  la  fe  carbonaria  del  general 
Cassola,  y  á  su  lado  hubiera  tenido  muchos  militares, 
pero  muchos ,  y  también  muchos  hombres  civiles ,  para 
sostener  con  argumentos  irrefutables  sus  aseveraciones ; 
y  mxuchos  también  le  hubieran  ayudado  á  exponer  y  pro 
pagar  el  verdadero  espíritu  que  debe  informar  el  plan  de 
reorganización  de  nuestro  ejército.  De  esto  no  he  de  tra- 
tar hoy;  sólo  me  había  propuesto  buscar  el  motivo  de  un 


¿POR   QUt   ESTÁ   DESCONTENTO   EL   EJÉRCITO?  1 35 


fenómeno  político:  el  desasosiego  que  experimenta  el  ejér- 
cito ;  y  lo  he  expuesto  tal  como  á  mí  se  me  aparece ,  de- 
jando á  un  lado  causas  secundarias. 

El  fondo ,  la  esencia  de  ese  desasosiego  reside  en  la 
aspiración  á  la  reforma,  aspiración,  no  sólo  legítima  por 
parte  de  los  militares,  sino  aprobada  por  la  nación,  que 
siente  con  mayor  ó  menor  conciencia  la  necesidad  de  la 
reforma.  Los  síntomas  agudos  del  desasosiego ,  el  len- 
guaje de  los  periódicos  militares ,  las  conferencias  y  es- 
critos más  discretos  y  razonables ,  los  discursos  parla- 
mentarios ,  la  célebre  carta  del  general  Daban ,  todo  eso 
revela  una  crisis  ocasionada  por  el  dolor  del  desengaño 
que  ha  causado  el  fracaso  de  las  reformas  del  general 
Cassola.  Es  seguro  que  la  crisis  desaparecerá  sin  resolu- 
ción temible  para  los  intereses  nacionales ;  pero  desapa- 
recerá la  de  ahora  para  dar  lugar  á  otra,  y  á  otra  des- 
pués ,  hasta  que  haya  quien  se  ocupe  en  la  curación  del 
mal.  Difícil  es  señalar  con  precisión  el  procedimiento 
adecuado;  no  basta  ya  saber  adonde  se  quiere  ir,  ó 
adonde  conviene  ir ;  tales  complicaciones  han  sobre- 
venido, de  tal  modo  se  han  excitado  las  pasiones,  de 
tal  manera  se  han  confundido  y  mezclado  los  intereses 
generales  y  los  particulares  ,  que  me  parece  obra  de  ro- 
manos ,  obra  de  paciencia  y  energía  indomable  ,  no  sólo 
resolver  el  problema,  sino  tan  sólo  plantearlo  en  sus 
debidos  términos. 

Pero  á  grandes  rasgos  es  posible  indicar  lo  conve- 
niente, pues  de  algo  ha  de  servir  la  lección  recibida. 
Conviene  en  primer  término  ilustrar  á  nuestros  políticos 
y  á  nuestros  militares  respecto  á  lo  que  necesitamos  y 
podemos  tener  en  materia  de  ejército;  esta  tarea  exige 
el  concurso  asiduo  de  nuestras  eminencias  políticas  y 
militares,  y  no  debe  dejarse  á  la  iniciativa  de  un  hombre 


30  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


solo,  por  eximio  y  competente  que  sea  ó  parezca  ser.  De- 
terminado el  objeto  de  la  reforma,  debe  prepararse  ésta, 
mejor  que  en  el  Parlamento,  en  el  seno  de  corporaciones 
militares  competentes;  y  preparada  con  arreglo  á  las 
bases  políticas  y  económicas  de  antemano  convenidas,  la 
discusión  parlamentaria  será  expedita;  y  en  todo  caso, 
los  militares  sabrán  que ,  si  hay  que  hacer  algún  sacrifi- 
cio real  ó  aparente,  no  se  lo  ha  impuesto  una  mayoría 
parlamentaria,  sino  la  razón  y  la  necesidad. 

Precisamente  hace  tres  años  que  se  viene  siguiendo 
una  marcha  opuesta  á  la  que  señalo  como  necesaria ;  no 
es  mucha  presunción  creer  que  si  en  el  extremo  á  que 
hemos  llegado  se  ha  tropezado  con  lo  intolerable,  en  el 
otro  debe  estar  lo  conveniente.  Y  lo  conveniente  es  ante 
todo  la  subordinación  racional  de  los  intereses  de  clase 
á  los  intereses  generales ;  pero  subordinación  íntima,  que 
sólo  produce  la  persuasión. 


*** 


Y  volviendo  al  inglés  del  cuento  :  ¿no  es  cierto  que 
quien  desde  el  principio  auguró  que  las  reformas  del 
general  Cassola  serían  motivo  de  perturbación,  al  oir  ase- 
gurarlo desde  el  banco  azul  á  un  ministro  de  la  Guerra, 
y  al  oir  el  asentimiento  de  todo  un  presidente  del  Consejo 
de  ministros ,  pudo  experimentar  una  relativa  satisfac- 
ción? Algo  censurable  es  esto  en  términos  generales,  pero 
no  en  el  caso  presente.  El  general  Cassola  quiso  sujetar 
la  realidad ,  quiso  domeñarla  y  obligarla  á  rendirse  ante 
un  sueño  generoso ,  levantado ,  pero  sueño  al  fin ;  y  la  rea- 


¿POR    QUÉ    ESTÁ    DESCONTENTO    EL    EJÉRCITO?  I  37 

lidad  se  ha  vengado  cruelmente,  no  sólo  venciendo  ,  sino 
tomando  por  heraldo  de  su  victoria  á  quien  menos  cier- 
tamente le  correspondía  tal  honor ;  y  conste  que  no  me 
refiero  al  actual  ministro  de  la  Guerra.  Pueda  el  Sr.  Sa- 
gasta  remediar  el  daño  que  su  imprevisión  ha  causado ,  y 
como  ha  pasado  la  época  de  los  hombres  impecables  é  in- 
falibles ,  si  llega  á  la  meta  ,  nada  amenguarían  su  gloria 
los  extravíos  de  la  ruta. 

Jenaro  Alas. 


CARTAS  AL  SEÑOR  DON  JUAN  VALERA 

SOBRE  ASUNTOS  AMERICANOS  (')• 


Sr.  D.  Juan  Valer  a. 

Madrid  (*). 

MUY  respetado  señor  mío : 
La  Nación  de  esta  ciudad  ha  reproducido  en  su 
número  de  2  5  del  corriente  una  Carta  americana 
de  V.,  dirigida  al  distinguido  literato  ecuatoriano  señor 
D.  Juan  León  Mera,  acerca  de  La  Poesía  y  la  Novela  en 

(i)  La  carta  que  se  va  á  leer  se  refiere  al  siguiente  fragmento  de  una 
del  Sr.  Valera  dirigida  al  Sr.  D.  Juan  León  Mera,  del  Ecuador,  y  repro- 
ducida en  La  Nación  de  Bogotá,  número  421.  Se  copia  dicho  fragmento 
para  mejor  inteligencia  del  asunto  : 

«Un  ilustre  cubano,  D.  Rafael  Merchán  ,  que  vive  en  Bogotá  ahora, 
se  extrema  más  que  V.  en  esta  acusación.  Todo  iba  por  ahí  divinamente. 
Acaso  habían  sido  Manco-Capac  y  Bochica  más  sabios  que  Sócrates  y  que 
Aristóteles.  Acaso ,  si  no  llegamos  ahí  los  españoles ,  los  indios  se  per- 
feccionan, nos  cogen  la  delantera,  y  son  ellos  los  que  vienen  á  Europa  á 
civilizarnos.  Si  Colón ,  Cortés  y  Pizarro  no  van  á  América  en  los  siglos  xv 
y  XVI,  es  probable   que  en  el  xvii,  los  emperadores,  aztecas  ó  los  incas 


(*)     El  Sr.  Valera   contestará  muy  pronto   en  este   mismo  lugar  á  la  presente  carta,  y  á  la 
que  publicaremos  en  el  próximo  número. 

(N.deJaD.) 


40  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


el  Ecuador ;  y  á  esa  casualidad  debo  el  tener  á  la  vista 
tan  interesante  producción ,  y  la  parte  que  en  ella  me  con- 
cierne. 

Antes  de  abordar  el  objeto  de  la  presente  epístola, 
quiero  aprovechar  la  oportunidad  para  felicitar  á  V.  por 
sus  trascendentales  Cartas  americanas ;  tanto  por  el 
desempeño  como  por  el  móvil.  Tocante  al  primero,  un 
elogio  más  entre  los  muchos  que  V.  diariamente  recibe 
de  la  prensa  de  ambos  mundos,  poco  le  importará;  pero 
aun  así,  se  lo  dirijo  calurosamente,  sin  que  se  disminuya 
su  sinceridad  por  mi  discrepancia  de  tal  ó  cuál  de  sus 
siempre  respetables  opiniones.  Y  respecto  al  móvil ,  la 
unión  de  España  con  sus  antiguas  colonias ,  hoy  repúbli- 
cas, no  puede  ser  más  generoso  ni  más  elevado.  De  él 
trataré  más  adelante,  y  entro  ya  en  materia. 

Dije  yo  en  uno  de  mis  Estudios  críticos,  á  propósito 
de  una  obra  del  Sr.  Zerda  y  de  otra  del  Sr.  Bachiller, 

nos  hubieran  enviado  navegantes  y  conquistadores,  que  hubieran  descu- 
bierto, conquistado  y  civilizado  la  Europa  allá  á  su  modo. 

» Por  fortuna,  los  españoles  madrugamos,  fuimos  por  ahí  antes  de 
que  los  indios  despertasen  y  viniesen,  y  dimos  al  traste  con  todo.  «Todo 
«pereció,  —  dice  el  Sr.  Merchán,  —  razas,  monumentos,  libros,  ídolos, 
«culto,  ciencia,  todo  quedó  destruido.» 

))E1  Sr.  Merchán  dice,  y  dice  bien,  que  los  seres  inteligentes,  aunque 
no  nos  conozcamos  y  vivamos  en  regiones  distintas,  realizamos  un  pensa- 
miento común  y  contribuimos  á  una  grande  obra.  Pero  los  españoles 
fuimos  por  ahí  y  arrancamos  medio  mundo  á  esa  elaboración  universal. 
Y  no  contentos  con  arruinar  la  civilación  americana,  quisimos  borrar  y 
borramos  hasta  la  memoria  de  ella,  arrasando  «los  monumentos  más  apre- 
»ciables»,  y  convirtiendo  ese  continente  en  una  inmensa  tumba  de  razas 
que  tenían  tanto  que  decirnos. 

»Todo  eso  es  una  serie  de  suposiciones  gratuitas  del  Sr.  Merchán. 
Las  razas  indígenas  de  América  no  han  perecido.  Hoy  acaso  existen  más 
indios  en  México  y  en  el  Perú  que  los  que  había  cuando  la  conquista  ;  y 
si  no  hay  más  indios  en  el  Paraguay,  es  por  las  guerras  recientes  que  les 
han  hecho  los  brasileños  y  argentinos.  Todo  cuanto  los  indios  tenían  que 
decirnos  nos  lo  han  dicho.  Y  si  hoy  Liborio  Zerda,  Antonio  Bachiller  y 
Morales  y  otros  americanistas  lo  exponen ,  no  faltaron,  desde  los  pri- 
meros días  del  establecimiento  de  los  españoles,  sabios  curiosos,  misio- 
neros llenos  de  caridad  y  de  indulgencia  y  escritores  sinceros  que  lo  ex- 


CARTAS    A    D.   JUAN    VALERA.  I4I 

que  aquí  en  América  había  habido  varias  civihzaciones 
que  no  llegaron  á  su  apogeo ,  pero  que,  incompletas  tanto 
como  se  quiera ,  ó  rudas  ó  embrionarias ,  eran  siempre 
civilizaciones ;  y  que  la  conquista ,  en  vez  de  conservarnos 
lo  que  encontró ,  para  facilitarnos  el  estudio  de  aquel  pa- 
sado lleno  de  misterio,  las  dejó  en  devastación.  Y  V. 
observa : 

«Todo  eso  es  una  serie  de  suposiciones  gratuitas   del   Sr.  Merchán^^. 

La  acusación  es  de  mucha  entidad,  Sr.  Valera,  y  ha 
sido  necesario  que  la  vea  yo  suscrita  por  el  autorizado 

pusiesen  con  amor  ,  más  bien  ponderando  las  virtudes  y  excelencias  de 
los  indios  que  denigrándolos. 

))En  suma,  la  historia  de  América  ,  antes  de  Colón,  es  bastante  os- 
cura, mas  no  por  culpa  de  los  españoles  ,y  lo  que  de  esa  historia  se  sabe, 
más  induce  á  creer  lo  contrario  de  lo  que  V. ,  el  Sr.  Merchán  y  el  señor 
Montalvo  insinúan  ó  medio  sostienen  á  veces. 

»En  vez  de  ese  progreso  que  Vds.  imaginan  ,  los  indios  seguían  en 
decadencia. 

«Acaso  si  se  retarda  un  siglo  la  llegada  de  los  españoles,  los  imperios 
azteca,  peruano  y  chibcha  hubieran  desaparecido,  como  ya  híibían  des- 
aparecido en  América  otras  semicivilizaciones,  y  acaso  no  hubieran  ha- 
llado Pizarro  ,  Cortés  y  Jiménez  de  Quesada  más  que  salvajes  antropó- 
fagos, adoradores  del  diablo  como  los  patagones  y  borinqueños,  no 
sabiendo  contar  más  que  hasta  diez,  y  tatuados  ó  pintados  con  espantosos 
dibujos  ó  untados  coa  grasas  rancias  y  apestosas,  en  vez  de  andar  vestidos, 

«Indudablemente  el  salvajismo  de  los  americanos  de  antes  de  la  con- 
quista europea ,  así  como  la  semibarbarie  de  varios  pueblos  del  Nuevo 
Mundo  y  de  Asia  y  de  África  ,  antes  de  ponerse  en  contacto  con  Europa, 
no  indican  que  había  ó  hay  ahí  razas  nuevas,  que  por  sí  solas  puedan 
elevarse  ó  que  están  ó  estuvieron  en  vías  de  elevarse  á  la  civilización, 
sino  más  bien  dan  claro  y  triste  indicio  de  razas  antiguas,  decaídas  ó  de- 
gradadas, que  han  perdido  su  civilización,  si  la  tuvieron.  De  esas  razas  se 
puede  afirmar  lo  que  el  Sr.  Pi  y  Margall ,  citado  por  el  propio  Sr.  Mer- 
chán, afirma  de  los  guatemaltecos,  al  fijarse  en  los  monumentos  suntuosos 
y  artísticos  de  Palenque  y  de  Mitia  :  a  Lejos  de  admitir,  dice,  que  sean 
«jóvenes  aquellos  pueblos,  estoy  por  sospechar  con  Humboldt  que  estaban 
»en  decadencia  á  la  llegada  de  los  españoles  y  que  habían  perdido  la  me- 
»  moria  de  lo  que  un  tiempo  fueron.  Ignoraban  hasta  la  existencia  de  esos 
«grandiosos  restos  de  una  civilización  pásada«.  De  esta  civilización  pasada 
ó  remota  de  los  pueblos  de  América,  cuando  llegaron  los  españoles,  que- 
daron recuerdos  ó  restos,  que  es  casi  seguro  que  hubieran  desaparecido 
también  si  no  acude  á  tiempo  aún  la  civilización  europea  á  regenerar  al 
salvaje  ó  al  semisalvaje  americano.  » 


42  LA   ESPAÑA    MODERNA, 


nombre  de  V.,  para  que  cargue  en  ella  la  consideración, 
puesto  que  mi  defensa  no  ha  de  ser  sino  la  exposición  de 
lo  que  pudiéramos  llamar  lugares  comunes  de  la  Historia, 
es  decir,  de  hechos  sabidos  por  todos,  corroborados  con 
testimonios  irrecusables ,  divulgados  por  plumas  de  in- 
disputable competencia ,  y ,  lo  que  es  más  contundente, 
por  escritores  españoles. 

Esta  discusión  por  ninguno  de  sus  aspectos  será  nue- 
va ;  se  puede  formar  bibUotecas  con  lo  que  sobre  el  asunto 
se  ha  escrito  en  diversos  idiomas ;  hace  cuatro  ó  cinco 
años  lo  dilucidaron  nuevamente  en  periódicos  de  México 
el  ilustrado  escritor  de  aquel  país,  Sr.  Selva,  y  un  espa- 
ñol digno,  por  su  cultura ,  de  su  adversario,  y  que  se  fir- 
maba con  el  pseudónimo  áejunius;  mas,  por  lo  que  á 
mí  hace,  V.  no  podrá,  Sr.  Valera,  dirigirme  con  justicia 
el  cargo  que  al  Sr.  Selva  lanzó  Junius,  de  abrigar  el  pro- 
pósito de  denigrar  el  nombre  de  España.  Ciertamente  la 
censuro  como  potencia  colonizadora,  pero  no  por  ojeri- 
za, sino  por  seguir  esta  máxima  de  V.  mismo  :  «La  ver- 
dad ante  todo,  por  amarga  que  sea».  Prueba  de  ello  puede 
hallar  en  mis  escritos  anteriores,  y  séame  permitido  ci- 
tar aquí  en  abono  mío  un  fragmento  de  una  carta  con  que 
me  honró  el  Sr.  D.  MarceHno  Menéndez  y  Pelayo,  á 
propósito  del  libro  que  á  V.  ha  escandalizado  : 

«  En  algunas  opiniones  no  podemos  convenir ;  pero  aplaudo  la  tem- 
planza y  discreción  con  que  V.  expone  las  suyas,  procurando  maiitenerse 
libre  de  todo  fanatismo  de  escuela  ó  de  partido  :  lo  cual  se  advierte  aun 

en  el  mismo   artículo   sobre   Zenea ,    á  pesar  de  lo  resbaladizo    del 

asunto....  (')»• 

He  hecho  por  merecer,  y  creo  que  merezco,  ese  jui- 
cio de  su  cofrade  en  la  Academia ;  y  esté  V.  seguro  de 

(  1 )  Lo  suprimido  son  frases  de  pura  benevolencia ,  que  no  hacen 
al  caso. 


CARTAS    Á    D.   JUAN    VALERA.  1 43 

que  no  saldrán  de  mi  pluma  conceptos  como  los  que  otro 
esclarecido  mexicano,  el  Sr.  D.  Ignacio  Ramírez ,  dirigió 
hace  pocos  años  al  Sr.  Castelar  en  otra  polémica  que  se 
elevó  ala  más  alta  potencia  de  sonoridad. 

Yo  no  dicto  la  Historia  ,  Sr.  Valera;  he  venido  dema- 
siado tarde  á  un  mundo  demasiado  viejo,  como  el  cantor 
de  Rolla;  he  aprendido  lo  que  Vds.  mismos  me  han 
enseñado ,  y  lo  he  repetido  después  con  fidelidad ,  apo- 
yándome en  Vds.  mismos.  Culpa  de  Vds.  es  ,  y  de  la  im- 
prenta, si  en  los  tiempos  que  corren  «apenas  habrá  per- 
sona que  no  sepa  más  de  lo  que  conviene»,  como  dijo 
V.  con  su  donaire  habitual  en  el  prólogo  de  una  obra  del 
citado  Sr.  Menéndez  y  Pelayo. 

Dos  son  las  afirmaciones  suyas  á  que  debo  principal- 
mente referirme.  La  primera,  que  los  indios  vivían  en  de- 
cadencia tal  á  la  venida  de  los  europeos ,  que  si  éstos  hu- 
biesen llegado  un  siglo  después ,  acaso  los  hubieran  en- 
contrado sumidos  en  barbarie  absoluta.  La  segunda,  que 
los  conquistadores  no  destruyeron  nada ;  que  « las  razas 
indígenas  de  América  no  han  perecido »  ,  que  « todo 
cuanto  los  indios  tenían  que  decirnos,  nos  lo  han  dicho ». 

El  malogrado  Revilla,  que  lo  calificaba  á  V.  de  escép- 
tico  y  optimista,  y  agregaba  que,  reclinado  V.  «en  la 
dulce  almohada  de  la  duda»,  hacía  «juegos  malabares 
con  todas  las  ideas» ,  y  nunca  afirmaba  ni  negaba  nada 
resueltamente,  se  quedaría  asombrado  de  ver  cómo  afirma 
V.  ahora,  y  cómo  niega,  y  cómo  es  pesimista  respecto 
de  los  aborígenes  de  América ,  sin  dejar  de  ser ,  ó  preci- 
samente por  ser,  optimista  con  relación  á  los  conquista- 
dores. 

Vamos  á  ver  cómo  ocurrieron  las  cosas ,  y  para  empe- 
zar, parodiaré  á  Tácito  en  su  Vida  de  Agrícola,  dicién- 
dole:  de  parte  de  V.  estará  el  mérito  del  talento,  del  mío 


144  ^^    ESPAÑA    MODERNA. 


el  de  la  exactitud.  Para  ser  más  fiel,  me  veré  precisado  á 
que  otros  autores  escriban  por  mí  esta  carta,  la  cual  va 
á  resultar  que  no  será  carta ,  sino  embutido ,  pero  tal  in- 
conveniente quedará  compensado  con  la  ventaja  de  pa- 
tentizar que  no  supongo  nada.  Yo  podría  expresar  con 
lenguaje  propio  cuanto  dicen  los  libros  y  periódicos  que 
voy  á  copiar;  pero  entonces,  ¿cómo  probar  que  ello  no 
es  obra  de  mi  imaginación? 

Por  ejemplo ,  respecto  del  primer  punto ,  si  yo  le  ne- 
gase á  V.  esa  decadencia  vecina  del  salvajismo;  si  se  la 
negase  con  palabras  mías ,  correría  el  riesgo  de  que  V. 
volviese  á  decir  que  supongo  gratuitamente.  Y  para  que 
no  caigamos,  ni  V.  en  la  tentación  ni  yo  en  el  daño,  ce- 
deré la  palabra  á  otros  no  acusados  de  suponer. 

En  las  cartas  de  Hernán  Cortés  corren  los  grandes 
elogios  que  este  conquistador  hacía  de  los  indios  por  su 
obra  de  manos ;  él  remitió  al  Emperador  varias  muestras 
de  los  trabajos  ejecutados  para  los  templos  cristianos,  3^ 
se  admiraba ,  dice ,  de  que  tan  ordenadamente  y  en  raBÓn 
se  gobernase  un  pueblo  aislado  de  todo  contacto  con  las 
naciones  llamadas  civilizadas. 

Alonso  de  Zurita ,  que  por  cerca  de  veinte  años  estu- 
dió concienzudamente  á  México ,  y  estuvo  en  relación  con 
las  audiencias  coloniales ,  se  indignaba  de  que  llamasen 
bárbaros  á  los  mexicanos ,  y  decía  que  era  preciso  no  co- 
nocerlos absolutamente  para  calificarlos  así. 

Clavijero  afirma  que  los  mexicanos,  y  en  general  todos 
los  indígenas,  estaban  dotados  prodigiosamente  en  cuanto 
á  facultades  intelectuales,  y  que  andaban  desacertados 
los  europeos  en  creerlos  pobres  de  inteligencia ,  pues  mu- 
chos tenían  un  gran  talento  de  imitación. 

Diego  de  Landa  dice  que  toda  la  faja  de  tierra  pare- 


CARTAS    Á    D.   JUAN    VALERA.  1 45 

cía  formar  una  sola  ciudad ,  para  dar  idea  del  brillante 
estado  del  territorio  de  Guatemala  ;  y  eso  no  es  figura  de 
retórica,  sino  alusión  á  los  innúmeros  monumentos  y 
edificios  de  varias  clases  esparcidos  en  toda  su  extensión. 

Hace  cosa  de  seis  ó  siete  años  fundaron  Vds.  en  Ma- 
drid la  Biblioteca  de  los  Americanistas ,  y  una  de  las 
primeras  obras  que  publicaron ,  creo  que  la  primera ,  fué 
la  Historia  de  Guatemala  ó  Recordación  florida,  es- 
crita en  el  siglo  xvii  por  el  capitán  D.  Francisco  Antonio 
de  Fuentes  y  Guzmán ,  para  rectificar  los  errores  que 
había  sacado  la  Verdadera  historia  de  la  conquista  de 
la  Nueva  España,  de  Bernal  Díaz  del  Castillo,  publicada 
en  1632  porFr.  Alonso  Remón,  de  la  Orden  de  la  Merced, 
y  dada  á  luz  (la  de  Fuentes  y  Guzmán)  por  primera  vez 
en  1882 ,  con  notas  é  ilustraciones  por  D.  Justo  Zaragoza. 

Fuentes  y  Guzmán ,  nació  en  « Santiago  de  los  Caba- 
lleros de  Guatemala» ;  pero  era  español  desde  la  coroni- 
lla de  la  cabeza  hasta  la  planta  de  los  pies,  como  lo 
prueban  su  vida,  su  libro,  su  «excesiva  crudeza»  (frase 
de  Zaragoza)  contra  Fr.  Bartolomé  de  las  Casas  ;  y  al 
exponer  los  móviles  que  lo  impulsaron  á  escribir ,  dice 
que  uno  de  ellos  fué  ( ' )  * 

«Que  en  él  (el  Reino  de  Guatemala)  había  numerosísimas  y  grandes 
ciudades  con  magníficos  y  decorosos  edificios ,  lo  asienta  así  la  verdad 
indeleble  de  mi  Castillo  (2),  llamándolos  recios  pueblos,  por  lo  nume- 
rosos que  eran ,  pues  había  poblazones  de  ocho  y  de  diez  mil  casas  ;  sien- 
do de  tal  calidad  lo  que  hallaron  erigido  los  conquistadores  gloriosos  de 
este  Reino  de  Goathemala,  que  hablando  con  Alvarado ,  alegres  y  con- 
solados le  decían ,  que  no  tenía  que  echar  menos  á  México  con  lo  que  ha- 
bían descubierto.  Y  hoy  se  comprueba  la  notoriedad  de  esta  opinión  con 

(  1 )     Tomo  I ,  páginas  18  y  '^^. 

(2)  Bernal  Díaz,  folio  164,  de  su  original  borrador. ~(M?/¿i  de  F.  y 
Guzmán). 

10 


146  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


lo  que  vemos  vestigioso ,  y  en  otras  partes  en  pie,  de  ostentativas  má- 
quinas materiales  ;  en  lo  que  se  adipira  en  el  Quiche,  Tecpangoathemala, 
pueblo  antiguo  de  Mixco,  edificios  de  Gueguetenango  y  de  Chialchüan  á 
modo  de  fortalezas ,  y  otros  admirablemente  ordenados  en  la  provincia 
de  la  Verapa:(  ;  y  la  fábrica  maravillosa  y  subterránea  del  pueblo  de  Po- 
chuta ,  que  siendo  de  firmísima  y  sólida  argamasa,  camina  y  corre  por  lo 
interior  de  la  sierra  por  distancia  prolongada  de  nueve  leguas,  hasta  el 
pueblo  de  Tecpangoaihemala  ;  que  es  argumento  y  prueba  del  soberano 
poder  de  aquellos  Reyes ,  y  numerosidad  sin  cálculo  de  los  vasallos  que 
los  obedecían.  Fuera  de  que,  así  para  esto  como  para  testimonio  de  sus 
grandes  fábricas,  también  autoriza  esta  opinión  la  fortaleza  de  Parras- 
quin,  que  se  ve  bajando  de  Totonicapa  á  la  costa  del  Sur.  Y  aunque  yo 
sólo  consideraba  con  pocos  años ,  que  muchas  cosas  de  éstas  me  daban 
escritas  los  autores  que  leía ,  y  que  lo  que  me  informaba  la  inspección 
contra  aquellas  narrativas  era  la  miseria  de  unos  habitables  pajizos,  si  no 
me  ladeaba  á  la  incredulidad  ,  á  lo  menos  suspenso  el  juicio  quedaba  en 
lo  neutral  siempre  surto;  pero  lo  más  de  ello  que  tengo  visto,  me  hace 
creer  que  aún  no  podré  comprender  para  escribir  todo  lo  que  hay  de 
maravillas  singulares  en  estas  nuevas  y  apreciables  provincias ;  y  con  lo 
que  afirma  Torquemada ,  de  que  eran  grandes  ciudades  las  de  Goathemala 
y  Ufatlan,  fundadas  de  edificios  maravillosos  de  cal  y  canto,  pasaré  ade- 
lante, á  establecer  el  imperio  de  los  Monarcas  de  estos  Reinos. 

»Y  aun  es  verdad  que  hubo  entre  los  de  esta  nación  algunas  genera- 
ciones muy  incultas  y  de  especie  de  salvajes ,  que  habitaban  en  los  lagos, 
montañas  y  partes  cavernosas  de  las  selvas  y  páramos  incultos ;  siendo 
éstos,  por  natural  propensión  suya  á  la  eaza  y  pesquerías,  de  que,  sin 
duda,  se  sustentaban,  y  teniendo  también  ranchos,  aunque  pequeños  y 
pobres,  en  sus  milpas:  de  cuyo  género  de  gentes  no  podrá  decir  España 
que  no  ha  tenido  algunos,  pues  los  Batuceos,  descubiertos  en  nuestros 
tiempos,  no  eran  menos  agrestes  que  éstos  de  quienes  hablamos.  Pero 
aunque  eran  así  algunos ,  especialmente  en  algunas  partes  de  la  costa ,  en 
las  cabeceras,  cortes  y  pueblos  numerosos  no  se  hallaban,  sino  muy  da- 
dos á  lo  político  y  esmerados  en  las  artes;  de  que  tuvieron  conocimiento, 
y  hubo  y  hay  entre  ellos ,    especialmente  en  la  parte  de  los  nobles  y 


CARTAS  A  D.  JUAN  VALERA.  147 

principales  indios  ,  muy  buenas  capacidades ,  con  don  excelente  de  go- 
bierno, y  de  muy  buena  y  entera  razón;  sino  que  el  no  entenderles  su 
idioma,  y  el  estar  ellos  tan  apagados  y  distantes  de  la  memoria  de  sus 
principios,  los  hace  parecer  algo  menos  que  brutos,  siendo,  no  sólo 
contra  razón,  sino  distante  de  la  caridad  el  pensarlo.  Porque  me  es  pre- 
ciso decir  que,  siendo  ellos  de  dócil  natural  y  muy  humildes,  es  culpa 
grande,  no  sólo  de  los  ministros  eclesiásticos,  sino  mucho  mayor  de  las 
justicias  seculares,  el  que  no  sean  mejores,  poniendo  más  cuidado,  pues 
Dios  se  los  ha  encomendado,  que  tengan  más  puntual  educación  y  ad- 
vertencia en  su  puerilidad  ,  sobre  que  tan  apretadamente  y  con  tanta 
católica  piedad  hace  repetidos  encargos  el  Rey  nuestro  señor.  » 

D.  José  Morales  y  Santisteban ,  á  quien  V.  no  ta- 
chará ni  de  hijo  renegado ,  ni  de  extranjero  envidioso ,  ni 
de  español  imprudente ,  se  expresa  así  respecto  de  Her- 
nán Cortés: 

«No  vayamos  á  creer  que  la  raza  indígena  se  componía  en  México  y 
en  los  Estados  comarcanos  de  hordas  más  ó  menos  feroces,  cuyo  ali- 
mento fuera  la  caza ,  y  cuya  vida  errante  no  les  permitiera  subir  del  pri- 
mer escalón  de  los  adelantamientos  sociales.  Nada  de  esto  existía  en  la 
región  que  sirvió  de  teatro  á  las  hazañas  de  Hernán  Cortés.  Había  pue- 
blos agricultores,  ciudades  opulentas,  una  religión  bárbara,  pero  que 
había  alcanzado  un  grado  bastante  alto  de  refinamiento  teológico,  go- 
biernos establecidos  y  variados  en  sus  formas ,  desde  la  república  fede- 
rativa de  Tlascala ,  hasta  la  monarquía  casi  absoluta  de  Méjico ,  y  todo 
el  aparato  y  la  forma  necesarios  para  que  el  poder  subyugase  la  imagi- 
nación de  los  hombres.  Tenían  sus  leyes  ,  sus  ejércitos  ,  y  vivían  la  vida 
agitada  de  los  Estados  europeos.  Las  artes  habían  también  conseguido 
cierta  perfección ,  y  en  algunos  trabajos  menudos  que  empleaban  en  el 
oro,  la  plata  y  las  plumas,  los  mismos  artífices  españoles  confesaban  su 
propia  inferioridad.  En  una  palabra ,  habían  alcanzado  toda  la  civiliza- 
ción á  que  puede  llegarse  sin  el  uso  del  hierro  ni  del  alfabeto. 

»  ....  La  civilización  de  México  sería  digna  de  citarse  con  elogio  y  de 
ponerse  en  parangón  con  la  de  los  imperios  más  florecientes  del  Asia ,  sí 
una  mancha  indeleble  de  sangre  no  empañara  su  esplendor. » 


148  LA    ESPAÑA  MODERNA. 


El  Sr.  D.  Ángel  de  Gorostizaga  ,  secretario  del  Museo 
Arqueológico  de  Madrid,  describió  en  1883  el  Calendario 
azteca ,  del  cual  publicó  un  grabado  en  La  Ilustración 
Española  y  Americana ,  y  añadió : 

«El  ligero  examen  que  hemos  hecho  de  este  notable  monumento  de 
los  aztecas  ,  nos  hace  comprender  los  vastos  conocimientos  que  tenían  de 
Astronomía  ,  Cronología  y  Cosmografía ;  su  genio  artístico ,  pues  el  tra- 
bajo,  como  obra  escultórica,  se  separa  mucho  del  arte  bárbaro  y  nos 
induce  á  admirar  su  civilización,  pues  un  pueblo  que  así  determina  sus 
festividades,  así  divide  su  tiempo  y  así  organiza  su  existencia ,  bien  puede 
y  debe  llamarse  pueblo  civilizado»  ('). 

El  eximio  escritor  D.  Enrique  José  Varona  (si  no  es- 
toy equivocado)  ha  hablado  en  la  Revista  de  Cuba  de 
una  obra  extranjera  que  siento  no  conocer,  pero  cuyo 
recuerdo  es  oportuno  aquí.  Dice  Isl  Revista: 

«En  un  libro  publicado  hace  cuatro  ó  cinco   meses  sobre  la  Economía 
Agrícola  de  los  antiguos  pueblos  civilizados  de  América,  su  autor ,  Max  Steffer, 
vitupera  á  nuestra  tan  decantada  superioridad  caucásica ,  que  fué  incapaz 
para  estudiar  y  fomentar  la  civilización  de  esas  naciones  ,  totalmente  des- 
truida por  la  dominación  europea.  Las  reliquias  que  de   ellas   poseemos 
prueban  de  un  modo  claro  que  esa  civilización  no  era  en  nada   inferior  á 
la  de  los  conquistadores  ,  sino,  al  contrario  ,  que   en  muchos  puntos  era 
realmente  superior.  Tenemos  hoy  la  certeza  de  que  había  una  reglamen- 
tación económica  sistemática ,  que  cultivaban  la  tierra  con  industriosa  di- 
ligencia, cuidadosa  previsión  y  mucha  habilidad  práctica.  El  pueblo  me- 
xicano había  asegurado  la  irrigación  del  suelo  por  medio  de  canales  y  sin 
máquinas  ,  y  los  españoles  ,  á  pesar  de  tener  en  la  Península  obras  pare- 
cidas fabricadas  por  los  árabes  ,  revelaron  su  incapacidad  para  apreciar 
el  mérito  de  ellas  ,  permitiendo  que  se  arruinasen ,  y  aun  á  veces  destru- 
yéndolas con  la  esperanza  de  encontrar  tuberías  de  oro.   La  cultivación 
é  irrigación  del  suelo  eran  consideradas  como  de  interés  público,  y  la 

(1)     Ilustración  Española  y  Americana  de  Madrid,  tomo  i  de  1883,  pá- 
ginas 345  y  354. 


CARTAS   A    D.   JUAN    V ALERA.  1 49 

agricultura  sujeta  á  reglamentaciones  parecidas  á  las  que  actualmente 
existen  en  el  Japón  y  la  China.  La  división  de  la  tierra  y  todos  los  cam- 
bios de  la  propiedad  se  hacían  bajo  la  dirección  de  los  magistrados.  No 
tenían  animales  para  enyugar,  pero  las  propiedades  eran  tan  pequeñas  y 
tan  sobria  su  alimentación,  que  no  los  necesitaban.  El  cultivo  era  más 
bien  el  de  jardín  que  el  de  campo ,  y  como  no  tenían  animales ,  no  les 
hacía  falta  la  tierra  adicional  que  éstos  exigen.  En  la  ausencia  de  anima- 
les domésticos  habían  adoptado  procedimientos,  aunque  eficaces,  muy 
minuciosos  y  penosos  ,  para  procurarse  abonos  ,  al  estilo  de  los  chinos. 
Los  peruanos  tenían  la  ventaja  de  sus  depósitos  de  guano.  Y,  como  los 
asiáticos  orientales,  no  tenían  leche  los  antiguos  americanos,  aunque  pu- 
dieran haberla  obtenido  de  la  llama»  ('). 

Respecto  del  Perú,  traducimos  de  la  excelente  obra 
L'Amériqíie préhistorique ,  del  marqués  deNadaillac,  lo 
que  sigue: 

«Quizá  en  ningún  punto  del  globo  ha  desplegado  el  hombre  mayor 
energía.  En  esas  regiones  infortunadas  fué  donde  se  elevó  el  Imperio  más 
poderoso  y  más  adelantado  en  civilización  de  ambas  Américas ,  y  hoy 
todavía  todo  hace  despertar  su  recuerdo  en  la  memoria  :  las  ruinas  im- 
ponentes que  cubren  el  país,  las  fortalezas  que  lo  defienden,  los  caminos 
que  lo  cruzan,  las  acequias  que  conducen  el  agua  destinada  á  fertilizar 
los  campos,  los  tambos  ó  casas  de  abrigo  en  las  montañas  para  uso  de 
viajeros,  las  obras  de  alfarería,  las  telas  de  lana  y  algodón  ,  los  adornos 
de  oro  y  plata  que  se  conservan  en  las  sepulturas.,..»  ('). 

He  aquí  una  página  de  la  Vida  de  Francisco  Pisa- 
rro  por  Quintana.  Después  de  decir  que  Huayna-Capac 
era  «el  más  poderoso,  el  más  rico  y  el  más  hábil  también 
de  todos  los  príncipes  peruanos  » ,  agrega  : 

«El  desvaneció  con  su  valor  los  intentos  de  sus  rivales,  que  quisieron 
disputarle  el  imperio  después  de  muerto  su  padre;  contuvo  y  apagó  la  re- 

( I  )     Revista  de  Cuba ,  x  v ,  92 . 
(2)     Página  387. 


150  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


belión  de  algunss  provincias,  sujetó  otras  nuevas  á  su  Imperio,  visitólas 
todas  para  mantener  en  ellas  el  buen  orden,  dio  leyes  sabias,   corrigió 
abusos  en  las  costumbres  ,   rodeó  el  trono  de  una  grandeza  y  esplendor 
no  visto  hasta  él  ,  y  se  granjeó  más  veneración  y   respeto  de  su  pueblos 
que  otro  monarca   alguno  de  sus  antepasados.   Estableciéronse  en  su 
tiempo,  ó  se  perfeccionaron  mucho,  tres  grandes  medios  de  comunica- 
ción, necesarios   en   provincias  tan  distantes  y  diversas  :   el  uso  de  un 
dialecto  general  á  todas  ellas  ;    el    establecimiento  de  las  postas  parala 
prontitud  de  los  avisos    y  de  las  noticias  ;  en  fin  ,  los  dos  grandes  cami- 
nos que  conducían  del  Cuzco  al  Quito  en  una  extensión  de   más  de  qui- 
nientas leguas.  De  estos  dos  caminos,  uno  iba  por  las  sierras,   otro  por 
los  llanos,  y  ambos  estaban  provistos,  á  la  distancia  propia  y  conveniente 
de  estancias  ó  aposentamientos,  que  llamaban  tambos,  donde  el  Monarca, 
su  corte  y  el  ejército  que  llevaba,   aunque  fuese  de  veinte  á  treinta  mil 
hombres,  tomaba  descanso,  y  renovaban  ,  si  era  necesario  ,  sus  armas  y 
sus  vestidos.  Obras  verdaderamente  reales,  emprendidas  y  ejecutadas  por 
los  peruanos  en  gloria  de  su  Inca,  y  que  al  principio  tan  útiles  ,  después 
les  fueron  tan  perjudiciales  por  la  facilidad  que  dieron  á  los  movimientos 
y  marcha  de  los  españoles  para  la  conquista  del  país». 

El  escritor  peruano,  Sr.  D.  Pedro  Paz-Soldán  y  Una- 
nue  (Juan  Arona),  en  su  obra  tan  laboriosa  como  útil, 
titulada  Diccionario  de  Peruanismos  y  se  expresa  así: 

«Los  peruanos  de  hoy,  que  más  ó  menos  directamente  recibimos  edu- 
cación europea,  y  que  por  la  sangre,  el  idioma  y  los  nombres  de  fami- 
lia, nos  sentimos  atraídos  al  viejo  mundo  y  nos  amamantamos  en  el 
amor  de  Grecia  y  Roma  ,  mirando  con  indiferencia  ,  con  frialdad  y  hasta 
con  desdén  la  civilización  incaica  que  en  realidad  no  es  más  que  una  tra- 
dición ,  debemos  advertir  que  así ,  como  á  los  negros  racionales  U%  ofende 
el  color  ,,  así  esa  civilización  que  hoy  menospreciamos  no  tuvo  más  bal- 
dón que  el  haber  carecido  de  «Letras  humanas»  ,  como  diría  Garcilaso, 

«Yo  con  erudición  ,  ¡  cuánto  sabría!» 

(Espronceda.) 
Yo  ,  á  saber  escribir  ,  ¡  cuánto  diría  ! , 
podría  contestar  hoy  la  dinastía  inca  si  resucitara.  Expresado  por  escrito 


CARTAS   Á    D.   JUAN    VALERA.  I^I 

por  ellos  mismos  lo  que  practicaron  ó  dijeron  de  viva  voz,  quizá  palidece- 
rían las  Pandectas  de  Justiniano  y  los  Pensamientos  de  Marco  Aurelio!»  (i). 

El  arqueólogo  norte-americano  Mr.  E.  George  Squier 
ha  escrito  la  obra  moderna  más  completa  quizá  sobre  las 
antigüedades  del  Perú  ('),  pues  él  recorrió  todas  las  co- 
marcas de  Lima,  Truxillo ,  el  lago  Titicaca ,  Cuzco ,  Chin- 
chero, Olantaytambo,  etc.,  levantó  planos,  sacó  vistas 
fotográficas ,  y  lo  describió  todo  con  su  reconocida  com- 
petencia. Su  libro  es  un  poderoso  alegato  en  defensa  de 
la  civilización  inca ,  de  la  que  dice  que  es  la  más  impor- 
tante y  la  más  interesante  de  todas  las  aborígenes  de 
América. 

V.  se  burla  del  saber  de  los  indios,  que  no  nos  legó 
nada  que  aumentase  el  acervo  de  la  ciencia  europea; 
pero  aunque  no  se  hubiera  perdido  la  mayor  parte  de  sus 
secretos ,  no  estamos  en  el  caso  de  pedir  gollerías  á  pue- 
blos que  no  disponían  del  hierro  ni  poseían  métodos  de 
escritura  fáciles,  como  los  nuestros.  Y  aun  así,  Boussin- 
gault,  en  una  memoria  que  presentó  en  1883  á  la  Acade- 
mia de  Ciencias  de  París ,  no  tuvo  embarazo  en  declarar 
que  no  conocía  ni  había  acertado  á  reproducir  el  magní- 
fico temple  que  daban  los  incas  al  metal  de  sus  arte- 
factos. 

Hablando  de  los  incas ,  dice  el  sabio  Bachiller  y  Mora- 
les :  « Casi  valía  su  civilización  tanto  como  la  europea  con- 
temporánea ,  en  lo  general ,  y  más  en  algunas  materias 
que  se  contaminaron  con  las  supersticiones  y  el  fanatis- 
mo» (^).  Y  de  la  civilización  mexicana:  «una  civilización 
espontánea  americana  que  en  algunos  puntos  era  supe- 

(i)  Juan  de  Arona  :  Diccionario  de  Peruanismos.  Lima,  1883,  artícu- 
lo Incas  ,  páginas  288  y  289. 

(2)  E.  George  Squier  :  Incidents  of  Travel,  and  Exploration  in  ihe  Ladn 
ofthe  Incas.  New  York,  Harper,  1877. 

(3)  Revista  de  Cuba ,  xiii ,  47 1 . 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


rior  á  la  europea  en  aquella  época »  ( ' ) .  Nadaillac  es  de  1  a 
misma  opinión  (').  Dabry  de  Thiersant  compara  la  civili- 
zación mexicana  con  la  española  del  siglo  xv ,  y  el  resul- 
tado no  es  favorable  para  la  segunda  (O-  Absténgome  de 
reproducir  sus  palabras,  demasiado  enérgicas  para  que 
puedan  armonizar  con  el  tono  de  este  escrito ;  pero  á  lo 
menos  sirvan  desde  donde  están  para  probar  que  yo  no 
he  supuesto  nada. 

De  los  chibchas ,  que  estaban  menos  adelantados ,  no 
quiero  hablar  con  detenimiento,  por  esa  misma  circuns- 
tancia de  que  nunca  salieron  al  primer  plano  del  cuadro, 
y  por  no  abultar  con  más  pliegos  esta  ya  extensa  epís- 
tola; sin  embargo,  me  permitiré  obsequiar  á  V.  con  un 
ejemplar  del  interesantísimo  libro  del  sabio  americanista 
señor  doctor  Liborio  Zerda,  sobre  El  Dorado,  que  le  lle- 
gará al  mismo  tiempo  que  estas  líneas ;  y  que  probable- 
mente no  será  fácil  conseguir  por  allá.  Ese  libro  es  el 
epitafio ,  es  la  oración  fúnebre  del  pueblo  que  habitó  esta 
sabana ,  y  que  si  no  igualó  á  los  aztecas  ni  á  los  incas  en 
el  esplendor  de  su  existencia,  sí  vistió,  como  ellos,  el 
luto  de  una  misma  muerte. 

Pero  la  civilización  ó  cultura  de  un  pueblo  no  se  mide 
solamente  por  sus  edificios  y  artefactos ;  acaso  más  que 
en  sus  pirámides  y  en  su  industria  se  refleja  en  su  legis- 
lación, en  sus  costumbres  ,  en  sus  instituciones.  Las  cró- 
nicas, la  correspondencia  de  los  conquistadores,  los  in- 
formes de  los  virreyes  y  cuanto  guardan  Vds.  inédito  en 
sus  archivos,  contienen  sobre  estas  materias  datos  abun- 
dantes. Como  muestra,  óigase  alP.  Calancha: 

(i)     Revista  de  Cuba,  xv,  540. 

(2)  L'Amérique  préhis tonque,  páginas  vii  y  349. 

(3)  De  r origine  des  indiens  du  Nouveau  Monde,  et  de  leur  civilisation. — 
París,  1883. 


CARTAS   Á    D.   JUAN    VALERA.  1 53 

«Verdaderamente  pocas  naciones  hubo  en  el  mundo,  á  mi  ver  ,  que 
tuviesen  mejor  gobierno  que  los  incas.  Luego  diré  acciones  memorables 
de  este  Inca ,  que  quiero  que  se  sepa  cuan  bien  gobernada  estaba  esta 
monarquía  antes  que  entrasen  los  españoles».  (') 

Pero  como  muchos  de  los  escritores  antiguos  hayan 
sido  tachados  de  exageración  (cargo  del  que  en  justas 
proporciones  los  ha  vindicado  Bancroft),  recomendaré  á 
V.  que  refresque  la  memoria  con  la  lectura  de  las  obras 
de  Prescott  y  del  citado  Bancroft ,  historiadores  que 
ciertamente  no  son  enemigos  de  España ,  ni  aun  cuando 
censuran  «las  demasías  de  los  conquistadores»,  como 
las  llama  el  Sr.  Morales  Santisteban.  En  estos  últimos 
años  se  ha  discutido  si  los  indios  tenían  una  literatura 
que  valiera  la  pena ;  pero  sin  poseer  sus  cantos ,  sus  poe- 
mas »  todos  los  contornos  de  su  pensamiento  trazados  en 
sus  telas  ó  en  la  tradición  oral ,  quizá  la  controversia  no 
pueda  adelantar  gran  cosa. 

Si  ahora  se  me  dice  que  la  civilización  precolombiana 
tenía  en  todas  sus  fases  sombras  densas,  convendré  en 
ello ,  y  agregaré  que  por  eso  la  llamamos  incompleta  ó 
ruda ;  pero  tales  defectos  ó  vacíos  no  autorizan  para  es- 
catimarle el  título  ,  así  como  nadie  niega  que  hubo  civili- 
zaciones egipcia ,  asina,  cartaginesa,  helénica,  en  tiem- 
pos en  que  el  politeísmo  ó  la  idolatría  eran  la  rehgión  de 
las  respectivas  naciones ,  y  en  que  la  sangre  humana  co- 
rría copiosa  en  los  sacrificios  de  casi  todos  sus  altares. 

Adoptando  la  opinión  de  Humboldt  y  de  Pi  y  Margall, 
que  yo  cité  sin  apropiármela  ni  combatirla,  se  inclina  V. 
á  creer  que  toda  esa  civilización  pertenecía  á  una  época 
tan  remota,  que  su  recuerdo  se  había  borrado  ya  de  la 

(i)  P.  Merino  Fr.  Antonio  de  la  Calancha. — Crónica  mor  aleada  del 
Orden  de  San  Agustín  en  el  /'^rw.— Barcelona ,  1638.  Libro  i,  capítulo  xv, 
pág.  98. 


154  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


memoria  de  los  indios  de  los  siglos  xv  y  xvi ;  y  hasta  sos- 
pecho que  aplaude  V.  al  coronel  Higginson  por  haber  di- 
cho satíricamente  que  no  sabe  qué  diferencia  hay  entre 
«civilización  prehistórica»  y  «barbarie  evidente».  Distin- 
gamos :  la  parte  inmaterial ,  las  instituciones  políticas  y 
civiles,  lo  que  constituye  la  conciencia  de  los  pueblos, 
estaba  vigente  en  la  época  de  la  conquista,  porque  así 
lo  atestiguan  los  cronistas  de  entonces,  y  por  mucho  que 
hayan  exagerado  en  los  detalles,  el  fondo  de  sus  relacio- 
nes debe  de  ser  verdad ,  y  hay  que  admitirlo  mientras 
carezcamos  de  pruebas  en  contrario.  Queda  por  diluci- 
dar la  cuestión  de  los  monumentos  materiales  ;  y  ese  es 
un  problema  histórico  que  yo  me  declaro  inhábil  para  re- 
solver, y  que  en  el  estado  actual  de  los  estudios  ameri- 
canistas nadie  lo  puede  tampoco.  Hay  dos  opiniones 
principales  :  creen  algunos ,  con  Le  Plongeon ,  que  la  an- 
tigüedad de  esos  edificios  es  muy  remota  ;  que  fueron  le- 
vantados por  razas  altamente  civilizadas,  cuando  toda 
la  Europa  estaba  todavía  en  la  edad  de  piedra  (')•  Otros 
sostienen  que  su  fecha  es  mucho  más  reciente  ;  creen 
conceder  demasiado  fijándola  en  el  siglo  vii  de  la  Era 
Cristiana,  y  varios  sabios  ni  tanto  admiten. 

M.  Desiré  de  Charnay,  célebre  viajero  francés,  en- 
cargado por  su  Gobierno  de  exploraciones  arqueológicas 
en  México  y  Madagascar ,  Java  y  Australia ,  y  quien  tuvo 
la  buena  suerte  de  desenterrar  las  más  antiguas  habita- 
ciones de  los  Toltecas  en  Tula  y  Teotihuacan ,  dos  ce- 
menterios desconocidos  en  Tenenepanco  y  Nahualac,"  la 
ciudad  ignorada  de  Comalcalo  en  Tabasco  y  la  de  Lori- 
llard  en  las  fronteras  de  Guatemala  ;  el  Sr.  Charnay, 
americanista  de  reputación  universal ,  y  que  ha  pasado 


(  I )    J.  D.  BALDV^m.  —  Ancient  America. 


CARTAS    Á    D.   JUAN    VALERA.  1^5 

muchos  años  de  su  fructuosa  vida  excavando  el  suelo  del 
Nuevo  Mundo ,  es  de  los  que  niegan  la  remota  antigüe- 
dad de  los  monumentos.  Expuso  sus  razones  en  unas 
conferencias  que  dio  en  la  Sociedad  de  Geografía  de  Pa- 
rís en  1883 ,  de  las  cuales  tengo  á  la  vista  un  resumen  pu- 
blicado en  la  Revue  Sud-américaine  de  aquella  capital, 
y  que  voy  á  traducir  : 

«La  mayor  parte  de  los  viajeros  y  de  los  historiadores  han  preten- 
dido que  esos  monumentos  son  antiquísimos,  que  pertenecieron  á  una 
población  extinguida  ,  y  que,  por  consiguiente,  estaban  en  ruinas  hacía 
mucho,  cuando  los  españoles  entraron  en  Yucatán. 

))Pero  esta  teoría  ha  sido  vivamente  combatida  por  M.  Charnay,  par- 
tidario de  la  contraria,  !a  cual,  á  su  juicio,  es  mucho  más  racional.  Ya 
ha  presentado  muchas  pruebas,  y  promete  otras  ;  por  ahora  no  quiere 
más  que  dar  á  conocer  un  documento  recién  publicado. 

»En  su. última  conferencia  discurrió  M.  Charnay  acerca  de  Chichen- 
Itza  ,  la  gran  ciudad  de  Yucatán.  Los  historiadores  que  han  hablado  de 
esas  ruinas,  llenos  como  estaban  de  preocupaciones,  bandado  informes 
que  no  nos  pueden  ilustrar  lo  bastante.  Para  adquirir  pormenores  exactos 
hay  que  acudir  á  los  autores  que  trataron  de  dichos  monumentos  poco 
después  de  la  conquista  española. 

))E1  obispo  Landa ,  por  ejemplo  ,  dice  á  propósito  de  Chichen-ltza,  que 
la  visitó  en  1556,  esto  es,  treinta  años  apenas  después  del  primer  arribo 
de  Montejo  á  Yucatán ,  y  agrega :  «Los  pisos  de  los  monumentos  estaban 
«separados  por  divisiones  de  argamasa  en  perfecto  estado....»  Aquí  tene- 
mos desde  luego  algo  en  estado  perfecto ;  luego  los  monumentos  estaban 
íntegros.  Después,  refiriéndose  al  templo  cuyo  plano  ha  mostrado  M.  de 
Charnay  á  la  Sociedad,  dice:  Para  dirigirse  al  gran  estanque  en  donde  se 
sacrificaba  á  las  víctimas,  había  una  magnífica  calzada  de  mampostería. 
Esas  calzadas,  acerca  de  las  cuales  llama  M.  Charnay  especialmente  la 
atención  ,  son  de  origen  tolteca,  é  idénticas  en  todas  partes.  Llegando  á 
un  pequeño  templo  que  iVl.  Charnay  ha  encontrado  casi  en  ruinas,  el  his- 
toriador dice  que  ese  edificio  estaba  lleno  de  vasos  que  contenían  copal 
quemado  hacía  poco,  ofrendas  recientes,  estatuas,  ídolos,  etc.  Es  decir, 


56  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


que  todavía  se  sacrificaba  en  él ;  todavía  se  rendía  allí  culto  á  los  dioses 
locales,  treinta  años  después  de  la  llegada  de  Montejo  á  Yucatán  ,  de  1541 
á  1556,  quince  años  después  del  establecimiento  definitivo  de  los  españo- 
les en  América, 

))Podría  hacerse  ,  añade  ,  una  comparación  muy  curiosa  entre  esos  mo- 
numentos separados  por  grandes  divisiones  de  argamasa  que  se  hallaban 
todavía  enteras  (y  era  preciso  que  fuesen ,  en  efecto  ,  muy  sólidas ,  para 
haber  resistido  á  veinte  años  de  abandono  en  una  región  donde  la  vegeta- 
ción es  excesiva)  entre  esos  monumentos,  decíamos,  y  las  ruinas  de  la 
Corte  de  Cuentas  de  París.  En  ésta,  como  es  sabido,  todas  las  losas  han 
sido  solevantadas,  la  mampostería  rota,  y  se  ven  árboles  que,  en  sólo  doce 
años,  han  alcanzado  una  elevación  de  diez  metros.  Si  se  considera  que 
esto  ocurre  bajo  un  clima  donde  la  fuerza  de  vegetación  no  es  ni  la  décima 
parte  déla  délos  trópicos,  se  comprenderá  que  era  bien  natural  que, 
después  de  veinte  ó  treinta  años  de  abandono,  una  ciudad  de  las  regiones 
americanas  se  encontrase  en  muy  mal  estado ,  y  cubierta  ya  de  una  es- 
pesa vegetación  ;  y  no  había  señales  de  ésta  entonces. 

»M.  Charnay  había  escrito  y  dicho  todo  esto  cuando,  hace  apenas 
ocho  días,  recibió  un  libro  publicado  recientemente  en  los  Estados  Unidos, 
y  que  se  compone  de  documentos  mayas;  uno  de  ellos,  las  Crónicas  de 
Chikulub,  es  obra  de  un  cacique  indio,  Nakuk-pech,  contemporáneo  de 
los  españoles  de  la  conquista ,  de  la  cual  fué  testigo. 

))Ese  manuscrito  maya,  traducido  y  publicado  por  Brinton  en  Fila- 
delfia  hacia  fines  de  1882  ,  contiene  datos  muy  precisos,  que  dan  á  la  teo- 
ría de  M.  Charnay  la  autoridad  de  un  documento  oficial. 

))En  el  §  14,  hablando  del  itinerario  de  Francisco  Montejo,  cuando  la 
expedición  de  1527  á  Chichen-Itza ,  dice  Nakuk-pech: 

«Y  se  puso  en  camino ,  en  busca  de  Chichen-Itza ,  nombrado  asi ;  allí 
»rogó  al  rey  de  la  ciudad  que  viniese  á  su  encuentro;  y  el  pueblo  le  dijo: 
y>hay  un  rey,  señor;  hay  un  rey,  Cocom-Aun-Pech ,  el  rey  Pech,  el  rey  jefe  de  Ci- 
»cantum;  y  el  capitán  Cupul  (probablemente  un  gran  personaje  del  lugar) 
))le  dijo  (á  Montejo):  Guerrero  extranjero ,  reposa  en  estos  palacios ;  así  le 
))dijo  el  capitán  Cupul.  » 

»Es  evidente  para  todo  el  mundo ,  agrega  M.  Charnay,  que  esto  signi- 
fica que  había  un  pueblo,  un  rey  y  monumentos  habitados ;  á  no  ser  así. 


CARTAS   Á    D.   JUAN    VALERA.  I  37 

no  hubiera  habido  un  pueblo,  un  rey  y  un  capitán  que  dijesen  á  Montejo: 
venid  á  descansar  á  estos  palacios. 

))A  propósito  de  Izamal ,  que  está  considerada  como  una  de  las  ciuda- 
des más  antiguas,  y  que  se  dice  haber  sido  abandonada  muchos  miles  de 
años  antes  de  la  conquista  (opinión  que  M.  Charnay  ha  combatido  siem- 
pre), el  cronista  indio  dice  en  el  §  18:  «En  el  año  1542,  cuando  los 
))españoles  se  establecieron  en  el  territorio  de  Mérida  ,  el  primer  orador, 
))el  gran  sacerdote  Kinich-Kakmo,  de  Izamal,  y  el  rey  Tutulxin  ,  de  Mani, 
»se  sometieron....» 

«Comentando  este  pasaje ,  dice  M.  Charnay  que  el  suceso  es  conocido; 
es  un  hecho  histórico.  Sabido  es  ,  en  efecto,  que  cuando  Montejo  llegó  de 
paso  para  establecerse  después  en  Mérida ,  al  siguiente  día  vio  acercársele 
multitud  de  indios  ;  y  se  preparaba  ya  para  combatir  ,  cuando  observó 
que  enarbolaban  señales  de  paz.  Era  uno  de  los  magnates  del  lugar  ,  el 
rey  de  Mani,  que  iba  á  someterse  ,  acompañado  de  un  personaje  nom- 
brado Kinich-Kakmo. 

»  Pero  Kinich-Kakmo  era  el  nombre  genérico  de  los  grandes  sacerdotes 
de  Izamal.  El  gran  sacerdote  desempeñaba  ,  pues  ,  sus  funciones  á  la  lle- 
gada de  los  españoles,  lo  que  prueba  que  los  templos  y  los  palacios  de 
Izamal,  lo  mismo  que  los  de  Chichen  ,  estaban  ocupados  en  esa  época, 
es  decir,  al  tiempo  de  la  conquista. 

» Nada  más  evidente  ,  dice  al  concluir  M.  Charnay,  quien  considera 
la  cuestión  como  definitivamente  resuelta.» 

Los  argumentos  de  M.  Charnay  son  de  mucha  fuerza, 
y  pueden  verse  extensamente  desarrollados  en  las  diver- 
sas obras  que  ha  publicado  sobre  los  monumentos  primi- 
tivos de  México  y  Centro-América. 

El  marqués  de  Nadaillac  observa  que  el  razonamiento 
de  su  compatriota,  relativo  á  la  vegetación  tropical,  es 
muy  poderoso  contra  la  supuesta  remotísima  antigüedad 
de  las  construcciones  americanas  ('). 

Esto  no  quiere  decir,  agrego  yo ,  que  el  enigma  esté 

(i)     Página  323. 


138  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


descifrado ;  puede  probarse  que  los  edificios  estudiados 
por  M.  Charnay  sean  modernos,  y  ello  no  implicaría 
que  todos  los  otros  se  hallen  en  el  mismo  caso.  En  los  úl- 
timos años  se  ha  tenido  noticia  de  monumentos  y  ciuda- 
des de  la  América  Central  y  México  ,  que  no  se  sabe  de 
cuándo  datan  ;  en  el  acreditado  periódico  El  País ,  de  la 
Habana,  número  de  15  de  Diciembre  de  1887,  he  visto 
que  el  renombrado  arqueólogo  Sr.  Plongeon,  en  sus  ex- 
ploraciones de  Uxmal  (Yucatán),  se  había  cerciorado  de 
que  en  el  mismo  lugar  que  hoy  ocupan  esas  ruinas  ,  han 
existido  tres  ciudades  ;  encontró  los  vestigios  de  la  pri- 
mera á  muchos  pies  de  profundidad  ,  y  revelaba  una  civi- 
lización antiquísima,  muy  superior  á  la  nuestra,  así  como 
una  época  de  su  fundación  de  más  de  veinte  mil  años  (se 
diría  que  estamos  oyendo  hablar  áSchhemann  de  las  siete 
ciudades  superpuestas  que  desenterró  en  el  sitio  de  la 
antigua  Troya);  el  mismo  i^a/5;  número  de  19  de  Julio 
último,  dice  que  el  Sr.  A.  J.  Miller  ha  descubierto  en  el 
nuevo  departamento  de  Mosquitos  (Honduras),  una  ciu- 
dad prehistórica  muy  importante,  «y  según  se  ha  obser- 
» vado,  parece  que  primitivamente  existió  en  el  mismo 
» sitio  otra  ciudad  rodeada  de  una  muralla  ». 

Hago  estas  citas  para  presentar  la  ecuación  con  toda 
fidelidad,  sin  enamorarme  de  éste  ni  de  esotro  de  sus  tér- 
minos. ¿Son  muy  antiguos  algunos  de  los  monumentos 
americanos,  íntegros  ó  en  ruinas ,  que  nos  quedan?  Es 
muy  probable.  ¿Hay  otros  recientes?  Es  muy  posible. 
Condenados  por  ahora  á  esta  incertidumbre  ,  no  nos 
queda  que  hacer  sino  esperar  que  la  Arqueología  en- 
cienda su  fanal  en  las  playas  de  esta  América  que  toda- 
vía está  por  descubrir. 

Pero  yo  quiero  ir  con  V.  hasta  admitir  hipotética- 
mente que  todos  los  indios  contemporáneos  de  la  Con- 


CARTAS    A    D.   JUAN    VALERA.  I  59 


quista  estaban  en  patente  declinación  ,  y  todavía  replico 
que  la  decadencia  es  fase  relativa.  En  decadencia  está  la 
Grecia  actual  respecto  del  siglo  de  Pericles  ;  Egipto  tuvo 
varios  ciclos  de  esplendor  y  menoscabo,  uno  de  los  últi- 
mos en  el  reinado  de  los  Reyes  Pastores,  que  duró  siglos; 
pálido  emerge  el  astro  de  Iberia  respecto  de  los  días  en 
que  los  dominios  españoles  estaban  siempre  alumbrados 
por  el  sol ;  pero  esos  años  de  niebla  no  son  de  barbarie  ; 
entrar  en  la  nube  no  es  quedarse  sin  luz.  Pudieron,  pues, 
los  indios,  desmedrados  por  las  guerras  que  constante- 
mente se  hacían ,  ó  por  las  pestes,  ó  por  invasiones  de 
otras  razas  ó  tribus  más  numerosas ,  ó  enervados  por  el 
despotismo  de  sus  reyes  y  el  fanatismo  de  sus  sacerdotes, 
estar  atravesando ,  cuando  vinieron  los  europeos ,  una 
época  de  menos  brillo  que  las  anteriores  ;  mas  de  eso  á 
estar  vecinos  de  la  abyección  hay  mucha  diferencia. 

Esa  decadencia  relativa  no  significa  nada  ante  la  ab- 
soluta, que  data  de  la  conquista.  Los  indios  de  Antioquía 
(Colombia)  no  estaban  muy  adelantados  en  civiHzación, 
y  la  llegada  de  los  europeos  les  hizo  perder  lo  poco  que 
habían  alcanzado ,  pues  perseguidos  abandonaron  sus  ho- 
gares y  se  refugiaron  en  las  asperezas  más  inaccesibles 
de  las  montañas,  según  lo  refiere  el  señor  doctor  D.  An- 
drés Posada  Arango  (').  Igual  cosa  sucedió  á  muchas 
otras  razas,  y  justamente  tengo  ala  vístala  comunica- 
ción de  1880  en  que  M.  Charnay  avisaba  al  ministro  de 
Instrucción  pública  de  Francia  que  acababa  de  descu- 
brir el  valle  de  Apatlatepitongo ,  muy  oculto  é  ignorado 
hasta  entonces,  en  el  que  se  habían  refugiado  tribus  me- 
xicanas huyendo  de  los  nuevos  guerreadores. 

La  materia  es  muy  vasta ,  y  yo  no  debo  agotarla ;  pero 

(1)     Andrés  Posada  Arango:  Ensayo  etnográfico  sobre  los  Aborhenes 
del  Estado  de  Antioquía ,  pág.  4.  París,  1871. 


1 6o  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


la  impresión  que  deja  el  estudio  de  los  adelantos  de  los 
aztecas ,  incas  y  chibchas ,  no  es  la  de  que  fueran  razas 
incapaces  de  elevarse  por  sí  mismas  á  mayor  grado  de 
cultura,  inertes  para  todo  progreso,  como  las  tribus  afri- 
canas, sobre  las  cuales  pasan  los  siglos  en  deplorable  es- 
terilidad. Yo  sí  admito  la  desigualdad  de  las  razas,  porque 
la  veo  en  el  mundo ;  no  puedo  convenir  en  que  haya  un 
solo  é  idéntico  estado  de  espíritu  para  todas  las  criaturas 
humanas ,  al  saber  que  hay  hotentotes  que  casi  rumian 
en  este  mismo  planeta  en  donde  alientan  seres  de  noble 
intehgencia  como  D.  Juan  Valera;  y  cuando  busco  una 
escala  para  medir  la  superioridad  de  unos  pueblos  sobre 
otros ,  no  encuentro  sino  la  del  ideal ,  con  sus  infinitas 
gradaciones.  Ni  Livingstone,  ni  Stanley,  ni  Hartman  ,  ni 
Serpa  Pinto  han  desentrañado  ideal  alguno  en  el  Conti- 
nente oscuro;  pero  los  americanos  sí  los  tenían,  como  lo 
prueban  sus  instituciones  y  sus  obras  y  su  fe  en  un  Dios 
desconocido  y  ¿i  sQvael^xiZdi  áel  áe  los  atenienses;  y  toda 
raza  que  posee  ideal  elevado ,  aunque  no  sea  el  más  ele- 
vado ,  está  en  vía  de  perfección. 


Rafael  M.  Merchán. 


POÉTICA  O 


EL  REALISMO   HELÉNICO   Y  EL  REALISMO  BÍBLICO. 

LA  poesía  bíblica,  que  anda  en  manos  de  todos 
como  un  modelo  de  religiosidad,  no  es,  como  el 
paganismo,  el  desnudo  en  estado  de  pasividad, 
sino  que  es  el  desnudo  en  acción.  Véanse  algunas  estro- 
fas parafraseadas  en  español  por  el  más  místico  de  nues- 
tros poetas : 

«Allí  me  dio  su  pecho , 
Allí  me  enseñó  ciencia  muy  sabrosa , 
Y  yo  le  di  de  hecho 
A  mí  sin  dejar  cosa ; 
Allí  le  prometí  de  ser  su  esposa. 


Debajo  del  manzano 
Allí  conmigo  fuiste  desposada , 
Allí  te  di   la   mano 

Y  fuiste  reparada 

Donde  tu  madre  fuera  violada. 

Allí  me  mostrarías 
Aquello  que  mi  alma  pretendía, 

Y  luego  me  darías 
Allí ,  tú ,  vida  mía , 

Aquello  que  me  diste  el  otro  día.» 


(i)  El  ilustre  autor  de  las  Dolaras  está  preparando  una  nueva  edición 
de  su  Poética  aumentada  con  estos  cinco  artículos  nuevos,  que  La  España 
Moderna  tiene  la  honra  de  ser  la  primera  en  publicarlos  y  aplaudirlos. 

(N,  de  la  D.) 


102  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


Francamente:  sea  cualquiera  el  simbolismo  con  que 
se  quiera  velar  la  significación  de  estas  estrofas ,  es  me- 
nester confesar  que  pocos  autores  modernos  han  podido 
llegar  á  la  expresión  de  estas  naturalidades  tan  suma- 
mente naturalistas. 

Y  es  que  nuestros  críticos  patriarcales  son  como  los 
niños;  llegan  hasta  el  escándalo  por  exceso  de  candor. 

Á  un  beato  muy  definidor  de  textos  bíblicos  ,  le  pre- 
guntó un  curioso  la  razón  histórica  del  tipo  equívoco  y 
moralmente  soslayado  del  ama  de  cura ,  y  le  contestó : 
«Que  eso  se  explicaba  perfectamente  porque  también 
Abraham  se  dejaba  servir  por  sus  criadas».  Esta  clase  de 
moralistas  que  suelen  expHcar  la  Biblia  por  detrás  de  la 
Iglesia  para  tomar  por  tipos  de  virtud  algunos  entes  que, 
si  vivieran  hoy ,  la  mayor  parte  de  ellos  estarían  en  pre- 
sidio, son  los  que  siempre  tienen  preparada  una  hoja  de 
parra  para  taparnos  la  boca  con  ella  á  todos  los  cristia- 
nos bien  educados ,  que  si  pronunciásemos  una  frase  in- 
culta nos  quemaría  los  labios. 

Y  no  es  que  me  espante  de  la  desnudez  paradisíaca 
de  estas  escenas  judaicas ,  sino  que  lo  que  yo  quisiera  es 
que  la  tolerancia  se  hiciese  extensiva  á  la  plasticidad  pa- 
gana y  que  no  se  empeñasen  en  arrojar  á  puntapiés  del 
Olimpo  á  la  diosa  de  ]a  hermosura  algunos  gazmoños 
que,  apoyándose  en  textos  que  no  comprenden,  toman  el 
moraHsmo  por  especulación,  y  suelen  ser  unos  hipócri- 
tas, á  la  manera  de  aquella  mujer  espiritual  que,  mos- 
trando un  helado ,  decía  :  « ¡  Qué  cosa  tan  rica !  j  lástima 
que  no  sea  pecado ! »  Estos  pérfidos  parece  que  quieren 
aumentar  el  número  de  objetos  prohibidos  para  agrandar 
la  Hsta  de  las  tentaciones. 

Como  decía  aquel  rey  galante  : 

— ¡Mal  haya  quien  mal  piense!  No  hay  cosa  que  más 


POÉTICA.  163 


despierte  la  sensualidad  que  un  pudor  fingido.  Una  Ve- 
nus con  taparrabos  no  sería  una  diosa ,  sino  una  baya- 
dera  desarrapada. 

La  desenvoltura  más  descarada  consiste  en  el  enco- 
gimiento provocativo. 

Se  ha  observado  que  ciertas  cosas  sólo  son  deshones- 
tas en  pueblos  que  pasan  de  diez  mil  almas.  En  las  aldeas, 
los  pechos  son  biberones  de  carne  destinados  á  alimen- 
tar á  los  niños,  y  los  pies  y  las  piernas  son  objetos  que 
sólo  sirven  para  andar. 

Se  cuenta  que  Mons.  Dupanloup  fué  á  visitar  el  taller 
de  un  escultor  de  moda. 

Éste,  así  que  oyó  anunciar  al  Arzobispo,  le  dijo  á  su 
modelo : 

— Escóndete  detrás  de  aquella  cortina. 

Monseñor  entró,  y  vio  detrás  de  la  cortina  unos  pies 
preciosos. 

—¿Quién  hay  ahí?— dijo. 

— Dispense  vuestra  eminencia,  es  la  modelo,  y.  como 
estaba  un  poco  desnuda .... 

—¿Un  poco,  ó  del  todo? 

—  i  La  verdad ,  señor  ;  del  todo ! 

—  ¡Que  salga,  que  salga!  En  el  arte,  el  desnudo  es  un 
traje  como  otro  cualquiera.... 


*** 


LOS  ULTRA-PUDIBUNDOS. 

Es  verdad  que  yo  ni  sé,  ni  puedo,  ni  quiero  hablar  de 
las  mujeres  sin  un  poquito  de  fiebre  ;  y  que  la  castidad 
remontada ,  así  como  los  remilgos  de  la  escuela  clásica, 
me  remueven  el  estómago. 


104  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Sería  un  hipócrita  si  no  dijese  que  creo  que  á  las  ni- 
ñas inocentes  que  saben  el  catecismo  de  memoria  ya  no 
les  queda  nada  naturalista  que  aprender. 

Eso  de  que  Pablo  atraviese  un  arroyo  llevando  á  hor- 
cajadas á  Virginia  sobre  la  espalda  con  la  misma  insen- 
sibilidad que  si  la  preciosa  carga  fuese  un  costal  de  paja, 
^será  muy  católico  el  creerlo ,  pero  yo  no  puedo  menos  de 
ponerlo  en  duda. 

Tengo  una  amiga,  excelente  poetisa,  que  al  acusarme 
el  recibo  de  El  Licenciado  Tor ralba,  me  decía  :  «El  libro 
está  lleno  de  diabluras.>^  Otra  me  escribió  :  «El  poema 
debe  de  tener  muchas  cosas  atrevidas ,  porque  lo  he  leído 
con  <i^//¿:/<^» .  Esta  última  observación  no  dejó  de  alar- 
mar un  poco  mi  conciencia,  pues  como  Torralba  no  ha 
sido  ningún  santo,  me  pregunté  :  ¿Estas  diabluras  ó  co- 
sas atrevidas  se  refieren  á  la  religión?  Imposible.  Yo 
siempre  he  respetado  los  tres  grandes  factores  que  cons- 
tituyen la  esencia  del  Cristianismo ,  que  son  el  Dios  per- 
sonal ,  la  inmortalidad  del  alma  y  la  justicia  de  las  penas 
y  recompensas. 

Sin  embargo ,  las  castas  y  los  cautos  es  posible  que 
hayan  encontrado  alguna  idea  que  me  dé  entre  ellos  la 
opinión  de  que  gozaba  por  sus  distracciones  aquél  pobre 
cura  que ,  al  querer  abrir  un  día  la  custodia,  y  viendo 
que  no  giraba  bien  la  llave,  sin  duda  por  la  herrumbre 
del  tiempo ,  tuvo  la  inocente  impiedad  de  exclamar  :  — 
«¿Qué  diablos  habrá  aquí  dentro?»  Y  digo  esto  ,  porque 
hace  algún  tiempo  publiqué  un  poemita  titulado  :  Cómo 
r'esan  las  solteras,  y  aunque  en  él  no  se  habla  una  pala- 
bra de  religión,— fingieron  estremecerse  de  horror  to- 
dos los  entremetidos  de  las  sacristías.  Hablando  de  esto 
con  D.  Alfonso  XII,  aquel  gran  Rey  cuya  gloria  será 
eterna  en  la  memoria  de  los  españoles,  se  hallaba  pre- 


POÉTICA.  165 


senté  su  augusta  consorte ,  que  desde  Austria  ha  venido 
á  España  á  emular  la  piedad,  la  discreción  y  la  virtud  de 
la  abuela  de  Carlos  V,  y  viendo  que  nosotros  no  dába- 
mos con  el  verdadero  motivo  de  la  alarma  de  los  moji- 
gatos, nos  interrumpió  diciendo  :  «No  se  cansen  Vds.  ;  la 
única  causa  de  esa  extrañeza  consiste  en  que  la  acción 
del  poema  pasa  en  el  vestíbulo  de  un  templo».  Es  decir, 
que  todos  los  días  se  ve  en  los  teatros  al  diablo  circular 
por  monasterios  y  catedrales,  y  yo  no  puedo  hacer  que 
una  niña  distraída  vaya  a  rezar ,  pensando  en  otra  cosa, 
al  atrio  de  una  iglesia. 

Esta  prevención  contra  mí  se  ha  hecho  de  moda  has- 
ta entre  mis  colegas ,  á  pesar  de  que  cuando  me  he  visto 
obligado  á  pasar  en  mis  descripciones  por  alguno  de  esos 
lugares  escabrosos ,  que  yo  suelo  atravesar  con  seguri- 
dad completa,  siempre  lo  he  hecho  conduciendo  á  mis 
heroínas  á  escape  por  el  extremo  del  arrabal  de  la  ciu- 
dad en  que  vive  Celestina. 

Nadie  podrá  hallar  en  ninguna  de  mis  obras  una  sola 
de  esas  frases  candentes  de  que  se  vale  San  Pablo ,  por 
ejemplo ,  en  alguna  de  sus  epístolas ,  y  que  son  capaces 
de  llenar  de  rubor  los  pómulos  de  las  doncellas  que  ya 
van  al  lecho  conyugal  con  la  suficiente  preparación  para 
no  espantarse  de  nada. 

Un  crítico  de  autoridad  ha  publicado  un  gran  número 
de  versos  de  El  Licenciado  Tor ralba,  diciendo  que  pa- 
recen de  un  místico  demacrado.  Otro  censor,  de  formas 
literarias  que  en  punto  á  cortesía  dejan  mucho  que  de- 
sear, me  ha  satirizado  con  el  mayor  descaro,  porque  yo 
soy  menos  pesimista  que  Byron. 

¿En  qué  quedamos?  Unos  me  tildan  de  místico,  y 
otros  de  pesimista.  ¿Será  que  hay  cierta  conexión  de 
fines  entre  el  cristianismo  y  el  pesimismo?  ¿Estaré  yo 


66  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


también  contagiado  de  ese  pesimismo  moderno  que,  como 
el  orín  al  hierro,  va  pegado  al  ritualismo  de  ciertos  prác- 
ticos fervorosos? 

¿Se  hallará  en  mis  obras  algo  de  ese  sedimento  asiá- 
tico que  se  encuentra  en  el  fondo  del  cristianismo  primi- 
tivo, después  que  se  rasca  la  elegante  corteza  con  que  lo 
suele  recubrir  el  cristianismo  romano  ? 

¿No  se  encuentra  en  el  mismo  Salomón  la  idea  de  que 
el  muerto  es  más  felis  que  el  vivo ,  y  que  el  que  vive  es 
menos  dichoso  que  el  que  no  ha  nacido? 

¿No  es  un  axioma  cristiano  el  de  que  cuanto  más  gran- 
de es  la  admiración  que  se  debe  tributar  á  Dios,  más 
grande  ha  de  ser  el  desprecio  que  se  tenga  por  las  cosas 
terrenales? 

Pero  no ,  yo  no  debo  parecer  un  místico ,  porque  el 
desprecio  de  la  vida  y  las  mortificaciones  sin  un  objeto 
caritativo  me  son  más  antipáticas  que  el  sentimiento  viril 
de  aquella  sociedad  romana  que ,  sin  más  ideal  que  la  pa- 
sión municipal  de  la  ciudad  eterna,  dejaba  con  indiferen- 
cia estoica  que  se  cumpliese  el  destino  á  que  la  sujetaba 
el  poder  de  Júpiter. 

Y  volviendo  á  la  cuestión  de  los  ultra-pudibundos,  se- 
guiré diciendo  que,  aunque  algunos  me  califican  áe  escép- 
tico ,  la  verdad  es  que  sólo  soy  un  ocioso ,  más  bien  abu- 
rrido que  desengañado ,  un  experimentaHsta  que  no  llega 
nunca  á  naturalista,  y  que  en  materia  de  libertades  lite- 
rarias, como  hombre  bien  educado,  sé  hasta  dónde  es 
lícito  llegar ,  y  nunca  enseño  en  mis  versos  la  silueta  del 
monstruo  de  dos  espaldas  de  que  nos  habla  Shakespeare, 
y  ni  siquiera  me  atrevo  á  hacer  reverberar  la  inmunda 
risa  de  Mefistófeles  cuando  ve  la  cadera  de  los  angelitos 
que  bajan  á  buscar  el  alma  de  Fausto.  Y  á  propósito,  y 
hablando  claro ,  nunca  transigiré  con  los  que  hacen  de  la 


POÉTICA.  >  167 


mujer  la  representación  del  demonio,  pues  me  parecen 
descendientes  de  alguno  de  los  escapados  del  incendio 
de  las  ciudades  malditas. 

j  Sátiros  de  la  castidad !  Fuera  de  mi  vista  los  que  Goe- 
the llama  « esa  razahermafrodita  que  tanto  embelesa  á  los 
devotos».  Hay  una  cosa  en  poesía  más  peligrosa  que  la 
desnudez,  y  es  la  abominable  tendencia  á  establecer  la 
indiferenciación  de  los  sexos  que  lleva  á  ese  estado  de 
pasión  neutral ,  en  la  que  lo  mismo  se  goza  con  una  égloga 
hecha  al  bello  Alexis ,  que  con  otra  dedicada  á  la  hermosa 
Galatea  :  aberración  que ,  cuando  la  veo  escrita ,  y  aun- 
que no  sea  más  que  sospechada,  me  produce  como  á  To- 
rralba  el  deseo  de  morir  de  asco  de  la  vida. 


*** 


EL   GÉNERO  SUGESTIVO. 

Escribir  sin  filosofía  es  hablar  por  hablar :  es  autori- 
zar la  crítica  sin  criterio;  el  arte  bobalicón  y  la  ciencia 
que  no  pasa  de  oficio. 

Si  la  Venus  de  Milo  con  su  cabeza  de  chorlito  pudiese 
ser  animada  por  un  nuevo  Pigmaleón,  sería  la  verdadera 
imagen  del  arte  sin  filosofía ;  una  mujer  muy  hermosa, 
pero  enteramente  estúpida. 

Y  al  llegar  á  este  punto ,  para  ser  completamente  im- 
parcial, no  quiero  dejar  de  condenar  un  cierto  pseudo- 
trascendentahsmo  patológico  que  han  inventado  algunos 
imitadores  de  Heine,  y  que  consiste  en  un  subjetivismo 
sin  objeto,  en  un  histerismo  soñador  que  crea  un  género 
nervioso  asexual,  amorío  y  maricón,  que  muchos  llaman 
sugestivo  y  que  no  sugiere  nada. 

Este  contagio  del  mareo  de  lo  indeterminado ,  no  sólo 


1 68  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ha  invadido  muchos  pueblos  del  Norte ,  sino  que  se  ha 
extendido  á  algunas  naciones  de  origen  latino ,  como  su- 
cede en  nuestra  república  de  Chile ,  una  nación  donde 
son  geniales  la  claridad ,  el  buen  sentido ,  el  valor  y  la 
hermosura. 

En  estos  rompe-cabezas  no  es  tan  interesante  lo  que 
se  dice  como  lo  que  se  calla,  y  en  ellos  la  solución  siem- 
pre se  deja  á  cargo  del  curioso  lector,  sobre  todo  si  es 
aficionado  á  descifrar  charadas. 

Los  cultivadores  de  este  género  de  poesía  se  acercan 
al  borde  de  lo  indefinido ,  tienden  sobre  el  abismo  una 
línea  de  puntos  suspensivos ,  de  los  cuales  no  cuelga  la 
menor  idea,  y  el  lector,  después  de  mucho  trabajo,  saca 
la  misma  consecuencia  que  de  la  charla  del  loco  de  Sha- 
kespeare, que  habla  y  habla  hasta  que  al  fin  conocen  los 
oyentes  que  la  conseja  no  les  cuenta  nada. 


*** 


LA  NATURALIDAD  ES  UNA  HOMBRÍA  DE  BIEN  LITERARIA. 

Insistiendo  en  mis  ideas ,  escribí  lo  siguiente  en  un 
prólogo  para  un  pequeño  poema  del  Sr.  D.  Cándido  Pi- 
nilla : 

«Mi  querido  amigo  y  compañero  :  He  leído  su  poema 
con  muchísimo  placer.  Tiene  V.  razón  en  creer  que  los 
críticos  le  van  á  decir,  no  que  imita  mi  estilo,  sino  que 
marcha  por  el  camino  que  yo  creo  mejor  en  literatura. 
Aunque  algunos  dicen  que  el  ser  de  mi  opinión  es  un  de- 
lito, yo  insisto  en  defender  con  ardor  mi  sistema ,  no  por 
una  pretensión  vanidosa ,  sino  única  y  exclusivamente/>6>r 
amor  al  arte, 

» A  V. ,  que  lo  sabe  y  lo  practica  ,  no  tengo  necesidad 
de  aconsejarle  que  estudie  y  comprenda  bien  la  noción 


POÉTICA.  169 


de  lo  que  es  poesía.  Ha  habido  muchos  poetas  y  críticos 
que  pasan  por  notables,  que  han  hecho  buenos  versos  ó 
los  han  censurado  con  acierto ,  no  por  conocimiento ,  sino 
por  instinto.  Hermosilla,  que  escribió  una  obra  titulada 
Arte  de  hablar  en  prosa  y  verso  con  singular  discreción, 
cuando  hizo  aplicación  de  sus  doctrinas ,  puso  por  modelo 
de  escritores  á  Moratín,  que,  exceptuando  la  Lección  poé- 
tica premiada  por  la  Academia,  tiene  pocos  versos  de 
poeta. 

«Escribir  poesía  es  convertir  las  ideas  en  imágenes.  Ya 
dijo  Horacio:  La  poesía  es  como  la  pintura. 

»E1  verdadero  poeta  sólo  habla  por  medio  de  imágenes. 
Cicerón,  aunque  no  entendía  mucho  de  estas  cosas,  ya 
extrañaba  que  el  lenguaje  figurado  agradase  más  que  el 
sentido  recto. 

»La  poesía  es  independiente  del  verso.  Cuando  á  un 
prosista  ó  á  un  orador  le  anima  el  estro  y  se  expresa  por 
medio  de  figuras  pintorescas ,  entonces  el  prosista  y  el 
orador  se  transforman  en  poetas. 

» Cervantes  y  Solís  eran  dos  buenos  poetas  en  prosa 
y  malos  en  verso.  Byron  era  tan  buen  poeta  en  verso 
como  en  prosa. 

»Es  verdad  que  la  poesía  en  verso  es  el  arte  por  exce- 
lencia ,  porque  después  de  la  arquitectura  del  asunto ,  el 
sentimiento  lo  adorna  con  la  pintura  de  las  imágenes, 
que  son  ideas  con  colores ,  y,  por  último,  le  añade  la  rima 
y  el  ritmo,  que  es  á  un  tiempo,  música  y  escultura.  Lo 
mismo  que  la  ópera,  la  poesía  en  verso  es  la  condensa- 
ción de  todas  las  artes. 

» Continúe  V.  trabajando  como  hasta  ahora,  para  que 
su  estilo  adquiera  condiciones  de  seguridad  y  de  franque- 
za ;  ni  hinchado ,  para  que  no  le  Weimen  fatuo ,  ni  rastrero, 
para  que  no  le  tilden  de  vulgar. 


yo  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


^Franqueza  y  sinceridad. 

»En  el  estilo  gusta  ver  la  cara  del  autor,  aunque  no  sea 
hermosa. 

»La  manera  propia  de  un  escritor  es  una  ampliación 
de  su  misma  naturaleza,  y  cuando  es  sencillo,  parece  que 
sus  obras  están  escritas  con  la  sangre  de  sus  venas. 

»Los  buenos  escritores  son  niños  grandes  que  dicen  lo 
que  sienten  y  como  lo  sienten. 

»E1  estilo  natural  es  la  mejor  prueba  de  la  hombría  de 
bien  de  un  Hterato. 

»En  la  forma,  nada  de  frases  inútiles;  los  adjetivos  in- 
necesarios y  las  frases  huecas  como  avellanas  vacías, 
han  hecho  que  el  estilo  de  los  sucesores  del  gran  maestro 
Fernando  de  Herrera,  se  haya  convertido  en  un  desván 
de  cosas  qae  no  sirven  ni  para  usarlas,  ni  para  tirarlas;  y 
á  las  puertas  de  sus  prenderías  se  podría  reproducir  este 
letrero,  que  he  visto  escrito  en  uno  de  los  almacenes  de 
las  afueras  de  Madrid:  «Aquí  se  vende  ripio  y  cascote». 

»Hace  V.  bien  en  seguir  con  el  espíritu  abierto  á  todas 
las  manifestaciones  del  psicologismo  moderno. 

>E1  clasicismo ,  que  sólo  nos  da  á  comer  cosas  cocidas 
hace  una  porción  de  siglos ,  ya  no  satisface  nuestro  ape- 
tito, por  más  que  nos  lo  hacen  mascullar  desde  muchos 
años  antes  de  que  nos  salga  la  muela  del  juicio. 

»Con  las  doscientas  palabras  convencionales  y  obliga- 
das que  constituyen  todo  su  vocabulario ,  sólo  se  pueden 
componer  trajes  de  máscara  de  señora  antigua. 

»Esta  poesía ,  á  pesar  de  sus  frases  exquisitas  y  su  ho- 
rror á  la  naturahdad ,  en  la  forma  es  un  eterno  prosaísmo 
y  en  el  fondo  una  musa  muy  acicalada  y  muy  boba ,  que 
habla  dormida  por  dentro. 

»La  eterna  exhibición  de  lo  redicho,  lo  rebuscado,  lo 
superfluo  y  lo  gazmoño,  hacen  que  uno  se  reconcilie  hasta 


POÉTICA.  171 


con  el  naturalismo  de  Napoleón,  el  cual,  acariciando  á 
un  hijo  de  su  médico,  le  decía:  « i  La  tripita! ;  esta  es  la 
reina  del  mundo.»  Esto  es  tabernario,  pero  al  menos  es 
humano. 

»No  haga  V.  caso  de  los  seres  impensantes  que  procla- 
man que  la  ciencia  no  debe  entrar  para  nada  en  las  obras 
poéticas. 

»Decía  Shakespeare:  «¡Palabras, palabras,  palabras!»; 
y  Dickens:  «¡Hechos,  hechos,  hechos ! »;  pero  yo  moriré 
diciendo:  «Ideas,  ideas,  ideas!»  En  cierta  ocasión  hallé  á 
una  labradora  que  estaba  pegando  á  un  niño  :  «¿Por  qué 
maltrata  V.áesa  criatura?»  le  pregunté.  «Porque  siempre 
está  sacando  idease,  me  contestó.  Efectivamente,  eso  de 
sacar  ideas  suele  ser  la  más  peligrosa  de  las  ocupacio- 
nes ,  porque  alarma  y  destruye  el  statu  quo  de  los  intere- 
ses indefendibles.  Según  la  letra  de  todos  los  ritualismos 
viejos,  los  protestantes  literarios  mereceríamos  una  reco- 
rrida de  palos  como  el  niño  del  cuento. 

»Yo  bien  sé  que  es  mucho  más  cómodo  montar  en  un 
pegaso  sin  ronzal  y  cruzar  los  campos  de  la  nateraleza 
exterior  ,  lanzando  á  los  cuatro  vientos  odas  pindáricas 
sin  pies  ni  cabeza ,  que  por  no  tener  asunto  empiezan 
como  Dios  quiere  y  acaban  cuando  quiere  Dios  ,  que  es- 
cribir una  humorada  con  pensamiento ,  una  dolora  con 
plan  dramático  y  ó  algún  pequeño  poema  con  argumento 
y  alcance  trascendental. 

»Los  tanteos  poéticos  sin  objeto  conocido,  me  recuer- 
dan la  curiosidad  de  un  embajador  chino  que,  viendo  á 
un  gimnasta  hacer  evoluciones  trabajosas,  nos  pregun- 
taba con  mucho  candor:  «Y  eso,  ¿  para  qué  sirve  ?  »  Los 
esfuerzos  hechos  por  el  entendimiento  para  no  dar  á  en- 
tender nada,  producen  en  almas  como  las  del  chino,  una 
ictericia  moral. 


I'] 2  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


»No  hay  inteligencia  que  ,  como  no  esté  bien  alimen- 
tada por  la  ubre  de  la  metafísica,  no  caiga  en  la  anemia. 

»Lo  dicho  ,  dicho ;  imágenes,  naturahdad ,  sentido  ínti- 
mo é  ideas. 

» Y  adiós  ;  y  ya  que  la  mala  suerte  desgraciadamente 
le  ha  privado  á  V.,  como  á  Milton,  de  la  gracia  de  poder 
ver  el  sol  de  la  vida  exterior,  pido  al  cielo  de  rodillas 
que  el  resplandor  que  ilumina  su  corazón  continúe  mos- 
trándole siempre  ,  para  su  consuelo  y  deHcia  de  sus 
amigos,  los  misterios  y  los  horizontes  infinitos  de  la  vida 
de  las  almas.» 


*** 


Á  LA  CRÍTICA  GRANDE. 

Y  como  esta  Poética  no  es  más  que  el  resumen  de  los 
ataques  y  defensas  que  han  convertido  mi  vida  en  una 
especie  de  torneo  literario,  concluiré  haciéndome  cargo 
de  las  últimas  estocadas  que  he  recibido  de  dos  insignes 
campeones,  maestros  incomparables  en  la  esgrima  inte- 
lectual. 

Después  de  treinta  años  de  publicado  El  Drama  Uni- 
versal,  el  ilustrado  crítico  extranjero  Mr.  B gris  de  Tan- 
NEMBERG ,  CU  uua  cxcelentc  obra  sobre  la  poesía  caste- 
llana ,  publicada  en  París ,  ha  llamado  la  atención  sobre 
este  poema,  enteramente  olvidado  del  público  español. 
Casi  al  mismo  tiempo ,  el  erudito  Agustiniano  Fr.  Resti- 
TUTo  DEL  Valle  Ruíz  ,  escribió  lo  siguiente :  « No  falta 
quien  sólo  ve  en  El  Drama  Universal  un  engendro  poético 
monstruoso ,  una  producción  de  dicción  apocalíptica ,  un 
caos  de  inspiración  rebelde  á  toda  ley;  aunque  otros,  por 
el  contrario ,  consideran  esta  composición  como  el  mo- 


POÉTICA.  173 


numento  más  grandioso  y  perdurable  erigido  en  esta 
época  á  la  poesía  castellana».— En  este  poema,  yo  me 
había  propuesto  romper  el  molde  de  las  antiguas  epo- 
peyas, escritas  como  si  en  el  arte  no  cupiese  la  filosofía, 
fuente  de  todo  conocimiento ,  y  quería  además  abarcar 
en  una  síntesis  general  todas  las  pasiones  humanas  y  to- 
das las  realidades  de  la  vida  desde  un  punto  de  vista 
ideal,  colocado  fuera  de  la  realidad.  Pero  se  conoce  que 
contra  mi  voluntad,  El  Drama  Universal,  en  vez  de  un 
moniimento  grandioso  ha  resultado  un  engendro  poético 
monstruoso ,  como  lo  prueba  el  que  ningún  crítico  se 
haya  dignado  ni  mentarlo  siquiera  en  un  período  de  trein- 
ta años ,  largo  calvario  de  desdén  á  que  sólo  ha  podido 
resistir  el  mérito  del  Paraiso  Perdido. 

¡Cómo  ha  de  ser!  Si  yo  tuviera  ilusiones,  esto  sería 
para  mí  una  ilusión  menos. 

Y  como  yo  me  he  propuesto  consignar  en  estas  polé- 
micas todo  el  mal  que  se  diga  de  mí,  añadiré  que,  hablan- 
do de  la  verdad  y  moralidad  de  mis  obras ,  dice  el  Señor 
Valle  Ruíz  :  « Que  sólo  la  reprobación  más  enérgica  me- 
recen por  sus  atrevimientos. » ....  — Esto  no  está  de  acuer- 
do con  la  opinión  de  autoridades  irrecusables.  Leyendo 
yo  á  un  célebre  Dominico ,  que  después  ha  ocupado  las 
más  altas  dignidades  eclesiásticas ,  el  poema  titulado  Los 
amores  en  la  luna,  uno  de  los  asistentes  preguntó  al  Pre- 
lado: «¿Y  qué  dice  V.  de  la  parte  moral?»  — «¿Qué  parte 
moral?» — le  contestó  el  hoy  purpurado  con  el  candor  y 
la  buena  fe  de  un  santo. 

Otra  vez  unos  católicos ,  amigos  míos ,  me  invitaron  á 
que  escribiese  algunos  versos  en  un  álbum  dedicado  á  Su 
Santidad  León  XIIL 

Pensando  sólo  en  la  poesía ,  y  sin  cuidarme  del  dogma 
para  nada ,  escribí  una  estrofa ,  en  la  cual  decía  que  si  yo 


74  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


fuese  Papa  absolvería  á  todos  los  pecadores  y  cerraría  el 
infierno.  Los  católicos  meticulosos  discutieron  formal- 
mente si  convendría  romper  la  hoja  en  que  estaban  escri- 
tos mis  versos,  pero  con  mejor  acuerdo  se  llevó  el  álbum 
íntegro  al  Sumo  Pontífice ,  el  cual ,  después  de  leer  la  es- 
trofa, exclamó  con  su  natural  bondad  :  «¡Poeta,  poeta!» 

Otro  insigne  escritor,  el  Sr.  D.  J.  Mané  y  Flaquer,que 
pasa  con  razón  por  ser  uno  de  los  santos  padres  de  la 
ortodoxia  conservadora,  asegura  :  «Que  mis  obras  poé- 
ticas pueden  haber  hecho  más  daño  en  España  que  Bal- 
zac  en  Francia,  porque  hacen  tiritar  de  frío,  de  ese  frío 
contra  el  cual  nada  pueden  las  chimeneas  ,  ni  los  calorífe- 
ros ,  ni  los  abrigos  forrados  de  pieles ,  porque  es  el  frío  del 
alma.»  Y  concluye  diciendo  :  «¡Cuántas  más  ruinas  han 
causado  los  conservadores  á  estilo  de  Campoamor  que 
los  demagogos  á  lo  Castelar!» 

Convengamos  en  que  la  cosa  no  merece  tan  inquisito- 
riales censuras.  Los  ilustres  pensadores  Valle  Riiiz  y 
Mané  y  F laguer  me  perdonarán  si  les  digo  que  opino 
como  el  gran  León  XIII  y  el  célebre  Cardenal ,  que  en 
cuestiones  de  arte ,  el  arte  es  lo  primero ,  y  que  tiene  algo 
de  empirismo  el  juzgar  una  obra  desde  un  punto  de  vista 
de  moral  restringida,  cuando  el  arte  sólo  es  uno  y  las 
fuentes  de  moral,  bajo  muchos  aspectos,  son  tantas  ,  tan 
variadas  y  tan  contradictorias.  El  Sr.  Castelar,  con  su 
maravillosa  elocuencia,  destruirá  muchas  instituciones 
y  muchas  cosas  ;  pero  yo ,  en  mi  humildísima  esfera ,  me 
contento  con  dejarlas  caer,  y  en  esto  no  hacemos  los  dos 
más  que  obedecer  á  la  ley  de  la  vida ,  en  la  que  todo  lo 
que  nace  está  condenado  á  morir. 


*** 


POÉTICA.  175 


Á   LA  CRÍTICA  PEQUEÑA. 

¡  Raza  inextinguible  de  escribas  y  fariseos ,  que  sois 
capaces  de  convertir  con  vuestra  hipocresía  los  imperios 
más  santos  en  reinados  de  farsas  celestiales:  dejadme 
morir  en  paz ,  sin  perseguirme  con  vuestras  murmura- 
ciones ,  por  suponer  que  en  alguna  de  mis  frases  hay  de- 
masiado desenfado ,  y  en  el  fondo  de  mis  cuadros  disqui- 
siciones un  poco  aventuradas!  En  materia  de  temerida- 
des intelectuales  yo  me  confieso  pecador ,  y  digo  como  el 
filósofo  ;  «¿Hablan  mal  de  mí?  Pues  si  supieran  otros  de- 
fectos que  tengo:  aún  hablarían  peor.»  Pero  no  me  abu- 
rráis con  una  afectada  pudibundez,  á  la  cual  no  falto 
nunca.  Además  de  no  creer  en  vuestras  gazmoñerías,  os 
tengo  que  decir  que,  así  como  San  Juan  Crisóstomo  ase- 
gura que  hay  cosas  que  los  ángeles  han  sabido  por  reve- 
lación de  San  Juan,  yo,  que  no  soy  santo  ni  inspirado,  os 
puedo  revelar  que  con  mis  reaHsmos  de  frase  no  hago  más 
que  imitar  á  esos  mismos  ángeles ;  pues  sé  que  como  com- 
plemento de  delicias  inefables ,  bajan  del  cielo  todos  los 
domingos  y  fiestas  de  guardar,  para  besar,  no  los  ojos, 
sino  las  miradas  de  las  mujeres  de  la  tierra. 

No  convirtáis  las  verdades  filosóficas  en  piedras  de 
escándalo,  porque  el  hombre,  en  último  resultado,  se  re- 
duce á  ser  una  razón  dudando.  ¿Hay  cosa  más  natural 
que  el  infeliz  que  va  cruzando  el  camino  de  la  inmensidad 
se  pregunte  á  sí  mismo  ó  pregunte  á  los  demás  si  viajamos 
sólo  por  impulso  de  nuestro  libre  albedrío ,  ó  por  la  fuerza 
de  una  implacable  fatalidad?  En  medio  de  este  hervidero 
de  dolores,  ¿es  posible  que  el  pensador  no  pregunte,  como 
Segismundo,  si  la  vida  es  un  sueño  en  acción,  ó  como 
Fausto,  si  es  una  acción  horrible? 


176  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


Dejad  volar  al  alma.  El  pensamiento  es  la  única  atmós- 
fera respirable  del  ser  humano.  Es  menester  vivir,  pensar 
y  escribir  conforme  á  la  naturaleza.  Después  de  todo,  la 
virtud,  más  que  en  pensamientos,  consiste  en  realizar 
buenas  acciones. 

Varrón  contaba  ya  en  su  tiempo  hasta  doscientas 
ochenta  y  ocho  maneras  excogitadas  por  los  filósofos  para 
ser  dichosos.  Yo  sé  algo  de  filosofía,  pero  no  he  encon- 
trado más  que  una  manera  de  ser  un  poco  feliz  ;  y  es  la 
de  dedicarme  á  la  estética ,  ciencia  que  enseña  á  conver- 
tir lo  bello  ideal  en  bello  sensible,  ó,  lo  que  es  lo  mismo, 
aunque  parezca  enteramente  lo  contrario ,  en  convertir  lo 
bello  sensible  en  bello  ideal. 

Dejad  que  me  embriague  tranquilamente  con  el  opio 
de  las  letras ,  porque  si  no,  creo  que  para  soportar  el  largo 
camino  de  la  vida,  tendría  que  apelar  al  verdadero  jugo 
de  adormideras. 

i  El  amor  al  arte  y  el  cariño  de  algunos  de  los  seres 
que  me  rodean  son  las  únicas  ilusiones  que  me  quedan 
para  poder  sobrellevar  con  gusto  los  pocos  días  que  me 
restan  de  vida  :  ilusiones  que  ruego  á  Dios  que  me  con- 
serve eternamente,  para  que,  así  como  fueron  mi  delicia 
en  la  tierra,  después  de  mi  muerte  sean  el  premio  de  mis 
esperanzas  en  el  cielo ! 


Campoamor. 


INSTITUCIONES  GREMIALES 


Consideraciones  sobre  el  libro  de  este  título  publicado  por 

D.  luis   TRAMOYERES   BLASCO. 


Tan  abundante  y  rica  cuanto  es  nuestra  bibliografía 
en  otras  materias ,  tan  escasa  y  menguada  anda  esta  en 
lo  concerniente  á  los  estudios  que  en  el  orden  económico 
se  ocupan  sobre  corporaciones  y  colectividades  para  la 
realización  de  fines  convenientes  al  indicado  objeto.  Tris- 
te es  confesarlo ,  pero  si  recorremos  las  revueltas  notas 
bibliográficas  que  acerca  de  este  importante  ramo  de  las 
manifestaciones  del  espíritu  social   de  nuestra  patria 
poseemos,  ¡cuan  pocos  números  podremos  presentar! 
¡Cuan  pocos  y  menguados  serán  los  trabajos  que  de  esta 
índole  podremos  ofrecer  al  hombre  estudioso  que  con 
deseo  de  aleccionarse  en  la  experiencia  de  las  pasadas 
generaciones,  requiere,  busca,  investiga  con  deseo  de 
conocer  cuáles  fueron  aquellos,  qué  fines  persiguieron, 
qué  doctrinas  y  tendencias  les  informaron,  para  que  ,  sir- 
viendo su  historia  de  provechosa  lección,  podamos  ho}?- 
acomodar  nuestro  modo  de  ser  en  asociaciones  semejan- 
tes,  inspiradas  en  la  tradición  y  en  los  hechos,  aplicar 

12 


78  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


prácticas  enseñanzas  del  pasado,  con  manifiesta  ventaja 
y  positivo  adelanto  en  nuestra  época,  á  importantes  cor- 
poraciones,  modernos  organismos,  necesarios  al  fin  prác- 
tico del  progreso.  Mas  para  llegar  á  este  punto  de  cono- 
cimiento hemos  de  acumular  pruebas ,  datos ,  piezas  todas 
necesarias  en  este  proceso ,  y  para  ello ,  cual  es  consi- 
guiente ,  nos  es  indispensable  poseer  el  modo  y  manera 
cómo  vivieron  y  se  rigieron  las  comunidades ,  asocia- 
ciones ,  gremios  y  colectividades  que  tuvieron  su  vida ,  en 
los  pasados  siglos ,  y  que  funcionaron  legalmente  consti- 
tuidas, ejerciendo  poderosa  influencia  como  cuerpos  eco- 
nómicos, y  pasando  luego  como  organismos  político- 
económicos  á  tener  su  participación  en  la  gestión  pública 
por  los  cambios  y  vicisitudes  inherentes  á  todo  lo  que  es 
contingente  y  necesario. 

Pues  bien :  si  hemos  de  conocer  cual  merece  asunto 
de  semejante  importancia  en  la  vida  social  de  los  pueblos 
de  la  Península ,  necesitamos  estudiar  esas  organizacio- 
nes especiales ,  penetrarnos  de  su  espíritu ,  misión  y  ten- 
dencias, para  deducir  luego  desde  ellas  provechosa  lec- 
ción de  la  experiencia ,  que  nos  sirva  de  poderosa  luz  en 
el  camino  de  lo  venidero ,  en  la  resolución  de  arduos  pro- 
blemas ,  en  el  advenimiento  del  gremio  como  libre  asocia- 
ción é  institución  económica  que  ha  de  prestar  poderoso 
apoyo ,  fuerza  suficiente  ,  para  que  el  desenvolvimiento 
de  aquél  constituya,  cual  debe  ser,  un  elemento  cimen- 
tado en  la  representación  nacional  por  la  constitución  de 
los  productores  y  contribuyentes.  Desenvolvimiento  libre, 
bajo  la  acción  tutelar  del  Estado,  como  sociedad  encami- 
nada á  la  realización  de  los  principios  armónicos  de  la 
moral  y  del  derecho.  Para  ello,  como  decíamos,  es  nece- 
sario estudiar  aquellas  corporaciones,  y  lo  difícil  es  hallar 
forma,  modo  y  manera  de  planear  aquel  estudio  cuando 


INSTITUCIONES  GREMIALES.  279 


tan  deficiente  es  nuestra  historia  interna ,  en  el  conoci- 
miento de  los  hechos  que  constituyen  la  vida  orgánica  de 
los  pueblos,  que  sintetiza  su  espíritu,  su  modo  de  obrar, 
de  ser  y  pensar  en  el  campo  de  los  fines  sociales ;  historia 
que  no  se  halla  exornada  con  el  estruendo  de  los  comba- 
tes ,  ni  en  las  ramas  del  infecundo  laurel ,  sino  en  las  mo- 
destas de  la  encina  y  del  olivo.  La  historia  de  estas  ins- 
tituciones, su  estudio  como  elementos  orgánicos  del  país, 
lo  propio  en  este  ramo  como  en  otros  muchos ,  está  por 
hacer ;  escasos  y  difíciles  los  recursos  en  que  contamos 
para  poder  levantar  el  estudio  sintético  de  tales  corpora- 
ciones ,  y  por  tanto ,  difícil ,  y  muy  mucho  ha  de  ser  esta 
ardua  é  ímproba  tarea  para  quien  con  fe  la  emprenda, 
quiera  llevarla  á  cabo  y  presentar  un  cuadro  tan  completo 
cuanto  los  materiales  lo  permitan,  de  aquellas  institucio- 
nes, de  aquellos  patentes  organismos.  Para  escribir  sobre 
materias  dadas  sin  el  importantísimo  apoyo  que  la  bibHo- 
grafía  nos  suministra,  cual  carta  que  nos  indica  derro- 
teros ,  es  necesaria  una  fe  y  constancia  cual  la  que  ha 
guiado  al  Sr.  Tramoyeres  para  llevar  á  cabo  una  obra, 
cual  la  que  es  objeto  de  estas  líneas.  Lleno  de  fe  y  entu- 
siasmo y  poseído  de  la  noble  idea  de  ensanchar  el  campo 
de  los  conocimientos  despejando  el  horizonte,  con  volun- 
tad incansable  ha  registrado  archivos ,  ha  hecho  revivir 
con  el  poderoso  surgite  mortui  los  empolvados  pergami- 
nos que  dormían  el  sueño  de  los  siglos  ,  reconstituyendo 
con  la  pluma ,  la  poderosa  palanca  del  siglo  xix ,  las  muer- 
tas asociaciones  ,  instituciones  olvidadas  de  la  época  de 
nuestra  grandeza  como  pueblo  original  y  no  sujeto  á  ex- 
trañas influencias.  Las  ha  hecho  aparecer  vivas ,  como  si 
existiesen  aún  florecientes ,  como  institución  no  sólo  po- 
sible ,  sino  necesaria  para  nuestra  regeneración ;  como 
progresivos  elementos  en  la  esfera  de  la  a'sociación  y  de 


1 8o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


la  libertad,  para  enseñanza  de  los  pueblos ;  como  genuino 
tratado  en  que  aprender  y  estudiar  el  principio  de  socia- 
bilidad, conforme  á  los  fines  de  la  personalidad  humana. 
Seguir  por  tan  espinosa  senda,  no  desmayar  ante  obstácu- 
los casi  insuperables,  y  puesta  su  mira  en  el  objetivo  de 
sus  aspiraciones,  seguir  luchando,  separando  obstáculos, 
salvando  imposibles  vacíos ,  y  venciendo  para  llegar  á 
su  fin  ,  tal  es  el  propósito  en  que  se  afirmó  el  Sr.  Tra- 
moyeres  para  realizar  la  obra  más  acabada  sobre  Las 
Instituciones  gremiales  de  Valencia.  Propósito  que  ha 
realizado  de  una  manera  brillante,  dados  los  elementos 
que  pueden  hallarse  en  nuestra  patria.  ¿Cómo  lo  ha 
efectuado?  Eso  es  lo  que  nos  proponemos  dar  á  conocer 
en  cuanto  los  reducidos  límites  de  una  nota  bibUográfica 
nos  lo  permiten  :  bien  quisiéramos  que  el  estrecho  espa- 
cio de  que  podemos  disponer  nos  dejara  campo  para 
examinar  aquilatando  el  valor  de  tan  estimable  cuanto 
erudito  trabajo ;  pero  ya  que  esto  no  nos  sea  posible,  pro- 
curaremos ceñirnos  á  los  puntos  más  culminantes  de  la 
obra,  y  en  los  que  se  manifiesta  más  el  estudio  y  pode- 
roso espíritu  analítico  del  autor,  en  historia  tan  compleja 
y  de  tan  vastos  horizontes. 

Para  ello  ha  tenido  que  invertir  un  tiempo  precioso, 
y  que,  aphcado  á  cualquier  ramo  de  la  actividad  humana, 
hubiérale  ,  metálicamente  considerado  ,  con  creces  re- 
munerado sus  afanes.  Para  escribir  un  libro  como  el  de 
las  Instituciones,  necesítase  un  largo  período  de  prepara- 
ción, no  sólo  délos  elementos  que  lehabían  de  ayudar, sino 
que  también ,  y  es  el  más  pesado ,  el  del  caudal  bibliográ- 
fico que  había  de  servirle  de  punto  de  mira,  materiales 
que  escoger  y  aquilatar  en  su  valor  para  llevar  adelante 
su  penoso  empeño.  Y  este  trabajo  es  tanto  más  difícil  y  pe- 
sado, como  dijimos  al  comenzar,  por  lo  escaso  del  inven- 


INSTITUCIONES  GREMIALES.  l8l 


tario  bibliográfico  que  sobre  la  materia  y  sus  afines  en 
el  orden  económico  poseemos  en  España,  si  la  considera- 
mos con  relación  á  otros  países,  á  Francia  particularmen- 
te, que  nos  ofrece  un  catálogo  de  obras ,  tanto  impresas 
como  manuscritas,  como  el  publicado  por  Hipólito  Blanc, 
comprensivo  de  1,141  sobre  asociaciones  obreras  anterio- 
res al  año  1789  (•)• 

En  nuestra  patria  no  han  sido  las  instituciones  gremia- 
les estudiadas  con  el  detenimiento  que  como  importantes 
organismos  en  el  funcionar  del  Estado  merecían;  es  más, 
parece  que  no  se  dio  importancia  á  unas  agrupaciones 
de  obreros  que  constituyeron  fuerzas,  no  sólo  económi- 
cas ,  sino  que  también  políticas ;  fuerzas  respetables  en 
acción,  como  lo  demostraron  más  de  una  vez  los  hechos, 
como  puede  conocerse  por  la  historia ,  y  si  no ,  téngase 
presente ,  aquí  en  el  reino  valenciano ,  la  manifestación 
mihtar  ó  revista  de  8,000  hombres  ante  el  cardenal 
Adriano ,  en  los  hechos  que  precedieron  á  esa  guerra  lla- 
mada de  las  Germanías ,  tan  poco  estudiada  como  menos 
comprendida  todavía. 

A  pesar  de  su  importancia  como  corporaciones  pro- 
ductoras ,  como  base  de  la  riqueza  y  conocimiento  del 
ser  industrial  del  país ,  no  llamaron  especialmente  la  aten- 
ción de  los  economistas  y  jurisconsultos ,  tan  respetables 
como  importantes  organismos,  que  si  por  un  momento 
pudieron  ser  causa  y  efecto  del  estancamiento  y  parali- 
zación del  movimiento  industrial,  respondió  esto  más  á 
los  erróneos  principios  económicos  reinantes  y  al  espíritu 
uniformista  que  introdujo  en  nuestras  costumbres  la  ce- 
remoniosa corte  austriaca ;  excusas  y  faltas  no  propias  y 
exclusivas  de  nuestra  patria ,  si  no  comunes  á  toda  Eu- 

(i)     Bibltographie  des  Corporations  ouvrieres  avant  lySp.    París,    1885. 


1 82  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ropa ,  y  que  con  un  espíritu  de  tradición  mal  entendido  se 
perpetuó  más  largo  tiempo  en  España,  imbuida  por  las 
ideas  de  riqueza,  que,  en  mal  hora  para  nuestra  existen- 
cia económica  y  mercantil,  se  fomentaron  con  los  capita- 
les que  de  América  vinieron  para  abrir  con  azadones  de 
oro  la  fosa  de  nuestra  ruina  y  aniquilamiento,  como  factor 
importante  en  el  concierto  de  la  producción  europea.  No 
sucedió  así,  no  se  dio  importancia  á  la  que  encierran 
estas  instituciones  como  base  de  la  riqueza  de  la  nación, 
y  abandonándolas  á  la  rutina,  al  statit  quo ,  el  marasmo 
las  ahogó ,  y  sucumbieron  en  sus  estrechas  y  tradiciona- 
les miras,  de  la  misma  suerte  que  decayó  la  nación  entera, 
víctima  de  una  idea  de  mísera  riqueza  que  nos  redujo  á 
un  pueblo  de  orgullosos  harapientos  en  las  agonías  de 
una  decadente  dinastía  que  nos  había  conducido  á  la  más 
cruel  y  ridicula  de  las  miserias.  Escribiéronse  centenares 
de  obras  buscando  remedio  á  los  males  que  agarrotaban 
la  vida  económica  de  la  nación  ;  buscáronse  empíricas 
soluciones  en  el  aumento  del  valor  de  la  moneda,  las  pro- 
hibiciones de  introducción  extranjera  y  la  salida  del  nu- 
merario, mas  todo  fué  en  vano  ;  no  estaba  allí  el  mal: 
atacábanse  los  efectos ,  pero  no  se  inquiría  la  causa  ;  y 
de  aquí  que  vanos  esfuerzos  estrellábanse  contra  la  misma 
ineficacia  del  remedio,  contra  la  propia  medicación.  In- 
formándose en  estos  conceptos,  escribiéronse  muchas 
obras,  tal  vez  demasiadas,  buscando  escape  á  tantos 
males  ;  pero  entre  tantas  como  se  escribieron,  y  de  las 
cuales  citamos  algunas  por  nota  (')>  apenas  podemos  pre- 
sentar, sino  muy  entrado  el  siglo,  alguna  que  con  dete- 
nimiento se  ocupe,  trate,  dé  importancia  á  las  corpora- 

(  I )     Apólogo  de  la  ociosidad  y  del  trabajo ,  por  Luis  Mexía  (1546). 
Memorial  para  que  no  salgan  dineros  de  estos  reinos  de  España,  por  Luis 
Ortiz(i558). 

Despertador  que  trata  déla  gran  fertilidad ,   riqueza,    etc.,   que  España 


INSTITUCIONES  GREMIALES.  1B3 


ciones  obreras,  gremios,  asociaciones  ó  hermandades. No 
se  las  consideró  como  elementos  productores,  sino  que 
sólo  se  vio  en  ellas  el  espíritu  de  beneficencia,  más  que  el 
industrial,  y  esto  fué  causa  de  que  el  estancamiento  de 
aquéllas  produjese  su  muerte  como  elemento  de  produc- 
ción en  unas  corporaciones,  que,  lejos  de  ser  freno  para 
el  adelanto,  debieron  ser  espuela  que  aligerase  el  paso 
industrial ;  quisieron  detener  con  sus  trabas  y  formula- 
rismo  al  viento  rápido  del  comercio ,  y  éste  arrolló  á  los 
gremios,  que  quedaron  cual  desarbolado  buque,  sin  rum- 
bo ni  medios  para  salir  del  agitado  mar  de  la  febril  in- 
dustria, cada  día  más  activa,  más  poderosa  y  enérgica 
en  su  vertiginosa  marcha.No  sucedió  así;  ni  la  ciencia  ni 
el  estudio  vieron  algo ,  algo  poderoso  é  influyente  en  los 
gremios,  les  dejaron  como  fuerza  que  para  nada  servía 
sino  como  remora  ;  y  de  aquí,  que,  como  hayamos  dicho, 

solía  tener  y  la  causa  de  los  daños  y  faltas  con  el  remedio  suficiente ,  por  Juan 
de  Arrieta  (1578). 

Memoriales  sobre  la  política  necesaria  y  útil  restauración  de  la  república 
de  España,  por  Martín  González  de  Gellorigo  (1600). 

Bienes  del  honesto  trabajo  y  daños  de  la  ociosidad,  por  Pedro  de  Guzmán 
(1614). 

Restauración  política  de  España ,  por  el  Dr.  Sancho  de  Moneada  (  1619). 

Comercio  impedido  por  los  enemigos  de  esta  monarquía ,  por  José  Pelllcer 
Ossau  (1639). 

Rapsodia  económica  político  monárquica ,  por  el  marqués  de  Santa  Cruz 
de  Marcenado  ( 1732). 

Restablecimiento  de  las  fábricas  y  comercio  español,   por  Bernardo   UUoa 

(1750). 

Recreación  política :  reflexiones  sobre  el  tratado  de  población ,  por  Nicolás 
Arriquibar  (  1779). 

Reflexiones  económicas ,  por  Francisco  Vidal  Cabarés  (  1781 ). 

Carta  sobre  los  obstáculos  que  la  naturaleza ,  la  opinión  y  las  leyes  oponen 
á  la  felicidad  pública ,  por  el  conde  de  Cabarrús  (  1795  ). 

Memoria  sobre  la  industria  en  general,  por  D.  Vicente  Alcalá  Galiano, 
en  (  1781). 

Historia  del  lujo ,  por  Sempere  Guarinos  (D.Juan),  1801-1804. 

Reflexiones  sobre  las  artes  mecánicas,  por  D.  Francisco  Bruna  (  1805  ). 

Muchas  otras  podríamos  citar,  pero  el  lector  que  quiera  conocer  me- 
jor la  bibliografía  sobre  la  materia  puede  consultar  la  Biblioteca  econó- 
mica del  Sr.  Colmeiro. 


184  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


murieran  para  la  industria ;  y  como  corporaciones  cerra- 
das á  toda  innovación  sucumbieron ,  víctimas  del  vacío 
que  en  torno  suyo  habían  formado.  Sucumbieron  por 
erróneo  concepto  en  su  marcha ;  pero  no  sucumbieron  ni 
sucumbirán  en  cuanto  al  principio  que  les  informa,  la 
sociabilidad  humana ;  y  hay  más :  mañana  el  gremio  rena- 
cerá como  institución  abierta ,  como  poderosa  fuerza  or- 
gánica de  la  industria,  y  favorecidos  por  el  Estado  cual 
debe  serlo  toda  asociación  dentro  de  aquél  en  cuanto  se 
rijan  sus  aspiraciones  por  los  principios  inmutables  de  la 
moral  y  del  derecho. 

No  deja  de  citarnos  el  Sr.  Tramoyeres  las  pocas  fuen- 
tes de  estudio  que  sobre  la  materia  puede  presentar  Es- 
paña en  el  inventario  del  trabajo  sobre  esta  institución,  y 
al  hacerlo ,  al  verse  la  escasez  de  elementos  de  que  pudo 
disponer,  avalórase  más  y  más  el  de  su  estimadísimo  tra- 
bajo, tan  sobrio  en  detalles  como  rico  y  abundoso  en  doc- 
trina ,  presentada  de  una  manera  tan  metódica ,  clara  y 
ordenada,  como  exenta  de  aparatosa  ostentación  ni  de- 
terminaciones conceptuosas.  Cítanos  en  la  pág.  405  de  su 
estudio  la  conocida  obra  de  Ustáriz  Teoría  y  práctica  del 
comercio,  impresa  en  1724  :  el  Proyecto  económico  de 
Ward,  edición  de  Madrid  de  1779 ,  obra  que  recibió  su  ins- 
piración en  las  doctrinas  de  Colbert ,  y  en  la  que  se  trata 
con  bastante  extensión  de  las  corporaciones  gremiales 
encaminando  sus  tendencias  á  la  libertad  industrial. 

Aprecia  en  cuanto  vale  el  estimable  y  nutrido  estudio 
Discurso  sobre  la  educación  popular  de  los  artesanos 
y  su  fomento.  Importancia  tuvo  en  su  tiempo  el  citado 
trabajo,  y  mucho  más  por  la  riqueza  de  datos  que  nos 
suministra  el  Apéndice  que  acompaña  al  citado  discurso. 
Este  Apéndice  se  publicó  en  cinco  volúmenes ,  que ,  com- 
prendiendo otras  tantas  partes,  fué  impreso  por  A.  San- 


INSTITUCIONES  GREMIALES.  1 85 


cha  en  Madrid,  en  iiiyini^  No  deja  de  hacer  aprecia- 
ción del  informe  de  Jovellanos  una  de  sus  más  estimables 
obras ,  y  en  la  que  presentó  un  completo  plan  orgánico 
de  las  instituciones  gremiales.  Bien  puede  decirse  que  este 
preclaro  economista  fué  quien  inició  un  nuevo  rumbo  á 
estos  interesantes  estudios,  penetrando  en  el  conocimiento 
de  su  interno  organismo ,  siendo  su  principal  reformador, 
y  entusiasta  panegirista  de  las  corporaciones  y  gremios. 
Práctico  en  estos  estudios,  no  deja  de  hacer  el  aprecio  de- 
bido á  las  notables  Memorias  políticas  y  económicas 
sobre  frutos,  comercio ,  fábricas  y  minas  de  España,  por 
por  D.  Eugenio  Larruga,  las  que  comenzaron  á  ver  la 
luz  pública  en  1775,  con  numerosa  colección  de  volúme- 
nes y  cuyo  completo  es  hoy  difícil  de  hallar. 

No  deja  en  olvido  los  apreciados  trabajos  de  D.  Va- 
lentín de  Foronda  Cartas  sobre  los  asuntos  más  exqui- 
sitos  de  la  Economía  política  y  ley  es  criminales  (1794), 
lo  propio  que  la  interesantísima  Historia  de  la  Econo- 
m,ía  política  en  Aragón  (1798) ,  apreciando  sus  doctrinas 
con  la  tendencia  á  la  nueva  escuela  económica ,  citando 
al  mismo  tiempo  los  inolvidables  estudios  de  Capmany  : 
el  Semanario  erudito  de  Valladares  con  su  importantí- 
simo Discurso  político-económico  sobre  la  influencia  de 
los  gremios  en  el  Estado,  en  las  costumbres  popidares, 
en  las  artes  y  en  los  mismos  artesanos,  (1778),  cuyo 
trabajo,  aun  cuando  apareció  anónimo,  adivinóse  su  autor 
por  el  completo  dominio  del  asunto.  De  todas  estas  obras 
hace  mérito  el  Sr.  Tramoyeres  en  el  cuerpo  de  su  mo- 
nografía ;  todas  ellas  las  aporta  como  contingente  impor- 
tante en  el  desenvolvimiento  ilustrativo  de  su  estudio, 
bajo  sistemático  plan  y  labor. 

El  Sr.  Tramoyeres  no  se  satisface  con  la  exposición 
de  los  elementos  que  constituyen  el  gremio,  sino  que,  pe- 


1 86  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


netrando  resueltamente  en  el  campo  de  la  investigación 
histórica,  llegando  al  período  romano,  inquiere  y  pre- 
gunta á  los  monumentos  epigráficos ,  deduciendo  de  los 
restos  de  inscripciones  provechosa  enseñanza ,  para  de- 
mostrarnos los  gérmenes  del  primitivo  gremio ,  el  espíritu 
de  asociación  que  comenzaba  á  asomar  en  medio  de  la 
organización  impuesta  por  Roma.  Á  investigar  estas  im- 
portantes manifestaciones  dedica  el  capítulo  primero  ,  en- 
lazándole con  los  pocos  conocidos  hechos  del  período  vi- 
sigótico deducidos  del  Breviario  de  Alarico.  La  domina- 
ción musulmana ,  recibiendo  elementos  superiores  de 
civilización,  aun  de  la  misma  raza  vencida,  por  la  inque- 
brantable ley  de  la  historia  de  que  la  fuerza  se  rinde  á  la 
fuerza  de  la  civihzación ,  y  que  el  vencido  se  impone  por 
la  inteligencia  al  vencedor ,  hizo  que  los  vestigios  del  gre- 
mio no  desaparecieran ,  sino  que  continuaran  ,  modificán- 
dose tan  sólo  en  cuanto  afectaba  su  organización  reli- 
giosa, á  su  manera  de  obrar  en  la  acción  social.  Deja  ce- 
rrado lo  que  pudiéramos  llamar  el  período  germinativo 
ó  incubatorio  del  gremio ,  que  se  desenvuelve  con  la  re- 
conquista de  Valencia  por  D.  Jaime  I.  Surge  entonces  con 
nueva  vida  en  una  atmósfera  de  libertad  y  de  expansión 
bajo  el  amparo  y  la  egida  religiosa,  poder  tutelar,  bajo 
el  cual  se  abrigaron  la  ciencia  y  el  arte  para  prepararse, 
al  calor  del  claustro ,  al  amparo  de  la  vida  corporativa, 
para  una  nueva  revolución  con  nuevas  tendencias  y  ma- 
yores aspiraciones  en  el  dominio  de  la  ciencia.  Lo  propio 
que  con  la  Universidad  sucedió  con  el  gremio ,  sin  olvidar 
la  tutela,  bajo  la  cual  había  vivido,  sin  abandonar  sus  an- 
tiguos lares,  sin  olvidar  aquéllos,  el  gremio ,  nacido  al 
influjo  de  la  educación,  comenzó  por  instituirse  como  co- 
fradía; bajo  dicha  salvaguardia  constituyese  con  este  ca- 
rácter; bajo  el  de  la  caridad  con  el  prójimo  se  organiza; 


INSTITUCIONES   GREMIALES.  1 87 


informándose  en  los  fines  cooperativos  de  la  asociación 
en  el  terreno  de  la  mutualidad,  y  sin  abdicar  de  aquella 
tutela  desenvuelve  más  amplias  aspiraciones  en  los  eco- 
nómicos ,  unidos  y  afectos  á  los  de  la  caridad ;  y  entonces, 
sí,  es  cuando  el  gremio  representa  la  totalidad  del  espí- 
ritu humano  en  sus  fines  sociales  del  corazón  y  la  inteli- 
gencia, la  caridad  y  el  progreso;  es  decir,  se  cumplen 
las  armónicas  combinaciones  de  la  moral  y  el  derecho. 
Al  estudiar  este  punto  de  la  manera  tan  clara  como  su- 
cinta cual  lo  hace  el  autor  del  laureado  trabajo,  no  po- 
día menos  de  presentar  un  paralelo  entre  la  distinta 
situación  económica  y  moral  del  obrero  del  gremio  y  del 
que  permanecía  aislado  sin  el  apoyo  del  mutuo ,  sin  la 
hermandad  que  el  agremiado  encontraba  en  sus  colegas 
allí  adonde  la  suerte  le  llevaba,  adonde  en  busca  de  tra- 
bajo se  encaminaba  con  la  patente  de  la  fraternidad  cor- 
porativa, que  hacía  una  especie  de  nacionalidad  del  ofi- 
cio ,  con  leyes  de  solidaridad  que  le  daban  fuerzas  para 
el  adelanto  ,  apoyo  y  conservación  de  una  disciplina  hija 
del  espíritu  social  que  regía  al  individuo  por  el  de  la  tota- 
lidad, y  á  éste  por  la  iniciativa  del  agremiado  en  bien  de 
aquélla. 

De  esta  suerte  es  como  de  una  manera  tan  completa 
como  perfectamente  expuesta  nos  presenta  el  desenvolvi- 
miento histórico  del  gremio  ,  de  la  corporación  ;  pero  al 
terminar  lo  que  pudiéramos  llamar  su  proceso  histórico, 
penetra  de  lleno  en  el  terreno  filosófico  ,  procediendo  al 
examen  de  los  principios  é  ideas  que  le  engrandecieron, 
para  deducir  que  cuando  los  errores  económicos  ,  el 
egoísmo  y  la  envidia  comenzaron  á  predominar  é  impo- 
nerse sobre  los  justos  principios  de  la  equidad ,  dando 
lugar  al  monopolio,  á  los  privilegios,  sobre  los  principios 
del  progreso  que  exigía  la  vida  moderna  comercial  con  el 


88  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


nuevo  rumbo  económico,  entonces  es  cuando  se  manifiesta 
de  una  manera  clara  ,  precisa  y  determinada  la  muerte 
del  gremio  como  corporación  cerrada ,  con  sus  querellas 
y  espíritu  rutinario ,  y  queriendo  en  vano  detener  la  im- 
pulsiva fuerza  del  adelantamiento.  Las  corrientes  de  la 
ciencia  le  impulsaban  por  nuevos  caminos ,  no  quiso 
seguirlos  ,  no  quiso  encauzar  en  aquella  corriente  que  le 
absorbía  ;  quiso  detener  la  invasión ,  y  cual  débil  obs- 
táculo que  se  opone  á  la  impetuosa  de  un  río ,  fué  arras- 
trado y  sucumbió  ante  el  nuevo  orden  de  vida ;  quiso  bus- 
car en  la  modificación  su  futura  existencia  ,  era  tarde ,  y 
al  influjo  de  las  ideas  revolucionarias  cayó  para  desapa- 
recer como  institución  cerrada ,  como  remora  del  pro- 
greso ,  pero  para  renacer  como  renacerá,  como  asocia- 
ción libre,  como  hija  del  espíritu  corporativo,  bajo  las 
bases  de  la  moral  y  del  derecho ,  como  nueva  evolución 
del  espíritu  del  hombre,  apoyado  en  el  «la  unión  hace  la 
fuerza».  Bajo  este  lema,  el  gremio  será  lo  que  debe  ser, 
la  unión,  y  ésta  es  hoy  la  vida;  el  espíritu  corporativo  es 
la  nueva  palanca,  y  los  hechos  lo  comprueban.  El  gre- 
mio cerrado,  con  sus  rutinas  y  preocupaciones,  su  quie- 
tismo y  reminiscencias  de  la  vida  contemplativa  ,  sin 
adelantos  ni  fuerza  impulsiva ,  sucumbió  ante  el  exceso 
de  oxígeno  de  la  vida  moderna  ;  en  cambio  ,  el  espíritu 
corporativo  ha  llenado  el  mundo  de  potentes  manifesta- 
ciones de  su  acción ,  y  díganlo  si  no  las  asociaciones 
cooperativas,  sobre  todo  la  de  \osEquitables  pionners  de 
Rochdale ,  comparadas  con  la  rutinaria  y  pobre  existen- 
cia del  antiguo  gremio.  Este  período,  este  estudio  es  para 
nosotros  el  que  con  más  fuego,  entusiasmo  y  claridad  nos 
presenta  el  Sr.  Tramoyeres.  La  multitud  de  pruebas  que 
nos  suministra  la  bibHografía  francesa  ,  sumamente  rica 
en  estudios  de  esta  índole ,  como  hemos  dicho ,  nos  da  los 


INSTITUCIONES   GREMIALES.  I  89 


elementos  necesarios  para  comprender  que  la  existencia 
del  gremio,  su  estudio ,  la  vida  del  obrero ,  y  el  espíritu  de 
asociación  en  los  tiempos  presentes  ,  tiene  una  fuerza  in- 
contrastable, y  que  es  digna  de  atenderse  preferentemen- 
te, encauzarse  y  levantar  cuanto  tienda  al  espíritu  cor- 
porativo como  mejora  del  obrero,  como  fuerza  viva,  que 
llevará  en  su  día  su  contingente  á  la  representación  na- 
cional, si  ésta  ha  de  ser  una  verdad,  si  ésta  se  ha  de  inspi- 
rar en  aquella  antigua  organización  de  las  Cortes  arago- 
nesas ,  que  dieron  entrada  al  gremio,  le  respetaron  como 
uno  de  los  elementos  más  influyentes  en  la  reconquista  y 
organización  del  país.  De  aquí,  pues,  que,  si  la  verdadera 
representación  nacional  ha  de  existir ,  si  ha  de  ser  una 
cosa  cierta  y  positiva ,  fuentes  tenemos  en  nuestras  anti- 
guas libertades  en  donde  inspirarnos,  en  que  hallar  ele- 
mentos históricos  que  fueron  buenos  y  sirvieron  para  ser 
respetados  en  lejanas  épocas.  Son  elementos  genuina- 
mente  españoles,   y  á  ellos  debemos  recurrir,   como 
hijos  de  nuestro  modo  de  ser.  El  Sr.  Tramoyeres  ,  cual 
diligente  arqueólogo,  ha  revuelto  las  ruinas  del  pasa- 
do, y  sacando  preciosas  notas  de  los  archivos  ,  les  ha 
hecho  revivir ,  y  ante  la  clara  luz  de  su  crítica  ,  ha  de- 
mostrado con  filosófico  informe  lo  que  debe  ser  el  gre- 
mio ,  lo  que  será  indudablemente  mañana ,   pues  que  la 
enseñanza  no  se  pierde;  que  la  bandera  levantada  por 
nuestro  sabio  y  querido  maestro  D.  Eduardo  Pérez  Pujol 
hace  años  no  cae,  y  tiene  quien  la  enarbola,  y  así  lo  de- 
muestra la  notable  obra  de  que  nos  venimos  ocupando, 
y  que  en  las  Cortes  el  Sr.  Comenge  haya  no  ha  mucho 
levantado  la  bandera  del  gremio  como  asociación  libre, 
llamada  á  ser  la  base  de  la  representación  nacional  en  la 
ley  del  sufragio ;  todo  ello  señala  y  manifiesta  la  justicia 
del  pensamiento  y  su  necesidad  y  conformidad  en  el  cum- 


190  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


plimiento  de  las  inmutables  bases  de  la  moral  y  del  de- 
recho. 

Las  tendencias  del  Sr.  Tramoyeres,  con  las  cuales  es- 
tamos completamente  conformes ,  son :  asegurar  el  dere- 
cho como  base  de  la  libertad  económica ,  y  por  tanto  de 
su  libre  acción,  y  fundar  sus  asertos  en  lo  necesario  de 
la  sociedad ,  como  base  de  desenvolvimiento  de  la  liber- 
tad del  individuo.  Y  como  al  estudiar  el  desarrollo  del 
gremio  ha  tenido  que  analizar  los  elementos  orgánicos 
que  le  informaron  en  los  demás  pueblos ,  de  aquí  que  nos 
marque  las  tendencias  que  le  encauzaron  en  la  Francia 
del  Mediodía,  y  sus  relaciones  con  Cataluña  y  Aragón, 
explicando  de  una  manera  evidente  su  causa ,  origen  y 
naturalización  en  nuestra  patria,  como  obedeciendo  á 
tan  directa  é  inmediata  influencia,  que,  no  sólo  la  tuvo  en 
este  punto ,  sino  en  el  arte  y  en  el  idioma.  De  igual  suerte 
precisa  la  germana ,  luego  más  tarde ,  siempre  can  sus 
tendencias  militarescas  de  uniformación ,  del  cierre ,  del 
absolutismo  hasta  en  los  detalles,  tendencias  que  se  impu- 
sieron y  predominaron  en  Europa,  para  señalar  la  muerte 
de  los  gremios ,  que  cayeron  con  la  Casa  de  Austria,  casi 
coetáneamente,  por  el  virus  del  estancamiento.  El  pro- 
greso económico  inició  nueva  vida ,  y  ésta  es  hoy  el 
porvenir  del  gremio  como  corporación  libre,  como  fuerza 
en  el  Estado ,  en  la  producción ,  y  como  informada  en  el 
espíritu  del  adelanto  y  de  la  vida  moderna  para  facilitar 
la  realización  en  fines  económico-sociales.  Que  semejante 
tendencia  no  es  hija  exclusiva  de  ninguna  escuela  deter- 
minada que  cierre  á  los  ojos  de  la  verdad  y  de  la  eviden- 
cia del  hecho  histórico  que  ante  nosotros  se  desenvuelve , 
lo  manifiesta  la  bibHografía  extranjera,  que  es  innumera- 
ble en  la  materia,  no  sólo  en  volúmenes,  si  que  aun  más 
en  folletos  y  memorias ,  debiendo  hacer  mención  de  algu- 


INSTITUCIONES   GREMIALES.  I9I 


ñas  de  las  últimamente  publicadas,  como  son :  Les  asso- 
ciations  ouvriéres,  Études  sur  leur  passé ,  leur  presentj 
leur  condition  et  progrés ,  por  J.  C.  Paul  Rougier,  Du 
mouvement  coopératif  international ,  por  Paul  Matrat. 
L' avenir  de  Vouvrier .  Travail  et  prévoyance,  por  Che- 
valet.  La  question  sociale,  por  Bonalet.  Union  des  das- 
ses  labor ieuses ,  por  Perrin.  Lepar gne  du  travailleur, 
por  Chelusant,  En  Italia  encontramos  también  que  el  mo- 
vimiento en  la  materia  nos  da  un  notable  contingente  con 
las  obras  de  Ciccone,  La  questione  sociale-ecconomica 
(memoria  laureada),  y  algunas  de  menor  importancia. 
Rusia,  la  lejana  Rusia  nos  presenta  la  obra  de  Kavatcho- 
nuski  (L.  M.),  Statistique  des  f orces   de  production 
de  la  Rusie,  publicada  en  alemán,  francés  y  ruso.  Estos 
últimos  datos  nos  demuestran  la  importancia  cada  día 
mayor  que  va  dándose  á  estos  estudios,  y  cuánto  tienden 
el  desenvolvimiento  corporativo,  apoyados  por  las  socie- 
dades católicas  y  fomentados  por  ellas  como  lo  demues- 
tran los  trabajos  del  Círculo  Católico  de  Iseghem  (Bél- 
gica) creado  en  1872  ,  y  del  cual  han  surgido  muchas  fun- 
daciones de  previsión  y  patronato.  En  Lo  vaina  vive  prós- 
peramente la  corporación  de  oficios  y  negocios,  en  la  que 
se  hallan  mezclados  patronos,  obreros  y  comerciantes. 
Todas  las  naciones  siguen  por  este  fecundo  camino  unien- 
do á  las  clases  productoras,  único  capaz  en  nuestro  concep- 
to de  poder  torcer  el  rumbo  á  la  cuestión  social.  En  nues- 
tra patria,  si  bien  no  faltan  espíritus  ansiosos  de  llevar  ade- 
lante un  pensamiento  aceptado  ,  no  sólo  en  el  viejo,  sino 
también  en  el  nuevo  mundo ,  no  obstante  estos  deseos  y 
noble  propaganda,  la  política  personal  y  de  ambiciones  de 
mezquinos  partidos  sin  más  fin  ulterior  que  el  poder,  apo- 
yado en  el  caciquismo  rural  que  mantiene  el  malestar  y 
ruina  de  nuestro  pueblo ,  también  se  han  publicado  alo-u- 


192 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


nos  interesantes  estudios  referentes  al  punto  de  que  ve- 
nimos tratando.  Aquí  cuanto  se  hace  es  debido  al  esfuerzo 
individual ,  á  la  iniciativa  particular,  débil  siempre  ante  el 
esfuerzo  colectivo ;  y  aparte  de  los  interesantes  números 
bibliográficos  que  cita  el  autor  en  la  pág.  405,  sólo  di- 
remos una  palabra:  obra  sistemática  sobre  el  asunto  gre- 
mial no  existe  otra  anterior  á  la  del  Sr.  Tramoyeres.  Él 
es  quien  puede  decirse  ha  roto  el  hielo  que  encubría  la  ma- 
teria ,  y  al  hacerlo,  lo  ha  hecho  de  una  tan  perfecta  suerte, 
que  poco  podrán  mejorarse  en  lo  sucesivo  cuantas  se  es- 
criban, no  sólo  en  fondo,  sino  en  método.  Se  han  publicado 
algunas  tocante  á  los  conceptos  principales  y  especiales 
sobre  la  materia ,  im.portantes  factores  todos  ellos  para  la 
realización  del  principio,  y  entre  ellos  no  podemos  menos 
de  citar  la  notable  obraCurso  de  derecho  político,  Madrid, 
1880,  del  Dr.  D.  Vicente  Santamaría;  los  Elementos  de 
derecho  natural,  del  Dr.  D.  Rafael  Rodríguez  de  Cepeda. 
Ambas  notables  obras  infórmanse  en  el  principio  gene- 
ral ,  en  cuanto  concierne  á  la  acción  corporativa ;  y  en 
sentido  especial ,  no  podemos  menos  de  hacer  la  justicia 
que  se  merece  el  notabilísimo  discurso  de  recepción  en 
la  Academia  de  Ciencias  Morales  y  Políticas  del  Excelen- 
tísimo señor  conde  de  Torreanaz  ,  con  referencia  a  los 
Gremios  de  CastiUa  (Abril  de  1886).  La  interesante  re- 
copilación metódica  sobre  Gremios  de  Valencia  que  pu- 
blicó el  erudito  y  estudioso  cuanto  celoso  investigador  de 
la  historia  de  Valencia,  Excmo.  señor  marqués  de  Crui- 
lles,  y  finalmente,  sobre  mejoramiento  de  las  clases 
obreras ,  se  han  publicado ,  con  motivo  de  la  información 
que  pidió  al  Gobierno  siendo  ministro  de  la  Goberna- 
ción el  Sr.  Moret,  valiosas  contestaciones,  informándose 
ya  muchas  de  ellas  en  el  principio  del  gremio  como  aso- 
ciación libre,  y  bajo  este  mismo  criterio  el  que  esto  escri- 


INSTITUCIONES  GREMIALES.  1 93 


be  publicó  en  1879  un  informe  que,  como  ponente  de  una 
comisión  nombrada  al  efecto  ,  tuvo  que  redactar,  acerca 
del  mejoramiento  de  las  clases  obreras  por  el  propio  ho- 
gar, este  trabajo,  asaz  insignificante,  mereció  aceptación 
del  público,  teniendo  que  hacerse  hasta  tercera  edición 
de  la  memoria,  que  nada  de  nuevo  encerraba  sino  la 
idea  esparcida  con  claro  criterio  y  mejor  constancia  por 
nuestro  querido  maestro  Sr.  Pérez  Pujol.  Posteriormente 
poco  se  ha  publicado:  parece  haberse  apoderado  el  ma- 
rasmo nuevamente;  pero  la  obra  del  Sr.  Tramoyeres 
vemos  que  en  el  Parlamento  ha  hecho  levantar  la  voz  de 
un  diputado  tan  celoso  como  el  Sr.  Comenge,  que  ha  abo- 
gado por  el  gremio  como  la  base  del  sufragio ,  y  cuya 
enmienda  no  fué  aprobada ;  no  hay  que  desmayar  por 
ello,  y  el  Sr.  Tramoyeres,  al  recibir  merecido  premio  en 
los  Juegos  ñorales  por  su  obra,  recibirále  mucho  mejor 
con  el  aprecio  que  su  interesante  estudio  le  creará  en  Es- 
paña, y  mucho  más  aún  en  el  extranjero,  en  donde  estos 
trabajos  son  estimados  en  cuanto  representan  y  valen. 
El  fondo  no  puede  estar  más  enriquecido  de  datos,  notas 
y  acertada  observaciones,  y  si  su  lectura  es  sumamente 
grata  para  quien  con  gusto  estudia  estos  interesantes  y 
tranquilos  desenvolvimientos  del  espíritu  social  en  nues- 
tra patria,  no  lo  es  menos  para  quien  desea  conocerla 
historia  de  las  clases  obreras ,  pudiéramos  llamarla  así, 
de  los  tiempos  medios. 

Bien  quisiéramos  entrar  en  el  análisis  de  la  obra ,  pero 
ni  el  espacio ,  ni  nuestra  inteligencia  nos  lo  permiten ; 
bien  quisiéramos  que  estas  notas  pudieran  aquilatar  el 
valor  de  la  obra  del  Sr.  Tramoyeres,  pero  ni  nuestras 
fuerzas  son  para  llegar  á  tal  altura ,  ni  un  examen  minu- 
cioso avaloraría  su  rico  trabajo;  es  necesario  abarcar, 
estudiar  el  conjunto  ,  para  comprender  el  inquisitivo,  de 


94  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


erudición  y  de  análisis  empleado  en  una  obra  que  resulta 
un  todo  tan  homogéneo  y  completo  cual  si  con  su  estu- 
dio viviéramos  en  el  gremio  y  del  gremio.  Si  algo  faltaba 
para  abrillantar  tan  erudito  trabajo,  complétalo  el  pró- 
logo del  Excmo.  Sr.  D.  Eduardo  Pérez  Pujol,  nuestro 
inolvidable  y  querido  maestro :  acerca  de  él  nada  dire- 
mos ;  somos  muy  pequeños  para  llegar  á  la  obra  siempre 
respetabilísima  del  sabio  profesor ;  la  veneramos  como 
obra  de  nuestro  padre  en  la  vida  científica,  y  repetimos 
con  el  respeto  con  que  un  hijo  recuerda  el  nombre  de  sus 
antecesores:  el  prólogo  «es  obra  del  Dr.  D.  Eduardo  Pé- 
rez Pujol». 


J.  Casan  Alegre. 


REVISTA  ULTRAMARINA 


Postdata  á  la  división  de  mandos  en  Ultramar. — Bochinche  á  la  americana. 
—  La  secretaría  del  Gobierno  general  de  Puerto  Rico. —  El  Sr.  Cáno- 
vas del  Castillo. —  Un  artículo  de  El  Economista  de  Caracas. —  Santa 
Isabel  la  Católica  y  San  Cristóbal  Colón. —  Recuerdos  de  Bello  y  de 
Bolívar. — Cambio  de  tono  en  los  poetas  con  respecto  á  España. — 
Poesías  de  D.  O-  Sánchez  y  D.  L.  Cordero. 


GANAN  terreno  las  esperanzas  de  un  completo  fra- 
caso del  Congreso  de  Washington,  hasta  el  punto 
de  Hmitarse  ya,  según  parece,  las  pretensiones  de 
los  Estados  Unidos  á  obtener  de  las  Repúblicas  hispano- 
americanas algunos  vergonzantes  beneficios  económicos; 
pero ,  en  cambio ,  nuestros  problemas  ultramarinos ,  de 
que  en  el  artículo  anterior  tratamos  largamente,  han  tro- 
pezado con  una  dificultad  lamentable  por  su  significación, 
por  sus  tendencias  y  por  el  retroceso  que  presagia  de 
nuestras  costumbres  políticas.  Bien  se  comprenderá  que 
nos  referimos  á  la  algarada  que  en  estos  momentos  pro- 
duce el  simple  anuncio  de  la  separación  de  mandos  en 
Ultramar,  así  en  el  Senado  como  en  el  Congreso,  mo- 
vidos ciertos  elementos  militares  y  algunos  del  orden 
civil  por  una  carta-proclama  del  senador  y  general  Da- 
ban, tocando  á  rebato  á  los  de  su  clase,  tana  deshora, 


96  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


sin  razón  ni  sustancia ,  que  el  ministro  de  la  Guerra  se 
ha  visto  precisado  á  imponerle  dos  meses  de  castillo,  de- 
mandando al  Senado  autorización  para  sacarle  de  su  re- 
sidencia. De  aquí  sesiones  parlamentarias  tumultuosas 
y  bizantinas ,  que  si  al  pobre  sistema  le  quedara  sano  al- 
gún hueso,  le  clavarían  el  puñal  de  misericordia,  y  una 
agitación  ficticia  y  ruin  de  los  elementos  políticos,  que 
no  hay  vocablo  en  nuestro  idioma  que  con  exactitud 
la  pinte,  siendo  más  afortunados  los  de  América,  que  tie- 
nen para  ello  el  significativo  y  estruendoso  bochinche, 
que  ya  con  su  sonancia  descubre  su  baja  ralea,  mal  defi- 
nido por  la  Academia  en  su  Diccionario ,  á  quien  recti- 
fica en  estos  términos  el  excelente  Vocabulario  Río-pla- 
tense  de  D.  Daniel  Granada,  que  alcanza  ya  su  segunda 
edición  ,  impresa  en  Montevideo  en  este  mismo  año:  «Bo- 
chinche: va:  desorden,  escándalo,  barullo:  confusión  y 
»alteración  del  concierto  propio  de  una  cosa,  por  efecto  de 
»la  ineptitud,  abandono,  travesura  ó  malicia  de  la  persona 
»ó  personas  que  dirigen  su  ejecución.  Así  se  dice,refirién- 
»dose  á  una  oficina  mal  administrada,  es  un  bochinche; 
»á  una  tertuHa  en  que  poco  ó  nada  se  ha  respetado  ,  era 
^un  bochinche;  á  un  debate  que  degenera  en  pendencia, 
y>fué  un  bochinche.^ 

¡Lástima  que  no  nos  diga  el  Sr.  Granada  si  en  Santo 
Domingo  y  Haiti  corre  también  la  voz  bochinche!  porque 
de  allí  mayormente  parece  trasunto  lo  que  estamos  pre- 
senciando en  España  con  ocasión  de  la  proyectada  re- 
forma del  gobierno  superior  de  la  pequeña  Antilla ,  don- 
de ,  como  ya  dijimos ,  se  presta  el  Gobierno  á  hacer  un 
ensayo  de  la  división  de  mandos.  Las  infundadas  y  escan- 
dalosas quejas  con  que  el  general  Daban  ha  pretendido 
soliviantar,  no  á  la  milicia  ni  al  ejército,  que  éstos  le  im- 
portan, al  parecer,  muy  poco,  sino  á  los  generales,  par- 


REVISTA    ULTRAMARINA.  197 


ten  del  inverosímil  supuesto  de  hallarse  éstos  maltratados 
y  atropellados  con  total  menosprecio  de  sus  fueros  y  pre- 
eminencias, justamente  en  los  momentos  mismos  en  que 
el  presupuesto  de  la  Guerra  es  el  Noli  me  tangere  para 
todos ,  desde  el  Parlamento  abajo,  á  quien  se  da  en  los 
nudillos  cada  vez  que  intenta  ver  claro  ó  menos  turbio, 
y  que  no  hay  atropello  ni  menosprecio  que  por  contraria 
razón  no  sufran  las  clases  civiles  en  la  administración 
del  país;  hallándose  de  tal  modo  pospuestas  á  las  mi- 
litares ,  que  de  no  hacerse  pronto  una  reforma  de  la  ley 
de  sargentos,  verbigracia,  quedará  para  siempre  cerrada 
la  puerta  de  la  carrera  administrativa  á  los  jóvenes  de  la 
clase  media  que  no  puedan  adquirir  un  título  profesional 
en  los  establecimientos  de  enseñanza.  Aquella  ley  adju- 
dica á  las  categorías  inferiores  del  ejército,  de  sargento 
para  abajo,  cuantas  vacantes  ocurran  en  los  destinos  pú- 
blicos hasta  6,000  rs. ,  y  como  éstos  son  los  llamados  pro- 
piamente de  ingreso,  resulta  que  la  numerosa  y  necesitada 
juventud  de  la  clase  media  está  de  hecho  proscrita  y 
para  siempre  alejada  de  los  cargos  civiles,  con  no  pocos 
peUgros  del  orden  moral  y  social,  que  ya  están  viéndose 
claros,  por  cuya  razón  apunta  en  todos  los  partidos  viví- 
sima tendencia  á  modificar  un  privilegio  tan  absurdo  como 
insostenible,  que  en  la  misma  Prusia,  país  que  puede 
compararse  con  un  cuartel,  parecería  exagerado.  Aquí  lo 
es  hasta  el  punto  de  adjudicarse  á  cabos,  sargentos,  y  aun 
á  simples  licenciados ,  empleos  que  requieren  condiciones 
de  especial  aptitud  ó  que  despojan  de  su  derecho  de  elec- 
ción á  corporaciones  populares ,  como  acontece  con  los 
Ayuntamientos ,  á  quien  virtualmente  se  ha  quitado  la  fa- 
cultad de  elegir  secretario ,  imponiéndoles  personas  pro- 
puestas por  el  ministerio  de  la  Guerra,  como  si  se  tra- 
tase de  castillos  ó  plazas  fuertes ;  y  no  menos  se  ven  atro- 


198  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


pelladas  Universidades ,  Academias,  etc.,  etc.,  cuando 
ocurren  vacantes  en  sus  oficinas ,  pues  al  punto  se  ven 
entrar  por  sus  puertas  hombres  que  habrán  sido  muy  há- 
biles en  el  pendoleo  de  listas  de  revista  y  cuentas  de 
rancho,  pero  que  para  el  manejo  de  libros  y  papeles  de 
categoría  un  poco  más  alta  no  han  recibido  con  el  ca- 
nuto ciencia  infusa.  Y  sin  dejarnos  llevar  del  ardor  de 
esta  polémica,  tan  peligrosa  como  importuna,  insinuare- 
mos que  la  imprudencia  de  un  periódico  republicano,  di- 
ciendo redondamente  que  todos  los  ciudadanos  españo- 
les que  no  gastan  sable  son  otros  tantos  Otéis  as,  está 
produciendo  en  provincias  grandes  estragos  en  la  opinión 
pública.  El  Diario  de  Badajos  de  2  de  Abril  publicó  una 
répHca  tan  contundente  como  bien  escrita  á  su  colega 
republicano,  mientras  otros  periódicos  revolucionarios 
hacen  en  la  literatura  popular  maUcioso  espurgo  de  co- 
plas como  esta : 

«Quiéreme  que  soy  buen  mozo, 

Y  escribo  en  la  mayoría , 

Y  soy   sargento   primero, 

Y  corro  con  compañía  » ; 

queriendo  probar  que  la  milicia,  desde  sus  grados  más 
ínfimos,  abre  camino  y  pone  escuela  de  Oteizas,  habién- 
dose publicado  también  un  cuadro  comprensivo  de  todas 
las  ventajas  y  privilegios  que  gozan  las  clases  militares 
sobre  las  civiles,  tea  de  discordia  y  síntoma  funesto  para 
el  orden  social. 

Ni  en  ocasión  que  tanto  abundan  los  gobernadores 
civiles  saUdos  de  la  clase  militar,  que  hasta  los  hay  capi- 
tanes, puede  en  justicia  decirse  que  ésta  se  halle  tenida 
en  menos ,  y  si  á  nuestas  provincias  de  Ultramar  se  vuel- 


REVISTA    ULTRAMARINA.  1 99 


ven  los  ojos,  no  se  negará  que  proceden  del  ejército  y  la 
marina  dos  terceras  partes  de  su  Administración.  Asis- 
tentes y  ordenanzas  de  nuestros  generales  es  frecuentí- 
simo verlos  allí  empleados ,  y  aun  en  cargos  que  exigen 
cultura  para  el  trato  de  las  gentes ,  amén  de  otras  condi- 
ciones delicadas  que  no  se  improvisan. 

¿Quemas?  Por  ser  en  todo  injusto,  exagerado  y  por 
contera  importunísimo  el  bochinche,  ocurre  en  días  que 
el  Gobierno  por  segunda  vez  consiente,  en  honor  aun 
nuevo  Capitán  general  ultramarino ,  la  conculcación  de 
un  principio  fundamental  de  todas  las  leyes  de  emplea- 
dos que  para  aquellos  países  se  han  hecho ,  nombrando 
Secretario  general  del  gobierno  de  Puerto  Rico  á  un 
Jefe  de  Estado  Mayor,  hecho  que  por  sí  solo  adulte- 
ra, vicia  y  trastorna  en  su  esencia  el  organismo  polí- 
tico de  la  isla ,  aunque  ese  nombramiento  haya  recaído 
en  persona  tan  estimable  y  capaz  como  el  poeta  dra- 
mático D.  Leopoldo  Cano.  No  es  nuevo  tal  contraprin- 
cipio ,  ni  tal  ilegalidad  es  nueva ,  pues  si  bien  con  cir- 
custancias  atenuantes,  cuando  fué  nombrado  para  Fi- 
lipinas el  general  Weyler ,  en  1888,  ya  obtuvo  la  secreta- 
ría de  aquel  gobierno  general  D.  Antonio  Monroy,  per- 
sona peritísima,  muy  práctica  en  las  cosas  y  negocios  del 
país,  donde  ha  desempeñado  con  lucimiento  varios  car- 
gos, entre  otros  el  de  gobernador  de  la  importante  isla 
de  Negros ;  pero  coronel  al  fin,  y  oficial  del  ministerio  de 
la  Guerra ,  cuando  fué  nombrado  para  el  cargo  más  civil 
del  Archipiélago ,  después  de  la  dirección  de  Administra- 
ción. Si  al  menos  se  suprimiese  el  jefe  de  Estado  Mayor, 
refundiéndose  en  uno  los  dos  empleos,  como  antiguamente 
estuvieron ,  la  economía  para  el  Estado  haría  disimulable 
la  irregularidad  en  el  servicio.  Mientras  el  general  Chin- 
chilla, con  una  prudencia  y  un  respeto  á  la  ley  de  que  se 


200  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ven  pocos  ejemplos ,  elige  su  secretario  entre  los  Conse- 
jeros de  Administración  de  Puerto  Rico,  justamente  en 
esta  misma  Antilla,  para  nombrar  á  D.  Leopoldo  Cano, 
se  traslada  al  Consejo  de  Administración  al  secretario  de 
aquel  Gobierno  superior,  D.  Fernando  Fragoso,  funciona- 
rio irreemplazable ,  en  verdad,  por  lo  antiguo,  benemérito 
j  competente ,  que  está  calificado  con  el  simple  recuerdo 
de  haber  sido  el  único  secretario  que  tuvo  el  respetable 
general  Jovellar  mientras  desempeñó  el  Gobierno  supe- 
rior civil  de  Filipinas. 

En  vez  de  los  ascensos  y  mejoras  que  sus  buenos  ser- 
vicios merecían,  el  Sr.  Fragoso  tiene  hoy  que  ceder  su 
puesto  á  un  oficial  de  Estado  Mayor,  que,  no  por  reunir 
las  excelentes  cualidades  de  D.  Leopoldo  Cano,  deja  de 
ser  nuevo  en  la  administración  ultramarina,  doble  re- 
mora para  los  negocios  de  Gobernación  y  Fomento,  ahora 
y  casi  siempre  los  más  interesantes  de  la  política  colonial; 
negocios  que  en  un  año  lo  menos  serán  inextricables,  así 
para  el  nuevo  Gobernador  superior  como  para  el  nuevo 
secretario,  con  harto  detrimento  del  servicio.  ¿No  es  ver- 
dad que  el  espectáculo  desconsuela  á  los  amantes  del 
buen  régimen  y  de  los  sanos  principios  en  todas  las 
cosas?  Cuando  los  gobiernos  abdican  ante  clases  privile- 
giadas en  términos  de  no  defender  á  sus  mejores  funcio- 
narios, á  sus  hechuras  mismas  (porque  el  Sr.  Fragoso  es 
un  constitucional  de  abolengo ,  nada  menos  que  un  ex- 
redactor de  La  Iberia ,  de  la  antigua  Iberia  de  Abascal 
y  Sagasta),  merecen  verse  así  escarnecidos  y  atropella- 
dos á  su  vez  en  bochinches ,  donde  se  les  acusa  de  todo 
lo  contrario  á  la  verdad  de  los  hechos,  á  la  justicia,  y 
hasta  al  sentido  común. 

Alardean,  y  con  razón,  no  poco  los  opositores  á  la 
división  de  mandos  en  Ultramar  del  respetable  nombre 


REVISTA    ULTRAMARINA.  201 


del  Sr.  Cánovas  del  Castillo ,  que  sería,  en  efecto,  el  voto 
más  autorizado ,  y  para  nosotros  más  decisivo  en  la  ma- 
teria ,  si  creyéramos  que  su  actitud  obedece  al  problema 
fundamental  de  que  se  trata,  más  bien  que  al  procedi- 
miento y  conducta  observada  por  el  Gobierno  con  el  ge- 
neral Daban,  que,  en  efecto,  se  presta  á  discusión,  y  aun 
á  censuras,  donde  la  inmunidad  parlamentaria  se  ha  ex- 
tendido á  límites  inconmensurables.  Por  dar  á  la  tradición 
y  al  principio  autoritario  lugar  preferente  en  sus  lucu- 
braciones, es  posible  que  el  Sr.  Cánovas  olvide  el  ver- 
dadero estado  de  nuestras  Antillas,  que  acaso  no  ha 
vuelto  á  estudiar  á  fondo  desde  que  en  1865  inició  aque- 
lla información  famosa ,  tan  ensalzada  por  unos  como  por 
otros  censurada ,  que  es  al  menos  prueba  del  buen  deseo 
y  alto  espíritu  de  este  verdadero  estadista.  Cuando  fije 
su  atención  en  los  peligros  que  hoy  se  ciernen  sobre  nues- 
tras posesiones  de  América,  principalmente  desde  la  caída 
del  imperio  brasileño ,  y  en  los  síntomas  que  por  menor 
analizamos  en  nuestra  pasada  Revista,  es  seguro  que  el 
Sr.  Cánovas,  hombre  tan  de  su  tiempo  y  de  su  clase  que 
puede  aspirar  á  la  gloria  de  personificarlas  en  nuestro 
país ,  no  será  indestructible  remora  á  la  división  de 
mandos ,  máxime  si  el  espíritu  del  difunto  general  Sala- 
manca sigue  enseñoreado  de  algunos  militares ,  que,  por 
lo  visto ,  pretenden  tener  á  sus  pies ,  como  aquél  al  par- 
tido constitucional  de  Cuba,  los  partidos  españoles,  el 
Parlamento ,  y  hasta  el  país  con  todos  sus  intereses  y 
conveniencias.  Pues  aquella  gravísima  frase  no  se  ha 
desmentido ,  fuerza  será  reconocer  que  es  verbo  de  toda 
una  falange  más  ó  menos  autorizada  y  numerosa ,  á  quien 
hay  que  tomar  en  cuenta  para  el  desenvolvimiento  de  la 
política  en  lo  por  venir,  y  que  era  una  ilusión  creer  anu- 
lado el  caudillaje  en  España. 


202  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Ni  cerrará  tampoco  los  ojos  el  Sr.  Cánovas  al  movi- 
miento délas  opiniones  en  América,  que  puede  alejarse 
por  completo  de  la  idea  española,  según  la  frase  del  se- 
ñor Gavidia  que  consignamos  en  el  número  anterior,  sino 
se  ven  por  nosotros  secundadas  de  una  manera  fraternal  y 
discreta.  Afortunadamente  no  existe  por  ahora  ningún 
síntoma  que  justifique  las  pesimistas  apreciaciones  del 
escritor  salvadoreño,  antes  por  lo  contrario,  cada  día  nos 
parecen  las  Repúblicas  americanas  más  inclinadas  á  re- 
hacer en  los  moldes  del  españolismo  los  elementos  prin- 
cipales de  su  vida  moral ,  como  son  la  historia  y  la  poe- 
sía. El  simple  establecimiento  de  comunicaciones  directas 
que  se  debe  á  la  Compañía  Transatlántica ,  ha  produ- 
cido entre  España  y  América  un  desbordamiento  tal  de 
afectos  y  relaciones,  que  no  lo  produce  mayor  en  el  or- 
den mercantil  la  apertura  de  istmo  ó  la  desaparición  de 
una  frontera;  y  á  la  emigración  trabajadora  y  fecunda  que 
nosotros  le  enviamos ,  responde  América  con  la  visita  de 
sus  más  ilustres  pensadores ,  de  sus  políticos  más  distin- 
guidos, de  sus  capitalistas  más  opulentos  y  bizarros.  Este 
trato  íntimo  acabará  por  fundir  en  una  la  idea  america- 
na con  la  idea  española. 

Recientemente  ha  publicado  en  El  Economista  de  Ca- 
racas un  escritor,  á  quien  tuvimos  el  gusto  de  conocer  y 
apreciar  en  nuestros  centros  literarios  ha  pocos  años, 
un  trabajo  acerca  de  El  libertador  Bolívar ,  dedicado  á 
la  nueva  generación  de  la  República,  esperanza  de  la 
patria,  que  puede  servir  de  justificante  á  las  nuestras, 
por  lo  mismo  que  se  trata  de  un  caudillo  que  simboliza  la 
independencia  de  América,  y  ha  venido  por  ende  simbo- 
lizando los  odios ,  los  rencores  y  los  intereses  creados 
por  la  guerra  entre  las  dos  razas.  Y,  sin  embargo,  allí  el 
Sr.  D.  Evaristo  Fombona,  que  es  el  escritor  á  quien  nos 


REVISTA    ULTRAMARINA.  20} 


referimos ,  hace  verdadera  gala  de  espíritu  español  y  fra- 
ternidad generosa ,  prueba  evidente  de  que  la  juventud 
caraqueña,  á  quien  dedica  su  trabajo ,  ha  de  recibir  esa 
fecunda  semilla  como  tierra  bien  abonada.  Ora  pintando 
con  pincel  caluroso  al  general  Belgrano ,  uno  de  los  cau- 
dillos de  la  independencia  de  Buenos  Aires ,  se  place  en 
consignar  de  esta  manera  el  más  bello  episodio  de  su 
vida  militar : 

«Recuerdo  ,  exclama  ,  un  rasgo  de  este  eminente  ar- 
» gentino ,  que  nos  revela  la  hermosura  del  alma  de  Bel- 
» grano.  El  20  de  Febrero  de  181 3  derrota  á  Tristán,  ge- 
»neral  español,  en  la  batalla  de  Salta.  Desde  el  25  de 
»Ma3^o  de  18 10,  aurora  déla  independencia,  es  presti- 
*gioso  en  su  patria  el  esclarecido  D.  Manuel  Belgrano. 
»E1  austero  vencedor  ordena  levantar  en  aquel  campo 
»de  batalla  una  gran  cruz  commemoratoria  de  aquel 
>  desastre  de  famiUa,  con  esta  inscripción  : 

<i  Honor  á  los  vencedores 
»Y á  los  vencidos ». 

« i  Cuánta  gloria  para  los  vencedores  argentinos  ,  que 
» saben  así  compartirla  con  los  vencidos  españoles !  Estos 
» rasgos  son  geniales  de  nuestra  famiHa. » 

Y  más  adelante,  comparando  á  su  héroe  Bolívar  con 
los  de  otros  tiempos ,  llega  casi  á  olvidar  que  es  ameri- 
cano ,  aun  escribiendo  de  cosas  y  hechos  locales ,  y  es- 
tampa estas  hermosísimas  ideas  tras  un  párrafo  lleno  de 
nombres  de  la  antigüedad  clásica: 

«Me  agrada  Carlomagno,  que  agota  su  vida  en  perfec- 
» clonarse  para  el  imperio ,  y  mira  como  un  deber  princi- 
»pal  el  ser,  después  de  Dios  y  sus  Santos,  el  guardián  y 
»el  defensor  del  Imperio.  Y  sobre  todo  y  sobre  todos  me 


204  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


•  agrada  Isabel  la  Católica  (sic)y  que  consagra  treinta 
» años  de  su  santa  vida  á  levantar  á  España  sobre  todos 
»los  pueblos  de  la  tierra. 

»Es  un  milagro  la  conquista,  como  es  un  milagro  la  in- 
» dependencia.  La  obra  de  la  conquista,  dice  un  sabio 
«francés,  es  una  obra  de  portentos.  Si  no  estuviera  tan 
» comprobada,  la  creeríamos  mitológica.  Enla  historia  an- 
» tigua  no  hay  un  portento  como  la  conquista  de  América 
»por  los  castellanos.  La  conquista  de  México,  llevada  á 
» cabo  por  Hernán  Cortés  y  un  puñado  de  valientes  espa- 
Ȗoles,  dice  Prescott ,  como  empresa  militar  es  poco  me- 
ónos que  milagrosa ;  demasiado  sorprendente  é  inverosí- 
» mil  aun  para  una  novela  ,  y  sin  ejemplo  en  las  páginas 
»de  la  historia.  Por  eso  mientras  palpite  en  el  fondo  de  la 
» conciencia  humana  el  sentimiento  de  justicia,  y  haya 
»  virtud  en  la  tierra ,  vivirá  reverenciada  en  las  regiones 
»del  Nuevo  Mundo  aquella  generación  de  héroes  y  de 
» mártires  que  abatió  la  idolatría  y  plantó  sobre  la  cum- 
»bre  de  los  Andes  la  cruz  de  Jerusalén. » 

Véase  con  qué  delicada  parsimonia  trata  de  la  inde- 
pendencia al  imponerle  la  lógica  una  antítesis  natural : 

«Como  ley  de  los  pueblos,  llegó,  porque  debía  llegar,  la 
^emancipación  de  la  América  española,  y  la  dirigió,  por- 
»que  debía  dirigirla,  Bolívar,  ungido  de  Dios.  Soninmor- 
»tales  los  campos  de  Boyacá,  de  Carabobo  y  de  Junin, 
*porque  allí  pelearon  los  soldados  de  Salamanca,  de  Za- 
»ragoza  y  de  Bailen.  La  grandeza  del  vencimiento  hace 
agrande  la  victoria.  Los  proceres  de  la  independencia  son 
»la  posteridad  de  los  héroes  de  la  conquista:  por  eso  son 
»heróicos,  desprendidos,  abnegados  como  los  mayores; 
»no  desmienten  la  raza. » 

Este  caluroso  ditirambo  de  Isabel  la  Católica  nos 
mueve  á  emitir  en  alta  voz  la  idea  de  que  aquella  santa 


REVISTA    ULTRAMARINA.  20 5 


mujer  sigue  velando  desde  el  cielo  por  las  glorias  de  su 
España  y  de  su  América  ,  tan  ahincadamente  como  lo 
hizo  en  vida,  idea  que  abrigan  todos  los  pensamientos 
españoles  y  muchos  que  no  lo  son  ,  pero  que  simpatizan 
con  todas  las  grandezas  verdaderas,  tal  vez  á  pesar  suyo, 
cuando  un  fanatismo  político  ó  rehgioso  no  los  embarga. 
Bajo  la  gloriosa  advocación  de  Isabel  I  de  Castilla,  aca- 
ba de  establecerse  en  los  Estados  Unidos  una  sociedad 
de  señoras  principales,  que  se  proponen  la  imitación  de 
sus  virtudes  y  la  extensión  de  su  gloria ,  comenzando  por 
erigirle  un  monumento  colosal.  En  la  República  de  San 
Salvador  propone  un  poeta  al  mismo  tiempo  mucho  más: 
propone  que  se  la  canonice. 

«Os  piden  que  amparéis  al  Nuevo  Mundo, 
Pues  sois  sus  protectores  naturales  , 
Santa  Isabel  primera  ,  Reina  heroica  , 
San  Cristóbal  Colón  ,  profeta  y  mártir. » 

Esta  poesía  de  D.  Juan  J.  Cañas  merece  párrafo  apar- 
te, comosíntoma  del  tiempo.  Se  concibe  perfectamente  la 
tendencia  místico-materialista  en  que  están  inspiradas  las 
últimas  obras  del  conde  Rosselly  de  Lorgues ,  que,  al 
pretender  la  canonización  del  descubridor  del  Nuevo 
Mundo,  explota  sentimientos  é  ideas  universales,  que 
hoy  pueden  llamarse  cosmopoHtas  :  la  subordinación  de 
todos  los  intereses  al  mercantil  y  utilitario.  De  aquí 
que  adultere  el  Conde  y  vicie  la  historia  del  Almirante 
suponiéndole  varón  perfecto  ,  digno  de  la  veneración 
de  los  cristianos,  con  mengua  de  la  verdad  y  de  la 
propia  fama  de  historiador  que  tenía  ganada ,  pues  pro- 
cede sin  rectitud,  al  revés  de  lo  que  hacían  los  Livios  y 
Plutarcos,  que  en  un  César,  por  ejemplo,  no  disimulaban 
la  ambición  desapoderada  y  sin  escrúpulos,  ni  en  un  Ale- 


206  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


jandro  lo  colérico  y  supersticioso,  por  ser  la  única  misión 
que  se  proponían  aquellos  escritores  presentar  á  la  hu- 
manidad ejemplos  y  modelos  dignos  de  ser  imitados,  antes 
que  satisfacer  sus  pasajeros  intereses  y  preocupaciones. 
No  procede  así  el  postulante  laico  de  la  beatificación 
colombina :  principalmente  en  su  Histoire  posthume  de 
Christophe  Colomb,  impresa  en  París  en  1885,  entre  infini- 
tos errores  y  falsificaciones ,  que  con  su  acostumbrada 
sagacidad  observó  ya  nuestro  amigo  D.  Cesáreo  Fernán- 
dez Duro  en  su  informe  académico  ,  titulado  Colón  y  la 
historia  postuma ,  impreso  en  Madrid  por  Tello  en  el 
mismo  año  ,  volumen  no  menos  interesante  que  sustan- 
cioso ,  Doña  Isabel  la  Católica  aparece  como  figura  se- 
cundaria ,  puesta  en  la  penumbra  y  dominada  por  Don 
Fernando ,  para  que  se  destaquen  otras  figuras  de  menor 
relieve  y  menos  simpáticas,  que  con  sus  debilidades  y  aun 
defectos  encubran  los  del  gran  navegador ,  que  resulte 
así  digno  de  los  altares  á  la  postre.  En  honor  á  la  humani- 
dad, estamos  viendo  que  se  le  tienden  en  vano  estos  lazos 
pueriles ,  pues  cada  día  aparece  Doña  Isabel  tanto  ó  más 
alta  que  Colón  en  grandeza  material,  y  en  prendas  mora- 
les tan  superior  y  prominente,  que  puede  llamarse  única 
en  el  gran  cuadro  del  descubrimiento  de  América. 

Por  abarcarlo  hasta  en  sus  menores  detalles  y  hasta 
en  su  génesis  histórico ,  peca  el  poemita  del  Sr.  Ca- 
ñas ,  que  resulta  prosaico  y  enciclopédico ,  si  bien  justi- 
fica su  título  de  La  nación  más  grande  y  lo  que  obliga 
también  al  autor  á  rendir  tributo  á  ideas  y  frases  de 
moda,  que  no  caben  en  la  poesía  y  deslucen  su  trabajo. 
Llamar  á  Colón  monomaniaco  no  puede  hacerse  en  ver- 
dad ,  sin  notas  y  comentarios  médico-alienistas  á  lo  Ez- 
querdo,  como  sublimar  las  tres  carabelas  de  Palos  de  Mo- 
guer  calificándolas  ^^  filón  de  portentos  repleto  de  riquí- 


REVISTA    ULTRAMARINA.  2O7 


simos  metales ,  y  otros  rasgos  por  el  estilo ,  enfría  no 
poco  el  entusiasmo  que  produce  el  espíritu  y  la  tenden- 
cia déla  obra.  Atendiendo  á  estos  principalmente,  pláce- 
nos copiar  aquí  algunas  estrofas,  que  también  causarán 
hondo  placer  á  los  lectores  españoles  : 

«  Santos  son  del  progreso  y  de  la  ciencia 
Del  Nuevo  Mundo ,  santos  tutelares 
Que  de  la  negra  noche  en  que  yacía , 
Llenos  de  fe  volaron  á  sacarle. 

La  gratitud  universal  debiera 
Erigirles  suntuosas  catedrales, 
En  lugar  de  mezquinos  monumentos 
Y  profanar  su  nombre  al  darlo  á  calles. 

Pero  siempre  tendrán  ferviente  culto 
Al  venerarse  más  que  en  los  altares , 
En  cada  corazón  americano 
Cada  uno  de  los  dos ,  su  augusta  imagen». 

Cuando  de  Doña  Isabel  y  Colón,  pasa  á  ocuparse  en 
España,  dice: 

«Siga  en  tanto  la  luz  de  la  memoria 
Alumbrando  la  marcha  del  gigante , 
A  quien  debe  aplicarse  el  non  plus  ultra 
Que  ostenta  su  moneda  en  los  pilares. 


Sólo  donde  la  luz  no  ha  penetrado 
Y  do  temen  llegar  los  huracanes 
No  ha  puesto  esa  nación  su  inmenso  sello  ; 
¿Y  otra  antes  que  ella  lo  pondrá?  ¿Quién  sabe? 

Se  despobló  á  sí  misma  por  dotarlas 
De  invencibles  y  férreos  capitanes  , 
Como  aquél  que  incendió  sus  propios  barcos 

Y  miles  de  héroes  más,  cuyas  hazañas 
Reclaman  una  Iliada  que  las  cante....» 


208  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Aquí  acusa  á  los  poetas  en  términos  antipoéticos, 
porque 

«  Desdeñan  empuñar  la  épica  trompa , 
Cual  lo  hacen  Campoamor  y  Núñez  de  Arce». 

Tan  ardentísimas  defensas  de  nuestro  espíritu  histó- 
rico le  arrebatan  hasta  poner  en  verso  este  argumento 
de  café  (y  poderosísimo  no  obstante)  : 

«¿Quién  le  reprocha  que  en  aquellos  tiempos 
Hiciera  de  su  fuerza  tanto  alarde , 
Si  feroces  los  pueblos  se  destrozan 
Por  estéril  islote  en  los  actuales?» 

Fustiga  por  su  pasado  á  las  naciones  europeas  en  pá- 
rrafos más  dignos  de  un  trabajo  histórico  que  de  una 
composición  poética : 

«De  Europa  absortas  las  demás  naciones, 
A  tal  altura  viéndola  elevarse, 
Determinan  seguir  de  sus  navfos 
Tras  la  estela  espumosa  y  fulgurante. 

Pero,  en  vez  de  seguir  los  derroteros 
Que  les  trazaba  España  infatigable, 
Donde  muy  bien  satisfacer  pudieran 
De  su  ambición  y  su  codicia  el  hambre, 

Se  lanzan  llenas  de  rastrera  envidia , 
Y  á  guisa  de  asesinos  miserables, 
Lo  que  la  noble  España  ha  conquistado 
Impotentes  queriendo  arrebatarle. 

Luego  infestan  de  América  las  costas 
Crueles  filibusteros  en  falanges. 


En  tanto  recibía  el  Nuevo  Mundo 
La  melodiosa  lengua  de  Cervantes, 
La  Religión  y  leyes  de  Castilla , 
Sus  hidalgas  costumbres  y  carácter». 


REVISTA    ULTRAMARINA.  2O9 


La  conclusión  es  uno  de  los  mejores  rasgos  del  señor 
Cañas : 

«La  humanidad  debiera  agradecida 

De  España  sólo  al  nombre  arrodillarse». 

Algo  nos  ha  apartado  el  recuerdo  de  Isabel  la  Cató- 
lica, por  ser  tan  simpático  y  comprensivo ,  de  otros  docu- 
mentos que,  por  relacionarse  con  el  gran  revolucionario 
á  quien  llama  su  libertador  la  América ,  muestran  bien 
á  las  claras  la  profunda  evolución  que  están  haciendo 
allí  las  opiniones.  Los  que  recuerden  el  tono  con  que  sus 
primeros  poetas  han  cantado  á  Bolívar  y  á  los  héroes  y 
batallas  de  su  guerra  de  la  Independencia,  apenas  conce- 
birán tan  estupendo  cambio.  Casi  es  placentero  ya  traer 
á  la  memoria  los  insultos  de  que  están  empedradas  la 
Alocución  á  la  poesía,  la  Oda  á  la  agricultura  de  la 
2ona  tórrida  y  las  obras  de  la  primera  juventud  del  in- 
signe venezolano  Bello,  no  menores  que  los  de  Olmedo 
y  Heredia,  insultos  sobrepujados  por  sus  discípulos  é 
imitadores. 

(( A  manos 
De  tus  viles  satélites,  Morillo....  , 


Pero,  ¿cuál  es  de  tu  crueldad  el  fruto? 
¿A  Colombia  otra  vez  Fernando  oprime? 
¿México  á  su  Visir  postrada  adora? 
¿El  antiguo  tributo 

De  un  hemisferio  esclavo  á  España  llevas? 
¿Puebla  la  Inquisición  sus  calabozos 
De  americanos,  ó  españolas  Cortes, 
Dan  á  la  servidumbre  formas  nuevas? 
¿De  la  sustancia  de  cien  pueblos,  graves, 
La  avara  Cádiz  ve  volver  sus  naves?  ' 


( I  )     Es  curioso  observar  que  D.  Andrés  Bello ,  tan  atildado  hablista  y 
tan  erudito  lexicógrafo ,  padeció  faltas  verdaderamente  enormes  en  esta 


210  LA    ESPAÑA    MODERNA, 


Asaz  de  nuestros  padres  malhadados 
Expiamos  la  bárbara  conquista.... 

No   largo  tiempo  usurpará  el  imperio 
Del  sol  la  hispana  gente  advenediza , 
Ni   al   ver  su  trono  en  tanto  vituperio 
De  Manco  Capac  gemirán  los  manes. 

Saciadas  duermen  ya  de  sangre  ibera 
Las  sombras  de  Atahualpa  y  Motezuma». 

Véase  ahora  cómo  el  Sr.  D.  Quintiliano  Sánchez,  uno 
de  los  hombres  más  perspicuos  del  Ecuador ,  canta  los 
mismos  asuntos  en  Sueño  y  realidad ,  canto  á  Bolívar, 
impreso  en  Quito : 


«  Vencida  estás ,  España ; 
Muerto  el  prístino  brío , 


materia,  y  por  la  más  liviana  de  las  razones  ciertamente,  que  es  la  fuerza 
del  consonante,  la  menos  admisible  entre  los  verdaderos  poetas.  Que  él 
mejor  que  nadie  las  conocía  ,  y  acaso  por  negligencia  las  dejaba  pasar, 
es  en  mi  concepto  muy  verosímil.  Aquí,  por  ejemplo,  \2,%  gravea  naves, 
suenan  mal,  impropia  y  antipoéticamente  calificadas.  Años  adelante  el 
maestro  reprendía  severamente  un  defecto  igual,  olvidándose  de  que  él 
mismo  lo  había  cometido,  en  la  mala  y  pobre  sátira  El  cóndor  y  el  poeta, 
que  hizo  en  1848,  contra  la  magnífica  poesía  de  Mitre  Al  cóndor  de  Chile, 
poniendo  en  boca  del  poeta  la  siguiente  estrofa : 

«Despacha,  pues,  arranca,  desarrolla 
El  raudo  vuelo ,  tiende  el  ala  grave , 
Como  la  parda  vela  de  la  nave....» 

Á  lo  cual  le  contesta  Bello  por  boca  de  El  cóndor: 

«Ya  te  obedezco ,  y  tiendo,  como  mandas. 
El  ala,  aunque  eso  de  tenerla  un  ave 
No  ligera,  ni  leve,  smo  grave , 
Para  tanto  volar  ,  no  es  lo  mejor.  » 

Quizá  su  anti-españolismo  le  hizo  olvidar  los  buenos  modelos  del 
habla  castellana ,  que  él  conocía  tan  bien.  Herrera,  por  ejemplo,  en  su 
Canción  á  la  batalla  de  Lepanto ,  dice  : 

«  Sobre  torres  y  muros  y  las  naves 
De  Tiro  ,  que  á  los  tuyos  fueron  graves.» 


REVISTA    ULTRAMARINA.  211 


Tu  largo  poderío 

Bolívar  destruyó ;  pero  la  saña 

No  alienta  ya  los  colombianos  pechos. 

Admiradores  de  tus  grandes  hechos  , 

Tu  religión  y  lengua 

Eternas  nos  serán. » 

Y  más  significativo  aún  otro  poeta  que  á  la  memoria 
de  Bolívar  en  su  primer  Centenario  imprimió  Dos  cantos 
á  la  raBa  latina,  uno  propio  y  otro  ajeno.  Éste  último  es 
el  conocido  de  Olegario  Andrade ,  poeta  típico  entre  los 
americanos  por  sus  grandes  defectos  y  rica  fantasía,  can- 
to que  obtuvo  el  primer  premio  en  los  Juegos  florales  de 
Buenos  Aires,  con  el  título  de  Atlántida:  canto  al  porve- 
nir de  la  rasa  latina ,  donde  abundan  los  improperios  y 
las  injusticias  con  España,  aunque  no  ya  por  su  con- 
ducta histórica  tanto  como  por  su  fanatismo  religioso 
(hermanos  gemelos,  que  no  puede  separar  la  más  absur- 
da filosofía).  Andrade  la  acusa  de  haber  dejado  caer  so- 
bre su  espíritu 

«La  sombra  enervadora  del  Papado», 

y  haber  estado  acurrucada 

«  Al  pie  de  los  altares  , 
Calentando  su  espíritu  aterido 
En  la  hoguera  infernal  de  Torquemada  »  , 

y  otras  vulgaridades  semejantes. 

Por  haber  prescindido  el  poeta  del  Ecuador  al  tran- 
zar el  cuadro  del  porvenir  de  América,  y  quizá,  aun- 
que no  lo  exprese,  por  protestar  también  de  sus  ideas 
políticas  y  religiosas,  otro  poeta,  que,  en  nuestro  con- 
cepto, aventaja  á  Andrade,  el  señor  D.  Luis  Cordero, 


212  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


con  el  título  de  Aplausos  y  quejas,  imprimió  el  cuaderno 
á  que  nos  hemos  referido:  Dos  cantos  á  la  rasa  latina. 
De  tan  vigorosa  y  noble  protesta  copiamos  por  abreviar 
esto  solamente : 

«Perdón,  ¡oh  madre  amada! , 
Perdón  si  un  día  tus  audaces  hijos 
Libertad  te  pedimos  con  la  espada ; 
Tú  la  sangre  nos  diste  de  Pelayo , 
Tú  la  férvida  sed  de  independencia , 
Castellano  el  arrojo , 
Castellana  la  indómita  violencia 
Fueron  con  que  esgrimió  tajante  acero 
El  que  probó  en  la  lid  ser  tu  heredero. 

Si  para  siempre  roto 
Cayó  el  antiguo  lazo  en  la  jornada, 
Ese  lazo  no  fué ,  madre  adorada , 
El  del  filial  amor,   vínculo  tierno 
Que  ha  de  ligarle  á  ti  con  nudo  eterno. 

Mientras  tu  dulce  sonoroso  idioma, 
Raudal  inagotable  de  armonía, 
Su  ritmo  musical  preste  á  los  bardos 
Que  en  la  floresta  umbría 
Del  Ande  entonan  cantilena  indiana, 
No  morirá  tu  amor,  y  tuyo  el  lustre 
Será ,  si  en  el  concento  , 
Entre  las  galas  del  primor  latino 
Luce  el  hispano  varonil  acento». 

Y  aun  de  obras  más  graves  y  trascendentales  que 
las  poesías  pudiéramos  sacar  hartos  testimonios ,  pues 
principalmente  en  la  historia  está  el  espíritu  español  re- 
cobrando su  eclipsado  imperio.  Faltos  ya  de  espacio,  exa- 
minaremos otro  día  las  más  fundamentales  que  han  Me- 
gado  á  muestras  manos,  sin  perjuicio  de  advertir,  en 
conclusión,  como  corolario  de  nuestra  tesis  patriótica, 
que  nos  cumpie  secundar  la  idea  española  en  América, 


REVISTA    ULTRAMARINA.  21  3 


dándole  cultivo  en  Cuba  y  Puerto  Rico ,  para  evitar  que 
esos  mismos  apóstoles  del  españolismo  renaciente  ayu- 
den á  la  realización  de  esta  profecía  de  Cordero ,  en  la 
misma  obra  que  hemos  citado  : 

«Las  que  en  medio  del  Ponto  gimen  solas 
Y  el  furibundo  embate 
Sufren  del  despotismo  y  de  las  olas , 
Cual  débiles  barquillas 
Dispersas  en  la  mar ,  formarán  libres 
La  poderosa  Unión  de  las  Antillas». 


V.  Barrantes, 


REVISTA  LITERARIA 


Realidad,  novela  en  cinco  jornadas ,  por  D.  Benito  Pérez  Galdós. 


II. 


PERO  hay  más.  Aun  dando  por  bueno  que  sea  com- 
pletamente serio  y  permita  conservar  la  ilusión  de 
la  realidad  ese  convencionalismo  de  oir  pensar  y 
sentir  á  los  personajes,  nace  otra  dificultad  aún  mayor 
de  la  índole  misma  de  esos  discursos. 

Los  soliloquios  de  Augusta,  de  Tomás,  de  Federico, 
traspasan  los  límites  en  que  el  arte  dramático  más  libre  y 
atrevido, más  convencional,  en  beneficio  de  la  transparen- 
cia espiritual  de  los  personajes,  tiene  que  encerrar  sus 
monólogos.  En  el  monólogo  hay  siempre  el  lirismo  de 
lo  que  se  dice  á  sí  propio  el  personaje....  para  que  lo  oiga 
el  público ,  para  que  se  entere  éste  de  cómo  aquél  va  pen- 
sando, sintiendo  y  queriendo.  En  el  soliloquio  de  Reali- 
dad.... hay  mucho  más  que  esto  en  el  fondo,  y  la  forma  no 
es  adecuada,  pues  siempre  se  ofrece  también  con  esa  apa- 
riencia retórica,  para  que  el  púbhco  se  entere.  A  veces 
el  autor  llega  á  poner  en  boca  de  sus  personajes  la  expre- 
sión literaria,  clara,  perfectamente  lógica  y  ordenada  en 


2l6  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


SUS  nociones,  juicios  y  raciocinios  de  lo  que,  en  rigor,  en 
su  inteligencia  aparece  oscuro,  confuso,  vago,  hasta  en  los 
límites  de  lo  inconsciente ;  de  otro  modo ,  el  novelista  hace 
hablar  á  sus  criaturas  de  lo  que  ellas  mismas  no  obser- 
van en  sí,  á  lo  menos  distintamente,  de  lo  que  observa  el 
escritor,  que  es  en  la  novela  como  reflejo  completo  de  la 
realidad  ideada.  A  la  novela  moderna,  llamando  moderna 
ya  á  la  novela  de  Stendhal,  sobre  todo  en  sus  progresos 
formales  de  estas  últimas  décadas,  se  debe  esa  especie  de 
sexto  sentido  abierto  al  arte  literario,  gracias  á  la  intros- 
pección del  novelista  en  el  alma  toda,  no  sólo  en  la  con- 
ciencia de  su  personaje.  Mediante  este  estudio  interior  en 
que  el  artista  no  se  coloca  en  lugar  déla  figura  humana  su- 
puesta ,  ni  recurre  al  aspecto  lírico  de  la  psicología  de  la 
misma ,  sino  que  toma  una  perspectiva  ideal  que  le  con- 
siente verlo  todo  sin  desproporción  causada  por  las  dis- 
tancias; mediante  este  estudio  parcial,  íntimo  (pero  inde- 
pendiente del  subjetivismo  propio  del  personaje),  ha  po- 
dido alcanzar  la  sonda  poética  de  algunos  novelistas 
contemporáneos  honduras  á  que ,  valga  la  verdad ,  no  ha- 
bía llegado  la  psicología  artística  de  ningún  tiempo.  Una 
délas  causas  de  la  superioridad  que,  en  cierto  respecto, 
hoy  tiene  la  novela  sobre  los  demás  géneros,  consiste 
en  esta  facultad  de  anatomía  espiritual ,  que  es,  repito, 
cosa  diferente  del  lirismo ,  y  que  en  el  drama  es  imposible. 
Tolstoi,  y  ya  G.ogol,  han  hecho  grandes  esfuerzos  de 
ingenio ,  con  buen  éxito ,  en  esta  materia ,  pero  con  menos 
arte  que  Zola,  cuyo  Assommoir  ofrece  en  tal  particular 
una  novedad  completa ,  una  sorpresa  para  todo  lector 
atento.  Porque  Zola  no  será  psicólogo  en  cuanto  al  fun- 
damento de  los  fenómenos  anímicos  que  observa  y  pinta, 
pero  sí  lo  es  de  hecho;  y  hay  una  confusión,  en  que  yo  he 
visto  caer  á  los  más  reflexivos  críticos ,  al  empeñarse  en 


REVISTA    LITERARIA.  21  7 


encerrar  en  ^\xy?í  fisiología  el  estudio  humano  artístico 
en  las  obras  de  Zola.  Diga  él  mismo  lo  que  quiera,  por 
sus  preocupaciones  sistemáticas  y  sus  pretensiones  de 
científico,  psicología  hay  en  sus  personajes,  y  por  lo 
que  se  refiere  al  modo  de  penetrar  en  ella,  que  es  lo  que 
aquí  importa,  pocos  como  él,  tal  vez  nadie,  tal  vez  ni  el 
mismo  Flaubert ,  saben  cómo  se  escudriña  en  lo  más  ín- 
timo del  hombre  figurado,  cómo  se  refleja  en  la  narración 
imparcial  del  autor  el  estilo  del  sentir ,  del  pensar ,  del 
querer  de  un  alma  imaginada.  Pero  lo  que  hace  Zola ,  esto 
que  hace  también  el  mismo  Galdós  en  muchas  novelas 
de  su  colección  de  Las  contemporáneas  y  no  es  posible 
conseguirlo,  ni  se  debe  intentar,  en  obras  de  aspecto  dra- 
mático. Lo  que  el  autor  puede  ir  viendo  en  las  entrañas 
de  un  personaje  es  más  y  de  mucho  mayor  significación, 
que  lo  que  el  personaje  mismo  puede  ver  dentro  de  sí  y 
decirse  á  sí  propio.  Un  ejemplo  acaso  aclare  mi  idea.  Si 
un  médico  alienista  pudiera  ver  por  dentro  el  pensa- 
miento del  enfermo ,  y  lo  que  siente  y  lo  que  quiere ,  saca- 
ría mucho  más  provecho  para  su  estudio  que  de  la 
observación  puramente  exterior ,  aun  suponiendo  que  el 
enfermo  muestre,  mediante  el  lenguaje  y  otros  signos, 
todo  lo  que  él  de  sí  mismo  sabe.  Pues  bien:  en  los  solilo- 
quios de  Realidad  el  lector  sólo  ve  de  las  figuras  que 
hablan  por  sí  lo  que  á  ellas  se  les  antoja  que  son,  y  en  la 
introspección  de  la  novela,  según  Zola,  y  según  el  mismo 
Galdós,  otras  veces,  el  lector  ve  mucho  más,  ve  lo  que 
piensan,  sienten  y  quieren  los  personajes,  tal  como  ello 
es  ,  no  tal  como  ellos  se  lo  figuran. 

Añádase  á  esto  la  falsedad  formal  que  resulta  de  la 
necesidad  imprescindible  de  hacer  á  los  que  han  de  pen- 
sar ante  el  público,  pero  pensar  hablando,  expresar  con 
toda  claridad,  retóricamente,  sus  más  recónditas  apren- 


2l8  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


siones  de  ideas  y  sentimientos  ;  de  la  necesidad  de  tra- 
ducir en  discursos  bien  compuestos  lo  más  indeciso  del 
alma,  lo  más  inefable  á  veces.  Si  fuera  cierta  la  doctrina 
vulgar  de  que  pensar  es  hablar  para  sí  mismo,  sería 
menos  violenta  la  forma  dramática  aplicada  á  tal  asunto; 
pero  bien  sabemos  ya  todos ,  y  un  ilustre  psicólogo  con- 
sagró hace  años  en  el  Journal  des  Savants  un  estudio 
curioso  y  profundo  á  la  materia,  que  pensamos  muchas 
veces  y  en  muchas  cosas  sin  hablar  interiormente ,  y  otras 
veces  hablándonos  con  tales  elipsis  y  con  tal  hipérbaton, 
que  traducido  en  palabras  exteriores  este  lenguaje  sería 
ininteligible  para  los  demás.  De  donde  se  saca  que  todo 
lo  que  sea  usar  de  un  convencionalismo  innecesario  para 
la  novela ,  tomado  del  drama ,  que  en  ciertas  honduras 
psicológicas  no  puede  meterse,  es  falsear  los  caracteres 
por  culpa  de  la  forma.  Esto  sucede  en  la  Realidad  de 
Galdós  ;  y  he  insistido  en  este  punto  mucho ,  por  lo  mismo 
que  creo  que  sólo  á  esta  especie  de  capricho  del  autor, 
tocante  á  la  forma  de  su  libro ,  se  debe  la  falta  de  verosi- 
miHtud  que  algunos  han  de  achacar  á  los  caracteres  por 
sí  mismos. 

No ;  hecha  la  salvedad  que  tantos  renglones  ocupa 
más  arriba ,  bien  se  puede  afirmar  que  Federico  Viera 
es  una  de  las  figuras  más  seriamente  ideadas  y  expresa- 
das con  más  acierto  (fuera  de  lo  apuntado)  entre  las  mu- 
chas á  que  ha  dado  vida  el  ingenio  de  Pérez  Galdós. 


III 


Ha  dicho  bien  un  crítico :  el  arte  cada  día  será  más 
complejo;  la  falsa  sencillez  á  que  aspiran,  como  á  irra- 
cional y  deletérea  reacción ,  los  perezosos  y  los  impo- 


REVISTA    LITERARIA.  219 


tentes,  no  será  más  que  uno  de  tantos  tópicos,  como 
inventa  el  ingenio  secundario ,  que  es  el  que  siempre  se 
opone  á  la  corriente  poderosa  que  señala  la  dirección  del 
progreso.  Las  metáforas  solares  que,  como  ya  notaba 
Mad.  Stael,  en  Homero  son  nuevas  y  de  gran  efecto,  no 
pueden  rejuvenecerse ;  aunque  algunos  bárbaros  moder- 
nos aspiran  á  cegar  la  memoria  de  la  civilización  abrien- 
do un  abismo  de  ignorancia  entre  las  nuevas  generacio- 
nes y  la  tradición  literaria,  tal  vez,  como  apunta  Lemaitre, 
para  darse  la  satisfacción  de  inventar  bellezas  muy 
antiguas ,  descubrir  Mediterráneos  poéticos ,  los  demás 
no  pasamos  por  tal  pretensión ;  sabemos  el  momento  en 
que  vivimos ,  lo  que  atrás  queda ,  y  no  consentimos  que 
se  nos  dé  por  nuevo ,  fresco  y  palingenésico  lo  que  hasta 
la  saciedad  hemos  visto  y  saboreado  en  las  obras  de  épo- 
cas anteriores.  Nada  más  cómodo  que  no  leer  á  los  de- 
más ,  especialmente  á  los  antiguos ,  y  después  renegar  de 
decadentismos  y  complicaciones  y  alambicamientos,  y 
poner  remedio  á  la  sutileza  ^^/"<?rm2>a  de  las  letras  contem- 
poráneas con  la  sencillez  paradisíaca,  conlet  sa7tcta  sim- 
plicitas,  con  la  candidez  y  naiveté  idílicas  que  cada  cual 
ha  podido  saborear  en  la  poesía  de  otros  tiempos ,  en  que 
todo  eso  era  natural  fruto  de  la  estación,  espontáneo  pro- 
ducto de  la  historia.  Aquel  pedazo  de  muralla  que  Flaubert 
admiraba  singularmente  en  el  Partenón,  como  un  modelo 
de  sencillez  hermosa ,  se  convierte  en  muchos  autores 
simplicistas  del  día  en  mampostería  trabajada  por  kiló- 
metros á  destajo.  No  se  nos  quiera  hacer  adorar,  por  la 
sencillez  del  muro  del  Partenón ,  todas  las  obras  de  fá- 
brica de  la  modernísima  sencillez  de  cal  y  canto. 

No;  hoy  es  más  natural,  más  sencillo,  admitir  el 
mundo  tal  como  está,  verlo  tal  como  es  ;  y  fuera  de  casos 
contados ,  de  excepcionales  situaciones  y  de  arranques 


220  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


rarísimos  del  genio ,  que  no  han  de  ser  buscados ,  porque 
entonces  no  parecerán ,  lo  regular  será  estudiar  la  vida 
actual  tan  compleja  como  es,  sin  rehuir  sus  dificultades, 
sutilezas  y  complicaciones. 

Federico  Viera  no  es  sencillo  ;  es  de  los  caracteres 
que  algunos  simplicistas  llaman  con  desdén  compues- 
tos ('),  porque  no  son  de  la  prendería  realista  ó  idealista, 
y  porque  no  está  toda  la  máquina  que  los  mueve  al  alcan- 
ce de  la  primer  lectora  sentimental  y  sencilla ,  de  esas 
cuya  opinión  halaga  á  ciertos  autores ,  i  que  después  se 
burlan  de  Ohnet ! 

Federico  tiene  el  alma  y  la  vida  llenas  de  contradic- 
ciones, y  es  aquél  espíritu  como  una  de  esas  asambleas 
que  tiene  que  disolver  la  autoridad ,  porque  sus  miem- 
bros no  se  entienden  ,  se  amenazan ,  se  atropellan  y  son 
incapaces  de  adoptar  un  acuerdo ,  y  por  la  deliberación 
sólo  llegan  al  tumulto.  Instintos  buenos  y  malos  delibe- 
ran, luchan  en  el  alma  de  Viera,  y  la  voluntad  traída  y 
llevada  por  tantas  opiniones  ,  por  tantas  fuerzas  contra- 
rias, termina  lógicamente  por  negarse  á  sí  propia ;  puesto 
que  no  sabe  querer  nada ,  acaba  por  querer  la  muerte. 
Federico  se  mata,  porque  en  el  arte  de  la  vida  su  torpeza 
para  ser  bueno  y  su  torpeza  para  ser  malo  le  ha  llevado 
á  profesar  la  religión  del  honor  en  el  ambiente  de  la  des- 
honra ;  se  ha  dejado  arrastrar  por  el  hábito  al  vicio ;  las 
costumbres,  todo  lo  material,  sensible  y  tangible,  lo  que 
para  muchos  representa  toda,  la  única  realidad,  le  iban 
sumiendo  en  la  vida  desordenada ;  dehia  ser  uno  de  tan- 
tos perdidos  que  comercian  con  todo ,  con  el  amor  inclu- 
sive; debía  admitir  la  salvación  de  sus  intereses ,  es  de- 

(  1 )  Véase  como  modelo  de  los  absurdos  críticos  á  que  lleva  la  teoría 
que  combato,  el  desprecio  con  que  un  señor  G.  A.  C.  trata  á  Zola  con  mo- 
tivo de  la  Bete  bumaine,  en  el  número  de  i6  de  Marzo  de  la  Nueva\Anto- 
logia,  de  Roma. 


REVISTA    LITERARIA.  221 


cir ,  el  pan  de  cada  día ,  de  manos  del  marido  de  su  que- 
rida ;  á  esto  le  llevaba  la  lógica  de  su  vida  exterior;  de 
aquella  á  que  se  había  dejado  arrastrar  por  la  co- 
rriente...., y,  ¡quién  lo  dijera!,  en  este  camino  de  flores  se 
atraviesa  una  cosa  tan  sutil ,  tan  aérea  como  el  punto  de 
honor. 

Él , — un  calavera  que  de  tantos  modos  se  ha  degra- 
dado ,  va  á  tropezar  con  escrúpulos  morales  de  los  que 
dilucidan  los  galanes  de  Calderón,  ó  los  catedráticos  de 
ética  casuística ;  como  una  tisis  heredada ,  Viera  encuen- 
tra dentro  de  sí  una  caverna  moral,  unos  microbios 
psicológicos,  y  dentro  de  lo  psicológico  de  lo  más  sutil,  es- 
crúpulos de  ética,  cosillas  del  ifnperativo  categórico ,  de 
que  tan  graciosamente  se  burlan  algunos ;  y  parece  nada, 
pero  aquella  inflamación,  aquel  principio  disolvente  de 
los  tejidos  del  egoísmo,  trabaja,  trabaja,  y  llega  á  hacer 
imposible  la  vida  del  perdis,  que  tuvo  la  desgracia  de 
heredar  también,  aunque  mediante  atavismo,  porque  su 
padre  es  un  malvado  en  absoluto ,  de  heredar  la  honrilla 
castellana  de  sus  antepasados ,  que  en  tal  ó  cuál  ramo  de 
la  vergüenza  eran  intransigentes. 

Cuanto  más  se  medita  sobre  el  carácter  de  Viera, 
más  belleza  se  encuentra  en  esta  figura  que  Galdós  in- 
ventó, componiéndola,  sí,  pero  con  elementos  verosími- 
les, con  datos  de  observación  y  sin  salir  de  las  normales 
combinaciones  de  que  resulta  un  espíritu ,  no  por  com- 
plicado menos  real. 

Hasta  en  el  amor  es  Federico  una  antítesis  de  esos 
héroes  sencillos  que  algunos  quieren  resucitar.  —  ¡El 
amor  en  la  novela!  ¡Qué  poco  ha  trabajado  el  realismo 
todavía  en  el  amor !  j  Cuánto  se  deja  en  este  asunto  ca- 
pitalísimo al  convencionalismo  tradicional  y  á  los  hábitos 
románticos!   Muchos  realistas  han  creído  volver  á  la 


222  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


verdad  erótica  exaltando  el  elemento  material  de  esta 
pasión,  dando  más  importancia  á  los  instintos  groseros. 
Pero  era  esto  poco ,  y  por  otro  camino  había  que  buscar 
la  verdad  y  la  sinceridad.  Cuando  una  niña,  la  Maupe- 
rin ,  dice  en  una  novela  de  los  Goncourt  que  los  libros 
están  llenos  de  amor ,  y  que  ella  no  ve  que  pase  lo  mismo 
en  el  mundo ,  expresa ,  además  de  una  frase  caracterís- 
tica de  su  inocencia ,  una  regla  que  debería  servir  á 
los  inventores  de  historia  hipotética,  á  los  artistas  que 
imitan  las  relaciones  de  la  sociedad.  Un  escritor  ruso  de 
los  de  segundo  orden,  una  de  cuyas  obras  dramáticas 
acaba  de  ser  traducida  en  París ,  tiene  por  distintivo  esta 
misma  observación,  aunque  exagerándola  :  según  él,  no 
importa,  no  influye  tanto  el  amor  en  el  mundo, como  dice 
el  arte.  (Entiéndase  que  se  trata  del  amor  sexual  más 
ó  menos  fino  ;  el  amor  caritativo  influye  mucho  menos 
todavía.)  Pues  bien :  Federico  Viera  no  es  sencillo  en 
amor....,  porque  no  es  un  amante  absoluto,  un  esclavo  de 
la  pasión.  Empieza  por  tener  el  amor  partido.  En  casa 
de  la  Peri  está  la  dulce  y  tranquila  intimidad ,  la  paz  del 
alma  en  el  afecto  ;  en  casa  de  Augusta ,  la  violencia ,  el 
fuego ,  la  ilusión ,  el  incentivo  plástico ,  la  atracción  co- 
rrosiva de  la  fantasía,  del  arte,  délas  elegancias.  Pero  el 
amor  grande ,  el  amor  déspota ,  no  está  ni  acá  ni  allá.  De 
ser  un  Quijote  Viera....,  ¡parece  mentira!,  tendría  por 
Dulcinea  la  moralidad.  Á  lo  menos,  por  ella  muere. 

Y  hay  que  tener  presente  que  Galdós  ha  llegado  á  es- 
tas sutilezas  sin  recurrir  á  un  héroe  filosófico,  á  un 
disciptdo  como  el  de  Bourget ;  Viera  no  es  de  esos  hom- 
bres que  pasan  la  vida  en  perpetuo  examen  de  concien- 
cia; no  busca  como  un  Amiel,  el  tormento  interior,  la 
angustia  psicológica ,  como  dilettante  del  desengaño ; 
es  un  distraído ,  un  hombre  de  mundo  vulgar  en  muchas 


REVISTA   LITERARIA.  22J 


cosas;  pero  es  la  naturaleza  moral  naturans;  es  una 
energía  ética  luchando  con  adversidades ,  defendiéndose 
con  instintos  y  con  tesoros  de  herencia....  Si  aquí  la  crí- 
tica de  actualidad  se  consagrara  á  estudiar  de  veras  las 
obras  de  los  poquísimos  hombres  de  talento ,  dignos  de 
su  tiempo ,  que  tiene  nuestra  literatura ,  en  vez  de  repar- 
tir la  atención  entre  las  nulidades  que  sdihenfaire  Var- 
ticle,  y  las  medianías  que  poseen  la  misma  habilidad, 
á  estas  horas  el  Federico  Viera  de  Galdós  hubiera  sido 
objeto  de  examen  por  muchos  conceptos,  como  lo  son  en 
Francia ,  en  Inglaterra ,  en  Italia ,  en  todas  partes  donde 
hay  verdadera  vida  literaria,  las  figuras  que  van  inven- 
tando los  maestros  del  arte.  Aquí,  casi  casi  hay  que  pe- 
dir perdón  por  haber  dedicado  tantas  palabras  á  un  solo 
personaje  de  una  novela. 

Tomás  Orozco  merecería  un  estudio  no  menos  dete- 
nido: en  él  los  defectos  formales  de  que  tanto  hablé  más 
arriba ,  producen  mayores  estragos ,  hasta  el  punto  de 
que  á  veces  parece  que  el  autor  se  burla  de  la  bondad  de 
su  héroe  y  le  convierte  en  caricatura;  pero  Orozco  es  tam- 
bién tipo  grande,  y  á  pesar  de  la  aparente  sencillez  de 
su  bondad  de  una ^zV^-a^  es  complicado.  ¡Y  qué  compH- 
cación  la  suya !  Á  ella  alude  Augusta  cuando  duda  si  su 
marido  es  santo  nada  más,  ó  es  un  santo  con  manías. 
Debajo  de  esto  hay  problemas  que  no  se  resuelven  ni 
con  renegar  de  la  psico-física  moderna,  en  nombre  de 
los  eternos  principios  de  lo  bello,  lo  bueno  y  lo  verdade- 
ro.... ni  tampoco  con  copiar  las  ideas  más  ó  menos  origi- 
nales y  meditadas  de  un  Lombroso ,  y  llamar  loco  á  Scho- 
penhauer,  y  creer  que  el  doctor  Escuder,  de  Madrid,  por 
ejemplo,  sabe,  efectivamente,  en  qué  consiste  el  alma. 


Clarín. 


ÍNDICE 


Faginas. 
SECCIÓN    EXTRANJERA. 

Recuerdos  de  mi  infancia,  por  el  Conde  León  Tolstoi 5 

El  chiquillo  espía  (cuento) ,  por  Alfonso  Daudet 23 

Memento  vivere  (cuento),  por  Teodoro  de  Banville 33 

Gustavo  Doré,  por  Emilio  Zola 41 

Flores  impuras  ( traducción  de  Francisco  Coppée ) ,   por  Teodoro 

Llórente , 53 

SECCIÓN    HISPANO-ULTRAMARINA. 

La  democracia  en  Europa  y  América,  por  A.  Cánovas  del  Castillo. . .  55 

De  la  literatura  mallorquina  en  i88g ,  por  Miguel  S.  Oliver 65 

El  moderno  Anticristo  (Ernesto  Renán),  por  Fray  Zacarías  Martínez, 

Agustiniano 79 

La  literatura  de  la  Sociología,  por  Adolfo  Posada loi 

¿Por  qué  está  descontento  el  ejército? ,  por  Jenaro  Alas.  . 125 

Cartas  al  Sr.   D.  Juan  Valera  sobre  asuntos  americanos ,  por  Rafael 

M.  Merchán , 139 

Poética,  por  Campoamor 161 

Instituciones  gremiales ,  Consideraciones  sobre  el  libro  de  este  título, 

publicado  por  D.  Luis  Tramoyeres  Blasco,  porj.  Casan  Alegre..  177 

Revista  ultramarina ,  por  V.  Barrantes I95 

Revista  literaria,  por  Clarín 215 


AJÑO  n.  NÚM.  XVII. 

LA 

ESPAÑA  MODERNA 


(REVISTA  IBERO-AMERICANA) 


Director   propietario  :    J.    LÁZARO 


MAYO-1890 


MADRID 

IMPRENTA    DE    ANTONIO    PÉREZ    DUBRULL 

Flor  Baja,  22 
1890 


Para  la  reproducción  de  los  artículos 
comprendidos  en  el  presente  tomo,  es  in- 
dispensable el  permiso  del  Director  pro- 
pietario  de  La  España  Moderna. 


Sección  Extranjera. 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT 

Y  CARLOTA  DIEDE. 


NO  hay  en  Alemania  quien  no  conozca  una  obra 
postuma  de  Guillermo  de  Humboldt ,  intitulada : 
Cartas  á  una  amiga.  Publicadas  por  vez  primera 
en  1847,— doce  años  después  del  fallecimiento  de  aquel 
grande  hombre,  en  cuya  honra  se  ha  levantado  un  monu- 
mento enfrente  de  la  Universidad  de  Berlín , — esas  cartas 
produjeron  efecto  extraordinario  ;  desde  entonces  se  han 
repetido  incesantemente  las  ediciones ,  y  el  libro  se  halla 
en  todas  las  bibliotecas.  Es  el  único  de  Guillermo  de  Hum- 
boldt (hermano  mayor  de  Alejandro,  el  ilustre  natura- 
lista) que  logró  cierta  popularidad.  Si  Guillermo  de  Hum- 
boldt no  hubiera  tenido  una  amiga,  habría  faltado  algo  á 
su  gloria  ;  no  hubiera  sido  leído  por  las  señoras. 

Sabíamos  todos  que  Humboldt  había  sido  hombre  de 
Estado,  diplomático,  que  había  representado  muchas 
veces  á  Prusia  en  cortes  extranjeras,  que  había  firmado 
con  el  príncipe  de  Hardemberg  el  tratado  de  París,  y 
que,  sin  haber  llegado  nunca  á  desempeñar  los  primeros 
papeles ,  habíase  distinguido  en  el  Congreso  de  Viena  por 
el  vigor  y  la  claridad  de  su  entendimiento,  por  su  habilidad 


LA    ESPAÑA    MODERNA, 


en  las  discusiones ,  por  la  seriedad  de  su  cortesía ,  sazonada 
con  una  frialdad  irónica  y  penetrante.  Sabíamos  todos,  asi- 
mismo, que  ese  diplomático,despuésde  haber  abandonado 
los  negocios ,  había  consagrado  á  la  ciencia  el  resto  de  su 
vida  ;  que ,  filólogo  excelente ,  había  renovado  la  lingüís- 
tica con  sus  investigaciones  sobre  el  idioma  basco,  sus 
cartas  acerca  del  carácter  de  la  lengua  china ,  y  su  intro- 
ducción al  estudio  del  kawi,  y  que  sus  libros ,  escritos  en 
lenguaje  abstracto  y  un  tanto  intrincado  á  las  veces ,  eran 
almacenes  de  ideas ,  en  los  cuales  los  sabios  de  todos  los 
países  habían  bebido  á  su  gusto ,  y  beberán  por  mucho 
tiempo  todavía, 

En  lo  que  á  su  vida  privada  respecta ,  no  ignoraba 
nadie  que  Humboldt,  en  su  juventud,  había  sentido  la 
comezón  de  todas  las  curiosidades ,  y  que  no  habían  sido 
las  mujeres  las  que  menos  habían  picado  esa  curiosidad. 
La  famosa  Rachel  había  dicho  de  Humboldt :  «Admiraría 
yo  más  la  libertad  de  su  ingenio ,  si  tuviese  menos  liber- 
tad en  sus  [principios » . 

Varnhagen  habíale  definido  :  « Un  perfecto  pagano  en 
toda  la  extensión  de  la  palabra».  Pero  los  paganos  son 
muchas  veces  muy  buenos  maridos.  Humboldt  se  había 
casado  en  1791  con  la  señorita  Carolina  de  Dacheroden, 
persona  muy  simpática  y  muy  linda,  á  quien  tuvo  el  gusto 
de  enseñar  el  griego ,  y  que  leía  con  su  marido  á  Homero 
y  á  Herodoto.  Vivieron  siempre  en  la  mejor  armonía  ;  se 
hablaba  de  aquel  matrimonio  como  de  un  modelo  de  ca- 
riño conyugal,  de  concordia,  de  consideración  mutua  y 
recíproco  respeto,  hasta  punto  tal,  que,  aun  queriéndose 
muchísimo ,  había  muchas  cosas  que  no  se  decían  el  uno 
al  otro.  «Podría  yo  experimentar  disgustos  graves  y 
gustar  grandes  alegrías  sin  sentir  la  necesidad  de  dar 
participación  en  unos  ni  en  otros  á  las  personas  que  más 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE. 


quiero ;  así  me  sucede  con  mi  mujer  y  con  mis  hijos.  Sue- 
len no  saber  ni  una  palabra  de  muchos  asuntos  que  me 
interesan,  y  mi  mujer  opina  en  esto  lo  mismo  que  yo;  de 
modo  que ,  cuando  por  casualidad  sabe  algún  incidente 
que  yo  no  le  había  confiado ,  no  le  pasa  por  las  mientes 
asombrarse.  La  confianza  es  una  necesidad  del  amor  y 
de  la  amistad ;  pero  las  almas  grandes  gustan  poco  de  las 
confidencias. »  Continuaba  diciendo  que  había  sido  siem- 
pre muy  reservado ,  y  que  aun  en  los  tiempos  en  que 
más  había  vivido  en  la  sociedad,  había  practicado  el  arte 
de  permanecer  solitario,  y  que,  por  muy  dichoso  que 
fuese  con  los  suyos,  si  estaba  solo,  nada  echaba  de  menos. 

Cuando  aparecieron  las  famosas  Cartas,  los  que  habían 
tratado  con  intimidad  á  Humboldt,  y  que  se  preciaban  de 
conocer  bien  el  carácter  de  éste  y  su  temperamento  y 
las  condiciones  de  su  alma ,  quedaron  sorprendidos  al 
saber  que  había  tenido  una  amiga ,  con  la  que  había  es- 
tado en  continua  correspondencia  durante  veinte  años  y 
hasta  su  muerte.  Pero  los  aficionados  al  escándalo  que- 
daron chasqueados. 

Esta  amiga  se  nombraba  Carlota  Diede ,  y  Humboldt 
le  manifestó  más  de  una  vez  que  era  muy  de  su  gusto 
aquel  nombre ,  y  que  experimentaba  particular  contenta- 
miento cuando  le  pronunciaba  ó  le  escribía ;  complacíase 
también  el  diplomático  en  repetir  á  su  amiga  Carlota  que 
le  inspiraba  interés  vivísimo ;  pero  nada  había  en  todo 
esto  que  al  amor  se  pareciese. 

Toda  esta  correspondencia  está  escrita  con  estilo  gra- 
ve, sentencioso,  si  puede  decirse  así,  de  color  de  hoja 
seca,  que  evoca  el  recuerdo  délas  cartas  de  Séneca  á 
Lucillo.  La  amiga  era  persona  muy  melancóHca,  y  que, 
en  verdad,  tenía  motivos  sobrados  para  serlo.  Humboldt 
procuraba  consolarla;  enseñándole  cómo  es  menester 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


conducirse  para  dulcificar  los  sinsabores ,  para  llevar  con 
facilidad  el  pesado  fardo  de  la  existencia.  Las  ciento  cin- 
cuenta cartas  publicadas  contienen  un  tratado  completo 
de  filosofía  de  la  dicha ,  y  se  buscaría  inútilmente  en  ellas 
una  sola  palabra  que  pueda  comprometer  la  buena  me- 
moria del  filósofo.  Interesan,  instruyen,  edifican  á  veces; 
la  señora  de  Humboldt  hubiera  podido  leerlas  todas  sin 
hallar  cosa  alguna  que  la  escandalizase  ó  alarmara. 
-  A  más  de  esto ,  en  el  transcurso  de  veinte  años  que 
duró  esa  correspondencia ,  solamente  se  vieron  la  amiga 
y  el  amigo  dos  veces:  un  día  en  Francfort,  en  el  año  1817; 
después  en  Cassel,  en  1828.  Carlota  contaba,  á  la  sazón, 
cincuenta  y  nueve  años;  Humboldt  tenía  sesenta  y  uno. 
La  carta  en  que  éste  anuncia  su  visita,  no  es,  por  cierto, 
carta  de  enamorado ;  muy  tranquilo  tenía  el  pulso  cuando 
escribió:  «Me  considero  dichoso,  mi  querida  Carlota,  al 
decir  á  V.  que  hemos  variado  nuestro  itinerario ,  y  que 
pasaremos  por  Cassel.  Me  alegra  mucho  la  idea  de  ver 
á  V. ,  aunque  solamente  sea  por  una  ó  dos  horas.  Si  llego 
temprano,  iré  á  casa  de  V.  en  la  tarde  de  aquel  mismo 
día ;  si  llego  muy  tarde ,  nos  veremos  al  día  siguiente ,  y, 
caso  de  permanecer  allí  un  día  más,  haré  á  V.  dos  visi- 
tas». Al  cabo  solamente  pudo  hacer  una:  «Si  V.  hubiese 
vivido  más  cerca,  habría  yo  pasado  aún  media  hora  más 
en  su  compañía;  pero  era  imposible.  Estoy  contentísimo 
de  haber  visto  á  V.  en  su  casa,  de  la  que  guardo  y  guar- 
daré siempre  agradabilísimo  recuerdo  » . 

Sentimientos  son  estos  que  puede  uno  confesar  en  pre- 
sencia de  todo  el  mundo,  y,  no  obstante,  Humboldt  se 
habría  considerado  perdido  si  sus  parientes,  sus  amigos, 
su  secretario ,  hubieran  sabido  algo  de  su  intriga ,  tan 
filosófica  y  tan  inocente.  A  nadie  absolutamente  dijo  nun- 
ca una  palabra  de  esto.  Para  desorientar  más  completa- 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE. 


mente  á  sus  allegados,  llevó  el  abuso  de  las  precauciones 
hasta  hacer  que  un  maestro  de  escuela  de  aquellas  cer- 
canías escribiese  de  una  sola  vez  la  dirección  de  sus  car- 
tas á  Carlota.  Provisto  de  algunos  centenares  de  sobres, 
juzgábase  seguro  contra  las  indiscreciones  del  correo. 
Hay  personas  que  tienen  el  furor  del  misterio ,  y  para 
quienes  la  suprema  felicidad  es  tener  que  ocultar  alguna 
cosa. 

Es  bien  que  lo  digamos  todo.  Si  a  Humboldt  no  inspi- 
raba Carlota  más  que  un  sentimiento  tranquilo  de  buena 
amistad,  hubo  tiempo  en  que  esa  amiga  le  había  inspira- 
do otro  cariño  más  vehemente.  Sin  temor  de  equivocar- 
se ,  puédese  afirmar  que  Humboldt  estuvo  enamoradísimo 
de  Carlota,  no  por  mucho  tiempo:  por  tres  días.  Ocurrió 
esto  en  1788.  Como  el  futuro  diplomático  estudiaba  en- 
tonces en  Goettinga,  la  curiosidad  le  había  llevado  á  Pyr- 
mont ,  estación  balnearia  muy  visitada.  En  aquel  sitio ,  en 
la  mesa  redonda,  vio  á  una  joven  de  belleza  extraordi- 
naria, deslumbradora,  adorable.  Nada  podía  igualarse, 
según  parece,  á  la  frescura  de  sus  colores.  Abundante 
cabellera  rubia  orlaba  su  rostro,  y  sus  ojos  azules  tuvie- 
ron hasta  en  su  vejez  el  privilegio  de  atraer  á  los  hom- 
bres y  de  hechizarlos.  Era  aquella  joven  la  hija  del  pas- 
tor de  Lüderhausen ,  pueblecito  del  principado  de  Lippe- 
Detmold. 

La  literatura  alemana  trata  á  las  hijas  de  los  pastores 
mucho  mejor  que  á  las  hijas  de  los  maestros.  Preciso  es, 
sin  embargo,  no  juzgar  á  éstas  por  el  testimonio  algo 
sospechoso  de  Benjamín  Constant,  que,  corriendo  el  año 
mismo  en  que  Humboldt  había  encontrado  á  Carlota, 
llegaba  á  Goettinga,  y  escribía  á  la  señora  de  Chavriére: 
«He  visitado  al  profesor  Heyne,  y  he  visto  á  su  hija.  Mi 
entrada  en  casa  de  ésta  es  un  verdadero  efecto  de  tea- 


LA    ESPAÑA    MODERNA, 


tro :  figúrese  V.  una  habitación  entapizada  de  rosa  y 
con  cortinas  azules  ;  una  mesa  con  recado  de  escribir, 
papel  orlado  de  flores,  dos  plumas  nuevas  colocadas  pre- 
cisamente en  medio ,  y  un  lapicero  muy  bien  afilado  entre 
las  dos  plumas  :  un  escaño  con  multitud  de  botoncitos  de 
azul  celeste,  algunas  tazas  de  porcelana  muy  blancas 
con  rositas  pintadas,  y  dos  ó  tres  bustos  enanos  en  un 
rincón  ;  estaba  yo  deseoso  de  saber  si  la  persona  era  lo 
que  aquel  conjunto  prometía.  La  persona  me  ha  parecido 
inteligente  y  muy  sensata».  El  mismo  Benjamín  Constant 
continuaba  diciendo  que  es  necesario  perdonar  algunos 
caprichos  á  las  hijas  de  los  profesores  alemanes:  «Desdén 
hacia  el  lugar  en  que  habitan ,  quejas  de  la  falta  de  socie- 
dad de  los  escolares  á  quienes  es  preciso  ver ,  de  la  redu- 
cida y  monótona  esfera  en  que  se  encuentran ,  presunción 
y  matices  más  ó  menos  pronunciados  de  romanticismo ; 
tal  es  el  uniforme  de  su  talento  ;  y  la  señora  Heyne,  aper- 
cibida para  mi  visita,  había  tenido  la  precaución  de  po- 
nerse el  uniforme » . 

Las  hijas  de  maestros  de  escuela  están  destinadas  fre- 
cuentemente á  vivir  en  poblaciones  pequeñas ,  donde, 
quiéranlo  ó  no,  hállanse  envueltas  en  todos  los  enredos, 
en  todos  los  chismes  de  vecindad  y  en  todas  las  murmu- 
raciones. Las  hijas  de  los  pastores  de  aldea  viven  en  un 
pueblecito  donde  nadie  les  disputa  su  categoría  ;  pueden, 
por  consiguiente,  prescindir  de  la  presunción.  Humboldt 
quería  mucho  á  esas  princesas  rurales ,  en  quienes  se 
unían,  ajuicio  del  sabio,  las  gracias  del  ingenio  con  la 
sencillez  de  corazón  y  de  modales  ,  y  que  tenían  bastante 
mundo,  sin  ser  demasiado  mundanas.  A.sí  se  le  apareció 
Carlota ,  y  fué  un  hechizo .  Juntos  pasaron  tres  días  felices. 
No  se  separaban  un  solo  momento,  desde  la  mañana  hasta 
la  noche;  paseaban,  charlaban....;  habíase  convertido 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE.  I  I 

Pyrmont  para  ellos  en  un  lugar  de  inocentes  delicias.  Al 
despedirse  de  esta  criatura  adorable,  el  estudiante  de 
Goettinga  la  entregó  una  hoja  de  álbum ;  hoja  en  que  había 
escrito  estas  palabras :  «El  amor  á  la  verdad,  al  bien  y  á 
la  belleza,  ennoblece  y  exalta  el  corazón  ;  pero  muy  poco 
vale  esto  si  un  alma  simpática  no  comparte  con  nosotros 
por  igual  lo  que  sentimos.  Nunca  esta  convicción  ha  es- 
tado arraigada  en  mi  espíritu  con  la  fuerza  que  en  este 
momento  en  que  me  separo  de  V.,  con  la  esperanza  in- 
cierta de  verla  de  nuevo».  Humboldt  había  prometido, 
sin  embargo,  solemnemente  que  antes  de  mucho  tiempo 
iría  á  visitar  al  pastor  de  Lüdenhausen.  Aquel  estudiante 
era  barón,  y  no  cumpHó  su  palabra.  Llamáranse  Guiller- 
mo ó  Alejandro ,  los  Humboldts  eran  hombres  prudentes, 
dueños  siempre  de  sus  inclinaciones ,  y  muy  cuidadosos 
de  separar  de  su  camino  todo  lo  que  podía  embarazarles. 
Sin  embargo ,  á  través  de  todas  las  vicisitudes  de  su 
vida,  nunca  olvidó  Alejandro  los  cabellos  rubios  ni  los 
ojos  azules  que  habían  hecho  peHgrar  su  parsimonia  du- 
rante algunas  horas;  acordábase  de  cierto  paseo  que 
cierto  barón,  joven  aún,  había  recorrido  acompañando 
á  la  hija  de  un  pastor;  de  cierto  banco  en  el  que  ambos 
se  habían  sentado;  y  cuando,  veintiséis  años  después, 
hallándose  él  en  el  Congreso  de  Viena ,  recibió  una  carta, 
en  la  cual  una  mujer  muy  desdichada  le  confiaba  sus 
penas  y  le  pedía  consejos ,  aquel  capítulo  de  su  pasado, 
evocado  tan  súbitamente,  causó  emoción  vivísima  en 
aquel  diplomático,  que  se  jactaba  de  conmoverse  poco. 
«No  sé,  escribía  Humboldt  á  Carlota,  si  volveremos  á 
vernos;  pero  aseguro  que  algo  de  V.  ha  quedado  en  mi 
alma.  Es  V.  para  mí  como  una  aparición  del  pasado,  que 
no  se  borrará  nunca  de  mi  memoria....  ¡Peregrinas  rela- 
ciones las  nuestras !  ¡  Dos  seres  que  se  vieron  durante 


12  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


tres  días ,  hace  ya  muchos  años ,  y  que  tienen  muy  pocas 
probabilidades  de  volver  á  verse !  La  pura  y  honda  ale- 
gría que  experimento  en  este  instante  es  de  una  índole 
tan  extraña ,  que  me  avergonzaría  yo  si  no  confesase  que 
la  imagen  de  V.  se  ha  confundido  siempre ,  dentro  de  mí, 
con  todos  los  sentimientos  de  la  juventud,  con  el  recuerdo 
de  unos  tiempos  que  son  ya  idos,  y  en  los  cuales  nuestra 
Alemania  era  mucho  más  bella  que  ahora. » 

Compréndese  fácilmente  que  Humboldt  se  cuidó  muy 
poco  de  ver  á  Carlota.  Aquel  hombre,  nada  novelesco, 
había  tenido  en  otro  tiempo  su  novela :  temía  estropearla. 
Como  Carlota  hubiese  encomendado  á  su  amigo  el  en- 
cargo de  resolver  si  debía  ella  vivir  en  Brunswick  ó  en 
Goettinga,  le  respondió:  «Cuando  estaba  yo  en  Bruns- 
wick no  conocía  á  V. ;  en  Goettinga  pensé  en  V.  muy  á 
menudo.  Trasládese  V.  á  Goettinga».  Al  goce  de  recor- 
dar se  unió  muy  pronto  el  placer  de  hallarse  con  una 
conciencia  á  la  cual  dirigir.  Carlota  le  había  escogido, 
entre  todos ,  para  confesor  suyo  ,  para  su  director  espi- 
ritual. Juzgaba  Humboldt  que  para  un  hombre  es  bueno 
y  honroso  tener  la  custodia  de  un  corazón  femenino  que 
se  abandone  á  él  completamente  sin  reserva  y  de  buena 
fe.  No  pongamos  en  olvido  que  era  infinitamente  curioso. 

En  los  ratos  de  vagar  que  le  dejaba  el  estudio  del 
chino,  del  kawi  y  del  hombre  primitivo,  su  pasión  domi- 
nante, así  lo  confesaba  él  mismo,  era  la  de  estudiar  á  los 
hombres  y  á  las  mujeres  de  su  tiempo ;  la  de  represen- 
tarse exactamente  su  manera  de  vivir  y  de  pensar.  «Los 
defino ,  los  clasifico ,  los  agrego  á  ideas  generales ,  y  hago 
de  todo  esto  una  ciencia  particular.»  Carlota  era  una 
persona  digna  de  ser  definida'y  clasificada.  Humboldt  exi- 
gía de  ella,  no  ya  solamente  que  le  escribiese  con  fre- 
cuencia ,  sino  que  le  refiriese  circunstanciadamente  toda 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE.  1 3 

SU  historia  año  por  año.  Reservábale,  sin  duda,  algún 
párrafo  en  su  tratado  de  antropología  comparada ,  con 
cu5'^a  publicación  soñó  mucho  tiempo.  Así  pasamos  desde 
la  emoción  á  la  curiosidad ;  la  correspondencia  después 
se  convierte  en  costumbre ,  y  nuestras  costumbres  nos 
son  más  queridas  á  medida  que  envejecemos.  Humboldt, 
aconsejando  y  consolando  á  su  amiga ,  realizaba  induda- 
blemente una  buena  obra ;  pero  en  ella  encontraba  su 
ventaja  y  su  placer,  y  es  lícito  decir,  sin  que  estas  pala- 
bras le  ofendan,  que  ese  género  de  beneficencia  era  lo 
que  á  él  más  le  gustaba. 

Carlota  conservaba  religiosamente  las  cartas  de  su 
ilustre  amigo :  pero  había  ordenado  á  éste  que  destruyera 
las  escritas  por  ella.  De  Carlota  consérvanse  solamente 
las  que  escribió  á  sus  hermanas ,  y  que  una  persona,  ani- 
mada de  piadoso  celo  por  la  memoria  de  aquélla ,  se  tomó 
el  trabajo  de  coleccionar.  Mr.  Otto  Hartwig  las  publicó, 
agregando  á  ellas  una  noticia  interesante  y  curiosa ,  en 
que  se  halla  casi  todo  lo  que  nos  importaba  saber.  Gra- 
cias á  él  y  á  sus  investigaciones ,  conocemos  desde  ahora 
á  la  hija  del  pastor  de  Lüdenhausen,  y  podemos,  á  nues- 
tra vez,  definirla  y  clasificarla. 

Aún  no  había  cumphdo  veinte  años ,  cuando  tuvo  una 
desdichada  y  ruidosa  aventura.  La  pobre  se  aburría  en 
su  aldea,  y  deseaba  salir  de  ella  á  toda  costa.  No  obs- 
tante la  decidida  oposición  de  su  familia,  Carlota  resolvió 
casarse  con  el  doctor  Diede,  procurador  del  Supremo 
Tribunal  de  Cassel.  Este  doctor  en  derecho  era  rico ,  pero 
de  alma  grosera,  de  carácter  brutal,  y  aunque  muy 
vehemente  en  sus  amores  ,  nunca  supo  respetar  aquello 
que  amaba.  Desde  los  primeros  días  adquirió  Carlota  el 
convencimiento  de  que  sentía  hacia  él  antes  aversión  que 
cariño.  Habíala  educado  su  padre  en  los  principios  más 


14  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


severos ;  pero  ella  inventó  para  uso  propio  otros  que  no 
lo  eran  tanto.  Habíase  unido  muy  íntimamente  á  una 
mujer  demasiado  ligera  y  que  ejercía  sobre  Carlota  gran 
predominio;  esta  mujer  le  demostró  con  su  ejemplo  que 
existen  arreglos  especiales  en  la  ley  del  matrimonio. 

Á  más  de  esto ,  Carlota  vivía  en  una  época  en  la  cual 
proclamaban  muchos  los  derechos  imprescriptibles  de  la 
pasión,  predicaban  la  libertad  de  los  corazones,  el  amor 
libre,  la  vida  racional  en  oposición  á  la  vida  estúpida.  En 
Weimar,  como  en  Jena,  existían  mujeres  de  las  cuales 
se  hablaba  mucho;  rodeábaselas  de  homenajes,  y,  para 
lisonjearlas ,  los  filósofos  y  los  poetas  enseñaban  que  cier- 
tos deberes  son  solamente  preocupaciones  del  vulgo.  «No 
se  toma  en  serio  el  matrimonio,  die  Ehen  gelten  nichU, 
decía  Juan  Pablo.  En  Cassel  no  iban  mucho  mejor  que 
en  Weimar  estas  cosas.  El  landgrave  Guillermo  IX  no 
pensaba,  ni  mucho  ni  poco,  en  moralizar  á  sus  subditos. 
Andábase  ya  en  su  tercera  amante  oficial ,  en  la  cual  tuvo 
hasta  diez  y  ocho  hijos.  Carlota  Diede  cedió  ala  corrien- 
te, y  acabó  por  creer  que  puede  una  casarse  con  un  hom- 
bre á  quien  no  ama ,  sin  que  esto  pueda  tener  consecuen- 
cias, y  que  existen  consuelos  permitidos. 

Su  marido  fué  muy  imprudente.  Aquel  hombre  brutal 
estaba  orgulloso  de  la  hermosura,  del  talento  de  su  mu- 
jer y  de  la  admiración  de  que  ella  era  objeto.  Entre  los 
admiradores  que  frecuentaban  su  casa,  había  un  oficial 
llamado  Von  Hanstein ,  capitán  en  el  regimiento  de  gra- 
naderos de  la  Guardia.  Tenía  un  alma  bastante  vulgar; 
pero  era  de  muy  buena  familia,  de  formas  hercúleas  y 
de  maneras  muy  agradables.  Aunque  su  cara  estaba  muy 
picada  de  viruelas ,  tenía  fama  de  ser  el  más  irresistible 
de  los  seductores,  y  muy  pronto  se  vanaglorió  de  haber 
sido  afortunado  con  la  hermosa  señora  de  Diede.  El  ma- 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE.  I  ^ 

rido  concibió  sospechas,  dio  gran  escándalo,  maltrató 
á  su  mujer,  que,  abandonando  el  domicilio  conyugal, 
buscó  refugio  en  casa  de  su  amante. 

El  doctor  Diede  entabló  demanda  de  divorcio ,  y  lo 
obtuvo  muy  fácilmente.  Carlota  no  tardó  mucho  en  de- 
plorar su  calaverada;  pero  se  lisonjeaba  con  la  esperanza 
de  salvar  su  reputación  casándose  con  su  capitán  de 
granaderos,  á  quien  adoraba.  Entretúvola  Hanstein  con 
promesas  durante  catorce  años ,  la  engañó  con  vanas  es- 
peranzas ,  ligándose  ó  desligándose ,  sin  pudor ,  hasta  el 
día  en  que  se  casó  con  otra.  Carlota  pagó  muy  cara  su 
falta.  Necesitaba  ilusiones,  y  al  perderlas,  poco  le  faltó 
para  que  perdiese  la  vida.  La  infeliz  pasó  el  resto  de  su 
existencia  entre  las  amarguras  del  remordimiento  y  las 
inquietudes  del  deseo.  Estaba  desconsolada,  y  pobre  y 
enferma.  Tenía  la  desgracia  de  colocar  mal  los  capitales, 
y  su  modesta  fortuna  desapareció  en  ese  abismo.  Que- 
dábanle ,  sin  embargo ,  sus  dedos  de  hada ,  de  los  cuales 
se  sirvió  para  fabricar  flores  de  exquisito  gusto ;  éste  fué 
su  único  medio  de  subsistencia.  Pero  era  preciso  traba- 
jar sin  descanso ,  acostarse  muy  tarde ,  levantarse  muy 
temprano.  Su  valor  se  sobrepuso  á  todas  estas  pruebas, 
y  las  venció. 

Aunque  su  salud  estaba  muy  quebrantada  y  su  belleza 
había  disminuido  bastante,  aún  inspiraba  grandes  pasio- 
nes. No  era  posible  acercarse  á  ella  sin  amarla.  Las  de- 
claraciones que  se  le  dirigían  no  eran  ciertamente  para 
disgustarla.  Carlota  no  se  enojaba ;  asombrábase ,  pro- 
rrumpía en  exclamaciones  de  sorpresa ,  y  reñía  al  ena- 
morado, aunque  con  dulzura.  De  ella  dependió  el  casarse 
con  otro  oñcial  que  tenía  más  corazón  que  Hanstein.  Pero 
era  suspicaz ,  muy  celoso ,  y  Carlota  no  supo  tranquili- 
zarle. Aunque  creyó  ella  que  la  amaba  con  verdadera 


1 6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


pasión,  tan  pronto  quería,  tan  pronto  no  quería,  y  alter- 
nativamente adelantaba  ó  retrocedía.  «V.  ama  á  todos  y 
no  ama  á  ninguno»  (decía  él  encolerizado).  Y  á  impulsos 
del  despecho,  levantó  el  sitio.  Poco  después  un  hombre 
casado ,  muy  rico ,  que  había  hecho  á  Carlota  algunos 
favores  de  dinero ,  le  insinuó  proposiciones  que  ella  re- 
chazó con  horror.  Carlota  no  había  nacido  para  ser  feliz; 
era  demasiado  coqueta  para  mujer  honrada ,  y  demasiado 
honrada  para  coqueta.  Sea  uno  lo  que  fuere ,  es  menes- 
ter que  lo  sea  del  todo ;  es  el  mejor  medio  para  tener  pro- 
babilidades de  lograr  algo  en  el  mundo . 

Carlota  fué  mucho  tiempo  coqueta,  y  siempre  ro- 
mántica. Nunca  supo  aceptar  la  vida  por  lo  que  la  vida 
es,  ni  ver  á  los  hombres  tales  cuales  son.  Era  tan  sincera 
en  su  comportamiento ,  cuanto  había  sido  candida  en  su 
falta,  y  poseía  toda  clase  de  virtudes  :  honor,  desinterés, 
valor;  todas  las  soberbias  de  un  alma  grande.  Hubo  de 
contraer  deudas  en  más  de  una  ocasión ,  y  entonces  se 
imponía  á  sí  misma,  sin  regatearlas  y  sin  quejarse ,  todas 
las  privaciones  necesarias  para  saldar  sus  cuentas.  Con- 
forme avanzaba  en  edad ,  adquiría  más  delicadeza  en  sus 
sentimientos;  las  cartas  que  publicó  Mr.  Hartwig  dan  fe 
de  esto,  y  el  estilo  es  en  todas  tan  noble  cuanto  abundante 
y  fácil.  Solamente  le  faltaba  una  cosa ,  cuya  ausencia 
perjudica  mucho:  sentido  común.  Adoró  neciamente  en 
su  capitán  de  granaderos,  que  le  quitaba  dinero,  y  des- 
pués le  reprochaba  el  humillar  á  su  amante  trabajando 
para  vivir.  Y  Carlota,  sin  embargo ,  se  obstinaba  en  con- 
siderarle como  el  más  magnánimo  de  los  mortales;  nece- 
sitó una  experiencia  de  más  de  dos  años  para  convencerse 
de  que  su  héroe  era  un  bribón  que  se  burlaba  de  ella. 

Cuando  estuvo  desengañada,  buscó  en  otra  parte  un 
corazón  honrado  al  que  poder  unirse.  Nadie  solicitó  más 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE.  I  7 


que  su  amor;  pero  la  confianza  faltó  siempre,  y  Carlota 
se  indignaba.  Quejábase  constantemente  de  que  el  mundo 
fuese  implacable ;  que  no  comprendiese  que  el  sincero 
arrepentimiento  lava  la  falta,  y  que  la  experiencia  trans- 
forma las  almas.  El  mundo,  efectivamente,  cree  con  mu- 
cha dificultad  en  el  arrepentimiento ,  y  admite  con  más 
dificultad  aún  que  haya  mujeres  que  sólo  cometan  una 
falta  y  que  se  sientan  curadas  para  siempre  del  deseo  de 
volver  á  empezar.  Tenía  Carlota  unos  ojos  tan  dulces,  que 
no  era  fácil  faltara  quien  se  prestase  muy  gustoso  á  con- 
solarla ;  pero  á  ella  no  le  bastaba  el  amor ;  exigía  el  res- 
peto y  la  fe  que  no  razona.  «He  hecho  descubrimientos 
muyemeles,  escribía  Carlota  á  su  hermana.  Derramo 
todas  las  lágrimas  de  mis  ojos  al  pensar  que  la  sociedad 
es  bastante  injusta  para  no  dar  al  olvido  un  extravío  de 
la  juventud  ;  extravío  rescatado  por  muchos  años  de  una 
conducta  irreprensible.  Por  dondequiera  que  mi  pasado 
se  desconoce,  todos  se  dirigen  á  mí  con  bondad  y  me 
prodigan  muestras  de  estimación;  se  informan  después,  y 
se  alejan  todos  de  mí  ;  aunque,  por  último,  muden  de  pa- 
recer cuando  me  conocen  mejor.  Pero  mi  pobre  corazón 
sufre  cruelmente  ;  me  reconcentro  en  mí  misma,  y  me  en- 
cierro en  mi  soledad  triste. » 

Le  parecía  que  se  hallaba  rodeada  de  ciegos  que  no 
querían  dejarse  batir  las  cataratas.  ¿Era  posible  que  se 
pasase  un  cuarto  de  hora  al  lado  suyo  sin  adivinar  los 
tesoros  de  ternura  que  ocultaba  ella  en  el  fondo  de  su 
alma?  ¿Sin  comprender  que  existía  en  ella  lo  necesario 
para  labrar  la  completa  dicha  de  un  hombre?  Respetar 
á  Carlota  Diede  y  hacerse  amar  por  ella....  ¡Oh!  Esto 
habría  sido  disfrutar  en  la  tierra  todas  las  delicias  del 
cielo. 

Pero  no  ;  los  que  la  amaban  no  sabían  creer,  ni  aun  se 

2 


1 8  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


limitaban  á  dudar  :  eran  suspicaces,  sombríos,  celosos. 
Otros  le  decían  :  « V.  es  seductora ,  y  solamente  en  V. 
consiste  proporcionarse  tranquilidad  y  comodidades.  Do- 
blegue V.  un  poco  su  carácter  ;  transija  con  sus  princi- 
pios; procure  parecerse  á  todo  el  mundo  ;  acepte  V.  las 
proposiciones  que  se  le  hacen,  y  deje  V.  á  un  lado  esas 
ínfulas  ;  al  fin  y  al  cabo  V.  no  es  una  reina».  Erguíase 
entonces  Carlota,  y  con  el  dedo  señalaba  la  puerta  al  in- 
solente ;  y  esto  era  un  consuelo  para  su  orgullo  ultrajado 
y  herido,  i  Ay!  El  insolente  partía;  pero  el  disgusto  se  que- 
daba, y  de  día  en  día  aproximábase  la  vejez  poco  á  poco. 
De  muy  buena  gana  habría  dicho  Carlota ,  como  Safo  : 
«La  dulce  manzana  madura  en  el  extremo,  muy  en  el 
extremo  de  la  rama,  y  allí  la  han  olvidado  los  recolecto- 
res de  manzanas....  No,  no  la  han  olvidado ;  es  que  no  han 
sabido  cogerla » . 

No  pudiendo  sustraerse  á  sus  pesares  ,  trató  de 
adormecerlos.  La  religión  fué  su  auxilio  y  su  refugio. 
El  sufrimiento  exaltaba  su  espíritu,  y  del  mismo  modo 
era  novelesca  en  materia  de  dogma  y  de  prácticas  reli- 
giosas que  en  los  juicios  que  formaba  acerca  de  los  hom- 
bres. 

Le  parecía  que  algún  ser  muy  poderoso  y  muy  per- 
verso se  encarnizaba  persigiéndola ;  que  el  mismo  diablo 
en  persona  impedía  á  los  capitanes  de  granaderos  casarse 
con  las  mujeres  que  los  amaban,  y  suplicaba  á  los  tronos 
y  á  las  dominaciones  que  la  salvaran  del  demonio.  Carlota 
se  curaba  muy  poco  de  la  Providencia  universal ;  nece- 
sitaba una  providencita  particular  que  reahzara  mila- 
gros en  favor  de  Carlota  Diede.  Deseaba  que  su  Dios 
fuera  para  ella  más  que  para  los  otros  mortales ;  que  le 
perteneciese  y  le  revelase  su  presencia  por  medio  de  avi- 
sos secretos.  Para  poner  á  prueba  á  su  Dios,   determinó 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE.  1 9 


tomar  un  billete  de  cierta  lotería,  á  pesar  de  que  se  ha- 
bían ya  tirado  cinco  series.  El  billete  le  costó  treinta  tha- 
lers:  Carlota  ganó  dos  mil,  que  tardó  muy  poco  en  per- 
der. El  sentido  común  es  un  consejero  más  seguro  que 
las  suertes  bíblicas. 

Es  muy  presumible  que  cuando  en  1814  concibió  de 
pronto  el  pensamiento  de  refrescar  la  memoria  de  Hum- 
boldt ,  y  de  pedirle  algún  auxilio ,  le  viese  á  través  de 
sus  recuerdos,  y  se  creyera  todavía  en  Pyrmont.  Car- 
lota esperaba  indudablemente  de  aquel  sabio  algo  más 
de  lo  que  el  sabio  podía  darle ,  y  debió  de  costarle  bastan- 
te trabajo  acomodarse  á  la  moral  austera  que  él  le  pre- 
dicaba. 

Adivínase  en  las  cartas  de  Humboldt  el  temor  de 
que  Carlota  se  equivocase,  el  deseo  de  detenerla  en  una 
pendiente  peligrosa,  y  de  volver  al  buen  camino  aquella 
imaginación  expuesta  á  extraviarse. 

En  16  de  Julio  de  1825  le  escribió  Humboldt:  «Siento 
mucho  que  V.  se  queje  siempre  de  sus  negras  melan- 
colías, que  no  puedo  aprobar,  y  que  V.  debe  combatir 
á  todo  trance,  querida  Carlota.  Lo  atribuyo  en  parte 
al  exceso  de  trabajo ;  pero  seguramente  ninguna  respon- 
sabilidad me  alcanza  en  esto.  Si  sabe  V.  leer  mis  cartas, 
verá  en  ellas,  y  en  cada  una  de  sus  líneas  ,  el  interés, 
el  afecto  que  V.  me  inspira,  y  el  contentamiento  que 
me  causaría  saber  que  era  V.  dichosa.  Tengo  una  idea 
muy  clara  de  lo  que  podemos  ser  el  uno  para  el  otro. 
V.  conoce  perfectamente  mis  sentimientos  hacia  V.;  por 
breve,  por  efímero  que  haya  sido  nuestro  primer  encuen- 
tro, siempre  he  conservado  de  él  un  recuerdo  querido, 
y  he  aprovechado  apresuradamente  la  ocasión  de  mani- 
festar á  V.  mi  simpatía.  Nuestra  hermosa  y  tranquila 
amistad,  tan  adecuada  á  mi  edad  cuanto  á  mis  inclinacio- 


20  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


nes,  puede  durar  hasta  el  término  de  nuestra  existencia; 
aquí  nada  hay,  ni  en  V.  ni  en  mí,  según  entiendo ,  que  á 
esto  se  oponga.  Si,  como  creo  firmemente,  puede  V. 
contentarse  con  esto ,  irá  todo  perfectamente » .  Como 
hombre  prevenido,  desconfiaba  Humboldt  del  precipicio, 
y  colocaba  pretiles  á  los  dos  lados  del  puente. 

No  hay  obra  de  misericordia  más  difícil  que  la  de  con- 
solar á  los  afligidos.  El  filósofo  Citófilo  respondió  cierto 
día  á  una  mujer,  que  procuraba  conmoverle  con  la  rela- 
ción de  sus  desgracias,  que  la  historia  universal  no  es  sino 
un  encadenamiento  de  desventuras  ;  que  la  reina  Enri- 
queta había  visto  morir  en  el  cadalso  á  su  augusto  es- 
poso ;  que  María  Estuardo  había  sido  decapitada  ;  que  la 
hermosa  Juana  de  Ñapóles  había  sido  presa  y  ahorcada. 
«  Lo  siento  por  ellas» ,  respondió  la  señora,  y  tornó  á  sus 
melancolías.  Guillermo  de  Humboldt ,  para  consolar  á 
Carlota  Diede,  procedió  completamente  al  contrario. 
Nunca  pensaba  en  recordar  que  todos  tenemos  nuestros 
disgustos  ;  antes  se  complacía  en  repetirle  que  existían 
personas  completamente  felices ,  y  que  Guillermo  Hum- 
boldt estaba  entre  ellas.  Narraba  sus  prosperidades,  des- 
cribíale su  hermoso  castillo  de  Tegel ,  sus  antigüedades, 
sus  mármoles  ,  sus  estatuas ,  una  cabeza  de  Medusa  en 
pórfido  (regalo  de  un  Sumo  Pontífice),  una  bonita  ninfa 
sacando  agua  que  ornaba  uno  de  los   huecos   de   su 

salón. 

Aunque  no  tenemos  las  cartas  de  Carlota,  las  respues- 
tas de  su  buen  amigo  bastan  para  que  las  conozcamos. 
La  conversación  epistolar  sostenida  entre  ambos  puede 
resumirse  del  modo  siguiente  : 

«Pero,  ¿qué?,  preguntaba,  lanzando  suspiros,  la  per- 
sona afligida  y  pobre  y  enferma.  ¿V.  es  real  y  efectiva- 
mente dichoso?— Seguramente  ;  ¿cómo  no  había  3^0  de 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE.  21 


serlo?  Durante  mi  vida  he  disfrutado  de  la  libertad  que 
da  la  fortuna ,  y  he  podido  entregarme  sin  obstáculos  á 
mis  gustos.  Mi  salud  es  buena  ;  mi  carácter  igual.  Las 
contrariedades  del  destino  me  importan  muy  poco.  Ni  el 
mal  tiempo,  ni  la  bruma  del  invierno  me  entristecen  ;  un 
cielo  nublado  tiene  á  mis  ojos  su  encanto,  y  no  conozco  en 
el  mundo  nada  de  que  no  pueda  yo  sacar  algún  deleite  ó 
algún  provecho.  Cuando  ha  sido  menester  que  renuncia- 
se yo  á  los  negocios,  me  ha  costado  muy  poco  hacerlo  ; 
el  estudio  ha  sustituido  perfectamente  á  todo.  Trabajo 
durante  todo  el  día  ;  no  salgo  de  mi  habitación  hasta  muy 
entrada  la  noche ,  y  estoy  constantemente  tranquilo ,  ocu- 
pado siempre,  y  á  todas  horas  contento  de  mí  mismo  y  de 
los  demás.— ¿De  modo  que  nada  echa  V.  de  menos?— No; 
desconozco  la  esclavitud  del  deseo.  Sé  gozar  y  sé  también 
privarme  de  goces.  Tengo  siempre  muchísimo  gusto  en 
ver  á  mi  esposa,  á  mis  hijos,  á  mis  amigos  ;  cuando  no 
los  veo ,  no  me  hacen  falta ;  me  las  arreglo  de  suerte  que 
me  basto  á  mí  mismo. — Según  eso  ,  V.  que  me  manda  es- 
cribirle, V.  que  asegura  que  mis  cartas  le  complacen, 
;  no  tiene  necesidad  de  recibirlas  ? — ¿  Qué  voy  á  decirle  so- 
bre eso,  mi  querida  Carlota?  Los  verdaderos  placeres  son 
aquellos  de  los  cuales  podemos  prescindir ,  porque  toda 
necesidad  es  un  dolor  que  empieza. — ¡Dios  mío!  (ex- 
clamaba Carlota,  asombrada  por  la  insolencia  de  esa  feli- 
cidad.) ¿Qué  necesito  hacer  para  sufrir  menos? — Necesita 
V.  hacer  lo  que  yo  :  mirar  con  indiferencia  muchas  co- 
sas; convencerse  de  que  todo  lo  que  nos  ayuda  á  madu- 
rar es  bueno;  tener  cuidadosamente  equilibrado  el  espí- 
ritu ;  adquirir  este  reposo  del  corazón  que  he  poseído 
desde  joven  y  que  es  preferible  á  la  alegría.» 

Carlota  fingía  aprobar  aquel  método,  pero  hallaba  in- 
finitas dificultades  para  seguirlo;  y  aquellos  recursos  que 


22  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Humboldt  tanto  elogiaba ,  no  eran  para  utilizados  por 
ella.  Aconsejábala  que  se  olvidase  de  sus  desdichas  con- 
templando el  cielo  estrellado.  «¿Ha  observado  V.,  le  es- 
cribía, la  hermosura  del  cielo  en  estas  últimas  noches  de 
Septiembre  y  de  Octubre?  Tres  planetas  y  una  estrella  de 
primera  magnitud  se  encontraban  reunidos ;  descubríase 
á  Marte  y  á  Júpiter  en  la  constelación  del  León ;  Venus 
brillaba  al  lado  de  la  estrella  Sirio.  El  instante  de  más  be- 
lleza era  entre  las  tres  y  las  cuatro  de  la  madrugada.  Mi 
mujer  y  yo  nos  hemos  levantado  casi  todas  las  noches,  y 
hemos  permanecido  mucho  tiempo  asomados  á  la  ven- 
tana, y  gozando  con  aquel  espectáculo.  Siempre  he  sido 
muy  aficionado  á  contemplar  las  estrellas.  Mirándolas  se 
desprende  el  alma  de  todo  lo  terreno.  Frente  á  esos  infi- 
nitos mundos  esparcidos  en  las  inmensidades  del  espacio 
nos  sentimos  anulados;  nuestros  destinos,  nuestros  pla- 
ceres, nuestras  privaciones,  cosas  todas  á  las  cuales  con- 
cedemos tanta  importancia,  se  reducen  á  la  nada.  Añada 
V.  á  esto  que  esas  estrellas  siempre  en  movimiento  en- 
vuelven todas  las  generaciones  de  los  hombres  y  todas 
las  épocas  de  la  naturaleza ;  todo  lo  han  visto  desde  el 
principio;  lo  verán  todo  hasta  el  fin.  Es  este  un  pensa- 
miento en  el  cual  me  gusta  abismarme.  V. ,  querida  Car- 
lota, hará  perfectamente  estudiando  la  astronomía ;  si  V. 
quiere,  le  daré  instrucciones  acerca  de  esto  ,  indicándole 
los  libros  que  pueden  serle  útiles.» 

Carlota  hacía  siempre  lo  que  Humboldt  le  decía ;  se 
puso ,  por  consiguiente ,  á  mirar  al  cielo ;  pero  no  consi- 
guió olvidar  sus  penas ;  buscaba  Carlota  en  la  inmensidad 
del  firmamento  el  astro  en  que  hallaría  ella  su  fehcidad 
al  abandonar  esta  tierra  tan  triste.  Humboldt  la  repren- 
día por  esto ;  el  sabio  no  se  cansaba  de  repetirle  que  el 
verdadero  contentamiento  consiste  en  desprenderse  de  sí 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE.  23 

propio ,  y  desligarse  del  corazón  para  vivir  en  el  mundo 
de  las  ideas  eternas ,  inmutables ,  que  son  para  el  hombre 
manantial  de  una  felicidad  sin  males ,  y  la  amistad  única 
que  no  le  engaña  nunca.  Carlota  procuraba  creerle  en 
esto;  poníase  con  mil  dificultades  en  camino  hacia  el 
mundo  de  las  ideas;  pero  llevaba  siempre  consigo  sus  re- 
cuerdos, sus  remordimientos,  sus  dolores.  Pensaba  en  las 
perfidias  de  Hanstein ,  en  las  crueldades  de  los  hombres 
con  respecto  á  ella,  y  por  grandes  esfuerzos  que  hiciese 
para  huir  de  ella  misma,  tornaba  á  encontrar  en  todas 
partes  á  Carlota  Diede.  Es  cierto  que  cuando  hay  incer- 
tidumbre  é  inquietud  para  el  mañana ;  cuando  se  necesita 
pasar  la  noche  elaborando  flores  artificiales ;  cuando  se 
tienen  acreedores  que  apremian ,  es  más  difícil  de  practi- 
car el  amor  intellecUialis  de  Spinoza  ó  la  ataraxia  de 
los  estoicos ,  que  cuando  se  tiene  la  fortuna  de  ser  barón, 
de  no  tener  acreedores  ni  penas  del  alma ,  de  habitar  en 
Tegel  un  hermoso  castillo  muy  cómodo ,  lleno  de  esta- 
tuas que  llevan  sobre  su  frente  y  en  sus  ojos  sin  mirada 
la  serenidad  del  Olimpo. 

Refiriéndonos  al  testimonio  de  una  amiga  suya ,  Car- 
lota se  atormentó ,  se  maltrató  hasta  la  hora  de  su  muer- 
te. « Había  en  ella  siempre ,  así  nos  dicen ,  como  una  llama 
de  inquietud  (Es  war  bis  ans  Ende  der  Tage  eine  flaín- 
mende  Unruhe  su  ihr).  Y,  no  obstante,  las  cartas  deHum- 
boldt  eran  para  Carlota  un  consuelo  que  el  cielo  mismo  le 
enviaba.  Era  muy  dulce  á  Carlota  Diede  pensar  que 
un  grande  hombre  se  acordaba  de  ella  y  se  dignaba  ex- 
hortarla á  que  contemplase  el  cielo.  Tratábale  de  «amigo 
celestial ,  amigo  divino » .  No  eran  precisamente  los  con- 
suelos los  que  la  halagaban ,  sino  el  hombre  que  preten- 
día consolarla,  y  en  esto,  lo  mismo  que  en  todo,  Carlota 
era  verdaderamente  mujer.  El  amigo  divino  y  celestial 


24  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


no  cumplió  sus  deberes  hasta  el  fin.  Durante  mucho 
tiempo  Humboldt  pasó  á  Carlota  una  pensioncita  de  cerca 
de  cuatrocientos  francos ,  que  le  era ,  en  verdad ,  muy  ne- 
cesaria para  nivelar  su  presupuesto.  Pero  murió  en  1835, 
sin  dejar  nada  á  su  querida  amiga.  Mr.  Gutzkow  quiere 
explicar  esto  atribuyéndolo  á  la  desidia  del  filósofo  ; 
Mr.  Hartwig  lo  explica  por  su  amor  al  misterio  :  no  quiso 
que  sus  herederos  hallasen  el  nombre  de  Carlota  en  el 
testamento.  Nos  inclinaríamos  más  á  creer  que  Hum- 
boldt había  ajustado  cuentas  en  su  cabeza,  y  encontrado 
que  estaba  quito  y  cumplido  con  la  amistad.  Lo  mismo 
que  su  hermano  Alejandro ,  Guillermo  de  Humboldt  era 
de  esos  hombres  que  calculan  todas  sus  acciones  como 
todas  sus  generosidades,  y  que  saben  perfectamente  dón- 
de acaba  el  deber  y  comienza  la  tontería.  La  pobre  Car- 
lota estaba  destinada  á  experimentar ,  unos  en  pos  de 
otros,  todos  los  desamparos.  No  por  esto  dejó  de  ser 
amada  por  ella  la  memoria  de  su  amigo  divino.  Pero  la 
vejez  comenzaba  á  hacerle  sentir  sus  achaques;  las  en- 
fermedades llegaban,  y  sus  dedos  de  hada  comenzaban  á 
rehusar  sus  servicios.  Poco  tiempo  después  vióse  preci- 
sada Carlota,  para  no  morir  de  hambre,  á  elevar  al  rey 
de  Prusia,  Federico  Guillermo  IV,  una  soHcitud,  que  fué 
atendida.  El  rey  concedió  á  Carlota  Diede  una  pensión 
de  poco  más  ó  menos  mil  francos,  que  la  pobre  hubo 
de  disfrutar  poco  tiempo.  Al  año  siguiente  ya  había 
muerto;  en  el  cementerio  de  Cassel  disfrutó  Carlota,  por 
vez  primera,  de  tranquilidad  y  reposo. 

Las  cartas  que  le  escribió  Humboldt  serán  siempre 
de  muy  interesante  lectura  ;  en  ellas  se  encuentra  por 
dondequiera  la  huella  de  un  gran  talento.  Pero  faltaba 
allí  el  encanto,  la  naturalidad,  la  sencillez  que  se  aban- 
dona. Esa  sabiduría  tan  segura  de  sí  misma  y  tan  sober- 


GUILLERMO  DE  HUMBOLDT  Y  CARLOTA  DIEDE.  2^ 

bia  en  su  candidez  aparente  ;  esa  prudencia  nunca  des- 
mentida ,  sin  debilidades ,  que  dedica  su  vida  á  verse  vivir, 
que  no  sabe  ni  regocijarse,  ni  conmoverse,  ni  enojarse, 
produce  á  la  larga  un  malestar  secreto.  ¿Qué  vendría  á 
ser  este  pobre  mundo  si  arrojásemos  de  él  la  risa,  la  mi- 
sericordia santa  y  los  santos  enojos?  En  1814  había  dicho 
Goerres  :  « Guillermo  de  Humboldt  es  claro  y  frío  como 
sol  de  Diciembre».  Las  Cartas  á  una  amiga  tienen  la 
severa  belleza  de  un  día  de  invierno,  sereno  y  claro.  En 
el  cielo  no  hay  una  nube,  el  aire  es  puro,  el  sol  brilla 
sobre  los  árboles  cubiertos  de  escarcha  ;  pero  ese  sol  no 
es  el  que  hace  que  las  rosas  florezcan  y  canten  los  pájaros. 

Víctor  Cherbuliez. 


ENRIQUE  HEINE 


LA  Última  vez  que  vi  á  Enrique  Heine  fué  algunas 
semanas  antes  de  su  muerte:  necesitaba  yo  es- 
cribir una  noticia  ligera  sobre  la  reimpresión  de 
sus  obras;  hallábase  en  el  lecho  en  que  lo  tenía  postrado 
aquella  indisposición  leve,  al  decir  de  los  médicos,  pero 
que  no  le  había  permitido  levantarse  hacía  ocho  años : 
había,  pues,  seguridad  de  encontrarle  siempre,  como  él 
mismo  hacía  observar;  y,  sin  embargo,  poco  á  poco 
crecía  la  soledad  en  rededor  suyo;  por  eso  decía  Heine 
áBerlioz,que  había  ido  á  visitarlo:  «¿Viene  V.  á  ver- 
me?.... i V.  siempre  tan  original!»  Y  no  era  que  se  le 
quisiese  ó  se  le  admirase  menos ;  era  que  la  vida  arras- 
tra, á  pesar  de  ellos  mismos,  á  los  corazones  más  fieles; 
sólo  una  esposa  ó  una  madre  pueden  no  abandonar  una 
agonía  tan  prolongada.  Los  ojos  humanos  no  podrían 
resistir  sin  apartarse,  la  contemplación  por  tiempo  muy 
largo  del  espectáculo  del  dolor.  Las  mismas  diosas  se 
cansan  de  eso,  y  las  tres  mil  Oceánidas  que  se  fueron  á 
consolar  á  Prometeo  en  su  cruz  del  Cáucaso,  tornáronse 
aquella  misma  noche. 


28  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Cuando  mis  ojos  fueron  acostumbrándose  á  la  penum- 
bra de  la  estancia,  pues  una  luz  demasiado  viva  hubiese 
herido  la  vista  casi  apagada  del  enfermo ,  distinguí  un 
sillón  próximo  á  la  cama  del  pobre  achacoso,  y  en  él  tomé 
asiento.  El  poeta,  haciendo  un  esfuerzo,  me  tendió  una 
mano  pequeña,  suave,  blanda,  mate  y  blanca  como  una 
hostia ,  una  mano  de  enfermo ,  alejada  de  la  influencia  del 
aire  libre  ,  y  que  no  ha  tocado  nada ,  ni  siquiera  una  plu- 
ma, desde  hace  muchos  años.  Nunca  los  más  duros  huese- 
cillos  de  un  esqueleto  habían  estado  revestidos  de  una  piel 
más  suave,  más  untuosa,  más  satinada,  más  cuidada.  La 
calentura,  á  falta  de  vida,  ponía  en  ella  algún  calor,  y, 
no  obstante ,  al  tocarla  experimenté  un  ligero  estremeci- 
miento ,  como  si  hubiese  tocado  la  mano  de  un  ser  que  ya 
no  pertenecía  á  la  tierra. 

Con  la  otra  mano ,  para  verme ,  había  levantado  el 
párpado  paralítico  del  ojo,  que  en  él  conservaba  una  per- 
cepción confusa  de  los  objetos ,  y  le  dejaba  todavía 
adivinar  un  rayo  de  sol  como  á  través  de  una  gasa  negra. 
Después  de  que  hubimos  cruzado  algunas  frases ,  cuando 
supo  el  motivo  de  mi  visita,  me  dijo:  «No  se  compadezca 
V.  demasiado  de  mí;  la  viñeta  de  la  Revista  de  Ambos 
Mundos,  en  la  que  me  representan  demacrado  y  con  la 
cabeza  inclinada  como  un  Cristo  de  Morales,  ha  conmo- 
vido ya  suficientemente  en  favor  mío  la  sensibiHdad  de 
las  gentes  bondadosas;  no  soy  aficionado  á  los  retratos 
en  que  hay  parecido;  quiero  ser  retratado  hermoso,  como 
las  mujeres  bonitas.  V.  me  ha  conocido  cuando  era  yo 
joven  y  robusto ;  sustituya  V.  con  aquella  mi  imagen  an- 
tigua, esta  efigie  lastimosa  de  ahora». 

Efectivamente:  el  Enrique  Heine  á  quien  había  yo 
sido  presentado  en  183....,  poco  tiempo  después  de  su  lle- 
gada á  París ,  en  nada  se  parecía  al  que  á  la  sazón  es- 


ENRIQUE    HEINE.  29 


taba  tendido  ante  mi  vista,  inmóvil,  como  el  cuerpo  que 
espera  á  que  se  le  coloque  en  el  ataúd. 

Era  un  hombre  hermoso ,  de  treinta  y  cinco  á  treinta 
y  seis  años;  hubiérasele  tomado  por  un  Apolo  germano, 
al  ver  su  elevada  frente,  blanca,  pura  como  una  mesa  de 
mármol ,  sombreada  por  masa  abundante  de  cabellos 
rubios. 

En  sus  ojos  azules  resplandecían  la  luz  y  la  inspiración; 
sus  mejillas  redondas  y  blancas  y  de  un  contorno  ele- 
gante, no  estaban  cubiertas  por  la  lividez  romántica  de 
moda  en  aquella  época.  Muy  al  contrario:  el  matiz  rojo 
aparecía  allí  clásicamente ;  una  ligera  curvatura  hebraica 
contrariaba,  sin  alterar  su  pureza,  la  intención  que  su 
nariz  había  tenido  de  ser  griega;  sus  labios  armoniosos, 
«semejantes  como  dos  bellos  pareados»,  para  servirme 
de  una  frase  suya ,  tenían  en  reposo  una  expresión  encan- 
tadora; pero  cuando  hablaba,  de  su  arco  rojo  surgían 
silbando  flechas  agudas ,  dardos  sarcásticos ,  que  jamás 
erraban  el  blanco ;  porque  nadie  fué  nunca  más  cruel  que 
Heine  para  con  los  tontos. 

Unahgerísima  gordura,  algo  pagana,  que  debía  expiar 
andando  el  tiempo  con  una  flacidez  completamente  cris- 
tiana, redondeaba  sus  formas ;  no  llevaba  barba  ni  bigote ; 
no  bebía  cerveza,  y,  como  Goethe,  profesaba  odio  á  tres 
cosas ;  hallábase  entonces  en  el  apogeo  de  su  furor  hege- 
liano ;  si  le  repugnaba  creer  que  Dios  se  había  hecho 
hombre ,  admitía ,  sin  dificultad ,  que  el  hombre  se  hubiese 
hecho  Dios,  y  obraba  en  consecuencia.  Dejémosle  á  él 
mismo  la  palabra  para  que  cuente  aquella  espléndida  em- 
briaguez intelectual:  «Era  yo,  yo  mismo,  la  ley  viva  de 
la  moral ;  yo  era  impecable,  yo  era  la  pureza  encarnada; 
las  Magdalenas  más  comprometidas  fueron  purificadas 
por  las  llamas  de  mis  ardores  y  tornaron  á  ser  vírgenes 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


entre  mis  brazos ;  es  cierto  que  esta  restauración  de  vir- 
ginidades estuvo  muy  á  punto  de  agotar  mis  fuerzas; 
era  yo  todo  amor,  y  me  hallaba  exento  de  odio ;  nunca  me 
vengaba  de  mis  enemigos ,  porque  yo  no  admitía  enemi- 
gos frente  á  mi  personalidad  divina;  eran  solamente  in- 
crédulos ,  y  la  ofensa  que  me  hacían  era  un  sacrilegio  y 
las  injurias  que  de  mí  decían  eran  otras  tantas  blasfemias. 
Era  menester,  sin  embargo,  de  tiempo  en  tiempo,  casti- 
gar tales  impiedades ;  pero  aun  entonces  sólo  un  castigo 
divino  alcanzaba  al  pecador ,  no  una  venganza  de  ren- 
cores humanos.  Tampoco  admitía  yo,  en  lo  que  á  mí 
respecta,  amigos,  sino  fieles  creyentes,  y  ya  les  hacía 
demasiado  favor.  Los  gastos  de  representación  de  un 
Dios  que  no  quiere  ser  avaro  y  que  no  economiza  ni  su 
bolsa  ni  su  cuerpo ,  son  enormes.  Para  representar  ese 
papel  soberbio,  es  necesario  ante  todo  poseer  mucho  di- 
nero y  estar  dotado  de  muy  buena  salud;  ahora  bien:  el 
día  en  que  yo  menos  lo  esperaba,— era  á  fines  del  mes  de 
Febrero  de  1848,— me  faltaron  ambas  cosas,  y  mi  divi- 
nidad sufrió  con  esto  tal  sacudida,  que  se  hundió  mise- 
rablemente. » 

Yo  vi  muchas  veces  á  Heine  durante  aquel  período 
divino:  era  un  Dios  encantador, — maligno  como  un  dia- 
blo,— y  muy  bueno,  digan  lo  que  quieran.  Que  él  me  con- 
siderase como  su  amigo  ó  como  su  creyente,  me  impor- 
taba muy  poco,  con  tal  de  que  yo  gozase  de  su  chispeante 
conversación ;  porque  si  Heine  fué  pródigo  de  su  dinero 
y  de  su  salud,  lo  fué  más  todavía  de  su  talento.  Aunque 
hablaba  perfectamente  el  francés ,  algunas  veces  se  di- 
vertía disfrazando  sus  sarcasmos  con  una  pronunciación 
de  tudesco  cerrado,  que  exigiría,  para  ser  reproducida, 
las  peregrinas  onomatopeyas  de  que  usa  Balzac  en  su 
Comedia  Humana  para  representar  las  poco  regulares 


ENRIQUE    HEINE. 


frases  del  barón  de  Nucingen :  el  efecto  cómico  era  en- 
tonces irresistible ;  era  Aristófanes  hablando  con  la  prác- 
tica de  Enlenspiegel. 

Mezclábase  á  su  lirismo  una  especie  de  fuerza  regoci- 
jada, y  si  los  rayos  de  la  luna  de  Alemania  plateaban  uno 
de  los  lados  de  su  fisonomía ,  el  sol  alegre  de  Francia  do- 
raba el  otro.  Ningún  otro  escritor  demostró ,  á  un  tiempo 
mismo ,  tanta  poesía  y  tanto  ingenio :  dos  cosas  que  ordi- 
nariamente se  destruyen;  en  cuanto  á  la  sensibilidad 
nerviosa  que  tantos  encantos  presta  á  L  Ínter  me  b  so  y  El 
Tambor  Legrand,  Los  Baños  de  Lacque  y  á  tantas  pá- 
ginas de  los  Reisehüder,  ocultábala  Enrique  Heine  en 
la  vida  ordinaria  con  pudor  exquisito ,  y  detenía  á  tiem- 
po, con  alguna  palabra  oportuna  y  graciosa,  las  lágri- 
mas próximas  á  desprenderse. 

En  lo  que  á  su  modo  de  vestir  y  de  presentarse  se  re- 
fiere ,  si  bien  no  presumió  nunca  de  elegante ,  cuidábalos 
más  de  lo  que  generalmente  era  necesario  entre  los  lite- 
ratos ,  á  quienes  siempre  algún  descuido  echa  á  perder 
veleidades  de  lujo.  Las  habitaciones  distintas  en  que  vi- 
vió no  tenían  eso  que  llamamos  hoy  el  sello  del  artista ; 
es  decir ,  no  estaban  atestadas  de  muebles  maqueados, 
de  bocetos ,  de  otras  curiosidades  de  mírame  y  no  me 
toques;  antes,  por  el  contrario,  presentaban  una  comodi- 
dad esencialmente  burguesa,  en  que  el  propósito  firme 
de  huir  de  las  excentricidades  parecía  manifiesto.  Un 
hermoso  retrato  de  mujer  hecho  por  Laómlein ,  y  que  re- 
presentaba á  la  JuHa  de  quien  habló  el  poeta  en  las  pri- 
meras páginas  de  ^^^¿í-TVí*//,  es  el  único  objeto  de  arte 
que  recuerdo  haber  visto  en  su  casa. 

Para  apuntalar  su  divinidad  ,  que  vacilaba  un  poco, 
Enrique  Heine  fué  á  Cauterets  á  pasar  la  temporada  de 
los  baños,  y  allí  compuso  aquel  peregrino  poema  cuyo 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


héroe  es  un  oso,  y  en  el  que  se  mezclan  con  la  poesía  más 
idealista  los  más  extravagantes  caprichos ,  y  yo  lo  perdí 
de  vista  por  algún  tiempo. 


II. 


Cierta  mañana  vinieron  á  decirme  que  un  extranjero, 
cuyo  nombre,  desfigurado  por  mi  doméstico,  no  pude  com- 
prender, soHcitaba  hablarme.  Bajé  á  la  habitación  en  que 
recibía  yo  las  visitas,  y  vi  á  un  hombre  muy  ñaco ,  cuyo 
semblante  recordaba  el  de  Gericault,  y  terminaba  en  una 
barba  puntiaguda ,  rubia ,  y  en  la  cual  veíanse  blanquear 
muchos  hilos  de  plata.  Buscaba  yo  entre  mis  recuerdos 
quién  podría  ser  aquel  huésped  matinal  que  me  saludaba 
familiarmente  y  me  tendía  la  mano  con  la  franca  cordia- 
lidad de  un  amigo  antiguo.  No  conseguí  juntar  su  nom- 
bre á  aquella  cara  tan  cambiada  ;  pero,  transcurridos  al- 
gunos minutos  de  conversación,  un  rasgo  ingenioso  del 
desconocido  me  hizo  exclamar  :  «Este  es  el  diablo,  ó  es 
Heine».  Era,  efectivamente,  Heine  ,  convertido  de  Dios 
en  hombre. 

Pocos  meses  después,  Enrique  Heine  caíaen  camapara 
no  levantarse  más ;  permaneció  ocho  años  clavado  en  la 
cruz  de  la  parálisis  por  los  clavos  del  padecimiento.  Du- 
rante esta  larga  agonía,  presentó  el  fenómeno  del  alma 
viviendo  sin  cuerpo ,  del  espíritu  prescindiendo  de  la  ma- 
teria ;  la  enfermedad  le  había  arrugado ,  demacrado ,  di- 
secado como  á  su  antojo,  y  en  aquella  estatua  de  dios 
griego  había  tallado,  con  la  paciencia  minuciosa  de  un  ar- 
tista de  la  Edad  Media ,  un  Cristo  descarnado  hasta  el 
esqueleto,  en  que  los  nervios,  los  tendones,  las  venas 


ENRIQUE    HEINE.  ^} 


aparecían  salientes.  Aun  así  desfigurado,  Enrique  Heine 
era  todavía  hermoso ;  y  cuando  levantaba  su  párpado 
caído ,  brillaba  una  chispa  en  su  pupila  casi  ciega ;  el  ge- 
nio resucitaba  aquella  cara  muerta ;  Lázaro  salía  de  su 
fosa  por  algunos  minutos ;  aquel  espectro ,  que  ,  envuelto 
en  sus  sábanas ,  parecía  estatua  fúnebre  yacente  sobre 
un  monumento,  hallaba  voz  para  hablar,  para  reir,  para 
lanzar  ironías  ingeniosas ,  para  dictar  páginas  seducto- 
ras ,  para  dar  rienda  suelta  á  sus  estrofas  aladas ,  y  en 
aquellos  días  en  que  la  piedra  de  su  tumba  mortificaba 
con  más  dureza  sus  miembros ,  para  gemir  lamenta- 
ciones tan  tristes  como  la  de  Job  en  su  estercolero.  Sus 
amigos  debieron  alegrarse  de  que  aquella  espantosa  tor- 
tura concluyese  al  fin,  y  de  que  el  verdugo  invisible  diese 
el  golpe  de  gracia  al  infeliz  atormentado ;  pero  pensar  que 
aquel  luminoso  cerebro,  amasado  con  luz  y  con  risas,  del 
que  surgían  las  imágenes  zumbando  como  abejas  de  oro, 
sólo  resta  hoy  un  poco  de  pulpa  gris ,  es  un  dolor  al  que 
no  es  posible  resignarse  sin  protesta. 

Cierto  que  estaba  en  vida  encerrado  en  un  ataúd; 
pero,  acercándose  á  él,  era  posible  oir  á  la  poesía  cantar 
bajo  el  negro  ropaje. 

¡Cuánto  apenaba  el  ver  uno  de  esos  microcosmos  — 
más  vastos  que  el  universo  y  contenidos  en  la  reducida 
bóveda  de  un  cráneo —roto,  perdido,  aniquilado!  ¡Cuán- 
tas y  cuan  lentas  combinaciones  habrá  menester  la  natu- 
raleza para  formar  una  cabeza  parecida ! 

Enrique  Heine  había  nacido  en  el  día  i.°  de  Enero  del 
año  1 8o I ,  circunstancia  que  le  hacía  decir,  riéndose,  que  él 
era  el  primer  hombre  del  siglo.  Topffer  observa  los  in- 
convenientes que  hay,  cuando  se  envejece,  en  llevar  las 
centésimas  del  siglo,  que  perpetuamente  nos  recuerda 
nuestra  edad  y  parece  que  nos  arrastra  con  él.  Heine 

3 


34  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


abandonó  á  su   compañero  en  el  quincuagésimosexto 
viaje. 

El  tiempo  era  frío,  nublado,  triste;  las  horas  señala- 
das parala  conducción delcadáver,  las  de  la  mañana;  unos 
pocos  amigos  y  admiradores  del  poeta  se  paseaban  de- 
lante de  la  casa  mortuoria ,  esperando  que  el  fúnebre  cor- 
tejo se  pusiese  en  marcha  para  el  cementerio.  Heine  había 
prohibido  toda  pompa ,  toda  ceremonia ;  considerábase 
como  muerto  desde  hacía  mucho  tiempo ,  y  quería  que  lo 
poco  que  de  él  quedaba  saliese  en  silencio  de  aquella 
habitación  que  no  debía  abandonar  sino  para  trasladarse 
á  la  tumba.  La  vista  del  féretro,  muy  largo,  muy  ancho 
y  muy  pesado ,  en  que  aquellos  restos  pequeños  estaban 
tendidos  más  desahogadamente  que  en  su  lecho ,  evocó 
en  todos  nosotros  el  recuerdo  involuntario  de  este  pasaje 
del  V Intermezzo:  «Ida  buscarme  un  ataúd  de  tablas 
sólidas  y  gruesas:  es  menester  que  sea  más  largo  que  el 
puente  de  Maguncia ;  y  traedme  doce  gigantes  más  fuer- 
tes que  el  vigoroso  San  Cristóbal  de  la  catedral  de  Colo- 
nia ,  del  Rhin ;  es  necesario  que  lleven  el  ataúd  y  lo  arro- 
jen al  mar;  un  ataúd  tan  grande  pide  una  grande  fosa. 
¿Sabéis  por  qué  es  menester  que  el  féretro  sea  tan  grande 
y  tan  pesado?  Porque  voy  á  depositar  en  él  juntamente 
mi  amor  y  mis  penas » . 

En  efecto :  el  ataúd  no  era  demasiado  grande ;  y  si  no 
fué  arrojado  al  mar ,  se  le  depositó  en  una  huesa  provisio- 
nal en  presencia  de  poetas  y  de  artistas  franceses  y  ale- 
manes poco  numerosos ,  que  permanecían  formados  res- 
petuosamente ,  convencidos  de  que  asistían  á  los  funerales 
de  un  monarca  del  talento ,  aunque  no  había  allí  ni  gran 
cortejo,  ni  marchas  fúnebres,  ni  tambor  con  crespones, 
ni  negro  estandarte  con  estrellas ,  ni  discurso  enfático ,  ni 
blandones  de  amarilla  cera.  Colocada  la  lápida,  cada 


ENRIQUE    HEINE.  35 


cual  tornó  á  descender  por  la  triste  colina,  y  fué  á  per- 
derse en  el  hormiguero  infinito  de  la  vida  humana. 

Pocos  poetas  me  han  conmovido  y  emocionado  como 
Heine.  Desconozco  el  idioma  alemán,  es  cierto,  y  sólo  he 
podido  admirarle  en  las  traducciones ;  pero  ¡  qué  hombre 
será  este  cuando ,  aun  privado  del  ritmo ,  de  la  rima ,  del 
feliz  ordenamiento  de  las  voces,  de  todo  lo  que  constituye 
el  estilo ,  en  una  palabra ,  produce  todavía  efectos  tan  ma- 
ravillosos!—Heine  es  el  poeta  lírico  más  grande  de  Ale- 
mania ;  su  sitio  está  naturalmente  al  lado  de  los  de  Goe- 
the y  Schiller;  tal  aparece  á  mis  ojos,  aunque  la  poesía 
traducida  en  prosa  no  sea  sino  un  rayo  de  luz  envuelto 
en  paja,  como  Heine  mismo  ha  dicho. 

Ninguna  naturaleza  hubo  nunca  que  se  compusiera  de 
elementos  más  heterogéneos  que  la  de  Enrique  Heine ; 
era  simultáneamente  alegre  y  triste ,  creyente  y  escépti- 
co,  tierno  y  cruel,  sentimental  y  burlón,  clásico  y  ro- 
mántico, alemán  y  francés,  deUcado  y  cínico,  entusiasta 
y  lleno  de  sangre  fría;  todo,  menos  fastidioso.  Á  la  más 
pura  plástica  griega ,  unía  el  sentido  moderno  más  exqui- 
sito; era  verdaderamente  el  Euforión  hijo  de  Fausto  y  de 
la  hermosísima  Elena. 

No  es  propio  de  este  sitio  examinar  y  apreciar  su  obra, 
que  hablará  por  sí  misma;  pero  no  podemos  por  menos 
de  indicar  la  impresión  que  nos  produce. 

Cuando  se  abre  un  tomo  de  Heine ,  parece  que  entra- 
mos en  uno  de  esos  jardines  que  tanto  gustaba  él  de  pin- 
tar ;  las  marmóreas  esfinges  de  la  escalinata  afilan  sus 
garras  en  el  ángulo  de  sus  pedestales  y  nos  miran  con 
sus  ojos  en  blanco,  con  una  intensidad  que  asusta;  sobre 
su  lomo  leonado  se  ven  como  estremecimientos;  su  cue- 
llo de  mujer  palpita  como  si  latiese  un  corazón  bajo  aque- 
llos contornos  rígidos ;  rechinan  las  puertas  al  girar  sobre 


j6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


SUS  goznes  enmohecidos ,  y  se  cree  ver  el  pliegue  de  un 
vestido  que  desaparece  bajo  un  arco,  como  si  el  espíritu 
de  la  soledad  huyese  sorprendido  por  nuestra  llegada.  El 
musgo ,  las  ortigas ,  las  bardanas  han  brotado  entre  las 
desunidas  losas  de  la  terraza ;  los  arbolillos  sin  cultivar 
nos  detienen  el  paso  con  sus  ramas,  como  si  nos  suplicasen 
que  no  siguiésemos  adelante.  Las  rosas  parecen  ensan- 
grentadas entre  las  espinas ,  y  las  gotas  de  lluvia  suspen- 
didas en  sus  pétalos  brillan  como  lágrimas ;  las  flores, 
ahogadas  por  las  hierbas  nocivas,  exhalan  perfumes  ex- 
traños que  producen  vértigos.  En  el  estanque  el  agua 
negruzca  se  corrompe  bajo  la  hierba  verde ,  y  la  náyade 
roja  es  chata  como  la  estampa  de  la  muerte.  El  sapo  salta 
á  través  de  los  senderos  y  va  á  contar  nuestra  llegada  á 
su  tía  la  víbora.  Sin  embargo,  el  viento  suspira  sus  ele- 
gías ,  y  el  ruiseñor  canta  sus  penas  de  amores  idos ;  en  la 
ventana  de  la  casa,  casi  destruida,  aparece  una  doncella 
fresca  y  rubia,  envuelta  en  su  bata  de  raso,  semejando  á 
esas  hadas  neerlandesas  que  Gaspar  Nestcher  se  agrada 
de  pintar  en  un  fondo  de  rocas  ó  de  dulcamaras ;  es  en- 
cantadora, pero  no  tiene  corazón,  y  en  su  seno  se  encie- 
rra un  pozo  de  nieve.  Jamás  caerá  en  falta  con  nosotros; 
pero  si  tenemos  alma  y  nervios,  valiéranos  más  habernos 
enamorado  de  una  de  esas  mujeres  que  llevan  pintado  el 
vicio  en  sus  pómulos  enrojecidos.  Esa  doncella  nos  dará 
la  muerte  con  mil  suphcios  inocentemente  diabólicos ,  y 
ni  en  el  día  del  juicio  osaremos  resucitar,  por  miedo  de 
volver  á  verla. 

Heine  tiene  de  común  con  Goethe  que  sabe  pintar 
mujeres  verdaderas  ;  una  línea  le  basta  para  que  una 
figura  se  dibuje  viva  y  completa.  ¡Qué  engañoso  encan- 
to, qué  pérfida  languidez,  qué  risa  de  hiena,  qué  lágri- 
mas de  cocodrilo  ,  qué  ardiente  frialdad  ,  qué  helada 


ENRIQUE    HEINE.  37 


llama ,  qué  coquetería  de  gata  !  Ningún  poeta  ha  sabido 
mover  con  más  gracia  la  cola  del  dragón  en  la  comisura 
de  unos  labios  de  rosa.  ¡  Con  qué  convicción  dice  de  Lu- 
signan  ,  el  amante  de  Melussina  :  «Hombre  feliz  ,  cuya 
querida  no  era  serpiente  sino  á  medias ! » 

Si  Heine  no  ha  labrado  en  su  paros  la  más  resplande- 
ciente estatua  de  dioses  griegos  y  bajo-relieves  de  ba- 
canales tan  puras  de  forma  como  los  antiguos  ,  está, 
cuando  menos,  alniveldeUhland  y  de  Tieck  si  narra  las  le- 
yendas católicas  y  caballerescas  de  la  Edad  Media.  Heine 
saca  del  cuerno  maravilloso  de  Achim  ,  de  Arnim  y  de 
Brentano  sonidos  que  hacen  estremecerse  á  los  siervos  en 
el  fondo  de  los  bosques  y  bajarse  los  puentes  levadizos 
de  los  castillos  feudales.  Cuando  jinete  en  su  corcel  se 
lanza  á  la  carrera  ,  muy  luego  roza  con  su  calzado  la 
blasonada  falda  de  la  castellana  cazadora,  y  nadie  maneja 
el  venablo  con  más  gracia. 

Nuestras  costumbres  literarias,  muy  dulcificadas, 
acaso  hagan  que  aparezcan  excesivamente  crueles  algu- 
nas ejecuciones  de  Enrique  Heine ;  con  los  malos  poetas 
era  implacable;  pero  ¿no  tiene  Apolo  derecho  á  desollar 
á  Marsyas?  La  mano  que  empuña  la  lira  de  oro,  empuña 
también  el  cuchillo  para  disecar  al  sátiro  grosero.  Voy  á 
terminar  con  una  página  del  libro  de  Lázaro;  ella  dará 
una  idea  de  la  manera  del  poeta,  que  ya  sabe  á  qué  ate- 
nerse sobre  ese  terrible  problema: 

«La  pobre  alma  dijo  al  cuerpo:  — No  te  abandono; 
permanezco  contigo;  contigo  quiero  abismarme  en  la  no- 
che de  la  muerte ,  y  contigo  beber  la  nada.  Has  sido  siem- 
pre otro  yo ;  me  has  envuelto  cariñosamente  como  en 
vestido  de  raso  suavemente  forrado  de  armiño;  ¡  ay!:  es 
preciso  ahora  que ,  completamente  desnuda,  despojada 
de  mi  querido  cuerpo ,  como  un  ser  puramente  abstracto, 


38  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


yo  me  lance  á  vagar ,  allá  arriba,  como  una  hada  bien- 
aventurada, en  el  reino  de  la  luz,  en  esos  fríos  espacios 
del  cielo  donde  las  eternidades  silenciosas  me  miran  bos- 
tezando ;  allá  se  arrastran  llenas  de  hastío  y  producen  un 
ruido  insípido  con  sus  zapatillas  de  plomo.  ¡Oh!  ¡Esto 
es  aterrador!  ¡  Ah !  ¡Quédate  aquí  conmigo,  querido 
cuerpo  1 

»E1  cuerpo  dijo  á  la  pobre  alma:  — ¡  Ah!  Consuélate; 
no  te  aflijas  de  esa  manera.  Debemos  sobrellevar  resig- 
nados la  suerte  que  nos  depara  el  destino.  Era  yo  la  tor- 
cida de  la  lámpara;  es  menester  que  me  consuma;  tú,  el 
espíritu,  serás  elegido  para  brillar  allá  arriba ,  lindísima 
estrellita  de  la  claridad  más  pura.  Yo  soy  ya  solamente 
un  harapo ;  no  soy  sino  materia ;  caña  hueca ,  es  preciso 
que  me  deshaga  y  vuelva  á  ser  lo  que  he  sido ,  un  poco 
de  polvo.  Adiós,  y  consuélate.  Por  otra  parte,  acaso  en  el 
cielo  se  divierta  uno  más  de  lo  que  tú  crees.  Si  encuen- 
tras á  la  Osa  mayor  en  la  bóveda  celeste ,  dale  muchas 
expresiones  de  mi  parte. » 


Teófilo  Gauthier. 


ARTHUR 


HABITABA  yo ,  hace  algunos  años;,  un  cuartito  en  los 
Campos  Elíseos',  en  el  pasaje  de  Donze-Maisons^ 
Figúrense  Vds.  un  rincón  de  cualquier  barrio  so- 
litario ,  situado  en  medio  de  esas  inmensas  calles  aristo- 
cráticas, tan  frías,  tan  tranquilas,  que  no  parece  sino 
que  por  allí  solamente  se  transita  en  carruaje.  No  sé  qué 
capricho  de  propietario ,  qué  monomanía  de  avaro  ó  de 
viejo  dejaba  subsistir  en  el  corazón  mismo  de  un  dis- 
trito hermoso  aquellos  terrenos  yermos,  aquellos  jardi- 
nillos  enmohecidos ,  aquellas  casas  bajas,  mal  construi- 
das ,  con  las  escaleras  al  exterior  y  azoteas  de  madera 
llenas  de  ropas  tendidas  á  secar,  de  jaulas  de  conejos,  de 
gatos  flacuchos,  de  cuervos  domesticados.  Había  allí  fa- 
milias de  obreros ,  de  rentistas  de  menor  cuantía ,  algún 
artista,— de  éstos  hay  siempre  donde  quedan  árboles, — 
y,  por  último,  dos  ó  tres  cuartos  amueblados,  de  aspecto 
desagradable  y  como  ensuciados  por  generaciones  de 
miserias. 

En  los  alrededores,  el  esplendor  y  el  bullicio  de  los  Cam- 
pos Elíseos ;  el  rodar  incesante  de  los  coches ;  el  choque 


40  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


de  arneses  y  el  ruido  de  pasos  animados ;  las  puertas  co- 
cheras cerrándose  ruidosamente;  notas  de  pianos;  los 
violínes  de  Mabille ;  un  horizonte  de  inmensos  palacios  si- 
lenciosos ,  con  los  ángulos  redondeados ,  con  sus  cristales 
matizados  por  cortinas  de  seda  clara  y  sus  elevados  es- 
pejos sin  azogue,  por  donde  suben  los  dorados  de  los  can- 
delabros y  las  flores  raras  de  las  jardineras.... 

Esta  calleja  de  Dottse-Maisons,  alumbrada  únicamen- 
te por  un  farolillo  colocado  en  un  extremo ,  venía  á  ser 
como  el  bastidor  de  la  decoración  que  la  rodeaba.  Todo 
lo  que  estaba  de  sobra  en  medio  de  aquel  lujo  iba  á  refu- 
giarse allí:  galones  de  libreas,  disfraces  de  payaso,  una 
bohemia  de  palafreneros  ingleses,  de  amazonas  del  circo, 
el  coche  de  los  borregos,  el  teatrillo  Guignol,y  á  más  de 
todo  esto ,  tribus  de  ciegos  que  regresaban  por  la  tarde 
cargados  de  acordeones  y  violines.  Uno  de  esos  ciegos 
se  casó  durante  mi  permanencia  en  aquella  casa.  Esta 
boda  nos  valió,  durante  toda  la  noche,  un  concierto  fan- 
tástico de  clarinetes ,  oboes ,  organillos  y  acordeones ,  en 
que  se  veía  perfectamente  desfilar  todos  los  puentes  de 
París  con  sus  respectivas  y  distintas  salmodias.  Esto  no 
obstante,  el  paraje  era  de  ordinario  muy  tranquilo.  Aque- 
llos vagabundos  de  la  calle  no  tornaban  hasta  algo  entra- 
da la  noche ,  j  y  tan  cansados !  Allí  no  había  ruido  sino  el 
sábado,  cuando  cobraba  Arthur  su  jornal  de  la  semana. 
El  susodicho  Arthur  era  mi  vecino.  Una  pared  dema- 
siado corta,  á  la  que  se  había  agregado  para  prolon- 
garla una  empalizada,  era  la  única  separación  que  existía 
entre  mi  cuarto  y  el  gabinete  amueblado  que  ocupaban 
Arthur  y  su  mujer.  De  este  modo ,  y  muy  á  pesar  mío,  la 
vida  de  los  vecinos  venía  á  mezclarse  con  mi  vida,  y  yo 
tenía  que  oir  todos  los  sábados,  sin  perder  absolutamente 
una  palabra,   el  horrible  drama,  muy  parisiense,  que 


ARTHUR.  41 


se  representaba  en  aquel  hogar  de  obreros.  La  función 
comenzaba  siempre  de  la  misma  manera.  La  mujer  pre- 
paraba la  comida  ;  los  hijos  daban  vueltas  en  derredor 
de  la  madre.  Ésta  les  hablaba  en  voz  baja  y  proseguía  su 
faena.  Las  siete,  las  ocho  ;  nadie....  Á  medida  que  trans- 
curría el  tiempo,  su  voz  cambiaba,  vertía  lágrimas  ,  po- 
níase nerviosa.  Los  chicos  tenían  hambre ,  sueño  ;  prin- 
cipiaban á  refunfuñar.  El  hombre  nunca  llegaba.  Se  comía 
sin  él.  Después,  acostada  y  dormida  la  familia  menuda,  la 
pobre  mujer  salía  á  su  balcón  de  madera  ,  y  la  oía  yo  de- 
cir, en  voz  baja  y  entre  sollozos: 

—¡Oh!  ¡Canalla!  ¡Canalla! 

Los  vecinos  que  volvían  á  casa  la  encontraban  allí. 
Todos  la  compadecían. 

—Vaya  V.  á  descansar  ya,  señora  Arthur  ;  ya  sabe 
V.  que  no  ha  de  volver  hoy  ;  es  día  de  jornal. 

Y  los  consejos  de  las  vecinas  : 

— Yo  de  V.,  ¿sabe  V.  lo  que  hacía?....  ¿Por  qué  no  se 
lo  dice  V.  á  su  principal? 

Estas  muestras  de  compasión  sólo  conseguían  que  llo- 
rase más  ;  pero  perseveraba  en  su  esperanza,  y  seguía 
aguardando ;  allí  permanecía  completamente  enervada ; 
cuando  las  puertas  se  cerraban  y  el  pasaje  quedaba  silen- 
cioso, la  pobre  mujer,  considerándose  completamente 
sola,  continuaba  apoyada  de  codos  en  el  balcón,  reco- 
gida en  un  pensamiento  fijo,  contándose  á  sí  misma  sus 
tristezas ,  con  ese  descuido  peculiar  de  la  gente  del  pue- 
blo que  tiene  siempre  la  mitad  de  su  existencia  en  la  calle. 
Los  alquileres  de  la  casa  se  debían  ;  los  proveedores  de 
comestibles  la  atormentaban  ;  el  panadero  se  negaba  ya 
á  dar  el  pan....;  ¿cómo  se  arreglaría  si  su  marido  volvía 
á  casa  sin  dinero?  Al  fin,  el  cansancio  de  estar  en  ace- 
cho, de  escuchar  las  pisadas  torpes  de  algún  transeúnte, 


^2  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


de  contar  las  horas,  se  apoderaba  de  ella,  y  la  vencía. 
La  infeliz  entraba  en  su  cuarto  ;  pero  mucho  tiempo  des- 
pués, cuando  creía  yo  que  aquello  estaba  ya  terminado, 
sonaba  muy  cerca  de  mí,  en  la  galería,  una  tos.  Todavía 
estaba  allí  la  pobre  mujer,  sostenida  por  la  inquietud, 
desojándose  para  mirar  al  fondo  de  aquella  callejuela 
obscura,  y  no  viendo  en  él  más  que  sus  angustias. 

Hacia  la  una  ó  las  dos ,  á  las  veces  más  tarde  aún ,  se 
oía  cantar  en  el  extremo  del  pasaje.  Era  Arthur  que  vol- 
vía. Casi  siempre  se  hacía  acompañar;  traía  arrastrado  á 
un  camarada  hasta  la  puerta:  «Ven....,  ven....»;  y  aun 
allí  mismo  se  detenía  un  buen  rato ;  no  podía  resolverse 
á  entrar,  presumiendo  lo  que  en  su  casa  le  esperaba.  Al 
subir  la  escalera ,  el  silencio  de  la  casa  dormida  que  le  de- 
volvía el  eco  de  sus  pasos  torpes ,  le  molestaba  como  un 
remordimiento.  Hablaba  solo  en  voz  alta  delante  de  cada 
habitación.  «Buenas  noches,  señé  Weber....;  buenas  no- 
ches, seña  Mathieu»;  y  si  no  le  respondían,  desatábase  en 
injurias  y  denuestos ,  hasta  que  todas  las  puertas  y  todas 
las  ventanas  se  abrían  para  enviarle  mil  maldiciones.  Esto 
era  precisamente  lo  que  él  quería  ;  tenía  un  vino  batalla- 
dor, y  gustaba  del  ruido  y  de  las  disputas.  Además,  con 
eso  se  enardecía ,  se  encoleriz  aba  y  le  causaba  así  me- 
nos miedo  la  entrada  en  su  casa. 

Esa  entrada  era  ciertamente  espantosa. 

— Abre;  soy  yo. 

Oía  yo  entonces  los  pies  desnudos  de  la  mujer  pisando 
sobre  el  entarimado ,  el  frotar  de  los  fósforos ,  y  el  hom- 
bre que  al  entrar  procuraba  medio  balbucir  una  histo- 
ria ,  la  misma  siempre  :  los  compañeros ,  un  compromi- 
so. «Chose,  ya  le  conoces....;  Chose,  el  que  trabaja  en  el 
ferrocarril » . 

— ;Y  el  dinero? 


ARTHUR.  43 


—Ya  no  tengo, — contestaba  la  voz  de  Arthur. 

— Es  mentira. 

Era  mentira  efectivamente.  Aun  en  medio  de  los  ex- 
travíos de  su  embriaguez ,  se  reservaba  siempre  algunos 
céntimos,  pensando  por  anticipado  en  la  sed  del  lunes;  y 
este  residuo  de  su  jornal  era  lo  que  su  mujer  pretendía 
arrancarle.  Arthur  se  defendía. 

—Cuando  te  digo  que  me  lo  he  bebido  todo, — gritaba 
él.  Su  mujer,  sin  responderle,  le  agarraba  con  toda  la 
fuerza  de  su  indignación ,  con  todos  sus  nervios ;  le  sacu- 
día, le  registraba,  volvíale  los  bolsillos.  Al  cabo  de  un 
rato  oía  yo  el  sonido  del  dinero  que  rodaba  por  el  pavi- 
mento; la  mujer  se  echaba  sobre  esas  monedas,  diciendo 
con  una  risa  de  triunfo : 

— ¡  Ah!  ¿Lo  ves? 

Después,  un  juramento  horrible  y  golpes  sordos.... 
Era  el  borracho  que  se  vengaba.  Ya  puesto  á  pegar,  no 
se  detenía.  Todo  lo  que  hay  de  perverso  y  de  destructor 
en  ese  horrible  vino  de  las  barreras ,  subíasele  á  la  ca- 
beza y  pugnaba  por  salir.  Chillaba  la  mujer,  los  últimos 
muebles  de  la  habitación  volaban  en  pedazos ,  los  mucha- 
chos, despertándose  sobresaltados,  lloraban  de  miedo. 
En  el  pasaje,  todas  las  ventanas  se  abrían.  Y  decían  to- 
dos los  vecinos : 

—  i  Es  Arthur !  ¡  Es  Arthur ! 

Algunas  veces ,  el  suegro ,  un  trapero  ya  muy  anciano 
que  habitaba  en  el  cuarto  amueblado  próximo  á  éste, 
llegaba  en  socorro  de  su  hija;  pero  Arthur  se  encerraba 
por  dentro  con  llave  para  no  ser  interrumpido  en  su  ope- 
ración. Entonces,  á  través  de  la  cerradura,  se  entablaba 
entre  suegro  y  yerno  un  edificante  diálogo ,  en  el  cual 
nos  enterábamos  de  cosas  muy  agradables. 

—  ¿Es  decir,  pedazo  de  ladrón,  que  no  tienes  bas- 


44  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


tante  con  tus  dos  años  de  presidio?— gritaba  el  viejo. 

Y  el  borracho  contestaba  con  cierto  aire  de  altanería: 

—Es  verdad,  he  cumplido  dos  años  de  presidio.  Y 
¿qué  tenemos?  Por  lo  menos,  yo  he  pagado  mi  deuda  á  la 
sociedad.  Procura  tú  pagar  la  tuya. 

Esto  le  parecía  sencillísimo  y  claro :  he  robado ,  me 
habéis  tenido  en  presidio;  pues  estamos  en  paz.  Pero  á 
veces  también,  cuando  el  viejo  insistía  demasiado ,  impa- 
cientándose Arthur,  abría  la  puerta,  se  precipitaba  sobre 
el  suegro,  y  sobre  la  suegra,  y  sobre  los  vecinos,  y  á  to- 
dos les  pegaba,  como  Polichinela. 

Y,  sin  embargo,  no  era  un  mal  hombre;  muy  á  menu- 
do sucedía  que  el  domingo ,  al  día  siguiente  de  una  de  esas 
matanzas,  el  borracho,  tranquilo  y  apaciguado  ya,  sin 
un  céntimo  para  ir  á  beber ,  pasaba  todo  el  día  en  su  casa. 
Se  sacaban  las  sillas  de  los  cuartos.  Instalábanse  en  la 
azotea  la  señora  Weber ,  la  señora  Mathieu ,  toda  la  ve- 
cindad, y  se  charlaba.  Arthur  se  hacía  el  amable ,  y  hasta 
picaba  en  ingenioso.  Adoptaba  para  hablar  una  voz  cla- 
ra, dulzona,  declamaba  trozos  de  ideas  que  había  reco- 
gido por  distintas  partes  sobre  los  derechos  del  obrero  y 
la  tiranía  del  capital.  Su  pobre  mujer,  enternecida  por 
los  golpes  de  la  víspera,  le  contemplaba  con  admiración; 
y  no  era  sola. 

— Este  Arthur,  si  él  quisiera....  —  murmuraba  la  se- 
ñora Weber  suspirando.  Entonces  las  señoras  le  hacían 
cantar.  Arthur  cantaba  Las  Golondrinas  de  M.  de  Belan- 
ger.  ¡Oh!  ¡Aquella  voz  de  gola,  llena  de  falsos  sollozos, 
de  sentimentalismo  estúpido  del  obrero !  En  aquel  terrado 
enmohecido ,  lleno  de  andrajos  puestos  al  sol,  que  apenas 
dejaban  pasar  un  trozo  de  color  azul  por  entre  las  cuer- 
das, toda  aquella  gente,  sedienta  de  un  ideal  á  su  modo, 
levantaba  al  cielo  sus  ojos  humedecidos. 


ARTHUR.  45 


Todo  lo  cual  no  era  incompatible  con  que  el  sábado 
siguiente  Arthur  se  bebiese  el  jornal  y  apalease  á  su 
mujer;  ni  con  que  tuviese  en  aquel  tabuco  un  montón  de 
Arthurillos  que  solamente  esperaban  á  tener  la  edad  de 
su  padre  para  beberse  también  sus  jornales  y  pegar  á 
sus  mujeres. 

¡Y  esta  es  la  raza  que  pretende  gobernar  el  mundo! 
¡Ah!  ¡Maldecidos!,  como  dirían  mis  vecinas  del  pasaje. 


Alfonso  Daudet. 


CÓMO  SE  ENGAÑA  A  LAS  MUJERES 


Sí;  i  he  sido  amada!  (dijo  la  duquesa  de  Lore  á  su 
amiga  la  princesa  de  Claris) ;  amada  como  todas 
las  mujeres  ansiamos  serlo ;  con  un  respeto  ideal 
que  nunca  logró  reina  alguna ,  y  con  una  idolatría  que  so- 
lamente podía  ser  otorgada  á  la  divinidad.  Sí;  he  sido 
amada  con  una  adoración  infinita,  pero  hasta  tal  extremo, 
que  sólo  el  pensamiento  de  ese  culto ,  cuyo  incienso  em- 
briagador he  respirado ,  basta  para  borrar,  para  supri- 
mir lo  que  haya  existido  de  triste  en  mi  vida ,  y  para  qui- 
tar valor  á  las  decepciones  y  matizar  mi  existencia  con 
un  color  purpurino,  semejante  al  de  ese  sol  que  desde  su 
ocaso  nos  alumbra . 

En  el  fondo  de  un  castillo  antiguo  del  Bourbonnais,  en 
un  tocador  muy  alto  de  techo ,  pintado  por  la  mano  misma 
de  Boucher ,  y  en  cuyas  paredes  las  Dianas  y  las  ninfas 
de  pintadas  blancuras  dejaban  ver  sobre  sus  desnudas 
carnes  los  colores  del  fuego ,  como  si  el  amor  las  hubiera 
incendiado  con  su  antorcha ,  las  confidencias  de  la  Du- 
quesa tomaban,  en  efecto,  una  especie  de  voluptuosa  so- 
lemnidad en  los  extensos  resplandores  rojizos  que  el  cielo 


CÓMO   SE    ENGAÑA    Á    LAS    MUJERES.  47 

arrojaba  sobre  aquellas  pinturas  deliciosamente  ajadas. 

— i  Ah ,  querida  amiga !  (murmuró  suspirando  la  Prin- 
cesa.) Si  es  verdad  eso,  puede  V.  decir  que  la  ha  tocado 
el  premio  gordo  de  la  lotería,  que  existe  únicamente  para 
engolosinar  á  los  jugadores  candorosos,  y  que  nunca  toca 
á  nadie;  alo  menos  eso  había  yo  creído  hasta  ahora; 
pero  si  V.  ha  tenido  esa  fortuna  inesperada,  haga  el  fa- 
vor de  no  dar  dentera  á  los  demás. 

—Princesa  (contestó  la  hermosísima  Erice  de  Lore): 
ambas  sabemos  mutuamente  nuestras  edades  respecti- 
vas, pues  hemos  nacido  en  casas  muy  próximas,  y  casi  á 
un  mismo  tiempo.  Si  hemos  sabido  ser,  como  parisienses,  lo 
necesario ,  y  como  grandes  señoras  lo  suficiente  para  im- 
pedir que  la  gordura  desfigurase  nuestros  talles ,  y  para 
evitar ,  sólo  con  quererlo ,  y  sin  el  empleo  innoble  de  men- 
jurges  y  cosméticos,  que  se  deslice  una  cana  entre  nues- 
tros cabellos ,  no  hemos  dejado  por  eso  la  una  y  la  otra  de 
cumplir  los  treinta  y  seis  años.  Podemos  decirlo  aquí,  solas 
entre  estas  paredes  feudales,   que  no  oyen — diga  lo  que 
quiera  el  adagio — y  que  tienen  espesor  bastante  para  im- 
posibilitar cualquier  indiscreción.  ¿No  es  este  el  momento 
más  á  propósito  para  hacer  un  balance  exacto  de  toda 
nuestra  vida  pasada,  y  calcular  si  lo  que  hemos  disipado 
de  nunca  vistos  tesoros  valía  la  pena  de  vivir?  Un  Príncipe 
real ,  heredero  de  uno  de  los  tronos  más  envidiados  del 
mundo,  y  extraordinariamente  hermoso,  consagró  á  V. 
su  juventud,  y  para  no  causar  á  V.  ni  la  más  ligera  som- 
bra de  disgusto,  murió  soltero,  burlando  así  las  esperan- 
zas de  su  familia  y  de  todo  su  pueblo.  Pues  bien,  amig^a 
mía:  creo  que  mi  felicidad  ha  sido  superior  á  la  de  V.; 
porque  yo,  sin  dar  nada  de  mi  belleza,  ni  de  mi  persona 
visible,  he  poseído,  como  objeto  de  mi  pertenencia  exclu- 
siva ,  un  corazón  de  héroe  y  de  niño ,  y  el  entendimiento 


48  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


más  elevado  que  ha  resplandecido  en  nuestra  época. 

— Eso  (replicó  la  Princesa)  semejaría  un  enigma,  si 
hubiera  enigmas  en  el  mundo. 

— No  los  hay  (contestó  la  Duquesa) :  esto  no  lo  es.  V. 
no  se  equivoca  nunca,  y  no  se  equivocó  al  sorprender 
el  brillo  de  mis  ojos  cuando  ,  entrando  juntas  la  otra 
noche  en  el  vestíbulo  del  Teatro  Francés ,  hemos  visto 
allí  colocado  por  primera  vez  el  busto  de  Guy  de  Char- 
naille ,  labrado  por  David  con  la  avasalladora  sinceri- 
dad del  genio.  Sí;  Guy  de  Charnaille  es  quien  me  ha 
amado.  En  los  años  en  que  las  cien  novelas  palpitantes 
de  vida  y  saturadas  de  modernismo  ('),  que  después  fue- 
ron coleccionadas  bajo  el  título  común  de  Estudios  socia- 
les, aparecían  sucesivamente  y  apasionaban  á  Europa  ; 
cuando ,  sobrepujando  en  su  vuelo  vigoroso  á  los  poetas 
épicos ,  sacaba  Guy  de  su  pensamiento  un  mundo  :  prín- 
cipes, duques,  clase  media,  aldeanos,  artistas,  vírgenes, 
cortesanas,  mujeres  de  mundo  tan  parecidas  á nosotras, 
que  leyendo  aquellos  libros  no  parecía  sino  que  nos  hu- 
biera sacado,  completamente  desnudas ,  á  la  luz  del  día  ; 
cuando  amontonaba ,  merced  al  más  prodigioso  esfuerzo 
creador  que  se  ha  producido  nunca ,  tantos  y  tantos  dra- 
mas,  historias  dignas  de  los  antiguos  narradores,  come- 
dias iguales  á  las  de  Moliere,  églogas  dulces,  dolorosas 
elegías  ;  cuando  conocía  y  divulgaba  todos  los  secretos 
como  si,  por  milagro  de  una  doble  naturaleza,  tuviese  en  sí 
el  eterno  femenino,  imaginé  que  sería  una  conquista  her- 
mosa la  de  domar  á  tal  gigante,  la  de  poseer,  de  tener  en 
poder  mío  aquel  monstruo  de  intehgencia  sobrehumana, 
sabio  como  un  Dios.  Pero  quería  yo  producir  esa  hechi- 
cería por  medio  de  un  encanto  verdaderamente  misterio- 

(i)  La  Academia  Española  no  puede  en  justicia  rechazar  este  neo- 
logismo, que  autoriza  el  uso  y  la  necesidad  impone.  (Nota  del  T.) 


CÓMO    SE   ENGAÑA    Á    LAS   MUJERES.  49 

SO,  de  la  fuerza  única  del  invisible  fluido  que  de  nosotras 
emana ;  hice  por  lo  tanto  saber  á  Guy  de  Charnaille  inme- 
diatamente que  renunciase  en  absoluto  á  la  esperanza  de 
verme  y  de  conocerme ,  cuando  le  escribí  ofreciéndole  mi 
amistad. 

—¿La  amistad  de  V.?  (dijo  la  Princesa.)  ¿Y  esa  pala- 
bra no  le  hizo  soltar  una  ruidosa  carcajada  á  lo  Rabe- 
lais,  hasta  romper  los  cristales  de  su  casa? 

— ¡Oh!  (contestó  Erice.)  Amistad,  amor,  ¿quemas  da? 
No  discuto  nunca  por  palabras.  La  verdad  del  caso  es 
que  solamente  con  mis  cartas  convertí  á  este  Encelado 
en  amante  sumiso  y  domeñado  como  esas  fieras  que  el 
Amor  de  las  mitologías  arrastra  hasta  los  pies  de  su  ma- 
dre con  cadenas  de  flores.  En  aqueUos  momentos,  rendido, 
aherrojado,  obscuro,  como  genio  aún  no  comprendido 
y  á  quien  sus  enemigos  admiran  ya  demasiado,  luchando 
con  El  Dinero,  como  luchaba  Jacob  con  el  Ángela  perse- 
guido por  los  editores  y  por  las  deudas  ;  á  las  veces  im- 
poniendo privaciones  á  su  familia ,  vertiendo  lágrimas 
abrasadoras ,  Guy  trabaja  de  quince  á  diez  y  ocho  horas 
diarias  en  su  retiro  de  Chaillot,  produciendo  obras  maes- 
tras como  parten  guijarros  los  empedradores,  con  la  mi- 
rada fija  en  el  lejano  objetivo  ,  apartado  de  los  hombres; 
huyendo ,  con  motivo ,  de  escribir  á  su  madre  y  á  su  her- 
mana ,  y  teniendo  siempre  en  los  labios  el  horrible  beso 
de  la  soledad.  En  tales  condiciones,  cuando  Guy  no  tenía 
un  momento  para  vivir  ni  para  hablar ;  cuando  el  tra- 
bajo pesaba  sobre  su  pecho  como  los  diablos  en  una  pe- 
sadilla, halló  tiempo  para  amarme  á  mí  sola,  para  rela- 
cionar con  mi  recuerdo  todos  sus  actos  y  todos  sus  de- 
seos ,  escribiendo  y  creando  únicamente  para  mí.  No  tuvo 
entonces  una  idea  sola  que  no  me  fuese  ofrecida  como  el 
incienso  que  se  quema  en  los  altares  :  ¡  adoraba  en  mí!  Un 

4 


3  0  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


hecho  solo  bastará  para  que  V.  estime  la  inefable  delica- 
deza de  ese  cariño  :  Guy  de  Charnaille  tuvo  en  su  mano, 
y  así  me  lo  demostró,  el  medio  de  saber  quién  yo  era  y  de 
conocerme.  Hasta  llegaron  circunstancias  en  las  cuales, 
á  cada  hora  y  á  cada  minuto,  habríale  sido  fácil  desga- 
rrar el  velo  en  que  yo  me  envolvía  y  llegar  hasta  mí;  no 
quiso  hacerlo,  sin  embargo,  porque  yo  se  lo  tenía  prohi- 
bido. Pero,  no  vacilará  V.  en  creer  esto:  con  esas  prodi- 
giosas facultades  intuitivas  que  le  daban  indiscutible  su- 
perioridad con  relación  á  los  demás  hombres,  Guy  había 
sabido  soñarme  tal  cual  soy ,  y  el  magnífico  retrato  pin- 
tado por  Dehodency  no  se  me  parece  más  que  el  retrato 
escrito  en  que  Guy  me  ha  representado  muy  á  lo  vivo 
por  un  instinto  invencible ,  y  que  ha  colocado  en  la  pri- 
mera página  de  su  más  hermosa  novela.  Robándolas  á 
su  descanso  y  al  sueño,  este  luchador,  quebrantado,  ren- 
dido de  fatiga ,  tomaba  las  horas  que  empleaba  en  escri- 
birme; pero  no  bien  evocaba  mi  nombre,  el  cansancio 
del  trabajo  penosísimo  desaparecía  como  por  encanto; 
sentíase  entonces  animoso  y  ágil ,  como  si  se  hubiese  su- 
mergido en  la  juventud  eterna.  Antes  de  escribir  el  nom- 
bre único  bajo  el  cual  le  ha  sido  dado  el  conocerme,  abría 
su  ventana,  contemplaba  las  negruras  de  aquel  París  in- 
menso con  sus  millares  de  luces:  segura  estoy  de  que 
Guy  adivinaba  cuáles  eran  las  luces  de  mi  palacio ,  porque 
no  existían  obstáculos  materiales  para  aquel  genio  privi- 
legiado. Y  cuando  se  sumergía  de  esta  suerte  en  las  deli- 
cias de  un  martirio  sin  cesar  renovado,  condenábase  para 
el  día  siguiente  á  una  lucha  imposible ,  porque  debía  tor- 
nar al  comienzo  de  sus  prodigios  diarios  sin  que  su  cere- 
bro ardiente  hubiese  podido  calmarse  con  el  indispensable 
reposo.  Deleitábame  en  figurarme  aquel  gigante ,  viéndo- 
me, á  pesar  de  la  distancia,  con  sus  ojos  claros;  sepa- 


COMO    SE   ENGAÑA    A    LAS   MUJERES. 


rando ,  para  verme  mejor ,  su  cabellera  leonina ;  pensando 
en  el  asunto  de  sus  libros,  en  los  trabajos  prometidos,  en 
las  pruebas,  en  los  pagos  próximos,  en  los  compromisos 
que  le  tenían  aprisionado  entre  mil  ligaduras ,  y  poniendo 
todo  eso  en  olvido  sólo  con  pronunciar  un  nombre  que 
á  mí  se  me  había  antojado  formar ,  y  que  él  sabía  perfec- 
tamente que  no  era  el  mío,  porque  Guy  también  había 
adivinado  eso ,  por  de  contado.  Sobrellevaba  entonces, 
con  una  resistencia  de  Hércules ,  las  torturas  que  le  pro- 
ducían la  envidia,  la  injusticia  del  éxito  y  el  triunfo  de 
las  medianías ,  tan  celosas  siempre  de  los  seres  supe- 
riores; pero  las  que  padecía  por  mi  causa,  solamente 
por  mí,  las  aceptaba  espontáneamente  y  con  una  adora- 
ble alegría. 

— Pero  ,  hermosa  (dijo  la  Princesa):  en  el  África  Cen- 
tral hay  antropófagos ,  cuyo  único  crimen  es  el  de  tener 
muy  buen  apetito,  y  cuya  crueldad  se  queda  muy  pequeña 
comparándola  con  la  de  V. ,  porque  los  antropófagos  no 
siempre  se  comen  los  cerebros  de  sus  víctimas. 

— Es  verdad  (respondió  con  orgullo  la  duquesa  de 
Lore) ;  pero  la  soberanía  tiene  ese  precio;  por  eso  los  dio- 
ses han  exigido  siempre  sacrificios  humanos.  En  una 
ocasión  me  digné  indicarle  un  medio  de  que  me  enviase 
alguna  cosa  diferente  de  sus  cartas ,  y  entonces  Guy  de 
Charnaille ,  más  pobre  que  nunca  á  la  sazón,  aunque  ga- 
naba cantidades  enormes ,  me  envió  un  ramo  de  flores 
tropicales,  alcanzado  por  no  sé  qué  intrigas,  y  que  un  rey 
había  creído  excesivamente  caro.  Ofrecíame  temblando 
lo  que  habría  rehusado  á  príncipes  y  á  Rothschilds ,  el 
manuscrito  de  una  de  sus  obras ,  manuscrito  en  el  cual 
se  leía  la  inspiración  viva  y  palpitante.  Encontró  manera 
de  hacerle  encuadernar  en  ocho  días  por  Thouvenin  ó 
Capé,  que  nada  hacían  sin  tomarse  dos  años  de  plazo,  con 


52  LA    ESPAÑA    MODERNA, 


cantoneras  metálicas ,  dibujadas  expresamente  por  Fou- 
chéres  ó  por  los  Johannot,  y  lo  puso  á  mis  plantas  ador- 
nado como  para  una  princesa  Farnesio  ó  para  una  du- 
quesa de  Este.  De  ese  modo  duró,  por  espacio  de  cuatro 
años,  un  amor  vehemente,  exclusivo,  pronto  al  sacri- 
ficio ,  merced  al  cual  saboreé  cartas  muy  superiores  á  los 
más  sentidos  poemas,  escritas  para  mí  sola,  y  que  na- 
die leerá  jamás ;  porque  he  jugado  á  los  futuros  editores 
de  correspondencias  la  mala  partida  de  quemarlas  todas, 
conservando  sólo  unas  pocas  relativamente  insignificantes. 
Por  último:  ¡es  bien  que  me  conozca  V.  del  todo!  Yo 
era  libre ;  bastante  hermosa  para  no  tener  miedo  á  las 
comparaciones  con  un  ideal  cualquiera;  de  una  posición 
social  suficientemente  elevada  para  no  dar  importancia 
á  las  murmuraciones  del  mundo;  de  mi  sola  voluntad 
habría  dependido  conceder  á  una  hechura  mía  las  deli- 
cias paradisíacas  de  una  felicidad  completa ;  pero  me 
pareció  más  dulce  dejarle  padecer  y  consumirse  para  mi 
gloria  del  todo  inmaterial.  Acaso  yo  me  inspiraba,  sin 
advertirlo,  en  el  vago  deseo  de  no  contrariar  al  destino; 
quizá  había  yo  comprendido  inconscientemente  que  una 
felicidad  excesiva  debía  ser  mortal  para  el  genio.  Todo 
ha  de  tener  acabamiento ;  sin  embargo ,  este  comercio  de 
almas  no  concluyó  sino  por  un  acto  de  mi  voluntad ,  en  el 
día  mismo  en  que  pude  temer  que  la  violencia  de  tales 
deseos  siempre  aspirando  á  mí,  turbase  al  fin  con  su  sa- 
cudida eléctrica  aquellos  placeres  sutiles  en  que  me  ha- 
bía yo  embriagado  lentamente.  Por  otra  parte,  ¿qué  más 
podía  yo  exigir  ya,  habiendo  tenido  en  mi  poder ,  para  mí 
sola ,  durante  cuatro  años ,  á  ese  Charnaille ,  que  fué 
como  Goethe  un  Júpiter,  obediente ,  tímido ,  extasiado, 
á  quien  sólo  el  temor  de  enojarme  hacía  palidecer ,  y  que 
fué  siempre  fiel  por  añadidura? 


CÓMO   SE   ENGAÑA    Á    LAS   MUJERES.  53 

— ¡¡Fiel!!— repitió  Ana  de  Claris,  más  asombrada  que 
si  hubiera  oído  hablar  á  un  perro. 

— Sí,  entre  su  trabajo  y  yo,  nada  existía  en  aquel  espí- 
ritu de  ángel.  Lo  mismo  que  un  niño ,  me  lo  confiaba  todo; 
referíame,  minuto  por  minuto,  sus  pensamientos,  sus 
propósitos,  sus  aspiraciones,  sus  ideas;  disculpándose 
de  faltas  leves  que  habrían  hecho  sonreír  á  un  santo,  y 
solicitando  mi  perdón  por  ofensas  más  impalpables  que 
una  hoja  de  rosa  en  un  sueño ;  colocando  con  soberano 
desdén  todas  las  recompensas  humanas  muy  por  de- 
bajo de  una  sencilla  palabra  de  aprobación  de  la  mujer 
amada. 

— Pero  (preguntó  la  princesa),  ¿el  gran  novelista  no 
ha  faltado  ni  una  sola  vez  á  esa  fidelidad  de  paladín,  más 
inverosímil  que  todos  los  cuentos  de  Ariosto? 

— Sí  (dijo  la  duquesa  de  Lore) :  una  vez  sola.  Pero  i  con 
qué  contrición,  con  qué  remordimiento,  con  qué  inconso- 
lable amargura  se  confesó  conmigo  del  crimen!  Y,  sin 
embargo,  tenía  un  alma  tan  noble,  que  ni  por  un  instante 
solo  pensó  en  humillar,  al  escribirme,  á  la  que  había 
ocasionado  su  caída.  Guy  había  ido  al  baile  de  la  Ópera 
para  encontrar  allí  asunto  de  una  descripción  indispensa- 
ble á  sus  Estudios  Sociales;  confesó  que,  una  vez  allí, 
hubo  de  acercársele  una  desconocida,  y  que  en  aquel 
instante  mismo  habíase  sentido  envuelto  en  un  deUcadí- 
simo  perfume,  aturdido  por  una  voz  melodiosa,  subyu- 
gado por  una  gracia  rítmica  y  soberana,  enloquecido 
por  unos  cabellos  suaves  como  ceniza  tamizada,  y  que 
entonces.... 

—  i  Ah !  (dijo  la  Princesa.)  Y  V.,  que  en  lo  que  respecta 
á  los  celos  es  muy  parecida  al  feroz  moro  de  Venecia,  ¿le 
ha  perdonado  eso? 

—No  (respondió  la  Duquesa) :  no  se  lo  he  perdonado 


54  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


nunca.  Sin  embargo,  en  este  caso  especialísimo ,  sentía- 
me yo  mu}^  predispuesta  á  ser  indulgente,  porque.... 
—¿Por  qué? — preguntó  la  Princesa. 

—  ¡Bah!  (dijo  la  de  Lore,  con  el  aire  malicioso  de  una 
gata  que  masca  un  ratón);  porque  la  desconocida  del  baile 
de  máscaras....  era  yo. 

—  ¡Oh,  amiga  mía!  (dijo  la  Princesa,  dando  rienda 
suelta  á  su  risa.)  Buen  anacoreta  sería  el  que  supiese  pro- 
porcionarse las  voluptuosidades  del  ayuno,  alimentán- 
dose con  perdices  y  bebiendo  Rhin. 

Está  visto  que  en  lo  que  á  casuística  se  refiere ,  una 
Duquesa  parisiense  sabe  más  que  el  mismísimo  diablo. 


Teodoro  de  Banville. 


PROUDHON  Y  COURBET 


H 


AY  libros  cuyo  título,  enlazado  con  el  nombre 
del  autor ,  basta  para  dar ,  antes  de  su  lectura, 
idea  completa  del  alcance  y  de  la  significación  de 
la  obra. 

El  libro  postumo  de  Proudhon,  Del  principio  del 
Arte  y  de  su  misión  en  la  sociedad,  se  hallaba  aquí,  en 
mi  mesa.  Yo  no  lo  había  abierto:  figurábame,  sin  embar- 
go, conocerlo  que  contenía,  y  sucedió  que,  en  efecto, 
mis  previsiones  se  realizaron. 

Proudhon  es  una  inteligencia  honrada ,  de  extraordi- 
naria energía,  amante  de  lo  verdadero  y  de  lo  justo.  Es 
el  nieto  de  Fourier ;  aspira  al  bienestar  del  género  huma- 
no ;  imagina  ó  sueña  una  vasta  asociación  de  la  humani- 
dad ,  asociación  de  la  cual  cada  hombre  será  un  miembro 
modesto  y  activo.  Quiere,  en  una  palabra,  que  reinen  la 
igualdad  y  la  fraternidad;  que  la  sociedad,  en  nombre  de 
la  conciencia  y  de  la  razón,  se  reconstituya  sobre  las 


56  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


bases  del  trabajo  colectivo  y  del  continuo  mejoramiento. 
Parece  cansado  de  nuestras  luchas,  de  nuestras  desespe- 
raciones, de  nuestras  miserias;  pretende  obligarnos  á  la 
paz  y  á  una  existencia  arreglada.  El  pueblo  que  Proudhon 
ve  en  sus  sueños  es  un  pueblo  que  halla  su  tranquilidad  en 
el  silencio  del  corazón  y  de  las  pasiones  :  ese  pueblo  de 
trabajadores  solamente  vive  de  la  justicia. 

En  toda  su  obra  ha  trabajado  Proudhon  para  el  na- 
cimiento de  ese  pueblo.  De  día  y  de  noche,  á  todas  ho- 
ras ,  necesitaba  combinar  los  distintos  elementos  huma- 
nos de  un  modo  conducente  á  establecer  sobre  cimientos 
firmes  la  sociedad  por  él  soñada.  Quería  que  cada  clase, 
cada  trabajador,  entrase  por  su  parte  en  la  obra  común; 
él  coordinaba  los  entendimientos ,  reglamentaba  las  fa- 
cultades ganoso  de  no  desperdiciar  nada,  y  temeroso,  al 
propio  tiempo,  de  introducir  alguna  levadura  de  discor- 
dia. Paréceme  verlo  á  la  puerta  de  su  ciudad  futura, 
examinando  á  cada  hombre  que  se  presenta,  sondeando 
su  cuerpo  y  su  alma,  contraseñándolo  después  y  dándole 
por  nombre  un  número ,  un  oficio  por  vida  y  por  espe- 
ranza. El  hombre  no  es  ya  más  que  un  ínfimo  peón. 

Cierto  día  el  gremio  de  artistas  se  presentó  en  las 
puertas.  Cátate  á  Proudhon  todo  perplejo.  ¿Qué  hombres 
son  éstos?  ¿Para  qué  sirven?  ¿En  qué  mil  demonios  po- 
demos ocuparlos?  Proudhon  no  se  atreve  á  despedirlos 
resueltamente ,  porque ,  al  cabo ,  él  no  desprecia  ninguna 
fuerza  y  porque  además  espera  que,  con  paciencia,  algo 
podrá  sacarse  de  ellos.  Comienza,  pues,  á  buscar  y  á  ra- 
zonar. No  quiere  ver  en  ellos  una  negación  de  sus  teorías, 
y  acaba  por  hallar  un  sitio  reducido  en  que  colocarlos; 
les  endilga  un  sermón  larguísimo,  en  el  cual  les  recomien- 
da que  sean  buenos  chicos  ,  y  les  deja  entrar,  vacilando 
aún  y  diciendo  para  su  capote:   «Vigilaré  sobre  ellos, 


PROUDHON   Y   COURBET.  57 


porque  tienen  malas  caras  y  ojos  encendidos  que  no  me 
prometen  nada  bueno». 

Tiene  V.  motivo  para  temblar;  debería  V.  no  haber- 
los dejado  penetrar  en  su  ciudad  modelo.  Son  esas  gen- 
tes muy  extrañas ,  que  no  creen  en  la  igualdad ;  que  han 
dado  en  la  manía  ridicula  de  tener  corazón ,  y  que ,  á 
las  veces,  extreman  su  maldad  hasta  el  punto  de  ser  hom- 
bres de  genio.  Van  á  perturbar  ese  pueblo  de  V.;  á  des- 
ordenar las  ideas  comunistas ;  á  rehusar  resueltamente 
pertenecer  á  V. ,  para  no  pertenecer  más  que  á  ellos  mis- 
mos. Suelen  nombrar  á  V.  el  terrible  lógico;  figúrase- 
me que  esa  lógica  estaba  durmiendo  el  día  en  que  V. 
cometió  la  falta  irreparable  de  admitir  pintores  entre  sus 
legisladores  y  sus  zapateros.  Es  V.  poco  aficionado  álos 
artistas ;  toda  personaHdad  desagrada  á  V. ;  V.  aspira 
al  aplanamiento  del  individuo  para  ensanchar  los  cami- 
nos de  la  humanidad.  Corriente;  pues  sea  V.  sincero,  y 
mate  al  artista.  El  mundo  de  V.  quedará  más  así  tranquilo. 
Comprendo  perfectamente  la  idea  de  Proudhon,  y  hasta, 
si  se  quiere,  me  adhiero  á  ella.  Desea  el  bien  de  todos;  lo 
anhela  en  nombre  de  la  verdad  y  del  derecho ,  y  no  tiene 
para  qué  mirar  si  al  dirigirse  hacia  su  objetivo  aplasta  á 
varias  víctimas.  Consiento  en  ser  habitante  de  su  ciudad; 
es  indudable  que  me  moriré  de  aburrimiento  ;  pero  me 
aburriré  honrada  y  tranquilamente,  lo  cual  es  una  com- 
pensación. Lo  que  no  puedo  soportar,  lo  que  me  irrita  es 
que  obligue  á  vivir  en  esa  ciudad  dormida  á  hombres 
que  rehusan  enérgicamente  la  paz  y  el  aniquilamiento  que 
él  les  ofrece.  ¡Es  tan  sencillo  y  tan  hacedero  no  recibir- 
los y  lograr  que  desaparezcan!  Pero,  por  amor  de  Dios, 
no  les  dé  V.  á  viva  fuerza  lección  ;  sobre  todo,  no  se  di- 
vierta V.  en  fabricarlos  con  otro  barro  que  el  empleado 
por  Dios  para  hacerlos,  por  sólo  el  gusto  de  crearlos,  por 


58  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


segunda  vez,  tales  cuales  V.  los  quiere.  Todo  el  libro  de 
Proudhon  está  aquí.  Es  una  segunda  creación,  un  asesi- 
nato y  un  parto.  Proudhon  acepta  en  su  ciudad  al  artista; 
pero  al  artista  imaginado  por  él,  al  artista  de  que  ha  me- 
nester, y  que  ha  creado  tranquilamente  y  sólo  en  teoría. 
Su  libro  está  vigorosamente  pensado  ,  y  tiene  una  lógica 
abrumadora;  pero  todas  las  definiciones,  todos  los  axio- 
mas son  falsos.  Es  un  error  gigantesco  deducido  con  una 
fuerza  de  razonamiento,  que  no  debería  nunca  ser  puesta 
al  servicio  de  lo  que  no  fuese  la  verdad. 

Su  definición  del  Arte,  hábilmente  trazada  y  más  há- 
bilmente explotada,  es  la  siguiente:  « Una  representación 
idealista  de  la  naturaleza  y  de  nosotros  mismos  que 
se  endereza  al  perfeccionamiento  físico  y  ynor  al  de  nues- 
tra especie^.  Esta  definición  es,  sin  duda,  la  del  hombre 
práctico  del  que  yo  hablaba  hace  poco ,  del  hombre  que 
pretende  que  nos  comamos  las  rosas  en  ensalada.  Sería 
insustancial  en  manos  de  cualquiera.  Proudhon  no  gasta 
bromas  cuando  se  trata  del  perfeccionamiento  físico  y 
moral  de  nuestra  especie.  Utiliza  esa  definición  para 
negar  lo  pasado  y  para  fantasear  un  futuro  horrible.  El 
arte  perfecciona  lo  conocido  ;  pero  perfecciona  á  su  ma- 
nera, regocijando  el  espíritu  ,  no  predicando  ni  dirigién- 
dose á  la  razón. 

Por  otra  parte ,  esa  definición  me  produce  alguna  in- 
quietud. Viene  á  ser  el  resumen  muy  inocente  de  una 
doctrina  peligrosa  en  otro  concepto.  No  puedo  admitirla 
solamente  por  el  desenvolvimiento  que  le  da  Proudhon  ; 
en  sí  misma ,  paréceme  la  obra  de  un  hombre  de  bien 
que  juzga  el  arte  como  se  juzga  la  gimnasia  ó  el  estu- 
dio de  las  raíces  griegas. 

Proudhon  asienta,  en  tesis  general,  lo  siguiente  :  yo 
público ,  yo  humanidad ,  tengo  derecho  á  guiar  al  artista 


PROUDHON    Y   COURBET.  39 


y  á  exigirle  lo  que  me  agrade  ;  el  artista  no  debe  ser  él, 
debo  ser  yo ,  debe  pensar  como  yo  pienso ,  debe  trabajar 
para  mí  solamente.  El  artista,  por  sí  mismo ,  no  es  nada  ; 
lo  es  todo  por  el  linaje  humano  y  para  el  linaje  humano. 
En  resumen  :  el  sentimiento  individual ,  la  libre  expre- 
sión de  una  personalidad,  quedan  prohibidos.  Es  menester 
que  el  artista  se  limite  á  ser  el  intérprete  del  gusto  ge- 
neral ,  á  trabajar  solamente  en  nombre  de  la  colectividad, 
para  agradar  á  todos.  El  arte  llega  á  la  perfección  cuando 
el  artista  se  anula,  cuando  la  obra  no  lleva  su  nombre, 
cuando  esa  labor  artística  es  el  producto  de  una  época 
entera,  de  una  nación,  como  la  estatuaria  egipcia  ó  como 
la  arquitectura  de  nuestras  catedrales  góticas. 

Yo ,  á  mi  vez ,  asiento ,  en  principio ,  que  la  obra  artís- 
tica sólo  existe  por  su  originalidad.  Es  necesario  que  en 
cada  obra  encuentre  yo  un  hombre ,  ó  la  obra  me  deja 
completamente  frío.  Sacrifico  resuelta  y  francamente  la 
humanidad  al  artista.  Si  yo  hubiera  de  definir  una  obra 
de  arte ,  mi  definición  sería  la  siguiente  :  Una  obra  de 
arte  es  un  pedaso  de  la  creación,  visto  á  través  de  un 
temperamento.  Lo  demás,  ¿qué  me  importa?  Soy  artista, 
y  os  doy  mi  carne  y  mi  sangre ,  mi  corazón  y  mi  pensa- 
miento. Me  pongo  completamente  desnudo  en  presencia 
vuestra  ;  bueno  ó  malo ,  me  entrego  á  vosotros.  Si  aspi- 
ráis á  ser  instruidos ,  contempladme ,  aplaudid  ó  silbad  ; 
sea  mi  ejemplo  un  estímulo  ó  una  advertencia.  ¿Qué  más 
queréis  pedirme?  No  puedo  daros  otra  cosa,  pues  me  doy 
todo  entero ,  con  mis  violencias  ó  con  mis  dulzuras ,  tal 
cual  Dios  me  hizo.  Sería  ciertamente  ridículo  queProud- 
hon,  el  apóstol  de  la  verdad,  viniese  á  transformarme 
en  otro,  á  obligarme  á  mentir.  Es  evidente  que  V.  no  ha 
comprendido  que  el  arte  es  la  manifestación  libre  de  un 
corazón  y  de  una  inteligencia ,  y  que  resulta  tanto  más 


6o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


grande  cuanto  es  más  personal.  Si  existe  el  arte  de  las 
naciones ,  la  expresión  de  las  épocas  ,  existe  también  la 
manifestación  de  las  individualidades ,  el  arte  de  las 
almas.  Un  pueblo  ha  podido  crear  arquitecturas  ;  pero 
me  siento  infinitamente  más  emocionado  ante  un  cuadro, 
ó  con  un  poema,  obras  individuales  en  que  me  veo  yo 
mismo ,  con  todas  mis  alegrías  y  con  todas  mis  tristezas. 
No  niego ,  por  lo  demás ,  la  influencia  que  en  el  artista 
pueden  ejercer  el  medio  ambiente  y  el  momento  histó- 
rico ;  pero  no  tengo  para  qué  curarme  de  esas  cosas. 
Acepto  al  artista  tal  cual  llega  hasta  mí. 

Dice  V.,  dirigiéndose  á  Eugenio  Delacroix  :  «Me  im- 
portan muy  poco  las  impresiones  personales  de  V No 

son  las  ideas  de  V.,  ni  su  ideal  propio,  los  que  han  de  la- 
brar en  mi  alma  al  pasar  por  mis  ojos  ;  son  las  ideas  y  el 
ideal  que  hay  dentro  de  mí ,  que  es  precisamente  lo  con- 
trario de  lo  que  V.  se  precia  de  realizar.  De  suerte  que 
todo  el  talento  de  V.  debe  concretarse  á  producir  en  nos- 
otros impresiones,  movimientos  y  propósitos  que  redun- 
den ,  no  en  pro  de  la  gloria  ó  del  medro  de  V.,  sino  en  be- 
neficio de  la  felicidad  general  y  del  mejoramiento  de  la 
especie».  Y  en  la  conclusión  escribe  V.  :  «Por  lo  que  res- 
pecta á  nosotros,  socialistas  revolucionarios,  decimos  á 
los  artistas,  lo  mismo  que  á  los  literatos  :  nuestros  idea- 
les son  la  verdad  y  el  derecho :  si  con  esto  no  sabéis  rea- 
lizar el  arte,  ni  tener  estilo,  j atrás!  ;  para  nada  os  nece- 
sitamos. Si  estáis  al  servicio  de  los  corrompidos,  de  los 
ricos ,  de  los  haraganes ,  ¡atrás!;  no  queremos  vuestras 
artes.  Si  la  aristocracia,  el  pontificado  ola  majestad  real 
os  son  indispensables ,  ¡  atrás ;  siempre  atrás !  Proscribi- 
mos vuestro  arte  y  vuestras  personas».  Por  mi  parte,  me 
creo  autorizado  para  contestar  á  V.  en  nombre  de  los  ar- 
tistas y  de  los  literatos,  délos  que  sienten  latir  su  corazón 


PROUDHON    Y   COURBET. 


y  elevarse  su  pensamiento  :  « Nuestros  ideales  ,  los  idea- 
les que  poseemos ,  son  nuestros  amores  y  nuestras  emo- 
ciones, nuestras  sonrisas  y  nuestras  lágrimas.  Si  vos- 
otros no  necesitáis  de  nosotros  para  nada,  nosotros  nos 
hallamos  perfectamente  sin  vosotros.  Vuestro  comunis- 
mo y  vuestra  igualdad  nos  descorazonan.  Tenemos  estilo, 
y  realizamos  el  arte  con  nuestra  carne  y  con  nuestra 
alma  ;  amamos  la  vida ,  y  os  damos  cada  día  un  poco  de 
nuestra  existencia.  No  estamos  al  servicio  de  nadie,  y 
nos  negamos  á  entrar  al  vuestro.  Ni  engrandecemos  á 
nadie,  ni  obedecemos  más  que  á  nuestra  naturaleza.  So- 
mos buenos  ó  malos,  y  os  dejamos  en  libertad  completa 
de  escucharnos  ó  de  taparos  los  oídos.  Aseguráis  que 
proscribís  nuestras  obras  y  á  nosotros.  Intentadlo,  y  sen- 
tiréis dentro  de  vosotros  un  vacío  tan  grande ,  que  llora- 
réis de  amargura  y  de  vergüenza » . 

Somos  fuertes,  y  Proudhon  lo  sabe.  Su  cólera  no  sería 
tan  grande  si  pudiese  aplastarnos  y  dejar  sitio  despejado 
para  realizar  sus  humanitarios  ensueños.  Le  molestamos 
con  todo  el  poder  que  tenemos  sobre  la  carne  y  sobre  el 
alma.  Se  nos  quiere  ;  nosotros  llenamos  los  corazones, 
nos  apoderamos  de  la  humanidad  por  todas  las  facultades 
que  en  ella  aman  ,  por  sus  esperanzas  y  por  sus  recuer- 
dos. Tanto  como  él  nos  aborrece,  como  su  orgullo  de 
filósofo  y  pensador  se  irrita  viendo  que  la  muchedumbre 
le  vuelve  la  espalda  y  cae  á  nuestros  pies.  Proudhon 
la  llama,  nos  rebaja,  nos  clasifica,  y  nos  señala  un  sitio, 
allá  en  el  extremo  del  banquete  sociahsta.  Tomemos 
asiento,  amigos  míos,  y  turbemos  el  banquete.  Sólo  nece- 
sitamos hablar,  sólo  necesitamos  coger  el  pincel,  y  como 
nuestras  obras  son  conmovedoras ,  la  humanidad  derra- 
ma lágrimas  y  olvida  la  justicia  y  el  derecho  para  no 
ser  sino  carne  y  corazón. 


52  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Si  me  preguntáis  qué  es  lo  que  yo ,  artista ,  he  venido 
á  hacer  en  el  mundo,  os  responderé  :  «Vengo  á  vivir  en 
las  alturas » . 

Ahora  se  comprende  lo  que  debe  de  ser  el  libro  de 
Proudhon.  Examina  los  distintos  períodos  de  la  historia 
del  Arte,  y  su  sistema,  que  Proudhon  aplica  con  una  bru- 
talidad ciega ,  le  hace  prorrumpir  en  las  blasfemias  más 
extrañas.  Estudia  sucesivamente  el  arte  egipcio ,  el  arte 
griego  y  el  romano,  el  arte  cristiano,  el  Renacimiento, 
el  arte  contemporáneo:  todas  estas  manifestaciones  del 
pensamiento  humano  le  disgustan ;  pero  aparece  siempre 
en  el  autor  una  visible  preferencia  por  las  obras  ó  la  es- 
cuela en  que  el  artista  desaparece  y  se  llama  legión.  El 
arte  egipcio ,  ese  arte  hierático ,  generalizado ,  que  se  re- 
duce á  un  tipo  y  á  una  actitud ;  el  arte  griego ,  esa  ideali- 
zación de  la  forma ,  ese  cliché  puro  y  correcto  ,  esa  be- 
lleza divina  é  impersonal ;  el  arte  cristiano ,  esas  figuras 
demacradas  y  pálidas  que  pueblan  nuestras  catedrales  y 
que  parecen  todas  obras  del  mismo  artífice:  tales  son  los 
períodos  artísticos  que  hallan  gracia  ante  Proudhon, 
porque  en  ellos  las  obras  parecen  como  si  fuesen  produ- 
cidas por  las  multitudes. 

En  lo  que  respecta  al  Renacimiento  y  á  nuestra  épo- 
ca, ya  sólo  ve  decadencia  y  anarquía.  Y  es  claro,  porque 
es  intolerable  que  haya  personas  que  se  permitan  tener 
talento  sin  consultar  á  la  humanidad ,  que  existan  ó  ha- 
yan existido  los  Miguel-Ángel,  los  Tizianos,  los  Vero- 
nés,  los  Delacroix,  que  se  atrevieron  á  pensar  por  sí 
mismos  y  no  por  conducto  de  sus  contemporáneos ;  de  ex- 
presar lo  que  ellos  tenían  en  su  alma,  y  no  lo  que  tenían 
en  las  suyas  los  imbéciles  de  su  tiempo.  Que  Proudhon 
arrastre  por  el  lodo  á  Leopoldo  Robert  y  Horacio  Vernet, 
me  es  casi  indiferente.  Pero  que  sienta  admiración  por 


PROUDHON    Y   COURBET.  63 


el  Marat  6  por  el  Juramento  en  el  Juego  de  pelota ,  de 
David ,  por  razones  de  demócrata  ó  de  filósofo ,  ó  que 
destroce  los  lienzos  de  Eugenio  Delacroix  en  nombre  de 
la  moral  y  de  la  razón,  son  cosas  que  no  pueden  tolerar- 
se. Por  todo  lo  del  mundo  no  querría  yo  ser  elogiado  por 
Proudhon ;  se  elogia  á  sí  mismo  cuando  elogia  á  un  ar- 
tista ,  y  se  deleita  con  ideas  y  con  asuntos  que  el  último 
peón  de  albañil  podría  hallar  y  desenvolver. 

Duéleme  todavía  el  viaje  que  con  él  he  llevado  á  cabo 
á  través  de  los  siglos.  Como  yo  no  admito  en  el  arte  más 
que  la  vida  y  la  personaHdad ,  claro  que  no  soy  aficio- 
nado á  los  egipcios ,  ni  á  los  griegos ,  ni  á  los  artistas  del 
ascetismo.  Me  entusiasma,  por  el  contrario,  la  libre  ma- 
nifestación de  los  pensamientos  individuales, — eso  que 
Proudhon  llama  la  anarquía;— me  gustan  el  Renacimiento 
y  nuestra  época,  estas  luchas  entre  artistas,  esos  hombres 
que  vienen  todos  á  pronunciar  una  palabra  todavía  des- 
conocida ayer.  Si  la  obra  no  tiene  sangre  y  nervios ,  si 
no  existe  en  ella  la  expresión  entera  y  conmovedora  de 
una  criatura ,  rechazo  la  obra ,  aunque  sea  la  Venus  de 
Milo.  En  una  palabra:  yo  soy  diametralmente  opuesto  á 
Proudhon ;  éste  quiere  que  el  arte  sea  la  obra  de  la  na- 
ción; yo  exijo  que  sea  la  obra  del  individuo.  Por  lo  de- 
más, Proudhon  es  sincero.  «¿Qué  es  un  grande  hombre? 
(pregunta.)  ¿Hay  grandes  hombres?  ¿Puede  admitirse  en 
los  principios  de  la  Revolución  francesa ,  y  en  una  Repú- 
bUca  fundada  sobre  el  derecho  del  hombre,  que  haya 
grandes  hombres? »  Estas  palabras ,  por  muy  ridiculas 
que  parezcan,  son  graves.  V.  que  sueña  con  la  liber- 
tad, ¿no  quisiera  dejarnos  la  libertad  de  la  inteligencia? 
Proudhon  dice  después  en  una  nota:  «Diez  mil  ciudada- 
nos que  han  aprendido  el  dibujo,  forman  una  potencia  de 
colectividad  artística,  una  fuerza  de  ideas,  una  energía 


64  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


de  ideal  muy  superior  á  la  de  un  individuo ,  y  que ,  al  ha- 
llar un  día  su  expresión,  sobrepujará  la  obra  maestra». 
Por  esto,  á  juicio  de  Proudhon,  la  Edad  Media  vale  más  en 
asuntos  de  arte  que  el  Renacimiento.  Al  no  existir  gran- 
des hombres,  el  grande  hombre  es  la  multitud.  Confieso 
á  Vds.  que  ya  no  sé  lo  que  se  pretende  de  mí,  artista,  y 
que  prefiero  mil  veces  coser  zapatos.  Por  último,  el  pu- 
blicista, fatigado  de  divagar,  expone  todo  su  pensamien- 
to. Para  ello  exclama:  « ¡Pluguiera  á  Dios  que  Lutero  hu- 
biese exterminado  los  Rafael ,  los  Miguel-Ángel  y  todos 
sus  émulos,  todos  esos  decoradores  de  palacios  y  de 
iglesias! »  Fuera  de  esto,  la  confesión  es  más  completa  to- 
davía cuando  Proudhon  dice:  «El  arte  en  nada  puede 
contribuir  directamente  á  nuestro  progreso ;  la  tendencia 
es  á  prescindir  de  él  en  absoluto».  Pues  bien:  me  agrada 
más  esto;  prescindan  Vds.  del  Arte ,  3^  no  se  hable  más  del 
asunto.  Pero  no  nos  venga  V.  luego  declamando  orgullo- 
sámente  :  « Llego  á  colocar  los  cimientos  de  una  crítica  de 
arte  racional  y  serio»,  cuando  anda  V.  en  el  error  más 
grosero. 

Creo  que  Proudhon  no  habría  tenido  derecho  á  pene- 
trar en  la  ciudad-modelo ,  ni  á  sentarse  en  el  banquete 
socialista.  Habríasele  expulsado  sin  compasión.  ¿No  era  él 
un  grande  hombre?  ¿No  era  una  vigorosa  inteligencia, 
personalísima  en  grado  sumo?  Todo  su  aborrecimiento  á 
la  individuaUdad  cae  sobre  él  y  le  condena.  Proudhon 
habría  venido  entonces  á  buscarnos ,  á  nosotros ,  á  los  ar- 
tistas, á  los  proscriptos,  y  nosotros  acaso  hubiésemos 
podido  consolarle  admirándole  ,  al  pobre  hombre  grande 
soberbio  que  habla  de  modestia. 


PROUDHON    Y   COURBET.  6^ 


II. 


Proudhon  ,  después  de  pisotear  lo  pasado ,  sueña  un 
porvenir,  una  escuela  artística  para  su  ciudad  futura. 
Convierte  á  Courbet  en  revelador  de  esa  escuela ,  y  lanza 
la  piedra  del  oso  á  la  cabeza  del  maestro. 

Ante  todo ,  quiero  declarar  ingenuamente  que  deploro 
ver  á  Courbet  mezclado  en  este  asunto.  Habría  yo  cele- 
brado que  Proudhon  hubiese  escogido  para  ejemplo  otro 
artista;  cualquier  pintor  sin  talento  alguno.  Aseguro  que 
el  publicista,  con  su  carencia  absoluta  de  sentido  artístico, 
hubiera  podido  elegir  con  el  mismo  desembarazo ,  al  más 
ínfimo  amasador  de  yeso,  al  ganapán  estúpido  que  trabaja 
en  pro  del  mejoramiento  de  la  especie.  Proudhon  quiere 
un  moralista  en  pintura,  y ,  á  lo  que  parece,  le  importa  muy 
poco  que  este  moralista  moralice  con  un  pincel  ó  con  una 
escoba.  Habríam.e  sido  lícito  en  ese  caso,  después  de  ha- 
ber rechazado  la  escuela  del  porvenir,  rechazar  delmis- 
mo  modo  al  jefe  de  la  escuela.  No  puedo  hacerlo.  Es  me- 
nester que  yo  distinga  entre  las  ideas  de  Proudhon  y  el 
artista  á  quien  Proudhon  aplica  esas  ideas.  Por  otra 
parte,  el  filósofo  ha  disfrazado  de  tal  modo  á  Courbet, 
que  me  bastará,  para  no  contradecirme  admirando  á 
Courbet ,  declarar  en  alta  voz  que  me  inchno ,  no  ante  el 
Courbet  humanitario  de  Proudhon ,  sino  ante  el  maestra 
vigoroso  que  nos  ha  dado  algunas  páginas  llenas  de  gran- 
deza y  de  verdad. 

El  Courbet  de  Proudhon  es  un  hombre  singular,  que 
utiHza  el  pincel  como  un  dómine  de  pueblo  utiliza  su  pal- 
meta. El  menor  de  sus  henzos ,  á  lo  que  parece ,  está  pre- 

3 


66  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


nado  de  ironías  y  de  enseñanzas.  El  tal  Courbet,  siempre 
el  de  Proudhon ,  desde  las  alturas  de  su  cátedra,  nos  mira, 
nos  penetra  hasta  el  corazón ,  pone  al  desnudo  nuestros 
vicios ;  después ,  integrando  nuestras  fealdades ,  nos  pinta 
en  nuestra  verdad  para  hacernos  enrojecer  de  vergüenza. 
¿No  se  sienten  Vds.  movidos  á  postrarse  de  hinojos,  á  dar- 
se golpes  de  pecho  y  á  pedir  misericordia?  Posible  es  que 
el  Courbet  de  carne  y  hueso  semeje  en  algunos  rasgos  á 
este  Courbet  del  publicista;  discípulos  demasiado  entu- 
siastas y  averiguadores  de  lo  futuro  han  podido  extraviar 
al  maestro ;  por  otra  parte ,  existe  siempre  en  los  hombres 
de  gran  entereza  espiritual  algo  de  extravagancia  y  de 
ceguedad  rara ;  pero  confiesen  Vds.  que  si  Courbet  predi- 
ca, predica  en  desierto,  y  que  si  merece  nuestra  admira- 
ción, la  merece  solamente  por  la  manera  enérgica  con  que 
se  ha  apoderado  de  la  naturaleza  y  después  la  ha  repro- 
ducido. 

Deseo  ser  justo  ,  y  sentiría  dejarme  tentar  por  una 
broma  verdaderamente  fácil.  Concedo  que  algunos  lien- 
zos del  pintor  pueden  parecer  satíricamente  intenciona- 
dos. El  artista  suele  pintar  escenas  ordinarias  de  la  vida, 
y  por  eso  nos  hace ,  si  se  quiere ,  pensar  en  nosotros  mis- 
mos y  en  las  cosas  de  nuestro  tiempo.  Esto  no  es  sino 
el  natural  resultado  de  su  talento,  que  se  ve  arrastra- 
do á  buscar  la  verdad  y  á  expresarla.  Pero  querer  que 
consista  todo  su  mérito  en  el  hecho  solo  de  haber  tra- 
tado asuntos  contemporáneos ,  es  dar  una  idea  muy  ex- 
traña del  arte  á  los  principiantes  á  quienes  se  trata  de 
educar  para  la  bienandanza  del  género  humano. 

Quieren  Vds.  que  la  pintura  sea  útil  y  coopere  al  per- 
feccionamiento de  la  humanidad.  Admito  que  Courbet  per- 
feccione; pero  yo  me  pregunto  entonces:  ¿en  qué  propor- 
ción y  con  qué  eficacia  perfecciona?  Francamente:  podría 


PROUDHON   Y   COURBET.  67 


él  amontonar  cuadros  sobre  cuadros ;  podrían  Vds.  llenar 
el  mundo  de  lienzos  suyos  y  lienzos  de  sus  discípulos,  y  la 
humanidad  continuaría  siendo ,  dentro  de  diez  años  ,  tan 
viciosa  como  es  ahora.  Mil  años  de  pintura,  de  pintura 
hecha  á  gusto  de  Vds.,  no  equivaldrían  á  uno  de  esos  pen- 
samientos que  la  pluma  escribe  con  claridad  y  que  la  in- 
teligencia recuerda  siempre,  tales  como:  «  Conócete  d  ti 
misma,  Amaos  los  irnos  á  los  otrosy>,  etc ¡Cómo!  ¡Po- 
seen Vds.  la  escritura  ,  poseen  la  palabra  ,  pueden  decir 
todo  lo  que  quieran ,  y  acuden  al  arte  de  las  líneas  y  de 
los  colores  para  enseñar  y  para  instruir !  ¡  Oh ,  por  com- 
pasión! Acuérdense  Vds.  de  que  nosotros  no  somos  sólo 
entendimiento.  Si  son  Vds.  prácticos,  dejen  al  filósofo  el 
derecho  á  darnos  lecciones  ,  dejen  al  pintor  el  derecho  á 
emocionarnos.  No  creo  que  deben  Vds.  exigir  del  artista 
que  enseñe  ,  y  de  todos  modos  ,  niego  terminantemente 
la  influencia  de  un  cuadro  sobre  las  costumbres  de  las 
masas. 

Mi  Courbet,  el  Courbet  que  yo  admiro,  es  una  perso- 
nalidad. El  pintor  comenzó  imitando  la  Escuela  flamenca 
y  á  ciertos  maestros  del  Renacimiento;  pero  su  naturaleza 
protestaba;  sentíase  arrastrado  el  artista  por  toda  su 
carne,— por  toda  su  carne, óiganlo  Vds.,— hacia  el  mun- 
do material  que  le  rodeaba,  las  mujeres  gruesas  y  los 
hombres  fuertes ,  las  campiñas  feraces  y  los  montes  fe- 
cundos. Grande  y  vigoroso,  sentía  el  áspero  deseo  de  es- 
trechar entre  sus  brazos  la  naturaleza  verdad ;  quería 
pintar  la  carne  y  el  estiércol. 

Entonces  apareció  el  pintor  que  ahora  quieren  darnos 
como  un  moralista.  Proudhon  mismo  lo  ha  dicho :  los  pin- 
tores suelen  no  saber  con  exactitud  lo  que  valen  y  por 
qué  valen.  Si  Courbet,  de  quien  he  oído^decir  que  es  or- 
gulloso ,  funda  ese  orgullo  en  las  lecciones  que  cree  dar- 


68  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


nos,  estoy  por  enviarle  á  la  escuela.  Téngalo  entendido: 
él  no  es  sino  un  infeliz  grande  hombre  muy  ignorante,  que 
ha  dicho  menos  en  veinte  lienzos  que  La  Cortesía  infan- 
til en  dos  páginas.  Courbet  no  tiene  sino  el  genio  de  la 
verdad  y  del  vigor;  que  se  dé  por  contento  con  su  parte. 
La  generación  nueva,  me  refiero  á  los  jóvenes  de 
veinte  á  veinticinco  años,  apenas  conoce  á Courbet,  por- 
que sus  últimos  cuadros  han  sido  muy  inferiores.  He  te- 
nido ocasión  de  ver ,  en  la  calle  de  Haute  Feuille  ,  en  el 
taller  de  un  maestro ,  algunos  de  los  primeros  que  pintó 
Courbet.  He  admirado  sinceramente;  no  he  hallado  ni  el 
más  insignificante  motivo  para  reir  en  esos  cuadros  gra- 
ves, enérgicos,  délos  que  me  habían  hecho  suponer  co- 
sas monstruosas.  Esperaba  yo  algo  de  caricaturesco,  una 
fantasía  extraviada  ó  grotesca ,  y  me  encontraba  ante  un 
pintor  admirable,  de  gran  elevación,  y  de  una  finura  y 
una  franqueza  extremadas.  Los  tipos  eran  verdaderos 
sin  ser  vulgares ;  las  carnes  ,  firmes  y  suavísimas ,  vivían 
su  verdadera  vida ;  los  fondos  se  llenaban  de  aire ,  y  da- 
ban á  las  figuras  un  vigor  prodigioso.  El  colorido,  tal  vez 
un  poco  sordo,  tiene  una  armonía  casi  dulce,  mientras 
que  la  precisión  de  los  tonos,  la  amplitud  de  ejecución 
determina  los  planos,  y  contribuyen  á  que  cada  detalle 
adquiera  relieve  extraordinario.  Cerrando  ahora  mismo 
los  ojos,  torno  á  ver  aquellos  enérgicos  henzos  ,  de  una 
sola  pieza ,  hechos  á  cal  y  canto ,  reales  hasta  la  vida  y 
bellos  hasta  la  verdad.  Courbet  es  el  único  pintor  de  nues- 
tra época ;  pertenece  á  la  familia  de  los  pintores  de  car- 
nes ;  tiene  por  hermanos ,  quiéralo  él  ó  no  lo  quiera  ,  al 
Veronés,  á  Rembrandt  y  al  Tiziano. 

Proudhon  ha  visto,  como  yo  los  vi,  los  cuadros  á  que 
me  refiero ;  pero  él  los  ha  visto  de  otro  modo  ;  prescin- 
diendo de  las  hechuras,  desde  el  punto  de  vista  del  pen- 


PROUDHON   Y   COURBET.  69 


Sarniento  puro.  Un  lienzo  es  para  Proudhon  un  asunto; 
pintadlo  en  rojo  ó  en  verde,  ¿qué  le  importa  eso?  El  cua- 
dro le  dice  lo  mismo :  él  no  entiende  nada  en  pintura ,  y 
razona  tranquilamente  sobre  las  ideas.  Proudhon  comen- 
ta ;  obliga  al  cuadro  á  que  signifique  tal  6  cuál  cosa ;  de 
la  forma,  ni  una  palabra. 

Por  este  camino  llega  hasta  la  payasada.  El  nuevo 
crítico  de  arte,  el  que  se  vanagloria  deponerlas  bases  de 
una  ciencia  nueva,  formula  sus  juicios  del  modo  siguien- 
te :  *El  regreso  de  la  feria  ,  de  Courbet ,  es  la  Francia 
rural ,  con  su  humor  indeciso  y  su  espíritu  positivista ,  su 
lengua  sencilla,  sus  pasiones  dulces,  su  estilo  sin  énfasis, 
su  pensamiento  más  cerca  de  la  tierra  que  de  las  nubes, 
sus  costumbres  igualmente  apartadas  de  la  demagogia 
que  de  la  democracia,  su  preferencia  decidida  por  las 
maneras  comunes,  alejada  de  toda  exaltación  idealista, 
feHz  bajo  una  autoridad  templada ,  en  ese  justo  medio 
tan  querido  por  las  gentes  honradas ,  que ,  ¡  ay ! ,  las  enga- 
ña constantemente».  «La  Bañista  es  una  sátira  contra 
la  clase  media.  Sí,  hela  ahí  ;  ahí  está  esa  clase  media 
gordinflona  y  adinerada ,  desfigurada  por  la  gordura  y 
por  el  lujo  ;  esa  clase  en  la  cual  la  molicie  y  la  masa 
ahogan  los  ideales  y  predestinada  á  morir  de  holgaza- 
nería, cuando  no  por  exceso  de  grasa  ;  hela  ahí  tal  cual 
su  necedad,  su  egoísmo  y  su  cocina  nos  la  presentan.» 
«Las  Señoritas  del  Sena  y  los  Picapedreros,  sirven  para 
establecer  un  maravilloso  paralelo  :  esas  dos  mujeres  vi- 
ven en  medio  del  bienestar....,  son  verdaderas  artistas. 
Pero  el  orgullo,  el  adulterio,  el  divorcio  y  el  suicidio, 
sustituyendo  á  los  amores ,  revolotean  en  torno  suyo  y  las 
acompañan ,  las  llevan  en  sus  alas ;  por  eso  al  fin  parecen 
horribles  :  los  Picapedreros^  por  el  contrario ,  están  gri- 
tando con  sus  harapos  venganza  contra  el  arte  y  contra 


70  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


la  sociedad;  en  el  fondo  son  inofensivos,  y  sus  almas  están 
sanas.»  Y  Proudhon  examina  de  esta  manera  cada  lienzo, 
explicándolos  todos  y  prestándoles  un  sentido  político, 
religioso  ó  de  sencilla  policía  de  costumbres. 

Los  derechos  del  comentarista  son  amplios ,  lo  sé ;  es 
permitido  á  todo  espíritu  decir  lo  que  él  siente  á  la  vista 
de  una  obra  de  arte.  Hasta  hay  observaciones  atinadas 
y  justas  en  lo  que  Proudhon  piensa  acerca  de  los  cuadros 
de  Courbet.  Pero  Proudhon  es  siempre  el  filósofo ,  y  no 
quiere  sentir  como  artista.  Lo  repito :  solamente  del  asun- 
to se  cuida ;  lo  discute ,  lo  acaricia ,  se  extasía  ó  se  rebela. 
En  absoluto  considerado ,  nada  malo  hallo  en  esto ;  pero 
las  admiraciones ,  los  comentarios  de  Proudhon  llegan  á 
ser  peligrosos  cuando  los  sintetiza  en  una  regla  y  pre- 
tende convertirlos  en  leyes  del  arte  soñado  por  él.  No  ve 
Proudhon  que  Courbet  existe  por  él  mismo ,  no  por  los 
asuntos  que  ha  escogido  para  sus  obras ;  el  artista  habría 
pintado  con  el  mismo  pincel ,  romanos  ó  griegos ,  á  Ve- 
nus ó  á  Júpiter ,  y  habría  llegado  á  la  altura  misma  en 
que  se  halla.  El  asunto  ó  las  personas  del  cuadro  son  pre- 
textos ;  el  genio  consiste  en  presentar  ese  objeto  ó  esas 
personas  con  más  verdad  ó  con  más  grandeza.  Por  lo  que 
á  mí  respecta ,  no  es  el  árbol ,  ni  es  el  rostro ,  ni  la  escena 
que  eso  representa ,  lo  que  me  conmueve :  me  conmueve 
el  hombre  que  encuentro  en  la  obra ,  la  individualidad 
poderosa  que  ha  sabido  crear  al  lado  del  mundo  de  Dios 
ese  mundo  personal  que  mis  ojos  no  podrán  olvidar  nunca 
y  reconocerán  por  dondequiera. 

Soy  admirador  de  Courbet  de  un  modo  absoluto; 
Proudhon  lo  es  de  un  modo  relativo.  Sacrificando  el  ar- 
tista á  la  obra ,  parece  creer  que  puede  reemplazarse  fá- 
cilmente un  maestro  semejante,  y  expone  sus  teorías  con 
tranquilidad ,  convencido  de  que  le  bastará  hablar  para 


PROUDHON    Y   COURBET.  7  I 


que  la  ciudad  de  sus  sueños  se  pueble  de  maestros  emi- 
nentes. Lo  ridículo  es  que  ha  tomado  á  una  individualidad 
por  un  sentimiento  general.  Morirá  Courbet,  y  nacerán 
otros  artistas  que  no  se  le  parecerán  en  nada.  El  talento 
no  se  enseña :  él  crece  en  la  dirección  que  le  agrada.  No 
creo  que  el  pintor  de  Ornano  crease  escuela ;  de  todas 
suertes,  una  escuela  nada  probaría.  Puede  afirmarse  con 
toda  certeza  que  el  gran  pintor  de  mañana  no  imitará  á 
nadie  directamente ;  porque  si  imitase  á  alguno ,  si  no 
aportase  ninguna  personalidad  propia,  no  sería  gran 
pintor.  Consúltese  la  historia  del  arte. 

Aconsejo  á  los  socialistas  demócratas — los  cuales,  se- 
gún parece ,  desean  educar  artistas  para  su  uso  particu- 
lar— quecontraten  ávarios  centenares  de  obreros  y  que  les 
enseñen  el  arte  como  se  enseñan,  en  el  colegio,  el  latín  y  el 
griego.  Así  tendrán,  transcurrido  que  hayan  cinco  ó  seis 
años ,  gentes  que  les  harán  con  limpieza  cuadros  concebi- 
dos y  ejecutados  según  su  gusto  y  muy  parecidos  todos 
unos  á  otros ,  lo  cual  será  testimonio  de  una  conmovedora 
fraternidad  y  de  una  igualdad  laudable.  Entonces  la  pin- 
tura contribuirá  en  gran  parte  al  perfeccionamiento  de  la 
especie.  Pero  que  los  socialistas  demócratas  no  funden  es- 
peranza alguna  sobre  los  artistas  de  genio  libre  y  educa- 
dos fuera  de  su  reducida  iglesia.  Podrán  hallar  uno  que 
les  convenga  ó  poco  menos ;  pero  esperarán  mil  años 
antes  de  haber  á  las  manos  otro  artista  semejante  al  pri- 
mero. Los  obreros  que  hacemos  nosotros  nos  obedecen  y 
trabajan  á  nuestro  capricho;  pero  los  obreros  que  hace 
Dios  solamente  á  Dios  obedecen,  y  trabajan  á  capricho 
de  su  carne  y  de  su  intehgencia. 

Comprendo  que  Proudhon  celebraría  atraerme  hacia 
él ,  y  que  yo  me  alegraría  de  atraerle  hacia  mí.  Pero  no 
somos  del  mismo  mundo ;  blasfemamos  el  uno  para  el  otro. 


72  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


Él  desea  hacer  de  mí  un  ciudadano ;  yo  deseo  hacer  de  él 
un  artista.  En  esto  finca  el  pleito.  Su  arte  nacional ^  el 
realismo  de  su  propiedad  exclusiva,  no  son,  para  decirla 
verdad ,  sino  una  negación  del  arte ,  una  insustancial  ilus- 
tración de  lugares  comunes  de  la  filosofía.  Mi  arte,  por 
el  contrario ,  el  arte  en  que  yo  creo ,  es  una  negación  de  la 
sociedad,  una  afirmación  del  individuo  fuera  de  todas  las 
reglas  y  de  todas  las  necesidades  sociales.  Comprendo 
perfectamente  el  embarazo  que  le  produzco  no  aceptan- 
do una  ocupación  en  su  ciudad  humanitaria;  me  pongo 
aparte,  me  engrandezco  sobre  los  demás,  menosprecio 
su  justicia  y  sus  leyes.  Procediendo  así ,  sé  que  mi  corazón 
obra  bien,  que  obedezco  á  mi  naturaleza,  y  creo  que  mi 
obra  será  bella.  Quédame  un  temor  solo :  consiento  en 
ser  inútil;  pero  no  quiero  ser  perjudicial  á  mis  hermanos. 
Cuando  me  pregunto  á  mí  mismo ,  veo  que ,  por  el  con- 
trario ,  ellos  me  dan  las  gracias ,  y  que  yo  les  consuelo 
muy  á  menudo  de  las  durezas  de  algunos  filósofos.  Ave- 
riguado esto,  desde  ahora,  dormiré  tranquilo. 

Proudhon  nos  echa  en  cara  á  los  novelistas  y  á  los 
poetas  que  vivimos  aislados ,  indiferentes ,  sin  inquietar- 
nos por  el  progreso. 

Haré  observar  á  Proudhon  que  nuestros  pensamientos 
son  absolutos,  en  tanto  que  los  suyos  sólo  pueden  ser  re- 
lativos. Él  trabaja  como  hombre  práctico  para  el  bienestar 
de  la  humanidad;  no  intenta  la  perfección,  busca  el  mejor 
estado  posible,  y  realiza  después  todos  sus  esfuerzos  para 
mejorar,  poco  á  poco,  ese  estado.  Nosotros,  por  el  con- 
trario ,  llegamos  de  un  salto  á  la  perfección ;  en  nuestro 
ensueño  alcanzamos  el  ideal.  Dado  esto,  compréndese  el 
escaso  interés  que  nos  inspira  la  tierra.  Nos  hallamos 
allá,  en  las  alturas  del  cielo,  y  ya  no  bajamos.  Así  se  ex- 
pUca  el  hecho  de  que  todos  los  desgraciados  de  este  mundo 


PROUDHON   Y   COURBET.  73 


nos  tiendan  los  brazos  y  se  lancen  hacia  nosotros,  apar- 
tándose de  los  moralistas. 

No  tengo  para  qué  resumir  ya  el  libro  de  Proudhon. 
Es  la  obra  de  un  hombre,  de  todo  en  todo  incompetente, 
y  que,  so  capa  de  juzgar  el  Arte  desde  el  punto  de  vista  de 
su  misión  social,  le  abruma  con  sus  enconos  de  hombre 
positivista ;  afirma  que  no  quiere  hablar  sino  de  la  idea 
pura ,  y  su  silencio  acerca  de  lo  demás ,  acerca  del  Arte 
mismo ,  es  de  tal  manera  desdeñoso ,  su  odio  á  la  perso- 
nalidad es  de  tal  modo  exagerado ,  que  habría  procedido 
mejor  titulando  su  libro:  De  la  muerte  del  arte  y  de  su 
inutilidad  en  la  sociedad.  Courbet,  que  es  un  artista  emi- 
nentemente personal,  no  tiene  mucho  que  agradecerle 
por  el  nombramiento  de  jefe  de  los  pintamonas,  curiositos 
y  morales,  que  deben  embadurnar  colectivamente  las 
paredes  de  su  futura  ciudad  humanitaria. 


Emilio  Zola. 


Sección  Hispano -Ultramarina. 


LA  DEMOCRACIA  EN  EUROPA 

Y  AMÉRICA. 

IV. 


Poco  de  lo  que  al  presente  se  deplora  existió,  justo 
es  decirlo ,  en  los  años  primeros  de  la  independen- 
cia de  los  Estados  Unidos ,  cuando  nadie  imaginaba 
la  esencial  modificación  que  en  el  ejercicio  de  sus  institu- 
ciones, ya  que  no  en  ellas  mismas,  se  observa  al  presen- 
te. Un  examen  más  detenido  del  concepto  de  la  soberanía 
con  que  los  Estados  Unidos  nacieron,  así  como  del  rei- 
nante entonces  en  su  madre  patria ,  y  del  ahora  predo- 
minante en  Suiza  y  otras  muchas  partes ,  al  llegar  á  este 
punto  se  me  impone ,  si  he  de  dar  á  entender  bien  lo  que 
va  de  ayer  á  hoy.  Tratando  el  tantas  veces  citado  James 
Bryce,  de  la  opinión  que  entre  los  anglo-americanos  niega 
á  las  Cámaras  legislativas  de  los  Estados  el  derecho  de 
delegar ,  cuando  les  conviene ,  sus  constitucionales  atri- 
buciones en  el  referendum,  opinión  fundada  en  la  máxima 
Delégala  pot estas  non  delegatur,  cuidadosamente  ad- 
vierte que  al  Parlamento  inglés  no  se  le  podría  disputar, 
porque  su  autoridad  es  originaria ,  nativa,  y  no  delegada 


76  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


por  el  pueblo.  Tal  es,  y  en  realidad  tiene  que  ser,  la  doc- 
trina en  las  monarquías  constitucionales.  Pero  ahí  estuvo 
precisamente ,  desde  el  primer  día ,  la  distinción  práctica 
entre  la  soberanía  de  los  Estados  Unidos  y  la  de  su  me- 
trópoli, porque  éstos  nunca  dudaron  que  la  suya  se  ejer- 
ciera por  delegación  del  pueblo,  ó  sea  de  los  Estados. 
No  por  eso  se  admitió,  ni  por  pienso,  allí,  cual  indiqué 
anteriormente,  la  soberanía  popular  á  la  francesa.  Nó- 
tese, por  el  contrario,  que  la  misma  palabra  democracia 
fué  rechazada  y  condenada  por  uno  de  los  fundadores  y 
más  grandes  pensadores  de  los  Estados  Unidos,  John 
Adams ,  en  los  siguientes  términos  :  « Lo  que  ella  en  rea- 
lidad significa  es  la  ausencia  de  todo  gobierno,  y  aconsejar 
al  país  que  adopte  semejante  régimen,  es  proponerle  el 
desorden  y  la  destrucción»  ('),  Ya  sé  que  aquí  hay  algo  de 
cuestión  de  palabras;  pero  su  sentido,  tratándose  de 
quien  conocía  bien  la  República  de  Aristóteles,  debe  así 
y  todo  tomarse  en  cuenta.  Añádase,  que  garantizando  la 
Constitución  federal ,  con  sus  enmiendas ,  á  los  Estados, 
la  inviolabiUdad  de  la  forma  repubUcana,  de  la  libertad 
de  conciencia,  de  la  palabra,  de  la  imprenta  y  de  reunión 
pacífica,  en  términos  casi  iguales  que  la  Confederación 
suiza,  no  establece  como  esta  última  el  derecho  al  sufra- 
gio de  todo  hombre  mayor  de  edad ,  quedando  hoy  mismo 
esta  cuestión  al  arbitrio  de  los  Estados  particulares  en 
América.  Lo  cual  significa,  al  menos,  que  la  soberanía  de 
la  total  Nación  nada  tiene  allí  que  ver  con  el  sufragio  uni- 
versal. Ni  éste  existe  en  los  Estados  mismos  como  insti- 
tución doctrinal,  sino  prácticamente ,  para  usar  de  la  obs- 
cura fórmula  de  Bryce,  que  á  mi  juicio  quiere  decir  que, 
hallándose  en  relación  ahora  el  número  de  representan- 

(  I  )     Claudio  Jannet  :  Le-s  Etats-Unis  contemporaines  :  París ,  1889. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  77 

tes  de  la  Cámara  federal  con  la  cantidad  de  electores  de 
los  Estados ,  por  interés  propio  se  encuentran  éstos  em- 
pujados á  abandonar  el  voto  restringido.  Mas  sea  como 
quiera ,  el  hecho  es  que  cuando  cuatro  años  ha  pubhcó 
Mr.  de  Boutmy  sus  excelentes  estudios  sobre  Derecho 
Constitucional  ('),  y  aun  á  principios  del  presente,  cuando 
se  imprimió  en  Inglaterra  el  Government  Year  Book,  de 
Lewis  Sergeant  (*),  todavía  el  Estado  de  Rhode-Island  ne- 
gaba el  derecho  electoral  á  los  ciudadanos  naturalizados 
que  no  poseyesen  cierta  propiedad  territorial  ;  los  de 
Pensilvania  y  Georgia  concedían  dicho  derecho  sólo  á  los 
contribuyentes  por  cualquier  concepto ;  y  Massachussetts, 
Como  Connecticut,  aparte  de  la  condición  de  contribu- 
yentes, exigían  á  todo  elector,  saber  leer  y  escribir  el 
primero,  y  leer  el  segundo  siquiera.  Excepciones  y  todo 
las  anteriores ,  bastan  á  hacer  aún  patente  de  cuan  di- 
versa manera  juzga  esto  la  democracia  anglo-americana 
que  las  demás. 

Pero  ¿qué  tiene  de  extraño,  si  el  propio  ejercicio  de 
la  soberanía  por  las  mayorías ,  está  expuesto  por  los  co- 
mentaristas de  su  derecho  constitucional,  en  términos 
que  á  ningún  republicano  suizo  ó  francés  se  le  ocurrirían 
jamás?  ¿Cuándo  han  obrado  los  convencionales  de  1793, 
ni  sus  discípulos  helvéticos ,  como  gente  persuadida  de 
que  una  mayoría  pudiera  ser  igualmente  facciosa,  que 
una  minoría  rebelde,  en  ciertos  casos?  Pues  desde  1787 
constituía  casi  un  dogma  eso  para  el  insigne  Adams,  y  para 
muchos  lo  ha  sido  después.  Faccioso  es  el  número  ante 
el  concepto  anglo-americano  déla  soberanía  (^)  cuando 

(  1  )     E.  Boutmy  :  Etudes  de  Droit  Constiiutionnel :  París  ,  1885. 

(2)  The  Government  Year  Book,  edited  by  Lewis  Sergeant  :  Lon- 
don  ,    1889. 

(3)  Duc  DE  NoAiLLES  :  Cent  ans  de  Republique  aux  États-Unis  :  Bour- 
loton,  1886-89. 


78  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


se  sobrepone  á  los  derechos  individuales,  idénticos  en  los 
ciudadanos ,  sumen  éstos  más ,  sumen  menos.  De  allá  viene 
la  consideración  de  los  dichos  derechos  individuales  como 
soberanos  únicos ,  que  ha  corrido  en  Europa  por  algún 
tiempo.  No  impidió  esa  doctrina  que  la  Revolución  anglo- 
americana ,  movida  por  el  espíritu  de  independencia ,  prin- 
cipal determinante  del  concepto  de  soberanía  nacional, 
desde  luego  diese  al  de  su  pueblo  de  Estados  en  conjunto 
un  vigoroso  y  claro  sentido ,  que  se  transmitió  á  todo  na- 
turalmente. En  la  Nación-madre,  donde  el  partido  tory, 
alternativamente  gobernante ,  ni  aun  en  el  orden  especu- 
lativo reconoce  el  principio  de  la  soberanía  popular,  va 
ya,  en  el  ínterin,  para  dos  siglos,  que  ningún  hombre  de 
Estado  concede  al  ejercicio  de  ella  por  la  Corona  límites 
tan  amplios  como  se  ha  atribuido  á  sí  propio  desde  el 
primer  día  el  pueblo  americano  en  los  negocios  comunes. 
Y,  no  obstante  la  tremenda  excisión  del  Sur ,  que  puso 
en  tela  de  juicio  esta  total  soberanía ,  ligaba  entre  sí  ya 
entonces ,  como  ahora  liga ,  á  las  diversas  regiones  anglo- 
americanas ,  un  sentimiento  de  nacionalidad  mayor  que 
reine  en  toda  la  Gran  Bretaña,  y  más  real  que  en  Suiza, 
entre  alemanes ,  italianos  y  franceses ;  sentimiento  que 
engendra  un  tipo  común,  ni  poco  ni  mucho  obscurecido 
por  las  inmigraciones,  con  ser  tan  numerosas,  que,  á 
ejemplo  délos  indios  desposeídos,  titulan  los  europeos 
yankee ,  donde  sucesivamente  aparece,  y  con  rapidez 
suma,  lo  extraño  y  lo  propio  fundido.  Tal  es  como  Na- 
ción aquel  país  vastísimo ,  hoy  ocupado  por  una  pobla- 
ción enorme;  y  el  más  robusto  y  fiel  guardador  de  ella, 
conviene  ya  demostrarlo,  es  el  Presidente. 

Dejo  expuestas  las  principales  causas  de  que  la  Cons- 
titución de  1787  crease  un  gran  poder  público,  aunque 
temporal,  en  la  Presidencia,  no  una  mera  delegación  del 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMERICA.  79 

Congreso,  ni  siquiera  un  mandato,  dependiente  en  el 
ejercicio  de  sus  funciones  de  la  soberanía  popular,  y  lo 
que  me  falta  es  explicar  sus  medios  de  acción.  No  decla- 
ra el  Presidente  la  guerra,  sino  el  Congreso;  no  nombra 
ubérrimamente  sus  Ministros  ni  los  funcionarios  federa- 
rales  ,  antes  bien ,  interviene  en  uno  y  otro  la  aprobación 
necesaria  del  Senado ;  pero  con  eso  y  todo ,  un  impor- 
tante libro  inglés  ha  copiado  sin  escándalo  la  afirmación 
del  americano  Conway  {'),de  que  entre  la  reina  de  Ingla- 
terra y  el  Presidente ,  éste  era  el  más  poderoso  de  los 
dos.  Aunque  sea  algo  exagerada,  semejante  opinión  pro- 
viene de  que,  según  se  ha  observado,  y  continuará  ob- 
servándose en  lo  que  resta ,  la  realidad  de  los  hechos  no 
está  de  acuerdo  siempre  con  los  preceptos  de  las  leyes 
escritas,  y  menos  que  nada  lo  que  toca  al  positivo  ejer- 
cicio de  las  funciones  soberanas.  Posee  la  Monarquía  un 
poder  necesariamente  substancial  y  activo  en  el  régimen 
representativo  de  Prusia ,  donde  sus  Ministros  no  depen- 
den del  Parlamento ;  mayor ,  si  cabe ,  lo  posee  en  todo 
régimen  parlamentario ,  donde  por  modo  decisivo  inñu- 
yen  sus  Ministros  en  las  elecciones,  y  consecuentemente 
en  la  estructura  de  las  Asambleas  populares,  tal  cual 
sucede  en  Portugal  é  Italia ;  mas  en  el  verdadero  régi- 
men de  gabinete  que,  es  el  caso  de  Inglaterra,  sus  posi- 
tivos medios  son  menos.  Incalculable  será  el  valor  de  la 
Corona,  conforme  dijo  Bagehot,  que  estimó  que  se  hun- 
diría sin  ella  la  Constitución  inglesa;  pero  su  fuerza, 
emanada  del  carácter  y  sentido  histórico  que  conserva, 
es  moral,  y  hasta  religiosa,  no  directa  y  material.  La 
Revolución  está  allí  olvidada;  el  sentimiento  de  la  legiti- 
midad de  todo  punto  restablecido ;  la  persona  que  ocupa 

(i)     Palabras  insertas  en  The  Government  Year  Book  o/i88p,  pág.  254. 


8o  LA  ESPAÑA    MODERNA. 


el  trono ,  á  juicio  de  muchos  de  sus  subditos  y  con  asen- 
timiento de  todos,  reina  aún  por  la  gracia  de  Dios,  que 
no  por  actos  de  la  soberanía  nacional  (');  pero,  en  el  ín- 
terin, desde  1784  acá,  el  derecho  constitucional  exige  que 
cuando  una  cosa  piensa  el  Rey  y  otra  la  Cámara  de  los 
Comunes ,  le  toque  á  ésta  siempre  la  razón ,  como  no 
apele  aquél  de  su  fallo  al  cuerpo  electoral.  Y  si  éste  sen- 
tencia en  pro  de  la  disuelta  Cámara ,  nadie  reconoce  más 
en  la  Corona  la  facultad  de  imponer  su  opinión  (=).  De  tal 
suerte,  el  Rey  está  imposibilitado  de  poseer  esos  minis- 
tros que,  desde  el  tiempo  de  Carlos  II,  constituyen  su  Ga- 
binete, sin  hallarse  de  completo  acuerdo  sobre  el  caso  con 
el  cuerpo  electoral,  directa  ó  indirectamente  consultado. 
Pueril  error  sería  confundir ,  ni  en  sus  principios  ni  en 
sus  consecuencias ,  este  verdadero  régimen  de  gabinete 
con  los  estrictamente  parlamentarios ,  aunque  en  lo  exte- 
rior se  asemejen.  Pide  el   primero,   como  requisito  de 
todo  punto  indispensable ,  la  preexistencia  de  un  cuerpo 
electoral ,  que  sea  un  poder  real  é  independiente  y  que 
decida  por  sí,  de  veras,  las  cuestiones  políticas  que  se  le 
sometan.  Donde  esto  falta,  deben  los  más  liberales  con- 
tentarse con  el  mero  régimen  parlamentario ,  cuya  mayor 
eficacia  consiste  en  el  influjo  de  la  palabra ;  género  de 
gobierno  que  de  todos  modos  merece  preferencia  sobre 
la  Monarquía  pura.  Tal  es  el  consejo  prudentísimo  de  sir 
C.  Cornewall  Lewis.  No  obstante  todo  lo  dicho ,  la  monar- 
quía perpetua  de  Inglaterra ,  que  continuamente  atesora 
prestigio  ;  la  íntima ,  pero  siempre  creciente  influencia 
personal  de  la  reina  Victoria ,  por  ejemplo ;  sin  duda  logran 
un  valor  permanente,  fuera  de  las  oficiales  prerrogativas 

(i)     W.  Bagehot:  The  British  Constitution :  London ,  1868. 

(2)  George  Cornewall  Lewis  :  Obra  citada,  pág.  70,  y  lord  John 
RussELL  :  An  essay  on  the  history  ofthe  english  government  and  Constitution  : 
London,  1865. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y   AMÉRICA.  8 1 


de  la  Corona ,  que  ni  con  mucho  alcanza  la  Presidencia 
de  los  Estados  Unidos.  Mas  si  comparamos  esta  Monar- 
quía de  gabinete  con  la  Presidencia  de  los  Estados  Uni- 
dos, tal  y  como  durante  su  corto  período  de  permanencia 
se  puede  ejercer,  dijo  verdad  Conway  :  la  ventaja  queda 
de  parte  del  Presidente,  cuyo  ministerio,  una  vez  acep- 
tado por  el  Senado,  depende  de  él  exclusivamente,  sin  la 
menor  intervención  del  Congreso. 

A  la  fuerza  que  eso  le  da  al  Presidente,  y  á  la  que  le 
añade  su  ordinario  influjo  sobre  el  poder  judicial  de  la 
Confederación ,  júntase  la  que  le  presta  su  carácter  de 
jefe  de  partido  sobre  las  Cámaras^  sobre  toda  adminis- 
tración federal  y  sobre  el  país  en  general ;  y  sin  exponer, 
por  de  pronto ,  todo  cuanto  esta  última  signiñca ,  permi- 
tidme que  resuma  lo  que  es  ó  llega  á  ser  de  hecho  aquella 
Presidencia,  invocando  ciertos  recuerdos.  Uno  de  los  que 
la  han  ocupado,  Jackson,  hombre  de  guerra  ante  todo, 
con  el  auxilio  de  su  titulado  Kitchen  cahinet ,  ó  gabinete 
de  cocina  y  compuesto  de  gentes  de  su  partido,  es  decir, 
agentes  electorales  y  periodistas,  ejerció  ya  en  el  primer 
tercio  de  este  siglo  un  poder  superior  á  todos  los  de  la 
Confederación,  hasta  el  punto  de  merecer  el  nombre  de 
dictador  (')•  Pasaron  los  años,  y  como  Comandante  cons- 
titucional en  jefe  del  ejército  y  la  marina,  y  de  las  mili- 
cias cuando  están  sobre  las  armas,  fácilmente  sobrepuso 
luego  Lincoln  los  que  llamaba  sus  poderes  ,de  guerra  á 
todos  los  legales ,  suspendiendo  por  sí  solo  el  Rabeas  Cor- 
pus y  y  aun  los  derechos  individuales,  anulando  la  escla- 
vitud misma,  no  sin  saltar  por  encima,  es  claro,  del  alto 
dique  de  la  magistratura,  que,  como  no  podía  menos,  de- 
claró su  conducta  inconstitucional.  Y  aún  tuvo  mayor 

( I )  Albert  Gigot  :  La  Démocratie  autoritaire  aux  ÉtaU-Unis  :  Bour- 
loton  ,  1885  ,  pág,  iGi. 

6 


82  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


fortuna  Lincoln  que  Jackson,  cuando  era  General  en 
campaña,  porque  sólo  dos  años  después  de  las  dictatoria- 
les medidas  del  primero  las  sancionó  el  Congreso,  el  cual 
tardó  en  anular  la  pena  al  segundo  impuesta  por  el  Tri- 
bunal de  Nueva  Orleans ,  no  menos  que  un  cuarto  de  si- 
glo. La  opinión  pública,  elemento  de  que  he  de  hablar 
después ,  en  una  Nación  tan  extraordinariamente  poseída 
de  su  soberanía  como  la  anglo-americana ,  se  antepuso 
así  con  Lincoln  á  los  textos  constitucionales,  como  no 
se  concibe  que  se  hubiera  jamás  antepuesto  la  Corona  de 
Inglaterra.  Si  más  tarde  Johnson  pudo  ser,  aunque  in- 
útilmente, procesado  por  actos  inconstitucionales,  debido 
fué  á  q\ie  \?i  opinión  pública  no  estaba  de  su  lado.  La 
coordinación  complicada  de  los  elementos  constituciona- 
les ;  su  compensación  y  fiscalización  recíproca ;  todo  cede 
allí,  pues,  cuando  conviene,  ante  estos  principios  consig- 
nados ya  por  el  Federalist:  «Que  un  poder  ejecutivo 
débil  no  puede  ejecutar  sino  débilmente;  que  ejecución 
débiles  sinónima  de  mala;  y  que  un  Gobierno  que  pro- 
duzca tal  consecuencia ,  cualquiera  que  su  bondad  teó- 
rica sea,  en  la  práctica  constituye  un  mal  Gobierno  (')». 
Comentario  perpetuo  de  su  constitución  suprema,  estas 
palabras,  siempre  que  es  necesario,  dirigen  en  los  Esta- 
dos Unidos  la  opinión  pública.  Mas,  aun  sin  necesidad 
de  hallarse  en  circunstancias  extremas,  la  autoridad  del 
Presidente  alcanza  una  independencia  en  sus  actos ,  de 
que  por  su  lado  no  goza  el  poder  legislativo,  siempre 
sujeto  á  su  veto.  Los  propios  cuatro  años  de  duración 
del  cargó ,  cuando  los  Senadores  son  renovados  por  ter- 
ceras partes  cada  dos ,  y  cuando  sólo  se  eligen  por  este 
plazo  los  representantes,  de  donde  con  frecuencia  pro- 

(  I  )     The  Federalist:  Obra  ya  citada. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  83 

cede  que  la  mayoría  de  una  Cámara  pertenezca  á  un  par- 
tido y  la  de  la  otra  al  adversario ,  facilítanle  al  Presidente 
la  primacía ,  porque  difícilmente  se  pone  de  acuerdo  el 
Congreso  para  dificultar  en  lo  que  pudiera  su  política. 
Póngase  al  cabo  ó  no,  tampoco  su  enemiga  le  importa 
gran  cosa.  De  hecho  además,  durante  el  tiempo  de  su 
gobierno ,  para  muchos  políticos  anglo-americanos  esca- 
sísimo, nadie  tiene  autoridad  ya  hoy  sobre  su  persona  ('). 
Del  referido  proceso  de  Johnson  ha  surgido  la  conclusión 
de  que  el  impeachement ,  6  derecho  de  las  Cámaras  de 
acusar  y  juzgar  respectivamente  al  Presidente  por  sus 
actos  gubernam.entales ,  carece  de  toda  eficacia,  justifi- 
cando el  sarcasmo  del  anglo-americano  que  ha  dicho  de 
aquel  recurso  jurídico  que  hoy  era  un  trabuco  oxidado. 
Pero  el  reverso  de  tantas  ventajas  está  en  la  enfer- 
medad grave  que  tiempo  ha  padece  la  Presidencia  de 
los  Estados  Unidos ,  justamente  originada  por  una  de  las 
cosas  mismas  que,  según  he  dicho ,  acrecientan  su  poder, 
es  decir,  el  desempeñarla  siempre  un  hombre  de  partido. 
El  clásico  libro ,  titulado  el  Federalista  muestra  en  sus 
páginas  hasta  qué  punto  se  vanaglorió  candidamente 
Hamilton  de  un  método  de  elección  presidencial ,  que  ni 
los  impugnadores  más  sistemáticos  de  la  Constitución 
censuraron ;  método ,  desde  entonces  excelentísimo ,  á  su 
parecer,  y  destinado  á  evitar  siempre  la  corrupción.  Los 
hechos  que  todo  el  mundo  sabe  dan  un  mentís  tristísimo 
á  tan  generosa  esperanza,  porque  las  elecciones  presi- 
denciales constituyen  ,  sin  disputa,  en  nuestros  días ,  la 
mayor  fuente  de  corrupción  que  en  aquel  país  exista,  y 
acaso  el  peligro  más  grande  de  la  sabia  obra  de  Filadel- 
fia.  No  son  los  electores  de  segundo  grado,  á  número 

(  I )     Chambrun  :  Le  Pouvoir  éxccutifaux  États-Unis:  París ,  1876  ,  pá- 
gina 344. 


84  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


igual  que  la  totalidad  de  senadores  y  representantes  que 
cada  Estado  envía  al  Congreso,  quienes  eligen,  como 
quiere  la  Constitución,  al  Presidente  y  Vicepresidente. 
Eso  ha  quedado  en  vana  fórmula,  porque  el  pueblo  anglo- 
americano ,  que  de  un  salto  parecía  haber  llegado  á  toda 
la  perfeccción  posible  en  las  instituciones  políticas  no  bien 
triunfante  la  independencia,  conténtase  en  su  democrati- 
zación presente,  con  prestar,  como  los  primitivos  hom- 
bres, su  asentimiento,  también  egoísta,  á  cuanto  anhelan 
los  que  sobre  sí  toman,  ya  por  unos,  ya  por  otros  móvi- 
les, pero  siempre  interesados,  la  agradable  empresa  de 
gobernarlo.  Con  este  ejemplo,  por  sus  colosales  caracte- 
res decisivo,  ¿quién  protestará  ya  con  santa  indignación, 
en  adelante,  contra  el  antiguo  postulado  político,  de  que 
el  asentimiento,  que  equivale  á  la  indiferencia,  sea  ejer- 
cicio completo  de  soberanía ,  y  bastante  á  hacer  legítimo 
cualquier  poder?  Mucho  se  ha  negado  esto  desde  1789,  á 
propósito  de  los  pueblos  fieles,  que  pasivamente  asistie- 
ron durante  siglos  al  ejercicio  absoluto  de  la  soberanía 
por  parte  de  sus  monarcas  ;  y,  sin  embargo,  por  unani- 
midad reconocen  ahora  los  publicistas  anglo-americanos, 
ingleses ,  itaUanos ,  alemanes ,  franceses ,  cuantos  han  es- 
crito, en  fin  ,  sobre  la  política  de  los  Estados  Unidos,  de 
cuarenta  y  más  años  acá,  que,  con  efecto,  la  inmensa 
mayoría  de  los  miembros  de  aquella  Nación,  por  fortuna 
suya  no  corrompida,  sino  antes  bien  honrada,  laboriosa, 
inteligente ,  discreta ,  enérgica  por  naturaleza ,  é  indepen- 
diente por  hábito,  deja  hacer,  y  de  ordinario  sigue  sin 
resistencia  á  los  que  la  conducen  á  las  elecciones  de  toda 
especie ,  y  en  primer  término  á  las  presidenciales.  Lo  que 
observó  ya  De  Tocqueville  se  ha  agravado  más  ;  y  en 
todo  cuanto  se  refiere  al  régimen  usual  del  Estado,  cada 
día  están  más  fuera  de  la  vida  pública  los  ciudadanos 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMERICA. 


que  en  ella  debieran  interesarse  más,  por  lo  cual ,  y  no 
obstante  algunas  protestas  nobilísimas  de  la  prensa  y 
otros  órganos  de  la  opinión  pública ,  la  Nación  queda  en- 
tregada en  todas  sus  esferas  á  los  politicians  6  políticos 
de  oficio ,  con  sus  caiicus  ó  conjuraciones  inmorales  y 
violentas,  que  convierten  las  primitivas  oposiciones  de 
principios  en  despiadada  guerra  de  provechos  persona- 
les. Al  término  de  la  lucha  presidencial,  sobre  todo,  mí- 
rase así  la  victoria,  según  dijo  un  Presidente  honradísi- 
mo ('),  no  como  el  triunfo  del  hombre  más  capaz  de 
hacer  cabeza  de  uno  de  los  pueblos  más  nobles  del  Uni- 
verso, sino  un  reparto  de  botín;  botín,  no  sólo  compuesto 
de  empleos ,  sino  de  negocios  fraudulentos.  Eso  mismo 
proporcionalmente  se  ve  y  toca  en  las  elecciones  de  go- 
bernadores, de  Asambleas  legislativas ,  de  magistrados, 
de  funcionarios  públicos  de  cualquiera  especie,  en  los 
Estados.  Úrgeme,  sin  embargo,  advertir,  antes  de  conti- 
nuar adelante,  que  la  alteza  del  puesto,  los  grandes  debe- 
res que  tienen  desde  él  que  contemplarse ,  tratándose  de 
una  nación  tan  principal ;  la  presencia  en  el  mundo  de  las 
otras  supremas  personahdades  que  rigen  Estados  ;  la 
ordinaria  elevación  de  ideas  de  los  hombres  que  en  sí 
sienten  alguna  superioridad,  cuando  no  los  ahoga  el  ansia 
de  abrirse  camino  de  cualquier  modo  ;  todo  esto  junto,  y 
tal  vez  algunas  causas  más,  producen  el  incontestable 
efecto  de  que,  aun  siendo,  como  se  dice  que  son,  hechu- 
ras de  corrompidos  políticos ,  y  quedando  en  la  lucha 
muy  obligados,  casi  uncidos  á  la  voluntad  de  sus  intere- 
sados favorecedores,  los  Presidentes,  con  excepción  rarí- 
sima, se  muestran  luego  dignos  de  su  cargo.  ¿Quién  lo 
diría?  La  ingratitud,  sin  duda,  es  obra  aquí  de  virtud  y 

(  1 )     Hayes,  citado  por  Minghetti  en  su  obra  I partiti politici  e  la  inge- 
ren^a  loro  nella  giusticia  e  nell  amministra:[ione  :  Bologna,  i88i. 


86  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


causa  de  beneficio  público  cual  en  parecidos  casos  en 
Suiza.  Pero  desde  el  Presidente,  su  Ministro  de  Negocios 
extranjeros,  poco  menos  elevado  por  necesidad  y  cos- 
tumbre que  él,  y  algún  que  otro  funcionario  eminente, 
abajo,  los  innumerables  individuos,  que  en  las  elecciones 
se  proclaman  vencedores,  por  testimonio  conforme  de  los 
que  deben  saberlo  de  cierto,  pueden  ser,  si  no  lo  son  por 
acaso,  indignos  de  los  empleos  que  se  les  distribuyen.  Y 
ya  se  habrá  comprendido  que  se  hace  todo  esto  mediante 
los  partidos  y  á  causa  de  la  organización  y  el  poder  de 
ellos,  en  ningún  otro  país  semejantes. 

Algo  he  hablado  ya  de  partidos  á  propósito  de  Suiza; 
pero  allí  no  están  compuestos,  disciplinados  y  combina- 
dos entre  los  varios  cantones  de  suerte  que  sean  la  loco- 
motora á  que  va  enganchado  todo  su  régimen  político, 
como  de  los  Estados  Unidos  dice  Bryce.  Laméntase,  no 
obstante ,  el  doctor  Dubs  de  que  los  partidos  de  su  patria 
no  se  asemejen  á  los  ingleses;  y  ¡  oh!  ¡cuánto  más  deben 
de  eso  quejarse  los  Estados  Unidos!  Cincuenta  y  cuatro 
años  hace,  cuando  pubHcó  De  Tocqueville  su  célebre 
obra  sobre  los  Estados  Unidos,  pretendió  que  nada  había 
más  difícil  que  organizar  allí  grandes  partidos ,  después 
de  muertos  los  antiguos,  con  lo  cual  pensaba  que,  si  la 
felicidad  de  aquel  país  había  ganado,  no  así  su  morah- 
dad,  pervertida  por  las  innumerables  fracciones  políticas 
contendientes  (O .  Imposible  parece  que  hombre  de  tamaño 
mérito  supusiera  que  sin  morahdad  cupiese  real  acre- 
centamiento en  el  bien  público ;  pero  todavía  sorprende 
más  la  importancia  escasa  que  concedió  al  hecho  de  que 
ya  en  su  tiempo  «las  clases  ricas  de  la  sociedad  hubieran 
desaparecido  ahí  del  mundo  político ,  hasta  el  punto  de 

(i)     De  Tocqueville  :  De  la  Démocratie  en  Amérique ,  tomo  ii,  cap.  ii. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  87 


que,  lejos  de  proporcionar  derechos  la  riqueza,  era  una 
causa  de  disfavor  y  un  obstáculo  para  tomar  parte  en  el 
Gobierno  (')»•  Bien  pudiera  haber  cambiado  De  Tocque- 
ville  muchas ,  muchísimas  de  sus  ingeniosas  y  aun  saga- 
ces observaciones  por  esta  sola:  que  un  país  donde  no 
había  otro  ideal  que  la  adquisición  de  riqueza,  donde  po- 
dían adquirirla  todos  por  iguales  medios ,  mediante  el 
trabajo  y  la  honradez ,  y  donde  su  creación  incesante, 
prodigiosa ,  constituía  el  primer  vínculo  social ,  proscri- 
birla del  organismo  del  Estado  era  un  aberración  funesta 
y  absurda,  por  sí  sola  capaz  de  minar  y  á  la  larga  des- 
truir el  régimen  que  con  tamaño  amor  describía.  Cuando 
los  Estados  Unidos  eran  para  él  una  asociación  casi  ex- 
clusivamente industrial  y  comerciante,  ¿no  es  raro  que 
juzgase  natural,  con  tanto  valor  como  á  la  igualdad  atri- 
buía, que  precisamente  la  desigualdad  se  impusiese  á  los 
mejores  industriales  y  los  comerciantes  mejores,  que  de- 
bían de  ser  allí  los  más  ricos?  Reconoce  él  mismo,  por 
otra  parte ,  la  preferencia  declarada  de  Washington  por 
los  que  al  tiempo  de  la  Independencia  podían  pasar  por 
hidalgos;  y  es  verdad,  con  efecto,  que  la  costumbre  ad- 
quirida hizo  allí  que  la  elección  de  los  empleados  públi- 
cos reca3^ese  por  bastante  tiempo  en  los  habitantes ,  mer- 
ced á  su  trabajo,  más  acomodados,  bastante  en  confor- 
midad con  el  estilo  de  la  madre  patria.  Mas  desde  antes 
de  los  días  de  Tocqueville  cambió  esto ,  y  aunque  sea  la 
consecuencia  lamentable,  no  debió  de  tener  por  causa 
única  la  envidia  democrática.  Así  como  no  había  poten- 
tados tradicionales  que\:onvertir  en  lores  para  el  Senado, 
tampoco  hubo  de  encontrarse  al  fin  y  al  cabo  con  facili- 
dad quien  se  encargase  de  todos  los   oficios  gratuita- 

(i)     De  Tccoueville:  Ibidem. 


88  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


mente,  y  mucho  menos  de  los  penosos  que  obligaban  á 
sacrificar  á  los  públicos  los  asuntos  propios.  Y  dado  lo 
que  en  el  país  se  llama  burlescamente  el  rey  dollar ,  ó 
sea  el  espíritu  de  especulación  individual  y  á  todo  trance, 
para  hacer  pronto  fortunas  nuevas,  que  desde  el  princi- 
pio animó  á  los  anglo- americanos,  una  clase  gobernante 
como  la  de  Inglaterra,  ni  por  lo  gratuito  de  sus  servicios, 
ni  por  sus  respetos  tradicionales ,  tenía  en  realidad  allí 
probabihdad  de  ser.  Mas  no  por  eso  el  daño  es  menor ; 
como  que  arranca  de  este  punto,  á  mi  juicio,  la  diferen- 
cia profundísima  de  los  partidos  ingleses  y  anglo-ameri- 
canos. 

En  ocasiones  varias  he  expuesto  ya  cuan  singular  im- 
portancia atribuyo  á  esta  clase  gobernante  inglesa,  esen- 
cialmente intacta  hoy,  no  obstante  los  indudables  pro- 
gresos del  sentimiento  democrático  en  la  nación.  Para 
mí,  ha  de  continuar  siempre  existiendo  en  muy  semejan- 
tes condiciones  á  las  de  ahora,  mientras  con  la  nivelación 
ó  comunidad  de  las  fortunas  no  triunfe  allí  la  barbarie;  y 
en  tanto,  de  eso  depende,  por  la  mayor  parte,  la  final 
superioridad  del  régimen  político  inglés  sobre  todos  los 
conocidos.  ¿Concíbese  que  nunca  envidie  el  cuarto  estado 
á  la  clase  gobernante  inglesa  sus  gratuitos  trabajos? 
¿Dónde  hallar  hombres,  por  otro  camino,  que,  sin  nece- 
sidad de  propio  oficio ,  ni  estímulo  ninguno  para  abusar 
de  las  funciones  públicas,  voluntariamente  se  ofrezcan  á 
servir  á  los  demás?  Funcionarios  así  tendrán  del  todo 
que  reclutarse  aún  entre  propietarios  y  capitalistas,  más 
ó  menos  considerables ,  cuando  totalmente  deje  de  estar 
ya  de  moda  la  nobleza,  conservándose  en  lo  esencial  sus 
ventajas.  Pienso  también  que  nada  se  presta  más  que  el 
servicio  gratuito ,  y  moralmente  afianzado ,  al  tácito  y 
universal  asentimiento,  esa  inagotable  fuente  de  poder. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  89 

El  Estado  asalariado  en  todas  sus  funciones  y  con  fun- 
cionarios pasajeramente  asalariados,  aunque  por  necesi- 
dad exista  en  tantos  países,  ¿qué  le  hemos  de  hacer?: 
sobre  ser  más  propenso  realmente  á  la  corrupción,  ofrece 
mayor  blanco  á  que  se  la  suponga  que  el  gratuito ,  cuando 
lo  es  de  verdad,  porque  puede  serlo.  Que  no  trato  aquí 
yo  de  las  funciones  servidas  de  balde,  por  quien  carece, 
en  tanto,  de  estrictos  medios  de  vivir,  porque  frisa  en 
milagro  que  no  salgan  esas  siempre  carísimas.  Pregun- 
tad, si  no,  á  vuestra  memoria.  Las  mismas  funciones 
asalariadas ,  desempeñadas  por  gentes  que  no  tienen  el 
salario  por  modo  único  de  vivir,  están  desde  luego  exen- 
tas ,  que  no  es  poco ,  de  la  ley  fatal  de  la  concurrencia, 
que  no  siempre  puede  someterse  á  la  moral  tanto,  que 
salgan  sólo  á  relucir  en  ella  armas  lícitas.  Mas  para  com- 
prender mejor  todo  esto  por  una  comparación  práctica 
de  Estado  á  Estado ,  tomemos  á  la  Gran  Bretaña  y  los 
Estados  Unidos  por  ejemplo,  y  oigamos,  antes  de  todo, 
al  inglés  Bryce  ('),  subsecretario  en  la  última  administra- 
ción de  Gladstone,  y  perteneciente,  por  tanto,  á  lo  más 
avanzado  del  Hberalismo  gobernante  en  la  primera  de 
estas  naciones. 

«Dícese  comúnmente»,  escribe  aquel  autor  desapa- 
sionado y  hasta  benévolo,  «que  las  instituciones  forman 
á  los  hombres ;  pero  no  es  menos  cierto  que  éstos  dan  á 
las  instituciones  su  color  y  sus  tendencias.  Poco  importa 
saber  las  reglas  legales ,  el  método  y  orden  de  un  Gobier- 
no, si  no  se  conoce  también  algo  á  los  hombres  que  diri- 
gen su  máquina,  los  cuales,  por  el  espíritu  con  que  la 
emplean ,  pueden  convertirla  en  poderoso  instrumento  de 
bien  ó  mal.  Son  estos  hombres  los  políticos;  pero,  ¿á 

(  I  )    James  Bryce  :  Obra  citada. 


90  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


quiénes  conviene  tal  calificativo?  En  Inglaterra  lo  aplica- 
mos á  aquellos  que  activamente  se  dedican  á  adminis- 
trar, legislar,  ó  bien  discutir  la  administración  y  la  legis- 
lación: y  así  comprende  á  los  Ministros  de  la  Corona, 
miembros  del  Parlamento  (aunque  á  algunos  en  la  Cá- 
mara de  los  Comunes,  y  en  la  mayoría  en  la  de  los  Lores, 
les  interese  la  política  poco),  unos  cuantos  periodistas 
acreditados,  y  un  corto  número  de  personas  más,  escri- 
tores ,  lectores ,  organizadores  y  agitadores ,  que ,  en  or- 
den inferior,  sirven  para  influir  sobre  el  público.  A  veces 
empléase  el  término  en  sentido  más  extenso,  incluyendo  á 
cuantos  trabajan  en  favor  de  un  partido  político ,  como 
los  presidentes  y  secretarios  de  las  asociaciones  locales, 
y  las  personas  más  activas  de  sus  comités  directivos.  Los 
primeros,  á  quienes  podría  llamarse  principal  círculo  de 
los  políticos,  sonlo  de  profesión,  porque  la  política  cons- 
tituye su  más  asidua ,  aunque  rara  vez  única ,  ocupación 
en  la  vida.  Mas  son  en  estos  tiempos  contadísimos  los 
que  de  ella  sacan  dinero,  ó  cualquier  provecho  mate- 
rial. Los  hay  que  esperan  obtener  un  empleo  ;  otros  ,  en 
mayor  número,  piensan  que  un  asiento  en  el  Parla- 
mento les  ayudaría  á  llevar  adelante  sus  negocios  finan- 
cieros, ó  les  pudiera  proporcionar  mejor  posición  en 
el  mundo  comercial  :  sin  embargo ,  la  idea  de  sacar  de 
nada  de  eso  sus  medios  de  vivir  entra  en  el  cálculo  de  po- 
cos. La  otra  clase,  que  cabe  denominar  círculo  exterior 
de  la  política ,  compónese  de  gente  que  no  es  política  de 
profesión  ;  son  personas  que  principalmente  se  ocupan  en 
sus  asuntos  propios ,  3^  ninguno ,  haciendo  excepción  de 
tal  cual  secretario  de  comité ,  lector  pagado ,  ó  agente 
del  registro,  saca  tampoco  el  menor  provecho  de  su  tra- 
bajo.» Hasta  aquí  no  habla  sino  de  su  patria  Bryce  ;  y 
para  expUcar  luego  el  modo  distinto  con  que  pasan  las 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  9 1 


cosas  en  los  Estados  Unidos ,  hace  ante  todo  observar 
que  el  círculo  principal  ó  de  oficio ,  es  en  éstos  más  vas- 
to ,  en  absoluto ,  y  con  relación  al  círculo  exterior ,  que 
en  otras  partes.  Luego  entra  con  tal  motivo  en  las  reñe- 
xiones  que  siguen  :  «Cuando  en  un  gran  país  los  negocios 
públicos  crecen  y  ocupan  cada  vez  más  a  los  que  se  de- 
dican á  ellos  ;  cuando,  ensanchándose  la  esfera  del  Go- 
bierno ,  la  administración  es  más  complexa  y  está  más 
estrechamente  unida  á  los  intereses  industriales  del  país 
y  del  mundo ,  necesario  es  saber  y  considerar  mayor  nú- 
mero de  cosas ,  y  recaen  los  negocios  naturalmente  en 
manos  de  los  hombres  eminentes  por  su  clase ,  fortuna  ó 
habihdad ,  los  cuales  llegan  á  formar  una  especie  de  clase 
gobernante  y  con  frecuencia  hereditaria.  La  parte  ele- 
vada de  la  administración  civil  queda  así  entre  ellos,  lle- 
nan sus  miembros  el  Consejo  supremo  ó  las  Cámaras 
legisladoras,  dirigiendo  sus  debates  ;  y,  aunque  reciban 
sueldo  mientras  desempeñan  sus  cargos,  la  mayoría  de 
ellos  posee  recursos  independientes ,  dedicándose  en  rea- 
lidad á  la  política  para  adquirir  fama  ó  mando ,  ó  por 
gustar  de  las  emociones  que  produce.  Los  pocos  que  no 
tienen  medios  particulares  con  que  vivir ,  pueden  conti- 
nuar sus  negocios  y  profesiones  en  la  capital  donde  resi- 
den, ó  ir  al  punto  que  les  interesa.  Todavía  es  este  gene- 
ralmente el  caso  en  Inglaterra  y  otras  naciones.  Pero 
veamos  las  condiciones  de  los  Estados  Unidos,  por  su 
parte.  Allí  es  relativamente  corta  la  clase  de  personas 
acomodadas ,  con  fortuna  suficiente  para  no  tener  que  de- 
pender de  los  negocios  públicos,  si  se  consagran  á  ellos, 
y  el  mayor  número  de  estos  acomodados  vive  en  el  cam- 
po, en  el  extranjero  ó  en  las  grandes  ciudades.  No  existe, 
en  los  puntos  donde  precisamente  se  han  ¿e  desempeñar, 
clase  ninguna  con  aptitud  hereditaria  para  los  puestos 


92  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


públicos  ;  ni  hay  allí  grandes  familias  cuyos  nombres  sean 
por  el  pueblo  conocidos,  y  que,  enlazados  por  simpatías 
de  sociedad  y  relaciones  de  parentesco,  unos  á  otros  se 
ayuden,  y  guarden  en  manos  de  sus  miembros  los  cargos 
principales.  La  Nación,  por  otro  lado ,  es  muy  grande,  y 
tiene  su  capital  política  en  una  ciudad  sin  industria,  sin 
fábricas  ,  sin  carreras  profesionales.  Aun  las  capitales  de 
los  Estados  son  con  frecuencia  ciudades  relativamente 
pequeñas.  De  aquí  el  que  ningún  hombre  pueda  atender 
á  un  tiempo  á  sus  negocios  lucrativos  y  á  figurar  en  el 
círculo  principal  de  la  política.  Y  como  los  miembros  del 
Congreso  y  de  las  Cámaras  legislativas  de  los  Estados 
son  invariablemente  elegidos  entre  los  residentes  en  di- 
chas capitales,  de  tales  funciones  quedan  excluidas  todas 
las  personas  acomodadas  que  son  forasteras.  La  corta 
duración,  en  tanto,  de  las  funciones  3^  el  gran  número  de 
ellas  que  por  elección  se  obtienen,  hacen  que  sean  éstas 
mu}^  frecuentes  ;  y  todas ,  con  ligeras  excepciones ,  se 
disputan  entre  los  partidos,  porque  el  resultado  de  cual- 
quiera de  las  menos  importantes,  en  que  sólo  se  gana 
un  insignificante  empleo  local ,  afecta  más  tarde  á  las  de 
importancia  suma,  como  la  de  miembro  del  Congreso, 
por  ejemplo.  Así  se  expKca  que  estén  siempre  preparadas 
las  listas  de  candidatos  para  todos  los  empleos  vacantes. 
Y  todo  esto  junto  obUga  á  penosos  trabajos  en  las  elec- 
ciones y  en  la  política  local,  trabajos  que  no  cabe  com- 
pensar meramente  con  la  fama  ó  el  honor,  ni  con  la 
satisfacción  de  haber  cumplido  un  deber.  Hay,  pues,  que 
pagarlos  de  otro  modo,  y  se  paga;  pero  en  funciones  pú- 
blicas, ya  asientos  del  Congreso,  ya  empleos  federales  ó 
de  los  Estados,  incluyendo  sus  legisladores,  ya  en  admi- 
nistraciones de  las  ciudades  y  condados,  alo  cual  hay 
que  añadir  las  plazas  de  jueces  ,  electivos  en  la  mayor 


L\   DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y   AMÉRICA.  93 

parte  de  los  Estados.  Todos  los  funcionarios  dichos 
son  amovibles  por  natural  consecuencia ,  y  cambian 
cada  vez  que  los  partidos  entran  y  salen  del  mando. 
Por  estos  caminos,  la  política  ha  llegado  á  ser  una  pro- 
fesión como  la  de  abogado  ó  comerciante,  y  la  gente 
se  dedica  á  ella  comúnmente  por  dos  motivos:  primero, 
el  del  esperado  salario;  segundo,  el  de  aprovecharse 
además  de  sus  funciones  para  obtener  provechos  ile- 
gítimos. Ni  es  de  olvidar,  que  á  todos  los  miembros 
altos  y  bajos  de  la  administración  federal ;  á  la  mitad  ó 
la  cuarta  parte  délos  legisladores  de  los  Estados,  con 
todos  sus  funcionarios  públicos;  á  los  de  las  grandes 
ciudades  y  los  condados ,  hay  todavía  que  añadir  un  in- 
menso número  de  pretendientes,  regimentados,  ya  en 
un  partido ,  ya  en  otro ,  con  la  esperanza  de  futuras  utili- 
dades.» 

Creo  que  habrán  ganado  mucho  mis  lectores  oyendo 
á  Bryce  en  vez  de  oirme  á  mí  exponer  todo  esto  directa- 
mente. Bastaría  ese  cuadro  suyo  para  probar  que  ni  la 
democracia ,  ni  el  régimen  parlamentario ,  ni  mucho  me- 
nos el  de  gabinete,  presentan  semejante  exceso  de  em- 
pleomanía en  parte  alguna,  y  que  los  partidos  tampoco 
abusan  en  mayor  grado  de  sus  victorias  en  el  país  más 
pervertido.  Por  lo  mismo  que  aquellos  partidos  no  son 
oficiales,  facticios,  sino  producto  espontáneo  de  las  ins- 
tituciones y  délas  costumbres  nacionales,  y  por  tanto 
independientes ,  poderosos ,  fuerzas  verdaderas ,  sin  con- 
trapeso ni  límites  en  ninguna  parte,  cosas  que  todas  á  un 
tiempo  tan  sólo  en  una  democracia  pueden  acontecer,  los 
de  los  Estados  Unidos  llegan  á  extremos  que  en  otras 
Naciones  son  imposibles.  El  capítulo  especial  y  detallado 
que  consagra  en  seguida  Bryce  á  la  corrrupción  oficial, 
fruto  de  tales  partidos ;  el  de  Minghetti  sobre  igual  asunto, 


94  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


y  todo  el  excelente  libro  del  anglo-americano  Seaman  ('), 
sin  otros  muchísimos  autorizados  textos ,  contienen  cosas 
á  este  propósito,  que  realmente  causan  vergüenza  y 
hasta  horror.  No  pediréis,  sin  duda,  que  me  extienda 
mucho  en  este  punto.  ¿Para  qué?  No  sé  yo  si  habrá  en  el 
mundo  quien  se  complazca  en  manchar  las  cosas  gran- 
des ;  lo  que  sé  es  que  á  mí  toda  mengua  en  ellas  me  en- 
tristece, sin  dejarme  humor  para  sátiras  ni  declamaciones. 
Los  Estados  Unidos,  de  todos  modos,  constituyen,  en  su 
conjunto,  una  de  las  más  excelsas  creaciones  que  los  hom- 
bres hayan  realizado  jamás ;  y  si  la  corrupción  con  que  allí 
se  ejerce  la  soberanía  en  los  más  de  los  asuntos  es  incon- 
testable ,  patentiza  eso  una  vez  más ,  que  no  hay  institu- 
ciones algunas ,  ni  ningún  pueblo ,  cualesquiera  que  sean 
sus  méritos,  que  en  su  seno  no  abrigue  impurezas.  Pero 
basta  con  que  nos  sirva  de  lección  ó  ejemplo:  Dios  hu- 
milla así,  con  la  esclavitud  de  la  imperfección,  á  hom- 
bres y  Naciones.  Mejor,  pues,  que  detallar  el  mal  ejer- 
cicio de  la  usual  soberanía ,  por  los  partidos  anglo-ame- 
ricanos,  prefiero  explicar  el  casi  constante  asentimiento 
que  la  generahdad  de  la  Nación  les  presta ,  por  boca  de 
algunos  angio-americanos.  Uno  de  ellos,  muy  honrado, 
le  dijo  al  respetabilísimo  Minghetti  estas  frases,  que  con- 
firman otras  mías:  «Bien  sabemos  que  nuestra  adminis- 
tración está  llena  de  indignidades,  dilapidaciones  y  ro- 
bos ;  lo  cual  aumenta  los  gastos  públicos ;  pero  más  nos 
conviene  pagarlos  con  ese  aditamento  que  tomarla  á 
nuestro  cargo;  porque,  empleando  nuestro  tiempo  en 
negocios  particulares,  nos  rinde  diez  veces  más  que  asi 
perdemos  (')».  Otros  muchísimos  repiten  sin  escrúpulo : 

(  I )     EzRA  C.  Seaman  :  Le  systéme  du  Gouvernement  américain:  Traduc- 
tion  de  Th.  Hippert :  Bruxelles,  1872. 
(2)     Minghetti:  Obra  citada. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  95 

« Más  vale  apresurarse  á  hacer  la  propia  fortuna ,  y  de- 
jar á  los  politicians  de  profesión  que  gobiernen;  cada 
uno  á  su  oficio,  y  la  política  es  el  de  los  que  ninguno  sa- 
ben». Alo  cual  añade  M.  Claudio  Jannet,  que  nos  lo 
cuenta:  «Tiénense,  en  suma,  por  bastante  ricos  para  que 
los  roben».  Pero,  con  todo  lo  dicho,  se  han  quedado  los 
extranjeros,  al  describir  estas  singularidades,  todavía 
muy  atrás  del  autor  anglo-americano  que  cité  antes ,  y  que 
años  hace  anda  en  manos  de  todos.  Ezra  C.  Seaman, 
consejero  legal  de  los  Estados  Unidos ,  observó  y  estudió 
durante  más  de  cuarenta  años,  según  dijo,  el  régimen 
político  de  su  patria ,  por  lo  cual  sería  siempre  más  se- 
guro recomendar  su  libro  á  quien  por  ventura  no  lo  co- 
nozca ,  que  exponer  de  nuevo  cuanto  él  por  sí  mismo  ó 
con  ayuda  de   otros  compatriotas  suyos  dio  á   cono- 
cer. Su  conclusión  general  se  reduce  á  que  los  partidos 
anglo-americanos  hacen,  sin  que  para  nada  les  estor- 
ben sus  leyes  políticas,  cuanto  quieren,  tal  como  si  ellas 
no  existieran.  Pero  véanse,   siquiera  estos  particulares 
conceptos  del  referido  autor:  «No  hay  más  poder  en  este 
país  que  el  partido  dominante ;  Gobierno  y  partido  son 
una  misma  cosa ;  todas  las  obligaciones  de  partido  se  ci- 
fran en  evitar  que  la  menor  migaja  del  patronato  (ó  sea 
de  los  favores  oficiales)  caiga  en  manos  de  cualquiera 
que  esté  fuera  de  él;  ¿qué  derecho  tiene  un  hombre  de 
partido,  piensan  los  que  los  forman,  á  su  propia  concien- 
cia? ¿qué  necesidad  de  obrar  por  sí  mismo,  siguiendo  sus 
nociones  personales  sobre  el  deber  ?»(').  No  hay  como  ne- 
gar, por  tanto,  crédito,  al  escritor  francés  Claudio  Jan- 
net ,  citado  antes ,  admirador  sumo  de  los  Estados  Uni- 
dos ,  y  que  allí  está  reputado  por  imparcial ,  cuando  lo 

(  I  )  Seaman  :  Obra  citada  ,  págs.  1 1^  á  1 19. 


96  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


resume  todo  diciendo:  «que  la  soberanía,  ó  bien  el  poder 
de  hecho,  se  ejerce  por  el  puñado  de  politicians  que 
hacen  las  elecciones ,  y  que  el  Gobierno  es  sólo  una  más- 
cara para  ellos  (')».  Y  aún  enseña  más,  si  se  quiere, 
esta  breve  definición  de  Bryce :  «la  política  no  es  allí 
ciencia  de  gobierno,  sino  arte  de  ganar  elecciones  y  em- 
pleos (')». 

Los  principios  de  gobierno,  aunque  algunos  prefieran 
ó  afecten  naturalmente  los  partidos  anglo-americanos, 
son  á  todo  esto  lo  de  menos.  De  Tocqueville  pensaba 
que,  no  existiendo  en  los  Estados  Unidos  las  pasiones 
religiosas ;  que  faltando  ya  los  odios  de  clase  porque  el 
pueblo  lo  era  todo ;  que  no  habiendo ,  en  fin ,  miseria  pú- 
blica que  explotar,  cosa  que,  por  supuesto,  vaya  ha- 
biendo, los  grandes  partidos  no  se  podrían  reproducir. 
¡Quién  se  lo  hubiera  dicho!  La  inmoralidad  que  él  no 
hizo  más  que  entrever,  ha  bastado  para  reproducirlos ,  y 
con  exceso.  Federalistas j  ó  con  tendencias  á  la  unidad  el 
uno,  y  republicano ,  ó  con  más  inclinación  al  particula- 
rismo el  otro,  se  titulaban  los  dos  que  en  1787  surgieron; 
los  sucesivos  pudieron  tener  más  ó  menos  inclinación  á 
la  plutocracia,  que  no  á  la  aristocracia,  el  uno,  y  el  otro 
á  la  democracia  igualitaria  ;  mas  todo  esto  con  frecuen- 
c:  i  ha  ido  cambiando  de  sentido  real,  dirección  y  nom- 
bre. Hoy  parece  el  titulado  demócrata  algo  mejor  amigo 
de  la  autonomía  de  los  Estados,  y  el  repubhcano  más  de 
l:i  extensión  del  poder  federal;  pero  déjanse  fácilmente 
llevar  hacia  lo  uno  ó  lo  otro,  según  sus  conveniencias 
prácticas.  Al  decir  de  Bryce,  el  republicano  no  se  tiene, 
en  suma ,  sino  por  menos  vicioso  y  más  escrupuloso  que 
su  adversario  el   demócrata ;    pero  ¿hay  realmente  en 


( 1)  Claudio  Jannet:  Obra  citada,  t.  i,  pág.  63. 
y  2  )  jAvifiS  Bryce  :  Obra  citada. 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  97 


esto  diferencia  notable  entre  los  dos?  En  el  ínterin,  las 
pinturas  que  de  la  corrupción  de  los  legisladores  ,  de  los 
administradores,  de  los  jueces,  de  los  agentes  de  poli- 
cía, cada  día  hacen  los  periódicos,  cuesta  trabajo  creer 
que  no  sean  exageradas  ;  pero  son  al  menos  testimonios 
constantes  y  unánimes.  Insisto,  con  todo,  en  que,  mien- 
tras menos  lugar  dé  aquí  á  tales  extravíos,  será  me- 
jor, y  voy  ya  á  limitarme  á  añadir  lo  puramente  in- 
dispensable. Constituyen  en  la  Nación  anglo-americana 
sus  partidos  dos  verdaderos  Estados  dentro  de  cada  Es- 
tado confederado  ,  y  del  de  la  Confederación  misma.  En 
vano  ,  ya  lo  indiqué ,  la  opinión  pública ,  fortificada  por 
la  prensa  ,  de  vez  en  cuando  intenta  desacreditar  estas 
terribles  máquinas ,  porque  ello  es  que  siempre  siguen 
en  movimiento ,  sin  que  las  ilusiones  de  los  que  esperan 
desmontarlas  presenten  hasta  aquí  probabilidad  de  éxito. 
En  cada  uno  de  los  condados  de  que  los  Estados  se  com- 
ponen, continúa  residiendo  y  obrando  una  junta  que  pu- 
diéramos llamar  condal,  constituida   por  delegaciones 
de  todos  los  barrios  de  las  ciudades,  de  las  poblaciones 
rurales  que  no  gozan  municipios  propios ,  y  de  las  asocia- 
ciones diversas  de  distrito.  Para  entrar  en  funciones,  de- 
mándasele á  cada  miembro  de  dicha  junta  que  firme  el 
credo  político  del  partido ,  y  un  formal  compromiso  de 
votar  las  listas  de  candidatos  que  éste  presente  para  los 
empleos.  Tan  pronto  como  el  centro  condal  queda  esta- 
blecido ,  celebra  una  primordial  sesión  ,  en  que  nombra 
su  comisión  ejecutiva  y  reglamenta  el  trabajo  de  elegir 
los  candidatos  del  partido.  No  queda  tras  esto  sino  de- 
signar en  las  juntas  condales  los  delegados  que  han  de 
formar  la  Convención  del  Estado  ;  y  desde  la  del  más 
mínimo  empleo  municipal  hasta  la  del  Presidente  de  la 
RepúbHca,  pasan  todas  las  candidaturas  luego  por  estas 

7 


98  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


corporaciones ,  que  alcanzan  mayor  poder  que  las  res- 
pectivas Cámaras  legislativas.  El  duque  de  Noailles,  que 
más  recientemente  aún  que  Bryce,  en  estos  mismos  días, 
ha  acabado  de  exponer  las  condiciones  políticas  de  los 
Estados  Unidos  ,  confirma  que  allí  son  bastante  más  obe- 
decidas las  reglas  por  los  partidos  impuestas  para  todo, 
que  las  constitucionales  (').  Las  Convenciones  se  entien- 
den y  conciertan  entre  sí  perfectamente  luego ,  y  todas 
juntas  influyen  también  más  en  la  dirección  del  Gobier- 
no ,  que  el  acuerdo  completo  del  Congreso  federal.  Á 
tal  organización  se  da  el  nombre  genérico  de  caucusy 
que  ya  he  citado  al  paso  ;  palabra  que  en  su  origen  sig- 
nifica reunión  de  bebedores  para  hablar  de  política,  y 
hoy  se  encuentra  elevada  á  denominación  del  verdadero 
soberano  usual  en  territorio  tan  vasto  y  tan  grande ,  y 
tan  inteligente  y  rica  población  como  la  de  los  Estados 
Unidos. 

Vengo  diciendo  usual  y  porque  por  encima  de  todo  lo 
dicho  hay,  sin  duda ,  que  contar  á  veces  con  la  opinión 
púbHca  ;  aquella  opinión  pública  que  hizo  dictador  á  Lin- 
coln ,  sin  deliberar  ni  votar  ,  y  que  guardan  los  anglo- 
americanos para  todo  momento  supremo  ,  pensando  que 
les  salvará  al  fin  y  al  cabo  de  cualquiera  riesgo,  siempre 
que  sea  indispensable  y  que  ella  surga  y  se  levante  om- 
nipotente. Á  mis  ojos,  nada  hasta  aquí  prueba,  con  efec- 
to, que  la  voz  del  pueblo,  del  verdadero  y  total  pueblo 
americano,  por  sujeta  que  parezca  al  egoísmo  tácito  de 
los  más ,  no  se  haga  oir  también  cuando  sea  necesario. 
No  hubiera,  sin  duda,  impedido  partido  alguno  de  por  sí 
que  la  esclavitud  se  suprimiese  á  su  hora ,  bien  que  la  co- 
rrupción por  ellos  dirigida  produjera,  aun  entonces,  di- 


(i)     NoAiLLLES  :  Obra  citada,  pág.  384. 


LA    DEMOCRACIA   EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  99 

lapidaciones  inauditas ,  y  llegase  en  la  guerra  hasta  la 
indeficencia.  Tampoco  la  decisión,  ni  la  prosecución  de 
cualquiera  otra  guerra  popular,  quedaría  en  mi  concepto 
fiada  á  los  partidos.  No  puedo  abrigar,  con  todo,  de  la 
soberanía  de  la  opinión  pública  de  los  Estados  Unidos, 
el  concepto  de  Bryce,  que,  después  de  lo  expuesto  por  él 
mismo  acerca  del  influjo  interesado  y  absorbente  de  los 
partidos ,  pretende  que  aquélla  es  continua  y  totalmente 
soberana.  Imposible  es  para  mí  dejar  de  ver  una  contra- 
dicción palpable  entre  los  capítulos  que  este  escritor  con- 
sagra al  sistema  de  partido ,  y  los  que  dedica  á  la  opi- 
nión pública.  Á  las  veces  confunde  á  ésta  con  aquél  visi- 
blemente. Bien  creo  yo  que  cara  á  cara  nunca  osarán 
contrariar  los  partidos  á  la   opinión  pública,  porque, 
cuando  lo  hicieran ,  la  masa  irresistible  del  pueblo  los 
arrollaría  fácilmente.  Bien  sé  que  procurarán  atraérsela 
sin  tregua  por  medio  de  la  prensa ,  de  los  meetzngs^áe 
los  discursos ,  de  los  manifiestos  y  todo  medio  conocido. 
Tampoco  negará  nadie  que  el  sentido  y  la  conciencia 
nacional  esté  sobre  los  partidos  ;  pero,  todo  esto,  ¿qué 
vale  para  los  muchísimos  casos  ordinarios  en  que  egois- 
tamente  les  cede  el  pueblo  la  palabra?  Que  la  opinión 
pública,  más  serena  y  más  inclinada  á  lo  grande,  y  en 
los  Estados  Unidos  constituida  por  más  gente  que  piensa 
que  en  otras  partes ,  sea  para  los  partidos  un  límite  en 
todo  aquello  que  realmente  la  apasione,  sea  en  buen  hora. 
Mas,  por  desgracia,  también  lo  que  se  conoce  por  opi- 
nión pública,  simple  adición  del  momento  á  los  partidos, 
de  aquellos  que  por  lo  común  quedan  indiferentes,  de  los 
mal  enterados ,  de  los  que  nunca  se  han  tomado  el  trabajo 
de  aprender  á  juzgar  los  negocios  públicos,  está  lejos  de 
ser  segura  guía  en  los  más  de  los  casos.  Otra  cosa  es  la 
conciencia  nacional  de  que  hablaré  más  tarde ;  pero  la 


lOO  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


dirección  de  lo  que  se  llama  opinión  pública,  puede  ser 
tan  funesta  á  veces  como  la  de  los  partidos  mismos.  Por 
eso ,  en  suma ,  las  instituciones  políticas ,  dotadas  de  per- 
manentes derechos,  son  indispensables.  Ellas  pueden  dar 
tiempo ,  primero ,  á  que  se  distinga  la  opinión  pública  con 
evidencia,  cosa  difícil,  y  luego,  á  que  con  sus  propios 
contrastes  se  aclare  ó  depure.  Después,  Dios  la  guíe, 
que  ya  he  dicho  en  qué  ocasiones  pienso  que  la  guiará  de 
veras. 


A.  Cánovas  del  Castillo. 


LA  MUJER  ESPAÑOLA  C) 


EL  pasado  año  de  1889  la  Fortnightly  Review,  im- 
portante publicación  que  ve  la  luz  en  Londres, 
pidió  á  Julio  Simón  un  estudio  sobre  La  mujer 
francesa  y  á  mí  otro  sobre  La  mujer  española.  El  ori- 
ginal español  de  mi  trabajo  se  encontraba  inédito ,  y  yo 
me  resistía  á  publicarlo ,  comprendiendo  que  para  Espa- 
ña un  estudio  de  tal  índole  y  sobre  tan  delicado  asunto 
pedía  mayor  desarrollo  y  extensión,  al  par  que  requería 
prescindir  de  ciertos  detalles  necesarios  para  el  lector 
inglés,  y  acaso  triviales  entre  nosotros.  Por  último  ,  me 
he  resuelto  á  entregarlo  á  la  prensa  tal  como  salió  de  la 
pluma ,  aunque  sin  quedar  curada  de  mis  recelos ,  y  de- 
seando que  esta  advertencia  me  valga  la  tolerancia  del 
público. 

(  I  )  Creemos  qiíe  nuestros  lectores  agradecerán  que  hayamos  obte- 
nido de  nuestra  eminente  colaboradora  Sra.  Pardo  Bazán ,  la  inserción 
de  cuatro  artículos  que  ella  no  quería  imprimir  en  lengua  española  por 
las  razones  que  indica  al  encabezar  el  primero.  Los  extraordinarios 
encomios  que  merecieron  de  la  prensa  inglesa  al  ver  la  luz  en  la  Fort- 
nightly Review ,  y  lo  curioso  del  asunto ,  nos  obligaron  á  rogar  á  dicha 
señora  que  quebrantase  su  propósito  en  interés  de  los  lectores  de  La 
España  Moderna.  (N.  de  la  D. ) 


102  LA   ESPAÑA  MODERNA. 


I. 


Al  hablar  de  la  mujer  en  mi  patria,  desearía  poder 
atribuirle  sin  restricción  virtudes,  cualidades  y  méritos, 
presentándola  como  un  dechado  de  perfecciones  ;  pues 
siendo  yo  igualmente  mujer  y  española,  cuanto  realce  dé 
á  nuestras  mujeres  ha  de  refluir  en  mí.  Aparte  de  que 
siempre  granjea  más  simpatías  del  público  quien  ensalza 
que  quien  aprecia  imparcialmente  el  estado  de  las  cos- 
tumbres ;  y  en  España ,  á  veces ,  constituye  un  acto  de 
valor  decir  por  escrito  lo  que  todo  el  mundo  reconoce  de 
palabra,  por  lo  cual  el  escritor  se  ve  precisado  á  dorar  la 
pildora. 

Yo,  aun  comprendiendo  lo  arduo  de  la  cuestión  y 
escribiendo  para  mis  compatriotas ,  no  la  doraría  :  habla- 
ría clara  y  explícitamente ,  como  hablo  siempre  en  las 
cuestiones  graves  y  vitales  en  que  no  puede  ser  ley  la 
cortesía.  Pero  la  obligación  de  ser  verídico  aumenta 
cuando  nos  dirigimos  á  lectores  extranjeros,  que  nos 
piden  informes  francos  y  leales ,  y  casi  no  tienen  medio 
de  rectificar  los  errores  en  que  pudiese  inducirles  nues- 
tra inexactitud. 

No  se  crea,  sin  embargo,  por  lo  que  indico,  que  voy  á 
censurar  agriamente  á  la  mujer  española  ;  á  trazar  una 
especie  de  sátira  á  lo  Juvenal  ó  á  lo  Boileau.  Ni  hay  mo- 
tivo para  ello,  ni  habría  riguroso  derecho,  aunque  hubiese 
motivo  ;  porque  los  defectos  de  la  mujer  española,  dado 
su  estado  social,  en  gran  parte  deben  achacarse  al  hom- 
bre, que  es,  por  decirlo  así,  quien  modela  y  esculpe  el 
alma  femenina.  Acaso  en  la  sociedad  francesa  de  hace 


LA    MUJER   ESPAÑOLA.  ^0} 


doscientos  años,  cuando  ejercía  omnímodo  imperio  una 
favorita  y  daba  el  tono  una  reunión  de  preciosas,  pudo 
repetirse  con  algún  fundamento  el  axioma  de  que  «los 
hombres  hacen  las  leyes  y  las  mujeres  las  costumbres». 
Lo  que  es  en  la  España  contemporánea ,  de  diez  actos 
consuetudinarios  que  una  mujer  ejecute,  nueve  por  lo 
menos  obedecen  á  ideas  que  el  hombre  la  ha  sugerido ;  y 
no  sería  justo  ni  razonable  exigirla  completa  responsabi- 
lidad, ni  perder  de  vista  este  dato  importante. 

Para  entender  lo  que  es  hoy  la  mujer  española,  hay 
que  recordar  el  cambio,  ó,  mejor  dicho,  la  transforma- 
ción que  sufre  España  desde  principios  del  siglo  xix,  re- 
chazada ya  la  invasión  napoleónica.  La  Revolución  fran- 
cesa, que  apenas  había  logrado  influir  directamente  en 
nosotros,  lo  consiguió  por  modo  indirecto  á  favor  del 
violento  choque  de  una  épica  lucha.  Nuestra  guerra  de 
la  Independencia,  pareciendo  terrible  protesta  contra  la 
nueva  forma  social  de  la  nación  vecina ,  fué  en  reahdad 
vehículo  por  donde  el  espíritu  revolucionario  y  las  ideas 
modernas  penetraron  hasta  nosotros  salvando  la  valla  del 
Pirineo.  Desde  que  se  reunieron  las  Cortes  de  Cádiz  en 
1812,  destacóse  claramente  la  nueva  España  constitucio- 
nal ,  llamada  á  domeñar  á  la  antigua  en  repetidas  y  san- 
grientas luchas  civiles.  Para  robustecerse  y  vivir,  nece- 
sitaba la  España  joven  combatir  sin  tregua  á  la  vieja, 
autoritaria  y  devota,  sujeta  á  un  absolutismo,  sólo  en 
ocasiones  ilustrado,  por  los  reyes  de  la  Casa  de  Borbón; 
y  no  combatirla  solamente  en  los  campos  de  batalla ,  sino 
en  el  terreno  de  las  costumbres.  Modiñcación  tan  profun- 
da tenía  que  reflejarse  en  el  estado  social  y  moral  de  la 
mujer,  y,  por  consiguiente,  en  el  de  la  familia. 

La  mujer  del  siglo  xvm,  entre  nosotros,  se  diferencia 
totalmente  de  la  de  Francia  en  los  albores  de  la  Revolu- 


104  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ción.  Mientras  la  francesa  del  siglo  xviii  es  quizá  la  más 
ingeniosa ,  escéptica  y  libre  que  registra  en  sus  anales  la 
historia  (sin  exceptuar  á  la  mujer  ateniense) ,  la  española 
es  la  más  rezadora,  dócil  é  ignorante.  Obsérvese  que  he 
dicho  rezadora  y  no  cristiana,  porque  cristianas  juzgo 
que  lo  eran  mejor ,  y  con  más  sólido  fundamento ,  las  íncli- 
tas mujeres  de  los  siglos  xvi  y  xvii,  á  cuya  cabeza  brilla 
la  gran  reina  Isabel  I.  Bajo  el  Renacimiento,  la  mujer  es- 
pañola, tan  piadosa  como  sabia,  lejos  de  contentarse  con 
una  instrucción  inferior  ó  nula ,  desempeña  cátedras  de 
retórica  y  latín,  como  Isabel  Galindo,  ó  ensancha  los  do- 
minios de  la  especulación  filosófica,  como  Oliva  Sabuco. 
En  el  siglo  xviii,  de  tal  manera  se  perdieron  estas  tradi- 
ciones ,  que  se  juzgaba  peligroso  enseñar  el  alfabeto  á 
las  muchachas,  porque,  sabiendo  lectura  y  escritura,  les 
era  fácil  cartearse  con  sus  novios.  De  cierta  bisabuela 
mía,  procedente  de  casa  gallega  muy  ilustre,  he  oído 
contar  que  tuvo  que  aprender  á  escribir  sola ,  copiando 
las  letras  de  un  libro  impreso ,  sirviéndole  de  pluma  un 
palo  aguzado,  y  de  tinta  un  poco  zumo  de  moras.  Salu- 
dable ignorancia ;  sumisión  absoluta  á  la  autoridad  pa- 
ternal y  conyugal;  prácticas  religiosas,  y  recogimiento 
sumo,  eran  los  mandamientos  que  acataba  la  española 
del  siglo  pasado ;  contra  ellos  esgrimió  el  azote  satírico 
nuestro  excelso  Moratín  en  El  si  de  las  niñas,  El  viejo  y 
la  niña  y  La  mojigata.  La  moraleja  de  estas  tres  come- 
dias equivalía  á  una  transformación  capital  del  elemento 
femenino. 

El  tipo  de  la  española  antes  de  las  Cortes  de  Cádiz  ha 
llegado  á  ser  clásico ,  tan  clásico  como  el  garbanzo  y  el 
bolero.  Esta  mujer  neta  y  castiza  no  salía  más  que  á  misa, 
muy  temprano  (pues,  según  el  refrán ,  la  mujer  honrada, 
la  pierna  quebrada).  Vestía  angosta  saya  de  cúbica  ó 


LA    MUJER    ESPAÑOLA.  IO5 


alepín;  pañolito  blanco  sujeto  con  alfiler  de  oro;  basquina 
de  terciopelo;  mantilla  de  blonda,  y  su  único  lujo, — lujo 
de  mujer  emparedada  que  no  anda  nunca ,— era  la  media 
de  seda  calada  y  el  chapín  de  raso.  Ocupaba  esta  mujer 
las  horas  en  labores  manuales ,  repasando ,  calcetando, 
aplanchando,  bordando  al  bastidor  ó  haciendo  dulce  de 
conserva ;  zurcía  mucho ,  con  gran  detrimento  de  la  vista; 
— todavía  en  mi  niñez  me  enseñaba  mi  madre ,  como  tra- 
bajo de  mérito,  unas  almohadas  zurcidas  por  mi  bis- 
abuela ,  donde  casi  los  zurcidos  formaban  un  tejido  nuevo. 
— Esta  mujer,  si  sabía  de  lectura,  no  conocía  más  libros 
que  el  de  Misa,  el  Año  cristiano  y  el  Catecismo,  que  en- 
señaba á  sus  hijos  á  fuerza  de  azotes  ;  porque  el  azotar  á 
los  chicos  era  entonces  una  especie  de  rito ,  del  cual  no 
sería  correcto  prescindir,  según  lo  de  qui  diligit filium, 
assiduat  illi  flagella.  Esta  mujer  guiaba  el  rosario,  á 
que  asistían  todos  los  criados  y  la  familia;  daba  de  noche 
la  bendición  á  sus  hijos  ,  que  le  besaban  la  mano,  aunque 
peinasen  barbas  ó  estuviesen  casados  ya ;  consultaba  los 
asuntos  domésticos  con  algún  fraile ,  y  tenía  recetas  ca- 
seras para  todas  las  enfermedades  conocidas.  Tan  ge- 
nuina  figura  femenil  no  podía  menos  de  desaparecer  al 
advenimiento  de  la  sociedad  moderna. 

No  afirmo  que  todo  fuese  virtud  en  la  antigua.  Me 
desmentirían  á  voces  los  escandalosos  recuerdos  de  la 
corte  de  Carlos  IV,  las  duquesas  yéndose  á  merendar  en 
la  pradera  con  los  toreros,  ó  á  cenar  en  casa  de  las  co- 
mediantas ;  las  reinas  encumbrando  á  sus  favoritos  y  cu* 
briéndoles  de  oro  y  honores;  las  damas  entregadas 
(aparte  de  otras  pasiones  más  excusables  porque  las  im- 
pone la  naturaleza)  al  vicio  del  juego,  atestando  de  on- 
zas el  bolsillejo  de  abalorio ,  y  perdiendo  en  una  noche 
un  quiñón  de  su  hacienda.  Sólo  quise  decir  que  el  tipo 


I06  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


clásico  de  la  mujer  «á  la  antigua  española»  era  el  más 
común  antes  del  año  12,  y  ha  llegado  á  caracterizar  la 
sociedad  anterior  al  régimen  constitucional ;  y  añadiré 
que  las  mujeres  devotas  y  recogidas  y  las  damas  galan- 
tes que  Goya  pintó  en  los  frescos  de  la  ermita  de  San 
Antonio,  fueron  dos  formas  distintas,  pero  conexas  é  in- 
separables, de  una  misma  época ;  dos  figuras  de  la  España 
antigua ,  que  ninguna  de  las  dos  cabe  en  el  siglo  xvm 
francés,  donde  virtudes  y  vicios  presentan  un  sello  de  in- 
telectualismo  evidente. 

El  cambio  social  tenía  que  traer,  como  ineludible  con- 
secuencia ,  la  evolución  del  tipo  femenino ;  y  lo  sorpren- 
dente es  que  el  hombre  de  la  España  nueva ,  que  anheló  y 
procuró  ese  cambio  radicalísimo ,  no  se  haya  resignado 
aún  á  que,  variando  todo — instituciones,  leyes,  costum- 
bres y  sentimientos, — el  patrón  de  la  mujer  también  va^ 
ríase.  Y  no  cabe  duda:  el  hombre  no  se  conforma  con  que 
varíe  ó  evolucione  la  mujer.  Para  el  español,  por  más  li- 
beral y  avanzado  que  sea,  no  vacilo  en  decirlo,  el  ideal 
femenino  no  está  en  el  porvenir ,  ni  aun  en  el  presente, 
sino  en  el  pasado.  La  esposa  modelo  sigue  siendo  la  de 
cien  años  hace.  Detengámonos  en  profundizar  esta  obser- 
vación ,  porque  ella  nos  dará  la  clave  de  varias  contra- 
dicciones y  enigmas,  á  primera  vista  inexplicables,  que 
ofrece  la  española  contemporánea. 

Cuando  estalló  la  guerra  de  la  Independencia ,  poseía 
España  uno  de  los  elementos  que  más  robustecen  la  con- 
ciencia nacional :  y  era  la  unidad  del  sentimiento  público 
en  los  dos  sexos.  De  esta  concordia  (que  también  poseyó 
Francia  durante  el  período  revolucionario)  se  engendra 
el  patriotismo  en  el  hogar ;  el  patriotismo  transmisible  á 
las  generaciones  futuras.  Esperadlo  todo  de  la  nación 
donde  semejante  concordia  existe. 


LA    MUJER    ESPAÑOLA.  IO7 


Más  iguales  entonces  el  varón  y  la  hembra  en  sus  fun- 
ciones de  ciudadanía  ^  puesto  que  aquél  no  ejercía  aún 
los  derechos  políticos  que  hoy  le  otorga  el  sistema  parla- 
mentario negándolos  por  completo  á  la  mujer,  la  sociedad 
no  se  dividía,  como  ahora ,  en  dos  porciones  política  y  na- 
cionalmente heterogéneas.  Sentía  y  pensaba  lo  mismo  la 
mujer  que  el  hombre,  y  eran  ambos  católicos,  monárqui- 
cos castizos,  enemigos  del  extranjero  hasta  la  medula  de 
los  huesos.  Así  es  que  el  papel  de  la  mujer  en  la  defensa 
contra  el  francés  no  fué  menos  activo  que  el  del  hombre. 
Dócil  y  pasiva  en  circunstancias  ordinarias,  la  mujer  «á 
la  antigua  española»  supo  mostrar,  cuando  vio  la  patria 
en  peligro ,  que  bajo  su  honesta  basquina  latía  el  corazón 
indomable  de  las  heroinas  de  Celtiberia.  Con  las  manos 
acostumbradas  á  pasar  las  cuentas  de  la  camándula  ó  á 
mover  el  abanico  de  lentejuelas  y  tul ,  supo  arrojar  en  los 
pozos  á  los  granaderos  de  la  guardia  vieja,  y  apücar  la 
mecha  al  cañón. 

Acaso  entrando  en  el  terreno  de  la  hipótesis  ,  me  di- 
rán que  volvería  á  suceder  lo  mismo  si  se  renovase  la 
invasión  extranjera.  No  lo  creo.  Este  heroísmo  femenil  se 
daría  quizá  como  caso  aislado;  como  hecho  general,  no. 
Y  se  daría  más  bien  en  el  pueblo  ó  en  la  aristocracia  que 
en  la  clase  media,  que  es  la  que  más  ha  sentido  el  influjo 
de  la  transformación  política  y  social  en  beneficio  del 
varón.  Los  últimos  chispazos  de  conciencia  pública  en 
la  mujer  española  fueron  sus  protestas  y  la  especie  de 
fronda  que  organizó  cuando  la  Revolución  de  Septiem- 
bre de  1868  tomó  color  anticatólico  y  Amadeo  I  se  sentó 
en  el  trono.  Al  mismo  orden  de  manifestaciones  perte- 
nece la  cooperación  que  las  mujeres  (las  aldeanas  sobre 
todo)  prestaron  al  alzamiento  cariista  en  las  provin- 
cias del  Norte.  (Y  nótese  cómo  siempre  que  la  mujer 


I08  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


española  revela  interés  político ,  se  adhiere  á  la  España 
antigua;  la  nueva,  socialmente  hablando,  no  se  ha  for- 
mado su  elemento  femenino.)  Extinguida  la  última  guerra 
civil,  la  mujer  no  vuelve  á  pensar  en  negocios  públicos  ; 
si  algunas  señoras  adoptan  la  costumbre  de  frecuentar 
las  tribunas  del  Congreso,  es  por  distracción,  por  ver  ó 
ser  vistas.  Quejábaseme  hace  pocos  días  un  amigo  mío, 
de  ideas  nada  reaccionarias,  de  que  la  mujer  española 
carece  de  ideal ;  y  pensaba  yo,  al  oir  su  queja,  que  no 
puede  tenerlo ,  porque  ni  le  han  infundido  el  nuevo ,  ni  le 
han  respetado  el  antiguo. 

Adolece  el  hombre,  en  España,  de  un  dualismo  peno- 
so. IncHnado  á  las  novedades  sociológicas  contal  ardor, 
que  en  ningún  país ,  salvo  quizá  en  el  Japón  ,  han  sido 
más  radicales  y  súbitas  las  reformas ,  siente  á  la  vez  de 
un  modo  tan  intenso  el  apego  á  la  tradición ,  que  siempre 
vuelve  á  ella,  como  el  esposo  infiel  á  la  esposa  constante. 
Y  el  punto  en  que  la  tradición  se  impone  con  mayor 
fuerza  al  español,  porque  late,  digámoslo  así,  en  el  fondo 
de  su  sangre  semítica ,  es  el  de  las  cuestiones  relativas  á 
la  mujer.  Para  el  español, — insisto  en  ello,— todo  puede 
y  debe  transformarse ;  sólo  la  mujer  ha  de  mantenerse 
inmutable  y  fija  como  la  estrella  polar.  Preguntad  al 
hombre  más  liberal  de  España  qué  condiciones  tiene 
que  reunir  la  mujer  según  su  corazón,  y  os  trazará  un 
diseño  muy  poco  diferente  del  que  delineó  Fr.  Luis  de 
León  en  La  perfecta  casada,  ó  Juan  Luis  Vives  en  La 
institución  de  la  mujer  cristiana^  si  ya  no  es  que  remon- 
tando más  la  corriente  de  los  tiempos,  sube  hasta  la  Bi- 
blia y  no  se  conforma  sino  con  la  Mujer  fuerte.  Al  mis- 
mo tiempo  que  dibuja  tan  severa  silueta,  y  pide  á  la  hem- 
bra las  virtudes  del  filósofo  estoico  y  del  ángel  reunidas, 
el  español  la  quiere  metida  en  una  campana  de  cristal 


LA    MUJER   ESPAÑOLA.  IO9 


que  la  aisle  del  mundo  exterior  por  medio  de  la  igno- 
rancia. Hombre  conozco  que  se  pasa  la  vida  patullando 
en  el  charco  de  la  política,  y  censura  como  el  mayor  de- 
lito  ó  escarnece  como  la  mayor  ridiculez  el  que  una  mu- 
jer se  atreva  á  emitir  opinión  sobre  un  negocio  público. 
Y  en  cuanto  á  conocimientos  de  otro  orden,  muchos  opi- 
nan lo  mismo  que  el  papá  de  una  amiga  mía,  que ,  habién- 
dole preguntado  su  hija  si  Rusia  está  al  Norte,  contestó 
muy  enojado: 

— Á  las  mujeres  de  bien  no  les  hace  falta  saber  eso. 

Repito  que  la  distancia  social  entre  los  dos  sexos  es 
hoy  mayor  que  era  en  la  España  antigua,  porque  el  hom- 
bre ha  ganado  derechos  y  franquicias  que  la  mujer  no 
comparte.  Suponed  á  dos  personas  en  un  mismo  punto  ; 
haced  que  la  una  avance  y  que  la  otra  permanezca  inmó- 
vil: todo  lo  que  avance  la  primera,  se  queda  atrás  la 
segunda.  Cada  nueva  conquista  del  hombre  en  el  terre- 
no de  las  libertades  políticas ,  ahonda  el  abismo  moral 
que  le  separa  de  la  mujer,  y  hace  el  papel  de  ésta  más 
pasivo  y  enigmático.  Libertad  de  enseñanza,  libertad  de 
cultos,  derecho  de  reunión,  sufragio,  parlamentarismo, 
sirven  para  que  media  sociedad  (la  masculina)  gane 
fuerzas  y  actividades  á  expensas  de  la  otra  media  feme- 
nina. Hoy  ninguna  mujer  de  España — empezando  por  la 
que  ocupa  el  trono— goza  de  verdadera  influencia  polí- 
tica ;  y  en  otras  cuestiones  no  menos  graves ,  el  pensa- 
miento femenil  tiende  á  ajustarse  fielmente  á  las  ideas  su- 
geridas por  el  viril,  el  único  fuerte. 

A  fin  de  demostrar  la  exactitud  de  este  aserto,  me 
bastará  analizar  un  solo  aspecto  del  alma  femenina  en 
España  :  el  aspecto  religioso. 

Ya  dejo  dicho  que  en  mi  patria,  lejos  de  aspirar  el 
hombre  á  que  la  mujer  sienta  y  piense  como  él ,  le  place 


I  o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


que  viva  una  vida  psíquica  y  cerebral,  no  sólo  inferior, 
sino  enteramente  diversa.  La  mujer  española  es  creyen- 
te por  instinto ,  no  lo  niego ,  pero  ayuda  mucho  al  des- 
arrollo de  ese  instinto  la  ley ,  promulgada  por  los  hom- 
bres, de  que,  sean  ellos  lo  que  gusten,— deístas,  ateos, 
escépticos  ó  racionalistas,— sus  hijas,  hermanas ,  esposas 
y  madres  no  pueden  ser  ni  son  más  que  acendradas  ca- 
tólicas. Recuerdo  que  en  una  ciudad  de  provincia  se 
organizó  hace  tiempo  un  meeting  de  librepensadores, 
arreglado  y  presidido  por  un  profesor  muy  repubhcano, 
quien  anunció  en  los  diarios  que  podían  asistir  señoras. 
Como  después  del  meeting  le  preguntasen  por  qué  no 
había  llevado  á  la  suya,  contestó  lleno  de  horror  :  «¿A 
mi  esposa?  Mi  esposa  no  es  librepensadora,  gracias  á 
Dios  » . 

No  seré  yo  quien  me  queje  de  que  persista  el  espíritu 
religioso  en  la  mujer,  37-  ojalá  persistiese  también  en  el 
hombre ,  que  buena  falta  le  hace  ;  sólo  quiero  poner  pa- 
tente la  contradicción,  el  desequilibrio  y  el  carácter  un 
tanto  humillante  que  tiene  para  la  mujer  esa  consigna 
impuesta  por  el  varón  de  no  romper  el  freno  de  las  creen- 
cias. Júzgase  el  varón  un  ser  superior,  autorizado  para 
sacudir  todo  yugo,  desacatar  toda  autoridad,  y  proce- 
der con  arreglo  á  la  moral  elástica  que  él  mismo  se  forja  ; 
pero  llevado  de  la  tendencia  despótica  y  celosa  propia 
de  las  razas  africanas ,  como  no  es  factible  ponerle  á  la 
mujer  un  vigilante  negro,  de  puñal  en  cinto,  le  pone  un 
custodio  augusto  :  ¡  Dios ! 

Dios  es,  pues,  para  la  española,  el  guardián  que  de- 
fiende la  pureza  del  tálamo  ;  lo  cual  ofrece  la  ventaja  de 
que,  si  el  marido  se  distrae  y  solaza  fuera,  el  guardián  se 
convierte  en  consolador  y  en  sano  consejero ,  que,  toman- 
do el  alma  herida  en  sus  manos  amorosas,  la  curará  con 


LA    MUJER    ESPAÑOLA.  I  I  I 


bálsamo  suave,  apartándola  del  sendero  de  perdición. 

Así  se  explica  el  que  ningún  español  ( salvando  excep- 
ciones, que  por  lo  escasas  confirman  la  regla)  quiera  ver 
á  las  mujeres  de  su  familia  apartadas  de  la  religión  en 
que  nacieron.  Hombre  hay  que  no  se  confiesa  hace  treinta 
años,  y  le  parecería  ofensivo  oir  que  su  mujer  no  había 
cumplido  con  el  precepto  en  la  pasada  Cuaresma.  Note- 
mos que  esta  susceptibilidad  crece  si  la  refuerza  el  filial 
cariño.  Ningún  incrédulo  deja  de  revelar  cierta  sensibili- 
dad cuando  evoca  los  días  de  su  infancia ,  recordando  las 
creencias  que  le  inculcó  su  madre.  No  haber  recibido  de 
su  madre  enseñanza  religiosa,  se  juzga  casi  tan  humi- 
llante como  no  tener  padre  conocido :  y  decirle  á  un  hom- 
bre que  su  madre  carecía  de  principios  religiosos ,  es  ul- 
trajarle poco  menos  que  si  la  acusásemos  de  libertinaje. 

De  este  duaHsmo  en  el  criterio  varonil  nacen  contras- 
tes sumamente  curiosos  entre  la  vida  privada  y  la  pública 
de  los  personajes  políticos  españoles.  Mientras  exterior- 
mente  alardean  de  innovadores  y  hasta  demoledores ,  en 
su  hogar  doméstico  levantan  altares  á  la  tradición,  y  se 
asocian  á  las  prácticas  rehgiosas  de  la  famiha.  Estanislao 
Figueras,  presidente  que  fué  de  la  República,  rezaba 
diariamente  el  rosario  con  su  mujer.  En  la  mesa  de  Emi- 
lio Castelar,  otro  presidente,  y  además  tribuno  demo- 
crático, no  se  sirvió  carne  los  días  de  vigilia,  mientras 
vivió  su  hermana  Concha.  Con  su  don  de  embellecerlo 
todo ,  Castelar  explicaba  estos  miramientos  de  una  ma- 
nera sumamente  poética  y  linda.  «Mi  hermana— decía 
el  célebre  orador— representa  para  mí  el  hogar  ya  des- 
hecho de  nuestros  padres,  las  gratas  memorias  de  la  in- 
fancia, y  ese  período  juvenil  en  que  con  tanta  fuerza  se 
ama  y  se  cree.  Las  prácticas  católicas  que  mi  hermana 
me  impone,  me  calientan  el  corazón. >► 


112  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Son  hechos  tan  comunes  y  repetidos  que  nadie  fija 
su  atención  en  ellos,  el  que  ínterin  las  mujeres  oyen 
misa  los  maridos  las  esperen  recostados  en  algún  pilar 
del  pórtico,  y  el  que  álosejercicios  espirituales,  triduos, 
novenas  y  comuniones  apenas  asistan  más  que  mujeres, 
algún  sarcerdote  ó  algún  carlista.  De  tal  manera  les  han 
cedido  los  hombres  el  campo  de  la  devoción,  que  los 
predicadores  se  han  visto  obligados  á  idear  un  subterfu- 
gio para  conseguir  algún  auditorio  masculino.  Consiste 
en  anunciar  unas  pláticas  ó  conferencias ,  que  por  versar 
sobre  asuntos  muy  hondos  de  ciencia,  moral  ó  filoso- 
fía, no  pueden  ser  atendidas  por  mujeres.  Lisonjeada 
así  la  vanidad  varonil  en  su  punto  más  cosquilloso ,  que 
es  el  exclusivismo  intelectual ,  la  iglesia  se  llena ,  y  aunque 
regularmente  las  conferencias  no  rebasan  de  un  límite 
vulgar ,  inferior  á  cualquier  artículo  de  revista,  con  la 
golosina  de  ser  «para  hombres  solos»,  consiguen  éxito 
y  público. 

Me  apresuro  á  añadir  que  al  abandonar  el  terreno  de 
la  devoción  á  la  mujer,  no  permite  el  hombre  que  en  él 
se  detenga  hasta  echar  raíces.  Le  prohibe  ser  librepen- 
sadora, mas  no  le  consiente  arrobos  y  extremos  místicos. 
Detrás  de  la  devota  exaltada  ve  el  padre ,  hermano  ó  ma- 
rido alzarse  la  negra  sombra  del  director  espiritual,  un 
rival  en  autoridad,  tanto  más  temible  cuanto  que  suele 
reunir  el  prestigio  de  una  conducta  pura  y  venerable  al 
de  una  instrucción  superior  casi  siempre — al  menos  en 
cuestiones  morales  y  teológicas— á  la  de  los  laicos.  Así 
es  que  de  todas  las  prácticas  religiosas  de  la  mujer,  la  que 
el  hombre  mira  con  más  recelo  es  la  confesión  frecuente. 
Á  veces  ocasiona  verdaderas  guerras  domésticas.  Hay  en 
España  algunas  ciudades  (en  Vizcaya  y  Andalucía),  don- 
de el  inñujo  de  los  Jesuítas  es  tan  grande,  que  las  familias 


LA    MUJER    ESPAÑOLA.  II3 


se  rigen  por  el  consejo  dado  en  el  confesonario ;  y  no  sa- 
bré ponderar  la  impaciencia  y  enfado  con  que  los  hom- 
bres ven  este  influjo,  ni  las  insinuaciones  malévolas  y 
hasta  calumniosas  con  que  disputan  á  los  Jesuítas  el  do- 
minio del  alma  femenil. 

Y  ,  sin  embargo ,  los  maridos ,  ó  en  general  los  que 
ejercen  autoridad  sobre  la  mujer  ,  saben  que  el  confesor 
no  es  para  ellos  un  enemigo,  sino  más  bien  un  aliado.  No 
sucede  casi  nunca  que  el  confesor  aconseje  á  la  mujer 
que  proteste  ,  luche  y  se  emancipe,  sino  que  se  someta, 
doblegue  y  conforme.  Sólo  en  raras  ocasiones ,  cuando 
puede  peligrar  la  fe,  el  confesor  recordará  ala  penitente 
que  ella  no  ha  de  perderse  ni  salvarse  en  compañía  de  su 
marido,  y  que  el  alma  no  se  enajena  al  contraer  nupcias. 
A  pesar  de  tanta  cautela  y  moderación  por  parte  de  los 
confesores,  añrmo  que  el  hombre  no  ve  con  gusto  la  con- 
fesión frecuente  ni  la  religiosidad  entusiasta.  Lo  que 
desea  para  la  mujer  es  una  piedad  tibia:  un  justo  medio 
de  piedad.  Y  la  mujer  ha  tomado  dócilmente  ese  camino: 
ni  se  exalta,  ni  se  descarría. 


Emilia  Pardo  Bazán. 


VERDADES  POÉTICAS 


Consideraciones  sobre  el  libro  de  este  título  publicado  por 
Melchor  de  Palau.  Prólogo  de  D.  José  R.  Carracido. 


ESTA  obra  está  contenida ,  con  prólogo  y  todo ,  en 
un  cuadernito  de  8o  páginas ,  y  sin  embargo  su- 
giere tantas  reflexiones,  aun  al  menos  reflexivo, 
que  para  exponerlas  con  orden  y  reposo  sería  menester 
escribir  un  libro  de  cinco  veces  más  lectura:  de  400  pági- 
nas lo  menos. 

Por  fortuna  ó  por  desgracia ,  según  el  gusto  de  cada 
cual,  no  tiene  tiempo  quien  esto  escribe  para  exponer 
aquí  dichas  reflexiones  con  la  debida  amplitud.  Se  limita- 
rá, pues,  á  apuntarlas  en  cifra  y  apresuradamente. 

Ya  se  entiende,  desde  luego,  que  en  esta  declaración, 
de  que  el  cuaderno  del  Sr.  Palau  da  mucho  en  que  pen- 
sar, va  implícito  muy  lisonjero  encomio.  Lo  vulgar  ó  lo 
insignificante  no  estimula  la  mente  de  nadie,  ni  despierta 
jamás  en  ella  pensamientos  ni  ideas. 

Las  composiciones  en  verso  que  contiene  el  cuaderno 
cuyo  título  va  como  epígrafe,  son,  pues,  bellas,  discre- 
tas é  inspiradas ,  lo  cual  no  es  afirmar  que  sea  verdad  lo 
que  afirman. 


Il6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Y,  con  todo,  hace  ya  doscientos  años  ó  más,  que  dijo 
un  crítico:  ríen  n'est  beau  quelevrai;  pero,  antes  de 
que  lo  dijese  este  crítico,  lo  habían  dicho  otros,  y  antes 
otros ,  si  bien  con  diversa  frase  y  en  diversa  lengua ;  por 
donde  creemos  fácil  de  probar  que ,  desde  que  hubo  poe- 
sía, todo  crítico  juicioso  sostuvo  lo  mismo :  la  ecuación 
entre  la  verdad  y  la  belleza:  la  absoluta  imposibilidad  de 
que  sea  bello  lo  falso. 

El  distingo  que  importa  hacer  á  fin  de  salvar  esta  pri- 
mera contradicción,  es  que  la  verdad  del  sabio  es  una,  y 
la  verdad  del  poeta  es  otra.  Lo  que  importa  para  que  el 
uno  sea  buen  sabio  y  el  otro  buen  poeta,  es  que  ambos  se 
muestren  verídicos ,  pero  cada  cual  á  su  modo.  Entendi- 
das las  cosas  de  otra  suerte,  armaríamos  un  enredo  que 
ni  el  mismo  diablo  sería  capaz  d.e  desatar. 

Aclaremos  esto  con  un  ejemplo.  Consideremos  las  poe- 
sías de  tres  ilustres  italianos :  Manzoni ,  Carducci  y  Leo- 
pardi.  Los  dos  primeros  coinciden  en  creer  que  la  huma- 
nidad progresa,  que  vamos  de  bien  en  mejor ,  y  discre- 
pan en  que  el  primero  entiende  que  toda  la  ventura 
presente  y  la  mayor  ventura  de  las  venideras  edades  se 
deben  á  Cristo  y  á  su  doctrina ,  y  en  que  entiende  el  otro 
que  Cristo  y  su  doctrina  han  traído  mil  males  al  Hnaje 
humano ,  cuyo  progreso  y  bien  consisten  en  que  ya  po- 
cos hombres  creen  en  Cristo ,  y  en  que  con  el  andar  del 
tiempo  no  creerá  nadie.  Acudamos  después  al  tercer 
poeta,  á  Leopardi,  y  veremos  que,  lejos  de  poner  en  paz 
á  sus  dos  colegas ,  ó  de  abarcar  en  una  síntesis  la  oposi- 
ción, contradice  á  ambos,  y  sostiene  que  ni  Júpiter,  ni 
Cristo ,  ni  Mahoma,  ni  el  creer  en  este  dios  ó  el  negar  el 
otro,  hacen  la  felicidad  de  los  hombres;  y  que  todos  los 
inventos  de  la  física,  de  la  química  y  de  la  mecánica,  y 
todos  los  descubrimientos  de  la  ciencia,  lejos  de  mitigar 


VERDADES   POÉTICAS.  II7 


nuestro  infortunio  y  nuestra  irremediable  miseria,  los 
acrecientan  y  emponzoñan. 

Imaginemos  ahora  á  un  escéptico  sereno ,  que  lea  á  los 
tres  poetas ,  y  es  posible  que  no  dé  la  razón  á  ninguno  de 
los  tres.  Acaso  este  escéptico  niegue  á  Leopardi  su  des- 
esperado pesimismo ,  y  á  Carducci  y  á  Manzoni  el  opti- 
mismo risueño  y  progresista  que  los  anima ,  y  al  primero 
no  le  conceda,  y  hasta  le  censure  su  furor  anticristiano, 
y  no  convenga  con  el  segundo  en  que  la  libertad,  la  fra- 
ternidad y  la  dicha,  dado  que  existan  en  la  tierra  ,  se  de- 
ben á  la  Iglesia  católica. 

Resultará  de  aquí  que,  para  nuestro  escéptico ,  nin- 
guno de  los  tres  poetas  dirá  ó  cantará  la  verdad;  pero 
como  nuestro  escéptico  podrá  ser  sujeto  de  buen  gusto, 
y  apto  para  sentir  y  comprender  la  belleza,  los  tres  poe- 
tas le  parecerán  divinos,  y  pondrá  sobre  su  cabeza  las 
obras  de  ellos  en  señal  de  veneración  profunda  y  de  sin- 
gular entusiasmo. 

Luego  no  vale ,  diremos  entonces ,  la  ya  citada  senten- 
cia: rien  n'est  heau  que  le  vrai.  Aquí  tenemos  tres  poe- 
tas bellísimos,  y  los  tres  se  equivocan.  Ahora  es  cuando 
encaja  el  distingo.  Demos  de  barato  que  los  tres  yerran : 
pero  la  verdad  de  la  poesía  está  en  que  el  error  es  ver- 
dadero :  en  la  sinceridad  perfecta  del  error ;  en  el  ardor 
con  que  se  acepta  y  en  el  brío  con  que  se  sostiene  y  se 
propala. 

De  aquí  se  sacan  infinidad  de  consecuencias.  La  que 
más  conviene  á  nuestro  propósito  es  que  debemos  lamen- 
tar la  divergencia,  bien  demostrada,  entre  la  verdad  poé- 
tica y  la  verdad  científica.  Debiera  darse  la  convergencia 
de  ambas  verdades.  Si  no  convergen,  hablemos  con  fran- 
queza, es  porque  en  muchos  puntos,  tal  vez,  ó  sin  tal  vez, 
en  los  más  interesantes,  no  hay  verdad  científica  aún. 


1 8  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Acaso  la  haya  dentro  de  ochenta  siglos ,  si  sigue  la  huma- 
nidad progresando.  En  el  día,  todos  esos  puntos  oscu- 
ros, inexplorados,  donde  la  ciencia  no  llega,  los  vemos 
porque  nos  los  presenta  la  imaginación  ó  la  fe ,  que  son 
la  potencia  y  la  virtud  del  alma  que  se  levantan  hasta 
ellos  con  vuelo  encumbrado.  La  ciencia  se  queda  tama- 
ñita y  muy  por  bajo,  titubeando  y  dando  tropezones. 

Aunque  sostengamos  que  la  fe  y  la  imaginación ,  que 
suben  hasta  donde  la  ciencia  no  sube,  hallan  y  nos  ofrecen, 
no  la  verdad,  sino  fantasmas  vanos,  el  error  ó  la  mentira, 
¿cómo  probar,  si  la  ciencia  no  vale  para  el  caso,  que  es 
mentira  ó  error  lo  que  la  imaginación  ó  la  fe  nos  presen- 
tan como  verdad?  ¿Qué  sabio  marcó  ya  definitivamente 
los  límites  entre  lo  ideal  y  lo  real ,  lo  sobrenatural  y  lo 
natural ,  lo  posible  y  lo  imposible?  ¿Es  argumento  contra 
la  existencia  de  los  ángeles  el  que  no  los  vea  el  astrónomo 
con  su  telescopio  ;  ni  se  infiere  que  no  haya  ondinas ,  ni 
sílfides ,  ni  salamandras ,  de  que  no  las  saque  el  químico 
del  fondo  de  sus  retortas ,  ni  las  vea  ó  las  sienta  escapar 
por  la  piquera  de  sus  alambiques? 

Goethe,  gran  sabio  y  gran  poeta  ala  vez,  dice  que 
el  hombre  yerra  mientras  aspira ,  y  aspira  mientras 
vive.  Si  se  suprime  el  error,  queda  la  aspiración  supri- 
mida. 

¿Para  qué  cansarnos  en  imaginar  qué  sería  la  poesía  si 
tuviésemos  perfecta  ciencia?  ¿Qué  sabemos  lo  que  sería 
entonces  la  poesía?  Ni  siquiera  lo  columbramos  con  va- 
guedad. 

La  condición  presupuesta  no  se  dará  aunque  persista, 
progrese  indefinidamente,  y  cada  día  crezca,  cunda  y 
ahonde  más  el  saber  humano.  Detrás  de  cada  objeto,  en 
el  centro  de  cada  ser  finito  y  Hmitado  que  descubra,  des- 
cubrirá también  un  nuevo  infinito  incógnito ;  y  de  cada 


VERDADES    POÉTICAS.  I  I9 


ley  con  que  explique  un  misterio ,  surgirá  multitud  de 
misterios  nuevos  ó  antes  no  concebidos. 

Se  aduce  todo  esto  para  demostrar  el  error  de  lo  que 
el  Sr.  Palau  sostiene;  pero  como  su  error  estriba  en  ver- 
dad poética,  los  versos  del  Sr.  Palau  son  bellos  también. 
Nada  de  lo  que  voy  á  añadir  va  contra  el  Sr.  Palau  como 
poeta. 

La  oda-prólogo ,  que  explica  y  resume  el  pensamiento 
capital  del  librito,  es  verdad  y  sinceridad  purísimas,  por- 
que expresa  bien  un  modo  de  sentir  que  atormenta  en  el 
día  á  no  pocas  almas  humanas.  Nadie  ha  expresado  con 
más  brío  y  elegancia  que  Leopardi  este  modo  de  sentir 
que  el  Sr.  Palau  pone  en  la  misma  poesía  personificada, 
excitándola  al  suicidio. 

La  ciencia  ha  averiguado  ya  tantas  cosas ,  ha  invadido 
tantas  regiones ,  no  exploradas  antes ,  y  ha  explicado  tan- 
tos fenómenos,  que  nada  le  ha  dejado  á  la  imaginación  y 
á  la  fe  por  donde  vuelen,  se  explayen  y  creen. 

Pasó  la  edad  de  la  fantasía;  pasó  la  edad  de  la  fe;  vi- 
vimos en  la  edad  de  la  razón.  Adiós  mitologías,  religio- 
nes, metafísicas,  milagros,  magias,  teurgias,  querubi- 
nes, demonios,  duendes,  etc.  La  Poesía,  despojada  de 
toda  esta  riqueza,  que  era  suya,  y  que  tan  cara  y  respe- 
tada la  hacía  á  los  hombres ,  no  recibe  de  ellos  sino  des- 
dén y  sofiones,  y,  no  pudiéndolos  sufrir,  decide  matarse. 

Indudablemente,  la  Poesía  del  Sr.  Palau  se  deja  arre- 
batar de  su  mal  humor,  y  delira.  Habrá  acaso  algunos 
naturalistas,  ingenieros  ó  geólogos,  que  sueñen  con  que 
lo  saben  todo  y  desprecien  la  Poesía;  pero  la  mayoría  de 
los  mortales ,  aun  concediendo  que  ha  crecido  en  extremo 
el  número  de  las  cosas  sabidas,  reconoce  que,  en  pro- 
porción, se  ha  aumentado  el  catálogo  de  los  misterios, 
de  lo  inexplorado  y  arcano  y  de  los  enigmas  sin  solución. 


20  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Isis  sigue  con  su  velo ,  sin  que  ni  Mad.  Blawaski ,  ni  ningún 
sabio  inglés  ni  alemán,  por  audaz  é  insolente  que  sea,  se 
le  levante;  la  esfinge,  inmóvil  en  la  puerta  de  la  vida, 
persevera  en  obstinado  silencio  sobre  nuestro  origen  y 
nuestro  fin;  y  las  más  de  las  preguntas,  que  se  hicieron, 
hará  treinta  ó  cuarenta  siglos ,  en  el  Hbro  de  Job ,  conti- 
núan sin  contestación ,  á  no  ser  que  se  conteste  á  ellas 
como  el  personaje  de  Moliere  contesta  á  la  que  dice : 
¿Quare  opium  facit  dormiré?  —  Qui a  est  in  eo  virtus 
dormitiva. 

Lo  descubierto  y  lo  inventado  por  la  ciencia  experi- 
mental tiene ,  sin  embargo ,  mucho  valer ,  y  es  digno  de 
que  la  Poesía  lo  celebre ;  pero  no  es  este  el  principal 
asunto  de  la  Poesía,  sino  uno  de  los  menores. 

La  ciencia  no  es  de  ahora,  sino  de  hace  miles  de  años : 
y  tan  ciencia  de  verdad  era  la  ciencia  del  tiempo  de  Aris- 
tóteles para  los  científicos  contemporáneos  suyos,  como 
la  ciencia  de  hoy  para  los  científicos  que  viven  sincróni- 
camente con  el  Sr.  Palau.  Aristóteles  decía  que  Homero 
era  poeta  y  Empédocles  no ,  sino  físico :  que  entre  ellos  lo 
único  que  había  de  común  era  el  metro.  En  el  día  no 
queda  derogada  esta  ley  de  Aristóteles ,  y  la  sentencia 
que  da  contra  Empédocles  puede  valer  y  renovarse. 

El  Sr.  Palau  reconoce  su  justicia.  Para  sustraerse  á 
tal  sentencia,  asegura  en  una  nota  que  él  no  es  didáctico, 
que  no  enseña:  que,  lejos  de  enseñar,  su  poesía  presu- 
pone el  completo  conocimiento  del  asunto  de  que  trata. 

Estamos  conformes.  Nunca  nos  pasó  por  la  cabeza 
que  el  Sr.  Palau  quisiese  enseñarnos  geología,  astrono- 
mía ó  química  en  sus  odas.  Lo  que  quiere  hacer,  y  lo 
que  hace ,  es  celebrar  sus  triunfos ,  los  adelantamientos  de 
estas  ciencias.  Y  en  esto  puede,  sin  duda ,  lucir  su  ingenio 
un  poeta. 


VERDADES   POÉTICAS.  121 


En  ]o  que  no  convenimos  es  en  la  novedad  de  tal  gé- 
nero de  composiciones.  Pues  qué,  ¿Monti  no  cantó  á 
Montgolfier?  ¿Quintana  no  celebró  la  invención  de  la  im- 
prenta? ¿Qué  artefacto,  qué  máquina,  qué  navegación 
ha  carecido  de  poeta  que  los  ensalce? 

No  se  sigue  de  aquí  que  la  consagración  de  la  Poesía 
á  las  ciencias  físicas  y  químicas  haya  de  rayar  en  exclu- 
sivismo ;  ni  que  la  Poesía  haya  de  desechar  por  eso  los 
mythos  ;  ni  que  se  haya  de  abstener  de  prefigurar  la 
Naturaleza  á  su  antojo,  ya  que,  hasta  hoy,  bien  á  su  an- 
tojo se  la  prefiguran  los  sabios,  sin  saber  mejor  que  los 
poetas  lo  que  es  en  reahdad  la  Naturaleza. 

Decimos  esto  con  motivo  del  Prólogo  que  pone  el 
Sr.  Carracido  al  librito  del  Sr.  Palau.  No  podemos  con- 
ceder que  sea  justo  ordenar  lo  siguiente  :  «Sepúltense  en 
las  capas. formadas  por  el  sedimento  histórico  los  fósiles 
de  la  poética  clásica,  y  no  disputen  el  derecho  á  la  vida 
de  los  nuevos  organismos  que  por  ley  de  evolución  res- 
ponden con  sus  formas  y  tendencias  al  medio  generador 
en  qué  han  de  nutrirse  y  desarrollarse,  para  no  quedar 
rezagados  en  el  cumplimiento  de  su  misión ,  conforme  al 
lugar  que  ocupen  en  el  proceso  evolutivo». 

La  poética  clásica,  esto  es,  las  reglas  y  leyes  de  la 
poesía  buena,  ni  es  fósil,  ni  impide  á  nadie  que  cumpla 
su  misión ,  ni  que  se  nutra ,  ni  que  se  desarrolle ,  ni  que 
tenga  todos  los  procesos  involutivos  y  evolutivos  que  le 
cuadren. 

Si  no  sucede  á  nuestra  edad  otra  de  perverso  gusto  y 
de  barbarie  completa,  no  habrá  sedimento  histórico  bajo 
el  cual  se  sepulten  esas  reglas  y  los  modelos  inmortales. 
Un  Virgilio  de  ahora  haría  unas  Geórgicas  en  que  los 
descubrimientos  químicos  entrarían  por  mucho  ;  y  un 
Fracastoro  del  día  hablaría  de  aquella  picara  enferme- 


122  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


dad  y  de  sus  remedios  con  mejor  noticia  de  todo,  porque 
había  visto  los  microbios  y  sabe  Dios  cuántas  cosas  más ; 
pero  estos  poemas,  en  cuanto  fuesen  tales  poemas,  no 
serían  mejores  ni  tan  buenos  como  los  antiguos,  si  pres- 
cindían de  las  minucias  de  sintaxis  y  detalles  prosódi- 
cos y  de  otros  trabajos  rastreros ,  por  cuya  virtud  sa- 
len los  versos  bruñidos,  cincelados,  esculpidos  en  bron- 
ce, con  la  perenne,  rítmica  y  divina  nitidez  de  la  forma. 
El  que  no  quiera  sujetarse  á  esos  trabajos  rastreros,  ¿no 
es  mejor  que  escriba  en  prosa  desatada  y  corriente?  Ver- 
dad es  que  hasta  en  prosa  pone  el  buen  escritor  cierto 
artificio,  por  donde,  llevando  al  extremo  la  doctrina, 
vendríamos  á  parar  en  que  un  sabio  profundo  ni  en  verso 
ni  en  prosa  habría  de  escribir. 

Escriba  en  verso,  no  obstante,  el  Sr.  Palau  ,  pero  no 
siga  los  malos  consejos  que  irreñexivamente ,  y  harto 
deslumhrado  por  las  ciencias  que  con  éxito  brillante  cul- 
tiva, le  da  sobre  literatura  el  Sr.  Carracido. 

Considere,  pongamos  por  caso,  á  Terencio  Mamiani, 
que  escribió  también  un  extento  poema  sobre  Geología. 
¿Deja  dicho  poema  de  estar  lleno  de  reminiscencias  clási- 
cas, de  mythosyáe  primor  artístico?  Lo  geólogo,  lo 
filósofo  y  lo  científico  que  era  Mamiani ,  ¿  fué  obstáculo 
para  que  compusiese  cantos  épicos  (como  los  de  Ho- 
mero á  los  dioses)  á  San  Rafael,  á  San  Telmo  y  á  Santa 
Rosalía?  No  hay  tal  ésto  matará  aquello.  Ni  el  telesco- 
pio ,  ni  el  microscopio ,  ni  el  radiómetro  han  venido  á  des- 
truir lo  que  la  fantasía  produce  y  lo  que  la  fe  sustenta. 
Coexisten  y  caben  con  holgura  en  la  pasmosa  capacidad 
de  la  mente  humana  el  protoplasma  y  el  demiurgo ,  el  te- 
légrafo y  los  ángeles ,  los  microbios  y  los  silfos ,  los  gno- 
mos y  los  duendes,  y  todos  los  lagartos  alígeros  y  demás 
bicharracos  descomunales  de  las  edades  primitivas. 


VERDADES   POÉTICAS.  12} 


La  ciencia  no  ha  venido  á  achicarlo  todo ,  como  pre- 
tende y  deplora  Leopardi ,  sino  á  hacer  más  ingente ,  más 
hermoso,  más  rico  y  más  vario  el  panorama  del  espíritu; 
el  espectáculo  de  cuanto  es  y  de  cuanto  puede  ser ,  es- 
pectáculo que  se  retrata  en  el  alma  del  poeta ,  como  en 
espejo  cuya  virtud  lo  magnifica  todo,  y,  si  cabe,  le  presta 
mayor  hermosura,  porque  debe  fijar  lo  transitorio,  do- 
tar de  persistencia  lo  caduco ,  y  hacer  inmarcesible ,  in- 
deleble y  perpetuamente  luminoso  lo  que  en  la  naturaleza 
se  marchita,  se  borra  y  se  apaga. 

Y  nada  de  esto  se  consigue  sin  los  trabajos  que  cali- 
fica de  rastreros  el  Sr.  Carracido ,  y  sin  muchas  minu- 
cias de  sintaxis  y  de  prosodia.  Los  versos  salen  malísi- 
mos cuando  se  prescinde  de  tales  minucias.  Si  prescin- 
diese de  ellas  el  Sr.  Palau,  no  le  elogiaríamos  como  le 
elogiamos. 


Juan  Valera. 


EL  MODERNO  ANTICRISTO 

(ERNESTO  RENÁN) 


II. 


EL   ORDEN   SOBRENATURAL. 


EL  crepúsculo  hace  aptos  los  ojos  para  ver  la  cla- 
ridad del  día :  ya  blanquea  el  cénit  del  Oriente ; 
sobre  las  alturas  brillan  los  cielos  con  inusitado 
esplendor;  la  aurora  se  levanta,  y  el  sol  no  tardará  en 
aparecer....»  Así  profetizaba  á  orillas  del  Rhinhace  cua- 
renta años  un  filósofo-poeta,  esperanzado  con  la  apari- 
ción radiante  del  nuevo  sol  filosófico.  Porque,  verdadera- 
mente ,  á  principios  de  este  siglo  la  filosofía  sufrió  lo  que 
se  llama  parálisis;  indecisa,  irresuelta,  inerte  para  todo, 
remedaba  la  agonía  de  un  ebrio  moribundo.  Los  pensa- 
dores tenían  las  fuerzas  enervadas ,  resultado  sin  duda 
de  la  agitación  espantosa  que  sufrió  en  la  pasada  centu- 
ria el  organismo  social.  Pero  los  gérmenes  de  los  enci- 
clopedistas memorables  no  se  atrofiaron:  se  esperaba 
un  sol  nuevo  que  con  sus  rayos  amorosos  les  fecundara 
é  hiciese  brotar  lozanos  y  robustos.  Y  ese  sol  apareció  á 


126  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


la  postre ,  lanzando  los  rayos  de  su  cabellera  desde  las 
cátedras  universitarias  de  Jena  y  de  París.  Los  nervios 
estudiantiles,  sacudiendo  el  marasmo  cosmopolita,  se 
agitaron  como  las  cuerdas  de  un  arpa ,  y  entonaron  him- 
nos como  éste:  «Hay  un  Dios.... ,  pero  no  como  el  de  las 
Iglesias,  que  juzga  las  acciones....  Ese  Dios  es  la  piedra 
y  la  nube,  el  perfume  y  la  brisa;  la  flor  que  se  abre,  el 
sol  que  la  fecunda  y  la  abeja  que  vuela.  Dios,  Acaso, 
Naturaleza,  indiferente  para  todo....,  no  le  ofendéis.  ¡Ha- 
ced lo  que  os  plazca ! »  Ese  himno  panteista  vibró  en  la 
conciencia  de  muchos  escritores  y  de  algunas  escritoras, 
— V.  gr.,  Aurora  Dupin  ó  Jorge  5aw<i ,  — arrancando 
otros  himnos  pertenecientes  al  mismo  género ,  aunque  de 
forma  distinta;  es  decir,  que  el  panteísmo  real,  arga 
masa  inconcebible,  se  confundió  con  el  panteísmo  ideal, 
mezcolanza  más  ridicula ,  que  hoy  se  evapora  en  el  labo- 
ratorio de  Wundt.  Desde  el  año  30  á  la  fecha,  el  sol  del 
panteísmo  fué  la  aurora  del  sol  racionahsta,  cuyos  pro- 
gresos han  sido  tan  rápidos,  que  no  hay  escritor  baladí 
en  ciertas  aulas  que  no  aborrezca  la  idea  antigua  de 
Dios  y  lo  que  la  es  consiguiente:  el  orden  sobrenatural. 
No  obstante,  hasta  hace  unos  cuantos  años,  todavía 
resonaba  el  grito  de  los  ñlósofos  alemanes ,  á  quienes 
Büchner  (Ciencia  y  Naturaleza)  llama  cacharreros.  Mi- 
chelet,  Vacherot,  Taine,  Schérer  y  Sainte-Beuve,  defen- 
dían—Taine  lo  deñende  aún— que  Dios  es  la  Idea  des- 
arrollándose en  el  mundo.  Y  sin  salir  de  nuestra  España, 
hemos  oído  alternativamente,  ya  á  D.  Nicolás  Salmerón 
y  á  D.  Antonio  López  Muñoz,  ya  á  D.  Francisco  de  Paula 
Canalejas  ó  á  José  Barnés,  ó  á  Eusebio  Chamorro,  que 
Dios  es  ó  «la  conciencia  humana  y  la  ley  moral  que  late 
en  el  fondo  de  cada  ser  y  se  manifiesta  en  las  palpitacio- 
nes (!!)  de  la  historia»,  ó  «lo  absoluto  en  la  intimidad  de 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  1 27 


los  espíritus  que  son  y  serán»,  ó  «la  Humanidad-Dios, 
padre  de  todos  los  hombres,  siglos  y  pueblos».  Y  hoy 
mismo  en  Francia,  Mr.  Camilo  (Flammarion),  después  de 
refutar  con  argumentos  incontrastables  el  Dios-Materia, 
termina  propinándonos  un  «Dios-Fuerza»,  ideal,  univer- 
sal é  íntimo,  hecho  á  imagen  del  hombre,  pensamiento 
inmanente  que  reside  invisible  en  el  fondo  de  cada  átomo 
empapado  de  Dios.  (Dios  y  Naturaleza.) 

Y  aquí  llega  Renán.  ¿Coma,  sin  abrazarse  con  esas 
teorías,  podía  demostrar  en  sus  obras  novelescas  que 
Jesús  no  es  Dios,  y  el  orden  sobrenatural  no  existe? 
¿Cómo,  sin  esa  máquina  de  guerra,  podía  combatir  la  fe 
en  lo  suprasensible ,  la  divinidad  del  Cristianismo ,  y  dar 
explicación  á  las  elevaciones  grandiosas  del  Mártir  del 
Calvario?  Así  es  que  pronto  se  adivina  la  estrategia  del 
critico-novelador .  «....Por  mi  parte,  dice  Ernesto,  juzgo 
que  en  el  Universo  no  hay  inteligencia  superior  á  la  hu- 
mana. La  fe  absoluta  es  incompatible  con  la  Ciencia  :  sin 
la  fe,  existe  el  amor.  De  admitir  alguna  fe,  ha  de  ser  la 
fe  ideal.  Los  Evangelios  son  leyendas,  porque  abundan 
en  sobrenatural  y  en  milagros.  La  materia  eterna ,  el 
germen-latente  de  la  vida  y  el  Di  os- Impersonal ,  es  lo  que 
nos  queda.  Un  nombre  propio  en  Dios  es  la  negación  de 
la  divina  Esencia.  El  exclusivismo  de  Israel  y  de  la  Iglesia 
católica  es  horrible.  El  CatoHcismo  rompió  las  cadenas 
ortodoxas  por  causa  de  sus  santos.  Dios  está  en  todos  : 
llamarle  suyo,  es  blasfemia  satánica,  confiscación  sacri- 
lega. El  progreso  de  Israel  y  del  Catolicismo  consistirá 
en  dejar  al  Ihavé-Dios  particular,  y  quedarse  con  la 
existencia  abstracta  de  Elohiín-Dios  universal.... y* 

i  Gracias  á  Dios  que  nos  hemos  entendido !  Un  Dios- 
Impersonal,  fe  ideal,  inteligencia  Soberana....,  raciona- 
lismo escueto.  Bérand  y  Renoudier,  discípulos  de  Renán, 


28  LA    ESPAÑA  MODERNA. 


participan  de  esa  opinión.  La  escuela  crítica-histórica 
admite,  á  pesar  de  todo,  el  tránsito  de  la  animalidad á  la 
racionalidad  y  la  herencia  darwiniana.  Con  esos  prelimi- 
nares se  explica  muy  bien  lo  que  fué  Jesús.  Hegel  le  pre- 
sentó saHendo  de  la  Idea  nebulosa  para  encarnarse  en  el 
mundo  ;  Amoldo  Ruge  y  Daumer,  como  un  símbolo  de  la 
lucha  del  estío  y  del  invierno  ;  Dupuis ,  como  un  mito  del 
sol.  Hay  que  convenir  en  que  Vacherot  y  Renán  han  sido 
más  cuerdos ,  presentando  á  Jesús  como  un  hombre  cir- 
cunspecto y  puro ,  héroe  y  mártir ,  sublime  y  divino  hu- 
manamente :  en  lo  cual  está  la  razón  decisiva  de  la  in- 
fluencia de  Jesús  en  el  mundo. 

Dada  la  intuición  del  Yo-Puro ,  por  un  acto  de  refle- 
xión trascendental  y  vueóidinte  la  sublime  cópula  y  como 
D.  Nicolás  diría,  se  realiza,  el  ósculo  inefable  de  Dios  con 
la  criatura  ;  y  al  abrazarnos  y  comulgar  con  Él ,  nos 
abrazamos  y  comulgamos  con  todos  los  seres.  Así  cuen- 
tan que  murió  Sanz  del  Río.  ¡Pero  qué  infeliz  debe  de  ser 
ese  Dios ,  cuando  en  ese  abrazo  y  en  ese  beso  permite  á 
sus  místicos  esposos  proferir  tantas  sandeces  insulsas ! 
¡Cuánta  palabrería  para  plagiar  en  estilo  mistagógico  el 
panteísmo  de  Scoto  Erígena ,  la  íntima  y  natural  unión  de 
las  almas  con  el  Ser  Inefable!  ¡Oh  Ciencia  nueva,  más 
vieja  que  Matusalén,  que  todo  lo  explica  y  todo  lo  con- 
funde, trocando  á  nuestras  almas  en  frascos  de  vitriolo  ó 
en  terrones  de  azúcar!.... 

Los  católicos  defienden  que  Dios  está  presente  en  el 
alma  como  causa  conservadora,  no  como  objeto  de  in- 
tuición; que  el  hombre  puede  unirse  con  Dios  por  vías 
sobrenaturales,  extraordinarias,  suprasensibles,  siendo 
auroras  de  esa  unión  la  esperanza,  fe  y  caridad.  Mr.  Er- 
nesto siente  y  ve  á  Dios  en  la  intimidad  de  su  conciencia, 
en  la  idea  de  su  mente,  en  el  fondo  de  su  ser,  como  en  las 


EL   MODERNO     ANTICRISTO.  1 29 


palpitaciones  de  la  historia.  De  donde  resulta  la  negación 
del  orden  sobrenatural  y  de  la  Divinidad  de  Jesús.  Desde 
Arrio  hasta  Denk  y  Socino,  y  desde  Socino  hasta  los  mo- 
dernos filósofos ,  distinto  ha  sido  el  procedimiento  é  idén- 
tico el  resultado.  Hegel  alaba  á  la  Religión  cristiana  por- 
que realizó  «la  suspirada  unión  de  Dios  con  el  hombre». 
Verificado  el  nefando  contubernio  de  Dios  con  el  hom- 
bre, el  orden  sobrenatural  es  ridículo  «pues  le  creamos  y 
hacemos  accesible  á  nuestros  conocimientos».  (Büchner, 
(Ciencia  y  Naturaleza.) 

Al  llegar  aquí,  deja  Renán  la  exégesis  á  un  lado  para 
operar  con  el  escalpelo  racionalista.  No  se  detiene  ya 
para  salir  del  laberinto,  como  Mr.  Reville,  ante  los  nom- 
bres de  «Hijos  de  Dios»  que  se  dan  á  los  justos  y  á  los 
ángeles ;  ni  ante  la  santidad  absoluta  de  Jesús,  el  perenne 
equilibrio  de  todas  sus  potencias ,  la  estupenda  é  insepa- 
rable unión  de  su  grandeza  y  mansedumbre ,  sin  intermi- 
tencia alguna,  en  las  ovaciones  entusiastas  y  los  sarcas- 
mos horribles  del  pueblo  de  Israel:  lo  cual  nadie  niega  á 
Jesús  y  le  proclama  altamente  verdadero  Hijo  de  Dios, 
por  ser  imposible  en  un  hombre  puro.  No  repara  ya  en  la 
lista  sin  fin  de  los  pasajes  del  antiguo  y  del  nuevo  Testa- 
mento en  que  Jesús  es  llamado  Hijo  propio  de  Dios  ;  ni 
siquiera  en  que  todos  los  Evangelistas  desde  el  principio 
de  sus  leyendas  y  el  visionario  de  Damasco  le  saludan 
con  ese  título  subhme.  Á  los  ojos  del  sabio  francés ,  Na- 
poleón de  las  ideas,  pasó  inadvertido  aquel  satánico  in- 
terrogatorio en  que  el  astuto  Caifas  y  sus  ministros  per- 
versos preguntan  á  Jesús:  «¿Luego  tú  eres  Hijo  de  Dios?», 
y  el  Justo  les  responde :  «Vosotros  lo  decís :  i  lo  soy !»,  le- 
vantando esta  respuesta  una  explosión  de  cólera  y  ha- 
ciendo rasgar  las  vestiduras  del  Gran  Pontífice....  No: 
Renán  no  se  detiene  en  esas  bagatelas:  bástale   para 

9 


I  ^O  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


conseguir  lo  que  se  propone ,  recurrir  al  procedimiento 
estúpido  que  lleva  siempre  en  sus  escritos  religiosos :  al 
racionalismo,  á  la  negación  é  invención. 

« ....  La  preexistencia  ideal  de  Jesús,  dice  Ernesto  ,  es 
evidente.  Jesús  no  pensó  en  hacerse  pasar  por  una  en- 
carnación de  Dios  y  pero  se  creía  algo  más  que  un  hom- 
bre extraordinario.  Jesús  era  hijo  de  Dios  como  todos  los 
demás  hombres  :  pues  Dios  está  en  el  hombre  y  vive  en 
él  como  el  pensamiento  en  la  tnente.  La  fraseología  de 
sobrenatural  y  sobrehumano  no  tenía  sentido  en  la  ele- 
vada conciencia  de  Jesús.  Jesús,  en  este  punto,  no  se  pa- 
rece á  los  de  su  raza.  Muchas  frases,  v.  gr. ,  «te  perdono 
tus  pecados»  ,  han  sido,  quizá,  peut-étre,  atribuidas  al 
Maestro  para  servir  de  apoyo  á  la  autoridad  colectiva 
de  los  Apóstoles.  El  reino  del  cielo  de  que  habla  Jesús, 
es  un  cielo  fantástico.  No  obstante,  la  voz  de  Dios  reso- 
naba en  el  corazón  de  Jesús  con  el  timbre  más  puro  ;  por 
eso  fundó  el  verdadero  reino  de  Dios,  el  reino  de  los 
mansos  y  humildes.  Y  porque  comunicaba  con  Dios  en  la 
conciencia,  tuvo  relación  directa  con  Él  y  la  idea  más 
grande  y  el  más  elevado  sentimiento  de  Dios  entre  los 
hombres  :  idea  resultante  de  su  íntima  unión  con  la  Di- 
vinidad. Pero  esta  unión  y  comunión  no  era  real  y  ver- 
dadera, pues  está  desmentida  por  las  ciencias  físicas  y 
fisiológicas — ¿en  qué  capítulo?— sino  ideal  y  humana. 
Dios  se  había  revelado  antes  de  Jesús  y  se  revelará  des- 
pués en  las  manifestaciones  ocultas  de  la  conciencia.  Á 
esta  revelación  íntima  y  particular  en  la  de  Jesús ,  se 
deben  todas  las  acciones  maravillosas  que  en  Jesús  ad- 
miramos y  su  poderío  en  la  historia.  Lo  que  se  debe  ado- 
rar en  Jesús  no  es  á  Jesús-Dios ,  sino  á  la  Humanidad- 
Dios.  El  amor  hacia  Jesús  fué  creciendo  como  la  luz  de 
la  mañana  en  el  pueblo  de  Israel ,  y  ese  amor  justísimo 


EL   MODERNO     ANTICRISTO. 


se  ha  agigantado  en  el  correr  de  las  edades  y  le  ha  con- 
ferido el  título  de  Hijo  de  Dios.» 

....  Ahora  se  comprende  el  artificio  de  Renán  ;  el  por 
qué  maldice  con  rabia  satánica  al  autor  del  cuarto  Evan- 
gelio, tan  justamente  ensalzado  por  Reus,  maestro  de  Re- 
nán ;  porque  el  águila  de  Patmos ,  remontándose  á  las 
alturas  inaccesibles  de  la  Esencia  de  Dios,  nos  trazó  una 
metafísica  sublime,  desconocida  hasta  entonces  ;  la  me- 
tafísica eterna  de  la  Divinidad  de  Jesús  y  autoridad  y 
Divinidad  de  su  Iglesia  :  metafísica  que  no  pueden  com- 
prender los  filósofos  que  llevan  telarañas  por  pupilas.  En 
ese  terreno ,  el  sahio  por  antonomasia  es  invulnerable  ;  á 
Renán  no  se  le  puede  combatir,  á  no  ser  con  las  razones 
poderosas  con  que  á  los  escépticos  se  fustiga.  Renán,  ni 
admite  profecías  ni  milagros.  Ya  sabemos  cómo  explica 
la  propagación  del  Cristianismo  y  la  sangre  de  los  már- 
tires. Solución  tendrán  también  en  el  bufet  del  orienta- 
lista el  fin  de  los  perseguidores  de  la  Iglesia  católica  ;  la 
estabilidad  de  la  misma  á  través  de  los  siglos ,  en  medio 
de  las  tormentas  y  combates  y  sangrientas  batallas  ;  en- 
cima de  las  ruinas  de  los  tronos  que  se  han  derrumbado 
y  de  las  coronas  que  se  han  deshecho,  de  las  dinastías 
que  se  han  extinguido  y  de  los  cetros  que  se  han  roto. 

i  Qué  modo  tan  peregrino  de  combatir  la  Divinidad  de 
Jesús !  i  Místicas  sublimes-cópulas ,  manifestaciones  ocul- 
to-masónicas ,  palpitaciones  secretas  ,  timbres  puros,  co- 
muniones íntimas,  conciencias  krausistas,  ciencias  físi- 
cas ,  ciencias  fisiológicas ,  ovaciones  frenéticas ,  amores 
agigantados  y  seres  teratológicos....  ¡Ni  Castelar  con  su 
Cosmos  y  su  materia  radiante! 

Para  refutar  debidamente  todos  esos  dislates ,  era  ne- 
cesario hablar  del  ontologismo  de  Malebranche  y  Gio- 


132  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


berti  y  de  la  escuela  de  Lovaina,  del  panteísmo  ale- 
mán, etc.,  etc. ,  lo  cual  haría  yo  con  fruición  si  aquí  fuese 
oportuno.  Pero  para  cerrar  los  labios  á  Ernesto  y  á  cual- 
quier libre  pensador  de  su  talla ,  son  bastantes  estas  dos 
consideraciones:  Renán  quiere  principalmente  que  Jesús 
sea  Hijo  de  Dios,  no  porque  comunicase  Jesús  con  Dios 
en  la  intimidad  de  la  conciencia,  sino  porque  Jesús  exi- 
gía sólo  el  amor ,  no  la  fe ;  y  el  título  de  Hijo  de  Dios  se 
le  confirieron  las  ovaciones  del  pueblo  israelítico  y  el 
amor  de  las  siguientes  edades.  Todo  eso  es  una  calumnia 
y  una  evasiva  del  que  no  sabe  desatar  la  dificultad.  Los 
Evangelios— ya  que  Renán  los  cita  —  repiten  incesante- 
mente aquel  «niodicaefidei^.  Luego  Jesús  no  se  conten- 
taba con  el  amor.  Jesús  fué  pers.eguido  desde  Belén  hasta 
elGólgota,  y  si  algunas  turbas  le  hicieron  ovaciones, 
advierta  Renán  lo  que  Caminero  contestaba  á  Réville : 
« i  las  ovaciones  se  hacían  al  Taumaturgo,  y  los  raciona- 
listas no  admiten  los  milagros ! »  Y  si  ese  mismo  título  de 
«Hijo  de  Dios»  fué  la  resultante,  en  las  edades  sucesi- 
vas, de  los  entusiasmos  frenéticos  de  las  turbas,  es  decir, 
de  una  ilusión ,  venga  Renán  y  todos  los  libre  pensadores 
y  expliquen  con  razones  satisfactorias  cómo  esa  ilusión 
ha  podido  remover  al  mundo  en  sus  cimientos  ,  renovar 
todas  las  instituciones  y  hacer  inexplicable  la  historia  si 
esa  ilusión  no  se  tiene  presente,  según  el  mismo  Renán 
confiesa.  Pero  las  contradicciones  vendrán  después ,  y 
ellas  dirán  más  de  lo  que  yo  podía  decir.  Así  es  que  para 
no  interrumpir  las  historietas  de  Ernesto ,  terminaré  ha- 
ciendo una  observación. 

Renán ,  que  maldice  todo  lo  que  huele  á  sobrenatural 
y  ultramundano ,  en  la  Vida  de  Jesús  tiene  para  el  alma 
de  su  querida  y  difunta  hermana  Enriqueta,— que  le  acom- 
pañó y  murió  en  su  viaje  á  Palestina, — la  siguiente  dedi- 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  1 33 


catoria ,  apostrofe  inconcebible  :  « ¡  Tú  que  duermes  en 
la  tierra  de  Adonis,  cerca  de  la  Santa  Byblos  y  de  las 
aguas  sagradas  adonde  iban  á  mezclar  sus  lágrimas 
las  mujeres  de  los  antiguos  misterios!....  ¡Revélame, 
¡oh  buen  genio! ,  á  mí,  á  quien  tanto  amabas,  esas  ver- 
dades que  dominan  la  muerte  é  impiden  temerla  y  casi 
nos  la  hacen  amar  y  desear!....»  Al  leer  estas  frases  de 
un  escritor  que  dibuja  con  el  buril  del  ridículo  los  apodos 
farisaicos,  un  nombre  también  se  me  ocurre,  pero  no 
le  quiero  estampar ;  y  juzgando  piadosamente  que  Er- 
nesto no  cree  que  el  alma  de  su  hermana  querida  vague 
por  esos  mundos  como  la  de  Garibay ,  ó  transformada 
en  cuervo  como  la  del  rey  Arthus ,  me  contento  con  re- 
petir: «¡Oh  divina  comedia!....» 


III 


EL   CULTO. 


Como  era  de  esperar ,  ante  las  magníficas  descripcio- 
nes de  las  prácticas  rehgiosas  del  antiguo  y  del  nuevo 
pueblo  de  Dios ,  Ernesto ,  que  pretende  historiar  el  ori- 
gen y  progresos  del  Cristianismo ,  no  podía  poner  punto 
en  boca.  El  ilustre  racionalista,  en  comunicación  con 
Dios,  ensaya  extinguir  esa  explosión  de  sentimientos  y 
plegarias  que  suben  á  los  cielos  como  el  aroma  de  las 
flores.  No  conozco  á  ningún  filósofo  que  haya  negado  el 
orden  sobrenatural  sin  ser  enemigo  implacable  de  esas 
sinagogas  abiertas  á  los  incircuncisos.  Y  en  verdad 
que  si  el  hombre  es  Dios,  todo  el  incienso  traído  de 


¡34  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


la  Arabia  deberá  quemarse  después  del  postre  en  el  altar 
de  la  mesa. 

El  culto  católico  es  una  de  las  piedras  de  escándalo 
para  el  racionalismo-positivista  moderno.  Pedro  de  Bruys 
y  sus  hijos  los  petrobrusianos,  clamaban  en  el  siglo  xii 
que  estaba  prohibida  la  construcción  de  iglesias,  y  pedían 
á  gritos  se  destruyesen  las  existentes ,  porque  Dios  lo 
mismo  nos  oye  en  el  monte  que  en  el  valle ,  en  la  taberna 
que  en  el  templo.  Parece  que  esta  frase,  fortísimo  Aqui- 
les,  la  recogieron  de  los  labios  de  aquel  hereje  todos  los 
libre  pensadores  del  día ,  que  gustan  más  de  solazarse 
entre  las  sábanas  matinales,  soñando  en  la  orgía  ó  el 
banquete  de  la  pasada  noche,  que  de  cumplir  un  deber 
común  á  todos  los  hombres.  El  dios  dormilón,  que  sigue 
al  dios  de  la  bacanal ,  tiene  más  atractivos  que  el  Dios  ver- 
dadero, que  grita:  «¡Insensatos!  ¿En  dónde  está  el  honor 
que  me  debéis?»  «Hegel,  dice  Menéndez  y  Pelayo,  al  ha- 
blar del  culto ,  tiene  páginas  de  exquisita  ternura. »  Será 
la  única  excepción ;  porque  yo  confieso  que  en  bastantes 
libros  racionalistas  y  materialistas  que  leí,  encontré  repe- 
tida la  sentencia  antirracional  de  Pedro  de  Bruys.  Hasta 
el  astrónomo  Mr.  Camilo  (Flammarión),  que  debió  al- 
canzar con  la  potencia  de  su  telescopio  el  concierto  in- 
extinguible y  admirable ,  como  dice  Job,  que  elevan  al 
Supremo  Ser  esos  mundos  infinitos  que  giran  en  los  in- 
finitos espacios,  rechaza  indignado  las  religiosas  supers-, 
ticiones  de  los  neos.  « ¡  Culto  puro ,  religión  absoluta  y 
positiva,  sin  fecha,  sin  patria,  sin  libros  ni  dogmas,  sin 
sacerdotes  ni  altares ! » ,  es  el  grito  marcial  de  todos  esos 
científicos.  Tiene  la  palabra  Ernesto: 

«....  Dios,  dice,  es  adorado  con  una  buena  acción.  No 
se  ha  observado  que  se  ocupe  de  los  acontecimientos  de 
la  humanidad.  La  novísima  Filosofía  ha  desvanecido ,  no 


EL    MODERNO     ANTICRISTO.  I  }y 


con  la  abstracción  metafísica,  sino  con  la  experiencia 
cuotidiana ,  esas  supercherías  con  que  áDios  honraban  las 
turbas.  Es  proclamación  frenética  la  de  los  que  dicen  que 
el  hombre  no  tiene  más  que  un  solo  Dios  y  un  solo  Padre 
y  un  solo  Maestro.  El  templo  es  la  materialización  del 
culto,  y  supone  que  Dios  tiene  necesidades  más  ó  menos 
humanas.  El  del  Rey  pacífico  é  impuro,  fué  locaHzación  de 
la  gloria  divina:  Salomón  debía  haber  puesto  en  el  frontón 
de  su  Iglesia  lo  que  Voltaire  puso  en  el  de  la  suya  :  Deo 
erexit  Voltaire....  Todo  templo  produce  cismas;  el  de  Je- 
rusalén  fué  el  primer  acto  para  destruir  las  escorias  su- 
persticiosas del  viejo  Israel.  Jesús,  comunicando  con 
Dios  en  su  conciencia  ,  y  sólo  por  sentimiento  ,  fué  ene- 
migo ,  como  Isaías  ,  del  culto  externo  y  del  sacerdocio 
hipócrita.  Si  el  Cristianismo  sedujo  á  las  almas,  fué  por- 
que no  tenía  forma  exterior  :  una  Religión  así  es  maravi- 
llosamente apta  para  que  todos  la  abracen.  Jesús  en  este 
sentido  fué  el  revolucionario  trascendental  que  ensaya 
regenerar  el  mundo  en  sus  bases  mismas  :  aborrecía  las 
obras  del  Arte,  y  por  eso  rechaza  y  condena  el  templo. 
Fué  más  allá  que  Moisés,  que  Judas  Gaulonita  y  Matías 
Margatoth  ,  fundando  la  religión  absoluta.  Hacía  poco 
caso  del  ayuno:  no  conocía  prácticas  externas  ;  érale 
secundario  el  bautismo.  El  día  en  que  Jesús  pronunció 
la  frase  :  «Adorar  á  Dios  en  espíritu  y  en  verdad» ,  fué 
verdadero  Hijo  de  Dios  ;  sobre  esas  palabras  descansa  el 
edificio  de  la  Religión  eterna ;  con  ellas  fundó  el  culto 
puro,  sin  fecha  y  sin  patria  ,  la  Religión  de  la  humani- 
dad, la  Religión  absoluta,  que  será  perenne  hasta  el  fin  de 
los  siglos.... »— Aquí  Renán  suelta  la  sin  hueso  contra  el 
sacerdocio  y  culto  católicos. 

No  es  fácil  ni  conveniente  dar  contestación  cumplida 
á  ese  conjunto  de  contradicciones  y  blasfemias.  Asegurar 


136  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


en  tono  olímpico  que  Jesús  condena  el  templo  3^  ama  el 
culto  puro ;  que  no  conocía  prácticas  externas  y  conside- 
raba como  cosa  secundaria  el  bautismo ;  que  la  nueva 
filosofía  ha  desvanecido  las  supersticiones  religiosas,  y^ 
d  pesar  de  todo,  el  templo  de  Jerusalén — ¡que  produjo 
cismas! — las  ahogó,  etc.,  etc.,  todo  eso  me  parece  el 
único  medio  de  hacer  historia  y  decir  lo  que  venga  bien. 
¡Cálmese  Renán!  El  culto  católico  no  desaparecerá  de  la 
tierra  aunque  rujan  los  vientos  huracanados  de  la  meta- 
física positiva.  ¡Hay  luces  inextinguibles!  Jesús  se  bauti- 
zó; Jesús  lavó  los  pies  á  sus  Apóstoles;  Jesús  dijo:  Id  y 
predicad..,,  bautizando,  etc.,  el  que  no  fuere  bautiza- 
do, etc. ;  Jesús  instituyó  los  Sacramentos  de  la  gracia,  y, 
por  último,  para  no  ser  interminable,  Jesús  en  el  templo 
enseñó  á  los  doctores;  en  el  templo  oró  y  del  templo 
arrojó  indignado  á  los  profanadores  del  templo:  ¡cuánto 
le  amaría!  Ni  Lutero,  ni  Cal  vino,  ni  Ostorodio  y  los  So- 
cinianos ;  ni  Melancton ,  Antonio  de  Dominis ,  Kemnicio  ó 
Dallaeo  se  atrevieron  á  proferir  afirmaciones  semejantes. 
Y  es  porque  Renán  es  partidario  de  Pedro  de  Bruys,  que 
condena  todo  culto  externo ,  mientras  que  Melancton  ú 
Ostorodio  le  falsificaban.  Es  porque  en  el  siglo  xvi  la  so- 
beranía de  la  razón  era  templada,  ó  quizá  representati- 
va, y  en  el  siglo  XIX  es  absoluta;  tan  absoluta  como  la 
del  Czar  en  su  solio ,  ó  la  del  Emperador  en  la  Cochin- 
china.  Aquellos  herejes  verían  quizá  la  necesidad  del 
culto  externo ,  no  en  las  divinas  indigencias ,  sino  en  los 
beneficios  innumerables  que  á  la  continua  recibimos  de 
Dios ;  en  nuestras  facultades  vegetativas ,  sensitivas  é 
intelectuales,  en  todo  lo  que  hay  de  bueno  en  nosotros, 
en  la  vida  y  en  el  ser ,  en  el  cuerpo  y  en  el  alma ;  lo  cual 
exige  nuestra  gratitud  y  reconocimiento  sin  límites  para 
con  Dios.  Verían  quizá,  filósofos  zafios,  que  si  á  Dios  se 


EL    MODERNO     ANTICRISTO.  1 37 


lo  debemos  todo ,  ese  reconocimiento  y  esa  gratitud  es 
una  obligación  imperiosa  de  la  naturaleza  racional ,  no 
sólo  para  el  alma ,  sino  para  el  cuerpo ;  porque  así  como 
el  aroma  se  pierde  si  el  cáliz  se  divide  y  el  líquido  se  de- 
rrama si  el  vaso  se  rompe ,  el  amor  que  es  uno ,  como  es 
inmortal,  debe  tender  con  todas  sus  fuerzas,  como  el 
fuego,  hacia  arriba,  no  concentrándose  en  los  objetos  de 
la  tierra  contra  las  leyes  de  la  mecánica  psíquica ;  porque 
entonces  no  amaríamos  á  Dios ,  pues  no  le  amaríamos  de 
veras.  Verían  también  que  esa  obligación,  principal- 
mente del  alma,  no  se  puede  realizar  sin  el  auxilio  de  los 
motores  del  cuerpo ;  que  el  entusiasmo  interior  se  extin- 
gue y  muere  sin  las  vibraciones  y  armonías  de  los  obje- 
tos sensibles.  Así  se  ve  que  los  indiferentistas,  esos  fa- 
riseos del  siglo  que  debieran  llamarse ,  según  la  fra- 
seología de  Renán , /os  ¿y  qué! y  sólo  tienen  un  templo, 
pero  es  para....  ¡el  Buey  Gordo!  Finalmente:  vislumbra- 
ban acaso  los  filósofos  aquellos  la  necesidad  del  culto 
público  en  la  natural  sociabilidad  de  los  hombres;  y 
como  la  sociedad  es  obra  de  las  manos  de  Dios,  debe 
manifestársele  la  sociedad  en  masa. 

No  sé  cómo  Arhens ,  Thibergien  y  Renán ,  con  su  culto 
únicamente  interno  é  invisible ,  se  colocan  enfrente  del 
sentido  común  de  todas  las  razas ,  de  todos  los  siglos  y 
lugares.  «Recorred,  decía  Plutarco,  la  extensión  déla 
tierra  :  podréis  hallar  ciudades  sin  muros ,  sin  reyes ,  sin 
casas,  riquezas  ó  monedas,  sin  gimnasios  ó  teatros.  Pero 
una  ciudad  sin  templos  y  sin  plegarias,  en  la  cual  no 
tenga  significación  el  oráculo  y  el  juramento,  y  no  se 
ofrezcan  sacrificios  para  conseguir  bienes  ó  expiar  crí- 
menes...., ¡imposible!»  Ahí  están,  dice  otro  escritor, 
Amasis  entre  los  egipcios,  Zoroastro  entre  los  persas, 
Radamanto  y  Mino  entre  los  cretenses ,  Triptolemo  entre 


138  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


los  habitantes  de  Atenas ,  Pitágoras  entre  los  crotonia- 
tas ,  Zalenco  entre  los  locrenses ,  Licurgo  entre  los  lacede- 
monios,  Rómulo  y  Numa  entre  los  romanos.... 

Ahora  preguntará  Renán  :  ¿Será  infatuación  de  espí- 
ritus enclenques  y  mujerzuelas? — Es  patrimonio  de  todas 
las  razas  y  de  esos  espíritus  fuertes  que  resan  á  solas 
cuando  ruge  la  tempestad. — ¿Será  creación  del  miedo? 
—El  miedo  no  crea  el  culto  :  le  supone.— ¿Será  invención 
del  sacerdocio  hipócrita,  de  los  legisladores  y  príncipes? 
—  ¡Ah!  Entonces,  ¿por  qué  pacto,  en  virtud  de  qué  con- 
venio se  hicieron  todos  participantes  de  esa  idea  sobe- 
rana y  universal?  Porque  para  llevar  tan  rápidamente 
esas  noticias,  no  existían  aún  cables,  telégrafos  ó  loco- 
motoras. Esto  necesita  explicación,  y  Ernesto  no  la  da, 
ni  la  dará  nunca.  Yo  prefiero  creer  que  el  sentimiento  ese 
del  culto  externo  es  una  verdad  encarnada  en  todos  los 
pechos  humanos,  como  lo  atestiguan  todas  las  razas, 
desde  la  Religión  índica  hasta  el  babismo  ;  y  por  ende, 
verdad  infalible,  de  sentido  común.  Tienda  la  mirada 
Renán  hacia  aquella  institución  memorable  del  89.  Los 
revolucionarios  negaban  la  adoración  al  Corazón  Sacra- 
tísimo de  Jesús,  océano  de  delicias  inefables.  En  cambio, 
adoraban  en  relicario  precioso  el  corazón  sanguinario  de 
Marat,  pudridero  de  todas  las  inmundicias  y  de  todos  los 
crímenes  que  revolvió  con  la  punta  de  su  cuchillo  la  fa- 
mosa Carlota. 

¿Y  tiene  valor  Renán  para  maldecir  el  culto  católico? 
Si  el  culto  es  necesario  y  urgente ,  yo  no  veo  que  pueda 
compararse  al  del  Catolicismo  el  de  todas  las  demás  re- 
ligiones. No  hay  para  qué  hablar  de  las  prácticas  sangui- 
narias ,  ridiculas  y  grotescas  de  los  proséUtos  de  Confu- 
cio ,  Budha  ó  Mahoma  :  sangre  á  torrentes  piden  á  gritos 
esos  remedos  de  Moloch.  Recorred  las  iglesias  protes- 


EL   MODERNO     ANTICRISTO.  1 39 


tantes  :  el  Ángel  de  la  belleza  artística  parece  que  ha 
quemado  sus  alas  :  son — por  no  darles  otro  nombre  más 
duro — salones  de  anatomía  descriptiva  ó  de  clínica  ca- 
sera ,  en  los  que  el  estuche  del  médico  y  la  retorta  del 
químico  están  reemplazados  por  una  mesa  de  pino  y  un 
libro  grasicnto.  ¡Urnas  mortuorias  de  todo  sentimiento 
elevado !  Acudid  de  noche  á  una  sesión  espiritista ,  y  os 
parecerá  un  conciHábulo  de  Satanás ,  en  que  los  filtros  y 
duendes  os  ponen  los  pelos  de  punta.  ¡ Pandaemonium 
horrendo,  en  que  el  gemido  se  trueca  en  blasfemia!  Acu- 
did á  las  comparsas  masónicas ,  el  tercer  día  de  luna 
nueva,  las  fiestas  de  las  Kalendasde  Octubre,  el  27  de 
Diciembre  ó  el  día  con  que  cada  tres  años  celebran  las 
honras  fúnebres  en  memoria  de  los  hermanitos  albañi- 
les  difuntos.  jQué  espectáculo  tan  triste!  Parecen  algo 
semejante  á  esas  comparsas  de  las  turbas  alborotadas, 
en  esos  períodos  de  anarquía,  cuando  Dios  permite  que 
un  enjambre  de  hienas  beba  con  frenesí  la  sangre  y  la 
esencia  de  todos  los  consuelos  y  latidos  generosos,  i  Es  la 
risa  satánica  de  Danton  en  la  guillotina ! 

En  cambio ,  sed  espectadores  de  la  fiesta  católica  por 
excelencia  el  día  del  Corpus.  Mirad  la  gran  Basílica, 
nave  que  flota  en  las  borrascas  de  la  vida  y  tabla  de  sal- 
vación en  el  naufragio ;  el  suspiro  y  la  plegaria  de  las 
almas  á  lo  infinito ,  simbolizados  en  las  agujas  de  los  ca- 
piteles ;  los  santos  y  los  ángeles  que  llaman  al  pecador 
con  sus  brazos  y  sus  ojos;  las  campanas,  lenguas  de  los 
cielos,  que  convocan  á  la  multitud;  el  sol  que  quiebra 
sus  rayos  por  entre  las  vidrieras  de  colores ;  las  mil  luces 
que  arden  en  los  altares ;  el  raudal  de  armonías  que  se 
eleva  éntrelas  ondas  del  incienso....  Fuera  de  la  Basíli- 
ca.... contemplad  las  colgaduras  en  los  balcones;  las  flo- 
res de  primavera  que  tapizan  las  plazas  y  embalsaman  la 


40  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


atmósfera,  y  entre  la  multitud....  las  doncellas  pudorosas 
junto  al  ejército  aguerrido.  ¡Ya  sale  de  su  santuario,  en 
carro  de  oro  y  pedrería,  el  Príncipe  de  los  Príncipes!,  y 
entre  las  armonías  de  la  música  y  de  las  campanas  y  el 
aroma  del  incienso  y  de  las  flores,  el  ejército  rinde  á  los 
pies  de  su  Dios  el  cañón  y  el  fusil.  ¡Una  explosión  de  lá- 
grimas de  júbilo,  de  suspiros  y  plegarias  surge  del  cora- 
zón de  la  arrodillada  multitud!  ¡Día  de  triunfo  y  de  re- 
gocijo! Aquí  la  doncella  que  gime  y  el  pecador  que  llora, 
el  huérfano  desvalido  y  la  viuda  desamparada ,  la  virtud 
perseguida  y  el  vicio  purificado,  la  miseria  despreciada 
y  la  endeblez  escarnecida....  ¡todo  tiene  una  voz  amorosa 
que  le  responde,  una  fuente  deleitable  que  le  consuela, 
un  bálsamo  para  curar  toda  herida  y  toda  aflicción!.... 

Y  lo  mismo  que  esa  festividad  son  otras  festividades 
católicas.  Yo  no  puedo  leer,  sin  que  el  llanto  se  agolpe  á 
mis  ojos ,  la  última  Misa  Pontifical  del  Santo  vivo,  del 
gran  Pío  IX ,  descrita  por  Alarcón  en  su  obra  De  Madrid 
á  Ñapóles.  Es  necesario  tener  un  corazón  de  corcho,  y 
el  alma  fría  como  un  carámbano ,  para  no  sentir  esas  ele- 
vaciones espontáneas  y  vibraciones  sublimes  que  Dios 
suscita  en  los  pechos  humanos.  Y  consiste  todo  eso  en 
que  el  Dios  á  quien  los  católicos  adoran  no  es  el  Dios  de 
queso  ó  mantequillas  como  el  de  las  sectas  disidentes ;  no 
es  el  Dios  vacío  y  enjuto  del  racionalismo ;  no  es  el  Dios 
cornudo  de  los  espiritistas ,  ni  el  Dios  dormilón  de  los 
¿y  qué? y  ni  el  Dios  albañil  de  los  masones ,  sino  aquel  Jeho- 
vá,  océano  inmenso  de  vida,  belleza  y  amor,  adonde  con- 
fluyen y  desde  donde  parten  las  oleadas  eternas ;  círculo 
de  todo  suspiro,  imán  de  todo  deseo,  iris  de  toda  espe- 
ranza,  fuente  de  toda  gota,  éxtasis  y  centro,  alfa  y 
omega  de  lo  que  es,  ha  sido  y  será.  Á  pesar  de  tener  la 
intehgencia  pervertida  y  el  corazón  corrompido ,  Rous 


EL   MODERNO     ANTICRISTO.  14! 


seau  y  Diderot  no  faltaban  á  la  fiesta  católica  del  Corpus. 
De  donde  el  lector  podrá  deducir  el  estado  patológico  del 
alma  de  Renán. 

Y  ya  que  Ernesto  se  fija  en  esa  frase  que  De  Maistre 
llamaba  bagatela  de  los  impíos  ,  adorar  á  Dios  en  espí- 
ritu y  en  verdad,  debo  responder  que  la  Iglesia  católica, 
como  su  fundador  Jesús,  al  pronunciar  esa  frase,  la  die- 
ron la  única,  verdadera  significación  siguiente :  «Manifes- 
tar al  Creador  de  los  tiempos  nuestra  gratitud  con  todas 
nuestras  fuerzas, alma  y  corazón,  vida  y  ser,  todo  entero». 
Lo  demás  es  mentira. 

Y  si  es  notorio  que  el  universo  es  templo  de  Dios  y  el 
corazón  humano  el  altar,  como  cantan  los  poetas,  evi- 
dente es  también  que  para  que  los  miembros  de  la  familia 
humana,  bajo  una  autoridad  é  idéntico  fin,  salden  sus  cuen- 
tas con  Dios,  cumplan  el  deber  rigurosísimo  de  darle  culto 
público — pues  públicas  son  las  relaciones  sociales  ,  — 
para  que  oigan  las  doctrinas  salvadoras  del  cuerpo  y 
del  alma,  del  trono  y  del  pueblo  ,  del  tiempo  y  de  la  eter- 
nidad ,  necesitan  un  templo  y  un  sacerdote  :  el  templo  y 
el  sacerdote  del  Catolicismo.  Sin  esos  dos  broqueles, — 
¡convénzanse  los  libre  pensadores! — ninguno  puede  ser 
salvo.  Jesús  no  condenó  el  culto,  porque  sabía  que  la 
plegaria  ó  la  súplica  se  extinguirá  dentro  del  pecho 
cuando  el  dolor — ¡abolengo  bien  triste! — se  arranque  de 
raíz  de  los  humanos  corazones  ó  pueda  siempre  ahogarse 
en  la  garganta  sin  prorrumpir  en  lastimeros  gritos. 


Fr.  Zacarías  Martínez, 

Agustiniano. 


CARTAS  AL  SEÑOR  DON  JUAN  VALERA 

SOBRE  ASUNTOS  AMERICANOS. 


11. 

Sr,  D.  Juan  Valera, 

Madrid. 

MUY  respetado  señor  mío :  El  segundo  punto  sobre 
que  tengo  que  contestar  á  V.  es  el  relativo  á  la 
conducta  de  los  conquistadores. 
Dice  V.  que  ninguna  raza  indígena  ha  perecido ,  y 
que  en  algunos  lugares  son  acaso  ahora  más  numerosas 
que  cuando  la  Conquista. 

El  movimiento  demográfico  de  los  indios  después  de 
la  emancipación  política  del  Continente  hispano-ameri- 
cano;  su  guarismo  actual,  que  no  se  puede  fijar  con  pre- 
cisión por  la  imposibilidad  de  levantar  la  estadística,  y, 
en  fin,  el  porvenir  de  las  razas  nidígenas,  no  son  factores 
de  necesaria  intervención  en  el  examen  de  la  política  co- 
lonial de  ahora  tres  ó  cuatro  siglos.  Hasta  es  probable 
que  dichas  razas  se  extingan,  no  por  la  violencia,  sino 
sumergidas  en  las  marejadas  de  la  inmigración  europea 
que  ya  ha  empezado  á  cubrir  nuestros  desiertos.  Un  ca- 


44  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ballero  español,  que  ha  residido  muchos  años  en  la  Re- 
pública Argentina ,  el  Sr.  D.  R.  M.  Cañaveras,  escribía 
en  1881  á  i^a  Ilustración  Española  y  Americana: 

«El  indio  americano,  salvaje  ó  civilizado,  constituye  todavía  en  la 
América  del  Sur  la  mayoría  de  la  población ;  pero  no  aumenta  ,  sino  que 
va  disminuyendo,  siguiendo  en  esto  la  ley  fatal  de  las  razas  inferiores 
cuando  viven  en  contacto  con  otras  más  superiores  con  quienes ,  si  se 
mezclan,  resultan  híbridos  (')-^' 

El  Sr.  Cañaveras  opina  que  la  raza  india  está  des- 
tinada á  desaparecer,  por  su  inferioridad  psicológica,  y 
yo  creo  lo  mismo ,  pues  lo  observo  en  los  Estados  Unidos, 
donde  el  decrecimiento  es  notable,  y  no  podemos  atri- 
buirlo exclusivamente  al  mal  trato ,  que  reconozco  y  con- 
deno, con  que  ha  sido  ultrajada  en  aquella  nación.  En  la 
Memoria  presentada  al  Congreso  americano  el  4  de  Di- 
ciembre último  por  el  Secretario  respectivo ,  dice  éste 
que  «ni  se  puede  dar  con  toda  exactitud  el  número  actual 
de  indios  que  existen  en  los  Estados  Unidos,  ni  tampoco 
determinar  si  la  población  india  se  aumenta  ó  se  disminu- 
ye»; pero  eso  se  refiere  á  los  años  de  la  última  década,  y 
no  á  tiempos  anteriores,  respecto  de  los  cuales  el  decre- 
cimiento es  visible.  La  extinción  será  más  tardía  en  paí- 
ses como  Colombia,  que  no  figuran  aún  en  el  itinerario 
délos  inmigrantes,  y  que  organizan,  como  está  suce- 
diendo aquí  actualmente ,  misiones  dignas  del  mayor  en- 
comio para  civilizar  esos  pueblos  rezagados;  pero  no 
creo  posible  que  deje  aquí  mismo  de  cumplirse  la  ley  de 
la  lucha  por  la  existencia,  cuando  Europa  nos  envíe  los 
excedentes  de  su  población  trabajadora. 

Mas  estos  tópicos  de  lo  presente  y  lo  futuro  son  oca- 

(i)  Ilustración  Española  y  Americana  de  Madrid  ,  tomo  i  de  1882  ,  pá- 
ginas 43  y  46. 


CARTAS   Á    D.   JUAN    VALER  A.  145 

sionados  á  confusión  en  un  debate  sobre  lo  pasado^  al 
cual  debo  concretarme. 

¿No  ha  perecido  ninguna  raza  indígena  ? 

Refiere  Oviedo  que  cuando  en  15 14  llegó  Pedrarias  á 
Castilla  de  Oro  (Darién),  había  más  de  dos  millones  de 
indios,  y  que  un  tercio  de  siglo  después,  ya  todos  habían 
sucumbido,  pues  el  territorio  estaba  yermo  y  despo- 
blado C). 

El  obispo  de  Tierra  Firme  escribió  en  1552: 

«En  Panamá ,  Nata  Nombre  de  Dios  y  Acia  de  los  indios  que  hay  mu- 
chos, son  de  Perú  ,  Nicaragua ,  Venezuela,  Santa  Marta.  Acia  está  quasi 
despoblada  por  mal  gobierno.  En  Panamá,  salvo  la  isla  de  V.  M.  y  otras 
dos  ó  tres  en  que  habrá  sesenta  familias,  no  quedavan  naturales.  En 
nombre  de  Dios,  de  indios  naturales  habrá  ocho  ó  diez  ,  y  la  población 
que  allí  hizo  Clavijo  ya  está  deshecha  y  la  dio  por  solar  á  un  fraile.  En 
Panamá,  quitadas  las  islas,  no  había  treinta  que  fuesen  naturales.  En  las 
dos  islas  de  Otoque  y  Taboga  habría  cuarenta  piezas  de  indios  extranje- 
ros con  los  cuales  han  puesto  otros  extranjeros,  que  unos  no  se  entienden 
á  otros»  ('). 

D.  José  Antonio  Saco,  dice: 

«Aún  no  corridos  cuatro  años  de  la  dominación  castellana  en  la  isla 
Española ,  y  ya  en  1496  había  perecido  en  ella  la  tercera  parte  de  los  in- 
dios (^).^) 

En  Cuba  no  queda  ya  ni  un  solo  individuo  descendiente 
de  su  antigua  y  pacífica  población,  la  que  han  calculado 

(  I )  Oviedo  :  Historia  general  de  las  IndÍM ,  libro  xxix,  capítulos  ix,  x, 
XXV  y  xxxiv. 

(2)  Al  Príncipe  desde  Panamá  en  1552.  Fr.  Paulm  Episcopus  Conti- 
nentis.  (Colección  de  Muñoz.) 

Véase,  sobre  despoblación  del  Perú,  la  nota  á  la  pág.  29S,  parte  11, 
de  las  Noticias  secretas  de  América,  por  D.  J.  Juan  y  D.  A.  de  Ulloa. — Ma- 
nuel Sanguily,  Revista  Cubana,  ix,  4S6. 

( 3  )  José  Antonio  Saco  :  Historia  de  la  esclavitud  de  los  indios  en  el 
Nuevo  Mundo,  cap.  iii. 

10 


46  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


algunos  en  un  millón  de  habitantes ,  y  otros  ,  más  acerta- 
damente quizá,  en  doscientos  mil;  y  la  desaparición  no 
ha  sido  debida  á  la  famosa  ley  citada,  pues  la  isla,  te- 
niendo capacidad  para  varios  millones  de  habitantes ,  no 
cuenta  sino  con  millón  y  medio ,  cuya  mitad  es  de  co- 
lor. De  los  caribes  en  general,  le  dirá  á  V.  un  escritor 
español,  el  Sr.  D.  Juan  Cervera  Bachiller,  que  «  quedan 
pocos  restos  ya  (')». 

No  quiero  averiguar  qué  se  han  hecho  otros  pueblos  ; 
me  limito  á  hablar  de  Cuba,  porque  la  circunstancia  de 
no  haber  dejado  nunca  de  pertenecer  á  España,  excluye 
toda  divagación  sobre  la  responsabihdad  de  los  Gobier- 
nos y  las  clases  superiores  de  los  países  que  conquista- 
ron la  independencia. 

Es,  además,  bien  sabido  que  la  introducción  de  negros 
africanos  tuvo  por  objeto  remediar  la  falta  de  brazos 
causada  por  la  merma  de  la  población  indígena.  El  mal  á 
que  se  quiso  poner  remedio ,  y  el  remedio  mismo ,  fueron 
dignos  el  uno  del  otro ;  fué  cubrir  un  borrón  con  otro  bo- 
rrón, y  yo  le  invito  á  V.,  Sr.  Valera,  á  que  considere 
estas  cosas,  no  con  espíritu  de  nacionalidad,  sino  como 
miembro  de  la  especie  humana ,  para  que  las  pueda  juz- 
gar bien. 

Dice  V. : 

«  El  guerrero  español  de  la  conquista  sería  cruel ,  codicioso ,  sin  en- 
trañas, lodo  lo  malo  que  se  quiera,  con  tal  de  que  no  se  suponga,  sin 
justicia  alguna,  que  hubieran  sido  ó  que  fueron  más  suaves  ó  benignos 
los  alemanes  ó  los  ingleses  ;  pero  no  fueron  españoles  los  que  imagina- 
ron que  eran  los  indios  de  una  raza  inferior.  Los  españoles  creyeron 
siempre  que  los  indios  eran  sus  hermanos,  extraviados  y  decaídos  ,  á 
quienes  convenía  traer  al  buen  camino  y  levantar  de  su  abatimiento  y 
miseria.  » 

(i)     Ilustración  Española  y  Americana ,  tomo  ii  de  1883,  P^^-  251- 


CARTAS    A    D.    JUAN    VALERA.  1 47 

Pero,  Sr.  Valera,  si  los  españoles  eran  crueles  y  sin 
entrañas ,  según  V.  mismo ,  y  si  consideraron  á  los  indios 
como  hermanos,  ¿contra  quiénes  ejercieron  su  crueldad? 
Aquí  no  había  entonces  más  población  que  la  india :  con- 
tra ella  tuvo  que  ser. 

En  esta  parte  de  mi  trabajo  es  cuando  más  quisiera 
que  tuviese  la  lengua  castellana  voces  dulces  con  que  ex- 
presar ideas  y  hechos  que  no  lo  son,  y  lo  quisiera  por 
consideración  á  V.,  á  quien  deseo  no  lastimar  ni  en  lo  más 
leve  la  epidermis  delicada  del  patriotismo.  Quisiera  po- 
seer esa  habilidad  suya  para  tratar  gallardamente  asun- 
tos escabrosos ,  ese  superb  treatment  of  a  very  huBar- 
doiis  theme,  que  con  tanta  justicia  elogió  en  V.,  á  propó- 
sito de  su  Pepita  Jiménes,  una  revista  newyorkina  ('). 
Quisiera,  en  fin,  un  verbo  amable  y  melodioso  como  una 
modulación  de  la  Nilsson,  y  que.  expresase  sin  bronque- 
dad :  cortar  las  manos  á  los  indios  ;  otro  que  significase: 
cazarlos  con  perros  de  presa  ;  otro  y  otro  :  incendiarles 
sus  poblados,  abrumarlos  de  trabajo,  herrarlos  como  á 
bueyes,  aplicarles  el  tormento,  tostarlos  en  hogueras  para 
que  revelasen  dónde  estaban  escondidos  sus  tesoros,  ahor- 
carlos, degollarlos....  ('). 

Pero  á  falta  de  melodías  imposibles ,  note  V.  que  su- 
primo todo  epíteto  ajeno,  y  no  escribo  ninguno  por  mi 
cuenta.  Refiero  hechos,  y  no  los  caHfico  ;  y  no  supongo 
gratuitamente  esos  hechos ,  sino  que  los  tomo  de  histo- 

(  I  )     Edeóiic  Magaiine  de  New  York ,  Octubre  de  1886,  pág.  569. 

(2)  Carta  del  Obispo  Miguel  Jerónimo  Ballesteros,  de  Venezuela, 
fechada  en  Coro  el  2ode  Octubre  de  1550:  colección  de  Muñoz,  tomo  lxxxv. 
—  Oviedo:  Historia  General,  lib.  xxix,  capítulos  iii  y  x. — Carta  del  licen- 
ciado Alonso  de  Zuarzo  á  M.  de  Chiévres,  fechada  en  Santo  Domingo  el 
22  de  Enero  de  1518. — Carta  de  Fr.  Tomás  de  Ángulo,  obispo  de  Carta- 
gena ,  al  Emperador,  fecha  7  de  Mayo  de  1535  :  Colección  de  Muñoz. — 
La  autorización  de  herrar  á  los  indios  fué  dada  por  Fernando  el  Católico, 
en  Real  cédula  expedida  en  Tordesillas  el  25  de  Julio  de  151 1. 


148  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


rías  y  documentos  imparciales ,  y  llevo  mi  empeño  en  no 
exagerar  hasta  el  extremo  de  no  apoyar  ninguna  censura 
en  los  escritos  indignados  del  P.  Las  Casas. 

Pedro  Martín  de  Angleria ,  que  desaprobó  antes  que  el 
P.  Las  Casas  el  sistema  colonial  de  España ,  encabezó  con 
estas  palabras  la  continuación  de  un  trabajo  interrumpi- 
do :  «En  todo  el  tiempo  que  ha  pasado  desde  que  suspendí 
mis  Décadas,  no  se  ha  hecho  otra  cosa  más  que  matar  y 
recibir  la  muerte»  (trucidare  ac  trucidari). 

D.  José  Caicedo  Rojas,  una  de  las  grandes  reputacio- 
nes literarias  de  Colombia ,  y  que  ama  con  arrobamiento 
á  España  en  su  presente  y  en  su  pasado, — en  su  pasado 
más  que  en  su  presente, — publicó  en  el  Repertorio  Colom- 
biano de  esta  ciudad  un  interesante  estudio  sobre  Fr.  Do- 
mingo de  las  Casas,  del  cual  tomo  los  párrafos  que  voy 
á  copiar.  Como  V.  lo  ve,  el  deponente  es  de  la  mayor  ex- 
cepción : 

«  Ya  se  deja  comprender,  pues,  cuáles  serían  las  instrucciones  benévo- 
las y  caritativas  dadas  á  los  religiosos  misioneros  que  venían  á  América, 
y  cuáles  las  miras  y  sentimientos  de  la  Santa  Sede  respecto  de  los  desgra- 
ciados indígenas ,  á  quienes  desde  el  principio  de  la  Conquista  se  les  ne- 
gaba aun  el  carácter  de  individuos  de  la  raza  humana,  afirmando  que  no 
eran  capaces  de  recibir  ni  comprender  las  verdades  de  la  fe,  ni  eran  aptos 
para  la  civilización  ,  y,  en  consecuencia ,  no  sólo  se  les  miraba ,  sino  que 
se  les  trataba  como  animales. 

»  El  reverso  de  esta  política  humanitaria  era  la  baja  y  vulgar  ambi- 
ción de  la  mayor  parte  de  los  conquistadores  ,  hombres  aparentemente 
religiosos  ,  pero  en  realidad  soldados  descreídos  y  corrompidos ,  á  quie- 
nes las  costumbres  y  aventuras  de  la  vida  militar  de  aquellos  tiempos, 
les  habían  encallecido  el  corazón  y  hecho  insensibles  á  las  desgracias 
ajenas.  Y  este  es  el  segundo  error  en  que  se  ha  incurrido  ,  atribuyendo 
generalmente  á  los  tales  un  celo  piadoso  exagerado.  No  era  la  conversión 
de  los  fieles  lo  que  á  ellos  les  importaba  ;  por  el  contrario,  un  motivo  dia- 
metralmente  opuesto  al  sentimiento  religioso  les   hacía  desear  que    los 


CARTAS   Á    D.   JUAN    VALERA.  1 49 


indios  no  recibiesen  la  instrucción  evangélica  que  podía  civilizarlos  y 
hacerlos  menos  abyectos.  Su  verdadero  interés  era  que  aquella  raza,  na- 
tural enemiga  de  los  invasores,  se  fuese  aniquilando.» 

«Fué  tal  el  empeño  que  tomaron  en  propalar  la  especie  de  que  los 
indios  no  eran  hombres,  y  tales  las  proporciones  á  que  se  elevó  la  cues- 
tión ,  que  al  fin  llegó  hasta  la  Corte  y  luego  hasta  Roma,  y  fué  necesario 
que  el  Papa  Paulo  III  reuniese  una  consulta  de  teólogos  para  oir  las  enér- 
gicas reclamaciones  que  sobre  el  particular  hacían  el  Obispo  de  Tlascala 
y  los  frailes  Dominicanos  misioneros  ,  y  en  consecuencia  expidiese  una 
Bula....  (i)» 

El  Sr.  Caicedo  no  cita  sino  muy  pocas  frases  de  la 
Bula ,  pero  conviene  reproducirla  íntegra  ,  y  voy  á  ha- 
cerlo : 

«Paulo,  Papa  Tercero  ,  á  todos  los  Fieles  Christianos  que  las  presen- 
tes Letras  vieren,  salud,  y  bendición  Apostólica.  La  misma  verdad,  que 
ni  puede  engañar  ni  ser  engañada  ,  quando  embiaban  los  Predicadores  de 
su  Fe  ,  á  exercitar  este  Oficio,  sabemos  que  les  dixo  :  Id  ,  y  enseñad  á  to- 
das las  Gentes.  A  todas  (dixo)  indiferentemente  ,  porque  todas  son  capa- 
ces de  recibir   la  enseñanza  de  nuestra  Fe.  Viendo  esto  y  embidiando  el 
común  enemigo  de  el  Linage  Humano  ,  que  siempre  se  opone  á  las  bue- 
nas obras,  para  que  perezcan ,  inventó  un  modo ,  nunca  antes  oído,  para 
estorvar ,  que  la  Palabra  de  Dios  ,  no  se  predicase  á  las  Gentes  ,   ni  ellas 
se  salvasen.  Para  esto  movió  á   algunos  JVlinistros  suios  ,  que  deseosos 
de  satisfacer  ,  á  sus  codicias  ,  y  deseos,  presumen  afirmar  á  cada  paso, 
que  los  Indios  de  las  partes  Occidentales ,  y  los  de  el  Mediodía  ,    y  las 
demás  Gentes,  que  en  estos  nuestros  tiempos  han  llegado  á  nuestra  noti- 
cia ,  han  de  ser  tratados  y  reducidos  á  nuestro  servicio  ,  como  Animales 
Brutos,  á  título  de  que  son  inhábiles  para  la  Fe  Católica  ,   y  so  color  ,  de 
que  son  incapaces  de  recibirla  ,  los  ponen  en  dura   servidumbre,    y  los 
afligen,  y  apremian  tanto  ,  que  aun  la  servidumbre  en  que  tienen  á  sus 
Bestias,  apenas  es  tan  grande  como  la  con  que  afligen  á  esta  Gente.  Nos- 

(i)     Repertorio  Colombiano,  ii  ,  páginas  6  y  7. 


50  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


otros  ,  pues  ,  que  aunque  indignos  ,  tenemos  las  beces  de  Dios  en  la  tie- 
rra, y  procuramos  con  todas  fuer9as  hallar  sus  Obejas,  que  andan  perdi- 
das fuera  de  su  Rebaño,  para  reducirlas  á  él,  pues  es  este  nuestro  Oficio, 
conociendo  que  aquestos  mismos  Indios  ,  como  verdaderos  Hombres ,  no 
solamente  son  capaces  de  la  Fe  de  Ghristo  ,  sino  que  acuden  á  ella  ,  co- 
rriendo con  grandísima  promptitud  ,  según  nos  consta  ,  y  queriendo  pro- 
veer en  estas  cosas  de  remedio  conveniente,  con  Autoridad  Apostólica, 
por  el  tenor  de  las  presentes  ,  determinamos  ,  y  declaramos  ,  que  los  di- 
chos indios  y  todas  las  demás  Gentes  ,  que  de  aquí  adelante  vinieren 
á  noticia  de  los  Christianos  ,  aunque  estén  fuera  de  la  Fe  de  Ghristo  ,  no 
están  privados  ,  ni  deben  serlo,  de  su  libertad  ,  ni  de  el  dominio  de  sus 
bienes  ,  y  que  no  deben  ser  reducidos  á  servidumbre ,  declarando  que  los 
dichos  Indios,  y  las  demás  Gentes,  han  de  ser  atraídos  y  combidados  á  la 
dicha  Fe  de  Ghristo  ,  con  la  Predicación  de  la  Palabra  Divina  ,  y  con  el 
exemplo  de  la  buena  vida.  Y  todo  lo  que  en  contrario  de  esta  determina- 
ción ,  se  hiciere,  sea  en  sí  de  ningún  valor  ,  ni  firme9a,  no  obstantes  qua- 
lesquier  cosas  en  contrario,  ni  las  dichas,  ni  otras  en  qualquier  manera. 
Dada  en  Roma,  Año  de  1537,  á  los  nueve  de  Junio,  en  el  año  tercero  de 
nuestro  Pontificado  ('). » 


^% 


Que  la  conquista  no  destruyó  nada.  ¿No  vimos  hace 
poco  que  los  acueductos  eran  destruidos  con  la  esperanza 
de  encontrar  tuberías  de  oro?  ¿Y  qué  objeto  tuviéronlas 
lágrimas  de  Hernán  Cortés  cuando  lloró  amargamente  la 
destrucción  de  nueve  décimas  partes  de  la  antigua  Méxi- 
co ,  destrucción  ordenada  por  él  mismo  como  medida  de 
guerra,  así  como  por  motivos  religiosos  derrocó  y  quemó 
los  ídolos  de  Cempoale  (^)?  De  la  destrucción  de  México, 

(  I )  ToRQUEMADA. — Monarquía  Indiana ,  tomo  iii,  libro  xvi,'cap.  xxv, 
página  198. 

(2)     D.  José  Morales  Santisteban. 


CARTAS  Á  D.  JUAN  VALERA.  I5I 

la  hermosa  Tenochtildan ,  reina  del  Anáhuac  y  asombro 
de  los  conquistadores,  como  la  llama  el  ilustrado  mexica- 
no Sr.  Dr.  D.  Demetrio  Mejía,  dice  el  erudito  señor 
D.  Alfredo  Chavero: 

«....Cada  día  hubo  diez  batallas,  cien  asaltos,  innumerables  incen- 
dios. Los  castellanos,  para  conservar  un  palmo  de  terreno  conquistado  , 
necesitaban  quemar  y  derribar  casa  por  casa....  No  se  dejaba  piedra  sobre 
piedra;  cuanto  ocupaban  castellanos  y  aliados  era  destruido  y  quedaba 
tornado  yermo  campo  (')•  » 

El  marqués  de  Nadaillac,  en  su  reciente  obra  LAmé- 
rique  préhistoriqíie,  tan  aplaudida  por  la  prensa  de  am- 
bos mundos,  dice  que  los  edificios  de  los  Nahuas  eran, 
según  los  historiadores ,  más  importantes  aún  que  los  de 
los  Mayas,  pero  que  todos  han  perecido  á  impulsos  de  la 
cólera  española,  motivada  por  una  resistencia  inesperada, 
y  también  de  orden  de  los  sacerdotes.  Tal  fué  la  causa  de 

«esas  destrucciones,  irreparables  para  la  ciencia.  Las  ruinas  que  qu  edan 
no  sirven  sino  para  acrecer  nuestro  pesar».  ((Ningún  monumento  de  Mé- 
xico está  en  pie;  nada  hay  ya  que  nos  recuerde  el  poder  de  los  Aztecas  ; 
pirámides,  palacios,  teocahs,  todo  ha  desaparecido;  las  ruinas  mismas 
están  sepultadas  bajo  el  polvo  acumulado  durante  tres  siglos ,  y  se  ignora 
hasta  la  situación  de  los  edificios  cuyo  imponente  esplendor  encomiaron 
á  porfía  los  escritores  españoles.»  ((Tezcuco  ha  desaparecido  como  su 
antigua  rival;  las  piedras,  los  bajo  relieves,  las  esculturas,  han  servido 
para  construir  las  casas  de  la  nueva  ciudad....  (*)» 

Los  templos,  cuajados  de  oro  y  plata  é  incrustados  de 
piedras  preciosas ,  y  las  sepulturas ,  llenas  de  riquezas  en 
relación  con  la  categoría  que  habían  tenido  los  difuntos, 

(i)  Discurso  pronunciado  el  21  de  Agosto  de  1887  en  la  solemne 
inauguración  del  monumento  erigido  en  la  calzada  de  la  Reforma  de  Mé- 
xico á  Cuauhtemoc  (Guatimozin)  en  el  aniversario  -^(i^""  de  su  tormento. 

(2)  Le  marquis  de  Nadaillac:  L' Amérique préhistorique :  París,  1883  : 
páginas  349,  357,  360,  386,  414. 


32  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


eran  otros  tantos  archivos  de  la  antigüedad  precolom- 
biana,  y  fueron  objetos  especiales  de  persecución  y  de- 
vastación. Así  desaparecieron  el  gran  templo  ó  teocali  en 
México ,  en  donde  estaba  el  calendario  azteca  elogiado 
por  Laplace,  y  que  no  vino  á  ser  encontrado  (y  eso  no 
íntegro,  según  varios  arqueólogos)  sino  años  más  tarde, 
cuando  se  hicieron  excavaciones  en  la  plaza  de  Armas  de 
la  ciudad  para  empedrar  una  calle ;  así  desapareció  el 
templo  del  Sol  en  el  Cuzco ,  convertido  luego  en  conven- 
to de  Dominicanos  (')i  y  se  cuenta  que  habiéndole  to- 
cado al  soldado  Mancio  Sierra  de  Leguizamo  la  colosal 
figura  de  oro  del  sol,  la  jugó  y  perdió  en  una  noche,  de 
donde  se  hizo  proverbial  en  el  Perú  la  frase:  «juega  el 
sol  antes  que  salga»;  así,  en  fin,  pereció  el  templo  de 
Suamoz  ó  Sogamoso  en  Colombia,  y  tantos  otros  que  da 
lástima  enumerar.  Léase  lo  que  refiere  Quintana  hablan- 
do de  la  ciudad  del  Cuzco : 

«....Los  templos  se  acabaron  de  desnudar  de  las  planchas  que  los 
vestían ,  metiéronse  á  saco  la  fortaleza  y  los  palacios,  revolvióse  de  arri- 
ba abajo  cuanto  se  encontró  en  las  casas  particulares.  Pasó  después  el 
ansia  á  los  sepulcros,  y  los  huesos  de  los  muertos  tuvieron  que  salir  al 
aire  otra  vez,  y  ceder  á  las  manos  avarientas  las  alhajas  y  preseas  con 
que  los  habían  enterrado.  » 

El  ya  citado  secretario  del  Museo  Arqueológico  de 
Madrid,  dice: 

(c  Cuantos  objetos  encontraron  con  frecuencia  los  viajeros  que  poste- 
riormente visitaron  al  Perú  con  Vasco  Núñez  de  Balboa  y  Pizarro ,  los 
hallaron  en  los  sepulcros,  ricas  minas  de  metales  preciosos  y  de  recuer- 
dos históricos ,  llamados  á  consignar  las  verdaderas  costumbres  de  sus 
primitivos   dueños-,  de  aquí   dimana  que  muchos  conquistadores,  en  su 


( I )     Nadaillac  ,  pág.  413. 


CARTAS   Á    D.    JUAN    VALERA.  I  53 

sed  de  riquezas,  profanasen  en  primer  término  estos  sagrados  recintos, 
y  que  de  esta  ambición  se  hiciesen  también  reos  algunos  de  los  mismos 
indios....  (')» 

Jamás  he  negado  lo  que  la  civilización  de  ambos  mun- 
dos ha  debido  á  la  Iglesia ;  nunca  tampoco  he  seguido  la 
moda  de  la  clerofobia ,  porque  sé  lo  que  es  tratar  de  cerca 
á  sacerdotes  virtuosos  bástala  santidad,  y  venerarlos 
todavía ,  aun  después  de  haber  olvidado  muchas  de  sus 
enseñanzas ;  y  por  eso  puedo  reproducir  con  gusto  las 
siguientes  palabras  de  uno  de  los  más  notables  escritores 
cubanos,  D.  José  Antonio  Saco,  quien  no  será  cierta- 
mente calificado  de  parcial  en  favor  de  la  clerecía: 

«  Dígase  lo  que  se  quiera  de  los  frailes  en  España  durante  el  siglo  xvi, 
lo  cierto  es  que,  en  medio  del  furor  de  la  conquista  del  Nuevo  Mundo, 
muchos  de  ellos  fueran  los  más  valientes  y  constantes  defensores  de  la 
libertad  de  los  indios  (^).» 

Pero  reconocido  esto ;  reconocido  también  que  á  va- 
rios sacerdotes ,  como  á  varios  seglares ,  debemos  las  pri- 
meras fuentes  de  noticias ,  informes  y  tradiciones  relati- 
vas al  Nuevo  Mundo ,  y  más  aún :  que  si  en  la  conquista 
no  hubiese  habido  más  que  conquistadores ;  si  no  hubiese 
habido  también  frailes  Franciscanos,  Dominicanos  y  otros 
misioneros,  careceríamos  de  casi  todos  los  conocimientos 
científicos ,  históricos  y  filológicos  que  poseemos  acerca 
de  los  indios ;  reconocido  todo  esto ,  se  me  permitirá  tam- 
bién decir  que  la  ignorancia  de  parte  del  clero  y  su  des- 
dén altivo  por  la  ciencia  y  la  inteligencia  de  los  indios, 
atizaron  las  hogueras  en  que  ardieron  poemas,  libros, 
crónicas,  pinturas  raras,  vasos  sagrados  y  otras  reliquias 
donde  se  contenía  quizá  toda  la  historia  precolombiana, 

(  I  )     Ilustración  Española  y  Americana,  tomo  i  de  1883  ,  pág.  3 1 . 
(2  )     Saco  :  Historia  de  la  esclavitud  de  los  indios ,  cap.  iii. 


154  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


que  ahora  inquirimos  desalados.  El  primer  obispo  y  ar- 
zobispo de  México,  Zumárraga,  figura  como  uno  de  los 
más  señalados  entre  este  nuevo  género  de  iconoclastas ; 
pero  ha  sido  defendido  por  el  Sr.  García  Icazbalceta. 
Aunque  no  conozco  la  obra  del  erudito  mexicano ,  sé  que 
el  Sr.  Bachiller  y  Morales,  después  de  leerla  y  elogiarla, 
no  quedó  convencido  (').  Ojalá  que  se  pueda  vindicar  de 
todo  en  todo  al  Prelado  que  hizo  introducir  (con  el  virrey 
Mendoza)  la  primera  imprenta  que  hubo  en  el  Nuevo 
Mundo. 

Otro  obispo,  D.  Diego  de  Landa,  escribía:  «Se  los 
quemamos  todos  (los  libros),  lo  cual  á  maravilla  sentían 
y  les  daba  pena».  ¡Bella  hazaña!  ¡Dejar  á  un  mundo 
sin  voz ! 

Por  fortuna ,  no  todos  perecieron ,  como  lo  creía  con 
fruición  el  celoso  quemador  mitrado ;  pero  si  el  fruto  de 
aquel  alumbramiento  de  las  pasadas  edades  americanas 
sobrevivió  lisiado  á  la  asfixia,  no  fué  deseo  de  ahogarlo 
en  la  cuna  lo  que  faltó.  Algunos  libros  se  han  salvado, 
cuyo  estudio  hace  más  sensible  la  pérdida  de  los  otros. 
El  Dr.  Daniel  G.  Brinton,  de  Filadelfia,  logró  adquirir 
por  compra  algunas  obras  mayas  de  Chilam-Balan ,  las 
cuales  contienen  «secretos  astrológicos  y  profecías,  con- 
sejos y  recetas  del  arte  de  curar,  y  la  historia  detallada 
del  tiempo  y  los  sucesos » ;  y  ya  se  ha  visto  el  partido  que 
ha  sacado  de  ellas  M.  Charnay. 

D.  Manuel  Orozco  dice  que  han  perecido  más  de  se- 
senta idiomas  en  los  límites  de  la  República  mexicana ; 
muchos  más  han  desaparecido  en  otras  partes; — para 
que  venga  luego  D.  Nicolás  Fort  y  Roldan,  oficial  pri- 
mero de  Administración  militar  del  ejército  de  Cuba,  á 


(  I  )     Revista  de  Cuba  ,  xiii ,  470. 


CARTAS   Á    D.   JUAN    VALERA.  I  53 


marcar  la  senda  que  debe  seguir  la  juventud  estudiosa 
para  indagar  el  pasado  de  América  por  medio  del  estudio 
de  su  idioma  (')! 

La  inteligencia  de  los  jeroglíficos  se  ha  perdido  tam- 
bién, y  recuérdese  que  el  P.  Las  Casas  asegura  (')  que 
en  su  tiempo  había  hombres  iniciados  en  la  lectura  y  re- 
producción de  esos  signos.  En  comunicación  fechada  el 
16  de  Marzo  de  1884  en  San  Sebastián,  Concordia  (Es- 
tado de  Sinaloa),  aseguró  el  señor  presbítero  D.  Dámaso 
Sotomayor  á  la  Academia  de  Numismática  y  Antigüe- 
dades de  Filadelfia,  que  él  había  descubierto  la  clave 
azteca,  con  tanta  solicitud  buscada  inútilmente  por  los 
sabios  ;  y  que  estaba  en  arreglos  con  la  casa  editorial  de 
Bancroft,  de  California,  para  publicar  en  cinco  ó  más 
idiomas  una  obra  relativa  á  su  hallazgo  ;  pero  después 
no  hemos  vuelto  á  oir  hablar  de  este  importantísimo 
asunto ,  y  tememos  que  haya  corrido  la  misma  suerte 
que  la  ilusión  del  Ldo.  Borunda.  También  se  ha  anun- 
ciado que  M.  Le  Plongeon  ha  tenido  la  envidiable  ven- 
tura de  encontrar  la  clave  ;  pero  han  pasado  más  de  dos 
años  desde  que  se  dio  la  noticia,  y  á  haberse  ésta  confir- 
mado ,  no  se  habría  rodeado  del  gran  silencio  que  se  ha 
hecho  después  en  torno  suyo.  Los  hombres  de  los  si- 
glos XV  y  XVI  hubieran  podido  ahorrarnos  estas  pesqui- 
sas é  incertidumbres. 

De  Fuentes  y  Guzmán  dice  : 

«Nuestros  venerables  progenitores  anduvieron  en  continuado  movi- 
miento sobre  su  reducción  (de  los  indios)  á  nuestras  leyes,  y  los  ecle- 
siásticos en  la  predicación  y  enseñanza  no  cuidaron  de  apuntar ,  reco- 
mendando á  la  perpetuidad  de  lo  escrito,   los  movimientos  y   máximas 

(  I  )     D.  Nicolás  Fort  y  Roldan  :  Cuba,  indígena. 

(2)     Las  Casas  :  Historia  apologética  de  Jas  Indias  Occidentales. 


I<y6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


políticas  de  aquellos  ancianos  y  primitivos  tiempos,  distantes  de  nos- 
otros para  la  mayor  noticia  y  retentiva  de  las  noticias  ,  costando  no  poco 
trabajo  y  gasto  de  tiempo  las  que  después  de  tantos  caducos  años  se 
adquieren  (  i  ).» 

Es  del  caso  recordar  aquí  que  á  mediados  del  siglo  xviii, 
y  con  motivo  del  célebre  proceso  deBoturini,  propuso  el 
Consejo  de  Indias  que  se  fundase  en  México  una  Acade- 
mia de  Historia  para  el  estudio  de  la  particular  de  Nueva 
España,  y  el  Monarca  se  negó  rotundamente,  según 
consta  en  Real  Acuerdo  de  19  de  Diciembre  de  1746. 

Favorecido  por  esa  destrucción  de  idiomas  y  de  mo- 
numentos, pudo  Mr.  Luis  H.  Morgan  (1881)  forjar  la 
teoría  de  que  todos  los  indios,  sin  excepción,  vivían  en 
las  construcciones  colosales  cuyas  ruinas  nos  quedan, 
y  no  en  edificios  particulares ;  teoría  rectificada  ya ,  pero 
que  siempre  sirvió  para  embrollar  más  el  pasado  ameri- 
cano, y  no  sirvió  sino  para  eso. 


*** 


V.  no  puede,  Sr.  Valera,  negar  las  abominaciones  de 
la  conquista.  Si  lo  pretendiera,  depondrían  en  contra 
suya ,  además  de  la  Historia ,  aquellas  frases  « cruel ,  co- 
dicioso, sin  entrañas»,  aplicadas  por  V.  mismo  al  gue- 
rrero vencedor.  Veamos  en  cuántos  puntos  más,  fuera 
de  éste,  podemos  estar  de  acuerdo. 

¿Dice  V.  que  otras  naciones  llevan  en  su  conciencia 
idéntica  mancha?  Convengo  en  ello ;  no  sé  de  ninguna 
conquista  que  se  haya  efectuado  al  regalado  son  de  la 

(  1  )     Historia  de  Guatemala ,  ii ,  1 1 1 . 


CARTAS   Á    D.   JUAN    VALERA.  1^7 

orquesta ,  ni  con  las  maneras  suaves  de  pisaverdes  de 
salón.  Todas  las  guerras  son  horrorosas,  todas  las  ar- 
mas mortíferas  y  todos  los  trofeos  destilan  sangre.  Al 
lado  de  jefes  generosos  se  descubren  siempre  subalter- 
nos sin  alma  y  sin  disciplina,  corazones  empedernidos, 
como  el  de  aquel  margrave  de  Gomer,  fotografiado  al 
comienzo  de  la  vigorosa  poesía  Confíteor  y  en  la  que  V. 
ha  compendiado  todo  un  poema  de  Coppée.  En  unos  ca- 
sos habrá  más  ferocidad  que  en  otros,  pero  á  nada  con- 
duce discutir  sobre  gradaciones ;  en  hecho  de  verdad, 
todas  las  naciones  conquistadoras  son  algo  así  como  so- 
lidarias en  la  sevicia,  y  ninguna  puede  arrojar  á  otra  la 
primera  piedra ,  por  más  que  en  sabiduría  de  administra- 
ción colonial,  en  educación  política  de  los  nuevos  subditos, 
y  en  preparación  para  la  libertad  y  el  gobierno  propio,  sí 
las  haya  que  con  satisfacción  legítima  puedan  preciarse 
de  algo  parecido  á  una  predestinación.  Si  nosotros,  en- 
grandecidos en  un  día  futuro,  descubriésemos  tierras 
pobladas  de  salvajes,  y  las  conquistásemos,  quizá  proce- 
deríamos también  como  los  antepasados  de  V.  y  míos, 
pues  hay  en  muchas  de  nuestras  guerras  civiles  antece- 
dentes que  justifican  ésta,  que  sí  es  suposición.  Consué- 
lese, pues,  Sr.  Valera,  con  esta  fideUdad fatal  ala  voca- 
ción hereditaria;  y  cuando  nos  quiera  imponer  silencio, 
no  niegue  las  iniquidades  de  los  españoles  ni  se  escude 
con  las  de  los  extranjeros,  sino  busque  en  los  anales 
americanos,  desde  México  hasta  los  aledaños  del  Polo 
Sur,  nuestras  propias  atrocidades.  ¿Quieren  Vds.  que 
les  regalemos  á  Melgarejo,  Santana  y  otros  tiranuelos, 
especialmente  á  Rosas?  Todos,  pues,  Vds.  y  nosotros, 
todos  podemos  introducir  una  ligera  variante  en  el  verso 
de  Terencio:  Homo  siini:  mhiimani  a  me  nihil  aliemmi 
puto. 


I^S  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Nos  parecemos  hasta  en  las  desolaciones.  Hace  poco 
más  de  dos  años  leí  en  un  periódico  que  en  un  lugar  de 
Guatemala  se  esforzaban  en  hacer  desaparecer  varios 
monumentos  antiguos  que  habían  quedado  sumergidos  en 
unas  inundaciones  (contra  lo  cual  protestó  enérgicamente 
el  reputado  Diario  de  Centro -América,  y  entiendo  que  el 
Gobierno  de  aquella  RepúbHca  acudió  con  disposiciones 
eficaces  á  impedir  la  devastación).  En  la  isla  de  Cuba  han 
ido,  como  juguetes,  á  manos  vandálicas  de  muchachos, 
los  primeros  instrumentos  de  piedra  descubiertos  de  los 
aborígenes  (bien  que  hoy  la  ilustrada  Sociedad  Antropo- 
lógica de  la  Habana  organiza  expediciones  arqueológicas 
y  recoge  cuantos  restos  puede  de  los  antiguos  poblado- 
res). En  Colombia  se  ha  permitido  que  se  venda  al  ex- 
tranjero un  Museo  de  antigüedades  formado  en  muchos 
años  de  paciente  diligencia  por  el  Sr.  D.  Gonzalo  Ramos 
Ruiz,  cosa  que  también  ha  sucedido  en  México  y  en  otras 
partes  ;  y  no  fué  sino  hace  tres  meses  cuando  se  resolvió 
oficialmente  conservar  el  cercado  de  Facatativá ,  donde 
murió  el  último  Zipa  independiente ,  cercado  que  ya  había 
empezado  á  ser  objeto  de  explotación  particular,  y  tal  vez 
hubiera  desaparecido  sin  la  solicitud  patriótica  y  tenaz 
de  nuestro  gran  poeta  el  Sr.  D.  Rafael  Pombo ,  secundada 
por  el  Gobierno  (')• 

¿Alega  V.  que  las  autoridades  metropohtanas  no  orde- 
naron ni  aprobaron  todo  lo  que  hicieron  los  conquistado- 
res ,  y  que  antes  bien  expidieron  órdenes  tras  órdenes  en 
favor  de  los  Indios? Lo  reconozco  también,  y  antes  que  V. 
me  lo  cite ,  recordaré  yo  el  noble  testamento  de  Isabel  la 
CatóHca ,  en  el  cual  « rogaba  á  su  esposo  y  ordenaba  y 

(i)  Zipa  de  Bogotá,  Mayo  6  de  1881 ,  pág.  ^85.  — La  Nación  de 
Bogotá,  núm.  357,  Marzo  17  de  1889.  —  Estrella  de  Panamá,  Abril  20 
de  1889. 


CARTAS    A    D.   JUAN    VALERA.  I  59 

mandaba  á  sus  herederos  y  sucesores,  que  los  Indios  fue- 
ran tratados  al  igual  de  sus  subditos,  como  que  al  em- 
prender el  descubrimiento  se  había  tenido  en  mira  ganar 
almas  para  el  cielo ,  pero  no  esclavos  para  la  tierra » .  Para 
satisfacción  de  V.  copiaría  yo  aquí,  si  no  fuese  innecesa- 
rio, los  diez  y  nueve  títulos  del  libro  vi  de  la  Recopilación 
de  las  Leyes  de  las  Indias  y  otras  muchas  órdenes ,  prag- 
máticas y  reales  acuerdos.  Y  no  solamente  el  Gobierno 
metropolitano,  sino  jefes  de  la  Conquista,  se  esforzaron 
por  que  sus  gentes  procedieran  con  espíritu  cristiano, 
como  lo  prueba  el  bando  de  Jiménez  de  Quesada ,  publi- 
cado en  Guachetá,  «en  el  cual,  bajo  penas  severas,  pres- 
cribía el  más  profundo  respeto  á  las  propiedades  de  los 
naturales  ( ' ) » .  Yo  pudiera  añadir,  y  lo  añadiré  en  obsequio 
de  la  verdad ,  que  la  bondad  de  los  Monarcas  tuvo  tal  ó 
cual  excepción  ( véase  la  nota  2  en  la  pág.  147) ;  que  Belal- 
cázar  escribía  al  pie  de  las  órdenes  de  la  Península  :  « Se 
obedece,  pero  no  se  cumple» ;  que  Francisco  Carvajal 
incitó  á  Gonzalo  Pizarro  á  sublevarse  contra  la  Corona; 
que  los  mejores  jefes  eran  con  frecuencia  estorbados  y 
desobedecidos  por  sus  subalternos ,  y  más  de  una  vez  los 
últimos,  en  castigo  de  su  insubordinación  y  desafueros, 
sufrieron  la  pena  capital  en  estas  tierras;  en  fin,  que 
« tantas  disposiciones  sobre  un  mismo  asunto  prueban  por 
sisólas  su  completa  inobservancia»  (') ;  que  «la  misma 
abundancia  y  repetición  de  pragmáticas  enbeneficio  délos 
naturales  es  la  prueba  concluyente  de  que  á  tanta  distan- 
cia del  trono  fué  superior  el  feroz  impulso  de  la  destruc- 

( I  )  Esto  no  impidió  «que  Quesada  le  mandase  formar  (á  Zaquesa- 
zipa)  un  proceso  por  ocultador  de  tesoros  públicos,  ni  que  le  hiciese  dar 
tormento.  Zaquesazipa  murió  en  él,  y  fué  el  último  rey  de  los  Chibchas». 
— Felipe  Pérez  :  Geografía  de  los  Estados  Unidos  de  Colombia  :  Bogotá, 
1883  ,  pág.  31. 

(2)  Rafael  María  Baralt  :  Resumen  de  la  Historia  de  yene:(uela: 
París  ,  H.  Fournier  y  Compañía  :    1841 ,  pág.  192. 


1 6o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


tora  codicia,  á  la  solicitud,  más  ó  menos  tornadiza,  de 
los  Monarcas»  (')■  Pero  no  importa  :  ordinariamente,  la 
crueldad  no  dimanó  del  supremo  Gobierno. 

¿No  estaremos  de  acuerdo  en  todas  estas  cosas,  señor 
Valera?  A  lo  menos,  hago  todo  lo  posible  porque  nos 
entendamos,  y  para  ello  atravieso  como  en  zancos  mu- 
chas ascuas  de  la  Historia ,  ya  que  yo  no  soy  el  repre- 
sentante de  lo  que  llama  Pelletan  « todo  el  dolor  de  una 
raza»,  ni  fué  V.  el  director  de  la  conquista  (que  i  ojalá 
lo  hubieran  sido  hombres  de  su  temple!).  Pensar  y  decir 
cosas  que  V.  acepte,  es  una  honra  y  una  seguridad  de 
tino,  y  de  ahí  mi  solicitud  porque  me  firme  V.  el  visto 
bueno. 


^ 
*  * 


Donde  no  ,  ó  si  acerca  de  esas  especulaciones  acadé- 
micas se  empeñase  V.  en  que  cada  uno  conserve  su  pro- 
pia tienda  en  su  propia  colina,  siempre  le  invitaré  yo  á 
que  subamos  juntos  á  otro  promontorio  de  hacia  Oriente, 
desde  el  cual  no  se  columbre  ya  el  pasado ,  sino  que  po- 
damos fijar  un  mismo  punto  de  vista  de  lo  por  venir.  Me 
refiero  á  sus  trabajos  en  pro  de  la  confraternidad  ibero- 
americana. No  lo  voy  á  tentar,  como  Satanás  ;  no  le  voy 
á  decir  :  « Si  me  oyes ,  todo  esto  será  tuyo » ;  sino  antes 
bien:  «esto  no  será  de  V.  ni  mío,  sino  de  toda  la  familia, 
por  cuyas  venas  corre  nuestra  sangre». 

Un  poeta  uruguayo,  D.  Estanislao  Pérez  Nieto,  dijo 

(i)  Manuel  Sanguily,  en  un  notabilísimo  artículo  en  que  critica, 
con  el  acierto  y  vigor  de  su  acerada  pluma  ,  un  mal  libro  de  D.  Miguel 
Blanco  Herrero,  publicado  en  1888  en  Madrid,  con  el  título  de  Política 
de  E^añd  en  Ultramar. — Revista  Cubana,  xr,  485. 


CARTAS    Á    D.   JUAN    VALERA.  1 6 


en  una  composición  titulada  Canto  á  la  Patria  y  premiada 
en  los  Juegos  Florales  del  Centro  Gallego  de  Buenos 
Aires  en  1882: 

«Su  gloria  de  nación  eso  no  empaña; 
Que  era  el  error  del  siglo,  y  no  de  E  spaña  (').» 

No  hay  para  qué  reparar  en  pelillos  con  el  Sr.  Pérez 
Nieto,  diciéndole  que  ya  habíamos  leído  á  Quintana.  Lo 
que  importa  es  fijar  la  atención  de  V.  en  que  el  acento 
patriótico  del  gran  lírico  español  ha  encontrado  ecos  en 
América.  En  verdad,  yo  me  figuro  que  Quintana  hubiera 
retocado  su  composición  si  hubiese  vivido  en  la  triste  dé- 
cada de  1868  á  1878;  masen  orden  al  poeta  uruguayo, 
que  escribió  cuatro  años  después ,  él  da  testimonio  de 
que  en  estas  tierras  hay  combustibles  activos  para  produ- 
cir la  llama  de  la  unión  que  V.  anhela  por  avivar,  y  que 
en  mi  concepto  no  dejará  de  vacilar  al  empuje  de  más  de 
una  ráfaga  sino  cuando  se  den  á  las  Antillas  todas  las  li- 
bertades prometidas  por  el  ilustre  general  Martínez  Cam- 
pos en  el  convenio  del  Zanjón ;  Hbertades  rezagadas  por 
la  inñuencia  del  Sr.  Cánovas  del  Castillo,  el  estadista 
eminente  y  aciago ,  con  quien ,  para  no  ser  injustos  en  la 
estimación  de  sus  grandes  merecimientos,  tenemos  los  cu- 
banos que  empezar  por  prescindir  de  que  somos  cubanos. 

Yá  propósito,  Sr.  Valera:  ¿por  qué  en  sus  jugosas 
Cartas  americanas  no  habla  V.  de  la  literatura  de  Cuba? 
En  1869,  muchos  años  antes  de  empezar  á  escribirlas,  ya 
había  V.  dedicado  á  la  Avellaneda  en  la  Revista  de  Es- 
paña uno  de  sus  magistrales  Estudios.  ¿No  le  seduce  á 
V.  el  movimiento  intelectual  tan  activo  que  se  ha  des- 

(i)     Ilustración  Española  y  Americana,  tomo  i  de  1883,  P^g-  M- 

1 1 


102  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


arrollado  en  la  Grande  Antilla ,  el  número  crecido  de  filó- 
sofos, poetas,  historiadores,  economistas,  oradores,  crí- 
ticos ,  de  mayor  ó  menor  mérito ,  que  estudian  allí  todos 
los  problemas  contemporáneos  y  se  afilian  en  todas  las 
escuelas?  ¿Deberé  yo  el  honor,  que  agradezco ,  deque 
me  haya  V.  nombrado  varias  veces,  á  la  circunstancia 
de  no  residir  en  la  patria?  ¿Ó  evita  V.  el  tener  que  decla- 
rar que  las  promesas  del  Sr.  Sagasta  permanecen  aún 
sin  cumplimiento?  Pues  permítame  decirle  mi  opinión 
sobre  la  confraternidad. 

Vds.  no  la  han  comenzado  por  donde  debe  comenzar- 
se. El  Gobierno  ha  creado  legaciones  en  todas  estas  Re- 
públicas ,  ha  celebrado  tratados  de  comercio  con  algu- 
nas, y  trata  de  celebrarlos  con  otras;  ha  abierto  sus  es- 
cuelas militares  á  los  jóvenes  sud-americanos,  y  quiere 
reconocer  la  validez  de  los  grados  universitarios  conferi- 
dos acá;  se  ha  trazado,  en  fin,  una  nueva  línea  de  con- 
ducta respecto  de  estos  países  donde  en  otro  tiempo  ondeó 
Ubremente  su  bandera,  y  la  U7tión  Ib  ero- Americana  se- 
cunda con  carácter  privado  todos  esos  esfuerzos  oficia- 
les. Pero  tales  manifestaciones ,  ¿son  hijas  exclusivas  del 
afecto,  de  la  voz  déla  sangre,  ó  proceden  también  de 
previsión? Creo  que  hay  de  todo ,  porque  veo  que  son  pos- 
teriores á  la  revolución  de  Cuba ,  y  deduzco  que  sin  duda 
España  atribuye  á  sus  desdenes  anteriores  el  grito  uná- 
nime de  simpatía  con  que  todo  este  Continente  respondió 
á  la  insurrección  de  Yara. 

Pero  están  Vds.  en  un  error,  si  se  figuran  que  tal  sen- 
timiento puede  sofocarse  con  tratados  comerciales ,  rela- 
ciones literarias  ó  requiebros  de  cancillerías.  La  libertad 
de  Cuba  es  una  como  aspiración  innata  de  todo  corazón 
americano.  Apenas  se  anuncia  una  tentativa  de  emanci- 
pación, que  después  resulta  rumor  falso ,  la  prensa  de  es- 


CARTAS   Á    D.   JUAN    VALERA.  1 63 

tos  países  la  acoge  como  los  hebreos  la  realización  de 
una  grata  profecía.  Miembros  de  la  Unión  Ibero-Ameri- 
cana de  Bogotá  han  venido  á  pedirme  datos  para  promo- 
ver ,  en  unión  de  las  sociedades  hermanas  de  América ,  una 
solicitud  colectiva  de  todas  estas  Repúblicas  al  Gobierno 
español,  en  favor  siquiera  de  la  autonomía  cubana. 

La  obra  de  la  fraternidad  debe,  pues ,  empezar  en  la 
Isla.  Déjennos  Vds.  administrar  los  intereses  locales  de 
la  provincia  ó  colonia ;  déjennos  siquiera  formar  sin  tra- 
bas y  discutir  nuestros  presupuestos  en  una  Cámara  in- 
sular (no  en  las  Cortes ,  donde  nos  abruman  las  preocu- 
paciones de  los  unos  y  la  indiferencia  de  los  más) ,  y  será 
de  Cuba  de  donde  saldrá  la  propaganda  más  activa  en 
favor  de  la  unión  de  lo  que  erróneamente  se  ha  dado  en 
llamar  nuestra  raza.  Estas  naciones  aplaudirán  entonces, 
y  no  seguirán  pensando ,  como  ahora  lo  piensan  y  lo  di- 
cen ,  que  si  todavía  fueran  posesiones  españolas ,  estarían 
aún  sometidas  al  régimen  irregular  que  impera  en  las 
Antillas ;  y  ya  no  habrá  ocasión  de  manifestaciones  hosti- 
les contra  España  á  propósito  de  Cuba,  porque  ya  enton- 
ces el  separatismo  no  tendrá  premiosa  razón  de  existir. 

V.  dirá  que  sus  Cartas  americanas  son  Hterarias  y 
no  políticas.  Pero  los  límites  entre  la  política  y  la  litera- 
tura no  están  bien  trazados ,  y  hay  circunstancias  en  que 
la  una  se  confunde  con  la  otra.  Entre  ciencia  y  ciencia, 
como  entre  arte  y  arte,  hay  una  como  zona  común  que  nin- 
guno puede  considerar  su  propiedad  exclusiva.  El  estu- 
dio del  Sol,  el  del  Palenque,  el  de  un  asesinato,  corres- 
ponden, respectivamente,  al  astrónomo,  al  arqueólogo, 
al  jurisconsulto,  pero  éstos  tienen  que  oir  el  dictamen,  á 
veces  imprescindible  y  decisorio ,  del  físico  ó  del  químico, 
del  arquitecto,  del  médico  ó  del  cirujano.  De  todos  mo- 
dos, Cuba  está  en  América,  y  hay  en  ella  una  literatura 


64  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


naciente,  que  reclama  un  buen  espacio  en  sus  Cartas, 
Uno  de  los  grandes  beneficios  que  está  V.  haciéndonos 
con  ellas  es  que  nos  está  dando  á  conocer  unos  á  otros  á 
los  hispano-americanos ,  pues  nuestras  relaciones  mutuas 
son  nulas  ó  escasas.  En  sus  Cartas  aprendemos  de  nues- 
tros vecinos  mucho  que  ignoramos.  V.  es  el  ángulo  de 
reflexión  de  todos  los  rayos  luminosos  de  este  Continente. 
Un  libro  escrito  en  Chile,  llega  á  conocimiento  de  los  co- 
lombianos porque  V.  lo  lee,  lo  comenta  y  lo  divulga.  De- 
bido á  sus  Cartas,  hasta  la  prensa  extranjera  más  refrac- 
taria á  nuestras  cosas  intelectuales ,  empieza  á  sospechar 
que  vivimos.  ¿Le  será  á  V.  indiferente  el  que  Cuba  tam- 
bién sea  conocida?  Y  yo  creo  que  no  lo  es  bien  ni  aun  en 
España,  y  que  es  V.  el  llamado  á  colmar  tal  deficiencia. 
Volveré  á  citarle  á  Tácito :  « Después  de  una  acción  bri- 
llante, hay  que  continuar». 

No  hable  V.,  pues,  de  nuestros  problemas  coloniales; 
ya  en  el  Parlamento  español  nos  han  defendido ,  al  lado 
de  las  de  nuestros  propios  oradores  Montoro ,  Labra ,  Gi- 
berga,  Betancourt,  Portuondo,  Fernández  de  Castro, 
Figueroa ,  las  enérgicas  voces  de  peninsulares  ilustres, 
entre  otros  D.  José  Fernando  González  y  D.  Manuel 
Ortiz  de  Pinedo ,  dos  de  las  almas  más  bellas  que  han 
honrado  á  la  nación  española.  Déjeles  á  ellos  la  tarea  po- 
lítica, y  asuma  V.  la  literaria;  pero  si  en  el  curso  de  sus 
estudios  tuviere  que  pronunciar  la  palabra  libertad  (y 
no  uso  esta  voz  en  el  sentido  de  independencia) ,  pronun- 
cíela resueltamente,  V.  que  es  Hberal,  V.,  antiguo  com- 
pañero de  O'Donnell ,  fundador  con  él  del  partido  de  la 
Unión  liberal  española,  y  revolucionario  de  1868. 

Simpatías  tiene  V.  en  Cuba,  por  su  ingenio,  su  eru- 
dición de  buena  ley,  su  talento  amante  de  la  contradic- 
ción y  de  la  paradoja,  su  sinceridad ,  su  discreción,  su 


CARTAS  Á   D.  JUAN   VALERA.  1 65 

gusto  correcto  y  aquilatado , — frases  todas  con  que  lo 
califica  mi  compatriota  D.  José  Várela  Zequeira  y  que 
yo  prohijo  (');  ¿por  qué  ha  de  pesarle  aumentar  allí  el 
número  de  sus  admiradores ,  contribuyendo ,  aunque  sea 
de  soslayo ,  á  nuestra  regeneración  política? 

Yo  deseo  ésta ,  por  mis  compatriotas  más  que  por  mí; 
por  ellos,  cuya  felicidad  social,  el  día  que  la  obtengan, 
acaso  no  compartiré;  pero  cuyos  sufrimientos  actuales 
son  los  míos ,  cuyas  angustias ,  desilusiones  y  tristezas 
son  la  única  nube  que  empaña  la  serena  tranquilidad  de 
mi  vida  bajo  el  cielo  colombiano. 


*** 


Temo  haber  abusado  de  su  paciencia;  pero  V.,  como 
antes  el  inolvidable  Sr.  Hartzenbusch,  ó  más  quizá,  se 
interesa  vivamente  en  todas  nuestras  cosas.  Ese  interés 
será  mi  excusa ,  así  como  es  la  ocasión ,  que  gustoso  apro- 
vecho ,  de  ofrecerme  á  sus  órdenes  como  su  admirador  y 
servidor  Q.  B.  S.  M. 

Rafael  M.  Merchán. 

Bogotá,  Octubre  31 ,  1889. 

(i)     /í^'üw/jJ^  Cm¿>¿i,  XV,  331  ,  332,  336. 


RATAPLÁN 


(cuento) 


I. 


AQUEL  más  animoso  de  mis  lectores  que  se  haya 
presentado  á  exponer  lo  que  sabe  de  cualquier  arte 
ó  ciencia  delante  de  cinco  pasmosos  profesores ,  y 
enfrente  de  dos  ladinos  contrincantes,  comprenderá  el 
valor  y  la  poca  aprensión  que  se  necesitan.  Ese  valor  lo 
tuve  yo  en  dos  ocasiones.  En  la  tercera  no  fué  ya  valor, 
sino  desesperación ,  porque  después  de  haber  llevado  dos 
revolcones,  con  alguna  justicia,  era  preciso,  para  pre- 
sentarse á  otra  oposición,  estar  muy  desesperado  ó  no 
tener  chispa  de  vergüenza.  Y,  sin  embargo,  el  éxito,  ó 
mejor  dicho,  el  tribunal  coronó  esta  nueva  proeza,  y  me 
vi  nombrado  de  la  noche  á  la  mañana  catedrático  de  psi- 
cología ,  lógica  y  ética.  No  os  hablaré  por  de  pronto  del 
alegrón  que  recibí  al  saberlo ,  pues  han  corrido  bastantes 
años  de  entonces  á  acá,  y  ya  no  lo  siento  para  reprodu- 
cirlo con  la  misma  intensidad  y  viveza.  Por  otra  parte, 
no  soy  retórico ,  y  no  puedo  acudir  al  socorrido  reperto- 
rio de  hipérboles,  simplificaciones,  paradojas,  símiles  y 


RATAPLÁN.  167 


demás  tropos.  Lo  único  que  recordaré  como  indubitable 
es  que  me  apresuré  á  recoger  el  título  en  el  ministerio,  á 
arreglar  el  baúl ,  y  á  despedirme  de  los  compañeros  de 
Madrid ,  por  el  ansia  que  me  había  entrado  de  hallarme 
lo  más  pronto  posible  en  Cayudes. 

Cayudes  es  mi  patria ,  y  no  debe  extrañarse  que  tu- 
viera tanta  prisa  por  dejarme  ver  en  ella.  Era  esta  una 
de  las  primeras ,  y  por  consiguiente  más  vivas  satisfac- 
ciones que  me  proporcionaba  el  estudio.  Existía  además 
otro  motivo  que  me  impulsaba  á  no  dilatar  indefinida- 
mente mi  estancia  en  la  corte:  oj^endo  á  unos  y  otros, 
vine  á  formar  idea  de  la  merecida  estimación  que  goza- 
ban entre  el  profesorado  los  autores  de  obras  de  alguna 
importancia  ó  trascendencia.  Estas  obras  se  presentaban 
luego  al  Consejo  de  Instrucción  pública,  que  informaba 
acerca  de  su  mérito ,  y  según  fuese  éste ,  el  Gobierno  las 
declaraba  de  texto  en  las  Universidades.  Otro  gran  ali- 
ciente :  en  los  concursos  á  cátedras  se  tenían  muy  en  cuen- 
ta los  trabajos  originales  publicados  por  el  opositor. 

Todas  estas  observaciones  me  sugirieron  la  idea  de 
estudiar  á  conciencia  mi  asignatura ,  y  ver  de  pergeñar 
un  libro  aceptable ,  útil ,  nuevo  por  el  método  ó  por  la 
mucha  sustancia  de  su  doctrina ,  lo  cual  llevaba  más  de 
dos  docenas  de  perendengues,  como  dicen  en  mi  tierra. 
Concebido  así  mi  plan ,  y  determinado  á  reahzarlo ,  no  me 
faltaba  para  poner  manos  á  la  obra  más  que  una  cómoda 
instalación  y  mucha  tranquilidad  de  espíritu.  Cediéron- 
me mis  padres  con  este  exclusivo  objeto  la  habitación 
más  retirada  de  la  casa,  un  cuarto  muy  capaz,  alto  de 
techo ,  con  una  hermosa  ventana  que  caía  al  patio ,  y 
recibía  la  luz  del  mediodía.  Hacía  ya  veintiséis  años  que 
ocupábamos  el  piso  segundo ,  mientras  el  dueño  se  había 
reservado  el  principal,  los  sótanos  ó  bajos  y  este  patio, 


1 68  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


un  perfecto  cuadrado ,  bastante  espacioso  para  poder  con- 
vertirse en  jardinillo.  Pero  hubo  de  contentarse  al  prin- 
cipio con  plantar  en  los  rincones  dos  parras ,  una  frente 
á  otra,  y  así  se  quedó  para  in  aeternum.  Al  llegar  la  pri- 
mavera ,  estas  dos  parras  alegraban  con  sus  verdes  refle- 
jos los  tonos  terrosos  y  sucios  de  aquellos  paredones ,  que 
debían  ser  obra  morisca ,  ó  de  la  época  de  los  Felipes, 
cuando  menos. 

De  todos  modos,  complacíame  en  extremo  el  sosiego 
casi  monacal  que  parecía  reinar  en  aquel  recinto  de  la 
casa ,  destinado  nada  menos  que  á  restaurar  la  verda- 
dera psicología.  Porque,  en  efecto,  la  escuela  inglesa,  lo 
mismo  que  los  Enciclopedistas,  habían  hecho  mangas  y 
capirotes  de  esta  egregia  rama  de  la  filosofía  clásica  y 
tradicional.  Reducíase  mi  tarea,  por  lo  tanto,  á  aplastar  á 
los  unos  y  á  perniquebrar  á  los  otros  á  fuerza  de  lógica. 
En  cuanto  á  Cousin  y  á  sus  hermanos  en  eclecticismo  y 
en  elegancias  de  estilo ,  me  bastaba  con  unos  cuantos  al- 
filerazos bien  dirigidos  para  que  se  deshinchasen  y  vinie- 
sen á  tierra,  blandos,  vacíos  y  rugosos,  como  esos  gló- 
bulos de  goma  que  sujetan  los  niños  con  un  hilo.  Excuso 
decir  igualmente  á  mis  lectores  lo  que  yo  pensaría  de 
aquel  famoso  Krause,  que  por  aquella  época  despuntaba 
en  nuestro  horizonte  filosófico.  Para  él,  y  aun  para  otros 
de  mayor  cuantía,  reservaba,  no  ya  dos  ó  tres  argumen- 
tos de  sentido  común ,  sino  una  especie  de  catapulta  de 
argumentos.  Pues  este  buen  señor  había  tenido  la  pa- 
ciencia de  encerrar  sus  sofismas  bajo  una  forma  tan  im- 
penetrable, tan  áspera  y  aparatosa,  que  más  que  razo- 
namientos y  tesis  de  metafísica,  parecían  cachazudos 
galápagos  ocultando  su  cabeza  entre  dos  conchas. 


RATAPLÁN.  169 


11. 


Ello  es  que  no  tardé  en  empezar  mis  tareas  animosa- 
mente, en  medio  de  una  santa  y  envidiable  paz.  Ésta 
duró  quince  días  ;  al  decimosexto  me  distrajo  bastante 
un  ruido  particular  que  salía  del  patio  y  sonaba  como  á 
toque  de  generala  ó  de  parada  militar  ;  pero  de  un  modo 
tan  desagradable,  que  nadie  se  lo  figuraría.  Luego,  ya 
comprendí  que  se  trataba  de  un  simple  tambor  tocado  de 
prisa  y  desordenadamente.  Y  esto  sucedía  á  las  ocho  de 
la  mañana ,  en  Octubre ,  á  muy  poco  de  empezar  el  curso, 
en  el  momento  de  ir  á  prepararme  para  la  lección  de  la 
cátedra.  Como  el  ruido  no  cesaba  y  me  sentía  molesta- 
dísimo ,  me  asomé  á  la  ventana ,  y  vi  que  el  empecatado 
autor  no  era  otro  que  el  nieto  del  dueño  de  la  casa.  Este 
chiquillín  de  seis  á  siete  años,  morenillo,  feo,  de  mal 
color,  con  una  nariz  tan  recia  que  semejaba  un  manu- 
brio ,  llevaba  pendiente  de  una  correa  un  tambor  casi 
mayor  que  él,  sobre  cuyo  parche  menudeaba  los  golpes 
con  todo  el  entusiasmo  bélico  de  un  veterano.  Acompa- 
ñábase al  mismo  tiempo  de  su  voz  aguda  y  resonante, 
gritando  :  «¡Plan,  plan,  rataplán,  plan,  plan!* 

—  ¡Eh!  Fernandito,  ¿quieres  callarte?  Ó  bajo  y  se  lo 
digo  á  tu  abuelo, — le  advertí  desde  la  ventana. 

Pero  el  condenado  chiquillo  continuó  impertérrito, 
como  si  le  hubiera  hablado  en  griego ,  cruzando  el  patio 
en  todas  las  direcciones  y  machacando  sobre  su  tambor, 
con  aire  tan  marcial  como  insolente.  Dos  horas  duró  la  tal 
música  aquella  mañana.  Después  pregunté  á  mis  padres 
la  razón  de  tenerlo  el  abuelo  en  su  compañía ,  que  no  po- 


70  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


día  ser  más  sencilla  y  natural :  habiendo  fallecido  la  ma- 
dre del  niño,  y  hallándose  el  padre  constantemente  fuera 
de  la  población,  por  estar  como  ingeniero  al  frente  de  unas 
minas ,  pensaron  que  en  ninguna  parte  se  hallaría  mejor 
que  bajo  su  vigilancia.  Desgraciadamente,  la  abuela,  que 
era  una  malva  y  una  excelente  señora  ,  se  pasaba  el  día 
en  la  iglesia  ó  en  las  juntas  de  piadosas  congregaciones, 
y  el  abuelo,  D.  Camilo  Cebrián,  sino  era  sordo  por  com- 
pleto ,  le  faltaba  muy  poco. 

— ¡  Bah!  Ya  se  cansará  de  tocar,  me  dije  yo  algunos 
días  después  ;  los  niños  tienen  también  sus  manías,  y  aun 
es  peor  muchas  veces  llevarles  la  contraria.  Pero,  ¡  ay  de 
mí !,  aquella  manía  no  pertenecía  sin  duda  á  las  comunes 
ni  á  las  que  fácilmente  ceden  ó  se  extinguen.  Pasó  un  día, 
corrió  un  mes,  contáronse  seis  meses,  y  terminó  el  curso 
sin  que  la  tal  manía  dejase  de  estallar  á  la  hora  me- 
nos pensada.  Hallábame  á  lo  mejor  desentrañando  una 
proposición  abstrusa  en  lo  más  peHagudo  de  mi  tarea, 
cuando  de  pronto  oía  en  el  fondo  del  patio  los  maldecidos 
redobles  del  chiquillo,  que  sonaban  en  mis  oídos  como  la 
murga  más  antipática  del  mundo.  Cada  idea  se  escapaba 
por  un  lado;  ya  no  cabía  ilación  en  ningún  razonamiento, 
y  aquello  era  el  caos  de  la  meditación,  la  dansa  macabra 
de  los  conceptos  ,  el  Walpulgis  de  la  lógica.  ¡Poderoso 
Dios!  ¿Cómo  discurrir  con  tino  en  medio  de  tan  atrona- 
doras disonancias  ?  Imposible ;  había  que  desistir  de  la 
empresa.  Pues  ya  comprenderéis  que  para  perniquebrar 
á  Condillac  y  echar  la  zancadilla  á  John  Stuart  Mili,  nece- 
sitábase mucha  paz ,  mucho  sosiego  y  mucha  tranquiHdad 
de  espíritu. 

Cierto  que  podía  haber  trabajado  de  noche  en  esta 
santa  empresa;  pero  á  causa  de  una  afección  á  la  vista 
que  padecí  de  niño ,  se  me  quedó  hasta  el  presente  tan 


RATAPLÁN.  171 


sensible  y  delicada,  que  hube  de  renunciar  á  todo  lo  que 
fuese  velar  con  luz  artificial  más  de  media  hora.  Aun  en 
las  primaveras  suelo  usar  gafas  de  cristal  azul  para  li- 
brarme de  molestas  irritaciones  y  de  los  reflejos  vivos  y 
deslumbradores.  En  resumen:  que  con  tales  distraccio- 
nes no  adelantaba  gran  cosa  en  mis  estudios. 


ni. 


Una  mañana  fué  tanta  la  ira  que  me  dio ,  que  tomando 
un  cierto  instrumento  que  mis  padres  destinaban  á  muy 
distinto  uso ,  lo  llené  de  agua  fría  y  me  situé  detrás  de  la 
ventana,  decidido  á  hacer  un  escarmiento.  Ya  compren- 
do que  el  procedimiento  empleado  no  estaba  á  la  altura 
de  las  circunstancias.  Realmente  no  resultaba  muy  airosa 
la  figura  de  un  señor  catedrático,  con  jeringa  en  mano, 
espiando  detrás  de  una  ventana ,  como  cualquier  antiguo 
dómine,  las  idas  y  venidas  de  un  chicuelo.  ítem  más:  de 
un  señor  catedrático  que  peinaba  barbas ,  que  ostentaba 
z?iX2í  feroce  por  lo  grandona  y  seria,  que  vestía  bata  de 
color  de  avellana  y  gorro  oscuro  de  terciopelo ,  lo  cual 
no  deja  de  revestirnos  de  cierta  respetabilidad;  pero  ¿qué 
queréis?,  los  pormenores  risibles  se  imponen  en  ocasio- 
nes aun  á  las  personalidades  más  graves  y  caracteriza- 
das. Y  como  es  la  sinceridad  la  que  dicta  estas  páginas.... 
paso  adelante  y  digo ,  que  en  cuanto  el  chiquillo  se  me 
puso  á  tiro  le  solté  sobre  el  cogote  una  tremenda  rociada,, 
que  debió  dejarle  más  fresco  que  una  lechuga.  Amedren- 
tado ante  aquel  furioso  chaparrón ,  tan  certero  como  im- 
previsto, corrió  á  esconderse  á  su  casa,  y  ya  no  le  sentí 
en  todo  el  resto  del  día. 


172  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


Esto  no  obstante^  la  memoria  del  castigo  no  duró  mu- 
cho más  de  veinticuatro  horas.  Á  la  siguiente  mañana, 
algo  más  tarde  que  de  costumbre,  se  oyeron  los  redobles 
del  tambor ,  aquellos  maldecidos  redobles  que  me  ponían 
las  ideas  de  punta.  Cerré  el  libro  con  muda  desespera- 
ción, y  me  armé  del  instrumento.  Pero,  á  pesar  de  su  en- 
tusiasmo, el  chiquillo  levantaba  la  cabeza  y  miraba  de  vez 
en  cuando  á  la  ventana.  Por  no  errar  el  golpe,  como  no 
paraba  ni  un  solo  instante,  asomé  yo  un  poco  la  nariz  al 
lanzar  la  temible  rociadura ,  lo  cual  fué  causa  de  que  lo 
advirtiese  á  tiempo,  y  huyera  á  toda  prisa,  gritando: 

— ¡  Polito ,  PoHto ,  Polito ,  ya  te  veo ! 

Me  llamo  HipóHto  Salvatierra ;  pero  el  muchacho ,  por 
abreviar  sin  duda,  se  comía  dos  letras  y  un  acento.  Cono- 
cida la  intención  del  enemigo ,  se  colocó  frente  á  mi  ven- 
tana, y  con  insolentes  voces,  gritos  y  exclamaciones  em- 
pezó á  pedir  que  le  arrojase  más  agua.  Torné  yo  á  apa- 
recer con  gesto  avinagrado,  y  aun  le  amenacé  seriamente 
con  un  bastón.  ¡Que  si  quieres!  Fernandito  se  rió  en  mis 
barbas  de  semejantes  amenazas,  insistiendo  á  voz  en 
cuello  que  se  repitiera  la  función.  Tuve  que  retirarme  á 
mi  campamento.  Desde  aquel  día  le  tomé  una  inquina 
horrible,  que  casi  llegaba  al  odio,  y  me  hacía  discurrir 
un  medio  de  acabar  de  una  vez  con  su  endemoniado  ra- 
taplán. Y  mentalmente  repetía  la  frase  de  Lutero:  «Yo 
haré  un  agujero  en  ese  tambor*.  Con  esta  intención  les 
hablé  á  mis  padres  para  saber  qué  opinaban  sobre  un 
cambio  probable  de  domicilio.  ¿Qué  habían  de  opinar? 
Eran  viejos ,  estaban  habituados  á  su  rinconcito ,  después 
de  veintiséis  años  que  vivían  en  él ,  y  les  sonaba  pésima- 
mente todo  lo  que  fuera  hablar  de  mudanza  de  casa  ni 
de  buscar  cosa  mejor  que  su  rincón. 

Aquel  curso  ni  aun  siquiera  logré  formar  un  progra- 


RATAPLÁN.  173 


ma  de  la  asignatura  para  mis  discípulos.  \  Un  año  perdido! 
Y  en  verdad  que  el  segundo  no  comenzaba  con  mejores 
auspicios.  Una  tarde  que  volví  de  paseo  media  hora  antes 
que  de  ordinario,  con  la  idea  de  dar  la  última  mano  á  mi 
programa ,  me  encontré  con  la  novedad  siguiente :  como 
consecuencia  de  sus  correrías  por  el  barrio ,  Fernandito 
se  había  traído  algunos  amigotes  y  hecho  jefe  de  ellos. 
Así  que,  cuando  me  asomé  á  la  ventana  me  lo  vi  en  el 
patio  con  su  tambor,  ¡siempre  con  el  tambor!,  un  gorro 
de  papel  en  la  cabeza  y  un  sable  de  hoja  de  lata  en  la  dies- 
tra, al  frente  de  un  pelotón  de  soldados,  es  decir,  de  cinco 
ó  seis  chiquillos  que  le  obedecían  como  borregos.  Al  poco 
rato,  después  de  diversas  marchas  y  contramarchas,  es- 
talló un  motín.  ¡Divino  cielo!  Era  cosa  de  emigrar  del 
barrio,  de  Cayudes  y  hasta  de  la  provincia.  ¡Qué  voces, 
qué  gruñidos ,  qué  peleas ,  qué  batallas  aquellas  que  pre- 
cedieron por  su  inmensa  resonancia  á  las  de  Alcolea, 
Monte-Ezcurra  y  Lácar !  Estos  jaleos  se  repetían  la  ma- 
yoría de  las  tardes ,  y  observaba  yo  al  ir  al  Instituto  que 
en  otras  muchas  calles  los  chiquillos  se  uniformaban  mi- 
Htarmente,  lanzaban  vivas  á  algunos  generales,  cantaban 
el  himno  de  Riego  y  otros  himnos  por  el  estilo....  Induda- 
blemente existía  en  nuestra  atmósfera  social  cierto  espí- 
ritu de  insubordinación,  de  indisciplina,  de  entusiasmo 
bélico  que  inspiraba  estas  continuas  algaradas.  Ahora 
bien:  ¿cómo  trabajar  y  ahondar  en  psicología  en  medio 
de  semejante  rumor  de  guerra ,  y  sobre  todo  con  la  ve- 
cindad de  la  patrulla  de  Fernandito?  ¿Sería  otro  año  per- 
dido  para  mi  porvenir  de  autor?  Probablemente. 


174  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


IV. 


Transcurrido  algún  tiempo,  y  muerto  el  digno  compa- 
ñero que  la  desempeñaba ,  se  me  concedió  la  Secretaría 
del  Instituto  como  premio  á  mi  laboriosidad.  Una  maña- 
na que  despachábamos  las  papeletas  de  matrícula,  se 
presentó  á  reclamar  la  suya  un  estudiantino  moreno ,  feo, 
con  ojos  vivos  de  pájaro  y  una  nariz  gruesa,  que  parecía 
un  puño  pegado  á  la  cara. 

— ¿Su  nombre  de  V.? 

—Fernando  García,— respondió  con  desparpajo,  y  mi- 
rándome serenamente,  cuando,  sorprendido  yo  por  el 
nombre,  clavé  mi  vista  en  él.  Según  la  papeleta,  estaba 
matriculado  en  Aritmética  y  Álgebra ,  Geografía ,  Retó- 
rica y  Poética,  y  no  sé  qué  más.  «Esta  es  la  mía: — vae 
dije  en  cuanto  volvió  la  espalda;— ahora  veremos,  señor 
Rataplán  y  si  despunta  V.  tanto  en  matemáticas  como  en 
el  manejo  del  tambor. » 

Durante  el  curso  le  pregunté  en  varias  ocasiones  á 
mi  compañero,  el  profesor  de  Aritmética,  cómo  se  por- 
taba el  alumno  Fernando  García. 

—Le  tengo  por  una  medianía.  No  da  palotada,  ni  es- 
tudia, ni  concurre  á  clase....  y  es  de  los  que  amotinan  á 
los  estudiantes:— tal  fué  la  respuesta  que  me  dio. 

Perfectamente;  lo  que  yo  esperaba.  No  quise  saber 
más.  Terminado  ya  el  curso ,  formaba  con  mi  compañero 
antedicho  el  tribunal  de  examen ,  y  poco  tuve  que  hacer 
para  que  se  le  propinase  el  merecido  suspenso.  Mas 
cuando  llegó  Septiembre,  volvió  á  presentarse,  y  respon- 
dió con  algún  acierto   ó,  mejor  dicho,  con  mucha  verbo- 


RATAPLÁN.  175 


sidad.  Conocíase  que  á  ratos  perdidos  había  hojeado  los 
libros.  Mis  compañeros  dudaban,  pero  yo  insistí: 

— i  Oh !  Como  le  dejen  hablar. . . . ,  no  le  ahorcarán  segu- 
ramente á  ese  chiquillo;  pero  no  basta  saber  charlar  si 
falta  la  doctrina.  En  fin:  es  un  charlatán  que  carece  de 
fondo.  Además,  se  le  habrá  visto  en  cátedra  media  do- 
cena de  veces  en  todo  el  curso. 

Esta  opinión  decidió  al  tribunal ,  y  se  le  obsequió  con 
un  reprobado  más  grande  que  una  casa. 

En  el  curso  siguiente  se  formaron  distintos  tribunales 
de  examen,  y,  aunque  con  gran  trabajo,  debió  pasar  el 
caballerito  Fernando ,  porque  llegúela  tenerlo  entre  mis 
discípulos.  No  es  ahora  del  caso  referir  menudamente 
ciertas  peripecias  de  poca  monta  que  pasaron  en  la  cáte- 
dra, y  por  las  cuales  la  ojeriza  que  le  había  cobrado  su- 
bió de  punto.  Pero  siempre,  en  estos  choques,  lo  que 
más  me  irritaba ,  lo  que  más  me  revolvía  la  bilis ,  era  la 
frescura  y  desparpajo  con  que  se  atrevía  á  replicar  á  mis 
reprimendas.  Dos  años  le  tuve  amarrado  á  la  psicología 
y  ética.  Por  fin  llegó  al  grado  de  bachiller,  de  cuyo  tri- 
bunal formaba  yo  también  parte  como  secretario.  Pre- 
sentóse de  los  últimos,  y  no  puedo  negar  que  casi  casi 
saUó  airoso ,  gracias  á  su  desenfado ,  á  su  faciHdad  en  ex- 
presarse, á  la  petulante  anuencia  de  su  palabra.  Habíale 
recomendado  la  familia  á  uno  de  los  catedráticos  del  tri- 
bunal ,  y  como  la  cosa  quedó  un  poco  en  duda ,  se  armó 
un  zipizape  mayúsculo.  Se  discutió  lo  indecible.  Tanto  y 
con  tal  empeño ,  que  yo  tuve  que  sacar  el  cristo ,  asegu- 
rándoles que  nunca  daría  mi  voto  á  un  charlatán  que  ca- 
recía de  ideas,  de  doctrina  y  de  sohdez,  sin  más  jugo  ni 
sustancia  que  una  sarta  de  tópicos ,  vulgaridades  y  fra- 
ses hechas.  Le  hice  una  seña  al  presidente,  que  era  de 
los  nuestros,  y  añadí: 


176  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


— Se  puede  proceder  á  la  votación. 

— Un  momento,  señores  (repuso  nuestro  digno  pre- 
sidente). Si  se  aprueba  este  alumno,  advierto  á  Vds.  que 
la  manga  ancha  seguirá  igual  para  todos  los  demás. 

Pasamos ,  pues ,  á  votar ,  tras  esta  sustanciosa  insinua- 
ción, y  apareció  suspenso  por  irrecusable  mayoría.  Des- 
pués de  tal  derrota  no  debió  presentarse  en  Septiembre, 
á  probar  fortuna  de  nuevo ,  porque  no  volví  á  verlo  en  el 
Instituto,  ni  aun  enCayudes,  desde  aquella  memorable 
fecha.  Debo  confesar,  sin  embargo,  que,  á  pesar  de  la 
mala  voluntad  que  tuve  siempre  al  muchacho ,  en  más  de 
una  ocasión  recordé  con  verdadero  sentimiento  la  rigi- 
dez y  la  aspereza  excesivas  con  que  le  había  tratado.  Ni 
aun  logró  templarlas  siquiera  el  saber  que  entre  algunos 
compañeros  míos  disfrutaba  de  ciertas  simpatías,  por 
aquel  despejo  y  aquel  gentil  desenfado  con  que  respondía 
siempre  en  clase,  supiera  ó  no  supiera  la  lección,  á  tuer- 
tas ó  á  derechas,  antes  que  pasar  plaza  de  ignorante, 
i  Pobre  Fernandito  García!  Yo  lo  traté  á  baqueta  por  lo 
de  marras ,  y  no  merecía  tanto  rigor ,  bien  consideradas 
las  cosas. 


V. 


Gozando,  por  fin,  de  aquella  tranquilidad  de  espíritu, 
tan  necesaria  para  el  estudio ,  di  á  luz  una  tras  otra  las 
siguientes  obras:  Programa  fundamental  de  psicología 
y  ética  ,  El  racionalismo  ante  la  sana  razón  y  Errores 
de  la  filosofía  positiva  y  materialista ,  tres  Hbrejos  que 
me  ganaron  la  estimación  de  todas  las  personas  cultas  y 
sensatas  de  Cayudes,  pero  que,  considerados  como  valla 


RATAPLÁN.  177 


y  antemural  de  la  buena  doctrina,  fueron  impotentes  para 
detener  el  aluvión  revolucionario  que  se  nos  entraba  por 
las  puertas.  No  hay  duda  que  el  terreno  se  hallaba  ya 
preparado  por  aquel  satánico  espíritu  de  rebeldía  que  ha- 
bía yo  sorprendido  en  la  marcha  irregular  y  agitadísima 
de  los  sucesos ,  y  bastó  un  hecho  solo  para  que  las  ideas 
perturbadoras  tomaran  repentinamente  cuerpo.  Este  he- 
cho fué  la  revolución  de  Septiembre . 

Tuvimos ,  por  consiguiente ,  motines  un  día  sin  otro,  y 
dos  á  la  par;  formáronse  juntas  de  compadres,  se  armó 
la  milicia  ciudadana,  nos  nacieron  tribunos  con  esa  pro- 
lífica  abundancia  de  las  plagas,  amaneció  la  discordia, 
estalló  la  guerra.  Mal  cariz  presentaba  aquello.  Algunos 
compañeros  míos ,  así  como  todas  las  personas  sensatas 
de  la  población ,  se  alarmaron  lo  indecible  al  observar  el 
giro  que  tomaban  los  acontecimientos ,  aquella  especie  de 
esfinge ,  invencible  y  trágica ,  asentada  en  cuantos  cami- 
nos recorrían  nuestros  Edipos.  Lo  que  yo  me  alarmaría, 
pueden  calcularlo  mis  lectores,  sabiendo  que  llevaba  escri- 
tos en  El  Orden,  periódico  ortodoxo  y  tradicionalista ,  una 
tanda  de  artículos  políticos  algún  tanto  mordaces.  ¿Cómo, 
pues ,  sustraerse  á  las  consecuencias ,  al  temor,  al  espan- 
to,  á  la  posibilidad  de  cualquiera  desagradable  peripecia? 
¡  Ah !  ¡Que  no  volvieran  aquellos  felices  años  (algo  más  de 
un  lustro),  que  tan  sosegadamente  corrieron  para  mis 
tareas  de  autor  diligente!  Corrieron,  sí,  con  el  sosiego  y 
la  apacibilidad  de  un  río  de  anchísimo  y  dilatado  cauce 
que  ve  r enejarse  en  sus  claras  aguas  las  infinitas  bellezas 
del  paisaje. 

Después  de  proclamada  la  RepúbHca,  una  de  aquellas 
tristes  noches,  tan  tristes  en  provincias,  que  todavía  es- 
peran un  Ovidio  desterrado  que  las  cante ,  al  tiempo  de 
retirarme  á  casa  se  me  presentó  un  ordenanza  del  gober- 


178  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


nador,  y  me  hizo  saber  que  su  jefe  me  recibiría  en  su 
gabinete  particular ,  entre  doce  y  una  de  la  madru- 
gada. 

— Perfectamente:  iré  por  allá, — contesté  con  no  poco 
susto,  porque  las  circunstancias  no  eran  para  menos. 

Quedé  luego  pensando  en  las  horas  de  recibir  á  las 
gentes  que  tenía  S.  E.,  que  no  podían  ser  mejores,  sobre 
todo  para  cualquier  catedrático  metódico  y  madrugador. 
Pero  fueran  como  fuesen,  no  era  lo  peor  las  horas,  sino 
el  asunto  ó  motivo  de  la  cita.  ¿Sería  acaso  político? 

En  cuanto  dieron  las  doce,  cogí  el  abrigo  y  me  enca- 
miné á  la  Diputación.  Pero  al  cruzar  por  la  sala,  con  el 
quinqué  en  la  mano,  eché  una  mirada  al  espejo,  y  me  vi 
algo  más  pálido  y  amarillento  que  de  ordinario.  Debo 
advertir,  por  lo  que  atañe  al  exterior  de  la  persona ,  que 
mi  cara  de  filósofo  con  peluca  alo  Luis  XVI,  seriota, 
carnosa  y  carrilluda,  con  su  correspondiente  papadilla, 
no  previene  en  contra  ;  á  lo  más  infundirá  cierto  respeto, 
y  creo  que  no  disonase  mucho,  á  pesar  de  su  bigotillo, 
en  el  coro  de  una  catedral ,  entre  las  más  esponjadas  y 
expresivas  de  los  prebendados.  Entrando  en  la  Diputa- 
ción ,  salió  á  recibirme  el  consabido  ordenanza ,  y  aún  es- 
tuve media  hora  de  antesala  antes  que  volviera  para 
acompañarme  al  despacho  del  Gobernador.  Era  este  un 
hombre  de  mediana  talla,  pero  de  mucha  fibra  al  pare- 
cer, moreno,  joven,  quizá  demasiado  joven  para  seme- 
jante cargo,  de  mal  color,  barbudo,  con  ojos  de  ave  de 
rapiña  y  un  perfil  de  cara  típico,  que,  según  Lavater, 
debía  significar  audacia,  genio  militar,  orgullo,  propen- 
sión á  los  cargos  elevados,  etc.,  etc Con  todo  y  con 

eso,  en  conjunto  resultaba  una  figura  agradable,  fina, 
atractiva,  vestido  como  iba  en  aquel  momento  de  levita 
negra  y  pantalón  azul ,  lo  cual  tendría  yo  por  inexpHca- 


RATAPLÁN.  179 


ble ,  si  no  fueran  mis  propios  sentidos  los  que  tal  impre- 
sión me  sugirieran. 

— ¿V.  es  D.  Hipólito  Salvatierra? — me  preguntó  en 
seguida,  sin  haber  cruzado  conmigo  ningún  saludo. 

—Servidor  de  V. 

— Muy  señor  mío.  ¿V.  es  catedrático  de  psicología, 
lógica  y  ética ,  secretario  del  Instituto ,  autor  de  varias 
obras  y  redactor  de  El  Orden ,  desde  cuyas  columnas  nos 
ha  puesto  V.  á  los  liberales  como  chupa  de  dómine? 

— ¡Oh!  no,  Sr.  Gobernador;  tanto  como  eso....  He 
atacado,  ó,  mejor  dicho,  he  puesto  en  tela  de  juicio  cier- 
tas ideas.... 

—Pero  detrás  de  las  ideas  están  los  hombres ,  y  V.  se 
ha  permitido  aludir  en  sus  artículos  á  los  más  caracteri- 
zados de  una  manera  ofensiva,  mordaz,  venenosa,  in- 
digna de  una  pluma  que  se  precia  de  culta  y  de  discreta. 

— Eso  es  la  furia  de  la  improvisación,  créalo  V.  Si 
V.  E.  supiera  cómo  se  escriben  esos  maldecidos  artícu- 
los....—Y  en  medio  de  este  tiroteo  de  preguntas  y  res- 
puestas sentía  bañarse  todo  mi  cuerpo  en  extraño  sudor, 
y  pensaba  para  mi  capote:  «Pero,  señor,  ¿en  qué  vendrán 
á  parar  estas  misas?» 

—Además,  se  me  ha  indicado  por  persona  que  debe 
estar  en  autos,  que  V.  ha  dado  dinero  para....— Aquí  bajó 
la  voz  su  señoría  y  deslizó  la  acusación  en  mi  propio  oído. 

Yo  protesté  en  voz  alta: 

—  ¡Por  Dios  y  por  todos  los  Santos,  Sr.  Goberna- 
dor! ¡Que  se  inventen  semejantes  absurdos  en  un  Cayu- 
des....  y  que  se  les  dé  crédito  !  ¿Cabe  en  cabeza  humana 
que  con  doce  mil  reales  de  sueldo,  teniendo  que  sostener 
á  mis  padres ,  socorrer  á  mis  parientes  y  pagar  casa,  me 
quede  á  mí  dinero  para....  para  eso? 

^Bueno  bueno.  Es  un  rumor  que  me  permito  indicar. 


1 8o  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


aunque  no  crea  en  él.  Y  vengamos  á  lo  importante,  se- 
ñor D.  Hipólito;  por  personas  de  mi  confianza  supe  esta 
mañana  que  la  gente  del  bronce  había  formado  una  lista 
de  sospechosos,  con  la  idea  de  encerrarlos  bajo  llave.  V. 
va  en  esa  lista.  Se  han  empeñado  en  tener  una  garantía 
de  valor  contra  los  excesos  de  los  carcas,  como  los  lla- 
man ellos.  A  mí,  como  comprenderá  V. ,  me  repugnan  los 
procedimientos  de  fuerza, ;  pero  las  circunstancias  difíci- 
les que  atravesamos  me  obligan  á  tolerar  lo  menos  malo 
para  no  reprimir  y  ahogar  en  sangre  lo  peor.  Ahora,  que 
si  faltan  á  lo  convenido  y  se  exceden  de  obra  ó  de  pala- 
bra, en  cualquier  terreno  que  sea,  yo  le  aseguro  á  V. 
que  les  sentaré  la  mano.  Le  he  llamado,  pues,  para  ad- 
vertirle que  haría  V.  muy  bien  en  arreglar  esta  noche  el 
equipaje  y  largarse  á  Madrid  lo  más  pronto  posible.  Hoy, 
por  hoy,  hallará  V.  mayor  seguridad  en  aquel  río  re- 
vuelto que  en  esta  balsa  de  aceite.  ¡  Ah!  Otra  cosa:  V.  no 
me  habrá  conocido  tal  vez;  V.  no  se  acordará  ni  del  Santo 
de  mi  nombre,  ¿no  es  verdad?  Por  supuesto  que  como  me 
firmo  Fernando  G.  Cebrián.... 

— Esa  fisonomía....  Sí,  señor,  sí;  estaba  recordando,  y 
me  decía  :  «yo  he  visto  esa  fisonomía  en  otra  parte...., 
tengo  una  idea  confusa....»;  pero  no  acertaba.  Dispense 
V.  E.  mi  torpeza:  debo  ser  mediano  fisonomista. 

— Fernando  García.  Solo  que  hay  tantos  Garcías  en 
España ,  que  para  no  ser  uno  más ,  acostumbro  á  firmar 
con  el  apellido  de  mi  madre.  Por  eso  no  me  extraña  que 
V.  no  cayera  en  la  cuenta  ni  antes  ni  después....  ¿No  se 
acuerda  V.  de  aquel  discípulo  y  vecinito  suyo  que  V. 
suspendió  tantas  veces  por  ojeriza,  por  su  desaplicación 
y  por  ciertas  travesuras ,  pero  sobre  todo  por  lo  primero? 

— Perfectamente;  no  diga  V.  más.  Fernandito  García, 
¡vaya!  ¡Ya  lo  creo!  Algo  había  de  eso  que  V.  indica,  se- 


RATAPLÁN.  l8l 


ñor  Gobernador;  algo  había  en  efecto....  Es  una  historia 
que  le  divertiría  á  V.  muchísimo  si  se  la  contara. 

— Pues  yo,  como  muchacho  resuelto  y  expeditivo,  tras- 
ladé la  matrícula  á  Madrid,  y  allí  me  hice  abogado,  ora- 
dor y  hombre  político,  todo  en  una  pieza.  No  lo  hice  tan 
mal  al  principio  que  no  me  ganara  algunas  simpatías ,  y 
aquí  me  tiene  V.  de  jefe,  debiendo  ser  soldado  raso.  Pero 
no  lo  olvide  V.,  Sr.  D.  Hipólito;  es  preciso  ser  un  poco 
tolerante  con  la  juventud ;  ni  todos  nacemos  para  sabios, 
ni  todos  los  grandes  hombres  se  formaron  en  las  aulas. 

Dicho  esto ,  volvióse  hacia  la  mesa  del  despacho ,  tocó 
un  timbre,  y  acompañándome  hasta  la  puerta,  añadió 
con  un  gracioso  movimiento  de  cabeza : 

—Estos  señores  metafísicos....  son  terribles. 

Debo  advertir  que  en  este  expresivo  cabeceo  no  se 
traslucía  ni  por  asomo  aquel  necio  y  soberano  desdén  con 
que  Napoleón  hablaba  de  los  ideólogos. 

Transcurrida  apenas  media  hora ,  cerrando  mi  maleta 
de  viaje  en  la  soledad  de  mi  cuarto ,  hacíame  cruces ,  y 
me  preguntaba  con  pueril  asombro :  «¿Viviré  en  la  reali- 
dad? ¿Será  posible  que  aquel  alborotador  chiquillo,  que 
aquel  estudiantino  travieso,  que  aquel  famoso  Rataplán 
gobierne  una  provincia  nádamenos?  ¿Habrán  pasado,  en 
efecto,  doce  años,  ó  serán  innumerables  los  que  hayan 
corrido  milagrosamente ,  como  cuenta  la  leyenda  de  no  sé 
qué  santo  anacoreta ,  para  despertar  en  una  España  dis- 
tinta de  la  que  yo  conocí? » 

Á  los  pocos  días  de  llegar  á  Madrid  supe  por  los  perió- 
dicos que  habían  sido  detenidos  y  llevados  á  la  cárcel  al- 
gunos pájaros  gordos  de  Cayudes.  Pero  Rataplán  cum- 
plió su  palabra  ;  los  excesos  del  populacho  se  limitaron  á 
detener  á  estos  catorce  ó  quince  personajes  en  calidad  de 
rehenes,  y  exigirles  algún  dinero. 


1 82  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


Entonces  demostró  carácter.  Dos  años  después  habló 
en  las  Cortes  como  diputado,  y  demostró  talento.  Con 
esta  bizarra  acción  de  acordarse  de  su  profesor ,  sólo  por 
haber  sido  su  profesor,  para  evitarle  un  tremendo  dis- 
gusto ,  demostró  que  era  hombre  de  generosos  impulsos, 
sin  contar  con  que  el  citado  rasgo  envolvía  una  lección  de 
prudencia  regalada  por  el  discípulo  al  maestro.  ¡Vaya 
con  el  famoso  Rataplán!  No  dudo  yo  que  si  modificara 
algún  tanto  sus  ideas,  que  son  medianejas,  por  sus  puntas 
y  ribetes  de  socialismo ,  le  viéramos  el  mejor  día  ministro. 

Por  mi  parte ,  si  ese  día  llega ,  me  comprometo  á  dibu- 
jaros esta  figura  contemporánea  con  los  mejores  perfiles 
de  mi  pluma  de  psicólogo ;  pues ,  según  los  estupendos 
lances  de  su  vida,  sospecho  que  no  ha  de  carecer  de  origi- 
nahdad,  ni  de  gallardía,  ni  de  noble  y  gracioso  colorido. 


Por  la  copia, 

José  M.  Matheu. 


APUNTES 

PARA    UN 

DICCIONARIO  DE  ESCRITORAS  ESPAÑOLAS 

DEL  SIGLO  XIX. 

(Conclusión. ) 

PÉREZ  DE  MONTES  DE  OCA  (Doña  Luisa).— Poeti- 
sa. Nació  en  la  villa  de  Cobre  (Santiago  de  Cuba)  en  1837. 
Sus  primeros  trabajos  aparecieron  en  los  periódicos  de 
la  Habana.  En  1857  publicó  un  tomo  de  poesías  ,  que  ase- 
guró su  fama  literaria.  Son  muy  pocos  los  datos  biográ- 
ficos que  podemos  dar  de  esta  escritora. 

PERÍN  (Doña  Modesta).— Propagandista  de  las  ideas 
federales  en  la  tribuna  del  club ,  en  las  barricadas  de  Za- 
ragoza y  en  las  columnas  de  El  Jurado  federal  y  otros 
periódicos.  Murió  en  5  de  Octubre  de  1871. 

PICH  (Doña  Rosa). — Escritora  catalana.  Ha  dado  al 
teatro  en  Barcelona  las  piezas  Com  sucsheix  molías  ve- 
gadas y  Gent  de  barri  (1877). 

PINO  Y  PENICHET  (Doña  María).— Autora  del  libro 
de  poesías  Lágrimas  y  Flores  (Habana,  1866). 

PIRES  (Doña  Dolores). — Colaboradora  de  El  Correo 
de  la  Moda  (1877). 

PLAZA  (Doña  Magdalena). — Colaboradora  de  El 
Correo  de  la  Moda  (1874). 

POGGI  DE  LLÓRENTE  (Doña  Isabel).— Esposa  del 
distinguido  periodista  cántabro  D.  Ildefonso  Llórente 
Fernández.  Ha  escrito  y  publicado  numerosas  poesías 
de  carácter  religioso ,  especialmente  en  La  Moda  Ele- 
gante^ La  violeta  y  otros  periódicos. 


184  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


POVEDA  (Doña  Ana  María).— Es  autora  de  un  Ma- 
filial  de  las  señoritas  6  Arte  para  aprender  cuantas 
habilidades  constituyen  el  verdadero  mérito  de  las  mu- 
jeres (Madrid,  1853). 

POZO  GUERRERO  (Doña  Adelaida).— En  El  De- 
fensor del  Comercio  y  otros  periódicos  hemos  visto  ver- 
sos de  esta  señora. 

PRAT  (Doña  Carmen).— En  1876  dedicó  una  poesía 
Al  rey  D.  Alfonso  XII y  pacificador  de  España. 

PRÍNCIPE  (Doña  Clotilde  Aurora).-  -Poetisa  ;  nació 
en  1849,  y  es  hija  del  escritor  D.  Miguel  Agustín  Prínci- 
pe. Ha  colaborado  en  El  Correo  de  la  Moda  (1864-65). 

PUIG  CASTEJÓN  (Doña  María).— Ha  leído  poesías 
en  algunas  solemnidades  dramáticas  de  Madrid  (1877),  y 
pertenece  á  la  Asociación  de  Escritores  y  Artistas.  Co- 
laboradora de  La  Rasa  latina  y  otros  periódicos. 

PUJALTE  (Doña  Asunción). — Colaboradora  de  La 
Paz  de  Murcia  (1876). 

PUJOL  DE  AULÉS  (Doña  Isabel). —Esposa  del 
autor  dramático  D.  Eduardo  Aulés.  Ha  escrito  la  come- 
dia catalana  Per  amor  al  art  (1885). 

PUJOL  DE  COLLADO  (Doña  Josefa).— Activa  co- 
laboradora de  los  periódicos  La  Ilustración  de  la  Mu- 
jer y  Cddis,  La  Producción  Nacional  y  Flores  y  Perlas  y 
La  Ilustración  Ibérica  y  El  Diay  y  otros.  Se  le  debe  tam- 
bién la  traducción  de  algunas  novelas  y  muchos  trabajos 
literarios  publicados  con  el  pseudónimo  de  Evelio  del 
Monte. 

PULIDO  Y  ESPINOSA  (Doña  N.)— Ha  traducido  y 
pubhcado  un  Compendio  de  la  Historia  Sagrada  y  no- 
ciones de  la  profana  {1^46)^  El  tribunal  secreto  y  por  Cle- 
mencia Robert  (1848). 


ESCRITORAS    ESPAÑOLAS.  185 


Q 


QUEMADA  (Doña  Nicasia).— Escritora,  natural  de 
Valladolid,  maestra  superior.  En  la  inauguración  de  la 
estatua  de  Cervantes  en  dicha  capital  (1877),  y  en  otras 
solemnidades  anuales  y  conmemorativas  del  Manco  de 
Lepanto ,  ha  publicado  ó  leído  varias  de  sus  composicio- 
nes poéticas.  Fué  premiada  en  los  Juegos  florales  de 
Pamplona,  celebrados  en  1883,  por  su  composición  El 
cantar  de  un  emigrado. 

QUINTANO  Y  MEDINA  (Doña  María  Juana).— Poe- 
tisa, nacida  en  Madrid  en  27  de  Enero  de  181 5.  Son  sus 
obras:  Novena  de  Santa  Teresa  de  Jesús  (1830);  Novena 
de  San  Francisco  de  Asís;  Novena  d  la  virgen  y  mártir 
Santa  Filomena  (1853) ;  Canto  al  natalicio  de  la  Prin- 
cesa de  Asturias  (18 51)  ;  Devocionario  en  verso  (1853) ; 
Plegaria  á  Nuestra  Señora  de  Atocha  (1860).  Murió  en 
Madrid  en  1870. 

QUINTERO  Y  CALÉ  (Doña  Emilia).  — Hija  de  la 
poetisa  doña  Emilia  Calé  y  del  Sr.  D.  Lorenzo  Quintero, 
natural  de  la  Coruña.  Muy  niña  aún,  publicó  traducciones 
del  italiano  y  del  francés  en  El  Correo  de  la  Moda,  Cádiz 
y  otros  periódicos.  En  las  ñestas  del  Liceo  Brigantino  del 
Ferrol  en  1881  fué  premiada  por  su  notable  ejecución 
como  pianista. 

R 

RAMÍREZ  TRUJILLO  (Doña  Ana).— En  i8éo  tomó 
parte  en  el  Álbum  dedicado  á  la  reina  doña  Isabel  por 
los  profesores  de  instrucción  primaria  de  Madrid. 


1 86  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


RAMOS  DE  FERNÁNDEZ  (Doña  Luzdivina).— En 
1876  habitaba  en  Toro,  y  escribió  en  la  revista  de  instruc- 
ción primaria  La  Reforma.  También  hemos  visto  varias 
sentidas  composiciones  poéticas  de  esta  señora, 

RAVELLA  (Doña  Teresa).— Colaboradora  de  la  re- 
vista Flores  y  Perlas  (1883). 

REAL  Y  MIJARES  (Doña  Elena).— Colaboradora 
délos  periódicos  Los  dos  Mundos  (1883),  La  Patria, 
La  Crónica  de  la  Moda  y  de  la  Música ,  etc. 

REAL  Y  MIJARES  (Doña  Matilde).— Maestra  supe- 
rior, institutriz  y  profesora  délos  Jardines  de  la  Infancia. 
Ha  publicado  las  obras:  Los  animales  trabajadores;  Lec- 
turas infantiles  sobre  la  naturaleza  (1882);  La  educa- 
dora de  la  infancia,  cualidades  y  circunstancias  que 
debe  reunir  {1SS4)  ]  Observaciones  sobre  la  educación 
moral  del  niño  (1887). 

RIBERA  Y  GARAU  (Doña  María  Inés).  Escritora, 
nacida  en  Palma  y  muerta  en  1861.  Perteneció  al  claustro 
y  escribió  algunas  obras  religiosas . 

RIDOCCI  (Doña  Matilde).— Ha  publicado  Nociones 
de  higiene  privada  general  al  alcance  de  los  niños 
(Valencia,  iSy  6), y  Nociones  de  higiene  privada  general 
para  las  Escuelas  normales  y  las  superiores  (1877). 

RIEGO  Y  PICA  (Doña  Francisca  Carlota  del).— 
Ha  escrito  numerosos  artículos  y  poesías  en  El  Correo 
de  la  Moda  (1857  á  1865);  la  novela  Elena  de  Mendoza 
(i  88  i),  y  el  libro  Cartas  sobre  la  misión  de  la  mujer  (1882). 
RÍOS  (Doña  Blanca  de  los).— En  1879  dio  á  conocer 
los  primeros  frutos  poéticos  de  su  ingenio  con  el  pseudó- 
nimo de  «Carolina  del  Boss»  esta  escritora  sevillana.  En 
1880  obtuvo  un  accésit  en  certamen  abierto  por  la  so- 
ciedad «Julián  Romea».  En  1881  publicó  el  libro  de  pQe- 
sías  Esperanzas  y  recuerdos,  y  por  la  misma  época  la 


ESCRITORAS    ESPAÑOLAS.  1 87 


leyenda  Los  funerales  del  César,  En  1889  fué  recompen- 
sada por  la  Real  Academia  Española  por  un  Estudio  bio- 
gráfico y  critico  de  Tirso  de  Molina. 

RIQUELMEY  TRECHUELO  (Doña  Adela). -Pro- 
fesora de  la  Escuela  normal  central.  Ha  publicado:  In- 
fluencia ejercida  por  la  mujer  en  España  (1883),  y 
Nociones  de  Higiene  doméstica  (1885). 

ROBIROSA  Y  DE  TORRENTS  (Doña  Josefa).— 
Nacida  en  Villanueva  y  Geltrú  en  18 17;  dio  al  teatro  el 
drama  Lorenzo  (1845). 

RODÉS  Y  GARIES(DoÑA  Rita).— En  i8é8  publicó 
en  Zaragoza  un  volumen  de  poesías  con  el  título  de  Al- 
boradas. 

RODRÍGUEZ  (Doña  Clotilde).— Poetisa  cubana,  co- 
nocida por  La  hija  del  Damuji,  muerta  en  Cienfuegos  á 
principios  de  Abril  en  i88i. 

RODRÍGUEZ  (Doña  Narcisa). — Tomó  parte  en  la  for- 
mación del  Álbum  que  en  1860  dedicaron  á  la  reina  doña 
Isabel  los  profesores  de  instrucción  primaria  de  Madrid. 

RODRÍGUEZ  TIÓ  (Doña  Dolores).— Poetisa  porto- 
rriqueña. En  1885  publicó  la  colección  de  poesías  Claros 
y  nieblas  y  y  A  mi  patria  en  la  muerte  de  Corchado. 

RODRÍGUEZ  DE  MORALES  (Doña  Catalina).— 
Poetisa  cubana.  Ha  publicado  composiciones  poéticas  en 
La  Rasa  latina  de  Nueva  York  (1879). 

RODRÍGUEZ  DE  URETA  (Doña  Antonia).— En  1885 
publicó  en  Barcelona  la  novela  Pacita  ó  la  virtuo- 
sa filipina^  y  en  1889  una  colección  de  Leyendas  mo- 
rales. 

RODRÍGUEZ  DE  VELILLA  (Doña  Dolores).—  Poe- 
tisa contemporánea ,  cuyos  trabajos  hemos  visto  en  dife- 
rentes periódicos ,  y  en  la  Corona  fúnebre  á  la  memoria 
de  la  señorita  Este varena. 


88  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


RODRÍGUEZ  Y  PÉREZ  (Doña  Enriqueta).—  En  1865 
obtuvo  accésit  en  la  Sociedad  Bibliográfico-Mariana  de 
Lérida,  por  su  estudio  sobre  elSantuario  de  la  Virgen  de 
Atocha. 

ROJAS  (Doña  Natividad  de). — Distinguida  señora 
que  ha  cultivado  la  música  y  la  poesía,  ya  tomando  parte 
en  las  veladas  artísticas  del  Liceo  de  Madrid ,  ya  colabo- 
rando en  El  Correo  de  la  Moda  y  otros  periódicos.  En 
1865  se  estrenó  en  el  Circo  de  Madrid  la  zarzuela  Una 
apuesta  en  la  velada  de  San  Juan,  letra  y  música  de  su 
composición. 

ROJO  Y  HERRAIZ  (Doña  Carmen).— Ha  colaborado 
en  el  periódico  Instrucción  para  la  mujer  (1883). 

ROMERO  DE  MARTÍ  (Doña  María  de  la  Capilla). 
— En  La  Semana  de  Jaén  se  han  publicado  poesías  de 
esta  escritora. 

ROMERO  DE  SEGOVIA  (Doña  Sofía).— Actriz  y 
escritora.  El  público  de  Madrid  la  conoce  sobradamente 
para  que  haya  necesidad  de  decir  nada  en  su  elogio ,  bajo 
el  primer  aspecto.  Como  escritora,  ha  dado  á  la  estampa 
gran  número  de  poesías  y  se  ha  representado  con  aplauso 
en  el  teatro  Lara  la  pieza  Ala  vicaria  (1885 ). 

RONCO  Y  PÉREZ  (Doña  Adelaida).— Maestra  de 
instrucción  primaria  de  Pastrana,  premiada  en  1886  con 
medalla  de  bronce  por  sus  escritos  de  educación,  lleva- 
dos á  la  Exposición  provincial  de  Guadalajara.  No  sabe- 
mos que  hayan  sido  publicados. 

ROS  DE  JARAMATE  (Doña  Elisa).— Poetisa.  En 
1878  pubHcóse  en  Barcelona  un  Himno  a  Su  Santidad 
León  XIII,  cuya  letra  se  debía  á  esta  señorita. 

ROSSEL  Y  MANÉ  (Doña  Carmen).— Dio  al  teatro  de 
Barcelona  en  1884  el  juguete  cómico  Apuros  de  un  far- 
macéutico. 


ESCRITORAS    ESPAÑOLAS.  1 89 


ROSSO  (Doña  Concepción). —En  El  Eco  Moderno  y 
otros  periódicos  hemos  leído  versos  suyos  (1877). 

RUBIANO  Y  SANTA  CRUZ  (Doña  Ventura).— En 
1843  tradujo  y  publicó  en  Barcelona  la  obra  de  Albat 
Cler  Fisiología  del  mtisico.  Ha  traducido  también  otras 
obras. 

RUBIO  (Doña  Inés).— Hemos  visto  la  firma  de  esta 
señora  al  pie  de  algunas  poesías  (1878). 

RUÍZ  (Doña  Pídela).— Regente  de  la  Escuela  nor- 
mal de  maestras  de  Lérida.  En  1888  publicó,  en  unión  de 
D.  Cipriano  Ruíz  ,  la  obra  Tratado  de  Caligrafía  y  Or- 
tología. 

RUÍZ  RICOTE  (Doña  Marcelina).— Profesora  de 
labores  desde  hace  veinte  años  en  el  Colegio  nacional 
de  sordo-mudos  y  de  ciegos.  En  la  sesión  de  reparto  de 
premios  celebrada  en  dicho  Colegio  en  30  de  Junio  de 
1889,  la  Sra.  Ruíz  Ricote  tuvo  á  su  cargo  el  Discurso  re- 
glamentario. 

RUÍZ  DE  CARAB ANTES  (Doña  Leonor).— Ha  dado 
al  teatro  en  Valladolid  las  comedias  Amparo,  Por  un 
descuido  (1882);  Por  vestirse  de  prisa  (1883),  y  Lo  que 
encubre  una  levita  (1885).  En  1887  dio  á  la  estampa  una 
colección  de  poesías  con  el  título  de  Crisálidas,  la  primera 
de  las  cuales  aparece  dedicada  á  Allán-Kardec ,  apóstol 
del  espiritismo,  y  en  1889  la  colección  Flores  y  perlas. 
En  1882  había  publicado  otra  poesía  en  honor  de  Santa 
Teresa  de  Jesús. 

RUÍZ  DE  MENDOZA  (Doña  Joaquina).— Publicó  las 
obras:  Tres  tumbas  al  pie  de  la  CruB  (1858);  La  mujer 
cristiana,  consideraciones  filosóficas  sobre  la  influencia 
de  la  Santísima  Virgen  María  en  las  sociedades  cris- 
tianas (1870). 

RUÍZ  Y  ALÁ  (Doña  Carmen). —Profesor a  de  ins- 


190  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


trucción  primaria.  Publicó  en  Barcelona  en  1877  un  Mé- 
todo de  corte  y  confección  de  prendas  de  vestir  para 
señora  y  lencería  para  caballero.  En  1882  dirigió  en  aque- 
lla capital  el  periódico  El  Figurín  artístico. 

RUSIANO  (Doña  Matilde).— Hemos  visto  la  firma  de 
esta  señora  en  la  prensa  religiosa  al  pie  de  algunas  com- 
posiciones poéticas  ( 1 887 ). 


SABATER  (Doña  Adelaida). —  Colaboradora  del  pe- 
riódico El  Generalife  de  Granada  (1877). 

SAENZ  de  tejada  (Doña  Victorina).— Poetisa, 
natural  de  Antequera.  En  1865  publicó  en  Granada  un 
volumen  de  Poesías ,  del  que  hizo  la  prensa  entusiastas 
elogios.  En  1875  tomó  el  velo  de  religiosa  en  el  convento 
de  San  Clemente  de  Sevilla. 

SAENZ  de  VINIEGRA  (Doña  Luisa).— Esposa  que 
fué  del  general  Torrijos,  y  autora  de  una  Vida  de  dicho 
general  (1860). 

SÁEZ  DE  MELGAR  (Doña  Faustina). — Escritora. 
Nació  en  Villamanrique  en  1834,  y  llevada  de  irresistible 
afición  á  las  letras,  las  cultivó  desde  que  era  adoles- 
cente, á  pesar  de  la  oposición  de  su  familia.  Casada  en 
1855  conD.  Valentín  Melgar,  pudo  ya  escribir  libremente, 
y  utilizó  con  gran  amplitud  la  autorización,  de  lo  que  dan 
claro  testimonio  sus  numerosos  artículos ,  sus  poesías, 
sus  obras  novelescas,  su  incesante  labor,  lo  mismo  enMa- 
drid  que  en  París,  donde  actualmente  reside. 

Ha  colaborado  en  los  periódicos  El  Correo  de  la  Moda ^ 
El  Trono  y  la  nobleza,  El  Agente  industrial.  La  Antor- 
cha, El  Occidente,  La  Discusión,  La  Época,  La  Moda 
Elegante,  La  Violeta  (fundado  por  ella  en  1862),  La  Ca- 


ESCRITORAS   ESPAÑOLAS.  19I 


nastilla  infantil  (lo  publica  en  París),  El  Mensajero 
de  la  Moda  (1879),  La  Mujer,  El  Dia  y  otros  muchos  pe- 
riódicos, así  políticos  como  literarios  y  de  modas.  Son 
sus  obras  principales :  Z,a  Pa5íc?ra  del  Guadiela  (1858); 
La  Marquesa  de  Pinares  (1859);  Los  Miserables  de  Es- 
paña; Matilde  ó  el  ángel  de  Valderreal ;  Angela  ó  el  ra- 
millete de  jazmines;  Aniana  ó  la  quinta  de  Peralta 
(1876);  La  Cruz  del  Olivar;  La  higuera  de  Villaverde; 
El  caballero  del  Águila  negra;  La  prelada  de  las  HueL 
gas;  Luz  y  esperanza;  Un  libro  para  mis  hijas;  Manual 
de  la  joven  adolescente  (1861);  Sendas  opuestas;  La 
bendición  paterna;  Inés  ola  hija  de  la  caridad  {i^j^)] 
El  collar  de  esmeraldas ;  El  deber  cumplido  (1879) ;  Ecos 
^^^/(9r/a^  leyendas  históricas  (1877);  Páginas  para  las 
niñas  (1881);  La  Abuelita,  cuentos  de  la  aldea;  Maria; 
El  hogar  sin  fuego;  Ayer  y  hoy;  Blanca  la  extranjera; 
Rosa,  la  cigarrera  de  Madrid;  La  lira  del  Tajo,  poe- 
sías (1859); /w^s /a  Mojigata;  La  loca  del  Encinar  {i%ji)] 
Intrigas  cortesanas;  África  y  España  {iM'])\  Deberes 
de  la  mujer  (1866) ;  Romances  históricos  y  lecturas  ame- 
nas (1888);  Irene  (1886);  Los  dos  maridos  de  Tula  (1886); 
Aurora  y  felicidad  (1889).  Para  el  teatro  ha  dado  el  ju- 
guete cómico  Contra  indiferencia,  celos  (iSj^);  el  drama 
La  cadena  rota,  y  ha  traducido  La  sociedad  y  sus  cos- 
tumbres; Los  dramas  de  la  Bolsa,  y  otras  muchas  obras. 
En  1889  se  encargó  de  traducir  á  nuestro  idioma  las 
obras  de  la  reina  de  Rumania  Carmen  de  Silva,  dándo- 
las á  la  estampa  con  el  título  de  Flores  y  perlas, 

SAN  ANTONINO  (Sor  María  Isabel  de).— Autora 
de  un  Poema  historial  de  la  vida  de  Santo  Domingo 
de  Guzmán  (Granada....). 

SÁNCHEZ  CANTOS  (Doña  Adela).— Colaboradora 
de  El  Correo  de  la  Moda,  la  Revista  Compostelana  y 


192  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


otros  periódicos.  Ha  publicado  las  novelas  La  victima 
de  una  ambición  (1875)7  Venganza  y  abnegación  (1876), 
y  ha  dado  al  teatro  el  drama  La  mártir  de  su  honra 
(Toledo,  1878). 

SÁNCHEZ  MARÍN  Y  GYMIA  (Doña  María).— Au- 
tora de  una  poesía  de  la  muerte  de  la  reina  Doña  Mer- 
cedes de  Orleans. 

SÁNCHEZ  DE  BUSTAMANTE(DoÑALuiSA).-Tomó 
parte  en  la  redacción  del  Álbum  que  en  1860  dedicaron  á 
la  reina  Doña  Isabel  II  los  profesores  de  instrucción  pri- 
maria de  Madrid. 

SÁNCHEZ  DE  LLANO  (Doña  Isabel).— Autora  de 
un  Tratado  de  Mitología  (1877). 

SANJURJO  Y  BADÍA  (Doña  Josefa).— Ha  publicado 
algunas  composiciones  poéticas  en  los  periódicos  de  la 
Coruña  (1874). 

SAN  ROMÁN  (Doña  Josefa).— Escritora  castellana: 
en  los  periódicos  de  Valladolid  y  de  Madrid  se  han  publi- 
cado trabajos  literarios  de  la  misma  (1880). 

SANTA  CRUZ  (Señorita).— Publicó  en  la  Habana  el 
libro  Historias  campesinas. 

SANTA  MARÍA  (Doña  Joaquina).— Escritora  cata- 
lana. Premiada  en  el  certamen  de  la  Juventud  Católica  de 
Barcelona  de  1877,  por  una  poesía  firmada  con  el  pseudó- 
nimo de  Ana  de  Valldaura. 

SANTA  TERESA  (Sor  Gregoria  Francisca  de).— 
En  1865  publicó  en  París  un  volumen  de  Poesías. 

SARALEGUI  DE  CUMIA  (Doña  Concepción).— Poe- 
tisa navarra,  cuyos  trabajos  desconocemos. 

SARASATE  DE  MENA  (Doña  Francisca).— Escri- 
tora navarra,  esposa  del  pubHcista  D.  Juan  Cancio  Mena. 
Ha  publicado  Un  libro  para  las  pollas  {i^y 6);  Horizon- 
tes poéticos  {\%%i)\  Amor  divino  y  poesía  premiada  con 


ESCRITORAS    ESPAÑOLAS.  l'93 


una  pluma  de  oro  en  el  certamen  poético  de  Alba  de  Tor- 
mes  dedicado  á  Santa  Teresa  (1882);  Una  actriz  y  novela 
{1887) ;  Fiilvia  ó  los  primeros  cristianos  (1889) ;  y  ha  di- 
rigido el  periódico  La  Gaceta  de  París. 

SCHMIDT  (Doña  Elisa).— Ha  publicado  traducciones 
del  alemán  en  los  periódicos  de  Valencia  (1878). 

SELLES  (Doña  Elena). — Poetisa,  hermana  del  autor 
dramático  de  su  apellido.  En  1879  publicó  en  El  Indepen- 
diente una  colección  de  Cantares.  También  ha  colabora- 
do en  diferentes  periódicos  literarios. 

SERRA  YMIRÓ  (Doña  Rosalía).— Poetisa  catalana, 
residente  en  Villanueva  y  Geltrú,  en  donde  son  muy 
apreciados  sus  trabajos  literarios. 

SERRA  Y  MUÑOZ  (Sor  María  del  Carmen).— Reli- 
giosa del  Sagrado  Corazón  de  Jesús  en  Barcelona.  Pu- 
blicó en  1 84 1  El  ejercicio  de  la  presencia  de  Dios,  tra- 
ducción de  la  obra  del  P.  Vauber. 

SERRANO  (Doña  Arminda  Flora).— Es  un  pseudó- 
nimo. El  premio  logrado  con  él  en  un  certamen  de  Orense 
(1885),  lo  fué  por  el  poeta  D,  Valentín  Lamas  Carvajal. 

SERRANO  DE  WILSON  (Doña  Emilia),  t^aronesa  de 
Wilson.— Nació  en  Granada  en  4  de  Enero  de  1843;  ha  di- 
rigido los  periódicos  Las  Hijas  del  sol  y  El  Ultimo  figu- 
rón, y  colaborado  en  El  Correo  de  la  Moda  y  otros  mu- 
chos. Se  le  deben  las  obras:  Almacén  de  señoritas  (1860); 
Alfonso  el  Grande,  poema  histórico  (1860);  Las  perlas 
del  corazón;  La  miseria  de  los  ricos,  historia  de  dos 
millones  (1872);  La  mujer  ;  La  peregrina  del  Rhin;  El 
camino  de  la  Cruz,  poema  (1872);  Los  tres  duendes  ó  el 
mundo  en  carnaval ;  El  mundo  americano  y  la  Exposi- 
ción de  Barcelona  (1887);  Americanos  ilustres  (1889). 
Estos  dos  últimos  libros ,  como  los  de  carácter  biográfico 
é  histórico  que  tiene  en  preparación ,  son  resultado  de 

13 


194 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


los  largos  viajes  hechos  por  la  autora  en  América ,  donde 
ha  recibido  grandes  distinciones,  como  la  corona  poética 
que  la  dedicaron  en  1881  los  escritores  de  Colombia. 

SEVILLANO  DE  TORAL  (Doña  Josefa).— Poetisa, 
cuyos  trabajos  aparecen  en  La  Semana  y  El  Industrial 
de  Jaén,  Cervantes ,  La  Ilustración  infantil,  Cádiz  y 
otros.  Murió  prematuramente  en  Cádiz,  en  10  de  Septiem- 
bre de  1878. 

SHEE  (Doña  Isabel). — Escritora,  premiada  en  1882  en 
el  Certamen  abierto  en  Baena  para  conmemorar  el  Cen- 
tenario de  Santa  Teresa  de  Jesús. 

SIDRACH  DE  CARDONA  (Doña  Telma).— Ha  publi- 
cado poesías  en  el  periódico  El  Constitucional  (1877). 

SIERRA  Y  ORENGA  (Doña  Casimira  ).— Tradujo 
del  inglés  y  publicó  en  Madrid  en  1860  la  obra  Influencia 
de  la  educación  doméstica. 

SILVA  (Doña  Micaela). — Escritora:  nació  en  Oviedo 
en  8  de  Mayo  de  1809,  y  una  vez  terminada  la  guerra  de 
la  Independencia,  se  trasladó  á  Barcelona  y  más  tarde  á 
Madrid,  donde  pudo  entregarse  al  estudio  de  idiomas  y  al 
de  las  obras  de  nuestros  clásicos.  Escribió  muy  nume- 
rosas composiciones  poéticas,  publicando  bastantes  en 
El  Correo  de  la  Moda,  La  Mujer  cristiana,  La  Defensa 
de  la  sociedad  y  otros  periódicos ;  debiéndose  citar  espe- 
cialmente su  sátira  Un  novio  á  pedir  de  boca  y  la  tra- 
ducción de  El  cinco  de  Marso,  de  Manzoni.  Publicó 
Emanaciones  poéticas,  colecciones  de  poesías  (188 5).  Des- 
pués de  muy  prolongada  dolencia,  falleció  en  Jadraque 
en  20  de  Julio  de  1884. 

SIMAN  (Doña  Ramona). — Poetisa  charadística,  que 
escribía  en  1 881  para  La  V02  de  las  Clases  Pasivas.  Otro 
poeta  la  dedicaba  unos  versos,  llamándola  inspirada 
cantora  del  manso  Henares. 


ESCRITORAS    ESPAÑOLAS.  1 95 


SINUÉS  DE  MARCO  (Doña  María  del  Pilar).  -Dis- 
tinguida y  fecunda  escritora  aragonesa,  esposa  del  autor 
dramático  D.  José  Marco.  Contrariedades  de  la  vida  la 
hicieron  utilizar  como  medio  de  existencia  el  cultivo  de 
las  bellas  letras ,  á  que  desde  su  primera  juventud  había 
mostrado  invencible  afición ,  siendo  en  gran  número  los 
periódicos ,  así  de  la  Península  como  de  Ultramar,  en  que 
aparecen  los  trabajos  de  esta  escritora,  inspirados  todos 
en  la  más  sana  moral.  Novelas,  estudios  de  educación, 
poesías ,  cuentos  para  la  infancia :  he  aquí  las  especiali- 
dades cultivadas  preferentemente,  sin  contar  las  revistas 
de  modas  y  de  actualidades ,  que  son  muchas  y  muy  dig- 
nas de  estimación.  Los  libros  publicados  por  la  Sra.  Si- 
nués  atestiguan  su  portentosa  fecundidad  literaria.  A  con- 
tinuación citamos  unos  setenta  de  los  mismos,  sin  poder 
asegurar  que  aún  sea  completa  su  enumeración:  Glorias 
de  la  mujer;  Reinas  mártires,  leyendas  (1877);  Palmas 
v^(9r^5^  leyendas  del  hogar  (1877);  Las  alas  de  loar  o, 
novela  ( 1872 );  Un  libro  para  las  madres  (1877) ;  Un  libro 
para  las  damas  (i  87  5 ) ;  Plácida  (1877);  Combates  de  la 
vida  (1876);  Un  libro  para  las  jóvenes;  La  primera  fal- 
ta (1879);  Damas  galantes  (1878);  La  gitana  (1878);  El 
becerro  de  oro  (1878);  Flor  de  oro  (1878);  La  mujer 
en  nuestros  días  (1878);  La  ley  de  Dios  (i^^s);  Ala 
luB  de  una  lámpara;  El  laso  de  flores;  La  rama  de 
sándalo;  Celeste;  El  almohadón  de  rosas;  Dos  ven- 
ganzas; Amor  y  llanto  (1857) ;  El  sol  de  invierno; 
Margarita;  Ala  sombra  de  un  tilo;  La  senda  de  la  glo- 
ria; La  virgen  de  las  lilas;  No  hay  culpa  sin  pena; 
Posa  {iSjd»);  Querer  es  poder  (1878);  Un  nido  de  palo- 
mas (1878);  Ario  revuelto ....;  Premio  y  castigo  (1859); 
Glorias  de  la  mujer  (leyenda);  Tres  genios  femeninos 
(leyendas);  Lus  y  sombras  (leyendas);  Cuentos  de  niñas 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


( 1883 ) ;  Una  hija  del  siglo;  El  ángel  del  hogar ,  estudios 
morales  (1874);  Sueños  y  realidades;  Álbum  de  mis  re- 
cuerdos; Hija,  esposa  y  madre;  El  camino  de  la  dicha; 
La  vida  intima;  Flores  del  alma;  El  último  amor  (1870); 
Mecerse  en  las  nubes;  La  expiación  (1887);  Verdades 
dulces  y  amargas  (1882);  Una  herencia  trágica  (1883); 
La  abuela;  El  alma  enferma  (1882);  La  dama  elegante 
(1879);  Narraciones  del  hogar  (1883);  Manual  práctico 
del  buen  tono  (1880);  La  vida  real  (1882);  La  diadema 
de  perlas  {\%'^^)\  Amor  y  llanto ;  Veladas  del  invierno 
en  torno  de  una  ínesa  de  labor;  Álbmn  de  la  familia;  La 
corona  nupcial;  La  confianza  en  los  padres;  Los  már- 
tires del  siglo  XIX;  Páginas  del  corazón  (1887);  Cantos 
de  mi  lira  {iSs7)\  En  la  culpa  va  el  castigo;  Fausta 
Sorel;  Galería  de  mujeres  célebres  (1874);  Cortesanas 
ilustres;  Los  máí'tires  del  amor;  La  misión  de  la  mujer 
(1886);  Una  historia  sencilla  (1886);  Isabel  {i^z%)\  Cuen- 
tos de  color  dorado  (1867);  Morir  sola  (1889);  Cómo 
aman  las  mujeres  (1890). 

SOLANCE  (Doña  Rosario).— Tradujo  al  castellano  y 
publicó  en  Barcelona  la  obra  El  lirio  inmaculado  ó  Ma- 
nual del  peregrino  en  Lourdes  (1888). 

SOLER  (Doña  Carolina).— Colaboradora  de  El  Co- 
rreo de  la  Moda  (1864). 

SOLÍS  Y  GREPPI  (Doña  Elvira). —Colaboradora  de 
El  Correo  de  la  Moda. 

SORIANO  Y  PALLAZAR  (Doña  Isabel).— Escribió 
en  el  Álbum  poético  á  la  terminación  del  ferrocarril  de 
El  Grao  ájátiva  (1855). 

SORIANO  Y  BAZÁN  (Doña  Prudencia). —Poetisa 
aragonesa.  En  1875  leyó  al  rey  D.Alfonso  XII  algunas 
de  sus  poesías. 

SOTO  Y  CORRO  (Doña  Carolina).— Escritora  se- 


ESCRITORAS   ESPAÑOLAS.  ¡97 


villana.  Durante  algún  tiempo  dirigió  en  Jerez  de  la  Fron- 
tera la  revista  semanal  Asta  Regía;  ha  publicado  ade- 
más numerosas  composiciones  poéticas  en  los  periódicos 
de  Andalucía ,  y  es  autora  de  las  obras  El  Faro  de  la  vir- 
tud (1883);  El  Santo  de  la  aldea,  poema  (I1885);  El  terre- 
moto de  Andalucía  {id,S^)] Álbum  de  boda  (1888);  El  dia- 
blo en  el  pulpito,  poema  ( 1889) ;  Americanistas  ilustres: 
Excmo.  Sr.  D.  Ramón  Elices  Montes  ( 1890).  En  la  actua- 
lidad prepara  el  libro  Poetas  andaluces  contemporáneos. 


T 


TAMARIT  (Doña  Carmen). — Colaboradora  de  El  Co- 
rreo de  la  Moda  (1859-60). 

TARTILÁN  (Doña  Sofía).— Dirigió  en  Madrid  el  pe- 
riódico La  Ilustración  de  la  mujer  y  colaboró  en  los  ti- 
tulados El  Correo  de  la  Moda,  Flores  y  Perlas,  El  Ra- 
millete, La  Enciclopedia  y  varios  más.  Publicó  asimismo: 
Páginas  para  la  educación  popidar  (1877);  Historia  de 
la  critica;  Costumbres  populares  (1880);  La  lucha  del 
corazón,  novela;  La  loca  de  las  olas,  novela  (1884);  Bo- 
rrascas del  corazón,  novela  (1884).  Murió  en  Madrid 
en  2  de  Julio  de  1888. 

TORRE  (Doña  María  Luisa  de  la). — Colaboradora 
de  La  Correspondencia  de  los  Niños  (1877). 

TORREGROSA  PASTOR  (Doña  SoLEDAD).-Ha  pu- 
blicado algunas  composiciones  poéticas  en  los  periódicos 
de  Alicante  (1884). 

TOVAR  Y  SALCEDO  (Doña  Antonia).— Tradujo 
del  francés  la  obra  Reinaldo  y  Elina  ó  La  sacerdotisa 
peruana  {Vcúencia,  1820). 

TRONCOSO  DE  OIZ  (Doña  Matilde).  -Escritora 


198  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


cubana,  cuya  pluma,  puesta  siempre  al  servicio  de  la  re- 
ligión, ha  dado  notables  muestras  de  laboriosidad.  La 
prensa  cubana  ha  insertado  muchas  de  sus  composicio- 
nes, la  mayor  parte  en  prosa.  En  1887  fué  fundadora  en 
Las  Palmas  de  las  Conferencias  de  San  Vicente  de  Paúl. 


u 


UGARTE-BARRIENTOS  (Doña  Josefa).— Poetisa. 
Nació  en  Málaga  en  5  de  Septiembre  de  1855,  siendo  pre- 
miadas varias  de  sus  composiciones  en  Juegos  florales  y 
certámenes  de  Málaga,  Lérida,  Santiago  y  otras  capita- 
les. Ha  publicado  dos  libros  de  poesías  :  Recuerdos  de 
Andalucía  (1878);  Páginas  en  verso  (1882);  La  estatua 
yacente  (1889).  También  ha  escrito  para  el  teatro  los 
dramas  Margarita  y  El  Cautivo  y  y  tiene  inédito  el  titu- 
lado Jaime. 

En  1887  contrajo  matrimonio  en  el  conde  de  Parcent. 

URBLNA  Y  MIRANDA  (Doña  Gregoria). —Escri- 
tora. Nació  en  San  Francisco  de  California  en  1857. 
En  1877  publicó  en  la  Habana,  donde  residía  :  Novena  á 
Santa  Elena,  Emperatriz ,  y  Septenario  de  melodías 
divinas.  En  dicho  año  vino  á  la  Península,  donde  ha  pu- 
blicado :  Una  visita  al  Hospital  del  Niño  Jesús  ( 1878)  i 
Una  Madre  cristiana  (1878) ;  La  condesa  de  Orchis,  no- 
vela; Cara¿:z/aZ2,  novela  (1879);  Apuntes  históricos  sobre 
el  pueblo  hebreo  ;  Jacobo  Cook,  novela  ;  La  mujer  en  el 
siglo  XIX  (1879);  Historia  de  Galinda,  novela  (1880); 
Los  Actores  de  la  Humanidad  (1880) ;  La  Mujer  en  so- 
ciedad. También  ha  colaborado  en  La  Vos  de  Cuba,  El 
Ramillete,  La  Semana  y  otros  periódicos. 

URIARTE  (Doña  María).— Hemos  visto  algunas  poe- 
sías de  esta  señora  en  los  periódicos  de  Andalucía  (1876). 


ESCRITORAS   ESPAÑOLAS.  1 99 


V 


V'CRONWLEY  (Doña  Amalia).  — Publicó  en  1844  la 
novela  El  Nieto  del  Verdugo. 

VALDERRAMA  SÁNCHEZ  (Doña  Eloísa) .—En  i 8 66 
publicó  en  Granada  :  Aritmética  con  la  explicación  del 
sistema  métrico  y  el  de  monedas  ;  en  1875  Método  de 
lectura,  primera  y  segunda  parte. 

VALDÉS  MENDOZA  (Doña  Mercedes).  — Poetisa. 
Nació  en  la  Habana.  Publicó  una  numerosa  colección  de 
poesías  con  el  título  de  Cantos  Perdidos. 

VALENCIA  DE  LÓPEZ  NÚÑEZ  (Doña  Carolina). 
— Escritora.  Hemos  visto  su  firma  al  pie  de  poesías  y  ar- 
tículos religiosos  y  morales  en  La  Propaganda  de  Pa- 
lencia,  La  Ilustración  Católica  de  Madrid,  El  Mundo 
de  los  Niños  Y  otros  periódicos.  En  1889  fué  premiada  su 
oda  El  arpa  del  poeta  en  los  Juegos  florales  de  Palencia, 
y  actualmente  prepara  la  publicación  de  un  volumen  de 
sus  principales  poesías. 

VALLDAURA  (Doña  Ana).— V.  Santa  María. 

VALLE  (Doña  Petra  del). — Colaboradora  de  La  Se- 
mana madrileña  (1877). 

VAN-HALEN  (Doña  Margarita).— Hija  del  pintor 
de  este  apellido.  Autora  de  la  novela  Un  conde  conde- 
nado (1875). 

VELARDE  (Doña  Eulalia).— Colaboradora  de  El 
Correo  de  la  Moda  {i^y^,),  El  Cántabro  {i%Zi)  y  otros 
periódicos. 

VELASCO  (Doña  Emilia). — Ha  escrito  en  colabora- 
ción de  D.  Carlos  Yeves  un  libro  de  Economía  política  y 
labores,  declarado  de  utilidad  para  la  enseñanza  en  1884. 

VELAVIÑA  Y  WANDERLÍN  (Doña  Luisa).— Pro- 


200  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


fesora  de  Instrucción  primaria,  y  poetisa,  natural  de 
Madrid.  Ha  colaborado  en  El  Correo  de  la  Moda,  La 
Pas  de  Murcia ,  El  Porvenir  de  Santiago  y  otros  perió- 
dicos. En  1877  fué  premiada  con  un  accésit  en  los  Jue- 
gos florales  de  Murcia ,  por  su  trabajo  La  instrucción 
de  la  mujer. 

VELILLA  (Doña  Felisa). — Escribió  unos  versos  en 
la  Corona  fúnebre  de  la  poetisa  Estevarena  (1877). 

VELILLA  Y  RODRÍGUEZ  (DoñaMercedes).— Pu- 
blicó en  Sevilla  en  1873,  con  el  título  de  Ráfagas,  un 
volumen  de  poesías.  En  ^1876  dio  al  teatro  en  la  misma 
población  el  cuadro  dramático  El  Vencedor  de  si  mis- 
mo. Ha  colaborado  en  El  Gran  mundo  y  otros  perió- 
dicos. 

VENERO  BELL  VER  DE  OLLERO  (Doña  Emilia). 
—Profesora  de  instrucción  primaria,  y  directora  que  fué 
en  Valencia  del  periódico  La  Institutriz ,  autora  de  la 
obrita  Breves  nociones  de  urbanidad  para  niñas  ( 1 880). 
Murió  en  Valencia  en  i.""  de  Julio  de  1883. 

VERA  (Doña  Joaquina).— Escritora  dramática.  Ha 
dado  al  teatro  los  arreglos :  Dos  amos  para  un  criado 
(1844);  £"/  disfras  (1844);  £';2  todas  partes  hay  de  todo 
{i%'>,^)\  De  España  d  Francia  ó  una  noche  en  Vitoria 
(1858),  y  ¿Quién  es  su  madre?  (1872).  Al  tiempo  de  re- 
presentarse este  último  en  el  teatro  Martín,  de  Madrid,  la 
autora  había  fallecido,  sin  que  podamos  precisar  la  fecha. 

VERDEJO  Y  DURAN  (Doña  María  Tadea).— Poe- 
tisa aragonesa,  muerta  muy  joven  en  Julio  de  1855.  Ya 
con  su  nombre,  ya  con  el  seudónimo  de  Corina,  escribió 
muy  sentidas  poesías  en  El  Correo  de  la  Moda  y  otros 
periódicos.  También  ha  publicado:  Ecos  del  corazón  y 
La  estrella  de  la  niñez.  Ambas  obras  se  han  reimpreso 
diferentes  veces. 


ESCRITORAS   ESPAÑOLAS.  201 


VERDIER  (Doña  Ana).— Escritora  nacida  en  1848. 
Ha  publicado  las  novelas  Los  hijos  de  Margarita  (1880)» 
y  Mi  agonia, 

VERDUGO  DEARAZOZA  (Doña Pilar).— Hemos 
visto  varias  traducciones  de  novelas  francesas  hechas  por 
esta  señora  (1887). 

VEREA  Y  NÚÑEZ  (Doña  Constanza).— Colabora- 
dora de  Flores  y  Perlas  y  de  otros  periódicos.  En  1871 
se  representó  ■  en  el  teatro  Martín  de  Madrid  un  drama 
de  esta  escritora,  titulado  Luz  en  tinieblas. 

VICIANA  (Doña  María  del  Mar).— En  1860  colaboró 
en  el  Álbum  que  dedicaron  á  la  reina  Isabel  los  profeso- 
res de  instrucción  primaria  de  Madrid. 

VIDAL  (Doña  María  Nieves).— Maestra  de  instruc- 
ción primaria  de  Fonollosa.  Publicó  en  1885 :  La  educa- 
ción moral  y  El  trabajo  es  indispensable  para  la  civili- 
zación de  los  pueblos. 

VILCHES  (Condesa  de).— V.  Llano  y  Dotres. 

VILLAMARTÍN  Y  THOMÁS  (Doña  Isabel).— Escri- 
tora catalana ,  que  colaboró  activamente  en  El  Correo 
de  la  Moda  y  otros  periódicos;  concurrió  á  varios  certá- 
menes ,  siendo  premiada,  entre  otras,  su  leyenda  Clemen- 
cia Isaura  con  la  flor  natural  en  los  Juegos  florales  de 
Barcelona  en  1869.  Publicó  una  colección  de  cantares  con 
el  título  de  Horas  crepusculares.  Murió  en  el  estableci- 
miento termal  de  la  Garriga,  en  i.°  de  Octubre  de  1877, 
legando  todos  sus  premios  literarios  á  la  Virgen  de  Mon- 
serrat. 

VILLAR  DE  LA  TORRE  (Doña  Práxedes).— En  la 
ñesta  celebrada  en  la  casa  de  Cervantes  de  Valladolid  en 
23  de  Abril  de  1879  leyó  una  poesía  alusiva  áaquel  suceso. 

VISCONTI  Y  VISCONTI  (Doña  Edelmira).— Ha  pu- 
blicado en  Pontevedra  ^í:í?S(Í^/  alma,  colecciónde  poesías. 


202  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


X 


.XAMBO  (Doña  Emilia).— Publicó  en  1879,  en  el  folle- 
tín de  Las  Noticias  de  Murcia ,  una  traducción  de  la  no- 
vela de  C.  Laumier,  La  Idiota. 


Y 


YANGUAS  (Doña  Eloísa).— Ha  publicado  algunas 
poesías  en  los  periódicos  de  Zaragoza  (1883). 


ZAPATERDE  OTAL  (Doña  Rosario).— Es  autora 
de  las  obras  :  Prácticas  sociales  y  Prontuario  de  lec- 
tura y  música,  y  de  las  novelas  La  expiación  y  Madrid 
por  dentro.  Viuda  del  brigadier  Sr.  Otal,  se  consagró 
en  absoluto  al  cuidado  de  su  madre ,  y  cuando  ésta  falle- 
ció, la  Sra.  Zapater  tomó  el  velo  de  religiosa  en  el  con- 
vento de  la  Asunción  (1886). 

ZAPATERO  Y  ÁNGULO  (Doña  Prudencia).— En  la 
solemnidad  conmemorativa  celebrada  en  Valladolid  en  la 
casa  de  Cervantes,  en  23  de  Abril  de  1879,  leyó  esta  se- 
ñora una  poesía  alusiva  al  acto. 

M.  OssoRio  Y  Bernard. 


REVISTA  ULTRAMARINA 


La  conquista  del  África  comparada  con  la  de  América. — Los  españoles 
fuimos  los  primeros  en  llegar  á  las  fuentes  del  Nilo. — Stanley  y  Emin- 
bey. — Intrigas  y  manejos. — Bismark  los  complica. — Nuestros  senti- 
mientos humanitarios  y  los  de  ahora. — Historias  edificantes  de  Stanley 
y  de  ciertos  misioneros  ingleses. — Caso  ocurrido  en  la  muerte  de  Her- 
nando de  Soto.— 7w¿2w  de  la  Torre ,  por  J.  A.  de  La  valle :  folleto  impreso 
en  Lima. — Tipo  vulgar  del  conquistador  español. — Ahascal:  otro  es- 
crito del  citado  autor. — Historia  de  la  división  libertadora  del  Perú ,  por 
Gonzalo  Ruines. 


LO  que  va  de  Pedro  á  Pedro!,  podemos  sin  gran  jac- 
tancia decir  los  españoles ,  cuando  en  toda  la  pren- 
sa del  universo  mundo,  trompeta  colosal  que  así 
alienta  las  empresas  más  gloriosas ,  como  hace  públicas 
las  mayores  ignominias  é  indignidades ,  leemos  curiosí- 
sima y  edificantísima  relación  de  las  desavenencias  ocu- 
rridas entre  los  célebres  exploradores  del  África  orien- 
tal, Stanley  y  Emin-bey,  representantes  ó  más  bien 
símbolos  de  las  naciones  que  se  dan  hoy  el  pomposo  nom- 
bre de  colonizadoras;  desavenencias  principalmente  pro- 
ducidas por  pequeños  intereses,  pasiones  bajas  y  rui- 
nes propósitos.  Cierto  que  ha  sido  empresa  digna  de 
los  españoles  del  siglo  xvi  la  salvación  de  Emin-bey  por 
Stanley,  atravesando  casi  en  toda  su  longitud  el  inhos- 
pitalario y  terrible  continente  Negro,  y  burlando  las 
feroces  asechanzas  de  aquellas  innumerables  tribus  an- 


204  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


tropófagas  ;  pero  hay  que  considerar,  que  sobre  hallarse 
toda  Europa  interesada  en  tan  noble  aventura ,  lo  cual  es 
por  sí  sólo  una  fuerza  casi  omnipotente ,  la  han  ayudado 
con  30,000  libras  esterlinas  la  Compañía  formada  ad  hoc 
en  Inglaterra,  y  con  recursos  que  no  es  posible  apreciar 
todavía ,  una  suscrición  abierta  en  todas  las  ciudades  del 
Reino  Unido,  cuyos  corresponsales  y  cu^^as  relaciones 
mercantiles  representan  á  su  vez  otra  fuerza  moral  y  ma- 
terial incontrastable ,  por  todo  el  universo  escalonada. 
Trabajos  que  se  emprenden  entre  aplausos  y  con  los  bol- 
sillos repletos,  no  exigen  la  abnegación  de  los  héroes,  ni 
de  los  mártires  la  constancia. 

Sin  rebajar  un  punto  el  valor  y  la  trascendencia  de 
semejantes  esfuerzos ,  nos  es  permitido  á  los  españoles  re- 
cordar los  nuestros  en  el  orden  científico ,  y  anteponer- 
los en  el  sociológico  y  humanitario ,  ya  que  no  son  otros 
en  el  siglo  xix  los  fundamentos  y  justificantes  de  tales 
conquistas.  Si  damos  crédito  á  los  periódicos  belgas,  y  en 
particular  al  Journal  de  Briixelles,  allá  por  los  prime- 
ros meses  de  1881,  encontraron  los  exploradores  de  las 
fuentes  del  Nilo  huellas  indudables  de  expediciones  aná- 
logas emprendidas  por  dos  Jesuítas  españoles  en  el  si- 
glo XVII,  sin  otra  ayuda  que  la  de  Dios,  sin  otros  recursos 
que  su  fe  inquebrantable ,  y  sin  más  propósito  que  el  amor 
á  la  ciencia  y  la  extensión  de  los  conocimientos  geográ- 
ficos. Ni  fueron  ellos  solos  por  ventura.  Un  fraile  anónimo 
y  oscuro,  cuyo  viaje  publicó  por  primera  vez  en  1877 
el  Sr.  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada,  caminó  el  rio 
del  Nilo  ayuso,  hasta  subir  á  la  Persia,  de  donde  por  el 
Norte  de  Europa,  por  Alemania  y  Flandes ,  volvió  á  Se- 
villa ,  su  punto  de  partida.  Titúlase  este  rarísimo  docu- 
mento Libro  del  conoscimiento  de  todos  los  reynos  y  tie- 
rras y  señoríos  que  son  por  el  mundo,  escrito  por  un 


REVISTA    ULTRAMARINA.  2O5 


Franciscano  español  de  mediados  del  siglo  XIV,  y  aun- 
que no  exento  de  errores  y  fábulas  semejantes  á  las  de 
los  grandes  viajeros  antiguos  Benjamín  de  Tudela ,  Pian 
de  Carpino,  Ruisbroek,  Oderico  de  Friuli  y  John  de  Man- 
de ville,  algunos  de  sus  datos  geográficos  y  de  sus  inte- 
resantes noticias  se  están  diariamente  justificando. 

Las  empresas  españolas  posteriores,  repárese  bien, 
tenían  por  único  objeto  la  extensión  de  la  fe  y  por  con- 
siguiente de  la  civilización ,  y  arrancar  á  la  barbarie  los 
pueblos  más  bárbaros  del  mundo :  obras  á  toda  luz  que 
se  miren  dignas  de  una  raza  verdaderamente  épica,  que 
cumplía  una  misión  providencial.  No  es  más  grande  la 
que  atribuye  la  mitología  á  los  argonautas ,  y  aun  entre 
ellos  simbolizaba  el  vellocino  de  oro  la  ganancia  mercan- 
til. Nosotros,  por  regla  general,  en  los  primeros  pasos  de 
nuestras  conquistas,  nunca  hemos  pensado  en  el  vello- 
cino. Por  el  contrario:  á  los  ingleses,  como  á  los  norte- 
americanos y  alemanes ,  no  los  guía  otra  estrella  en  esta 
ocasión.  El  cálculo  de  las  toneladas  de  marfil  que  pueden 
traerse  á  Europa  como  fruto  de  los  viajes  de  Stanley  y 
Emin-bey,  ha  sido  el  cebo,  no  sólo  de  los  exploradores, 
sino  de  sus  auxiHares  filantrópicos.  Suprímase  de  los  li- 
bros de  caja  extranjeros  esta  columna  del  Debe,  y  segu- 
ramente quedará  en  blanco  la  del  Haber.  Ni  hay  suscri- 
ciones  ni  compañías.  Los  descubrimientos  geográficos  se 
dejarán  para  mejor  ocasión,  y  los  negros  seguirán  siendo 
esclavos  y  bárbaros,  hasta  que  haya  una  raza  de  Quijotes 
que  vaya  á  romper  sus  cadenas  de  barbarie  por  amor  pla- 
tónico á  la  humanidad.  Visto  el  camino  que  lleva  el  mun- 
do, pueden  esperar  sentados  los  negros  y  la  geografía. 

Cuanto  á  la  conducta  de  los  dos  apóstoles  del  progre- 
so y  de  la  buena  nueva  africana,  el  conflicto  que  han  pro- 
movido entre  las  naciones  colonizadoras  lo  prueba  por 


206  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


modo  elocuentísimo.  Acorralado  Emín-bey  en  Wadelai 
por  las  tribus  negras ,  lo  salva  de  la  muerte  de  Gordon  el 
dinero  inglés ,  representado  por  su  colega  en  filantropía 
Stanley,  que  representa  al  mismo  tiempo  el  papel  de  Me- 
fistófeles ,  aunque  con  el  carácter  extraño  de  enemigo  de 
la  raza  de  Margarita,  pues  lo  mismo  trabaja  por  Bélgica 
que  por  Inglaterra ,  con  tal  que  Emin  no  se  ponga  al  ser- 
vicio de  Alemania.  Al  decir  de  los  reporters  y  amigos 
íntimos  de  unos  y  otros ,  que  son  hasta  ahora  los  únicos 
que  han  rasgado  un  poco  el  velo  que  encubría  estas  mise- 
rias ,  Stanley  tan  pronto  obraba  por  cuenta  de  la  Bélgica 
y  del  flamante  Estado  del  Congo ,  como  por  cuenta  del 
Gobierno  inglés  y  de  los  comerciantes  de  la  City.  Si  Emin 
se  decidía  á  enarbolar  la  bandera  belga,  se  le  haría  gene- 
ral, conservando  su  gobierno  de  Wadelai ,  con  un  sueldo 
fijado  por  él  mismo,  y  un  plus  de  12,000  libras  esterlinas 
que  se  agenciaría  vendiendo  marfil  y  comerciando.  Si 
abrazaba  la  causa  de  la  Compañía  inglesa  del  África 
Oriental,  también  sería  su  boca  la  medida  de  la  ganancia; 
pero  había  de  ayudar  con  sus  tropas  á  Stanley  á  apode- 
rarse de  los  territorios  del  Sudoeste  hasta  las  orillas  del 
Victoria  Nyanza,  plantando  su  cuartel  en  Kavirondo, 
mientras  Stanley  conquistaba  el  país  de  los  Massai ,  de 
donde  le  traería  barcos  que  le  permitiesen  extenderse 
hacia  el  Uganda  y  el  Unioro ,  para  darse  la  mano  con  su 
antigua  provincia  de  Wadelai ,  y  así  la  Compañía  inglesa 
realizaría  su  sueño  dorado  de  unir  sus  posesiones  del  Sur 
de  África  con  la  cuenca  del  Alto  Nilo. 

Sin  la  ejecución  de  este  plan ,  queda  el  dominio  inglés 
reducido  á  una  faja  de  tierra  comprendida  entre  el  mar 
y  el  lago  Victoria,  de  unas  cuatrocientas  millas  de  largo 
por  menos  de  doscientas  de  ancho ;  es  decir ,  un  bocadillo 
de  pan  duro  para  los  comerciantes  ingleses ,  mientras  las 


REVISTA    ULTRAMARINA.  2O7 


posesiones  alemanas  del  Sur  del  Victoria  Nyanza  podrían, 
con  la  ayuda  de  Emin,  extenderse  hasta  las  provincias 
ecuatoriales,  ó  sea  la  cuenca  del  alto  Nilo.  El  Times, 
nada  menos  que  el  Times,  califica  de  desastre  esta  pro- 
babilidad, llegando  hasta  aconsejar  á  su  país  que  recurra 
á  la  guerra  para  impedirlo.  ¡En  pleno  siglo  xix!  Tendría 
que  ver  por  unas  cuantas  toneladas  de  marñl,  y  por  te- 
rritorios donde  la  civilización  y  el  progreso  parecen  impo- 
sibles, el  choque  de  razas  que  se  creen  tipo  del  progreso 
y  la  civilización ,  y  no  sólo  el  choque ,  sino  quizá  una  gue- 
rra europea  de  resultados  incalculables.  Habría  que  bo- 
rrar todas  las  tablas  de  derechos  que  suponen  haber 
escrito  los  pueblos  modernos,  y  rehacer  la  historia  con- 
temporánea, sobre  todo  en  lo  que  se  refiere  á  las  censu- 
ras que  desde  el  siglo  xvii  se  han  fulminado  á  España  por 
sus  procedimientos  en  la  conquista  y  colonización  de 
América. 

Pues  si  volvemos  los  ojos  á  las  complicaciones  que  en 
esta  contienda  puede  producir  la  caída  de  M.  de  Bis- 
mark,  suben  de  punto  los  peligros  del  choque  profetizado 
y  aun  deseado  por  el  Times.  Hombre  práctico  y  positivo, 
el  gran  Canciller  se  negaba  á  comprometer  al  Imperio  en 
aventuras  coloniales  antes  de  establecer  una  base  más 
sóHda  que  la  que  por  lo  visto  tiene  actualmente  la  Com- 
pañía alemana  del  África  Oriental ,  representada  por  el 
mayor  Wiseman ,  limitándose  á  obrar  de  acuerdo  con 
Inglaterra,  á  pacificar  en  lo  posible  los  territorios  ya 
ocupados,  y  á  impedir  la  trata  de  negros,  único  punto  de 
vista  civilizador  y  humanitario  que  puede  hacer  disimu- 
lables  estas  guerras  de  invasión  3^  conquista  en  la  época 
moderna.  Pero  el  Canciller  ha  caído,  y  con  él  la  política 
de  los  temperamentos  conciliadores  en  África,  según 
parece.  ¿No  será  este  suceso  la  causa  determinante  de  la 


208  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


conducta  de  Emin-bey,  que,  según  los  últimos  telegramas, 
se  decide  al  fin  por  entrar  al  servicio  de  Alemania,  vol- 
viendo la  espalda  á  Inglaterra  y  á  su  oferta  de  12,000  li- 
bras anuales....  en  marfil?  Ello  es  que,  con  el  título  de  El 
Naufragio  de  Bismark,  hemos  leído  en  un  periódico  es- 
pañol, que  se  dice  bien  informado  en  la  materia,  y  que  á 
pesar  de  su  insignificancia  puede  estarlo ,  pues  su  actitud 
en  las  cuestiones  de  Filipinas  descubre  estrechos  lazos 
con  Alemania,  un  artículo  que  atribu^^e  exclusivamente 
la  caída  del  Canciller  al  nuevo  giro  que  el  Emperador 
está  dando  á  su  política  colonial  y  á  sus  relaciones  con 
Emin-bey,  capaces  de  producir  un  conflicto  internacional, 
que  Bismark  preveía  y  evitaba,  « aleccionado  (sic)  por  los 
sucesos  de  las  Carolinas.  Por  de  pronto,  concluye  el  articu- 
lista, entre  gr¿  udes  elogios  al  personaje  caido,  ya  tene- 
mos las  protestas  de  Inglaterra  contra  los  actos  deEmin». 
Tampoco  debe  desatenderse  otro  aspecto  de  la  cues- 
tión, que  pone  muy  negros  colores  en  el  cuadro  de  estos 
Corteses  y  Pizarros  de  nuevo  cuño.  La  conducta  que 
están  observando,  sobre  todo  Inglaterra,  con  los  explo- 
radores modestos  que  representan  naciones  humildes, 
porque  no  pueden  apoyarlos  con  numerosas  escuadras 
y  grandes  ejércitos,  es  más  que  censurable,  indigna. 
Á  pocos  pueblos  deben  tanto  la  civilización  y  la  cien- 
cia como  á  holandeses  y  portugueses.  Estos  últimos  en 
África  tienen  una  historia  verdaderamente  gloriosa,  has- 
ta el  punto  de  disputarnos  el  descubrimiento  del  Río 
del  Oro  en  el  siglo  xiv,  y  habérsenos  anticipado  en  la 
India  Oriental  por  el  Cabo  de  las  Tormentas  y  el  es- 
trecho de  Magallanes.  Sabido  es  igualmente  que  hasta 
han  sacrificado  la  vida  de  sus  reyes  por  introducir  la 
civiUzación  y  el  Cristianismo  en  África.  Mientras  sólo 
se  trataba  de  hacer  sacrificios  gloriosos  y  expediciones 


REVISTA    ULTRAMARINA.  20^ 


científicas ,  Portugal  ha  obtenido  benevolencia  y  aplauso 
de  sus  carísimos  protectores  los  comerciantes  ingleses ; 
pero  llega  á  entreverse  la  posibilidad  de  cargar  de  mar- 
fil unos  cuantos  barcos ,  y  la  escena  cambia  por  completo. 
Los  servicios  portugueses  á  la  humanidad  no  merecen  el 
premio  de  anexionarse  un  pequeño  terreno  comprendido 
entre  Sofala  y  el  Atlántico ,  porque  la  Compañía  inglesa 
del  África  del  Sur  lo  considera  comprendido.... ,  no  en  sus 
territorios,  sino  en  la  zona  de  su  influencia ,  y  no  podrá 
cumplir  su  misión  civilizadora  si  la  navegación  del  Zam- 
bezé  ha  de  estar  intervenida  por  Portugal.  De  aquí  el 
conflicto  que  estamos  presenciando  y  que  tanto  conmueve 
al  vecino  reino ,  hasta  poner  en  peligro  sus  instituciones. 
Nada  más  sofístico  que  el  texto  literal  de  las  declaraciones 
inglesas.  «El  Zambezé,  que  es  una  gran  vía  comercial  é 
» internacional,  debe  pertenecer  á  la  Gran  Bretaña,  única 
» potencia  que  está  resuelta  á  reprimir  la  trata  de  escla- 
» vos ,  en  lugar  de  favorecerla,  como  han  hecho  hasta  aquí 
»los  portugueses.»  Calumnia  infame  en  este  siglo,  pues 
los  portugueses  han  dejado  de  consentir  en  Cabo  Verde 
la  caza  de  esclavos  ,  acaso  antes  que  los  ingleses  dejaran 
de  explotarla,  dedicando  casi  todos  sus  barcos  á  llevar 
carne  negra  á  América,  y  toda  su  influencia  á  arrancar 
á  España  privilegios  para  este  humanitario  comercio. 
Cansada  está  la  historia  de  repetir  que  los  ingleses  se  hi- 
cieron abolicionistas  por  haberles  negado  Felipe  V  aquel 
privilegio.  Para  indemnizarse  de  tan  honrosa  pérdida,  se 
quedaron  con  Gibr altar. 

La  Compañía  belga,  finalmente,  encuentra  en  ellos  aná- 
logas dificultades,  desde  que,  puesta  bajo  la  protección 
real,  puede  llegar  á  ser  un  obstáculo  á  sus  miras  absor- 
bentes. Ya  el  Nord  de  Bruselas,  con  finísima  sátira,  hizo 
observar  que  el  Transvaal  y  el  Estado  libre  de  Orange 

14 


2IO  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


debían  desaparecer  arrollados  por  la  emigración  anglo- 
sajona ,  á  causa  de  que  los  boers  son  inhumanos ,  esclavis- 
tas por  temperamento ,  maltratan  á  los  cafres  y  no  tienen 
condición  alguna  para  ejercer  influencia  moralizadora. 
Este  mal  trato  á  los  cafres  nos  recuerda  el  que  dan  los 
ingleses  á  todas  las  razas  que  dominan.  El  que  no  ha  visto 
en  el  puerto  de  Hong-kong  (como  en  tantas  otras  partes) 
á  los  simples  commis  de  las  fondas  abrirse  paso  entre  los 
barqueros  chinos,  haciendo  el  molinete  con  sus  rotens  de 
puño  de  plata,  á  costa  de  cabezas  rotas  y  brazos  magulla- 
dos ,  puede  dar  crédito  á  los  alardes  del  humanitarismo 
inglés,  que  sólo  existe  en  los  libros  y  en  los  periódicos. 

Por  no  extendernos  demasiado  en  esta  cuestión  ,  hoy 
para  nosotros  incidental ,  terminaremos  copiando  dos 
documentos  fresquísimos ,  uno  acerca  de  la  conducta  en 
África  de  ese  mismo  Stanley ,  publicado  en  Enero  de  este 
año  por  toda  la  prensa ,  y  cierta  historia  ediñcante  de  los 
misioneros  ingleses  en  Blantyre,  contada  por  la  prensa 
de  Lisboa  y  no  desmentida  por  la  de  Londres.  Dice  así 
el  primer  documento  : 

«  Una  nota  discordante  ha  venido  á  alterar  la  armonía 
en  el  concierto  general  de  elogios  que  toda  Inglaterra  tri- 
buta á  Stanley  con  motivo  de  su  próximo  viaje  á  Londres. 

»  John  Burns,  el  popular  caudillo  socialista  de  la  capi- 
tal, en  su  calidad  de  miembro  del  Consejo  del  condado 
de  Londres ,  ha  protestado  enérgicamente  contra  el  reci- 
bimiento que  la  corporación  pensaba  hacer  al  explorador 
de  África. 

«Stanley— dijo— no  ha  hecho  nada  por  la  civilización 
»en  su  último  viaje  en  socorro  de  Emin.  Su  único  objeto 
»al  emprender  la  expedición,  era  traer  160,000  toneladas 
» de  marfil  para  favorecer  el  egoismo  mercantil  de  la  Com- 
»pañía  inglesa  del  África  Oriental.  Con  esta  sola  mira  ha 


REVISTA    ULTRAMARINA.  211 


•  sacrificado  Stanley  en  África  tantas  vidas,  dejando  cu- 
»biertos  los  senderos  de  las  selvas  con  los  huesos  de  sus 
» compañeros,  haciendo  ejecutar  sumariamente  á  cuantos 
» estorbaban  la  realización  de  sus  planes,  exponiendo  á  los 

•  mayores  peligros  centenares  de  existencias,  sin  excep- 
»tuar  la  suya,  con  un  heroismo  rayano  en  fatuidad. 

» Si  de  paso  ha  hecho  algunos  descubrimientos  geo- 
» gráficos ,  ha  sido  puramente  obra  del  azar ,  pues  en  su 
» expedición  no  le  ha  guiado  ningún  pensamiento  científico 
»ni  humanitario.  Su  conducta  con  los  indígenas  de  África 
»ha  dado  siempre  la  razón  á  los  que  le  acusan  de  cometer 

•  crueldades  injustificadas  é  inútiles.  Yo  he  vivido  por  es- 
» pació  de  un  año  entre  aquellos  indígenas ,  y  nunca  he 
» comprendido  la  necesidad  de  los  castigos  corporales.  Los 

•  procedimientos  de  Stanley,  desde  hace  dos  años,  han 

•  hecho  asomar  el  rubor  al  rostro  de  más  de  un  explora- 
» dor  del  continente  africano. » 

» Fácilmente  puede  imaginarse  el  efecto  que  produci- 
ría este  discurso  pronunciado  en  el  seno  de  una  asamblea 
de  admiradores  del  gran  viajero.  El  presidente  del  Con- 
sejo del  condado,  lord  Roseberry  ^  se  negó  á  llamar  al 
orden  al  orador,  como  algunos  pedían,  declarando  que 
eso  sería  infringir  el  reglamento. 

»Por  último:  uno  de  los  miembros  del  Consejo  propu- 
so que  se  abandonara  toda  idea  de  recibimiento  solemne, 
á  fin  de  evitar  discusiones  poco  edificantes  sobre  una 
personalidad  tan  eminente  como  la  de  Stanley. » 

La  edificante  historia  á  que  nos  hemos  referido  en 
segundo  lugar  es  la  siguiente  : 

«Lisboa  i 8  de  Enero  de  1890  (5  tarde). 

» La  prensa  lisbonense  pubHca  hoy  un  documento  no- 
table ,  que  muestra  cómo  llevan  los  ingleses  al  África  su 


212  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


misión  civilizadora.  Trátase  de  los  sacerdotes  estableci- 
dos en  Blantyre.  Un  subdito  inglés  ,  Mr.  Mac  Gregor,  se 
presentó  al  Gobernador  general  portugués ,  reclamando 
oficialmente  el  apoyo  de  su  autoridad,  en  nombre  de  la 
humanidad ,  para  que  persiguiera  á  unos  misioneros  ingle- 
ses ,  y  relatando  hechos  verdaderamente  horribles  lleva- 
dos á  cabo  por  las  misiones  inglesas. 

»Un  ejemplo  entre  varios: 

>»Un  pobre  negro  iba  camino  de  Blantyre,  llevando 
»una  caja;  á  los  pocos  pasos  sintióse  muy  enfermo,  y 
»en  la  imposibihdad  de  seguir  su  camino,  volvió  á  la 
«ciudad  de  donde  salía,  ocultando  la  caja  entre  un 
«boscaje. 

«Vuelve  á  seguir  su  camino  trabajosamente,  pero  cae 
» rendido  por  el  mal  cerca  de  un  riachuelo ,  donde  poco 
«después  lo  hallan  los  individuos  de  la  misión  inglesa. 
«Algo  debieron  saber  los  de  la  misión  sobre  la  caja  que 
«el  pobre  negro  llevaba,  porque  le  preguntaron  en  cuál 
«sitio  la  había  dejado. 

— «La  he  escondido  temiendo  que  me  la  robaran. 

—«¿Dónde  está?— preguntaron  los  de  la  misión. 

«El  negro  se  niega  á  revelar  el  sitio  en  que  la  caja  es- 
«taba,  los  misioneros  amenazan,  el  indígena  suplica ,  y 
«ante  la  tenacidad  de  éste,  los  misioneros  le  dan  hasta 
«doscientos  palos.  En  el  estado  del  mísero  negro,  los  pa- 
«los  acabaron  con  él.  Muerto  el  infeliz,  los  misioneros 
«fueron  á  buscar  la  caja,  que  estaba,  con  efecto,  donde  a 
^fortiori  había  declarado  el  negro. 

«  Otro  caso  :  apareció  muerto  un  negro  servidor  de  la 
«misión.  Sospechan  en  ella  que  otro  indígena  fuera  el 
«matador,  se  apoderan  de  él  y  le  atan,  atormentándole 
«cruelmente.  El  negro  acusado  protesta  enérgicamente 
«de  su  inocencia,  y  pide  misericordia.  En  vano  ;  los  in- 


REVISTA    ULTRAMARINA.  213 


agieses  le  ordenan  abrir  una  fosa,  al  borde  de  la  cual  le 
» obligan  á  arrodillarse. 

»E1  superior  de  la  misión,  desoyendo  las  lamentacio- 
» nes  del  cuitado ,  lee  indiferente  en  su  libro  las  oraciones 
»de  difuntos,  y,  terminadas,  manda  cargar  armas.  So- 
» brevino  un  momento  horrible  :  el  negro  pidió  piedad ,  el 
» pelotón  disparó,  y  el  desdichado  cayó  moribundo  junto 
»al  hoyo.  No  había  muerto  aún,  y  el  superior,  dejando  el 
» santo  libro  y  cogiendo  un  revólver,  acabó  inhumana- 
» mente  con  aquel  pobre  hombre.... > 

Hará  esa  lectura  indudablemente  recordar  á  todos 
los  españoles  el  coro  de  insultos  con  que  los  extranje- 
ros han  pretendido  oscurecer  la  gloria  de  nuestra  con- 
quista de  América ,  por  haberla  alcanzado  sin  ayuda 
ajena,  por  nuestro  propio  esfuerzo  y  con  nuestros  re- 
cursos propios.  Las  evoluciones  de  los  tiempos  y  de 
las  ideas  nos  están  dando  la  razón  en  tantas  cosas, 
que  puede  en  ésta  pronosticarse  ya  sin  recelo  un  nuevo 
triunfo  moral  y  material  para  España.  Á  pesar  de  sus 
defectos  y  sus  debihdades  comunes  á  la  naturaleza  hu- 
mana ,  y  á  pesar  del  espíritu  del  siglo  xvi ,  en  que  aca- 
baban las  naciones  de  salir  de  la  llamada  barbarie  de 
la  Edad  Media,  los  soldados  de  Cortés  y  Pizarro  van  á 
resultar  más  humanos,  más  civilizadores  y  más  hom- 
bres á  la  moderna ,  por  decirlo  todo  con  una  frase  grá- 
fica, que  los  ingleses  de  Stanley  y  los  evangelizadores  de 
Blantyre.  Día  llegará  muy  pronto  en  que  puedan  com- 
pararse historias  con  historias,  y  los  americanos,  como 
Bustamante ,  que  han  escrito  Los  horrores  de  Cortés,  los 
franceses ,  que  les  han  hecho  coro ,  como  Brasseur  de 
Bourbourg ,  y  tantos  otros  escritores  extranjeros ,  se  sien- 
tan más  inclinados  á  la  benevolencia  del  abate  Niux  que  á 
la  exageración  del  P.  Las  Casas.  Hoy  por  hoy  hemos  de 


214  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


concluir  recordando,  respecto  á  la  humanidad  y  los  pro- 
cedimientos con  los  indígenas,  un  caso  que  cuenta. El Jidal- 
go  de  Elvas  en  su  Rela^am  verdadeira  dos  trabalhos  qiie 
ho  gobernador  D.  Fernando  de  Sonto  e  certos  fidalgos 
portugueses  passaron  no  descobrimento  da  provincia 
da  Froeida,  historiador  que  preferimos  al  Inca  Garcilaso 
y  á  otros  panegiristas  de  Hernando  de  Soto,  por  ser 
émulo  de  las  glorias  españolas  y  por  su  laconismo  y  se- 
veridad. Los  ingleses  que  en  Dahomey  han  tolerado  y  to- 
leran los  grandes  sacrificios  humanos  que  hace  la  corte 
en  sus  fiestas ,  debieron  tener  presente  el  trance  apuradí- 
simo en  que  se  vio  Luis  de  Moscoso  cuando ,  para  ocultar 
la  muerte  de  Hernando  de  Soto,  manifestó  á  los  indios  que 
había  subido  al  cielo  por  unos  días ,  sin  poder  engañarlos 
á  todos,  pues  el  cacique  de  Gachoya  «teve  para  sí  que  era 
»morto  e  mandóse  allí  trazer  dous  indios  mancebos  e  ben 
»dispostos:  e  disse  que  ho  uso  da  quella  térra,  era  quando 
»  algum  senhor  falecía ,  matarem  indios  para  ho  acompa- 
» nharem  e  servirem  no  caminho  e  pera  isso  por  seu  man- 
» dado  eran  aquelles  allí  viudos ,  e  disse  á  Luys  de  Mos- 
»coso  que  Ihes  mandasse  cortar  as  caberas  pera  que 
»fossen  acompanhar  e  servir  á  seu  hirmao  e  senhor  (Así 
«llamaba  el  Cacique  á  Hernando  de  Soto).  Luys  de  Mos- 
»coso  Ihe  disse  que  ho  Gobernador  nam  era  morto,  mas 
»que  habia  ido  ao  ceo,  e  que  de  seus  soldados  christianos 
» levara  os  que  le  bastaban  para  seu  servido;  que  le  ro- 
»gaba  que  mandase  soltar  aquellos  indios  e  dahi  em 
-odiante  nam  custumasse  tao  mao  custume:  logo  os  man- 
»dou  soltar  é  que  se  fossen  á  suas  casas». 
V  De  los  trabajos  y  fatigas  sufridos  por  Hernando  de 
Soto  y  su  gente  en  el  descubrimiento  del  mar  del  Sur  y 
paso  de  los  Andes ,  aunque  la  ocasión  se  nos  brinde  tan 
propicia,  no  haremos  otra  cosa  que  este  recuerdo  ligero 


REVISTA    ULTRAMARINA.  21  ^ 


para  contrastarlo  con  las  ponderaciones  y  ditirambos 
que  se  dedican  á  los  exploradores  del  Alto  Nilo ,  máxime 
debiendo  de  ocuparnos  ahora ,  por  caer  perfectamente 
en  la  esfera  de  nuestro  propósito ,  en  una  bien  escrita  mo- 
nografía que  con  el  título  de  Juan  de  la  Torre,  uno  de 
los  trece  de  la  isla  del  Gallo,  ha  publicado  en  Lima 
D.  J.  A.  deLavalle,  correspondiente  de  la  Academia  de  la 
Historia,  la  cual  empieza  con  este  valiente  cuadro,  traza- 
do por  Prescott  en  su  Historia  de  la  conquista  del  Perú : 

«Tirando  Pizarro  de  la  espada  trazó  con  ella  una  línea 
» sobre  la  arena  de  Oriente  á  Poniente ,  y  volviéndose  al 
» Mediodía  :  — Amigos  y  compañeros ,  exclamó;  en  este 
»lado  están  los  trabajos,  el  hambre,  la  desnudes ,  las 
» lluvias  y  las  tormentas,  el  desamparo  y  la  muerte :  en 
» aquél  la  holgura  y  el  placer  :  allí  está  el  Perú  con  sus 
y>  riquezas ,  aquí  Panamá  y  sus  miserias:  escoja  cada 
»  cual  lo  que  más  propio  estime  de  un  valiente  castella- 
^  no  y  que  por  mi  parte  voyme  al  Sur. y*  Y  así  diciendo, 
atravesó  la  línea....,  siguiéndole  trece  compañeros  más, 
de  los  cuales  dice  el  historiador  norte-americano ,  « que 
» cercados  de  los  mayores  trabajos  que  pudo  el  mundo 
» ofrecer  á  hombres  y  que  estando  más  para  esperar  la 
^muerte  que  las  riquezas  que  se  les  prometían,  todo  lo 
•^pospusieron  á  la  honra  y  siguieron  á  su  capitán  y  cau- 
y>dillo,para  ejeinplo  de  lealtad  en  lo  futuro» . 

Los  trece  de  la  fama  fueron  llamados  éstos  que  se 
quedaron  con  Pizarro  en  la  isla  del  Gallo ,  entre  los  cua- 
les se  hallaba  Juan  de  la  Torre,  protagonista  de  la  exce- 
lente monografía  publicada  por  el  Sr.  Lavalle,  dignos 
rivales  todos  de  aquellos  doce  pares  de  Cario  Magno, 
que  llenaron  el  mundo  antiguo  con  el  nombre  de  los  ca- 
balleros de  la  Tabla  Redonda.  Entre  los  del  Perú  sólo 
había  un  extranjero,  Pedro  de  Candía,  natural  de  la  isla 


2l6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


de  Creta.  Comparadas  con  estas  escenas  las  de  África, 
donde  se  ofrecen  á  Emin-bey  60,000  pesos  al  año  sobre  un 
sueldo  de  gobernador,  y  donde  todo  el  mundo  civilizado 
auxilia  moral  ó  materialmente  á  la  empresa ,  hay  que  ex- 
clamar nuevamente  :  ¡Lo  que  va  de  Pedro  á  Pedro! 

Y  sin  ser  de  los  primeros  Juan  de  la  Torre ,  tanto  que 
en  la  lista  de  los  Trece  figura  el  último,  todavía  hizo  otras 
cosas  dignas  de  memoria  ,  que  merecen  muy  bien  el  tra- 
bajo biográfico  que  el  Sr.  Lavalle  le  ha  dedicado.  So- 
bre permanecer  ajeno  á  las  guerras  civiles  entre  Pizarro 
y  Almagro,  ocupando  su  actividad  y  luces  en  la  funda- 
ción de  la  ciudad  de  Arequipa ,  donde  fué  primer  alcalde , 
fautor  de  Ordenanzas  y  obras  de  policía,  gran  virtud 
en  aquellos  tiempos,  al  ser  asesinado  Pizarro  en  1541» 
se  puso  al  lado  del  nuevo  gobernador  Vaca  de  Cas- 
tro ,  asistiendo  á  la  batalla  de  Chupas ,  tan  funesta  á  Al- 
magro el  Mozo  y  sus  partidarios,  debajo  del  estandarte 
real,  con  armas  y  caballo  á  su  costa  y  minción  ;  lealtad 
que  no  quebrantó  ni  una  sola  vez  en  las  posteriores  dis- 
cordias ,  que  le  proporcionaron  ocasión  de  repetir  la  ha- 
zaña de  Guzmán  el  Bueno ,  con  mengua ,  tal  vez  de  las 
leyes  de  la  sangre  y  de  la  humanidad.  Fué  el  caso,  que  en 
el  alzamiento  de  Francisco  Hernández  Girón ,  tomó  parti- 
do con  los  rebeldes  su  propio  hijo  primogénito,  Juan  de  la 
Torre  el  Mozo ,  mientras  el  anciano  caudillo  de  los  Trece 
salía  huyendo  de  Arequipa,  sublevada  por  Girón,  á  unir- 
se con  el  ejército  y  estandarte  real,  como  buen  caballero, 
asistiendo  padre  é  hijo  en  Octubre  de  1 5  54  á  la  batalla  de 
Pucará,  en  que  Juan  el  Mozo  cayó  prisionero,  y  fué  ajus- 
ticiado en  garrote,  sin  que  el  viejo  interpusiera  en  modo 
alguno  su  legítima  inñuencia  para  salvarle ,  antes  decía 
«  que  avia  sido  traydor  a  su  rey  e  señor,  e  que  no  merescia 
»que  se  le  otorgase  la  vida»,  y  aun  testigos  fidedignos, 


REVISTA    ULTRAMARINA.  21  7 


alegados  por  el  moderno  historiador  peruano,  añaden : 
«que  el  dia  en  que  auian  fecho  justicia  del  dycho  su  hijo, 
»el  dycho  Joan  de  la  Torre  el  Viejo,  en  lugar  de  luto,  se 
»auia  vestido  de  grana».  Extremo  riguroso,  en  verdad, 
que  le  censuran  con  razón  grandísimamente  sus  propios 
amigos  y  paisanos,  Lorenzo  de  Aldana  y  Gómez  de  Solís. 
Espejo  nunca  empañado  de  lealtad ,  y  recio  y  duro  como 
un  roble ,  á  pesar  de  sus  fatigas  en  la  isla  del  Gallo  y  en 
las  civiles  contiendas  ,  vivió  Juan  de  la  Torre  más  de  cien 
años  sin  salir  de  la  modesta  esfera  de  uno  de  tantos  es- 
pañoles como  descubrieron  y  conquistaron  el  Nuevo 
Mundo.  Es  de  suponer  que  á  hombres  semejantes  no  fal- 
tarían Stanleys  que  les  ofrecieran  muchos  miles  de  pesos 
y  muchas  encomiendas  de  indios ,  en  vez  de  esterlinas  y 
cargas  de  marfil ,  por  hacer  traición  á  sus  deberes  ;  pero 
nuestros  antepasados,  cuando  la  hacían,  la  hacían  de 
balde,  y  por  puro  amor  á  la  discordia  y  á  la  guerra. 

No  creemos  con  esto  pagada  nuestra  deuda  literaria 
con  el  Sr.  Lavalle,  pues  entre  sus  curiosos  escritos  de 
carácter  biográfico ,  interesantes  para  España ,  hallamos 
una  monografía  consagrada  al  penúltimo  virrey  del  Perú, 
Abascal,  personaje  digno,  en  efecto,  de  estudio  más  pro- 
fundo que  el  que  hasta  ahora  le  han  dedicado  nuestros 
historiadores ,  porque  establece  así  como  cierta  solución 
de  continuidad  entre  los  hombres  de  la  España  antigua  y 
la  moderna.  Cabe  tanto  mejor  en  el  artículo  presente  el 
análisis  de  este  trabajo,  cuanto  que  las  circunstancias 
dificilísimas  que  rodearon  al  marqués  de  la  Concordia, 
al  resistir  por  sí  solo  la  insurrección  de  toda  la  América, 
a^'  como  las  que  pusieron  á  prueba  su  lealtad  monár- 
quica ,  semejan  no  poco  á  las  de  esos  aventureros  de  las 
fuentes  del  Nilo ,  que  miramos  propensos  á  las  tentaciones 
de  la  deslealtad  y  la  codicia  en  medio  de  las  asechanzas  de 


21 8  LA    ESPAÑA    MODERNA, 


la  muerte ,  que  tanto  ennoblecen  y  purifican  el  espíritu 
humano  en  hombres  como  Abascal.  Ha  de  permitirnos 
igualmente  la  Biografía  de  éste  volver  los  ojos  á  un  libro 
de  grande  interés  histórico  que  el  Sr.  Gonzalo  Bulnes 
publicó  en  Santiago  de  Chile  en  1888,  bajo  el  título  de 
Historia  de  la  expedición  libertadora  del  Perú  (1817- 
1822),  dos  volúmenes  en  4.'',  que  comprenden  la  historia 
del  gobierno  de  aquel  General  como  lógico  antecedente. 
Ni  padece  gran  detrimento  nuestro  plan  de  estudios  crí- 
ticos de  la  literatura  americana  porque  atendamos  en 
esta  ocasión  con  preferencia  al  espíritu  de  ciertas  publi- 
caciones ,  relacionándolo  con  acontecimientos  contempo- 
ráneos ó  con  cosas  y  personas  de  las  que  llama  la  prensa 
periódica  de  actualidad,  toda  vez  que,  aunque  sea  ligera- 
mente bosquejado,  se  ofrece  así  al  lector  ,  en  sus  líneas 
principales,  el  cuadro  de  las  relaciones  intelectuales  que 
hoy  median  entre  América  y  España,  objetivo  principal 
de  nuestros  trabajos,  según  habrá  podido  observarse  en 
los  artículos  anteriores.  Por  ser  á  toda  luz  inconmensu- 
rable el  espacio  que  tenemos  que  recorrer,  cúmplenos 
otra  advertencia  :  erraría  mucho  el  que  creyese  termi- 
nado nuestro  estudio  de  un  libro,  de  un  personaje  ó  de 
un  suceso,  por  verlo  comprendido  á  la  ligera  en  nuestras 
Revistas  ,  pues  volverá  á  ocupar  seguramente  nuestra 
atención  cuantas  veces  sea  necesario  ,  á  medida  que  las 
circunstancias  ó  los  sucesos  lo  enlacen  con  nuestro  pen- 
samiento. La  conveniencia  de  dar  variedad  y  agrado  á 
escritos  homogéneos  y  de  suyo  desabridos  ,  pesa  mucho 
también  en  nuestro  ánimo  para  inclinarnos ,  ora  á  la  ge- 
neralización ,  ora  al  concretismo ,  ora  al  análisis ,  ora  á 
la  síntesis.  Ni  historia  ni  crítica  hacemos  exclusivamente, 
sino  ambas  cosas  á  la  vez,  y  si  resultara  filosofía  polí- 
tica enderezada  á  fundir  en  uno  los  ideales  hispano- 


REVISTA    ULTRAMARINA.  2I9 


americanos,  sería  para  nosotros  miel  sobre  hojuelas. 
Representó  Abascal  á  su  llegada  á  Lima  en  1806  aná- 
loga evolución  á  la  que  estaban  sufriendo  las  ideas  en 
España  y  en  América ,  pues  su  antecesor  en  el  virreinato, 
el  marqués  de  Aviles,   era  de  estos  hombres  que  por  su 
beatitud  y  ñoñería,  ganan  el  cielo  perdiendo  la  tierra.  El 
ilustre  escritor  Vicuña  Mackena,  tan  poco  amigo  de  los 
españoles ,  á  pesar  de  la  justicia  que  hacemos  á  su  mérito, 
ha  confesado  en  su  Revolución  del  Perú  de  i8og  á  i8ig, 
que  el  sagaz  y  oportuno  Abascal ,  por  su  energía  y  su  es- 
píritu conciliador,  «era  quizá  la  única  valla  que  contenía  en 
»el  Perú  el  raudal  (revolucionario)  que  lo  inundaba  por 
» todas  sus  fronteras » ;  y  lo  contenía  con  prudentes  conce- 
siones y  hábiles  y  bien  entendidas  reformas.  La  de  cemen- 
terios, la  de  enseñanza  y  la  creación  del  Colegio  de  medi- 
cina, fueron  sus  alardes  de  gobernador,  ínterin  los  sucesos 
del  año  de  8  y  la  Revolución  española  le  obligaban  á  des- 
envainar su  espada  de  general  y  empuñar  su  bastón  de 
virrey.  En  esta  ocasión,  dice  elSr.  Lavalle,  confirmando 
indicaciones  de  muchos  escritores,  se  hicieron  á  A^bascal 
vivas  instancias  para  que  se  ciñese  la  corona  del  Perú, 
alentándole  á  ello ,  no  sólo  la  opinión  pública ,  sino  el  mis- 
mo Carlos  IV,  cuando  le  escribía  que  no  obedeciese  á 
Fernando  VII,  mientras  el  primer  Bonaparte  le  colmaba 
de  honores  y  lisonjas  y  la  princesa  del  Brasil  le  confiaba 
sus  poderes  :  «Mas  el  noble  anciano,  dice  el  biógrafo,  no 
»se  dejó  deslumhrar  por  el  brillo  de  una  corona  ;  con  las 
» lágrimas  en  los  ojos  cerró  sus  oídos  á  la  voz  del  que  ya  no 
» era  su  rey ;  despreció  indignado  los  favores  del  usurpador 
» de  la  patria ,  y  llamó  respetuosamente  á  su  deber  á  la 
» hermana  de  Fernando».  El  13  de  Octubre  de  1808  un 
grito  inmenso  de  admiración  y  entusiasmo  acogió  las  no- 
bles palabras  del  vaHente  anciano,  que  desde  el  balcón 


220  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


del  palacio  de  los  virreyes  de  Lima  proclamaba  al  Perú 
por  Fernando  VIL  Su  propio  secretario  esperaba  que 
allí  naciese  la  dinastía  de  los  Abascales. 

Cuando  la  prisión  del  rey  en  Valengay ,  coincidiendo 
con  los  trabajos  de  los  filibusteros  y  de  las  logias  masóni- 
cas, facilitaron  pretexto  á  los  americanos  para  constituirse 
en  juntas  provinciales ,  que  la  de  Cádiz ,  en  su  ignorante 
candidez,  estimulaba,  considerándolas  focos  de  patriotis- 
mo y  lealtad,  el  Perú  permaneció  tranquilo,  á  pesar  de  las 
escasísimas  fuerzas  del  ejército  real.  Caído  muy  pronto  el 
mentiroso  antifaz  de  las  Juntas ,  según  la  feliz  expresión 
delSr.  Lavalle,  Caracas,  Quito,  la  Paz,  Santiago  y  Buenos 
Aires  aparecieron  en  plena  insurrección  contra  la  Metró- 
poli ,  obligando  al  Virrey  á  dividir  sus  tropas ,  en  términos 
que  resulta  homérica  la  serie  de  pasajeros  triunfos  que  ob- 
tuvo. «Prescíndase  por  un  momento  de  toda  pasión,  ex- 
»  clama  noblemente  aquí  el  escritor  chileno ;  y  admiremos 
»sin  reserva  al  hombre  que  en  lucha  con  el  destino,  que 
»  había  marcado  la  horade  la  independencia  de  América  en 
»  el  reloj  del  tiempo ,  logró  aplazar  á  fuerza  de  audacia  y 
»  de  energía  la  ejecución  de  su  inexorable  sentencia.» 

Desde  esta  primera  faz  de  la  revolución  americana, 
hasta  el  7  de  Julio  de  181 6,  en  que  Abascal  entregó  el  Perú 
á  su  sucesor  en  el  virreynato  el  general  Pezuela ,  un  libro 
entero  del  Sr.  Bulnes,  no  menos  encomiástico  é  impar- 
cial, nos  da  cuenta  día  por  día  de  los  esfuerzos  titánicos 
del  anciano  Virrey  para  sostener  su  difícil  situación ,  que 
acaso  más  que  nadie  creía  insostenible ,  y  por  eso  la  aban- 
donó en  el  primer  momento  en  que  pudo  creerla  desemba- 
razada ,  pretextando  los  achaques  de  sus  setenta  años  (se- 
tenta y  tres,  dice  el  Sr .  Bulnes),  y  de  una  llaga  que  tenía  en 
la  pierna,  sin  contar  el  amor  de  su  única  hija  que  se  había 
casado  y  vuelto  á  España.  Con  harto  sentimiento  renun- 


REVISTA    ULTRAMARINA.  22 


ciamos  á  recoger  de  las  páginas  del  Sr.  Bulnes,  tan  ricas 
de  color  como  pobres,  tal  vez,  de  estilo,  curiosos  datos 
de  los  trabajos  masónicos  que  se  hacían  en  España  para 
fructificar  en  el  Perú ,  así  á  la  sombra  de  las  Cortes  de 
Cádiz  como  de  las  banderas  de  nuestro  ejército,  donde 
sirvieron  hasta  1812  muchos  americanos,  después  gene- 
rales y  revolucionarios  en  su  patria,  como  San  Martín, 
O'Higgins,  y  el  mismo  Bolívar,  y  aunque  hemos  repro- 
ducido en  otro  artículo  las  confesiones  de  Pueyrredón 
á  este  propósito,  algunas  de  la  Historia  de  la  expedición 
libertadora  del  Perú  no  deben  quedar  en  olvido.  «La 
»idea  de  la  masonería  política  como  palanca  revoluciona- 
»ria  aplicada  á  América ,  dice  el  escritor  citado  en  la 
«página  17  del  tomo  primero,  no  es  de  San  Martín,  sino  de 
» Miranda,  quien  le  dio  cuerpo  en  el  siglo  pasado,  fun- 
»  dando  en  Londres  una  logia  para  independizar  (¡qué 
» verbo,  santo  Dios!)  á  Venezuela.  De  aquí  tomó  pie  otra 
» institución  análoga,  que  se  formó  en  Europa  á  principios 
»  de  este  siglo ,  con  el  nombre  de  Sociedad  Lantaro  ó  de 
^los  caballeros  racionales ,  destinada  á  sublevar  la  Amé- 
»rica.  Tenía  su  centro  en  Londres  y  una  de  sus  ramifica- 
» clones  ó  ventas  en  Cádiz. » 

Con  ser  esta  palanca  tan  poderosa,  ni  la  ayuda  de  In- 
glaterra y  los  flamantes  Estados  Unidos ,  ni  la  misma  su- 
blevación de  nuestro  ejército  en  las  Cabezas  de  San  Juan, 
hubieran  probablemente  hecho  morder  el  polvo  al  mar- 
qués de  laConcordia  si  en  el  gobierno  del  Perú  continuara. 

Dedúcese  de  ese  dato  y  de  los  que  ya  hemos  dado  en 
otros  artículos ,  que  Pueyrredón  primero ,  y  San  Martín 
después ,  ó  ambos  á  un  tiempo ,  llevaron  la  masonería  á 
las  orillas  del  Plata  ;  pero  este  último  hizo  más  por  la  in- 
dependencia, organizando  el  ejército  de  Chile  á  la  manera 
masónica,  si  bien  quizá,  por  esta  misma  causa,  por  haber 


222  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


establecido  un  régimen  severo  en  aquellas  tropas  allega- 
dizas ,  no  perdieron  su  fuerza  tan  pronto  las  ideas  autori- 
tarias y  monárquicas,  que  tanta  remora  habían  de  ser  á  la 
consolidación  de  la  República  en  los  primeros  años  de  su 
triunfo.  También  lo  dilató  no  poco  el  general  arequipense 
D.  José  Manuel  de  Goyeneche,  después  conde  de  Guaqui, 
leal  servidor  de  España,  que  desplegó  condiciones  de 
gran  soldado,  un  tanto  oscurecidas  por  sus  instintos  de 
crueldad,  que  autorizaron  las  represalias  del  demagogo 
Castelli  en  Córdoba,  cuando  fusiló  al  virrey  de  Buenos 
Aires  D.  Santiago  Liniers,  depuesto  por  la  Junta,  al  ge- 
neral Nieto ,  al  coronel  Córdoba  y  al  intendente  Sanz . 

Los  varios  trances  de  la  guerra  y  la  situación  angus- 
tiosa de  Abascal  se  hallan  perfectamente  descritas  en  un 
párrafo  del  Sr.  Bulnes ,  harto  flojo  por  el  estilo ,  pero  exac- 
to y  elevado  por  el  pensamiento.  Al  hablar  del  reemplazo 
del  general  Belgrano  por  San  Martín  en  la  dictadura  de 
Buenos  Aires ,  dice  que  éste  « recorrió  con  la  vista  el  glo- 
»rioso  cuadro  de  la  revolución  argentina,  que  luchaba  (en 
»las  mesetas  del  alto  Perú)  desde  1810,  alternativamente 
^vencedora  y  vencida...., flujo  y  reflujo  de  sangre  que  con- 
» sumía  el  patriotismo,  los  hombres,  el  dinero,  sin  que  la 
» solución  avanzara....  El  virrey  Abascal,  que  abrazaba  á 
»su  vez  aquel  conjunto  con  profunda  claridad,  miraba  el 
»Perú  como  la  base  de  sus  recursos,  y  podía  echar  sus 
»  ejércitos  á  la  Argentina ,  porque  tenía  segura  su  base, 
»  que  era  el  Perú,  y  su  flanco,  que  era  el  desierto  de  Chile». 

San  Martín  se  propuso  cortarle  esa  base ,  plan  digno 
de  un  buen  estratégico ,  y  que  se  realizó  á  la  postre ,  aun- 
que no  en  tiempos  de  Abascal,  ni  por  culpa  de  su  sucesor 
Pezuela.  Ambos,  por  lo  contrario,  podían  creer  vencida 
la  insurrección  americana  en  181 6,  pues  la  derrota  de  los 
argentinos  en  Viluma  había  sido  tan  completa  como  la  de 


REVISTA    ULTRAMARINA.  22-) 


los  chilenos  en  Bancagua,  quedando  sólo  en  el  campo 
guerrillas  de  gauchos  y  montaneros ,  que  fueron  después 
la  diversión  del  ejército  español,  mientras  con  auxiHo  de 
los  ingleses  y  norte-americanos  organizaba  San  Martín 
su  gran  expedición  libertadora.  Abascal  aprovechó  tan 
feliz  coyuntura  para  abandonar  el  mando ,  y  pudo  decir 
al  país  en  su  proclama  de  despedida : 

......Nadie  puede  disputarme  la  grata  satisfacción 

»  que  experimento  al  recordar  que  he  estado  constituido 
»por  la  Providencia  á  su  cabeza  (del  Perú),  empleando 
» mis  incesantes  desvelos  y  afanes  en  conservarle  libre  de 
»los  estragos  de  la  discordia....  ¿Qué  otra  recompensa 

»  podría  colmar  mi  ambición  que  ver  desde  las  márgenes 
» del  Río  de  la  Plata  hasta  el  Istmo  de  Panamá  reposar  en 
» paz  y  fraternal  contento  á  los  que  se  hallaban  antes  arma- 
>dos  unos  contra  otros,  sin  adelantar  más  que  su  exter- 
»minio  y  su  deshonra?»  La  perspicacia  de  que  dio  hartas 
pruebas  el  marqués  de  la  Concordia,  ¿le  permitiría  fun- 
dar tantas  ilusiones  en  lo  futuro  como  en  lo  presente? 

Terminaremos  encareciendo  otra  vez  más  el  sensato 
espíritu  que  anima  las  obras  de  los  Sres.  Bulnes  y  Lava- 
lle,  riquísimo  arsenal  la  primera  de  documentos  de  gran- 
de importancia,  por  cuya  razón  hemos  de  volver  á  me- 
nudo á  utilizarla ,  y  puramente  anecdótica  la  segunda, 
que  antes  que  biografía  á  la  moderna  es  un  caluroso  pa- 
negírico del  penúltimo  virrey  legítimo  del  Perú.  Por  lo 
mismo  que  el  Sr.  Bulnes  lo  califica  con  razón  de  azote  y 
obstáculo  invencible  de  la  independencia  americana, 
prueba  claramente  con  sus  elogios  ,  no  menos  calurosos 
que  los  del  escritor  chileno  ,  el  buen  sentido  y  la  impar- 
cialidad histórica  de  las  nuevas  generaciones  literarias. 


V.  Barrantes. 


ÍNDICE 


IX 


Páginas. 
SECCIÓN    EXTRANJERA. 

Guillermo  de  Humholdt y  Carlota  Diede,  por  Víctor  Cherbuliez 5 

Enrique  Heine,  por  Teófilo  Gautier 27 

Arthur,  por  Alfonso  Daudet 39 

Cómo  se  engaña  á  las  mujeres ,  por  Teodoro  de  Banville 46 

Proudhony  Courbet,  por  Emilio  Zola 55 

SECCIÓN    HISPANO-ULTRAMARINA. 

La  democracia  en  Europa  y  América,  por  A.  Cánovas  del  Castillo. . .  75 

VX           La  mujer  española,  por  Emilia  Pardo  Bazán lOi 

Verdades  poéticas ,  Consideraciones  sobre  el  libro  de  este  título  pu- 
blicado por  Melchor  de  Palau.  Prólogo  de  D.  José  R.  Carracido, 

por  Juan  Valera 115 

El  moderno  Anticristo  (Ernesto  Renán),  por  Fray  Zacarías  Martínez, 

Agustiniano 125 

Cartas  al  Sr.   D.  Juan  Valera  sobre  asuntos  americanos ,  por  Rafael 

M.  Merchán 143 

Rataplán,  por  José  M.  Matheu 166 

Apuntes  para  un  diccionario  de  escritoras  españolas  del  siglo  XIX,  por 

M.   Ossorio  y  Bernard 183 

Revista  ultramarina ,  por  V.  Barrantes 203 


/ 


AÑO  n.  NUM.  XVIII, 


LA 


ESPAÑA  MODERNA 


(REVISTA  IBERO-AMERICANA) 


Director   propietario  :    J,    LÁZARO 


j  UN  10-1 890 


MADRID 

IMPílENTA    DE    ANTONIO    PÉREZ    DUBRULL 

Flor  Baja,  22 


Para  la  reproducción  de  los  artículos 
comprendidos  en  el  presente  tomo,  es  in- 
dispensable el  permiso  del  Director  pro- 
pietario de  La  España  Moderna. 


Sección  Hispano -Ultramarina. 


LA  MUJER  ESPAÑOLA 


II 


LA    ARISTOCRACIA. 


NO  debo  seguir  tratando  de  la  mujer  española  sin 
distinguir  las  clases  sociales  en  que  se  divide,  dado 
que  la  aristocracia,  la  clase  media,  la  plebe  de 
las  ciudades  y  el  campo ,  producen  tipos  diferentes ,  aun- 
que ofrezcan  afinidades  que  revelan  la  unidad  nacional  y 
el  parentesco  de  raza. 

Al  nombrar  á  la  an  .tocracia,  nos  acordamos  en  pri- 
mer término  de  la  familia  Real ,  la  cual  es  un  gineceo, 
pues  se  compone  de  cuatro  ó  cinco  mujeres  y  una  cria- 
tura. No  todas  estas  mujeres  son  españolas:  la  Regente 
es  austríaca,  y  la  infanta  Paz,  por  su  matrimonio ,  está 
naturalizada  en  Baviera.  Pero  la  Reina  abuela,  más  co- 
nocida por  Isabel  II,  tiene  un  sello  castizo  innegable. 
Desenfadada  y  aguda;  compasiva  y  burlona;  vertiendo 
gracia  á  raudales ;  llana  con  todo  el  mundo ;  supliendo 


) 
I 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


las  graves  deficiencias  de  su  cultura  é  instrucción  con  la 
viveza  de  su  ingenio,  la  reina  Isabel  (juzgue  la  historia 
su  conducta  política,  yo  ahora  sólo  trato  de  su  carácter) 
es  un  ejemplar  neto  de  españolismo  :  si  no  es  la  ínujer  es- 
pañola por  antonomasia,  es  lo  que  llamaría  Taine  un  tipo 
representativo  de  bastantes  españolas  de  la  generación 
pasada.  Su  hija  la  infanta  Isabel ,  condesa  de  Girgenti, 
tampoco  desmiente  la  tierra  en  que  nació.  Familiar  en  su 
conversación;  activa  como  nadie;  sin  apego  á  la  etiqueta; 
de  genio  resuelto  y  franco ,  la  infanta  Isabel  practica  la 
virtud  muy  al  modo  español,  sin  repulgos,  sensiblerías 
ni  melindres,  sin pruderie  de  ninguna  especie.  Lo  que  la 
diferencia  del  grupo  de  mujeres  españolas  en  que  podría- 
mos clasificarla ,  es  una  independencia  varonil ,  una  afi- 
ción al  sport  y  á  los  ejercicios  corporales,  que  parecen 
más  propias  de  la  raza  sajona.  No  puede  negarse  á  la  in- 
fanta Isabel  personalidad ,  condición  que  la  hace  muy 
simpática  y  la  aproxima  á  las  mujeres  del  Renacimiento. 
La  infanta  Paz  ostenta  aficiones  delicadas  ,  como  pintar  y 
hacer  versos ,  pero  no  llega  nunca  á  evidenciar  un  tem- 
peramento artístico  ;  y  la  infanta  Eulalia ,  elegante  y  ner- 
viosa, no  ha  logrado  distinguirse  por  ningún  estilo  de  la 
multitud  de  damas  que  adornan  los  saraos  y  agradan  á 
los  ojos  con  su  gentileza. 

Descartada  la  famiha  real,  las  mujeres  de  la  aristo- 
cracia,— así  la  de  sangre  como  la  financiera  ó  la  que  pro- 
cede de  recientes  glorias  militares  y  políticas, — son  las 
peor  reputadas  de  España  toda.  Ya  probaré  que  es  una 
injusticia  ;  pero  tengo  que  empezar  consignando  el  hecho. 

El  pueblo  de  Madrid,  que  ve  pasar  en  rápidas  y  mue- 
lles carrozas ,  lujosa  y  caprichosamente  ataviadas ,  á  unas 
cuantas  docenas  de  mujeres,  siempre  las  mismas;  la  clase 
media  ó  el  forastero  provinciano  que  desde  el  paraíso  del 


LA    MUJER    ESPAÑOLA. 


teatro  Real  distingue  á  esas  propias  mujeres  recostadas 
en  sus  palcos,  resplandecientes  de  pedrería  y  con  los 
hombros  y  los  brazos  desnudos ;  que  devora  en  los  perió- 
dicos las  « revistas  de  salones »  y  los  « ecos  mundanos »  y 
lleva  cuenta  de  los  encajes  de  cada  trousseau  y  los  me- 
tros de  terciopelo  de  cada  cola ;  que  oye  resonar  ciertos 
nombres  con  la  insolencia  de  la  belleza,  la  riqueza  y  la 
dicha ,  al  sentir  diariamente  el  aguijón  de  la  envidia  y  el 
escocimiento  del  amor  propio ,  se  inclina  á  creer  y  repetir 
que  las  señoras  del  gran  mundo  son  todas  una  especie  de 
Cleopatras  ó  Julias,  tan  dispuestas  á  beberse  infusión 
de  perlas  en  vinagre ,  como  á  perderse  hoy  con  César  y 
mañana  con  los  gladiadores  del  circo.  He  observado, — y 
no  me  parece  muy  trillada  esta  observación, — que  el  au- 
ditorio ,  coro  ó  galerie  que  siempre  tienen  las  clases  ele- 
vadas ,  la  muchedumbre  que  observa  y  glosa  sus  menores 
actos,  no  mira  en  esas  clases  más  que  á  un  sexo :  el  feme- 
nino. En  la  mujer  personifica  los  vicios  y  virtudes  de  la 
clase;  y  sea  que,  por  efecto  de  la  dualidad  del  criterio 
moral  que  rige  para  los  dos  sexos,  imagine  que  al  hombre 
todo  le  es  lícito ,  sea  porque  el  lujo  del  hombre  no  se 
ostenta,  como  el  de  la  mujer,  en  exterioridades  que  des- 
piertan la  envidia,  el  caso  es  que  los  tiros  de  la  maledi- 
cencia y  las  acusaciones  dirigidas  contra  la  high  Ufe  to- 
man siempre  por  pretexto  la  conducta  de  la  mujer.  Que 
el  aristócrata  sea  haragán,  derrochador,  desenfrenado, 
frivolo ,  ocioso ;  que  viva  sumido  en  la  ignorancia  y  la 
pereza;  que  sólo  piense,  como  aquel  majo  de  la  célebre 
sátira,  en  toros  y  caballos;  que  no  sirva  de  nada  á  su 
patria  en  particular ,  ni  en  general  á  la  causa  de  la  civi- 
lización, eso  no  asusta  á  las  gentes;  lo  inaudito,  lo  que 
nos  conduce  á  la  «decadencia»  y  al  «Bajo  Imperio»  en 
derechura ,  es  que  se  sospeche  que  la  marquesa  Tres  Es- 


8  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


trellas  tiene  un  arreglo,  ó  que  haya  bajado  dos  centíme- 
tros la  línea  del  escote. 

Para  quien  no  vive  en  las  esferas  de  la  alta  sociedad, 
ni  posee  la  rara  virtud  de  hacerse  cargo,  son  delitos  y 
crímenes  una  multitud  de  acciones  indiferentes  en  sí,  que 
las  damas  aristocráticas  ejecutan ,  ó  porque  se  lo  exige  su 
posición,  ó  por  llenar  el  vacío  de  su  existencia,  ó  por 
ajustarse  á  los  cánones  de  la  moda.  El  pueblo,  y  más  aún 
la  menesterosa  clase  media,  que  es  quien  elabora  la 
opinión,  no  admite  que  no  sea  una  perdida  la  mujer  que 
gasta  al  año  algunos  miles  de  duros  en  ropa  y  alhajas; 
que  asiste  á  las  carreras  en  lando  á  la  d'Aumont  ó  en 
mail-coachy  y  merienda  allí  emparedados,  champagne  y 
manzanilla ;  que.  quita  tela  del  corpino  y  la  arrastra  en 
la  falda ;  que  perfuma  el  acolchado  de  sus  batas ;  que  usa 
á  diario  medias  de  seda ;  que  come  bien  y  con  sibaritis- 
mo, y  que  al  terminar  la  comida,  después  de  saboreado 
el  café,  enciende  un  cigarrillo  turco.  Todo  esto  se  le  figu- 
ra al  español  indicio  de  la  mayor  depravación  y  maldad ; 
3^  de  cada  detalle  análogo  que  sorprende,  deduce  una 
vida  de  regodeo  y  crápula ,  y  supone  que  esta  vida  es  la 
de  todas  las  señoras  del  gran  mundo. 

Es  indudable  que  algunas  viven  muy  superficialmente, 
no  pensando  sino  en  adornos,  fruslerías  y  diversiones. 
Pero  sobre  que  esto  nace  más  bien  de  poco  seso  que  de 
inmoralidad,  es  preciso  antes  de  condenarlo  ver  si  los 
hombres,  de  quienes  recibe  la  mujer  el  impulso  moral,  la 
dan  mejores  ejemplos.  No  vacilo  en  afirmar  que  no,  y  que 
el  sexo  masculino  aristocrático  peca  de  frivolidad  tanto  ó 
más  que  el  femenino.  Y  en  el  hombre  tiene  este  pecado 
menos  excusa.  La  mujer,  al  ser  frivola,  al  vivir  entre  el 
modisto  y  el  peluquero,  no  hace  sino  permanecer  en  el 
terreno  á  que  la  tiene  relegada  el  hombre ,  y  sostener  su 


LA    MUJER   ESPAÑOLA.  9 


papel  de  mueble  de  lujo.  Suele  decirse  que  en  España  las 
mujeres  no  pueden  desempeñar  más  cargos  que  el  de  es- 
tanqueras ó  reinas ,  á  lo  cual  ha  venido  á  añadirse  última- 
mente el  de  telegrafistas  y  telefonistas.  El  hombre,  en 
cambio ,  tiene  abiertos  todos  los  caminos  y  todos  los  hori- 
zontes ;  y  si  nuestra  aristocracia  masculina  quisiese  pesar 
é  inñuir  en  los  destinos  de  su  país ,  y  ser  clase  directiva 
en  el  sentido  más  hermoso  y  noble  de  la  palabra,  nadie 
se  lo  impediría,  y  se  lo  alabaríamos  todos. 

Sin  embargo ,  no  es  tan  general  como  se  cree  el  que  las 
damas  aristocráticas  estén  exclusivamente  entregadas  al 
lujo  y  la  molicie.  Muchas  viven  en  modesto  retraimiento; 
son  numerosas  las  que  se  consagran  al  hogar  y  á  vigilar 
de  cerca  la  educación  de  sus  hijos;  bastantes  ocupan  sus 
horas  con  la  caridad  ó  la  devoción,  y  algunas  manifies- 
tan loable  interés  por  las  cuestiones  de  la  literatura,  del 
arte  ó  de  la  ciencia,  y  hasta  del  progreso  agrícola  é  in- 
dustrial. Estas  últimas  las  cito  como  excepción;  pero  sería 
injusto  no  elogiar  el  buen  gusto  literario  de  la  marquesa 
de  Casa-Loring ,  y  la  fecunda  actividad  é  iniciativa  de  la 
duquesa  Ángela  de  Medinaceli  (ya  quisieran  parecerse  á 
esta  señora  muchos  hombres  de  su  misma  clase  social). 
No  han  sido  varones ,  sino  damas  de  la  aristocracia ,  las 
que  se  han  interesado  siempre  por  la  poesía  nacional,  que 
representa  Zorrilla ;  y  no  han  sido  varones ,  sino  damas 
de  la  aristocracia ,  quienes  primero  ensalzaron  y  llevaron 
en  palmas  al  ilustre  Menéndez  y  Pelayo.  Conocido  es  el 
intelectualismo  de  todas  las  señoras  de  la  famiha  Rivas; 
y  bien  ha  probado  su  entusiasmo  por  los  dones  de  la  inte- 
ligencia la  bella  hija  de  los  marqueses  de  Sotomayor,  pre- 
firiendo á  Cánovas  del  Castillo,  y  desdeñando  á  una  turba 
de  pretendientes  de  sangre  azul  en  campo  de  oro.  De  vir- 
tud esplendorosa  no  quiero  citar  ejemplos ,  porque  pare- 


I  o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


cería  ofensa  para  las  que  no  citase ;  perdone ,  pues ,  la 
condesa  de  Superunda  que  sólo  la  mencione  aquí  recor- 
dando la  claridad  de  su  entendimiento  y  la  seriedad  inte- 
rior de  su  vida. 

Yo  que  he  defendido  mil  veces  el  buen  nombre  de  las 
damas  del  gran  mundo  contra  acusadores  que  (lo  creo 
firmemente)  nunca  habían  visto  de  cerca  á  una  sola ,  al 
ver  que  no  se  convencían  estos  austeros  moralistas  im- 
provisados ,  acudía  á  la  prueba  testimonial ,  y  les  rogaba 
que  me  fuesen  nombrando  una  por  una  á  las  evidente- 
mente livianas  (á  quienes,  repito,  no  trataban),  y  yo  en 
cambio  les  nombraría  á  las  indudablemente  honestas 
(escogidas  entre  gente  que  yo  podía  conocer).  «Bien 
comprende  V.  (añadía  dirigiéndome  á  mi  interlocutor), 
que  si ,  en  efecto ,  las  señoras  del  gran  mundo  están  tan 
corrompidas  y  desastradas  como  V.  dice,  es  fácil  para  V. 
convencerme  con  nombres  y  más  nombres.  Y  como  la 
falta  principal  que  V.  imputa  á  esas  señoras  es  la  que 
abre  más  campo  á  la  calumnia ,  y  si  da  la  gente  en  supo- 
nerla, ya  es  como  si  se  hubiese  cometido,  ni  replicar 
podré  á  los  argumentos  que  V.  aduzca.  Vengan,  pues, 
nombres. »  Entonces  mi  adversario  me  nombraba  sobre 
media  docena,  la  media  docena  eterna,  invariable,  que 
da  incesante  pasto  á  la  murmuración  y  materia  á  la  cró- 
nica escandalosa  ;  la  media  docena  cuya  leyenda  ha 
trascendido  á  provincias ,  y  sospecho  que  á  Ultramar  y 
al  extranjero  también  ;  yo  en  cambio  enumeraba  familias 
enteras,  cientos  de  señoras,  y  una  vez  hasta  llegué  á 
coger  la  Guía  Oficial ,  donde  está  el  catálogo  de  la  no- 
bleza ,  y  permitir  al  moralista  que  señalase  con  una  cruz 
las  que  consideraba  culpables.  Recuerdo  que  nunca  pudo 
llegar  á  completar  el  Vía-Crucis. 

Mas  ¿  quién  desarraiga  una  preocupación  tan  exten- 


LA    MUJER    ESPAÑOLA.  1  I 


dida?  ¿Quién  combate  ideas  como  las  de  cierta  señora  de 
provincia,  que,  habiendo  leído  en  no  sé  qué  periódico  que 
las  damas  aristocráticas  adornaban  los  zapatos  de  baile 
con  hebillas  de  diamantes ,  alzó  el  grito  y  juró  que  no 
podía  ser  mujer  honrada  la  que  usaba  brillantes  en  los 
pies ,  y  que  no  sabía  cómo  los  maridos  de  esas  señoras 
no  las  encerraban  en  las  Arrepentidas? 

En  esta  especie  de  conjuración  contra  la  buena  fama 
de  las  damas  encopetadas  han  tomado  bastante  parte  el 
teatro  y  la  novela.  Sea  porque  al  público  le  divierte  y 
halaga  la  pintura  del  vicio  en  las  altas  clases ,  ó  porque 
la  preocupación  de  que  antes  hablé  trasciende  hasta  los 
literatos,  ello  es  que  las  duquesas,  marquesas  y  con- 
desas que  salen  en  dramas  y  libros  son  casi  siempre  el 
mismo  diablo  de  perversas  y  fatales.  No  hace  mucho 
que  uno  de  nuestros  primeros  novelistas  ,  Pereda ,  dio  á 
luz  una  novela  de  costumbres  aristocráticas  ,  titulada : 
La  MontálveB ,  donde  las  señoras  y  señoritas  del  gran 
mundo  salen  haciendo  verdaderos  horrores.  Yo  creo  que 
en  Pereaa,  muy  enemigo  de  la  vida  de  la  corte  ,  influyó 
lo  que  llamo  la  leyenda  provinciana :  si  el  novelista  hu- 
biese querido  frecuentar  el  gran  mundo,  su  pintura  sería 
más  justa,  y  no  haría  de  la  excepción  la  regla  general. 
No  salen  mejor  libradas  las  señoras  en  las  novelas  de 
otro  autor  de  gran  valía,  el  Jesuíta  P.  Coloma  ;  pero  en 
éste  ,  Li  sotana  expUca  ciertas  apreciaciones  excesiva- 
mente rígidas  sobre  bailes,  saraos,  trajes  y  distracciones 
propias  de  la  aristocracia. 

La  educación  que  reciben  las  señoritas  de  la  nobleza 
se  resiente,  en  mi  entender,  de  dos  defectos.  Es  floja  y  es 
muy  extranjerizada.  Floja,  porque  no  se  funda  en  estu- 
dios robustos  y  sinceros,  ni  pasa  de  la  superficie;  extran- 
jerizada, porque  los  colegios,  las  institutrices  ,  las  pro- 


12  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


fesoras  ,  las  niñeras  y  las  ayas ,  todo ,  para  ser  elegante 
y  correcto,  ha  de  venir  de  Francia,  Alemania  ó  Inglate- 
rra. Así  pierde  cada  día  más  la  mujer  el  carácter  nacio- 
nal y  la  fisonomía  propia.  Nunca  he  entrado  en  un  gabi- 
nete ó  tocador  elegante ,  que  mi  instinto  de  observadora 
y  de  novelista  no  me  impulsase  á  registrar  el  libro  que, 
forrado  en  rica  tela  antigua ,  descansaba  sobre  el  vela- 
dorcillo  ó  el  canto  de  la  chimenea.  De  diez  veces,  nueve 
era  una  novela  francesa  ,  género  azucarado  ,  Ohnet, 
Feuillet  ó  Cherbuliez ;  casi  nunca  un  libro  místico  ó  his- 
tórico ;  jamás  una  novela  española,  porque  para  el  gusto 
de  estos  paladares ,  acostumbrados  á  bomboncitos  fran- 
ceses servidos  en  caja  de  raso ,  las  novelas  españolas 
son  ordinarias.  Una  dama  que,  como  la  condesa-duquesa 
de  Benavente ,  siga  con  interés  y  aplauso  la  marcha  de 
nuestra  novela  moderna,  ó,  como  la  duquesa  de  Mandas, 
haya  leído  y  entendido  bien  obras  de  prehistoria  y  geo- 
logía ,  es  honrosa  excepción. 

No  cabe  duda:  una  mujer  que  por  su  posición  desaho- 
gada y  lo  bien  organizado  de  su  servidumbre  no  necesita 
dedicar  mucho  tiempo  á  las  faenas  domésticas ;  que  ya 
no  vive  claustralmente  como  se  vivía  en  el  siglo  xviii ;  á 
quien  se  le  caen  encima,  como  decimos  aquí,  las  cuatro 
paredes  de  su  casa,  porque  el  hombre  la  deserta  para 
correr  á  sus  diversiones  y  quehaceres,  necesita  una  gran 
superioridad  de  espíritu  para  no  abandonarse  á  la  exis- 
tencia baldía  de  visitas,  paseos,  teatro  Real  y  saraos; 
pensar  en  algo  más  que  en  las  oscilaciones  de  la  moda, 
y  ser  fuerte  y  reñexiva.  Muchas  veces  es  la  vanidad  del 
marido  quien  la  empuja  á  gastos,  exhibiciones  y  compe- 
tencias de  lujo ,  si  ya  no  es  que  con  su  indiferencia  y  aban- 
dono la  obliga  á  buscar  el  aturdimiento  y  el  vértigo.  Cir- 
cunstancias atenuantes  que  no  admitirán  los  que  quieren 


LA    MUJER    ESPAÑOLA.  1 3 


á  la  mujer  impecable  é  impasible ,  pero  que  el  psicólogo 
nunca  desdeña. 

El  físico  de  las  damas  de  la  nobleza  española  es ,  por 
lo  regular,  hermoso  y  arrogante;  pero  va  escaseando  ya 
el  tipo  de  belleza  nacional.  La  mujer  de  estatura  mediana, 
cintura  leve  y  redonda,  movimientos  ondulantes  y  lángui- 
dos ó  arrebatados  y  airosos,  ojos  negros  expresivos  y 
pestañudos,  boca  algo  pálida,  tez  morena  y  pelo  como  la 
tinta,  va  cediendo  el  paso  ala  rubia  carnosa,  conocida 
aquí  por  tipo  á  lo  Rubens.  Hay  infinitas  rubias  en  Madrid. 
Verdad  que  muchas  no  son  rubias ,  sino  que  se  enrubian 
con  tinte.  Otro  tipo  abunda  en  la  aristocracia,  y  ese  me 
parece  muy  antiguo  en  ella:  es  el  rubio  pálido,  anemiado, 
de  cara  larga ,  de  labio  inferior  saliente  y  desdeñoso,  que 
reprodujeron  los  grandes  pintores  retratistas  como  Pan- 
toja  y  Velázquez.  Á  falta  de  belleza,  este  tipo  respira 
distinción. 

Créese  que  la  traída  de  aguas  del  Lozoya  y  el  cambio 
de  clima  y  de  atmósfera  que  fué  consecuencia  de  ella, 
han  modificado  el  aspecto  de  las  damas  de  Madrid,  dán- 
doles más  frescura  y  más  carne.  Para  mí  es  evidente  que 
en  la  pérdida  del  tipo  nacional  entra  por  mucho  la  varia- 
ción del  traje ,  la  adopción  de  modas  creadas  por  otras 
razas  muy  diferentes  de  la  nuestra,  y  que  si  á  ellas  les 
sientan  bien,  á  nosotras  nos  desfiguran.  La  mujer  espa- 
ñola había  encontrado  la  fórmula  de  su  ropaje  en  los  tra- 
jes de  la  época  de  Carlos  IV:  la  falda  corta  de  raso,  el 
zapatito  escotado ,  y  sobre  todo  la  misteriosa ,  voluptuosa 
y  poética  mantilla  negra  ó  blanca ,  son  irreemplazables 
para  un  tipo  femenil  más  gracioso  que  realmente  bello. 
La  moda  actual,  las  telas  gruesas,  los  colores  apagados, 
las  prendas  de  corte  masculino,  de  procedencia  inglesa, 
los  impermeables  y  abrigos  largos,  la  bota  de  suela  fuerte 


1 4  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


y  ancho  tacón ,  y  más  que  nada  el  sombrero-capota  fran- 
cés ,  son  otros  tantos  enemigos  de  la  hermosura  española. 
Una  mujer  de  cuello  largo  y  espalda  recta,  como  la  in- 
glesa ,  estará  perfectamente  con  camisolín  y  corbata  de 
hombre;  una  mujer  de  tez  muy  blanca  y  fresca  no  per- 
derá aunque  use  los  medios  tonos  grises,  beige  y  nutria; 
una  mujer  alta  podrá  parecer  airosa  con  un  abrigo  que 
la  cubra  de  pies  á  cabeza ;  pero  la  española ,  pequeña ,  mo- 
rena, redondeada,  curvilínea,  necesita  atavíos  de  otra 
clase  y  modas  adecuadas  á  su  forma  natural.  El  tipo 
clásico  parece  mejor  conservado  entre  las  chulas  de  los 
barrios  bajos  que  en  la  aristocracia;  pero  se  debe  á  que 
la  chula  viste  aún  de  un  modo  que  remeda  el  vestir  del 
pasado  siglo:  se  calza  y  se  peina  á  la  española,  y  se  en- 
vuelve en  el  mantón  de  Manila  bordado  de  colorines. 
Cuando  las  señoras  del  gran  mundo  sacan  la  mantilla  de 
fondo ,  los  días  de  Semana  Santa ,  en  seguida  vuelve  á 
brillar,  como  un  diamante  montado  sobre  carbón,  el  tipo 
clásico  en  toda  su  gracia  genuina. 

Todo  turista  de  instintos  artísticos  lamenta,  al  vi- 
sitar á  España,  la  desaparición  de  la  mantilla.  Un  refu- 
gio le  quedaba,  aparte  de  los  días  de  Jueves  y  Viernes 
Santo  :  las  corridas  de  toros.  Pero  hasta  de  ese  último 
atrincheramiento  la  arrojó  la  moda.  Hoy  lo  elegante  y 
distinguido  es  ir  á  los  toros  de  sombrero  (cuanto  más 
exagerado  mejor) ;  y  si  se  ha  de  decir  la  verdad  pura,  lo 
elegante  es  no  ir  á  los  toros  nunca ,  y  preferir  las  carre- 
ras de  caballos,  con  el  teje-maneje  délas  apuestas,  el  pu- 
gilato de  ostentación  del  desfile  y  la  exhibición  de  los 
trajes  estrepitosos  y  veraniegos.  La  afición  á  los  toros, 
— que  es  la  verdaderamente  española,  la  que  nosotros 
tenemos  en  la  masa  de  la  sangre , — solo  permanece  entre 
los  hombres ,  las  chulas  y  el  pueblo  ;  la  clase  media,  que 


LA    MUJER   ESPAÑOLA.  I  5 


siempre  procura  imitar  á  la  aristocracia,  ha  desertado 
de  la  plaza,  y  la  mujer  española,  cuyo  sistema  nervioso 
va  afinándose  tanto,  que  ya  no  soporta  los  «dramas  tris- 
tes» ,  no  puede  tampoco  resistir  las  emociones  taurinas, 
que  la  propaganda  filantrópica  le  ha  pintado  como  geme- 
las de  las  del  Coliseo  romano. 


Emilia  Pardo  Bazán. 


LA  DEMOCRACIA  EN  EUROPA 

Y  AMÉRICA. 


V   Y  ÚLTIMO. 


NO  voy  á  tratar  expresamente  ahora  del  régimen 
vigente  en  Francia,  y  mucho  menos  de  su  Go- 
bierno actual.  Mi  intento  es  hablar  sólo  de  los 
principios  teóricos  de  la  democracia  francesa,  conocida 
por  demás ,  en  sus  actuaciones  ó  revoluciones  sucesivas, 
de  todos  nosotros,  para  que  deba  detenerme  en  ella 
tanto  como  hasta  aquí  en  otras.  No  haría  eso  ,  aunque  el 
tiempo,  que  me  falta  ya  tanto,  me  sobrase.  Bien  sabido 
es  que  fuera  del  Catolicismo  y  la  Monarquía  legítima, 
históricas  bases  de  la  Nación  española,  los  legisladores 
de  Cádiz  nos  construyeron  un  Estado  ideal  sobre  los 
principios  corrientes  de  Rousseau ,  y  parecidísimo  al  de 
la  Constitución  francesa  de  1791  ;  de  la  cual  se  dijo,  con 
razón,  «que  contenía  sobrada  RepúbHca  para  Monar- 
quía, y  sobrada  Monarquía  para  República».  De  la  Cons- 
titución de  18 1 2  pudo  decirse  también  lo  que  reciente- 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMERICA. 


mente  ha  dicho  de  la  de  179 1   un  publicista  liberal  de 
Francia  ;  es  á  saber  :  « Que  parecía  tener  por  objeto  pro- 
vocar incesantes  choques  y  conflictos  en  el  mecanismo 
constitucional  {')^>.  Pero  no  tratemos  ahora  del  tiempo 
pasado.  Lo  cierto,  en  tanto,  es  que  la  famosa  Declara- 
ción de  los  derechos  del  hombre  y  del  ciudadano,  con 
su  sentido  especulativo  ,  individualista ,  inorgánico ,  sec- 
tario ,  y  por  todo  esto  junto  deficiente  é  intolerante ,  goza 
ai1n  entre  nuestros  vecinos  bastante  crédito  para  que  su 
aniversario  se  haya  celebrado  con  una  apoteosis,' más 
que  por  ellos,  merecida  por  el  trabajo,  verdadero  genio 
tutelar  de  la  Nación  francesa.  No  quiere  esto  decir  que, 
ni  aun  dentro  de  la  escuela  democrática ,  sus  publicistas 
todos  rindan  fanático  culto  al  texto  concreto  de  los  prin- 
cipios de  1789  (').  Pero  cuando  han  penetrado  éstos  tan 
profundamente  en  gran  parte  de  los  continentes  europeo 
y  americano ,  y  hasta  en  los  mismos  Estados  Unidos  de 
nuestros  días,  ¿qué  tiene  de  extraño,  después  de  todo, 
que  se  les  siga  en  Francia  tomando  por  norte,  y  que  más 
ó  menos  hayan  hasta  aquí  informado  su  régimen  polí- 
tico ,  lo  propio  bajo  la  Monarquía  parlamentaria  que  bajo 
el  Imperio  autoritario  y  la  República?  La  leyenda  misma 
los  protege,  porque,  al  parecer,  hay  poblaciones  fran- 
cesas que  piensan  que  sólo  desde  ellos,  y  por  ellos,  la 
dignidad  humana ,  la  propiedad  libre ,  y  la  igualdad  ante 
la  justicia  existen,  como  si  antes  y  después  no  hubiesen 
gozado ,  y  frecuentemente  con  mayor  seguridad ,  los  an- 
glo-sajones,  tales  bienes  en  los  dos  grandes  pedazos  de 
su  nacionalidad. 

Ocioso  parece  que  añada  que ,  en  mi  concepto ,  queda 

(  I )  Th.  Ferneuil  :  Les  principes  de  ijS^  et  la  science  sociale  :  Cculom- 
miers,  1889. 

(2)  Ferneuil,  ya  citado,  y  Pafjl  Laffitte  :  Le  suffrage  universel  et 
le  rcgime parlamentaire  :  París,    1888. 


^m 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


poca  historia  en  Francia  para  equilibrar  cuanto  conviene 
los  precipitados  impulsos  orgánicos,  que,  más  bien  que 
organizar,  por  lo  común  desorganizan  la  democracia  mo- 
derna. De  cuanto  antes  he  expuesto,  se  induciría  fácil- 
mente. Pero  lo  histórico,  dicho  sea  con  imparcialidad, 
todavía  es  más  imposible  de  crear  arbitrariamente, 
cuando  ya  en  realidad  no  existe ,  que  lo  nuevo,  por  in- 
consistente que  sea  esto  último  después.  De  aquí  la 
dificultad  extrema  del  problema  político  en  general, 
dentra  de  aquella  Nación ,  por  tantos  otros  títulos  envi- 
diable. Suponiendo  que  la  República  sea  su  definitiva 
forma  de  gobierno ,  cosa  que  ni  niego  ni  afirmo ,  quedará 
el  tiempo  encargado  de  demostrar  si,  con  efecto,  es  po- 
sible una  RepúbHca  unitaria ,  porque  nada  puede  ense- 
ñarnos acerca  de  eso  el  ejemplo  de  las  Confederaciones 
anglo-americana  y  helvética.  Son  históricas  obras  estas, 
que  no  quiere  Francia  imitar,  enamorada,  y  no  sin  mo- 
tivo, de  su  unidad  armónica  y  sana  por  una  parte, 
mirando  siempre,  por  otra,  á  las  conveniencias  de 
su  organización  y  acción  militar.  Pero,  aunque  quisie- 
ra ,  no  por  eso  resucitarían  de  verdad  sus  antiguas  au- 
tonomías bretona  ó  borgoñona,  por  ejemplo,  ni  el  espí- 
ritu aparte  que  hace  menos  tiempo  distinguía  de  sus 
habitadores  franceses,  á  los  flamencos,  alemanes  y  es- 
pañoles, por  no  contar  los  itahanos,  que  aún  no  son  tan 
franceses  como  otros.  Francia  no  encierra  elementos 
ningunos  federales ,  y  tampoco  es  bastante  desgraciada 
para  abrigar  en  su  seno  la  más  mínima  cantidad  de  sepa- 
ratistas disfrazados.  Ya  he  dicho  de  antemano,  y  repe- 
tirlo fuera  inútil,  lo  que  las  federaciones  piden  á  la  rea- 
lidad preexistente.  Por  otro  lado,  ni  tiene  hoy  Francia, 
ni  Dios  sabe  si  tendrá  por  cimiento  jamás  su  forma 
política  constituida,  sea  ella  la  que  se  quiera,  el  único 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y   AMERICA.  I9 

bastante  hondo  y  firme  para  hacerlas  eternas ,  es  decir, 
la  aquiescencia  universal.  Todas  las  Repúblicas  de  Amé- 
rica poseen  esta  fundamental  condición,  como  probó 
México  pocos  años  ha ,  de  igual  modo  que  los  Estados 
Unidos  y  Suiza.  En  Francia  ,  por  el  contrario ,  ni  la  Repú- 
blica ,  ni  la  Monarquía  legítima ,  ni  el  Imperio ,  pueden  ya 
aspirar  á  poseerla.  Nada  de  esto  que,  á  mi  juicio,  le  falta 
á  la  democracia  francesa  para  igualar  á  sus  hermanas, 
depende  de  ella ;  pero  sin  lo  que  no  tiene ,  ni  puede  tener, 
vive,  y  habrá  de  vivir  por  fuerza. 

El  principio  de  la  soberanía  está ,  en  cambio ,  allí ,  en- 
carnado clarísimamente.  Rige  la  Nación  el  titulado  su- 
fragio universal  directo ;  sin  límite  en  el  vario  derecho 
cantonal  ó  particularista ,  sin  freno  ninguno  para  sus  ma- 
yorías volubles.  La  total  soberanía  se  ejerce  á  su  nom- 
bre, y  él  es  el  amo  efectivamente,  como  los  franceses  de 
todos  los  partidos  reconocen.  De  su  inteligencia  y  su  mo- 
deración ;  de  la  realidad  de  su  concurso  ,  por  una  parte 
convencido  y  por  otra  sin  egoísmo  ni  desfallecimiento ; 
del  recto  ejercicio,  en  fin,  de  su  no  compartida  soberanía, 
espérase  allí  el  posible  bien.  Ninguna  mitigación  á  la  ley 
del  número;  dondequiera  resuelve  la  mayoría  absoluta: 
en  los  comicios,  en  el  Senado,  en  la  Cámara  délos  Dipu- 
tados ,  en  la  Asamblea  Nacional,  delegación  suprema  del 
pueblo  y  verdadera  cabeza  del  Estado.  Esa  representa- 
ción constante  distingue  de  la  democracia  absoluta  ó  di- 
recta el  actual  sistema  francés ;  pero  ninguna  hay  tan 
pura,  como  en  éste,  entre  las  representativas.  Fáltales 
sólo  el  referendtmt  á  los  ciudadanos  de  la  Nación  vecina 
para  seguir  en  rigor  democrático  inmediatamente  á  los 
de  la  Lansgemeinde  helvética.  Sin  embargo,  ya  que  el 
reunirse  todos  los  republicanos  franceses  á  deliberar  en 
una  pradera,  como  los  de  Uri,  no  sea  hacedero,  llevan- 


20  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


les  á  estos  mismos  la  ventaja  de  que  ejercen  la  soberanía 
totalmente,  no  una  parte  sola  y  desnuda  de  lo  más  im- 
portante ,  reservado  siempre  á  la  Confederación  donde 
existe.  De  todo  lo  cual  resulta  que  no  puede  quejarse 
Francia  hoy  de  que  sus  instituciones  coarten  la  libertad, 
dependiendo  de  la  mayoría  absoluta  de  sus  hijos  que  sea 
aquélla  en  su  suelo  moral  y  jurídica ,  no  semejante  á  la 
que  se  titula  natural,  por  no  aplicarle  peor  nombre. 

Si  la  laboriosidad  ,  la  inteligencia ,  el  saber ,  el  honrado 
espíritu  de  economía ,  las  grandes  cualidades  de  los  indi- 
viduos bastaran,  contemplaría  sin  duda  el  mundo  con  to- 
tal confianza  el  Estado  francés ,  que  tiene  bajo  su  direc- 
ción el  movimiento  de  una  de  las  mayores  y  más  fecundas 
fuerzas  humanas.  Pero  los  hombres  están  no  menos  in- 
fluidos por  sus  instituciones  que  las  instituciones  por  los 
hombres.  Preciso  será,  por  tanto,  que  sin  cesar  estudien 
las  suyas  nuestros  vecinos ,  para  hacerlas  realmente  me- 
jores, que  no  para  alterarlas  apasionada  y  caprichosa- 
mente. La  delicadeza  de  relaciones  que  el  régimen  de 
gabinete  que  ensayan  exige,  entre  los  poderes  distintos 
y  los  que  los  ejercen,  ¿serán  para  manejados  por  una 
mano  por  naturaleza  tan  ruda  como  la  del  sufragio  uni- 
versal? Dúdanlo  no  pocos  republicanos  sinceros,  por  lo 
cual  hay  quien  piense  allí  en  el  régimen  deficientemente 
distinguido  con  el  nombre  de  representativo,  es  decir, 
con  suprimir  los  ministros  responsables  ante  las  Cámaras. 
Al  propio  tiempo ,  la  presidencia  actual  de  la  República 
no  se  deriva  de  la  designación  popular  inmediata  ni  me- 
diata por  el  recelo  que  en  aquellos  republicanos  origina 
el  procedimiento  plebiscitario ,  tan  conocido  en  la  mo- 
derna historia  de  Francia  ;  pero  con  y  sin  ministros  res- 
ponsables, bien  puede  ser  de  ese  modo  un  juguete  en 
manos  de  las  Cámaras  que  lo  nombran  y  enfrente  del  su- 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  21 

fragio  universal,  que  directamente  no  lo  conoce.  Logra- 
rán ,  en  todo  caso ,  las  cualidades  personales  de  lo§  Pre- 
sidentes ,  hacer  respetable  su  autoridad  en  circunstancias 
ordinarias;  pero  en  las  extraordinarias,  que  siempre  están 
cerca  de  una  Nación  militar ,  y  aun  de  una  democracia 
mal  equilibrada ,  sentiráse ,  en  mi  concepto ,  la  necesidad 
de  un  hombre  como  Lincoln,  de  más  origen  y  prestigio 
popular.  El  poder  legislativo  está  por  su  lado  dividido  en 
dos ;  pero  aquel  Senado  no  presenta  derechos  propios  en- 
frente de  la  representación  directa  de  la  Nación,  como 
los  compuestos  de  mandatarios  de  cantones  ó  Estados 
soberanos. Nadie  negará  que  sea  el  Senado  francés  ahora, 
emanación  lejana  del  sufragio  universal,  una  obra  de 
todo  punto  artificiosa ;  y  tal  vez  ganaría  con  que  se  le 
constituyera  en  una  directa  y  exclusiva  representación 
de  las  municipahdades  como  tales ,  elemento  único  éste 
que  allí  tenga  aún  algo  de  histórico,  no  obstante  la  uni- 
formidad oficial  impuesta  entre  nuestros  vecinos  á  las  lo- 
calidades por  una  larga  y  enérgica  centralización.  No  en 
vano  los  que  hemos  asistido  á  las  últimas  elecciones, 
mejor  que  los  que  sólo  tienen  noticia  de  ellas  por  los  pe- 
riódicos ,  podemos  testificar  que ,  así  los  que  votaban 
como  los  que  no ,  parecían  conformes  sobre  lo  siguiente: 
que  en  la  nueva  composición  de  la  Cámara  de  los  Diputa- 
dos exclusivamente  consistía ,  cual  si  hubiera  una  sola, 
no  ya  la  futura  suerte  del  ministerio,  ni  de  un  partido,  ni 
siquiera  del  Presidente ,  sino  la  de  la  forma  misma  de  Go 
bierno. 

Y,  con  efecto,  bajo  un  régimen  de  gabinete  por  el 
estilo  del  que  la  República  francesa  conserva,  ¿qué  me- 
dios de  existencia  le  quedan  tampoco  á  un  Presidente  sin 
mayoría  en  la  Cámara  de  los  Diputados?  Ningún  gabi- 
nete inglés  vive  así  tampoco ;  pero  detrás  de  él  hay  al 


22  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


cabo  un  jefe  del  Poder  ejecutivo  inamovible,  unánime- 
mente aceptado ,  defendido  por  los  ciudadanos  activos  y 
por  los  habitantes  que  no  lo  son  en  ambos  sexos;  poder  con 
eficacia  moderador,  porque  su  inmensa  autoridad  moral 
lo  erige  fácilmente  en  arbitro ;  que  cede  sin  aminorarse, 
porque  su  indiscutibilidad  y  su  inviolabilidad  efectivas  lo 
ponen  al  abrigo  de  los  menosprecios  de  la  flaqueza.  Pero 
supongamos  suprimido  el  gabinete',  ¿qué  poder,  de  todos 
modos ,  hubiera  quedado  en  Francia  capaz  de  luchar  con- 
tra una  mayoría  enemiga  recién  elegida  por  el  sufragio 
universal,  como  ha  solido  y  suele  luchar,  con  ventaja, 
el  Presidente  de  los  Estados  Unidos  contra  el  Congreso? 
No  resulta  ya  aquí  que,  tomado  en  conjunto,  el  régimen 
que  vulgarmente  se  apellida  representativo ,  ni  en  las 
Monarquías  ni  en  las  RepúbUcas ,  ofrezca  ventaja  sobre 
el  parlamentario ,  y  aun  me  parece  muy  inferior  al  de 
gabinete  de  verdad ,  al  de  gabinete  en  Inglaterra ,  ó  sea 
á  aquel  que  arranca  de  un  cuerpo  electoral  que  puede  y 
quiere  ser  independiente.  Pero,  dígolo  con  verdad,  en 
una  democracia  sin  contrapeso  alguno  eficaz ,  como  la 
francesa,  el  régimen  de  gabinete  me  inspira  aún  mayo- 
res recelos. 

No  es  posible  que  allí  haya,  entre  otras  cosas,  parti- 
dos gobernantes  como  los  que  hasta  aquí  ha  habido  en 
Inglaterra.  Nada  más  distante  que  los  grupos  parlamen- 
tarios que  las  Repúblicas  francesas  han  conocido,  del 
concepto  de  los  partidos  que  Burke  profesaba,  y  que  lord 
John  Russell  prohijó  en  su  Ensayo  histórico  sobre  la 
Constitución  inglesa.  Todos  aquellos  pensarían  también 
constituir  corporaciones  de  hombres  reunidos,  para  pro- 
curar por  sus  esfuerzos  juntos  el  bien  del  país,  partiendo 
de  un  principio  común ;  pero  hubiera  sido  además  preci- 
so, según  observó  Russell,  que,  descartando  los  vicios  y 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA   Y   AMÉRICA.  2J 

las  violencias ,  pudiesen ,  como  fuerzas  políticas ,  ofrecer 
á  un  pueblo,  por  su  parte  constituido  en  juez  del  campo, 
igual  libertad ,  seguridad  personal  idéntica ,  y  más  tran- 
quilidad que  nunca,  aun  sin  contar  con  la  consideración 
y  la  gloria  (').  ¿Logran  parecida  cosa  los  grupos  parla- 
mentarios franceses,  ni  por  separado,  ni  juntos?  Verdad 
es  que,  al  menos,  no  hay  por  acá  partidos  semejantes  á 
los  de  los  Estados  Unidos,  en  lo  cual  nada  pierden  nues- 
tros vecinos.  Por  esta  razón  tal  vez,  mientras  en  la  Repú- 
blica anglo-americana  el  grito  de  los  mejores  ciudadanos 
es  fuera  los  partidos,  los  mejores  republicanos  france- 
ses piden  partidos  á  voces ,  y  cada  día  con  más  necesidad, 
al  parecer.  ¡Tan  contigentes  y  variables  son  las  cosas 
políticas !  Pero ,  para  concluir  :  si  ningún  partido  en  Fran- 
cia es  un  organismo  capaz  de  ponerse  en  lugar  de  la  Na- 
ción, formando  un  Estado  extralegal,  con  igual  ó  mejor 
organización  y  disciplina  que  el  que  las  leyes  establecen, 
tampoco  representa  ninguno ,  en  cambio ,  un  instrumento 
político  que,  absolutamente  dentro  del  orden  legal,  al- 
terne por  la  sola  utilidad  patriótica  de  la  alternativa ,  que 
no  por  peculiares  intereses ,  con  otro ,  en  el  ejercicio  de 
la  soberanía.  Esto,  sin  embargo,  es  lo  que  sin  remedio 
necesita  el  régimen  de  gabinete. 

Fáltales ,  por  otro  lado ,  á  los  prupos  políticos  france- 
ses, poderosa  organización  con  jefes  ciertos  y  disciplina 
segura ,  y ,  aparte  de  esto ,  tribunal  capaz  de  ponerse  de 
acuerdo  sobre  sus  acciones  y  méritos ,  juzgándolos  se- 
rena é  imparcialmente  ;  lo  cual  cabe  sólo  en  un  cuerpo 
electoral  que  sobre  lo  más ,  y  todo  lo  esencial ,  esté  con- 
forme. Y  ¿qué  se  quiere?  Estimo  yo  además  que,  para 
que  salgan  buenos  partidos  gobernantes  de  un  cuerpo 

(i)  Lord  John  Russell  :  Obra  citada. 


24  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


electoral,  es  conveniente  también  que  no  hagan  de  él 
parte  los  que  no  posean  por  lo  menos  casa  y  hogar,  cosa 
que  indudablemente  predispone  á  incorporar  el  interés 
personal  en  el  púbHco.  Mas  no  hay  que  hablar  de  ese 
principio  inglés  en  Francia.  Hay  allí,  por  el  contrario, 
sobra  de  electores ,  y  partidos  irreconciliables  ,  que  casi 
por  mitad  se  reparten  la  Nación ,  quedando  un  tanto  al 
acaso  de  tal  modo  los  destinos  del  país  cada  cuatro  años ; 
hay  grupos  gubernamentales,  más  ó  menos  reductibles, 
pero  siempre  sin  raíces  hondas  ni  suficiente  organización 
en  el  país ,  y  por  lo  mismo  sometidos  á  las  pasiones  ó  los 
caprichos  individuales  ;  hay  dondequiera  exageración  de 
ideas  y  aspiraciones.  Y,  entretanto,  no  porque  Francia 
carezca  de  grandes  partidos  gobernantes ,  el  sistema  de 
los  grupos  y  de  las  mayorías  pasajeramente  formadas 
por  ellos ,  ya  juntos ,  ya  separados ,  deja  de  dar  por  fruto 
Mw  funcionalismo  de  que  la  celebrada  administración  de 
aquel  país  había  estado  bastante  libre  este  siglo.  No  los 
periódicos ,  que  bien  sabemos  todos  que  hasta  de  buena 
fe  exageran  siempre ,  con  el  calor  y  los  demás  estímulos 
de  la  diaria  contienda,  sino  los  libros  políticos,  más  se- 
rena y  razonablemente  escritos  en  esta  época,  lo  prego- 
nan. No  ha  llegado,  con  todo,  allí  la  corrupción  hasta 
donde  en  otras  partes  ;  ni  los  partidos,  ni  sus  jefes,  aun- 
que quizá  no  impecables ,  suelen  hacer  meros  instrumen- 
tos de  su  personal  provecho  las  instituciones  ;  mas  éstas, 
para  decirlo  de  una  vez,  dejan  harto  más  que  desear  en 
sí  mismas  que  las  de  Suiza  y  los  Estados  Unidos ,  consi- 
derándolas desde  el  propio  punto  de  vista  democrático. 


4if** 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y    AMÉRICA.  2 5 

Y  estoy  ya  tocando  al  término.  La  variedad  con  que, 
según  acabamos  de  ver,  se  ejerce  aquí  ó  allá  la  sobera- 
nía dentro  de  un  mismo  principio  político ,  prueba  ante 
todo  que  José  de  Maistre  tuvo  razón  al  decir  que  basta 
que  una  constitución  pueda  aplicarse  á  distintos  pueblos, 
para  saber  que  á  ninguno  le  conviene.  Con  efecto  :  ni  la 
constitución  federal  suiza  sería  aplicable  del  todo  á  los 
Estados  Unidos ,  ni  ésta  ni  aquélla  República  darían  á  la 
francesa  útil  modelo.  En  una  sola  cosa  está  toda  demo- 
cracia conforme,  y  es  en  no  entregar  el  ejercicio  de  la 
soberanía  á  la  Nación  entera.  Dondequiera  conservan  un 
Estado ,  por  mayor  ó  menor  número  de  habitantes  cons- 
tituido, mas  nunca  por  todos.  Tampoco  existe  en  demo- 
cracia alguna  la  igualdad  de  derechos  políticos,  desde 
1789  ofrecida  á  todos  los  seres  capaces  de  discurso  y  vo- 
luntad. ¿Podrán  ellas  mantener  así  perpetuamente  la 
consideración  del  sexo ,  como  razón  generadora  del  de- 
recho político ,  hasta  fuera  de  los  límites  de  la  convenida 
capitis  diminiitio  délas  mujeres  casadas,  extendiéndola 
á  las  célibes  y  viudas  con  fortuna  ú  oficio  independientes, 
instruidas ,  y  harto  más  interesadas  con  frecuencia ,  que 
muchísimos  varones  en  el  buen  gobierno?  La  misma  ar- 
bitrariedad de  los  plazos  de  la  mayoría  de  edad,  que  hace 
que  en  los  cantones  suizos  el  derecho  electoral  vague  en- 
tre los  diez  y  siete  y  los  veinte  años ,  fecha  bien  prolon- 
gada en  otras  partes,  ¿no  tendrán  que  sustituirla  al  fin 
las  democracias  igualitarias  por  una  norma  fisiológica 
con  valor  científico,  en  vez  del  empirismo  actual?  La 
Iglesia  católica,  que  no  peca  de  ligera ,  ha  sido  ya  mucho 
más  generosa  que  ellas  en  este  punto ,  reconociendo  el 
discurso  y  la  voluntad  en  menores  edades ,  para  casos 
más  graves  que  depositar  votos  en  las  urnas.  Parecida 
cosa  ha  hecho  el  Derecho  Penal.  Y  no  se  me  hable  de  in- 


20  LA    ESPAÑA   MODERNA. 

convenientes,  que  demasiado  los  sé;  pero  son  los  que 
lógicamente  trae  consigo  el  lujo  de  no  parecer  doctrina- 
rios, y  el  llevará  sus  consecuencias  los  principios.  El 
caso  es  que  mientras  lo  antedicho  no  se  realice,  la  des- 
igualdad de  los  humanos ,  tan  reprobada  á  Aristóteles, 
continuará  en  substancia.  Bien  lo  comprenden  ya  Ingla- 
terra y  los  Estados  Unidos,  que  al  compás  que  se  demo- 
cratizan, acercan  indudablemente  las  mujeres  á  la  vida 
púbhca,  sobreponiendo  la  lógica  de  un  principio,  no  diré 
al  masculino  orgullo ,  sino  mayormente  á  las  burlas  que 
acogen  cualquier  moda  nueva ,  hasta  que  se  hacen  los 
ojos,  como  decimos  vulgarmente. 

Imposible  es  negar ,  por  otro  lado ,  que  en  todo  su  con- 
junto cabe  sólo  llamar  Nación  á  cualquiera  gente.  Aquél 
es  quien  únicamente  constituye  una  personalidad  nacio- 
nal, y  la  gran  voz  de  la  conciencia  de  ésta  fué  la  que  se 
oyó  allá  en  nuestra  lucha  de  la  independencia ,  así  como 
en  la  Santa  Rusia  se  oye  también  cuando  flotan  hacia 
Constantinopla  sus  banderas.  Todo  lo  que  no  sea  eso, 
constituye  actos  de  soberanía  del  Estado ,  ó  expresiones 
de  lo  que  se  llama  opinión  pública j  en  reahdad  hmitada 
al  privilegiado  número  de  seres  humanos  que  gozan  de 
la  consideración  de  ciudadanos  activos.  La  conciencia 
nacional,  lo  repito,  es  otra  cosa.  Manifiéstase  la  vida  en 
el  planeta  por  muy  diversos  modos;  y  es  claro  que  esta 
conciencia  sin  cerebro  único  no  alcanza  la  variedad  in- 
mensa de  nociones ,  de  sentimientos ,  de  aspiraciones ,  que 
cabe  en  las  individuales.  Pocas  ,  pero  fundamentales 
ideas;  pocos,  pero  profundísimos  sentimientos  ,  contiene 
en  su  particular  espíritu  la  personalidad  social  ó  nacio- 
nal, y  tampoco  necesita  más  para  sus  fines  providencia- 
les. Si  á  su  conciencia,  verdaderamente  pública,  se  le 
pregunta  por  todo,  y  á  cada  instante,  ó  no  responde  ó 


LA    ESPAÑA    MODERNA.  27 


responde  mal,  porque  es  en  verdad  estrecha  su  peculiar 
esfera.  Pero,  en  cambio,  cuando  dentro  de  ésta  habla, 
poco  menos  que  infalibles  son  sus  sentencias. 

Viniendo,  por  último,  á  conclusiones  más  prácticas,  he 
de  decir  aún  que,  en  mi  concepto  ,  ni  la  bondad  de  las  de- 
mocracias en  cualquiera  forma  constituidas,  ni  la  de  nin- 
guna otra  organización  de  Estado ,  entiendo  yo  que  se 
juzgarán  un  día  por  reglas  abstractas  :  ni  por  las  que 
sentó  a  priori  la  Revolución  francesa,  ni  por  las  que 
desde  Montesquieu,  y  su  poco  exacta  teoría  de  la  división 
de  poderes,  se  han  inferido  experimentalmente  del  feliz 
resultado  de  las  instituciones  inglesas.  Para  mí,  los  tiem- 
pos llegan  en  que  un  régimen  político  sea  estimado ,  so- 
bre todo  por  la  aptitud  que  posea  para  mantener  en  or- 
den al  trabajo  3^  al  capital,  contribuyendo  hasta  donde 
quepa  á  su  concierto  necesario.  Todos  los  Gobiernos  rin- 
den algún  tributo  ya,  aunque  en  mayor  ó  menor  cuantía, 
al  socialismo  del  Estado  ,  bien  que  ninguno  haya  adelan- 
tado sus  pasos  tanto  en  esta  senda  como  el  alemán.  Pero 
lo  más  grave  es  hoy,  bien  lo  sabéis  ,  que  la  Iglesia  cató- 
lica en  la  propia  Alemania  ,  en  Inglaterra  ,  en  Francia,  y 
más  que  en  ninguna  parte  en  los  Estados  Unidos,  rechaza 
á  título  de  unas  de  sus  principales  leyes  ,  la  caridad  ,  los 
excesos  de  la  concurrencia  ó  de  ia  lucha  por  la  vida  en 
la  regulación  del  trabajo.  El  Papa  mismo  ha  declarado 
no  ha  mucho  que  es  lícita  la  existencia  de  la  formidable 
asociación  titulada  de  los  Caballeros  del  trabajo  en  los 
Estados  Unidos  ,  con  tal  que  respete  la  propiedad  indivi- 
dual, y  que  no  incurra  en  los  extravíos  del  socialismo  re- 
volucionario. Por  tales  caminos  ya  la  mayor  fuerza  moral 
que  posea  el  mundo  ,  reparad  también  que  la  fuerza  ma- 
terial más  triunfante  en  el  mismo  y  más  gloriosa  ,  se  ha 
dejado  persuadir  del  sociaHsmo  de  la  cátedra,  del  llamado 


28  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


inexactamente  socialismo  católico ,  del  socialismo  con- 
servador, y  hasta  de  la  nueva  economía  política  realista, 
conformes  ya  en  una  cosa  ,  á  saber :  que  las  leyes  mate- 
máticas de  la  producción  y  la  demanda,  ni  se  deben,  ni 
se  pueden  aplicar  á  los  hombres.  No  discuto  aquí,  expon- 
go; no  pretendo  establecer,  según  dije  ha  poco  ,  sino  que 
el  Estado  del  porvenir  ha  de  estar  influido,  antes  que  por 
nada,  por  el  hecho  novísimo  de  que  sobre  los  antiguos 
problemas  políticos  claramente  prepondera  el  problema 
social. 

Pues  ahora  bien  :  el  más  simple  planteamiento  de 
este  problema  dificilísimo  ,  obligará  á  prescindir  de  go- 
biernos que  no  sean  capaces  de  pasar  irresistiblemente  á 
un  tiempo  sobre  las  minorías  propietarias  ó  capitalistas, 
y  sobre  las  mayorías  trabajadoras  y  proletarias  ,  con  el 
ñn  de  que  ni  las  primeras  aprovechen  las  ventajas  todas 
de  la  concurrencia,  ni  extiendan  las  segundas  su  estricto 
derecho  á  vivir  trabajando,  hasta  convertirlo  en  más- 
cara de  la  pereza,  del  apetito  de  lo  superfluo  ó  del  vicio. 
Dígase,  por  otra  parte  ,  contra  el  socialismo  y  sus  sis- 
temas varios,  cuanto  se  quiera  ,  paréceme  á  la  par  esto 
evidente  :  que  en  las  democracias  donde  se  reconoce  por 
amo  al  pueblo,  ni  siquiera  es  racional  que  los  servidores 
disputen  al  dicho  amo  la  seguridad  del  sustento.  De  esta 
compenetración  de  la  soberanía  absoluta  con  la  pobreza 
en  la  mayoría  de  los  ciudadanos ,  fuerza  será  que  las  de- 
mocracias se  den  cuenta  exacta,  no  mirando  sólo  á  los 
inconsistentes  diques  que  hábitos ,  respetos ,  ignorancia, 
desconocimiento  aun  de  las  propias  fuezas,  mantienen  to- 
davía en  pie,  sino  ala  cantidad  de  las  corrientes  asola- 
doras  que  pudieran  rebasar  todo  cauce  alguna  vez.  Si 
para  esas  horas  carecen  las  democracias  de  organis- 
mos proporcionados  á  la  misión  primera  del  Estado  ,  si 


LA    DEMOCRACIA    EN    EUROPA    Y   AMÉRICA.  2g 

no  aciertan  á  sobreponerse  á  los  más,  cuando  haga  falta, 
á  pesar  de  su  dependencia  absoluta  del  número ,  poca 
duda  será  permitida,  respecto  á  los  riesgos  que  correrá 
en  sus  manos  el  orden  social. 

Las  mayorías,  trabajadoras  ó  sin  trabajo,  totalmente 
apoderadas  del  poder  público,  ¿por  qué  no  han  de  dirigir 
el  ejercicio  de  su  incontestada  soberanía  en  un  sentido 
conforme  á  su  erróneo  concepto  de  la  justicia,  á  sus  de- 
seos vagos  y  sus  reales  necesidades ,  por  más  que  suela 
esto  hallarse  en  contradicción  con  las  ineludibles  leyes  de 
la  desigualdad  natural  (')?  Todas  las  soberanías  han  abu- 
sado hasta  aquí,  y  por  nada  ha  luchado  tanto  el  género 
humano  como  por  ir  poco  á  poco  enfrenando  á  las  ante- 
riores. ¿De  qué  modo  se  logrará  esto  mismo  con  la  más 
moderna?  Sábelo  Dios  solamente  ;  pero  no  sería  mucho 
que  para  contenerla ,  si  la  contenían ,  engendrasen  las  de- 
mocracias de  nuevo,  como  engendraron  ya  en  Grecia, 
aquella  clásica  institución  del  tirano,  y  la  dictadura  con- 
sular ó  imperial  en  Roma,  frutos  de  un  propio  árbol. 
Parecería  entonces  más  loable  que  ahora  el  grande  Estado 
alemán,  donde,  rindiéndose  tributo  á  la  evidencia  de  los 
males  sociales ,  y  procurándoles  el  alivio  posible ,  ya  que 
no  total  remedio ,  reside  suficiente  poder  orgánico  para 
excluir  de  la  cuestión  la  violencia  brutal  por  todos  lados, 
dando  lugar  con  el  inexorable  mantenimiento  del  orden 
al  tiempo  y  á  la  inteHgencia  humana  para  adquirir  por 
racionales  métodos  mayor  bienestar  común ,  y  evitar  más 
número  de  males  de  día  en  día  (').No  olviden  las  democra- 

(  I  )  No  serán  suficiente  obstáculo  libros  como  el  de  H.  C.  Mailfer  :  De 
la  Dcmocratie  en  Europe  :  Saint-Denis,  1875,  ni  tampoco  el  de  Henry 
Maine  :   Popular  governement :    1886. 

(2)  El  príncipe  de  Bismarck  ha  dicho  con  orgullo  en  el  Reichstag,  á 
propósito  de  esto  :  «II  m'est  permis  de  revendiquer  pour  moi  la  paternité 
premiére  de  toute  la  politique  sociale».  Discours  de  Mr.  le  Frince  de  Bis- 
marck ,  vol.  xv ,  pág.  283. 


30  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


cias  individualistas ,  enemigas  feroces  del  socialismo  á  las 
veces ,  que  está  éste  dentro  precisamente  de  su  propia 
naturaleza,  porque  el  poder  igual  de  todos,  aunque  sea 
un  imposible  práctico ,  pide  que  las  consecuencias  socia- 
les para  todos  sean  iguales  también.  Por  eso  mismo  se 
encuentran  forzadas  á  mayor  precaución  y  acción ,  allí 
sobre  todo,  donde  por  deficiencia  de  la  espontaneidad  in- 
dividual haya  por  fuerza  de  intervenir  el  Estado.  Hoy  ya 
el  socialismo  católico,  como  el  conservador,  la  Monarquía 
prusiana  de  derecho  divino  como  el  torysmo democrático, 
ó  sea  la  democracia  conservadora  de  D'Israeli  y  sus  dis- 
cípulos, ofrecen  lecciones  útiles  para  este  caso,  que  los 
Estados  democráticos  tendrán  que  precipitarse  á  apro- 
vechar. 


A.  Cánovas  del  Castillo. 


NOVELA-PROGRAMA 


A  la  Sra.  de  R.  G. 


MI  distinguida  amiga  :  Hace  ya  meses  que  me 
envió  V.  un  ejemplar  de  LooMng  backwardy 
novela  de  Eduardo  Bellamy,  impresa  en  Boston 
en  1889.  En  seguida  di  á  V.  las  gracias  por  su  presente  ; 
pero,  como  tengo  tantas  cosas  que  leer  y  tantos  asuntos 
á  que  atender,  confieso  que  no  leí  la  novela,  y  la  dejé 
arrinconada. 

Pasó  tiempo,  y  un  día  la  novela  cayó  de  nuevo  por  ca- 
sualidad entre  mis  manos.  Entonces  reparé  en  una  cosa 
en  que  no  había  reparado  antes,  y  que  no  pudo  menos  de 
mover  mi  curiosidad  hacia  la  novela.  En  letra  mucho  más 
menuda  que  el  título  y  por  bajo  de  él,  decía  la  portada  : 
two  himdredth  thoiisand. 

Estas  tres  palabras  me  dieron  dentera,  ó,  si  se  quiere, 
envidia.  Yo  también  soy  autor,  y  no  estoy  exento  de  tener 
envidia  á  otros  más  dichosos  autores. 

Las  tres  palabras  indicaban  que  de  la  ñamante  novela 
se  habían  vendido  ya  doscientos  mil  ejemplares  cuando  se 


32  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


imprimió  el  que  yo  había  recibido.  Desde  entonces  hasta 
ahora  ha  pasado  tiempo  bastante  para  que  se  vendan 
otros  cien  mil.  Bien  se  puede  afirmar,  pues,  que  lo  menos 
trescientos  mil  ejemplares  de  LooMng  backward  han 
sido  ya  vendidos. 

En  ese  país  y  en  Inglaterra  hay  mucha  librería  circu- 
lante ^  y  los  libros  además  se  prestan  sin  dificultad.  No  es 
exageración  suponer  que  cada  ejemplar  ha  sido  leído  por 
diez  personas.  El  Sr.  Bellamy,  por  consiguiente,  puede 
jactarse  de  que  han  leído  ya  su  obra  tres  millones  de 
seres  humanos.  Sobre  esta  satisfacción  de  amor  propio 
debe  de  tener  además  el  gusto  más  sólido  y  positivo,  su- 
poniendo que  sus  derechos  de  autor  son  por  cada  ejem- 
plar no  más  que  diez  céntimos  de  dollar ,  de  haber  co- 
brado á  estas  horas  por  su  trabajo  treinta  mil  dollar s,  ó 
dígase  bastante  más  de  ciento  cincuenta  mil  pesetas  de 
nuestra  moneda.  Tan  opimos  derechos  merecen  ,  en  ver- 
dad, el  pomposo  nombre  de  royalty,  realeza ^  que  tienen 
en  inglés  ;  mientras  que  los  derechos  de  los  autores  espa- 
ñoles, salvo  en  rarísimos  casos,  debieran  llamarse  heg- 
gary ,  mendicidad  ó  pobretería. 

Compungido  yo  y  descorazonado  por  esta  considera- 
ción, vengo  á  sospechar  á  veces  si  todo,  y  singularmente 
los  escritores,  estaremos  en  España  muy  por  bajo  del 
nivel  intelectual  de  otros  países.  El  que  en  España  no  se 
lea  no  basta  á  explicar  que  no  se  lean  nuestros  hbros.  Si 
fueran  buenos ,  me  digo ,  se  traducirían  y  leerían  en  otros 
países ,  ó  bien  en  otros  países  aprenderían  el  español  para 
leernos.  ¿No  sucede  esto  por  dondequiera,  con  los  libros 
que  se  publican  en  Francia?  En  nuestra  Península,  y  en 
toda  la  extensión  de  la  América  hispano-parlante ,  ¿para 
qué  ocultarlo? ,  Zola,  Flaubert  y  Daudet  son  más  estima- 
dos que  Alarcón,  que  Pereda,  y  hasta  que  Pérez  Galdós, 


NOVELA-PROGRAMA.  33 


y  de  seguro  que  se  han  leído  y  se  han  vendido  más  ejem- 
plares de  Nana  6  de  Germinal,  6  de  La  Tierra  y  que  de 
Sotilesa  ó  de  los  Episodios  nacionales. 

Con  los  libros  en  inglés  aún  no  sucede  esto  tanto  en 
las  naciones  que  hablan  nuestra  lengua  ;  pero  los  libros 
en  inglés ,  si  llegan  á  hacerse  populares ,  no  han  menester 
de  nuestro  tributo. 

Harto  se  ve  en  Looking  backward.  Tal  vez  sea  yo, 
hasta  ahora ,  gracias  al  ejemplar  que  V.  me  envió  de  pre- 
sente ,  el  único  español  que  sabe  de  dicho  Hbro,  y  de  dicho 
libro,  con  todo ,  se  han  vendido  ya  más  ejemplares  que  de 
ninguna  de  las  novelas  de  Zola  :  del  más  glorioso  y  á  la 
moda  entre  los  novelistas  franceses. 

A  pesar  de  cuanto  acabo  de  exponer,  quiero  desechar 
mi  abatimiento  y  mi  modestia ;  y,  sin  rebajar  el  mérito 
del  escritor  extranjero,  entiendo  que  son  parte  en  la  fama 
y  en  el  provecho,  que  á  menudo  alcanza,  lo  bonachón  y 
lo  candoroso  que  es  el  público  de  otros  países ,  donde  se 
rodea  al  escritor  de  gran  prestigio  y  se  le  presta  autori- 
dad que  nosotros  le  quitamos. 

Nosotros  no  tenemos  mala  voluntad  á  los  hombres  de 
letras  ;  pero  las  circunstancias  nos  encierran  en  círculo 
vicioso  de  difícil  salida.  Aquí  no  pocos  hombres  de  mu- 
cho talento  y  bastantes  de  mediano  medran,  se  enri- 
quecen y  encumbran,  politiqueando,  tratando  de  curar 
enfermedades  ó  defendiendo  pleitos.  El  que  compone  li- 
bros, si  no  tiene  rentas,  ó  bien  si  no  tiene  otras  ingeniaturas, 
permanece  siempre  casi  pordiosero.  Y  de  ello  inferimos, 
ya  que  el  que  compone  libros  está  medio  loco,  ya  que  es 
incapaz  de  ser  político  hábil,  abogado  con  clientes  ó  mé- 
dico con  enfermos,  por  donde  se  da  á  Hteraturas,  como 
quien  se  da  á  perros,  desengañado  y  desechado  de  pro- 
fesiones más  lucrativas. 

3 


34  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Pero  salgamos  de  tan  tristes  meditaciones  crematís- 
tico-literarias ,  y  hablemos  de  la  novela  del  Sr.  Bellamy. 

Nada  más  rancio ,  trillado  y  manoseado  que  lo  funda- 
mental de  su  argumento.  Es  un  caso  de  sueño  ó  letargo 
prolongadísimo,  del  cual  se  despierta  al  cabo.  Ya  de 
Epiménides  de  Creta,  que  vivió  seis  siglos  antes  de  Cristo, 
se  cuenta  que  estuvo  durmiendo  cincuenta  y  siete  años. 
Hermotimo  de  Clazomene,  que  floreció  poco  después, 
echaba  también  siestas  muy  largas ;  con  el  aditamento 
de  que,  mientras  que  su  cuerpo  dormía,  su  desatado  es- 
píritu se  paseaba  por  todo  el  universo  con  la  rapidez  del 
rayo.  En  las  edades  cristianas,  abundan  más  aún  los 
durmientes ,  empezando  por  los  siete,  que ,  durante  la 
persecución  de  Decio ,  se  quedaron  dormidos  en  una  ca- 
verna, y  despertaron  ciento  cincuenta  y  siete  años  des- 
pués ,  hallando  muy  cambiadas  las  cosas  del  mundo  y  el 
cristianismo  triunfante. 

No  sé  de  país  donde  no  haya  cuentos ,  leyendas ,  co- 
medias y  zarzuelas  que  se  fundan  en  esta  base.  Nosotros 
tenemos  á  nuestro  D.  Enrique  de  Villena,  que  desde  el 
siglo  XV  estuv.o  hecho  jigote,  y  apareció  y  surgió  á  nueva 
vida  en  La  redoma  encantada  de  Hartzenbusch.  Por  lo 
común ,  no  se  requiere  determinación  tan  heroica  como 
la  de  hacerse  jigote ,  ni  siquiera  se  exige  sueño,  para  dar 
un  brinco  en  el  tiempo,  y  plantarse  de  súbito  dos,  tres 
ó  cuatro  siglos  más  allá  del  punto  de  partida.  Basta  para 
ello  un  éxtasis,  un  arrobo  ola  traslación  real  á  medio 
más  dichoso,  donde  el  correr  del  tiempo  es  más  raudo. 

Yo  he  leído  un  cuento  japonés,  en  que  un  pescadorci- 
11o  es  llevado  á  una  isla  encantada.  Allí  se  casa  con  cierta 
mágica  princesa.  Vuelve  á  su  tierra,  en  su  sentir  al  cabo 
de  un  año,  y  reconoce  que  han  pasado  doscientos  ó  más; 
que  no  tiene  ya  ni  padre ,  ni  madre ,  ni  perrito  que  le  ladre, 


NOVELA-PROGRAMA.  3^ 


y  que  nadie  en  su  tierra  le  recuerda.  Atolondrado, abre 
entonces  unacajita ,  don  de  su  princesa ,  cajita  que  le  debía 
servir,  no  abriéndola,  para  volver  á  la  isla  encantada;  y 
sale  de  la  cajita  un  vapor,  á  manera  de  nubécula  blanca, 
que  en  lo  alto  del  aire  se  disipa.  Entonces  siente  que  caen 
sobre  él ,  con  todo  su  peso ,  los  doscientos  ó  trescientos 
años  que  habían  pasado ,  y  pierde  la  lozanía  de  la  juven- 
tud, y  se  trueca  en  un  horrendo  viejezuelo ,  que  se  encoge 
y  consume  hasta  que  muere. 

La  Leyenda  áurea,  las  vidas  de  los  Padres  del  yermo, 
en  todo  país  y  en  diversos  idiomas ,  están  llenas  de  casos 
semejantes,  aunque  menos  lastimosos.  Ya  es  un  monje 
que  se  embelesa,  oyendo  cantar  un  pajarillo,  en  un  soto, 
cerca  de  su  convento.  Vuelve  al  convento,  creyendo 
haber  estado  ausente  una  hora,  y  ha  pasado  un  siglo. 
Longfellow  ha  puesto  en  verso  una  historia  de  esta  clase. 
Ya ,  como  en  una  preciosa  leyenda  italiana  del  siglo  xiv, 
son  dos  monjes  que  se  extravían  en  una  selva ;  hallan 
una  barca  en  la  margen  de  apacible  río;  se  embarcan,  se 
dejan  llevar  de  la  corriente,  y  arriban  al  Paraíso  terre- 
nal. El  querubín  de  la  espada  flamígera  les  da  libre  en- 
trada; y  Enoch  y  Elias  los  reciben  y  los  agasajan,  rega- 
lan y  deleitan  tan  maravillosa  y  elegantemente,  que  se 
les  hace  muy  cuesta  arriba  volver  al  convento ,  al  cabo 
de  una  semana.  Pero  no  hay  más  recurso  que  volver. 
Vuelven,  y  descubren  que  han  pasado  en  el  Paraíso  Te- 
rrenal la  friolera  de  setecientos  años. 

La  invención ,  pues ,  del  Sr.  Bellamy  nada  tiene  de 
inaudita.  Su  héroe,  JuHán  West,  se  queda  dormido,  en 
un  sueño  magnético,  y  despierta  ciento  trece  años  des- 
pués. Se  duerme  en  1887  y  despierta  en  el  año  2000  de 
nuestra  Era. 

Se  advierte  en  esto  otro  ingrediente  capital ,  permita- 


36  LA   ESPAÑA   MODERNA, 


seme  la  expresión  farmacéutica ,  que  entra  en  la  confec- 
ción de  la  novela  del  Sr.  Bellamy.  La  novela  es  profé- 
tica  :  nos  pinta  lo  que  serán  el  mundo  y  la  humanidad 
dentro  de  poco  más  de  un  siglo. 

Tampoco  es  esto  nuevo.  Pinturas  proféticas  por  el  es- 
tilo, acaso  más  divertidas  y  más  brillantes  y  pasmosas, 
se  han  hecho  en  casi  todas  las  literaturas.  ¿Dónde  está, 
pues,  el  valer  de  la  novela?  ¿Cuál  ha  sido  la  causa  de  su 
extraordinaria  popularidad?  A  mi  ver,  el  valer  de  la  no- 
vela es  grande  y  la  causa  de  los  aplausos  justísima.  Con- 
sisten en  la  buena  fe  y  en  el  fervor  con  que  el  Sr.  Bella- 
my cree  y  espera  en  lo  que  profetiza  con  alegre  y 
profundo  optimismo. 

Sin  duda  que  en  Europa  los  descubrimientos  é  in- 
venciones recientes  de  la  ciencia  experimental ,  la  activi- 
dad fecunda  de  la  industria ,  la  facilidad  de  las  comuni- 
caciones, la  creciente  riqueza,  las  máquinas,  el  bienes- 
tar, el  lujo  y  sus  refinamientos,  el  telégrafo ,  el  teléfono,  el 
alumbrado  eléctrico,  las  Exposiciones  universales,  los 
congresos  de  sabios  y  otras  maravillas,  han  ensoberbe- 
cido y  alentado  por  todo  extremo  á  no  pocos  hombres,  y 
les  han  hecho  creer  en  un  indefinido  progreso  humano  ; 
pero  también  esas  mismas  novedades,  primores  y  ade- 
lantos, han  influido,  en  sentido  opuesto,  en  más  hombres 
aún,  volviéndolos  canijos,  descontentadizos,  nerviosos  y 
quejumbrosos. 

El  pesimismo  existe  desde  antes  de  Job  y  de  Budha ; 
pero  pocas  veces  ha  estado  más  divulgado ,  más  razonado 
y  más  boyante  que  en  el  día.  Pocas  veces  ha  sido,  además, 
más  negro  y  desesperado  en  Europa :  ya  porque  se  afirma 
la  mayor  dificultad,  cuando  no  la  imposibihdad ,  de  ilu- 
siones, de  ideales,  de  creencias;  ó  como  quieran  llamarse, 
que  sirvan  de  compensación  ó  de  consuelo  ;  ya  porque  se 


NOVELA-PROGRAMA.  -7 


abultan  los  peligros  en  la  resolución  de  urgentes  y  teme- 
rosos problemas  ;  ya  porque  los  impacientes  y  furiosos 
quieren  resolver  estos  problemas  con  desmedida  violen- 
cia y  por  virtud  de  los  más  truculentos  cataclismos. 

Inútil  me  parece  detenerme  en  probar  que,  en  Europa, 
y  singularmente  en  la  segunda  mitad  de  este  siglo  que  va 
llegando  á  su  fin,  hay  más  desesperación  que  esperanza, 
se  ve  oscuro  y  tempestuoso  el  porvenir,  y  son  tétricas  la 
filosofía  y  la  literatura. 

La  risueña  amenidad  de  algunos  reformadores  socia- 
les, como  Fourier  por  ejemplo,  sólo  sirve  ya  para  bur- 
las. Los  que  en  el  día  aspiran  á  reformadores,  se  llaman 
nihilistas,  y  aturden  y  aterrorizan  á  las  clases  conser- 
vadoras. Los  poetas  siguen  siendo  desesperados  y  satá- 
nicos ,  ó  bien  dimiten ,  por  suponer  que  la  poesía  se  acaba. 
Sus  negaciones ,  maldiciones  y  furores ,  en  vez  de  salir  en 
verso  y  en  raptos  líricos ,  que  solían  tomarse  menos  por 
lo  serio,  se  ponen  hoy  en  prosa,  con  el  método,  el  orden 
y  las  pretensiones  didácticas  de  una  ciencia.  En  vez  de 
Leopardi,  Byron  ó  Baudelaire,  tenemos  á  Schopenhauer. 
Las  pasiones  sublimes ,  los  caracteres  nobles  y  desintere- 
sados ,  los  dulces  amores ,  las  creencias  profundas ,  todo 
lo  ameno  y  hermoso  se  va  arrojando  de  la  narración  es- 
crita, donde  se  afirma  que  la  imaginación  no  debe  poner 
nada  de  su  cosecha.  Las  obras,  pues,  de  entretenimiento, 
las  más  leídas  y  admiradas ,  son  cuadros  horribles  de  vi- 
cios ,  maldades  y  miserias ,  en  que  el  hombre ,  bestia  hu- 
mana,  se  revuelca  en  cieno  y  en  sangre.  La  vida,  en  la 
realidad  y  en  la  ficción ,  aparece  como  una  pesadilla  cruel, 
ó  como  una  estúpida  é  indigna  farsa,  que  no  merece  ser 
vivida.  El  mejor  término  y  remate  de  todo  es  morirse 
para  descansar.  La  suprema  bienaventuranza  del  mundo, 
la  última  victoria  del  saber  y  la  más  alta  realizada  aspi- 


38  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


ración  del  deseo,  serían  el  totalicidio :  que  la  ciencia  nos 
hiciese  poderosos  para  ahogar  el  necio  prurito  de  vivir 
que  fermenta  en  las  cosas  y  matar  el  universo. 

Cierto  es  que  la  misma  exageración  de  los  clamores  y 
de  las  blasfemias  hace  que  á  veces  se  tengan  por  fanfa- 
rronadas ,  y  que  el  hombre  sereno  las  ría  y  no  las  de- 
plore; pero  la  insistencia  y  la  generalidad  de  tantas  quejas 
se  sobreponen  á  la  risa,  anublan  el  ánimo  más  despejado, 
y  angustian  al  fin  y  meten  en  un  puño  el  corazón  de  más 
anchuras. 

En  el  conjunto,  bien  puede  asegurarse  que  de  ese 
otro  lado  del  Atlántico ,  no  hay  que  lamentar  como  en- 
démica esta  enfermedad  del  desconsuelo ;  reina  cierta 
gallarda  confianza  en  los  futuros  destinos  de  la  humanidad. 
La  tierra  es  nueva ,  vasta  y  pingüe ,  y  cría  savia  abun- 
dante en  cuanto  se  trasplanta  en  ella.  Si  de  una  cepa 
vetusta,  cubierta  de  filoxera  y  carcomida  por  el  hongui- 
11o ,  tomamos  un  buen  sarmiento ,  y  le  metemos  en  tierra 
á  alguna  distancia,  el  mugrón  se  transforma  pronto  en 
otra  sana  y  fructífera  cepa.  Así  me  figuro  yo  que  ocurre 
quizá  al  anglo-americano  en  relación  con  el  europeo.  La 
prosperidad  de  esa  gran  República  se  diría  que  promete 
mayor  auge  é  inmensa  ventura  para  en  adelante.  Toda 
dificultad,  en  vez  de  desalentar,  aumenta  los  bríos,  y 
hasta  regocija  con  la  esperanza  de  vencerla.  Hay  ahí 
cierta  emulación  ,  cierta  petulancia  juvenil ,  que  son  útiles, 
porque  persuaden  á  muchos  de  que  América  logrará  lo 
que  Europa  no  ha  logrado ;  resolverá  problemas  que  aquí 
tenemos  por  irresolubles,  y  realizará  ideales  que  nos- 
otros, ya  cansados,  agotados  y  viejos,  abandonamos  por 
irrealizables  y  quiméricos.  Excelsior  es  la  hermosa  y 
extraña  divisa  que  llevan  Vds.  en  la  bandera.  Los  poetas 
de  ahí  están  llenos  de  presentimientos  dichosos ,  y  no 


NOVELA-PROGRAMA.  39 


lloran  ni  se  quejan  tan  desoladamente  como  los  nuestros. 
La  vida  para  ellos  no  es  lamentación,  sino  acción  ince- 
sante, á  fin  de  avanzar  más  cada  día, 

Still  achteving  ,  still pursuing , 

y  dejando  en  pos 

Footprints  on  the  sands  of  time  , 

como  dice  Longfellow,  en  su  Psalmo.  Todo  vate  quiere 
hoy  ser  ahí  más  profeta  que  en  parte  alguna.  Su  misión 
es  profetizar  y  no  cantar  : 

Life  sings  not  now ,  hut  prophesies. 

Whittier  es  á  modo  de  un  Ezequiel  de  nuestro  siglo. 
Con  justicia  se  le  saluda  como  al  «cantor  de  la  religión, 
de  la  libertad  y  de  la  humanidad ,  cuya  palabra  de  santo 
fuego  despierta  la  conciencia  de  una  nación  culpada  y 
derrite  las  cadenas  de  los  esclavos». 

La  poesía  lírica  de  ahí  inculca  en  sus  mejores  obras 
que  querer  es  poder.  La  voluntad  tenaz,  valerosa  y  des- 
enfadada, rompe  todo  límite  que  el  saber  imperfecto 
pone  á  lo  posible.  Un  buen  yankee  (y  permítame  V.  que 
llame  así  á  sus  paisanos ,  por  no  llamarlos  anglo-ameri- 
canos  siempre),  un  buen  j^a/í^é»^^  digo,  alentado  por  su 
soberbia  esperanza ,  es  como  el  Reco  de  la  bella  leyenda 
de  Russell  Lowell;  no  duda  de  lograr  su  anhelo,  y  se  con- 
sidera como  sobrehumanado  para  lograrle. 

(( Reco  no  dudó  ya  de  su  ventura. 
Bajo  sus  pies,  á  la  ciudad  volviendo, 
Pensó  que  ufano  el  suelo  florecía  ; 
Que  era  más  clara  la  amplitud  del  éter  •, 
Que  alas  para  cruzarle  le  brotaban  ; 
Y  que  del  sol  los  rayos  ,  en  sus  venas 
Infundidos ,  prestaban  á  la  sangre 
Calor  salubre  y  levedad  celeste.» 


40  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


Esta  fe  en  el  porvenir ,  esta  exultación  del  espíritu, 
que  nada  deja  fuera  de  su  alcance,  ha  sido  la  Musa  que 
ha  inspirado  su  novela  al  Sr.  Bellamy. 

Al  espirar  el  siglo  xx,  ó  dígase  dentro  de  poco  más 
de  un  siglo ,  la  más  portentosa  revolución  estará  ya  con- 
sumada; se  habrá  renovado  la  faz  de  la  tierra;  la  con- 
dición humana  habrá  logrado  mejoras  extraordinarias 
materiales  y  morales,  y  la  Jerusalén  celeste,  ó,  si  se 
quiere,  la  suspirada  ciudad  de  Jauja,  habrá  bajado  del 
cielo ,  y  extenderá  su  feliz  y  dulcísimo  imperio  sobre  to- 
das las  lenguas,  tribus  y  naciones  del  mundo.  No  quiere 
decir  esto  que  una  Jauja  conquistadora  tendrá  sometido 
el  resto  del  mundo ,  sino  que  la  Jauja  ideal  se  reahzará 
por  dondequiera,  y  todo  el  mundo  será  Jauja, 

Entendámonos,  sin  embargo.  La  Jauja  realizada  en 
todas  partes ,  no  será  la  grosera  y  vulgar  de  que  habla  el 
proverbio ;  la  Jauja  donde  se  come ,  se  bebe  y  no  se  tra- 
baja. En  el  nuevo  orden  de  cosas,  en  la  flamante  ciudad, 
no  habrá  nadie  que  no  trabaje ;  hombres  y  mujeres  serán 
trabajadores;  pero  merced  á  la  ingeniosidad  y  primor  de 
la  maquinaria  y  á  la  superior  organización  del  trabajo,  el 
trabajo,  lejos  de  ser  fatigoso,  será  gratísimo. 

La  vida  estará  lindamente  arreglada.  Hasta  los  vein- 
tiún años  dura  el  período  de  la  educación  en  el  nuevo  ré- 
gimen. Las  escuelas  son  tan  buenas,  que  apenas  hay  quien 
salga  de  ellas  sin  ser  un  pozo  de  ciencia ,  diestro  en  todos 
los  ejercicios  corporales ,  así  de  fuerza  como  de  agiHdad  y 
de  gracia;  sano,  hermoso  y  robusto. 

Como  ya  no  sobrevienen  (estamos  en  el  año  2000) 
guerras  ni  desazones ,  y  vivimos  en  una  paz  plusquam- 
octaviana ,  ni  hay  quintas ,  ni  mucho  menos  servicio  miH- 
tar  obligatorio.  ¿Y  para  qué,  si  tampoco  hay  generales 
ni  ejército  guerreador?  De  lo  que  no  se  puede  prescindir 


NOVELA-PROGRAMA. 


es  de  ejército  industrial,  y  todo  individuo  tiene  que  ser- 
vir en  este  ejército,  admirablemente  regimentado.  Pero 
el  servicio  es  cómodo  y  ameno,  como  ya  hemos  dicho,  y 
á  la  edad  de  cuarenta  y  cinco  años  termina.  Á  la  edad  de 
cuarenta  y  cinco  años  recibe  cada  cual  su  licencia  abso- 
luta, ó  bien  se  jubila.  Y  no  porque  ya  se  le  crea  inútil, 
sino  porque  ya  ha  cumplido  con  la  sociedad. 

Lejos  de  estar  inútil  el  jubilado  ó  licenciado,  puede 
asegurarse  que  está  en  lo  mejor,  en  el  cénit  de  su  edad. 
La  higiene ,  pública  y  privada ,  la  medicina ,  la  cirugía  y  el 
arte  culinaria  han  progresado  de  tal  suerte ,  que  el  término 
ordinario  de  la  vida  es  ya  de  noventa  años.  Quedan,  pues, 
después  de  la  jubilación,  otros  cuarenta  y  cinco  años  de 
huelga  y  reposo ,  durante  los  cuales  todo  hombre  y  toda 
mujer  disfrutan  de  las  invenciones,  fiestas,  riquezas,  es- 
plendores, magnificencias  y  deleites  que  el  trabajo,  la 
industria  y  el  ingenio  sociales  han  producido  y  siguen 
produciendo,  cada  día  con  mayor  abundancia,  delicade- 
za, chiste  y  tino. 

Dígole  á  V.;  sin  el  menor  sonrojo,  que  se  me  hace  la 
boca  agua  al  pensar  en  tan  jubilante  jubilación,  en  tan 
honrado  y  decoroso  sibaritismo ,  y  en  tan  verdadero  gati- 
deamiis  y  otium  cimi  dignitate. 

Algo  he  extrañado ,  pero  no  para  censurar ,  sino  para 
aplaudir,  que  el  Sr.  Bellamy,  que  tantas  cosas  reforma  ó 
trueca,  todo  lo  deja  como  está  ahora  en  lo  tocante  á  las 
artes  cosméticas  é  indumentarias  ^yZ/rí^  noviazgos  y  bele- 
nes. Así  da  nueva  prueba  de  que  en  amor  y  en  belleza 
no  hay  más  que  pedir.  Hemos  llegado  á  la  relativa  per- 
fección que ,  en  lo  humano ,  cabe  en  lo  erótico  y  en  lo 
estético.  Lo  que  podrá  conseguir  el  nuevo  organismo 
social  es  democratizar  la  belleza  ;  á  saber:  que  haya 
más  muchachas  bonitas ,  y  que  no  abunden  las  feas.  Tám- 


42  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


bien  se  conseguirá,  implicado  en  el  progreso  del  arte 
macrobiótica,  que  la  hermosura  y  la  edad  de  los  amores 
duren  doble  ó  triple. 

Me  pasma  que  una  cosa  que  aquí,  en  España,  acaba- 
mos ahora  de  establecer  como  gran  progreso ,  la  deseche 
el  Sr.  Bellamy  como  barbaridad  ó  poco  menos.  Hablo 
del  jurado.  Aunque  en  su  República  ó  Utopía  apenas  ha  de 
haber  ignorantes ,  y  en  cambio  ha  de  haber  pocos  pleitos 
que  sentenciar  y  poquísimos  delitos  que  castigar,  todavía 
entiende  el  Sr.  Bellamy  que  la  ciencia  del  derecho  es  tan 
subHme  y  la  administración  de  la  justicia  función  tan 
egregia ,  que  ^ólo  á  los  sabios  la  confía,  mirando  como 
profanación  sacrilega  que  cualquier  ciudadano  lego  in- 
tervenga en  ella. 

Hay  otro  punto  trascendental,  en  que  (yo  lo  celebro) 
va  el  Sr.  Bellamy  contra  la  vulgar  corriente  progresista. 
No  quiere  que  la  mujer  ejerza  los  mismos  empleos  públi- 
cos que  el  hombre,  ysea,v.  gr.,  alcaldesa,  diputada, 
ministra,  senadora  ó  académica.  Todo  esto  le  parece  de 
una  insufrible  y  antiestética  ondinariez :  lo  que  por  acá 
llamamos  cursi.  La  mujer,  en  su  sistema,  reinará  en  los 
salones ;  influirá  en  todo  más  que  el  hombre ;  inspirará  á 
éste  los  más  nobles  sentimientos  y  altas  ideas ;  le  seguirá 
puliendo  y  gobernando  y  mandando ,  como  ha  sucedido 
siempre;  y  hará  que  él,  por  el  afán  de  complacerla,  ena- 
morarla y  servirla,  sea  ó  procure  ser  dechado  de  virtu- 
des y  modelo  de  distinción;  discreto,  limpio,  peripuesto 
y  atildado. 

Encanta  considerar  lo  mucho  que  se  disfruta  con  el 
nuevo  sistema  ya  establecido.  La  lucha  entre  el  capital  y 
el  trabajo  cesa  por  completo.  No  hay  competencias  entre 
fabricantes  del  mismo  país ,  ni  entre  industrias  de  diversas 
naciones.  Y  no  hay,  por  consiguiente,  ni  aduanas,  ni  de- 


NOVELA-PROGRAMA.  43 


rechos  protectores,  ni  huelgas,  ni  ruinas  y  bancarrotas 
por  competir.  Ni  hay  tampoco  un  solo  soldado  que  man- 
tener, ni  un  solo  barco  de  guerra  que  costear,  ni  instru- 
mento de  destrucción  que  pagar  caro ,  ni  bronce  que  fun- 
dir sino  para  campanas  que  repiquen,  ni  pólvora  que 
gastar  sino  en  salvas. 

Sigúese  de  aquí  la  supresión  de  multitud  de  gastos 
tontísimos ;  del  desorden  y  del  despilfarro  que  la  guerra 
industrial  y  la  guerra  de  armas  y  aun  la  paz  armada  oca- 
sionan, y  de  un  enjambre  de  zánganos  ó  personas  inúti- 
les para  la  producción  de  la  riqueza,  ya  que  se  emplean 
ó  en  dislocarla  jugando  á  la  Bolsa  y  en  otras  especula- 
ciones y  operaciones ,  ó  en  impedir  ó  aparentar  que  impi- 
den que  la  disloquen  ,  manteniendo  lo  que  ahora  se  llama 
orden  público,  aunque,  según  el  Sr.  Bellamy,  es  un  caos 
enmarañado. 

Resultará  de  tan  atinada  supresión  que  nademos  en  la 
abundancia,  sin  que  ahogue  la  plétora  de  productos.  Con 
el  trabajo  moderadísimo  que  durante  veinticuatro  años 
ha  de  dar  cada  individuo,  bastará  y  sobrará  para  que  vi- 
vamos todos  como  unos  nababos  ó  reyes  durante  noventa 
años. 

Varios  descubrimientos  científicos,  previstos  ó  colum- 
brados por  el  Sr.  Bellamy,  conspiran  á  este  fin.  El  sol,  la 
electricidad  y  otras  energías  ocultas  en  fluidos  impalpa- 
bles, ó  en  el  éter  primogenio,  nos  prestan  calor,  luz  y 
fuerza  productora  y  locomotora.  En  vez  de  enviar  por  el 
correo  paquetes  postales ,  van  por  tubería  desde  los  al- 
macenes, con  una  velocidad  de  todos  los  diablos,  trajes, 
brinquillos,  alhajas  y  hasta  pianos  de  cola  y  coches  de 
cuatro  asientos.  Tal  modo  de  remitir,  ó  su  artificio,  se 
llama  el  teléstolo  6  el  telepistolo ,  y  es  complemento  del 
telégrafo  y  del  teléfono. 


44  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Este  último ,  el  teléfono  quiero  decir ,  se  ha  perfeccio- 
nado ya  por  tal  extremo  en  nuestra  Utopia,  que  cada 
cual  le  tiene  en  su  casa,  y  sin  salir  de  ella ,  oye,  si  quiere, 
óperas ,  comedias ,  sermones  y  conferencias  de  Ateneos 
y  Universidades,  sin  perder  nota,  ni  palabra,  ni  tilde. 

En  resolución :  sería  cuento  de  nunca  acabar  si  qui- 
siese yo  explicar  aquí,  con  todos  sus  pormenores,  lo  bien 
que  estará  el  mundo  dentro  de  ciento  trece  años. 

Todo  esto  es  maravilloso ;  pero  lo  es  mil  veces  más  lo 
que  he  sabido  por  cartas  y  periódicos  de  ahí,  y  singular- 
mente por  el  número  de  Febrero  último ,  que  V.  me  ha 
enviado,  del  Atlantic  Monthly,  excelente  Revista  de  lite- 
ratura, ciencias  y  artes  ,  que  se  publica  en  Boston. 

En  los  Estados  Unidos  ha  entusiasmado  Looking 
backward ,  no  sólo  como  libro  de  mero  pasatiempo ,  sino 
como- programa  práctico  de  renovación  y  salvación  so- 
ciales. 

Más  aún  que  en  el  triunfo  anti-esclavista  influyó  la 
celebrada  novela  de  la  Sra.  Harriet  Beecher  Stowe,  se 
aspira  á  que  influya  la  novela  ,del  Sr.  Bellamy  en  otros 
triunfos  más  completos  y  en  la  realización  de  otras  no- 
vedades mayores. 

Se  ha  formado  un  partido,  nationalist  party ,  del  que 
es  Vademécum  la  novela  Looking  backward.  El  nuevo 
partido  se  organiza  y  cuenta  ya  con  ciento  ochenta  clubs, 
esparcidos  por  varias  poblaciones.  Hasta  ahora  no  ha  acu- 
dido este  partido  á  los  comicios  ó  á  las  urnas  electorales; 
pero  acudirá  pronto.  Dicen  que  se  han  alistado  en  él  más 
gente  de  refinada  educación  y  más  mujeres  que  obreros. 
Hay  en  él,  añaden,  a  lar  ge  amount  of  intellect  and 
comparatively  little  ínuscle ,  como  si  dijésemos ,  pocos 
músculos  y  muchos  nervios;  pero,  como  quiera  que  sea, 
si  es  admirable  que  sobre  un  libro  de  imaginación  ,  que 


NOVELA-PROGRAMA.  45 


sobre  un  ensueño  poético  ,  se  funde  un  partido  ,  no  es 
menos  admirable  la  calmosa  serenidad  con  que  se  miran 
en  los  Estados  Unidos  estos  movimientos  socialistas,  que 
por  aquí  asustan  ó  inquietan  no  poco  á  los  burgueses  y  á 
los  ricos. 

Yo  tengo  muy  buena  opinión  de  los  ingleses  y  de  sus 
descendientes  los  anglo-americanos.  Creo  que  son  Vds. 
menos  sensatos  que  lo  que  nosotros  creemos  y  que  lo 
que  llamamos  ser  sensatos,  esto  es,  que  la  sensibilidad  y 
la  fantasía  son  en  Vds.  poderosísimas.  De  aquí  la  facili- 
dad con  que  se  entusiasman  por  un  libro  ó  por  una  teo- 
ría. Hará  ocho  años  que  Enrique  George  publicó  una 
obra  socialista ,  que  se  hizo  tan  famosa  como  la  del 
Sr.  Bellamy.  También  de  ella  se  vendieron  centenares  de 
miles  de  ejemplares.  Los  conservadores  de  ahí,  y  no  hay 
que  negar  que  tienen  gracia  en  esto ,  convierten  en  argu- 
mentó  contra  las  censuras  de  la  actual  sociedad ,  que  se 
leen  en  tales  obras,  ese  mismo  pasmoso  éxito  que  las 
obras  obtienen.  Bellamy  y  George  describen  al  pueblo, 
antes  de  sus  reformas ,  sumido  en  horrible  pobreza ,  ig- 
norante, rudo,  por  culpa  de  la  sociedad.  Por  bajo  de  los 
ricos,  dichosos  y  educados,  hay,  suponen,  una  ham- 
brienta y  ruda  caterva  de  esclavos  del  trabajo.  Á  lo  cual 
los  conservadores  responden:  «Si  las  cosas  son  así,  ¿de 
dónde  salen  los  trescientos  mil  sujetos  con  dinero  de  sobra 
para  comprar  los  libros  de  Vds.,  y  los  millones  de  sujetos 
con  tiempo  y  humor  para  divertirse  leyéndolos?  Si  estu- 
viesen hambrientos ,  no  leerían  para  distraer  el  hambre » . 
Pero ,  en  mi  sentir ,  no  tienen  razón  en  esto  los  conserva- 
dores. Puede  haber  en  un  país  de  sesenta  millones  de  ha- 
bitantes trescientos  mil  compradores  deunlibro  quevalga 
tres  pesetas,  y  mucha  hambre  y  mucha  miseria  además. 

El  Atlantic  Monthly  trae  un  extenso  artículo  de  im 


46  LA    ESPAÑA    MODERNA- 


Sr.  Walker  ,  refutando  las  doctrinas  del  Sr.  Bellamy  y 
del  partido  nacionalista.  Yo ,  en  ciertos  puntos ,  doy  la 
razón  al  Sr.  Walker;  en  otros  no  puedo  dársela,  y  en 
bastantes  puntos,  lo  confieso,  me  apesadumbra  que  el 
Sr.  Walker  tenga  razón.  Es  un  dolor  que  ideal  tan  agra- 
dable se  desvanezca;  que  se  reduzca  á  ensueño  fugaz  un 
porvenir  tan  magnífico  y  próximo. 

La  verdad  es  que ,  como  el  héroe  de  la  novela ,  Julián 
West ,  se  pasa  durmiendo  los  ciento  trece  años  durante 
los  cuales  cambia  la  faz  del  mundo ,  Julián  West  no  ve 
cómo  se  verifica  el  cambio.  Bellamy  se  guarda  de  de- 
cirlo, y  su  impugnador  Walker  no  se  hace  cargo  tampoco 
de  esta  importantísima  mutación ,  completa  ya  en  el  se- 
gundo milenio  de  la  Era  Cristiana. 

Bellamy ,  cuando  empezó  á  escribir  su  novela ,  puso 
el  cambio  mucho  más  tarde.  La  reaparición  de  Julián 
West,  en  el  mundo  renovado,  ocurre  en  el  tercer  mile- 
nio ;  en  el  año  de  3000.  Después  reflexionó  Bellamy  que, 
al  poner  tan  largo  plazo ,  si  bien  hacía  la  mutación  mu- 
cho menos  inverosímil ,  casi  quitaba  toda  mira  práctica  á 
su  libro,  pues  no  se  forma  partido  militante,  ni  se  orga- 
nizan clubs,  ni  se  escvihen  platafonnas  6  programas, 
por  meramente  posibilista  que  se  sea,  para  reahzar  algo 
dentro  de  mil  ciento  trece  años.  Entonces  rebajó  mil  años, 
y  dejó  sólo  ciento  trece. 

Por  lo  visto,  era  indispensable  ,  ó  por  lo  menos  con- 
veniente y  apocalíptico,  que  la  renovación  se  nos  reve- 
lase en  un  milenio.  Durante  mucho  tiempo,  en  el  horror 
y  en  las  tinieblas  de  la  Edad  Media,  imaginaron  los  hom- 
bres que  la  fin  del  mundo  sería  el  año  1000.  Ahora  que 
vivimos  mejor,  hemos  adelantado  mucho  y  no  debemos 
estar  desesperados ,  importa  imaginar ,  para  el  año  de 
2000,  una  risueña  y  deleitosa  Apocalipsis. 


NOVELA-PROGRAMA.  47 


Al  imaginarla  y  escribirla ,  nos  presenta  Bellamy  su 
nueva  Jauja,  su  nueva  Jerusalén  ya  fundada  ;  pero  tiene 
la  astucia  de  no  hablar  de  la  destrucción  de  la  ciudad  an- 
tigua sobre  cuyas  ruinas  se  levanta  la  nueva. 

Sin  duda  ha  omitido  esto ,  pasándolo  en  silencio  mien- 
tras duerme  Julián  West,  á  fin  de  no  aterrar  al  público. 
Supongamos  perfectamente  realizable  el  plan  de  Bel- 
lamy, sin  que  tenga  cambio  radical  la  humana  natura- 
leza ;  todo  por  obra  del  mecanismo  social. 

Para  destruir  el  actual  mecanismo,  que  tantos  intere- 
ses sostienen,  y  para  destruirle  pacíficamente,  por  evo- 
lución, como  Bellamy  quiere  que  sea,  así  en  la  novela 
como  en  el  programa  publicado  después  por  su  partido, 
me  parecen  pocos  los  mil  ciento  trece  años.  Y  si  la  des- 
trucción ó  la  mudanza  ha  de  ser  sólo  en  ciento  trece 
años,  entonces  no  será  por  evolución,  sino  en  virtud  de 
una  revolución  tremenda  y  de  encarnizadas  y  horribles 
guerras  sociales.  No  de  otra  suerte  se  concibe  que  los 
que  tienen  se  dejen  despojar  de  cuanto  tienen  para  que  el 
pueblo  se  incaute  de  ello ,  y ,  sin  quedarse  con  nada ,  se 
lo  entregue  al  Estado ,  que  venga  á  ser ,  como  represen- 
tante y  gerente  de  la  nación,  el  único  capitalista. 

Aunque  para  el  despojo  de  los  propietarios  se  valga 
la  nación  ó  el  Estado,  su  gerente,  de  mil  habilidades,  no 
conseguirá  que  no  sea  despojo,  ni  que  tranquilamente  se 
consume.  El  medio  más  suave  que  se  ve  es  dar  un  plazo 
á  los  tenedores  de  papel  de  la  deuda ;  pagarles  hasta  en- 
tonces algo  más  de  tanto  por  ciento ,  y  anunciar  que  des- 
pués no  cobrarán  nada.  Esto  bastará  para  que  los  fondos 
bajen  á  cero  y  quede  la  deuda  destruida.  A  todas  las 
grandes  empresas  industriales  se  les  podrá  fijar  un  plazo 
también,  á  cuya  espiración  todo  será  del  Estado,  como 
los  ferrocarriles.  Y  en  cuanto  á  los  pequeños  industria- 


48  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


les,  labriegos,  terratenientes,  etc. ,  se  les  podrá  ir  poco  á 
poco  aumentando  la  contribución,  hasta  que  adviertan 
que  es  una  tontería  quebrarse  la  cabeza  cuidando  de  los 
instrumentos  de  producción,  tierra,  aperos  de  la  labran- 
za, etc. ,  para  entregar  luego  al  Estado  casi  todo  lo  produ- 
cido. Entonces  dirán  al  Estado,  quédate  con  todo,  ó,  sin 
que  se  lo  digan,  el  Estado  se  quedará  con  todo  para  co- 
brarse de  lo  que  deban  á  la  Hacienda  pública. 

De  esta  suerte ,  y  á  mi  ver  no  sin  violentísima  oposi- 
ción, que  será  menester  sofocar,  se  logrará  la  primera 
parte  del  programa  del  Sr.  Bellamy:  que  se  convierta  en 
hacienda  pública  cuanta  hacienda  haya. 

Verificada  así  la  incautación  total ,  quedará  por  cum- 
plir la  segunda  parte  del  programa,  que  me  parece  mu- 
cho más  difícil  todavía ;  que  el  Estado  incautador  nos 
alimente ,  nos  vista ,  nos  divierta  y  nos  regale  á  todos 
con  esplendidez  y  elegancia,  sin  que  cada  uno  de  nos- 
otros le  dé  más  que  el  trabajo  que  podemos  dar  en  un 
poquito  más  de  la  cuarta  parte  de  nuestra  vida,  ya  que 
las  otras  tres  cuartas  partes  quedan  para  holgamos. 

Á  toda  persona  profana  se  le  ofrecen  montes  de  di- 
ficultades para  que  se  realice ,  sin  tropiezo ,  plan  tan  ex- 
quisito. Lo  primero  que  cree  necesitar  es  una  fe  tan 
profunda  y  una  confianza  tan  omnímoda  en  el  Gobierno, 
convertido  en  capitahsta,  como  la  que  Cristo,  en  el  Ser- 
món de  la  Montaña ,  nos  recomienda  que  tengamos  en 
nuestro  Padre  que  está  en  el  cielo ,  el  cual  nos  dará  el 
pan  de  cada  día  y  cuanto  nos  haga  falta  por  añadidura, 
de  suerte  que,  sin  preocuparnos  del  día  de  mañana ,  vivi- 
remos como  los  pajaritos  del  aire,  que  no  acopian  trigo 
en  graneros  y  Dios  los  alimenta.  Lo  segundo  que  nos 
asusta  es  la  serie  de  borrascas  parlamentarias  y  aun  de 
pronunciamientos  que  habría  (en  España,  pongo  por  caso) 


NOVELA-PROGRAMA.  49 


para  quitarse  el  poder  unos  á  otros ,  si  el  poder  se  ex- 
tendiese á  repartirlo  todo,  cuando  hoy  nos  alborota- 
mos tanto  por  repartir ,  quiero  suponer ,  para  que  no  se 
me  tilde  de  exagerado,  la  tercera  parte,  á  lo  más.  Y  lo 
tercero  que  aterra  es  la  inhabilidad  vehementemente 
sospechada  en  que  pudieran  incurrir  los  encargados  de 
dirigir  todas  las  operaciones  de  la  riqueza  (producción, 
circulación  y  consumo) ,  cuando  hoy  yerran  tanto  los  Go- 
biernos, sin  emplearse  apenas  sino  en  repartir  y  en  con- 
sumir. Sabido  es  que  lo  más  difícil  de  esta  ciencia,  arte 
3^  oficio  de  la  riqueza,  es  el  producirla.  Repartirla  y  con- 
sumirla es  mucho  más  llano  ;  y  hasta  ahora  los  Gobier- 
nos casi  no  se  emplean  sino  en  repartir  y  en  consumir,  á 
no  ser  que  se  considere  producción  el  orden  y  la  seguri- 
dad que  nos  dan,  ó  que  se  presume  que  nos  dan,  por 
medio  de  la  justicia  y  de  la  fuerza  pública,  para  que  los 
que  producen  algo  lo  produzcan  tranquilamente  y  sin 
temor  de  que  los  despoje  nadie,  como  no  sea  el  Gobierno 
mismo. 

Milita  en  pro  de  la  vehemente  sospecha  de  incapaci- 
dad de  todo  Gobierno  para  poducir  la  riqueza ,  esto  es, 
para  ser  fabricante,  agricultor  ó  comerciante,  la  consi- 
deración de  que  el  Gobierno  vende  ó  arrienda  y  no  admi- 
nistra lo  que  posee.  En  España  apenas  ejerce  ya  por  sí 
otra  industria  que  la  de  banquero  en  el  juego  de  la  lote- 
ría ,  pues  vende  las  tierras  que  eran  del  Estado, y  arrienda 
sus  minas ,  y  arrienda ,  por  último,  el  monopolio  del  ta- 
baco, con  lo  cual  el  público  fuma  mejor  y  más  barato. 

Todo  esto  lo  dirán  los  no  iniciados  en  las  doctrinas  y 
en  el  plan  que  expone  en  su  novela  Bellamy ;  pero  los  ini- 
ciados responderán  que  el  nuevo  artificio  administrativo 
es  tan  prodigioso,  que  por  su  virtud,  y  no  por  la  ciencia 
y  buena  maña  de  los  administradores ,  ha  de  salir  todo 

4 


50 


LA    ESPAÑA    MODERNA 


bien.  Así,  valiéndonos  de  un  símil,  cualquiera  hallará  ab- 
surdo el  suponer  que  alguien,  si  ignora  la  música  y  no 
tiene  ejercitadas  y  diestras  las  manos,  toque  en  el  piano, 
V.  gr.,  la  marcha  del  Tannhauser  de  Wagner;  pero  mer- 
ced á  cierta  maquinaria  y  á  ciertos  cartoncitos  que  se 
han  inventado ,  todo  hombre ,  y  hasta  un  niño  si  no  es 
manco ,  toca  al  piano  lo  que  quiere  dándole  á  un  manu- 
brio. 

Hay ,  pues ,  una  nueva  ciencia  de  la  Administración, 
para  cuyo  estudio  no  es  menester  leerse  el  fárrago  enor- 
me, aunque  digesto,  recopilado  por  los  Freixas,  y  Cla- 
rianas,  y  Alcubillas.  Basta  con  estudiar  y  empaparse 
bien  en  algunas  páginas  de  Lookhig  backward.  Entonces, 
conocidos  ó  atisbados  los  recursos  de  que  la  nueva  cien- 
cia dispone,  se  cobra  confianza,  y  se  ve  que  hasta  el  más 
porro  puede  dar  vueltas  al  manubrio  administrativo. 

Algo  del  portento  de  su  mecanismo  se  presiente  al  ob- 
servar los  buenos  efectos  que  hasta  el  mecanismo  admi- 
nistrativo de  hoy ,  con  ser  tan  complicado,  produce  en 
ocasiones. 

Cierto  amigo  mío  (confieso  que  en  extremo  maldicien- 
te) suponía  sin  motivo  que  un  Director  general  de  Co- 
rreos ,  que  hubo  muchos  años  ha ,  distaba  bastante  de  ser 
un  águila  ;  y,  sin  embargo,  añadía:  ¿Quieren  Vds.  creer 
que  recibo  de  diario  todas  las  cartas  que  me  escriben, 
sin  que  se  extravíe  una  sola?  De  aquí  infería  él  que  la 
Administración  era  perfectísima ,  y  que  por  sí  sola  hacía 
infaliblemente  los  servicios. 

Aplicada  á  los  demás  ramos  esta  perfección  del  de 
correos ,  queda  resuelto  el  problema  y  triunfante  el  plan 
de  Bellamy ,  salvo  que  en  otros  ramos  se  requiere  mayor 
seguridad  para  no  andar  siempre  con  el  alma  en  un  hilo  ; 
porque,  si  ponemos  á  un  lado  un  corto  número  de  nobilí- 


NOVELA-PROGRAMA.  ^I 


simas  almas,  el  vulgo  de  ellas  se  preocupa,  más  que  de 
recibir  tiernas  epístolas ,  de  recibir  el  corporal  alimento, 
y  prefiere  el  cuervo  de  Elias  á  todas  las  palomas  mensa- 
jeras ,  aunque  sean  las  del  propio  carro  de  Venus. 

Pero,  en  fin,  Bellamy  afirma  que  por  su  sistema  lo  re- 
cibiremos todo  con  seguridad  y  regularidad  indefectibles. 
El  sistema  de  Bellamy  merece,  pues,  ser  examinado. 

Para  mí  no  valen  algunos  prejuicios  con  que  los  des- 
contentadizos  é  incrédulos ,  desde  luego  y  sin  examen ,  le 
desechan. 

Imposible  parece ,  dicen ,  que ,  siendo  tan  fácil  la  re- 
forma, por  cuya  virtud  habrá  felicidad,  paz  y  holganza 
universales ,  no  se  haya  antes  ocurrido  á  nadie  la  reforma. 
Pero  esto  tiene  muy  obvia  contestación.  De  no  pocas  de 
las  más  benéficas  invenciones  de  estos  últimos  tiempos  se 
puede  decir  lo  mismo.  Desde  antes  que  apareciese  el  li- 
naje humano  hay  hulla  ú  hornaguera  en  nuestra  mansión 
terrestre,  y  á  nadie,  hasta  hace  poco,  se  le  antojó  em- 
plearla para  combustible.  Desde  que  hay  ollas  y  se  gui- 
sa ,  brinca  la  tapadera  cuando  hierve  el  caldo ,  y ,  si  no 
sale  el  vapor,  se  quiebra  la  olla;  pero  nadie,  hasta  nues- 
tros días,  pensó  en  aplicar  esta  fuerza  á  la  industria.  Na- 
die ha  ignorado  jamás  que  el  humo  ó  todo  fluido  más 
leve  que  el  aire,  ó  el  aire  mismo  rarificado  por  el  calor, 
sube  y  se  sobrepone  al  aire  más  denso ;  pero ,  hasta  fines 
del  siglo  pasado ,  nadie  renovó  con  éxito ,  y  por  medios 
naturales,  algo  del  arte  de  Dédalo ,  de  Abaris  y  de  Simón 
el  Mago. 

¿No  puede  haber  acontecido  lo  propio  con  el  invento 
del  Sr.  Bellamy,  y  que  de  puro  sencillo  nadie  diese  con 
él  hasta  ahora? 

A  esto  se  objeta  que,  siendo  mil  veces  más  importante 
por  sus  efectos  la  invención  del  Sr.  Bellamy,  parece  an- 


52  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


tiprovidencial  y  harto  caprichoso,  ó  sea  contrario  á  las 
sabias  leyes  que  deben  presidir  á  la  historia,  que  un  sis- 
tema del  que  depende  la  redención  de  la  humanidad  haya 
tardado  tanto  en  formularse.  Pero  este  argumento  tiene 
visos  de  ser  de  mala  fe,  aunque  no  lo  sea.  Nada  nos  da 
motivo  para  afirmar  que  el  Sr.  Bellamy  presenta  su  plan 
como  independiente  del  progreso  realizado  hasta  hoy.  La 
trabajosa  y  larga  marcha  de  la  humanidad  no  pudo  aho- 
rrarse con  su  plan.  Bellamy,  si  hubiera  nacido  en  tiempo 
de  los  Faraones ,  no  hubiera  podido  inventarle  ni  divul- 
garle entonces.  Bellamy,  si  es  lícito  aplicar  á  lo  munda- 
nal lo  trascendente ,  y  expresar  lo  profano  con  frases  que 
remedan  frases  divinas ,  puede  decir  que  no  ha  venido  á 
derogar  la  ley  de  la  historia,  sino  á  que  acabe  de  cum- 
plirse, ó,  mejor  dicho,  á  que  siga  cumpHéndose,  ya  que 
no  se  infiere  tampoco  de  la  lectura  de  Looking  backward 
que  en  el  año  de  2000  habrán  llegado  los  hombres  al  tér- 
mino de  su  carrera ,  sino  que  habrán  dado  un  gigantesco 
paso  más ,  un  salto  estupendo ,  y  á  mi  ver  peligroso ,  en 
ese  camino,  cuya  meta  final  él  ni  pone  ni  descubre. 

His  ego  nec  metas  rerum  nec  témpora  pono. 

Y  aquí,  aunque  parezca  inoportuna  digresión,  se  me 
antoja  comparar  la  candida  espontaneidad  americana  con 
el  arte  reñexivo  de  los  franceses.  Zola  ha  escrito  ya 
quince  ó  veinte  novelas ,  y  siempre  promete  revelarnos 
en  la  última  el  enigma,  darnos  el  resultado  de  todos  sus 
estudios  en  la  novela  experimental ,  y  exponernos  su  sis- 
tema. Bellamy,  por  el  contrario,  dice  cataplún,  y  lanza 
su  sistema  de  repente. 

Yo  no  atino  á  prever  desde  aquí  si  el  partido  nacio- 
nalista, que  de  él  ha  nacido,  vendrá  á  importar  tanto  ó 
más  que  el  libro  de  Enrique  George  y  que  la  ingente  aso- 


NOVELA-PROGRAMA.  33 


dación  ú  orden  de  los  caballeros  del  trabajo,  Knights 
of  labor ,  en  el  movimiento  de  socialismo  que  se  advierte 
portodas  partes,  y  que  ahí  tiene  cierto  carácter  optimista 
que  me  hace  gracia:  pero,  á  pesar  de  mis  cortísimos  co- 
nocimientos económicos  ,  como  yo  tuviese  humor  y  va- 
gar para  ello,  aun  había  de  escribir  á  V.  largo,  dicién- 
dole  mil  cosas  que  me  sugiere  Looking  backward  y  lo 
escrito  en  contra  por  Walker. 

Entretanto ,  me  complazco  en  repetir  que  me  admira 
la  serenidad  y  que  simpatizo  con  la  confianza  regocijada 
que  se  nota  en  toda  manifestación  de  ese  pueblo  joven. 

El  plan  de  Bellamy  no  se  limita  á  dar  por  resuelto  el 
más  difícil  y  temeroso  de  los  problemas  económicos ,  sino 
que  resuelve  ó  da  por  resuelto  también  el  magno  pro- 
blema de  la  paz  y  del  desarme  universales,  sin  decirnos 
cómo  puede  ser  esto ,  cuando  las  naciones  se  arman  más 
cada  día,  y  cuando  desde  1850  ha  habido  en  el  antiguo  y 
en  el  Nuevo  Mundo  guerras  tan  sangrientas  y  costosas. 
Es  de  desear  que  el  Sr.  Bellamy  escriba  otra  novela,  ó 
la  continuación  de  la  misma,  en  que  nos  explique  cómo, 
además  de  haberse  logrado  el  bienestar  económico  de 
cada  nación,  se  habrá  logrado  también,  en  el  año  2000, 
que  las  naciones  no  se  combatan  ni  se  amenacen  como 
en  el  día. 

Dispénseme  V.  que  me  haya  extendido  tanto  en  darle 
mi  opinión ,  aunque  tan  incompleta ,  sobre  la  novela  que 
me  ha  remitido ,  y  créame  su  afectísimo  amigo , 


Juan  Valera. 


ORADORES  POLÍTICOS 


CONSroERACIONES  SOBRE  EL  LIBRO  DE  ESTE  TÍTULO  ,   ESCRITO 
POR  DON  MIGUEL  MOYA. 


-J---V  s  un  libro  lleno  de  sagacidad,  de  buen  sentido,  de 
j-H  ingenio ,  escrito  en  un  estilo  límpido ,  desnudo  de 
S — >  afeites ,  vivo  y  grato.  Pocos ,  poquísimos  libros  es- 
pañoles consiguen  como  éste  atar  el  alma  del  lector  á  sus 
renglones  y  hacerle  llegar  hasta  el  final  sin  impaciencia 
ni  desmayo. 

Para  escribir  bien  es  necesario  pensar  bien ;  luego, 
decir  lo  que  se  piensa  sencillamente,  sin  mostrar  deseo  de 
admirar  al  lector  con  nuestro  estilo.  Muchos  de  los  que 
escriben  y  no  son  leídos  se  dejarían  leer  seguramente  si 
fuesen  más  naturales ,  más  ingenuos ,  si  no  creyesen  ne- 
cesario, en  suma,  calzarse  el  coturno  para  presentarse 
ante  el  público.  A  éste  no  se  le  debe  decir : « Vean  Vds.  qué 
ingenio  tengo,  con  qué  gallardía  escribo,  qué  lenguaje  tan 
castizo  poseo»,  sino  lisamente  :  «Ahí  tienen  Vds.  lo  que 
pienso».  Si  el  escritor  tiene  talento  y  la  naturaleza  le  ha 
dotado  de  gracia  y  elegancia ,  estas  cualidades  se  nota- 
rán, aunque  no  ponga  empeño  en  mostrarlas.  Si  no  las 


56  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


posee,  su  prosa  tendrá  el  valor  de  una  opinión  honrada 
por  lo  menos.  Mas  si  se  esfuerza  en  aparentar  lo  que  no 
es,  y  lucha  obstinadamente  con  las  armas  de  la  retórica 
para  que  le  llamen  escritor  castizo ,  ó  profundo ,  ó  chis- 
peante, entonces  resultan  esos  Hbros  y  artículos  empala- 
gosos, indigestos,  ilegibles,  que  diariamente  vemos  ro- 
dando por  las  Hbrerías  y  por  las  columnas  de  las  hojas 
periódicas. 

Miguel  Moya  ha  expresado  su  pensamiento  sobre 
nuestros  oradores  políticos  con  una  sinceridad  que  asom- 
bra y  atrae  al  mismo  tiempo.  Y  es  el  caso ,  que,  sin  ofre- 
cerse al  público  como  un  escritor  ameno,  sagaz  y  elegante, 
demuestra  serlo  en  alto  grado.  Corre  por  las  páginas 
de  su  libro  un  pensamiento  sano,  vigoroso,  una  pene- 
tración maravillosa,  y  una  benevolencia  simpática  que  le 
prestan  interés  extraordinario.  Una  de  las  cosas  que  más 
sorprende  en  él  es  la  habihdad  con  que  el  autor  ha  ex- 
presado su  pensamiento  sin  causar  honda  mortificación 
á  nadie.  Porque,  á  pesar  del  perfume  de  benevolencia  que 
trasciende  de  casi  todas  sus  páginas,  en  cada  retrato  se 
encuentran  observaciones  justísimas  y  nada  halagüeñas 
para  el  retratado.  Sin  prepararse  ni  tomar  vuelo  para 
ello,  Moya  suelta  por  la  pluma  algunas  verdades  (no  tan- 
tas como  debiera).  La  franqueza  leal,  el  espíritu  recto,  y 
en  general  benévolo  que  se  advierte  en  el  escritor,  le 
salva  de  la  odiosidad  que  ordinariamente  inspiran  los  cen- 
sores. 

Conozo  á  Moya  desde  las  aulas  de  la  Universidad. 
Juntos  nos  sentamos  en  sus  « duros ,  pero  honrados  ban- 
cos » ,  como  los  llamaba  nuestro  inolvidable  maestro  Ca- 
mus,  aunque  no  intimamos  muy  profundamente  entonces, 
quizá  porque  3^0  no  era  de  los  asistentes  más  asiduos ;  se 
me  figura  que  él  tampoco  lo  era.  Sin  embargo,  recuerdo 


ORADORES   políticos.  57 


que  al  examinarme  de  la  asignatura  que  profesaba  el  sa- 
bio jurisconsulto  D.  Benito  Gutiérrez,  vi  áMoya  sentado 
en  un  banco.  Como  yo  era  un  discípulo  desconocido  para 
el  profesor ,  y  tenía  la  impudencia  de  presentarme  á  exa- 
men el  día  primero  entre  los  tres  ó  cuatro  mejores  alum- 
nos de  la  clase,  aquél  me  dirigió  una  mirada  penetrante 
y  dura ,  y  comenzó  á  preguntarme  con  marcada  aspereza. 
Al  salir  recibí  un  abrazo  de  Moya,  que  me  dijo  con  mani- 
fiesta emoción:  «¡Me  dio  V.  un  susto!  Qué  mirada  la  de 
Gutiérrez!»  Entonces  lo  acepté  como  una  palabra  de 
cortesía;  más  adelante,  cuando  nuestra  amistad  tomó 
cuerpo  al  través  de  la  vida  literaria,  comprendí  que  le 
salía  del  corazón.  Porque  Moya  pertenece  á  esa  raza  pri- 
vilegiada de  seres  que  no  han  sentido  jamás  las  torturas 
de  la  envidia.  Se  alegra  de  los  triunfos  de  sus  amigos 
como  si  fuesen  propios ,  y  siente  sus  caídas  mucho  más. 
¡  Este  privilegio  sí  que  es  digno  de  envidia !  En  medio  de 
la  sorda  hostilidad  que  todo  el  que  se  dedica  á  las  letras 
con  éxito  más  ó  menos  feliz  percibe  entre  sus  compañeros, 
¡  cuan  grato  es  hallar  el  oasis  de  un  espíritu  noble  y  ca- 
riñoso, que  antepone  el  sentimiento  de  la  amistad  al  de  la 
miserable  emulación!  Todos  los  que  nos  honramos  con 
su  amistad,  sabemos  que  podemos  contar  con  ella  en  la 
felicidad  y  la  desgracia.  En  general ,  los  literatos  no  sien- 
ten el  compañerismo  y  la  amistad.  Cuando  ven  aun  amigo 
caído,  suelen  compadecerlo  y  acercarse  á  él,  pero  es  para 
hablar  mal  del  que  ha  logrado  encaramarse.  Aquí  donde 
el  escritor  no  puede  saber  exactamente  el  fallo  de  la  opi- 
nión hasta  pasado  mucho  tiempo ,  siendo  un  poco  obser- 
vador, es  fácil  conocerlo  en  la  cara  de  ciertos  amigos. 

Moya  representa  una  excepción  dichosa  en  este  punto. 
Sincero,  generoso,  formal  en  todos  sus  actos  y  palabras, 
cuenta  con  el  afecto  y  la  confianza  de  sus  compañeros. 


58  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Hace  algún  tiempo  un  amigo  suyo  y  mío  se  me  quejaba  de 
cierto  suelto  publicado  en  el  periódico  donde  Moya  es- 
cribe. «Sospecha  en  quien  quieras,  le  dije;  pero  yo  te 
juro  y  te  respondo  con  mi  vida  de  que  el  corazón  de  Moya 
no  ha  destilado  esa  gota  de  hiél. » 

Pues  bien:  estas  cualidades,  que  para  el  vulgo  nada 
tienen  que  ver  con  las  privativas  del  literato ,  son ,  por  el 
contrario,  de  gran  importancia.  El  escritor,  el  poeta,  el 
que  aspira  á  persuadir  y  á  conmover  á  sus  semejantes, 
necesita  poseer  un  espíritu  elevado ,  un  corazón  donde 
vibren  las  pasiones  grandes,  los  sentimientos  exquisi- 
tos de  la  humanidad.  No  quiere  esto  significar  que  el  es- 
critor deba  ser  un  santo ,  ni  que  deje  de  sentir  en  momen- 
tos dados  la  rabia  de  los  impulsos  feroces  que  laten  en  el 
fondo  de  nuestra  naturaleza  animal :  al  contrario ,  para 
expresarlos  bien  es  necesario  haberlos  sentido  alguna 
vez.  Lo  que  pienso  es  que  el  que  escribe  para  las  muche- 
dumbres no  puede  ser  jamás  un  hombre  de  mísero  cora- 
zón animado  por  pasiones  viles ,  sin  entusiasmo  ni  amor 
por  su  arte,  atormentado  por  la  envidia,  preocupado  no- 
che y  día  con  las  obras  de  sus  compañeros  y  no  con  las 
propias.  El  escritor  debe  ser  ante  todo  un  hombre.  Mu- 
chos de  los  que  se  otorgan  á  sí  mismos  aquel  título,  no  lo 
son.  Así  que,  por  más  que  posean  un  entendimiento  cla- 
ro, viveza  de  imaginación  y  regular  cultura,  como  les 
falta  el  soplo  divino ,  esto  es ,  como  les  falta  el  amor ,  la 
unión  desinteresada  y  absoluta  á  todo  lo  hermoso ,  pa- 
rezca donde  parezca,  aunque  se  halle  en  poder  de  su  más 
encarnizado  enemigo ,  no  logran  jamás  la  gloria  por  que 
suspiran. 

Por  eso  Moya  con  su  libro  alcanza  lo  que  tal  vez  otros, 
con  más  imaginación  y  maestría  en  el  arte  de  escribir,  no 
podrían  lograr ,  esto  es ,  logra  tener  cautivo  hasta  el  fin 


ORADORES   políticos.  59 


el  ánimo  del  lector.  Sin  alardes  de  fantasía,  ni  de  ingenio, 
ni  de  habilidad  en  el  manejo  del  idioma,  su  obra  es  de 
una  lectura  grata  y  deja  placentera  impresión.  Se  respi- 
ra en  toda  ella  una  atmósfera  sana ,  se  percibe  la  mano 
del  obrero  robusto,  alegre,  sin  hiél  en  el  corazón.  Se  nota 
además  que  conoce  perfectamente  la  materia  sobre  la 
que  trabaja.  El  autor  ha  vivido  largos  años  en  comercio 
con  los  personajes  que  pinta.  Ha  seguido  el  procedimiento 
de  Van-Dyck;  conocer  á  la  persona,  tratarla  íntimamente 
antes  de  hacer  su  retrato.  Moya  tiene  afición  á  la  polí- 
tica (en  estome  separo  totalmente  de  su  gusto);  lleva 
muchos  años  escribiendo  en  la  prensa  periódica,  y  conoce 
á  los  políticos  mejor  que  la  madre  que  los  parió.  Ha  ob- 
servado mucho ,  y  no  le  engañan  las  cualidades  aparentes 
ni  tampoco  los  defectos  que  el  vulgo  les  atribuye.  En  las 
cualidades  halla  muchas  veces  la  parte  flaca  de  los  hom- 
bres ,  en  sus  defectos  ve  el  nervio  de  su  carácter ,  lo  que 
realmente  determina  su  personalidad ,  ó  la  destaca  del 
vulgo  de  los  políticos. 

¡El  vulgo  de  los  políticos !  Aquí  está  el  defecto  capital 
de  la  obra  de  Moya.  Ó  por  la  afición  que  el  autor  ha  ma- 
nifestado siempre  á  la  ciencia  social,  ó  por  el  trato  con- 
tinuado con  la  gente  que  bulle  en  la  pohtica ,  ó  tal  vez  por 
la  benevolencia  misma  de  su  carácter ,  en  el  libro  apare- 
cen unos  elogios ,  á  mi  juicio,  disparatados,  de  ciertos 
personajes.  Aunque  apunta  también  sus  defectos,  lo  hace 
dejando  á  salvo  la  grandeza  y  majestad  del  sujeto ,  cual 
si  se  tratase  de  un  héroe  ó  semidiós  de  la  antigüedad. 
El  autor  de  los  Oradores  políticos,  sigue  en  este  punto 
la  corriente  de  la  prensa  periódica.  D.  José  Posada  He- 
rrera, como  aquél  recuerda  oportunamente  en  su  libro, 
paseando  un  día  por  cierta  iglesia  con  harto  poca  cere- 
monia, recibió  un  recado  del  Rector,  invitándole  á  guar- 


6o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


darla.  «Dígale  V.  al  señor  Rector,  contestó  el  astuto 
asturiano,  que  estoy  en  el  secreto.»  Pues  bien,  querido 
Moya;  yo  también  estoy  en  el  secreto.  Yo  también  sé  que 
la  mayoría  de  esos  augustos  personajes  de  que  V.  nos 
habla,  son  hombres  de  mediana  inteligencia  y  de  cultura 
menos  que  mediana ,  que  luchan  obstinadamente ,  no  por 
el  bien  del  país ,  sino  por  satisfacer  su  soberbia  ó  sensua- 
lidad; que  cuando  llegan  al  ministerio  se  entregan  en 
brazos  de  los  jefes  de  negociado,  porque  no  saben  una  pa- 
labra de  aquello  que  van  á  dirigir  ó  fomentar;  que  pro- 
nuncian discursos  hueros  ó  malévolos  en  la  oposición; 
que  no  representan ,  en  suma ,  nada  positivo  y  serio  en  la 
marcha  progresiva  del  país  ni  del  género  humano ,  y  que, 
por  lo  mismo ,  apenas  bajen  á  la  tumba ,  caerán  en  el  ol- 
vido más  completo.   ¡Ya  lo  creo  que  estoy  en  el  secreto! 
Cuando  contaba  diez  y  seis  ó  veinte  años ,  creía  de  buena 
fe  en  el  talento  y  la  ilustración  de  los  personajes  que  figu- 
raban en  la  política,  pensaba  que  aquellos  hombres  habían 
salido  adorables  y  magníficos  del  vientre  de  su  madre. 
Después  he  visto  sustituidos  estos  hombres  por  otros  que 
fueron  mis  condiscípulos,    mis  amigos  y  compañeros, 
cuya  medida  intelectual  conocía  perfectamente :  entonces 
no  pude  menos  de  exclamar  como  en  las  comedias:  — 
« j  Ahora  lo  comprendo  todo ! »  Lo  comprendo  tan  bien, 
que  hasta  presumo  de  augur.  Cuando  veo  á  un  muchacho 
desaplicado,  inquieto,  con  poca  aprensión  y  bastante  des- 
vergüenza, nunca  dejo  de  decirme  ó  decir  á  mis  amigos  : 
«Fulano  será  diputado,  ó  gobernador,  ó  director  gene- 
ral». Y  tengo  la  desgracia  de  haber  acertado  muchas 
veces.  Cuando  veo  á  un  joven  escribir  comedias  que  se 
silban,  ó  versos  que  nadie  quiere  escuchar,  ó  novelas 
que  el  público  no  compra,  digo  sin  vacilar:   «Fulano  se 
dedicará  muy  pronto  á  la  política».  Aquí  siempre  he 


ORADORES   políticos. 


acertado.  No  sólo  se  dedicará  á  la  política  y  ocupará  los 
altos  destinos  de  la  Administración,  sino  que  habrá  tam- 
bién, ¡ay!,  jóvenes  inteligentes  y  escritores  notables  como 
Moya  que  canten  sus  alabanzas  entre  nubes  de  incienso. 
Me  han  dicho  que  en  los  Estados  Unidos  quien  se  de- 
dica á  la  política  por  oficio  es  poco  apreciado  en  socie- 
dad, se  le  mira  con  recelo  y  desdén.  No  sé  si  será  cierto; 
pero  debiera  serlo.  En  Francia,  si  el  político  de  oficio  no 
es  despreciado ,  por  lo  menos  es  menos  querido  y  admi- 
rado que  el  que  posee  un  talento  ó  una  habilidad  positiva, 
cualquiera  que  ella  sea.  Un  inventor,  un  poeta,  un  escul- 
tor, un  gran  ingeniero  ,  despiertan  allende  los  Pirineos 
más  atención  y  simpatía  que  un  charlatán  político.  En 
España  no  sucede  otro  tanto  ,  ni  sucederá  todavía  en 
muchos  años,  que  por  algo  llevamos  tantos  de  atraso  con 
respecto  á  otras  naciones.  En  nuestro  afortunado  país 
vale  incomparablemente  más  adiestrarse  en  hablar  tres 
ó  cuatro  horas  profiriendo  en  tono  enfático  y  campanudo 
todas  las  vulgaridades  del  repertorio  nacional,  bastante 
extenso  por  cierto,  que  apHcarse  con  ahinco  y  entusiasmo 
á  cualquier  arte  útil  ó  bello. 

Deploro,  pues,  que  mi  amigo  Moya  no  haya  combati- 
do mejor  contra  este  fetichismo  estólido  de  los  políticos, 
que  haya  encontrado  trufas  en  un  terreno  donde  no  suele 
haber  masque  patatas.  Fuera  de  esta  timidez,  que  le 
obUga  á  no  cerrar  como  debiera  con  hombres  que  no  tie- 
nen absolutamente  otro  mérito  que  el  de  soltar  muchas 
palabras  sin  tropezar,  el  libro  es  instructivo,  hace  cono- 
cer pronto  y  bien  el  estado  del  personal  de  nuestra  polí- 
tica, y  está  sobre  todo  escrito  con  arte. 


A.  Palacio  Valdés. 


PAPELES  VIEJOS 


AL  SR.  DOCTOR  THEBUSSEM 

Cartero  Honorario: 

en  Medina  Sidonia, 


MI  amigo  y  dueño :  Cuentan  que  el  labrador  más 
afamado ,  por  sus  grandes  riquezas  de  un  pue- 
blecito  de  Extremadura ,  vióse  una  tarde ,  al  re- 
gresar á  su  casa  después  de  visitar  sus  heredades,  sor- 
prendido por  furiosa  tormenta  en  mitad  de  la  campiña ;  y 
que,  temeroso  de  que  alguna  desgracíale  aconteciera, 
mojado  hasta  los  huesos  y  maltratado  del  viento ,  se  refu- 
gió en  una  venta  miserable  que  encontró  á  orillas  del 
camino. 

Malhumorado  ,  sin  decir  siquiera  —  i  guárdeos  Dios !, 
entróse  en  ella;  y  el  ventero,  hombre  recién  llegado  á 
los  sitios  aquellos,  que  ni  de  vista  conocía  al  ricacho, 
molesto  por  tanta  franqueza  y  silencio  tanto ,  no  tardó  en 
preguntarle  con  descorteses  formas  qué  se  le  ofrecía  en 
su  humilde  casa.  Pasmado  el  labrador  de  no  ser  conoci- 
do, contestóle  secamente:  «Yo  soy  D.  Pedro  López. — 
¡Y  qué!  (replicó  el  ventero):  cualquiera  se  llama  López 
en  esta  tierra». 


04  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Recuérdele  á  V.  el  cuento ,  Doctor  amigo ,  para  con- 
fesarle sinceramente  un  error  mío.  Yo  también,  como 
el  ventero ,  rendía  tributo  á  la  común  creencia  de  que 
nada  era  tan  plebeyo  y  vulgar  en  nuestra  patria  como 
llamarse  á  secas  López,  Pérez  ó  Gutiérrez.  ¡Tantos  de 
estos  apellidos  se  conocen! 

Pero  un  expediente  antiguo,  del  que  daré  á  V.  noticia 
brevemente,  ha  modificado  mi  opinión.  Los  Gutiérrez 
deben  su  renombre  á  la  proverbial  pertinacia  de  los  vas- 
cos ,  y  todos  son  nobilísimos ;  vea  V.  la  prueba : 


*** 


La  majestad  del  quinto  Felipe  ordenó  á  su  Corrregi- 
dor  y  Ayuntamiento  de  Jerez  de  la  Frontera  que ,  á  se- 
mejanza de  lo  que  había  resuelto  para  las  ciudades  de 
voto  en  Cortes,  por  la  representación  que  le  hizo  la  de 
Toro ,  no  fuesen  admitidas  á  servir  los  oficios  de  Regido- 
res, sino  aquellas  personas  que  hicieran  justificación  de 
notoria  nobleza.  En  el  despacho  que  tal  cosa  se  mandaba, 
fechado  en  Madrid  á  21  de  Abril  de  1736,  so  pena  de  la 
real  merced  y  de  treinta  mil  maravedises  para  la  Cámara, 
declaraba  el  Monarca  ser  su  voluntad  que  dicha  justifi- 
cación se  hiciera  por  testimonios,  noticias  judiciales  y 
presentación  de  papeles  que  pudieran  ser  adquiridos  den- 
tro de  la  ciudad ;  prohibiendo  rigurosamente  á  los  comi- 
sarios que  el  Cabildo  nombrase  para  conocer  de  las  prue- 
bas, que  por  ningún  motivo  se  ausentaran  del  pueblo 
mientras  la  probanza  no  fuere  acabada. 

El  ordenamiento  del  Rey  era  terminante :  « Os  manda- 
» mos  (dice  á  la  letra  el  despacho)  que  la  Justificación  de 


PAPELES   VIEJOS.  65 


» Nobleza  de  los  que  pretendan  entrará  servirlos  Em- 
» pieos  de  Regidores  de  esa  Ciud.  para  verificar  la  cali- 
»dad  de  Hijodalgo,  no  sólo  se  haga  por  noticias  Judiciales 
» e  Informaciones ,  sino  es  por  las  Extra  Judiciales  de  la 
«Notoriedad  de  Nobleza,  presentación  de  papeles  y  de- 
»más  que  puedan  adquirir  sólo  dentro  desa  dha.  Ciud....» 
Conforme  á  esta  disposición ,  habiendo  solicitado  Don 
Juan  Gutiérrez  de  Acuña  y  Medina  ser  capitular  de 
Jerez ,  en  calidad  de  veinticuatro ,  la  Cámara ,  en  los  pri- 
meros días  de  Enero  de  1756,  libró  á  la  ciudad  manda- 
miento suscrito  por  D.  Agustín  de  Montiano  y  Liiyando, 
para  que  informase  si  el  pretendiente  á  la  veinticuatría 
era  persona  de  buena  vida  y  costumbres ;  si  concurrían 
en  él  la  suficiencia  y  habilidad  requeridas  para  el  cargo ; 
si  había  otra  persona  en  el  Concejo  que  fuera  su  padre  ó 
su  hijo ,  ó  si  no  era  merecedor  del  nombramiento  por  te- 
ner trato  ó  comercio  en  los  abastos  públicos. 

Reunido  el  Ayuntamiento ,  diósele  cuenta  del  despa- 
cho de  la  Cámara:  sorteáronse  los  capitulares  para  que 
los  comisarios  que  conocieran  de  las  pruebas  de  nobleza 
del  Acuña  no  debieran  sus  cargos  á  una  elección  ama- 
ñada; y  los  que  designó  la  suerte,  después  de  jurar  que 
cumplirían  fielmente  las  órdenes  del  Rey,  en  nombre  de 
S.  M.  y  del  Cabildo  requirieron  al  aspirante  para  que  á  la 
justificación  viniera. 

Muchas  declaraciones  hay  en  el  expediente  en  favor 
de  la  nobleza  de  Gutiérrez  de  Acuña ;  muchos  documen- 
tos éste  presentó ,  entre  ellos ,  el  que  aparece  del  siguiente 
certificado  del  escribano  Nicolás  Rodríguez: 

«Asimismo  doy  fee  parece  por  una  certificación  de 
» Diego  de  Uruina  Rey  de  Armas  del  Sr.  Rey  Don  Pheli- 
» pe  Nro.  Sr.  Escripta  en  pergamino  firmada  de  su  nombre 
» y  con  su  sello  su  fha.  en  Madrid  á  Siete  de  Maio  del  año 

5 


66  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


» de  mili  Seiscientos  y  quatro ,  con  su  comprouacion  co- 
»rrespondiente;  con  signo  y  firma  de  Francisco  Muñoz, 
»Esno.,  que  diceassi. 

«Yo  Diego  de  Uruina  Rey  de  Armas  del  Rey  Don  Phe- 
»lipe  Nro.  Señor  Certtifico  y  hago  entera  fee  y  Crédito  a 
» todos  quantos  esta  Carta  vieren  como  en  los  libros  y 
» copias  de  linajes  que  Yo  tengo  destos  Reynos  parece  y 
»esta  escritto  en  ellos  el  linaje  y  Armas  de  Gutierres  su 
»thenor  del  qual  es  como  sigue:— Los  Gutierres  son  bue- 
»nos  y  antiguos  hijos  dalgo  decienden  de  los  Godos  11a- 
»mauan  al  lugar  donde  Algunos  destos  Caualleros  es- 
» tauan  la  tierra  del  Godo :  los  Viscainos  como  son  cortos 
» de  razones  a  los  que  en  su  tierra  estañan  llamauanlos 
»  Gutierres  por  decir  Godos  y  desta  manera  se  corrompió 
»el  uocablo  y  quedaron  con  el  Apellido  de  Gutierres. 
»Uno  deste  linaje  que  se  llamo  Pedro  Gutierres  fue  uno 
»de  los  trecientos  hijos  dalgo  que  fueron  Ganadores  y 
»  Pobladores  de  Xerez  en  tiempos  del  Rey  Don  Alonso  el 
»  deceno  del  qual  ay  sus  decendientes. — Traen  por  armas 
» un  escudo  a^ul  y  en  el  una  Torre  de  plata  y  una  orla 
» Jaquelada  de  oro  y  de  colorado....  y  para  que  dello 
» conste  de  pedimento  de  Bartolomé  Gutierres  vecino  de 
»  Xerez  di  esta  carta  y  Certtificacion  firmada  de  mi  nom- 
»  bre  y  sellada  con  mi  Sello  que  es  fha.  en  Madrid  a  Siete 
»de  Maio  de  mili  e  seis  cientos  y  quatro  años.— Diego  de 
» Uruina  Rey  de  Armas.» 


*** 


¿Cumplieron  fielmente  su  encargo  los  comisarios  con- 
cejales, admitiendo  para  la  justificación  un  documento 
obtenido  en  Madrid,  por  los  antecesores  de  Gutiérrez  de 


PAPELES   VIEJOS.  67 


Acuña?  No  me  atrevo  á  decidirlo.  Mas,  si  hubo  contraven- 
ción en  ello,  huélgome  de  que,  con  poco  escrupulosa 
conciencia,  no  rechazaran  la  certificación  copiada,  que 
me  dice  cómo  en  la  cortedad  de  razones  de  los  vizcaínos 
tuvo  su  origen  el  renombre  Gutiérrez. 

Y  dejo,  Doctor  amigo,  á  la  misericordia  de  V.,  que 
acabe  de  desvanecer  mis  errores,  diciéndome  algo  seme- 
jante de  los  Pérez  y  López  de  nuestra  tierra:  me  dispen- 
sará V.  un  favor  señaladísimo,  y,  al  par,  contribuirá  á 
que  en  su  debido  valor  se  aprecie  la  frase  tan  común:  — 
i  Cualquiera  se  llama  López  ! 

Su  atento  servidor, 

Juan  J.  Cortina. 
De  Jerez  ,  á  15  de  Abril  de  1890. 


EL  MODERNO  ANTICRISTO 

(ERNESTO  RENÁN) 


llí  Y  ÚLTIMO. 


LOS    MILAGROS 


LOS  milagros!  ¡Ah!  Ese  es  el  coco  repugnante  y 
espectro  horrible  para  la  moderna  filosofía.  Ellos 
aparecen  en  el  cielo  de  los  librepensadores  como 
una  pesadilla  mística  entre  sueños  fatigosos,  descabella- 
dos y  crueles.  Pero  he  dicho  mal;  esos  puntos  oscuros 
han  sido ,  según  nos  dicen ,  arrancados  del  templo  mar- 
móreo de  la  ciencia  por  el  escalpelo  del  médico ,  el  aná- 
Hsis  del  químico ,  el  martillo  del  minerálogo ,  la  espada 
del  filósofo  y  el  cata-hechos  del  historiador.  ¡Cuánto  he- 
mos progresado !  El  primero  que  tuvo  la  ocurrencia  de 
arrancar  esos  puntos  oscuros ,  esas  negras  sombras  que 
extendían  sus  alas  de  buitre  en  el  santuario  del  saber, 
merecía  que  le  elevasen  un  monumento  grande,  subli- 
me, ciclópeo,  ideal,  superior  al  antiguo  Parthenón.  Los 
aborrecedores  de  trampantojos  místicos,  los  que  desga- 


EL   MODERNO     ANTICRISTO.  69 


rraron  la  venda  con  que  la  superstición  religiosa  cubría 
las  miradas  de  la  doliente  humanidad,  están  de  enhora- 
buena. ¡Oh  comedia  divina! 

Por  mi  parte,  creo  que  es  un  sainete  de  los  más  chis- 
tosos y  que  me  causan  dolor  más  profundo.  Ver  al  discí- 
pulo desaplicado ,  de  entendimiento  de  pájaro  y  memoria 
de  grillo;  al  revistero  pedante  que  aprendió  á  escribir 
coplas  al  lucero  del  alba ;  al  periodista  que  pugna  por 
subir  en  la  categoría  social;  al  catedrático  que  ascendió 
á  impulso  áefuersas  secretas;  al  fogonero  de  la  estación 
del  Mediodía  ó  del  Norte  que  no  se  lava  la  cara  más  que 
cuando  llueve,  y  al  barrendero  cerril  de  la  Plaza  de  la 
Cebada....  tronar  contra  los  milagros,  hablar  áe\2i  su- 
perstición religiosa  y  de  las  leyes  inmutables  de  la 
naturaleza ;  unos ,  porque  lo  oyeron  en  un  meeting ;  otros, 
porque  lo  leyeron  en  folletos  nada  ilustrados;  los  de  allá, 
porque  se  quedaron  en  sus  estudios  in  stiitu  quo  á 
mitad  del  bachillerato ;  los  de  acullá,  es  decir,  los  más 
Hstos,  porque  en  materias  filosóficas  son  nulidades,  ó 
porque  les  pagan  predicando  tales  doctrinas....  ;  todo 
esto,  repito,  me  descorazona  á  la  vez  que  me  encocora. 
Y  no  sólo  niegan  el  hecho  sobrenatural  é  histórico, 
sino  su  posibilidad  en  absoluto.  Hasta  he  oído  decir  á 
ciertos  personajes  para  mí  muy  queridos ,  á  pesar  de 
que  sus  ideas  son  antitéticas  de  las  mías ,  que  si  viesen 
con  sus  propios  ojos  resucitar  á  un  muerto,  creerían  que 
los  sentidos  les  engañaban.  ¡Qué  ciencia  tan  peregrina  y 
singular ! 

Otros  hay,— ¡loado  sea  Dios!, — que  participan  de  la 
opinión  contraria  cuanto  á  la  posibilidad  del  milagro  y 
cuanto  al  hecho  milagroso.  Yo  no  sé  si  será  preocupa- 
ción ó  fanatismo ;  pero  creo  que  no  deben  aplicárseles 
esos  epítetos  tan  duros ,  porque  tienen  razones  dignas  de 


70  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


ser  meditadas  (').  Voy  á  exponer  las  dos  opiniones,  como 
prólogo  en  este  punto  á  las  teorías  de  Renán. 

De  admitir,  dicen  los  neos,  un  Dios  Creador,  debéis, 
¡oh  librepensadores!,  abrazaros  con  la  posibilidad  del 
milagro.  Enemigos  nosotros  de  la  raza  de  Büchner  ,  re- 
chazamos la  eternidad  de  la  materia,  porque  la  sucesión 
de  tantos  miles  de  fenómenos  sin  cuento ,  lo  deleznable 
de  las  horas,  la  rapidez  de  los  siglos,  la  fragilidad  del  lé- 
gamo que  constituye  á  los  seres ,  la  indiferencia  radical 
de  la  materia  para  el  movimiento  ó  el  reposo ,  el  límite 
de  las  causas  y  sus  efectos....,  dicen  al  espíritu  pensador 
que  el  mundo  no  tiene  los  atributos  esenciales  del  Eterno 
Ser  ,  Infinito,  Inmóvil,  Perfectísimo  y  Espiritual.  Acudid 
á  la  circulación  perpetua  de  la  vida  de  Moleschott ,  á  la 
serie  infinita  de  causas  ligadas  por  el  misterioso  anillo 
del  Acaso,  á  los  millones  de  centurias  del  hombre  tercia- 
rio, etc.,  etc.,  ¿os  parece  que  resolvéis  así  el  problema  de 
esa  Esfinge  filosófica?  No:  con  esa  solución  le  hacéis  más 
oscuro  y  tenebroso.  La  extensión,  los  años  ,  la  fuerza  y 
los  fenómenos  no  pueden  ser  infinitos,  es  decir,  tienen  su 
límite  infranqueable ,  porque  unos  se  aumentan  ó  dismi- 
nuyen ,  y  otros  pueden  aumentar  ó  disminuir.  Será  el 
mundo ,  el  gran  Pan ,  el  Dios  mendigo  de  Hegel ,  el  Dios 
hilvanado  con  los  jirones  de  trapero  de  su  propio  manto 
ó  del  .manto  carcomido  de  raquíticos  seres.  Si  éste  es 
vuestro  Dios  ,  ¡  id  en  paz  con  vuestro  avechucho  !  ;  pero 
entonces  sois  más  ignorantes  que  la  vieja  del  huevo  y  de 
la  gallina.  Acudid  á  la  nebulosa  de  Laplace  ó  al  moco  de 
pavo.  ¿Quién  les  dio  la  vida  ,  el  ser  y  el  movimiento ? 
¡Laberinto  inextricable  !  El  hombre,  rey  de  la  creación, 
es  en  el  mundo  un  relámpago  que  brilla  y  desaparece;  y 

(i)     No  defino  el  milagro  ni  señalo  sus  condiciones,  porque  deben  sa- 
berlo muy  bien  los  que  le  combaten. 


EL    MODERNO     ANTICRISTO.  7 1 


los  subditos  ó  vasallos,  cien  veces  más  innobles  que  el 
ser  racional ,  ¿han  de  ser  eternos  (')? 

Luego  la  contingencia  del  mundo  nos  dice  que  existe 
una  causa  primera ,  creadora ;  mano  invisible  que  levantó 
á  los  mundos  de  la  nada;  anillo  primordial  de  las  edades 
y  sucesiones ;  arpa  de  todas  las  armonías ,  fuerza  inmó- 
vil de  todos  los  movimientos;  gran  Artista,  gran  Geóme- 
tra, razón  de  todas  las  existencias,  océano  de  vida  y  amor, 
y  distinto  sustancialmente  del  mundo.  Negarle,  pues, 
su  influencia  necesaria  en  el  mundo ,  es  negar  la  esencia 
del  mundo  y  de  Dios.  Si  el  efecto  no  ha  de  ser  más  noble 
que  la  causa,  negar  á  Dios  que  pueda  suspender  una  ley, 
es  arrojar  á  su  frente  inefable  el  lodo  de  que  nos  formó  : 
es  proclamar  que  el  Dios  Inñnito  no  tiene  fuerza  infinita, 
el  Independiente  y  Libérrimo  carece  de  libertad,  y  el  que 
todo  lo  puede  no  es  Omnipotente;  y  el  que  por  amor,  sólo 
por  amor,  nos  dio  la  vida  y  el  ser,  es  el  Dios  cousinianOj 
escondido  allá  en  las  alturas  de  su  eternidad  silenciosa. 
Padre  cruelísimo  y  sin  entrañas,  que  nos  dejó  á  todos  or- 
phelins  en  el  dolor  perpetuo  y  la  eterna  miseria!  Todos 
los  gritos  de  Juan  Pablo  en  su  romance  Selina ,  no  bastan 
para  maldecir  semejantes  aseveraciones.... 

¡Y  vosotros,  sí,  científicos  del  día;  vosotros,  ingenie- 
ros de  caminos  y  canales ,  podéis  torcer  el  curso  de  los 
ríos;  vosotros,  químicos  eminentes ,  podéis  en  vuestras 
retortas  descomponer  y  recomponer ,  analizar  ó  sinteti- 
zar un  cuerpo  ó  un  ácido ;  vosotros ,  médicos  ilustres, 
podéis  animar  las  fuerzas  enervadas ;  vosotros ,  famosos 
oculistas,  podéis  hacer  que  la  velada  pupila  absorba  otra 
vez  los  rayos  solares;  vosotros,  mecánicos  insignes,  po- 

(i)  No  me  he  propuesto  aducir  todas  las  razones  filosóficas  en  pro 
de  la  existencia  de  Dios.  La  significación  vacía  de  la  palabra  Acaso  hela 
discutido  en  otro  lugar. 


72  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


deis  levantar  en  la  tierra  torres  Eiffels,  ó  puentes  de 
cristal  sobre  las  encrespadas  olas ;  vosotros,  los  Edissons, 
podéis  estereotipar  la  humana  voz  y  transmitirla  á  cien 
generaciones;  vosotros,  políticos  de  frac  y  de  corbata, 
podéis  remover  el  corazón  de  las  muchedumbres,  y  hasta 
vosotros,  fabricantes  de  impermeables  ó  de  paraguas, 
podéis  hacer  que  el  hombre  camine  con  la  piel  seca  ó 
enjuta  por  en  medio  de  las  tempestades!.... 

Todo  eso  podéis  vosotros,  ¡pigmeos  de  la  ciencia  ab- 
soluta !  ( ' ) ;  y  Dios ,  el  que  con  sólo  un  acento  hizo  surgir 
del  abismo  y  lanzó  á  los  espacios  esas  mirladas  de  mun- 
dos, no  podrá  detener  al  sol  en  su  carrera:  el  Autor  de 
la  vida ,  que  creando  y  combinando  los  átomos  formó  las 
hermosuras  é  inspiró  el  primer  soplo  vital  en  el  rostro 
primero ,  es  impotente  para  dar  la  vida  á  un  cadáver  y 
menos  reconstruir  los  átomos  de  un  organismo, — pues  los 
átomos  no  se  aniquilan, —  y  mandarle  que  se  levante  y 
camine:  el  que  puso  freno  á  las  olas  y  valla  á  los  mares 
con  cintas  leves  de  arena,  no  puede  detener  el  curso  del 
Jordán  ó  del  Mar  Rojo :  el  que  colocó  en  las  entrañas  de  la 
tierra  gigantes  de  fuego  que  braman  y  rugen  ,  no  puede 
librar  de  las  llamas  á  unos  niños  en  el  horno  de  Babylo- 
nia:  el  que  colgó  en  la  inmensidad  los  polos  sobre  que 
gira  la  creación,  no  puede  lo  que  puede  Eiffel:  el  que  dio 
la  glotis  y  epiglotis  al  ruiseñor  y  á  Gayarre,  no  puede  lo 
que  puede  Edisson ;  en  suma  :  el  que  da  el  alimento  á  los 
hijos  de  los  cuervos,  y  viste  de  pompa  á  los  lirios  de  los 
campos,  y  da  guarida  á  las  raposas,  no  puede  alimentar  á 
cinco  mil  hombres ,  ni  librarles  de  la  lluvia  y  del  grani- 
zo!....  ¡Ser  Invisible  é  Inefable,  perdónales,  porque  no 

(i)  Ninguno  más  admirador  que  yo  del  genio  y  del  progreso  de 
nuestro  siglo.  He  estampado  ese  epíteto  át  pigmeos  ,  «teniendo  en  cuenta 
lo  que  es  la  Ciencia  humana  en  comparación  con  la  Ciencia  divina». 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  73 


saben  lo  que  dicen!  ¡La  humanidad,  á  excepción  de  esos 
pro -hombres,  te  ha  invocado  siempre  como  á  Dios  tute- 
lar suyo ,  te  ha  dirigido  centenares  de  súplicas  para  que 
la  apartes  del  mal  ó  la  concedas  el  bien;  y  la  humanidad, 
obra  tuya,  no  se  engaña!  ¡Perdona,  pues,  á  la  moderna 
Pentápolis,  que  aún  hay  millares  de  justos  en  Sodoma!.... 


Mas  i  ah ! :  se  me  olvidaba.  Las  leyes  que  rigen  el  mun- 
do son  ineluctables;  gozan  de  necesidad  absoluta:  de 
otro  modo,  nuestra  ciencia  sería  quimérica  y  Dios  versá- 
til también.  Éste  es  el  reparo  de  los  científicos.  Pero,  ¿en 
dónde  habrán  visto  la  absoluta  necesidad  de  esas  leyes, 
lo  vacío  de  nuestros  conocimientos  y  la  mutabilidad  de 
Dios  si  ellas  se  mudasen?  Dio  el  Señor  la  existencia  al 
hombre :  podía  haber  creado  en  lugar  del  hombre  coli- 
bríes americanos  ó  palm^eras  del  desierto ;  pero  una  vez 
que  le  plugo  que  el  hombre  existiese,  no  podía  crearle  — 
es  intrínsecamente  imposible,  y  Dios  dejaría  de  serlo  — 
colibrí  ó  palmera.  La  animalidad  y  racionahdad  son  á  la 
esencia  del  hombre  absoluta  é  incondicionalmente  ne- 
cesarias. Estarán  en  la  verdad  esos  científicos  cuando 
prueben  que  las  leyes  físicas  son  tan  esenciales  al  mundo 
como  al  hombre  el  ser  animal  racional.  Mientras  que  el 
mundo  con  sus  leyes  exista,  existirá;  — i  verdad  de  pero- 
grullo! — á  esto  llamo  yo  necesidad  contingente,  no  ab- 
soluta. Mientras  el  hombre  exista,  existirá  también  — 
¡intuición  soberana! — Pero  así  como  el  hombre  no  es, 
por  eso,  necesario,  tampoco  lo  es  el  mundo  ni  lo  será 
nunca:  y  aquí  está  la  radical  diferencia  que  esos  cientí- 


74  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


fieos  no  saben  ó  no  quieren  saber.  La  esencia  del  hombre, 
física  ómetafísica,  no  puede  existir  en  el  orden  real  ó  ideal, 
sin  estos  dos  elementos  constitutivos:  animal-racional ; 
y  el  mundo  puede  existir  en  el  orden  real  ó  ideal  sin  esas  le- 
yes que  le  rigen .  Me  explicaré :  no  podemos  imaginar,  como 
la  filosofía  enseña ,  un  « hombre-cuadrúpedo » , — grite  des- 
aforadamente el  darwinismo  cuanto  pueda,— y  no  se  ve 
contradicción  6  repugnancia  alguna  en  que  la  tierra ,  un 
cometa  ó  una  constelación,  en  vez  de  girar  de  Occidente 
á  Oriente,  giren  de  Septentrión  á  Mediodía.  Veo  además 
que  las  leyes  del  mundo  físico  dependen  de  multitud  de 
condiciones,  y  de  ahí  concluyo  muy  lógicamente  que  esas 
leyes  no  son  en  absoluto  necesarias ,  y  que  podían  haber 
sido  sustituidas  por  otras. 

Y  en  verdad,  que  porque  se  suspenda  una  ley,  no  re- 
sulta vana  la  ciencia.  Los  sabios  que  creyeron  en  los  he- 
chos sobrenaturales  del  mundo  antiguo  y  los  que  creye- 
ron en  los  prodigios  de  Jesús ,— es  decir ,  lo  mejor  que 
tuvo  la  Europa,—  no  creo  yo  que  hayan  resultado  pig- 
meos. La  suspensión  instantánea  de  una  ley ,  no  empece 
el  curso  posterior  de  esa  ley,  y  menos  el  del  orden  uni- 
versal. Además,  que  Dios  es  prudentísimo  en  conceder 
tales  gracias.  Ni  veo  tampoco  que  Dios  cambie  por  eso. 
Dios ,  al  crear  el  mundo ,  vio  y  ordenó  con  su  inteligencia 
y  voluntad  infinitas  las  circunstancias ,  tiempos  y  luga- 
res en  que  una  ley  se  había  de  suspender ;  como  el  relo- 
jero—perdóneseme la  comparación  innoble  —  prevé  y 
ordena  cuándo  ha  de  caer  el  despertador.  Si  los  raciona- 
Hstas  no  saben  ni  alcanzan  el  fin  universal  de  los  seres, 
i  no  encarrilen  la  inteligencia  infinita  en  su  troquel  raquí- 
tico !  i  respeten  lo  que  está  por  cima  de  todos !  Más  sen- 
satos serían  si,  confesando  su  ignorancia  del  orden  uni- 
versal, exclamasen:  las  leyes  del  mundo  físico  deben  de 


EL    MODERNO     ANTICRISTO.  75 


ser  como  las  ecuaciones  matemáticas;  lo  que  en  un 
miembro  se  substrae,  se  substrae  también  en  el  otro;  la 
supresión  de  una  ley  efímera,  quizá  lleve  consigo  la  sus- 
pensión de  una  sentencia  eterna.  Si  entendiesen  de  filo- 
sofía esos  científicos,  seguramente  hubieran  presentado 
la  dificultad  magna  y  no  resuelta  por  ningún  teólogo  ni  filó- 
sofo del  Catolicismo ,  pero  con  la  que  el  Catolicismo  no 
se  desvirtúa. 

Despréndese  de  todo  lo  dicho  la  veracidad  de  la  frase 
de  Rousseau  :  «Á  los  que  niegan  la  posibilidad  del  mila- 
gro ,  se  les  hace  demasiado  honor  castigándoles ;  basta 
encerrarles  como  á  locos».  Pero  no  pudiéndose  emplear 
en  el  siglo  libre  estos  procedimientos  inquisidores ,  es 
más  oportuno  oir  á  los  científicos.  Los  tales  científicos 
no  entienden  de  filosofías ;  no  hablan  de  la  posibilidad  del 
hecho  milagroso;  bástales  negarla,  y  negar  así  los  que 
ha  habido,  ó  darles  solución  satisfactoria.  No  sé  por 
dónde  empezar  á  escoger;  la  materia  es  inmensa,  y  se 
presta  á  un  saínete  que  yo  haría  con  mucho  gusto ;  pero 
sancta  sánete  tractanda  sunt.  Sin  embargo ,  el  saínete  va 
á  sahr,  bien  á  pesar  mío.  Abro  un  libro  de  Renán,  que 
en  esto  de  los  milagros  sigue  á  Pauliis  el  doctor ,  y  leo: 

«....Los  relatos  sobrenaturales  se  deben  rechazar />í?r- 
qiie  implican  credulidad  é  impostura.  Los  milagros  que 
hormiguean  en  las  historias  son  falsos ,  porque  ninguno 
se  verificó  bajo  condiciones  científicas.  No  son  compe- 
tentes para  juzgar  del  hecho  milagroso ,  ni  los  jueces ,  ni 
el  pueblo,  ni  la  clase  elevada.  Yo  no  niego  la  posibihdad. . . . 
— lo  veremos ; — lo  que  digo  es  que  hasta  ahora  ninguno 
ha  podido  resistir  el  examen. — ¿En  dónde,  cuándo,  cómo? 
— Traedme  una  sociedad  de  fisiólogos,  químicos,  físi- 
cos, etc.,  y  delante  de  ellos  resucitadme  un  cadáver;  re- 
petid el  experimento  diez,  veinte,  treinta  veces ,  y  enton- 


76  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


ees  el  hecho  adquiriría  una  probabilidad  casi  igual  á  la 
certidmnbre....  Creer  en  milagros  es  creer  en  magias, 
filtros,  fascinaciones,  duendes  y  vampiros.  El  milagro  es 
una  hipótesis  grotesca,  y  es  superfino  el  combatirla, 
porque  el  hecho  milagroso  pertenece  á  un  estado  distinto 
del  de  nuestro  espíritu;  Dios  se  mudaría;  la  ciencia  sería 
imposible,  y  las  leyes  de  la  naturaleza  volubles, — esto  ya 
caducó....» 

¡ Et  bien!  ¡Adelante!  Ya  sabemos  que  Renán  niega  y 
no  niega, — pero  sí;  la  niega, — la  posibilidad  del  milagro; 
que  ignora  los  exquisitos  y  trabajosos  procedimientos,  y 
todos  los  recursos  de  la  ciencia  que  emplea  la  Iglesia  ca- 
tólica para  examinar  el  hecho  milagroso ;  como  lo  atesti- 
guó aquel  protestante  convertido ;  que  Ernesto  hace  de 
Dios  una  especie  de  prestidigitador ,  titiritero  ó  figurín, 
que  ha  de  bailar  á  gusto  del  científico  juagado  diez, 
veinte,  treinta  veces,  y  á  la  postre....  le  pagan  con  una 
probabilidad  casi  igual  á  la  certidumbre.  De  idéntico 
parecer  que  Renán  son  Schopenhauer,  Moleschott,  Büch- 
ner  y  Flammarión.  (Vid.  Ciencia  y  Naturaleza ,  Dios  y 
Naturaleza  ydi  citadas.)  «El  milagro,  dicen,  repugna  á 
la  ciencia  nueva.  Si  Dios  gobernase  el  mundo ,  serían  su- 
perfinas las  leyes.  Ahora  bien:  el  hecho  milagroso  ,  ó  pro- 
cede de  Dios,  ó  del  asar,  ó  de  la  fuerza  y  de  la  materia. 
No  procede  de  Dios  ni  del  azar,  porque  es  insostenible. 
Luego  estiren  Vds.  el  hilo»....  (Textual  todo  esto.) 

Si  se  quiere  saber  cómo  expHca  Renán  los  milagros 
del  antiguo  Testamento ,  hay  que  acudir  á  la  última  obra 
que  está  pubhcando.  «....Los  milagros  ,  dice  ,  no  existen. 
i  Las  leyes  de  Roma  sí  que  son  providenciales  !  Cuentan 
que  Moisés  hizo  brotar  aguas  de  una  roca:  esto  no  es 
verdad  ;  porque  peut-étre  que  los  nobles  del  pueblo  que 
le  acompañaban,  llevasen  bastones,   é  hincándolos  en 


EL   MODERNO     ANTICRISTO.  77 


tierra,  hiciesen  brotar  las  aguas  sin  intervención  divina; 
así  parecen  indicarlo  Las  guerras  de  lahavé.  Dicen  que 
cuando  los  israelitas  cruzaban  el  desierto ,  un  exquisito 
maná  descendía  milagrosamente  para  servirles  de  comi- 
da; peut-étre  que  fuese  el  rocío ,  lente  ó  escarcha  que  á  la 
salida  del  sol  caía  como  blanca  nieve  sobre  las  hierbas. 
Los  truenos  y  relámpagos  del  Sinaí  son  poesía  hebraica; 
pues  es  inconcuso  que  el  Sinaí  presenta  un  aspecto  terri- 
ble y  volcánico.  Tampoco  los  israelitas  cruzaron  el  mar 
Rojo  á  pie  enjuto ,   sino  que  dieron  un  rodeo  para  cru- 
zarle. Se  puede  asegurar  lo  mismo  del  paso  del  río  Jor- 
dán; este  río  llevaba  en  aquellas  circunstancias  poquísima 
agua ,  y  era  fácil  vadearle.  El  derrumbamiento  de  los 
muros  de  Jericó  al  sonido  de  las  trompetas ,  es  fantasía 
pura  ;  un  ejército  armado  fué  el  que  derribó  los  muros. 
Elias  no  resucitó  álos  muertos,  sino  que  les  comunicaba 
su  aliento  vital  como  por  una  corriente  de  inducción....» 
Explicación  más  satisfactoria  no  se  puede  excogitar . 
Los  bastones  ,  las  gotas  de  rocío,  rodeos,  vadeamientos, 
corrientes  de  inducción,  peut-étres....,  resuelven  de  plano 
los  hechos  sobrenaturales  de  la  ley  vieja....  Esas  tautolo- 
gías ó  esos  dilettantismos  no  sirven  para  nada  bueno,  son 
formas  hueras  del  pensamiento  vacío.  Mas  llega  ahora 
lo  épico  sublime,  la  explicación  de  los  milagros  de  Jesús. 
Aquí  Renán  llevará  la  voz  cantante,  pero  no  será  solo. 

Si  hemos  de  creer  á  Büchner  (Ciencia  y  Natural  es  a), 
Schopenhauer  afirmó  que  « Jesús  hizo  milagros  por  medio 
del  magnetismo».  Pero  «Jesús,  contesta  Renán,  no  sabía 
de  esas  cosas,  ni  siquiera  medicina.  Es  verdad  que  hizo 
algunos  milagros  para  confirmar  el  título  de  Hijo  de  Da- 
vid; pero  Jesús  no  tuvo  la  más  remota  idea  del  orden 
inflexible  é  ineluctable  de  las  leyes  físicas :  como  tauma- 
turgo, es  un  charlatán;  á  pesar  suyo  fué  taumaturgo  y  por 


78  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


medios  secretos:  sus  milagros  son  una  violencia  de  su 
siglo,  una  concesión  arrancada  por  la  necesidad  pasajera. 
Jesús  como  taumaturgo  y  exorcista  se  ha  desvanecido.... 
No  podía  ocurrir  otra  cosa.  El  milagro  es  considerado 
como  la  ífiardf estación  esencial  de  la  Divinidad  (!  !);  lo 
cual  no  impide  el  que  la  acción  taumatúrgica  vaya  acom- 
pañada de  medios  naturales: — ¡inconsecuencia  evidente! — 
Así  se  ve  que  las  circunstancias  en  que  se  verificaron  son 
pura  juglería  de  Jesús  y  los  Apóstoles.  Éstos  estaban 
llenos  de  preocupaciones  teúrgicas ,  como  buenos  espiri- 
tistas (!  !);  creían  ,  como  todos  los  que  acompañaban  á 
Jesús,  en  espectros  y  apariciones  de  Ángeles  ó  Elohim, 
— que  vienen  y  van. — Los  siete  demonios  de  la  Magdale- 
na eran  siete  enfermedades  nerviosas;  epilepsia,  histe- 
ria, etc.,— demonios  crudos. — El  milagro  de  los  cinco 
panes  y  dos  peces ,  el  de  las  bodas  de  Cana,  etc.,  etc.,  son 
paparruchas.  Los  únicos  que  ofrecen  cierto  respeto  son: 
el  de  Lázaro  y  el  de  la  Resurrección  de  Jesús.  Pero  vea- 
mos cómo  se  expHcan.  El  milagro  de  Lázaro  no  es  del 
todo  legendario.  Peut-étre  la  alegría  de  la  llegada  de 
Jesús  pudo  devolver  á  Lázaro  la  vida ;  peut-étre  por  amor 
de  Jesús ,  las  personas  piadosas  salieran  de  todos  los  lí- 
mites pregonándolo ;  peut-étre  que  Lázaro ,  pálido  aún  á 
causa  de  su  enfermedad,  se  hiciese  cubrir  de  vendas 
como  á  un  muerto  y  encerrar  en  el  sepulcro  de  su  fami- 
lia....;  llegan  Jesús  y  la  muchedumbre:  Jesús  desea  ver 
á  Lázaro,  y  éste,  separando  la  piedra  mortuoria,  surge 
del  sepulcro  envuelto  en  sus  vendas  y  cubierta  la  cabeza 
de  un  sudario.  Esa  fué  la  resurrección.... » 

Resumen  de  lo  que  precede :  creer  en  filtros ,  desco- 
nocer lo  que  es  milagro ,  espiritistas ,  espectros  y  unos 
cuantos  peut-étre.  \  Peregrino  modo  de  explicar  y  com- 
batir !  Si  esta  es  la  ciencia  de  la  escuela  crítico-histórica, 


EL   MODERNO     ANTICRISTO.  79 


¡  maldición  sobre  esa  Ciencia  ruin  y  pedante !  Justísimo 
fué  el  escándalo  que  con  esa  explicación  suscitó  Renán 
entre  sus  más  íntimos  amigos ,  entusiasmados  peut-étre 
ante  el  cuadro  de  Mr.  G.  Catternoles. 

Y  llega  la  Resurrrección  de  Jesús.  West  y  Sherlok  la 
explicaron  según  las  reglas  del  foro  inglés ,  combatiendo 
á  WoUaston.  Mucho  antes  la  resolvió  Celso  con  decir 
«que  todo  fué  patraña  é  invención  apostólica».  Strauss 
la  explica  de  este  modo :  « Ó  Jesús  resucitó  por  vía  natu- 
ral ó  sobrenatural ;  pero  ni  uno  ni  otro  es  posible,  porque 
las  palabras  «  muerto  »  y  « resucitado »  son  contradic- 
torias. Si  Jesús  resucitó  ,  no  estaba  muerto ;  y  si  estaba 
muerto,  no  resucitó....»  ¡Bravo!  Kaiser  dijo  que  la  Resu- 
rrección de  Jesús  era  un  mito  poético-histórico ;  Semler, 
que  sólo  un  mito;  Reimaro,  Wunsch  y  Bahrdt  dudan  de 
ella ;  Panlus  el  doctor  niega  la  muerte  de  Jesús ,  y  explica 
la  Resurrección  usando  el  síncope.  Algunos  racionalistas 
exégetas  dicen  que  los  ángeles  eran  los  hortelanos  esse- 
nios  que  se  aparecieron  á  la  Magdalena;  otros,  como 
Kuinoel,  que  los  ángeles  fueron  las  llamas  salidas,  á  eso 
del  crepúsculo ,  de  las  entrañas  de  la  tierra ;  otros ,  como 
Bruno  Bauer ,  que  los  ángeles  fueron  los  rayos  de  la  au- 
rora matinal;  otros,  finalmente,  aseguran  que  los  esse- 
nios  arrebataron  vivo  á  Jesús,  le  llevaron  al  huerto,  y  le 
rodearon  de  piedras:  llegan  José  de  Arimatea  y  Nicode- 
mo,  y  sale  Jesús,  que,  al  reconocerlos,  llora.  Los  essenios 
son  los  ángeles,  y  Jesús  se  aparece  á  la  Magdalena,  que 
lecreyó  hortelano.  La  opinión  de  Renán  es  la  siguiente  : 
dice  que  « los  Apóstoles  robaron  el  cadáver  de  Jesús  y  le 
llevaron á  Galilea:  la  exaltada  imaginación  de  María  de 
Magdala  (Magdalena)  desempeñó  un  papel  de  primer 
orden.  El  amor  dispuso  á  los  ánimos  á  creerlo.  ¡Poder 
divino  del  amor!  ¡Sagrados  momentos  aquellos  en  que  la 


8o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


pasión  de  una  alucinada  dio  al  mundo  un  Dios  resuci- 
tado!....» 

A  mí  sólo  me  queda  exclamar  también:  ¡Poder  en- 
clenque de  la  Ciencia  nueva !  ¡  Momentos  tristes  en  que 
el  alma,  sedienta  de  saber^  sólo  halla  en  torno  suyo  nega- 
ciones rotundas  y  explicaciones  vacías !  i  Un  milagro  ilu- 
sorio creído  por  la  venerable  antigüedad ,  precedido  del 
estremecimiento  del  mundo ,  de  la  rupción  de  las  rocas, 
de  un  sol  ensangrentado,  de  muertos  volando  por  los 
aires,  de  vibraciones  que  resonaron  en  el  areópago  de 
Atenas  y  en  la  cumbre  del  Gólgota!  ¡Milagro  ilusorio, 
estremecimiento  fantástico,  que,  repercutiendo  en  el  co- 
razón de  doce  pescadores,  removió  al  mundo  en  sus  ci- 
mientos, trastrocó  los  papeles  de  la  historia,  luchó  á  brazo 
partido  con  los  poderes  del  infierno  y  las  potestades  de 
las  pasiones ;  que  tuvo  testigos  de  los  que  á  Pascal  le 
gustaban;  testigos  que  se  dejaron  degollar;  niños  inocen- 
tes ,  ancianos  decrépitos  y  doncellas  vírgenes ;  que  consi- 
guió lo  que  el  héroe  Macedón  y  los  Emperadores  de  Roma, 
los  políticos  y  los  filósofos ,  no  pudieron  conseguir :  civili- 
zar al  mundo  extendiendo  la  doctrina  del  Crucificado  en 
todo  lugar,  en  toda  tribu  y  en  toda  nación,  y  no  con  el 
alfanje  de  Mahomet,  sino  con  el  imán  del  amor  y  del  sa- 
crificio! ¡Ilusión  sublime,  que,  pereciendo  todas  las  insti- 
tuciones, ha  hecho  que  una  sola  permanezca  inalterable 
entre  tantos  derrumbamientos  y  desmayos ,  ante  las  blas- 
femias y  las  espadas,  siquiera  hayan  sido  como  la  de 
Napoleón  ó  Cavour,  de  Garibaldi  ó  de  Crispí;  ilusión 
creída  por  una  falange  de  genios  que  cruzaron  el  mundo 
cual  astros  luminosos ;  ilusión  que  hoy  presta  aHentos  á 
un  inerme  anciano ,  y  hace  que  todas  las  potencias  de  la 
tierra ,  como  los  Reyes  al  Niño  de  Belén ,  le  obsequien 
con  joyas  riquísimas ,  y  saluden  como  á  Redentor  de  la 


EL   MODERNO     ANTICRISTO.  8 1 


sociedad  que  se  muere!....  ¡Ilusión!  ¡ilusión!  ¡ilusión! 
<^Hoc  nobis  unum  grande  miracuhiín  sufficit »,  diré  con 
el  Fénix  del  África. 

Y  ahora ,  venid  ,  gacetilleros  parlanchines ,  poetillas 
de  agua  chirle ,  periodistas  librepensadores ,  catedráticos 
de  salón,  sabios  de  la  escuela  de  Renán,  filósofos  de  la 
hornada  de  Thiberghien  ;  vosotros,  los  que,  como  Rou- 
land,  Massy  ó  Jacomet,  combatís  el  milagro  visto  por 
una  pastora  inocente  ;  vosotros,  los  que,  como  Ernesto, 
no  os  acercáis  á  Lourdes  por  no  rebajar  vuestra  dignidad 
personal ;  vosotros,  pensadores  y  que  no  tuvisteis  valor 
para  mamaros  la  bicoca  de  miles  de  duros ,  demostrando 
la  falsedad  de  un  hecho  solo  de  los  centenares  de  Lour- 
des....; venid,  y  explicadme  cómo  la  Resurrección  de 
Jesús ,  esa  ilusión  de  Magdalena ,  ha  podido  y  puede  hacer 
tantos  prodigios. 

¡Rocas  de  Massabielle,  hablad  á  estos  infatuados!.... 


LAS  CONTRADICCIONES. 

¡Respiremos!  A  pesar  de  las  blasfemias  precedentes, 
no  puede  Ernesto  ocultar  lo  que  ningún  blasfemo  ha  ocul- 
tado. El  elogio  sale  de  entre  los  insultos,  3^  la  contradic- 
ción de  entre  las  doctrinas.  Por  depravado  que  se  halle  el 
corazón  del  hombre ,  alguna  fibra  generosa  le  queda  :  por 
inextinguible  que  sea  el  odio  contra  Jesús ,  los  impíos ,  en 
esos  momentos  de  lucidez  en  que  las  pasiones  callan  y  la 
cólera  se  extingue,  no  pueden  escatimar  á  Jesús  entu- 
siastas alabanzas.  Como  Balaam,  decía  nuestro  Cami- 
nero, quieren  maldecirle,  y  á  pesar  suyo  sale  de  sus 
labios  un  grito  de  admiración.  Leed  al  desesperado  Rous- 
seau ,  y  hallaréis  la  apología  del  Jesús-Dios  en  el  hbro 

6 


82  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


cuarto  de  su  Emilio,  Leed  á  Kant,  el  universal  demo- 
ledor, y  veréis  que  «la  moral  de  Jesús  es  la  más  elevada, 
universal  y  posible » .  Recorred  las  páginas  de  Fichte ,  y 
hallaréis  que  «Jesús,  fundando  en  la  tierra  el  reino  de  los 
cielos,  ejecutó  la  voluntad  suprema  de  su  Padre  ;  y  como 
primer  ciudadano  de  ese  reino,  es  verdaderamente  Hijo 
de  Dios » .  Recorred  las  páginas  de  Goethe ,  el  enemigo  del 
palo  rígido  y  en  cruz,  y  hallaréis  «la  necesidad  de  la  Re- 
dención y  de  la  vida  futura;  y  que  si  eso  es  supersticioso, 
esa  superstición  es  la  poesía  de  la  vida».  Y  si  habéis  leído 
á  Strauss,  habréis  visto  que  «  ningún  hombre  puede  tener 
la  vida  religiosa  que  Jesús  tuvo».  Y  si  queréis  leer  al 
iracundo  más  horrible  que  cruzó  por  la  tierra,  al  blasfe- 
mo Proudhon  ;  allí ,  de  aquellos  labios  encendidos ,  de 
aquella  boca  nido  de  blasfemias  enroscadas ,  salió  esta 
frase  digna  de  que  todos  los  racionahstas  la  graben  en 
sus  corazones  :  «Si  reconocéis  á  un  Ser  Supremo....,  ¡de 
rodillas  ante  el  Crucificado ! »  Con  razón ,  pues ,  decía  Mo- 
reno Nieto :  « En  todas  las  obras  de  los  enemigos  de  Jesús, 
veo  al  Jesús-Dios».  Á  todos  se  les  puede  repetir  lo  que  á 
Marción  respondía  Tertuliano  :  «En  vano  trabajasteis; 
porque  á  cien  leguas  veo  al  verdadero  Jesús  :  i  hasta  en 
vuestro  falso  Evangelio ! » 

Yo ,  por  mi  parte ,  he  de  confesar  que  á  través  de  las 
obras  de  Ernesto  veo  la  divinidad  de  Jesús  3^  del  Catoli- 
cismo ,  como  la  Providencia  á  través  de  las  miserias  de 
la  vida;  y  como  aquel  que  en  tiempo  déla  revolución 
francesa,  contemplando  el  aspecto  repugnante  y  ensan- 
grentado del  ojo  de  Robespierre  fuera  de  su  órbita,  ex- 
clamó :  « ¡Dios  existe ! » ;  así  exclamo  :  i  Jesús  es  Dios !  Po- 
dráseme  objetar  que  las  frases  dedicadas  por  Ernesto  á 
Jesús  son  de  sentido  racionaUsta;  no  importa  :  el  lector 
juzgará  imparcialmente.  Ya  que  con  mucho  trabajo  las 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  83 


he  recogido  de  las  obras  de  Renán,  voy  á  presentarlas 
como  Dios  me  dé  á  entender,  seguro  de  que  con  esas  con- 
tradicciones y  esos  elogios  daré  pasto  á  la  curiosidad  de 
mis  lectores,  y  quizá  algún  consuelo  para  calmar  en 
parte  las  impresiones  pasadas.  Poquísimo  he  de  poner  de 
mi  cosecha ;  calmaré  los  impulsos  de  mi  entusiasmo  ante 
las  frases,  no  ya  heladas  y  frías,  sino  líricas  y  arrebata- 
doras ,  de  Ernesto  Renán. 

Ernesto,  que  ha  execrado  á  los  discípulos  de  Jesús, 
dice:  «¡Ellos  vencerán  al  mundo  con  su  modestia  y  man- 
sedumbre ! »  Renán ,  que  ha  explicado  por  vía  natural  y 
evolución  histórica  el  Cristianismo  maldiciéndole ,  tiene 
esta  página  escrita  contra  las  paradojas  anticristianas  de 
Feuerbach ,  inmejorablemente  traducida  por  nuestro  in- 
signe Menéndez  y  Pelayo :  «¡Ojalá  que  Feuerbach  hubiese 
mojado  sus  labios  en  fuentes  más  ricas  de  vida  que  las  de 
su  germanismo  exclusivo  y  altanero!  ¡Ah!  Si  sentado 
sobre  las  ruinas  del  monte  Celio  hubiese  oído  el  son  de 
las  campanas  eternas  dilatarse  y  morir  sobre  las  colinas 
desiertas  donde  fué  en  otro  tiempo  Roma;  ó  si  desde  la 
playa  solitaria  del  Lido  hubiese  oído  la  voz  del  campa- 
nile  de  San  Marcos  espirar  en  las  lagunas;  si  hubiese 
visto  á  Asís  y  sus  místicas  maravillas ,  su  doble  basílica 
y  la  leyenda  del  segundo  Cristo  de  la  Edad  Media  tra- 
zada por  el  pincel  de  Cimabue  y  de  Giotto ;  si  se  hubiese 
empapado  en  la  mirada  penetrante  y  dulce  de  las  vírge- 
nes del  Perugino ,  ó  en  la  catedral  de  Siena  contemplando 
el  éxtasis  de  Santa  Catalina....  Feuerbach  no  lanzaría  así 
el  anatema  sobre  una  mitad  de  la  poesía  humana ,  como 
queriendo  apartar  lejos  de  sí  el  fantasma  de  Iscariote.... 
No  comprende  que  la  gran  diferencia  entre  el  helenismo 
y  el  Cristianismo  consiste  en  que  el  helenismo  es  natural 
y  el  Cristianismo  sobrenatural » . 


84  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


¡Qué  contradicción  tan  bella! — exclama  Menéndez  y 
Pelayo. — No  presentaré  las  contradicciones  innumerables 
de  Renán  acerca  de  los  libros  y  profetas  antiguos.  Óiga- 
sele.... Las  religiones  de  Siria  y  Egipto  llenaron  el  mundo 
de  braxas  y  amuletos ;  no  tenían  ninguna  idea  grande, 
moral  y  elevada ;  la  religión  de  la  humanidad  pertenece 
á  la  raza  semítica  (hoy  dice  lo  contrario  en  su  Histo- 
ria del  pueblo  de  Israel). — Jesús  se  posesionó  de  una 
sociedad  á  la  cual  no  bastaba  la  filosofía  del  Estado :  no 
fué  á  la  escuela :  hasta  ignoraba  los  nombres  de  Budha  y 
Zoroastro  y  Platón:  no  había  leído  ningún  Hbro  griego, 
ningún  sutra  búdhico:  no  sabía  letras,  y,  sin  embargo, 
había  leído  los  Psalmos,  los  libros  apócrifos,  el  Pentateu- 
co, los  Profetas,  Daniel  é  Isaías,  el  libro  de  Enoch  y  todos 
los  escritos  que  trataban  del  advenimiento  del  Mesías- 
Salvador:  era  jurista,  controversista,  exégeta,  teólogo.... 
— (¡Misterio  incomprensible!) — Jesús  no  conocía  la  his- 
toria, pero  fundó  la  moral  eterna  salvadora  de  la  huma- 
nidad, la  doctrina  sublime  de  la  libertad  de  las  almas. 
Alma  lírica ,  alma  grande ,  naturaleza  divina ,  fundador 
excelso ,  exento  de  nuestras  incertidumbres  y  vacilacio- 
nes; héroe  sin  rival  de  la  pasión,  modelo  cumphdo  de  las 
almas  puras,  á  cien  codos  sobre  los  demás  fundadores.... 
Al  abrogar  la  ley  con  todo  el  poder  de  su  genio ,  instituyó 
el  Cristianismo ,  hecho  glorioso ,  único  y  fecundo ;  hizo 
dar  á  la  Religión  un  paso  al  cual  no  puede  ni  podrá  com- 
pararse ningún  otro. —  (¡Misterios  incomprensibles!) — 
¡Rabino  el  más  embelesador  de  Judea,  divina  personali- 
dad!;  su  predicación  era  dulce  y  suave  como  las  armo- 
nías de  la  naturaleza  y  el  perfume  de  los  campos.  Con  Él 
habitó  Dios  entonces  en  el  mundo.  Predicaba  «  el  reino  de 
los  cielos»,  cuyo  debilitado  aroma  es  aún  nuestra  supre- 
:ma  consolación.  Nunca  dilató  el  pecho  humano  gozo  tan 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  85 


puro  y  tan  inmenso.  En  aquel  esfuerzo,  el  más  vigoroso 
que  ha  hecho  la  humanidad  para  elevarse  sobre  el  barro 
de  nuestro  planeta ,  hubo  un  momento  en  que  se  olvidaron 
los  lazos  de  plomo  que  nos  ligan  á  la  tierra  y  á  las  angus- 
tias de  la  vida.  ¡  Feliz  el  que  entonces  pudo  ver  la  luz  de 
aquella  divina  aurora! — (¡Misterios  incomprensibles!) — 
Si  las  ideas  de  Jesús  no  fuesen  superiores  á  los  hombres, 
la  tierra  sería  un  paraíso  celeste :  Jesús  no  tiene  rival  en 
palabras  y  obras.  Creador  verdadero  de  la  paz  de  las 
almas  y  consolador  de  la  vida....,  su  Evangelio  fué  el 
sursum  corda  ^  remedio  único  para  todas  las  ambiciones; 
y  para  el  progreso  y  la  civilización,  fué  como  el  rocío  que 
desciende  sobre  el  monte  Hermont. — (¡Misterios  incom- 
prensibles !) — En  los  milagros  apostólicos  había  algo  su- 
perior á  las  fuerzas  humanas:  sin  los  milagros,  Jesús  no 
hubiera  realizado  una  revolución  moral  tan  estupenda, 
ni  creado  el  Cristianismo :  la  Iglesia  convirtió  al  mundo. 
— (¡Misterios  incomprensibles!) — Jesús,  más  bien  que 
reformador  de  una  religión  antigua,  esfwtdadory  crea- 
dor de  la  religión  verdadera.  Él  anunciaba  sus  futuros 
padecimientos,  3^  hablaba  de  ellos  bien  claramente  á  sus 
discípulos:  Él  conoció  la  traición  de  Judas:  Él  predijo  la 
inmortalidad  del  nombre  de  Marta;  y  las  palabras  «caiga 
su  sangre  sobre  nosotros  y  nuestros  hijos»,  encierran  pro- 
funda verdad  histórica:  todo  ha  sucedido  así. — (¡Miste- 
rios!)— Perdonémosle  la  idea  de  un  cielo  fantástico  y  de 
un  vano  Apocalipsis ;  pero  ella  es  la  expresión  más  gran- 
de y  poética  del  humano  progreso :  no  despreciemos  esa 
quimera  que  ha  sido  la  corteza  tosca  del  sagrado  bulbo 
de  que  nosotros  vivimos:  esas  frases  favoritas  de  Jesús, 
permanecen  todavía  llenas  de  perenne  encanto.  Su  exqui- 
sita ironía  y  sus  malignas  provocaciones  contra  los  fari- 
seos ,  iban  siempre  derechas  al  corazón :  sus  rasgos  se 


86  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


han  escrito  con  buril  de  fuego  sobre  la  piel  de  los  hipó- 
critas. ¡Rasgos  incoínp arables  dignos  de  un  Hijo  de 
Dios!;  ¡porque  sólo  un  Dios  sabe  matar  asi!  Sócrates 
y  Moliere  no  hacen  más  que  arañar  la  epidermis;  Jesús 
introduce  el  hierro  candente  hasta  la  medula  de  los  hue- 
sos.— (¡Qué  contradicciones  tan  bellas!) — Jesús  se  pro- 
clamó Hijo  de  Dios,  y  esto  que  en  otros  hombres  hubie- 
ra sido  vanidad  insoportable,  no  debe  mirarse  en  Jesús 
como  tal:  esa  idea  no  la  recibió  de  los  judíos  ,  brotó  de 
su  grande  alma.  El  odio  de  sus  enemigos  puso  el  sello  á 
la  Divinidad  de  Jesús....  ¡Jesús,  Jesús,  confortación  de 
las  almas  afligidas!;  la  humanidad  deseará  besar  las 
huellas  que  dejáronlos  pies  de  Jesús.  ¡Jesús!,  aquel  prin- 
cipio de  renacimientos  morales  á  quien  debe  cada  uno  de 
nosotros  lo  mejor  que  tiene  en  sí,  y  dirige  todavía,  en  la 
presente  hora,  los  destinos  de  la  humanidad,  porque  fué 
su  digno  intérprete.  ¡Jesús!,  hombre  de  proporciones  co- 
losales, honor  común  de  todo  el  que  sienta  latir  en  su 
pecho  humano  corazón;  columna  la  más  grandiosa  de  las 
pasadas  y  futuras  generaciones;  ideal  universal  que  adop- 
taron Roma  y  Atenas....  ¡Los  bárbaros  caen  á  sus  pies,  y 
hoy  el  Racionalismo  no  le  mira  una  vez  siquiera  ñjamente 
sin  arrodillarse  consternado!.^..  Sin  Jesús,  nada  se  expli- 
ca. ¡Ved  aquí  al  Dios  vivo  ;  al  Dios  á  quien  es  preciso 
adorar! . . . . 

Describe  Renán  la  muerte  de  Jesús ,  y  dice. . . . :  « Á  me- 
dida que  el  hálito  vital  se  extinguía ,  su  alma  se  serenaba 
y  volvía  otra  vez  á  su  celeste  origen :  vio  en  su  muerte  la 
salvación  del  mundo....,  y  profundamente  unido  á  su  Pa- 
dre ,  empezó  en  el  patíbulo  la  vida  que  por  siglos  y  si- 
glos iba  á  gozar  en  el  corazón  de  las  sociedades....  /C6>/í- 
summatum  est !  ¡Reposa  en  tu  gloria,  noble  iniciador  de 
la  más  sublime  de  las  doctrinas!  Tu  obra  se  halla  con- 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  87 


cluida ;  tu  divinidad  queda  fundada.  No  temas  ya  que  una 
falta  venga  á  derribar  el  edificio  debido  á  tus  esfuerzos. 
Lejos  del  alcance  de  la  fragilidad  humana ,  en  adelante 
asistirás  desde  el  seno  de  la  paz  divina  á  las  infinitas  con- 
secuencias de  tus  actos.  ¡  Tu  nombre ,  gloria  y  orgullo  de 
la  humanidad ,  va  á  ser  exaltado  durante  millares  de  si- 
glos !  ¡  Lábaro  de  nuestras  contradicciones ,  tú  serás  la 
bandera  á  cuyo  alrededor  se  librará  la  más  ardiente  de 
las  batallas !  Y  mil  veces  más  vivo ,  más  amado  después 
de  tu  muerte  que  mientras  cruzaste  por  este  valle  de  lá- 
grimas ,  llegarás  á  ser  de  tal  modo  la  piedra  angular  de 
la  humanidad,  que  borrar  tu  nombre  de  los  anales  del 
mundo  sería  conmoverle  hasta  en  sus  cimientos.  Entre 
Dios  y  tú  ya  no  existirá  diferencia  alguna.  ¡Toma,  pues, 
posesión  de  tu  reino,  sublime  vencedor  de  la  muerte,  de 
ese  reino  adonde  te  seguirán  por  la  vía  ancha  que  tra- 
zaste siglos  y  siglos  de  adoradores 

¡Coloquemos  á  Jesús  encima  de  la  grandeza  hu- 
mana!.... Nosotros,  condenados  ala  impotencia,  trabaja- 
mos sin  cosechar,  y  no  veremos  el  fruto  de  nuestra  siem- 
bra.... Entre  los  futuros,  nadie  sobrepujará  á  Jesús.  Su 
culto  se  rejuvenecerá  incesantemente ;  su  leyenda  arran- 
cará lágrimas  sin  cuento:  su  martirio  enternecerá  los 
mejores  corazones.  ¡Y  todos  los  siglos  proclamarán  que 
entre  los  hijos  de  los  hombres  no  ha  nacido  ninguno  que 
pueda  comparársele!....* 

Á  misólo  me  queda  exclamar:  ¡Bendito  sea  Dios,  que 
trueca  en  oro  la  ruin  escoria  y  la  blasfemia  en  alabanza! 
La  piedra  que  pretendieron  arrojar  los  que  edificaban^ 
ha  llegado  d  ser  la  cima  del  ángulo.  ¡Jesús  es  Dios! 


88  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


CONCLUSIÓN. 


Pero  no  seamos  optimistas ,  ni  lleguemos  á  creer ,  sa- 
boreando aún  las  dulzuras  que  preceden,  que  el  moderno 
Anticristo  es  un  Anticristo  convertido.  No :  consideran- 
do en  conjunto  todo  lo  que  en  este  escrito  queda  estam- 
pado ,  ante  ese  dédalo  de  contradicciones ,  creo  que  se 
puede  preguntar:  ¿qué  hará  Renán  en  lo  que  le  falta  de 
vida?  ¿Adorará  en  Jesús,  en  (^akiammuni  ó  en  Caglios- 
tro?  ¿Irá,  como  el  mal  ladrón,  desde  la  cruz  al  infierno? 
¿Pedirá,  como  Strauss,  á  la  hora  de  su  muerte,  que  le 
lean  las  páginas  del  Phedon  sobre  la  inmortalidad  del 
alma?  ¡Quién  sabe!....  Cuando  Lamennais  estaba  en  el 
lecho  del  dolor  y  de  la  agonía ,  exclamó :  « i  Dios  mío,  Dios 
mío ,  que  reveláis  vuestros  secretos  á  los  humildes  y  los 
ocultáis  á  los  soberbios! »  Y  Corneille,  el  paisano  de  Re- 
nán, dijo  ya: 

«Dieu  fie  s'abatsse  pos  vers  les  cimes  trop  h antes.  » 

El  orgullo,  dice  Gay,  tiene  por  pena  la  ceguedad  y 
por  alimento  la  mentira. 

Horribles  han  sido  las  impresiones  causadas  en  mi 
alma  por  la  lectura  de  la  Histoire  du  peuple  d' Israel. 
Renán  aquí  es  mucho  más  escéptico  que  en  sus  lucubra- 
ciones anteriores:  más  cansado,  menos  ameno,  más  in- 
fatuado y  menos  entusiasta  de  Jesús  y  su  fundación.  Su 
estilo  tiene  más  hiél  y  menos  almíbar.  Parece  como  que 
el  ángel  malo  le  va  endureciendo  el  corazón  con  el  frío 
de  la  vejez ,  y  sembrando  nieblas  en  el  entendimiento  con 


EL    MODERNO   ANTICRISTO.  89 


el  humo  de  la  soberbia.  No  es  ya  Renán  aquel  sereno  es- 
pectador que  describe  Cantú;  aquel  apologista  del  fraile 
y  panegirista  del  Salvador  de  los  hombres.  Es  Renán  el 
cantor  del  Dios  impersonal ,  de  la  materia  eterna  y  del 
germen  latente  de  la  vida ,  aspirante  á  la  metamorfosis 
del  espíritu  público ,  gárrulo  declamador  que  marea  con 
espejeos  y  vislumbres ,  capitán  de  batalla  que  ha  gastado 
el  último  cartucho.  Es  Renán  el  furibundo  socialista  de 
Le  Prétre  de  Nemi;  escritor  envejecido  y  enervado  por 
el  opio  de  sus  libros  y  el  incienso  fatal  de  sus  comensa- 
les, adulador  y  mañero  sobre  toda  ponderación.  Él,  que 
califica  de  extravagante  éi  Francisco  de  Asís;  él,  que, 
como  el  Témpano  de  Suárez  Bravo ,  llama  histérica  y 
visionaria  á  la  figura  española  más  encantadora  y  ado- 
rable, de  frente  erguida  y  de  mirdiádi  penetrante  y  dulce, 
y  en  el  puño  el  acero  contra  los  enemigos  de  Jesús,  á  la 
extática  Santa  Teresa ;  él ,  que  cien  veces  suelta  la  sin 
hueso  para  maldecir  á  los  Profetas  y  á  los  Apóstoles ,  á 
las  Hermanas  de  la  Caridad  y  al  clericalismo  de  Roma, 
y  llama  á  David  bandido  y  santifica  á  Jezabel  y  Robo- 
hám;  él,  que  ha  manchado  con  su  inmunda  baba  todo  lo 
más  santo  de  la  tierra  y  de  la  gloria....,  se  cree  sucesor 
único  de  Jesús,  y  volviendo  la  mirada  al  ciclo  desús 
obras  impías,  al  terminar  la  que  está  publicando,  dice 
que  exclamará  lleno  de  júbilo  con  el  viejo  Simeón:  <^Nunc 
dimittis  servum  tuum,  Domine,  secimdum  verbum  tuum 
inpace>.  ¡Sarcasmo  horrible,  digno  de  una  mueca  de 
Voltaire  ó  Satanás ! 

El  filósofo  Schleiermacher ,  dice  Cantú,  despojando  al 
Testamento  antiguo  de  sus  profecías,  y  de  sus  milagros  al 
Testamento  nuevo ,  concilio  lo  demás  con  su  filosofía  in- 
grata; pero  advirtiendo  adonde  iba  á  parar,  inclinado 
ante  el  abismo  que  abrió  á  sus  pies,  gritaba:  «¡  Felices 


90  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


nuestros  padres ,  que ,  inexpertos  aún  en  la  exégesis, 
creían  leal  y  sencillamente  cuanto  les  era  enseñado!» 
Renán  no  se  detiene  ante  el  caos  [que  también  abrió ;  y 
caos  profundo  es  lo  que  ha  hecho  de  la  historia ;  en  su 
campo  no  deja  absolutamente  nada ;  su  soplo  ha  sido 
fuego  devastador;  su  pluma,  el  hacha  que  aplica  á  la 
raíz  de  todo  lo  bueno.  Contradictorio  dialoguista ,  filó- 
sofo llorón  á  veces ,  y  á  trechos  melancólico  novelador 
de  los  que  Valera  describe,  incrédulo,  tarambana  y  ver- 
sátil, amante  de  la  ciencia  esotérica  y  se  lamenta  de  que 
la  sociedad  esté  tan  corrompida,  de  que  el  pueblo  se  ra- 
cionalice y  vaya  haciéndose  incrédulo.  ¡Heráclito  digno 
de  risa!  Es  vastago  de  aquella  casta  volteriana  que  ha- 
cían oir  Misa  á  sus  deudos,  y  en  los  banquetes  de  Con- 
dorcet  mandaban  retirar  á  los  criados  para  que  no  oyesen 
las  nefandas  blasfeínias.  Vacherot  y  Flammarion  lloran 
también  contemplando  la  sociedad.  ¡  Qué  acertadamente 
Núñez  de  Arce  puso  en  boca  del  demagogo ,  contestando 
al  burgués  y  describiendo  á  París ,  las  siguientes  estrofas: 

«Rota  está  la  cadena.  ¡  La  habéis  roto  ! 

Si  mis  labios 

Ofenden  tu  pudor ,  hieren  tu  oído , 
No  me  culpes  á  mí,  culpa  á  tus  sabios 
Que  del  error  apóstoles  han  sido.... 

¿Qué  has  hecho  tú  de  la  conciencia  humana? 
¿Qué fibra  has  respetado?  ¿Qué  pureza 
Ha  resistido  á  tu  atracción  tirana? 
¿Dónde  acaba  tu  infamia?  ¿Dónde  empieza?.,.. 

¡No  tuviste  piedad,  y  no  la  esperes! 
¡  fa  tu  grandeza  vergonzosa  acaba, 
Pudridero  del  mundo!....» 

Pero  las  lágrimas  de  Renán  son  de  cocodrilo;  está 
Ernesto  completamente  obcecado  ;  no  se  mece  ya  entre 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  9 1 


la  tierra  y  el  cielo;  no  humilla  su  frente  en  la  ceniza  de 
los  altares  que  quemó ;  salta  por  las  contradicciones  to- 
das. Se  puede  repetir  de  él  lo  que  Proudhon  decía  de  los 
filósofos  contestando  á  Federico  Bastiat  (Obras  de  éste, 
tomo  v):  «Áfuerzade  eclecticismo  y  materialismo, — racio- 
nalismo y  panteísmo , — ha  perdido  la  inteligencia  de  sus 
tradiciones».  Renán,  que  ha  puesto  á  Jesús  en  la  cúspide 
de  la  humana  grandeza,  dice  hoy  que  Jesús  no  tiene 
nada  que  ver  con  los  filósofos;  Renán,  que  veía  en  el 
Evangelio  el  sursuní  corda  de  la  humanidad  y  la  mani- 
festación más  grande  del  progreso  humano ,  dice  hoy  que 
la  moral  evangélica  es  una  utopía  ridicula;  Renán ,  que 
nos  colocó  la  edad  de  oro  perdida,  el  paraíso  llorado  por 
los  poetas,  y  la  religión  suspirada,  y  la  civilización 
verdadera  en  la  nación  de  la  raza  semítica,  hoy  coloca 
todos  esos  elementos  en  Grecia.  Según  Renán,  del  Par- 
thenón  y  del  Olimpo  salieron  «nuestras  ciencias  y  artes, 
nuestra  literatura,  filosofía,  moral,  política,  estrate- 
gia, diplomacia,  derecho  internacional  y  marítimo.  El 
progreso  consistirá  en  desarrollar  eternamente  lo  que 
Grecia  concibió.  Grecia  es  el  más  grande  de  los  niila- 
gros». 

Renán  ha  sembrado  viento  y  recoge  tempestades.  La 
objeción,  —  él  mismo  lo  confiesa, — es  hija  siempre  de  la 
perversidad  y  del  orgullo ,  sin  llevar  premio  en  la  vida  ni 
esperanza  en  la  muerte.  Renán  propiamente  no  tiene  es- 
cuela ;  sólo  consigió  hacer  indiferentistas.  Su  trabajo  y  su 
sentir,  su  esperanza  y  galardón,  resúmelos  él  en  las  si- 
guientes frases  :  « ....El  pueblo  más  grande,  más  noble  y 
más  fuerte,  será  aquel  que  viva  sin  obedecer  á  autoridad 
y  á  superior  ;  sin  ley ,  ni  ciudad ,  ni  emperador  ni  rey ; 
sin  rehgión  y  sin  sacerdotes....  Un  pueblo  es  glorioso  fre- 
cuentemente por  sus  revolucionarios  que  le  pierden ,  vili- 


92  LA    ESPAÑA    MODERNA, 


pendían  y  escupen....  ¡La  libertad  es  el  gran  resultado 
obtenido!  Cada  uno  puede  educar  á  sus  hijos  y  disponer 
sus  funerales  como  quiera....»  «Admiremos,  sí,  la  moral 
del  Evangelio  ;  pero  suprimamos  de  nuestra  enseñanza  la 
quimera  que  le  dio  el  ser.  Jesús,  el  fundador  de  los  de- 
rechos libres,  tiene  hoy  sus  representantes  :  las  tentati- 
vas sociaHstas  serán  infecundas  si  no  van  informadas  por 
el  espíritu  de  Jesús....  El  movimiento  del  mundo  es  la  re- 
sidíante del  par  aleló  gramo  de  dos  fuerzas  :  del  libera- 
lismo y  del  socialismo  ;  del  liberaHsmo  de  origen  griego, 
y  del  socialismo  de  origen  hebreo.  Para  saber  cuál  de 
esas  dos  fuerzas  vencerá ,  es  necesario  saber  cuál  es  el  fin 
de  la  humanidad.  ¿Es  el  bien  de  los  individuos  que  la 
componen  ó  forman?  ¿Es,  como  se  cuenta,  la  consecución 
de  ciertos  fines  objetivos  y  abstractos  que  exigen  heca- 
tombes de  sacrificios?....  Cada  uno  responda  según  su 
temperamento  moral,  y  eso  basta.  El  universo,  que  no 
nos  ha  dicho  aún  su  palabra  última,  consigue  su  objeto 
con  la  variedad  infinita  de  sus  gérmenes.  Lo  que  Dios — 
lahavé  —  quiere  ,  siempre  llega.  Estemos  tranquilos. 
Si  somos  los  engañados,  esto  no  tiene  grandes  conse- 
cuencias. Si  perdemos  nuestro  partido ,  otros  le  ga- 
narán!....» 

i  Pues  vaya  un  consuelo  que  nos  ofrece  Ernesto  en  la 
conclusión  del  segundo  tomo  de  su  última  obra!  Yo  lo  es- 
peraba, sí,  pero  no  tan  explícitamente  :  socialismo ,  in- 
diferentismo.... y  y  por  término  la  desesperación,  es  la 
religión  renana,  el  gran  resultado  obtenido!  Saber  que 
tenemos  un  fin  y  no  ocuparnos  de  él  absolutamente  para 
nada,  como  de  él  no  se  ocupan  los  cuadrúpedos  ,  conten- 
tándonos con  que  si  perdemos  nuestro  partido ,  otros  lo 
ganarán  ;  ignorar  en  qué  consiste  ese  fin  supremo  y  últi- 
mo, centro  de  nuestros  suspiros,  imán  de  nuestros  deseos 


EL   MODERNO    ANTICRISTO.  ()} 


y  blanco  de  nuestras  aspiraciones,  y  asegurar  que  su  pér- 
dida no  tiene  consecuencias  gravísimas  para  nosotros...., 
es  ridículo  y  blasfemo  ;  ridículo ,  porque  se  habla  de  lo 
que  se  ignora  ;  blasfemo ,  porque  es  lo  mismo  que  decir 
que  los  hombres  somos  más  desdichados  que  todos  los 
seres  de  la  creación,  tendiendo  á  su  fin,  con  su  vida,  luz 
y  ser ,  como  brújula  palpitante  ;  blasfemo ,  porque  es 
hacer  de  Dios  el  déspota  proiidhoniano ,  verdugo  de 
nuestra  razón  y  espectro  de  nuestra  conciencia.  Creer 
en  un  Dios , — lahavé, — que  hace  llegar  siempre  lo  que 
quiere  y  que  nos  ha  prefijado  ese  fin  último....,  y  perma- 
necer inmóviles  como  estatuas  en  el  campo  del  combate 
cuando  se  oye  el  estampido  del  cañón  y  el  estruendo  de 
la  metralla.... ,  sin  elevar  súplicas  y  oraciones  al  lahavé. 
Dios  de  los  ejércitos  y  de  las  venganzas.... ,  es  el  colmo 
de  la  desesperación  cruda  y  horrible.  Los  positivistas, 
dice  Büchner  (Ciencia  y  Naturaleza)  yl^en  todos  los  días 
un  capítulo  del  Kempis  :  Compte  rezaba  tres  veces  al  día. 
Por  lo  visto,  Renán  se  contenta  con  menos.  Sospechaba 
también  que,  al  llamarse  Ernesto  «único  sucesor  de  Je- 
sús » ,  era  semejante  á  aquel  Jerónimo  Korler  y  á  su  her- 
mano Cristian,  precursores  del  mormonismo,  que  se 
creían  «los  testigos  de  Dios  descritos  en  el  Apocalip- 
sis». ¡Fanatismo,  visionarios,  alucinados....  I  ¡I'» 

Y  ahora,  para  concluir  y  dejar  tranquila  mi  concien- 
cia, voy  á  responder  á  ciertas  preguntas.  ¿Qué  ha  con- 
seguido Renán,  qué  consigue  Jacolliot ,  qué  consigue 
Taine,  con  sus  trabajos  de  zapa  y  sus  lucubraciones  an- 
tievangélicas? ¿Desterrarán  á  Jesús  del  corazón  de  los 
hombres?  ¿Perecerá  el  CatoHcismo?....  ¿Qué  esperanza 
salvadora  nos  ofrecen  esos  sabios?  A  esta  última  pre- 
gunta me  responde  Renán  en  el  Libro  de  Job  :  «El  se- 
creto de  la  vida  está  en  ahogar  las  melancolías  y  pasarse 


94  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


sin  esperanza».  En  la  Historia  del  pueblo  de  Israel  nos 
ofrece,  como  hemos  visto  ya,  la  esperanza  del  socialismo 
y  nihilismo  ruso. 

Para  contestar  á  las  otras  preguntas  ,  será  necesario 
tender  la  mirada  sobre  los  hombres  que  fueron.  Nicolás 
Fréret,en  17 19,  examinólos  Evangelios  para  combatirlos, 
y  nada  consiguió.  Semler,  Kant,  Herder,  Paulus,  Strauss, 
Réville,  Ernesto  Bunsen,  Emilio  Burnouf,  y  Jacolliot  y 
Renán,  sin  traer  á  cuento  todas  las  escuelas  heréticas 
desde  Jesús  al  siglo  xvi^  desde  el  siglo  xvi  á  las  de  Halles, 
Tubinga  y  Gottinga  ,  todos  han  redoblado  sus  esfuerzos 
por  desterrar  la  Biblia,  y  principalmente  el  Testamento 
nuevo ,  y  muy  principalmente  hoy  el  Evangelio  cuarto,  y 
nada  han  conseguido.  El  gran  poeta  lord  B3^ron,  escép- 
tico  desesperado  también ,  lanzaba  este  suspiro  :  «En  este 
libro — el  de  los  Evangelios  —  está  el  misterio  de  los  mis- 
terios. ¡Ah,  dichosos  aquellos  mortales  á  quienes  Dios 
hizo  la  gracia  de  oirle,  verle  é  invocarle  y  de  respetar 
las  palabras  de  este  santo  Libro!  ¡Dichosos  los  que 
saben  forzar  su  puerta  y  penetrar  en  sus  senderos!  ¡Pero 
valdría  más  que  no  hubiesen  nacido,  si  han  de  leerle  para 
dudar  de  él  ó  despreciarle ! » 

En  cuanto  á  Jesús  y  al  Catolicismo,  no  cabe  dudar  de 
que  la  victoria  es  su3^a.  ¿Qué  no  hizo  por  aniquilarlos 
aquella  legión  de  demonios  incubada  en  el  pecho  de  Vol- 
taire?  Y  no  obstante ,  el  último  suspiro  volteriano  fué  el 
último  suspiro  de  Juliano  el  Apóstata .  Hay  que  conven- 
cerse de  que,  merced  al  Catolicismo,  que  es  el  verdadero 
Cristianismo ,  subsiste  el  mundo,  como  decía  Gioberti. 
Es  necesario  que  se  persuadan  los  científicos  racionalis- 
tas y  librepensadores  de  que  sus  sistemas  estupendos  y 
atrevidos,  condensados  en  aquel  período  de  Gabriel  Mol- 
lin  :  « Es  preciso    que   acabemos    definitivamente   con 


EL    MODERNO    ANTICRISTO.  95 


Dios.... ;  nosotros  vivimos  en  la  tierra  ;  no  queremos  el 
cielo »  ;  no  han  consolado  á  un  alma  afligida ,  no  han  po- 
blado un  corazón  desierto,  ni  enjugado  siquiera  una  lá- 
grima. Jesús  y  el  Catolicismo ,  fuentes  irrestañables  de 
caridad  y  mansedumbre  y  confortación  de  todas  las  almas 
afligidas,  desaparecerán,  como  juzgaba  Montalembert, 
cuando  se  arranquen  de  la  tierra  el  sufrimiento  y  el  dolor. 
Vea,  pues,  Renán  si  evaporará  la  memoria  del  Jesús- 
Dios  y  del  Catolicismo  con  sus  picarescas  chanzonetas  é 
ilógicas  deducciones  ;  persiguiendo  lanza  en  ristre ,  como 
el  rey  Forlón  el  horizonte  vacío  ,  dorando  las  blasfemias 
con  matices  y  cosméticos  ,  ocultándose  bajo  la  piel  del 
hipócrita  y  lavándose  las  manos  como  Pilatos  después  de 
vender  al  Justo. 

Considere  Renán  que  el  tumulto  de  blasfemias  y  sa- 
crilegios que  levanta  él  y  los  que  son  de  su  casta,  es  sofo- 
cado por  el  ¡Hossannal  sublime  que  levanta  á  los  cielos 
la  Iglesia  católica  en  la  extensión  de  la  tierra.  Podrá  Re- 
nán üevar  á  Jesús  al  Sanhedrín,  y  desde  allí  al  Pretorio, 
y  desde  allí  hacerle  pisar,  cargado  con  la  Cruz,  el  áspera 
cumbre  del  sangriento  Calvario  ;  pero  no  puede  ni  podrá 
Renán  impedir  que  ese  Jesús  crucificado  entre  dos  ladro- 
nes y  escarnecido  por  una  ruin  canalla ,  aparezca  al  ter- 
cer día  ante  las  muchedumbres  resucitado  y  glorioso, 
vencedor  del  infierno  y  de  la  muerte ,  y  aclamado  por 
Dios,  Verbo  Eterno  y  Resplandor  de  la  gloria  del  Padre, 
suba  á  ser  Rey  de  los  eternos  eucarísticos  festines,  y 
desde  allí  triunfe  de  todos  sus  raquíticos  enemigos. 
¡Triunfo,  sí,  triunfo  sin  rival,  milagro  estupendo  ,  pro- 
digio inaudito ,  que  el  mismísimo  Federico  II  formulaba 
en  este  frase  :  «No  ignoro  que  quien  combate  á  la  Iglesia 
bebe  el  Cciliz  de  Babilonia»! — ¡Y  ha  sido  así! — diría  el 
abate  Ricard.  Desde  Herodes  el  Grande  hasta  Licinio 


(^6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


desde  Arrio  hasta  León  VI  el  Iconoclasta,  desde  Astolfo 
el  lombardo  hasta  Cavour  y  Farini ,  todos  se  han  estre- 
llado contra  la  roca  que  Jesús  puso  en  el  mundo ;  todos 
han  sido  arrojados  ignominiosamente  á  la  tumba. 

— ....¿Qué  hace  ahora  el  hijo  del  carpintero  José  ? — 
preguntaron  los  bárbaros  ,  los  cismáticos,  los  herejes  é 
invasores. — Y  cada  edad  respondió  :  « ¡  Un  féretro!.... » 


Fr.  Zacarías  Martínez, 

AgustinianG. 


EL  ESPINAR  CUBANO 

Y  LA  SEGUR  BARRANTINA. 


DOY  gracias  al  Sr.  Director  de  la  acreditada  Es- 
paña Moderna,  por  la  galantería  compromete- 
dora con  que  ha  solicitado  mi  colaboración  ;  y 
como  el  único  modo  de  corresponderle  bien  es  remitirle 
algún  trabajo,  pongo  manos  á  la  obra.  No  he  tenido  li- 
bertad para  elegir  el  asunto  :  las  circunstancias  me  lo  han 
señalado.  Hubiera  creído  faltar  á  un  deber  si  no  comen- 
zase por  una  rectificación ,  al  colocar  mi  nombre  entre  los 
de  los  escritores  de  esta  Revista  donde  mis  compatriotas 
han  sido  mal  juzgados,  por  no  decir  maltratados.  Me  re- 
fiero al  artículo  publicado  en  Octubre  de  1889  por  el  ilus- 
trado académico  Sr.  D.  V.  Barrantes.  He  procurado 
estar  en  guardia  contra  mí  mismo ,  por  las  tentaciones 
del  tema  y  por  la  naturaleza  del  periódico  que  tan  gra- 
ciosamente me  brinda  honroso  hospedaje.  Censuro  á  Es- 
paña, censuro  á  los  españoles,  contradigo  alSr.  Barran- 
tes ;  pero  ello  en  sí  mismo  no  es  violación  de  ninguna 
etiqueta  social  ni  literaria ,  pues  el  inteligente  redactor 
de  la  Sección  Hispano-Ultr amarina  debe  de  estar  acos- 
tumbrado á  las  luchas  de  la  discusión ,  y  en  esta  propia 

7 


98  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Revista  él  mismo  y  otros  han  criticado  á  sus  Gobiernos, 
sus  hombres  y  sus  cosas  con  una  acritud  de  tono  que  yo 
no  empleo.  Además,  deben  Vds.  considerarme  como  de 
la  casa,  si  quieren  ser  consecuentes  con  su  teoría  de  que 
los  cubanos  somos  españoles  ;  y  digo  teoría,  porque  en 
la  práctica  suelen  tratarnos,  no  ya  como  á  extranjeros, 
sino  como  á  enemigos.  Era  necesario  llenar  aquel  requi- 
sito de  la  templanza  ;  mas  también  es  necesaria  mi  pro- 
testa. Acepto  el  asiento  que  me  ofrece  el  Sr.  Director, 
pero  antes  de  ocuparlo  sacudo  el  inadvertido  polvo  con 
pañuelo  de  seda. 


I. 


LA   EDUCACIÓN   Y   LAS   INSURRECCIONES. 


Con  el  arriesgado  título  de  La  Poesía  lírica  en  Cuba 
ha  dado  ala  estampa  el  Sr.  D.  Martín  González  del  Valle 
una  colección  de  composiciones  de  compatriotas  míos, 
adicionadas ,  según  parece ,  con  notas  biográficas  y  ob- 
servaciones críticas.  No  la  conozco,  pues  el  ejemplar  que 
pedí  á  la  Habana  cuando  se  anunció  la  publicación,  y  que 
me  fué  enviado ,  se  extravió  en  el  camino ;  pero  varios 
amigos  me  han  escrito  que  no  por  ello  me  páselas  noches 
«de  claro  en  claro » ,  y  el  voto  del  Sr.  Barrantes  viene  á 
esforzar  la  discreción  de  ese  consejo.  No  me  propongo, 
pues,  levantar  proceso  ai  libro  mencionado,  sino  exami- 
nar las  ideas  que  él  ha  sugerido  al  descontentadizo  aca- 
démico. 

Según  éste,  en  Cuba  casi  no  hay  ni  ha  habido  poetas, 
por  culpa  de  la  educación  desorganizadora  con  que  Es- 


EL   ESPINAR   CUBANO   Y   LA   SEGUR   BARRANTINA.  99 

paña  nos  ha  favorecido ,  y  de  la  torpe  política  metropoli- 
tana. Y  como  sea  cosa  de  que  se  santigüen  de  sorpresa 
los  versados  en  nuestra  historia  colonial  que  no  conoz- 
can las  fantasías  del  Sr.  Barrantes,  copiaré  algunas  pa- 
labras suyas : 

«....Nunca  sin  honda  pena  cae  en  nuestras  manos  una  antología  cu- 
bana ,  verdadero  martirologio  de  jóvenes  malogrados  por  una  educación 
viciosa  ó  una  política  insensata. » 

Las  «reformas  de  la  instrucción  pública  debilitaron  todas  sus  creen- 
cias (de  los  cubanos)  y  todos  sus  sentimientos,  desde  el  temor  de  Dios, 
hasta  el  amor  de  la  patria.» 

« ....  La  Habana ,  desde  que  en  1842  se  hizo  en  la  enseñanza  una  re- 
forma radical,  á  cuyos  autores  Dios  perdone  ,  ofrecía  peligros  tan  claros 
y  evidentes ,  que  reclamaban  altas  dotes  de  previsión  y  cordura  en  sus 
gobernadores. » 

Padre ,  te  admiramos  ,  pero  no  te  comprendemos ,  le 
decía  á  San  Crisóstomo  una  mujer  de  Antioquía;  y  lo  re- 
cordamos, porque  de  esas  líneas  resulta  que  hace  medio 
siglo  se  nos  está  aleccionando  en  demagogia,  y  esto  no 
ha  sucedido  nunca  en  la  Isla ,  ni  en  materia  de  enseñanza 
ha  habido  allí  jamás  plan  alguno  oficial  de  progreso  me- 
tódico ,  ni  otra  cosa  que  alternativas  más  ó  menos  defi- 
cientes. Lo  que  ocurrió  en  1842  fué  que  el  Gobierno,  casi 
remolcado  por  el  impulso  que  la  iniciativa  individual,  con 
dinero  de  particulares,  estaba  dando  á  la  instrucción, 
amplió   los  estudios  de  la   Universidad,  introduciendo 
especialmente  los  de  ciencias  naturales ;  por  cierto  que 
D.  José  de  la  Luz,  Del  Monte  y  otros  cubanos  beneméri- 
tos ,  faltos  de  confianza  en  los  halagos  oficiales ,  rehusa- 
ron las  cátedras  que  se  les  ofrecieron.  Pero  ¿no  ha  oído 
el  Sr.  Barrantes  hablar  de  cierto  D.  José  de  la  Concha  y 
de  sus  reculadas?  ¿No  tiene  noticia  de  un  tal  Araíztegui, 
quien  decía  oficialmente  en  1871  que  el  medio  seguro  de 


100  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


españolizarnos  era  escatimarnos  lo  más  posible  la  ins- 
trucción? (')  ¿No  ha  pasado  la  vista  por  el  recetario  del 
señor  general  López  de  Letona?  Nuestros  estudios  supe- 
riores distan  mucho  de  nivelarse  con  las  necesidades  de 
un  pueblo  culto.  En  ningún  país  se  ha  visto  que  la  instruc- 
ción pública  sea  un  arbitrio  rentístico ;  y  en  la  Habana 

«los  ingresos  de  la  Universidad  por  derechos  de  matrículas  han  excedido 
á  sus  gastos  en  el  año  de  1884,  nada  menos  que  en  127,000  duros,  y 
este  sobrante ,  lejos  de  ser  accidental,  viene  acumulando  tales  condicio- 
nes de  permanencia,  que  ha  pasado  á  la  categoría  de  axioma  el  aserto  de 
que  nuestro  gran  establecimiento  docente  nada  en  absoluto  cuesta  al  Es- 
tado» (=«). 

Á  tiempo  que  eso  sucede,  el  Gobierno  no  se  cuida  de 
formar 

«ni  ingenieros,  ni  arquitectos,  ni  pilotos,  ni  verdaderos  agrónomos,  ni 
comerciantes  provistos  de  todos  los  conocimientos  que  constituyen  hoy 
el  arsenal  de  esta  honrosa  profesión ,  ni  operarios  bien  instruidos  en  la 
técnica  difícil  de  las  modernas  industrias.  Para  ser  algo  de  esto  hay  que 
ir  á  aprenderlo  fuera.  En  cambio,  copiamos  servilmente  la  organización 
de  sociedades  diversas  y  de  existencia  secular,  como  si  aun  en  esto  qui- 
siéramos hacer  buena  la  famosa  frase  en  que  sintetizaba  Merivale,  como 
ha  sintetizado  luego  un  publicista  francés  muy  conocido ,  el  empeño  co- 
lonizador de  nuestros  antepasados :  hacer  una  sociedad  vieja  en  un  país 
nuevo  »  (^). 

Hace  apenas  un  año ,  nuestro  famoso  orador  el  señor 
D.  Rafael  Montoro,  en  su  elogio  del  Sr.  D.  Antonio  Ba- 
chiller y  Morales ,  sintetizaba  en  una  frase  todo  nuestro 
sistema  de  educación  desde  1839  para  acá:  el  profesorado, 


(i)  Raimundo  Cabrera:  CwZ»fljV5«í7Wí:^,  5. "edición. — Habana,  1889, 
pág.  117. 

(2)  José  SiLVERio  JoRRiN :  Discurso  de  recepción  pronunciado  en  la 
Universidad  de  la  Habana  el  13  de  Abril  de  1885  ,  cuando  fué  elegido  por 
dicha  corporación  Senador  del  reino. 

(  3  )    El  País  de  la  Habana ,  Octubre  4  de  1 888. 


EL   ESPINAR  CUBANO   Y   LA   SEGUR    BARRANTINA.  1 01 

decía,  ha  estado  «adscrito  á  un  plan  de  estudios  de  todo 
punto  ajeno  á  las  audacias  de  la  ciencia  contemporánea, 
y  siempre  fiscalizado».  El  Dr.  D.  Valeriano  Fernández 
Ferraz  (peninsular),  catedrático  de  la  Universidad  de 
la  Habana,  decía  en  1883,  en  un  discurso  que  pronunció 
en  el  colegio  La  grande  Antilla,  que  el  plan  de  estu- 
dios vigente  es  «inverosímil»,  y  á  propósito  de  la  segunda 
enseñanza  se  expresaba  así: 

((No  corresponde  á  lo  presente,  ni  está  por  lo  pasado:  si  valiera  ha- 
blar en  términos  gramaticales,  acaso  podría  decirse  que  es  un  pretérito 
imperfecto. y) 

Por  fin,  y  esto  debería  ahogar  en  júbilo  todas  las  pe- 
sadumbres del  Sr.  Barrantes,  el  citado  Sr.  Montoro  ha 
consignado  no  hace  mucho  el  hecho  de  «la  influencia  que 
á  la  callada  viene  ejerciendo  en  el  país  el  elemento  cleri- 
cal ,  favorecido  hasta  un  extremo  increíble  por  el  plan  de 
estudios  vigente»  (').  Sea  enteramente  franco  el  Sr.  Ba- 
rrantes ,  y  declare  que  su  ideal  en  materia  de  civihzación 
para  los  cubanos,  es  el  mismo  que  el  Sr.  Jackson  Veyan 
aconsejaba  para  la  hija  de  «Modesta»  en  sus  versos  Ni 
Francia  ni  Inglaterra: 

«Dices  que  vives  en  humilde  villa 

Falta  de  ilustración ; 
Con  que  haya  en  ese  pueblo  una  capilla 

Tiene  aula  el  corazón. 


Aunque  el  álgebra  ignore  inadvertida 
Sabrá  vivir  y  amar  : 

¡  Lo  terrible  en  las  luchas  de  la  vida 
Es  no  saber  rezar  !  » 


(  I  )     Revista  de  Cuba,  xii ,  pág.  576. 


102  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


Si  es  esto  lo  que  se  quiere ,  empiécese  por  eliminar  de 
nuestros  estudios  el  de  la  historia  de  España ,  pues  es  oca- 
sionado á  malas  tentaciones  el  saber  lo  que  hizo  Pelayo 
por  la  independencia  de  su  patria ,  qué  eran  las  Comu- 
nidades ,  qué  pretendió  Padilla ,  cómo  se  portaron  los 
españoles  cuando  la  invasión  napoleónica,  quién  era 
Riego.... 

Por  otra  parte ,  el  liberalismo  de  una  pedagogía  no  es 
requisito  forzoso  para  que  la  aversión  al  absolutismo  en- 
tre en  la  estructura  del  alma  de  la  juventud ;  será  un  gran 
factor,  pero  no  indispensable,  niel  único.  Suponga  el  se- 
ñor Barrantes  que  se  hubiera  modelado  á  Cuba  en  una 
educación  tan  homeopática  y  tan  integrista  como  quie- 
ra:  ¿se  imagina  que  la  libertad  no  hubiera  germinado  es- 
pontáneamente en  la  colonia?  Las  RepúbHcas  hispano- 
americanas responden  negativamente. 

El  Sr.  D.  Carlos  Holguín,  á  quien  tuvieron  Vds.  allá 
de  ministro  colombiano ,  y  que  ahora  es  presidente  inte- 
rino de  esta  República,  describe  en  los  términos  siguien- 
tes el  estado  de  Nueva  Granada  en  la  época  que  prece- 
dió inmediatamente  á  la  guerra  de  la  Independencia: 

c(  ....  En  los  primeros  años  del  siglo  no  estábamos  todavía  bastante 
educados  para  hacernos  cargo  del  libre  manejo  de  nuestro  peculio,  y.... 
la  índole  de  nuestro  carácter  es  la  menos  á  propósito  para  que  jamás  se 
nos  hubiera  concedido  venia  de  edad.  En  las  capas  superiores  de  nuestra 
sociedad  se  encontraban  algunos  hombres  superiores  que  habían  recibido 
esmerada  educación  ,  y  á  su  lado  se  habían  formado  otros  que  ,  aunque 
de  talla  menor  ,  podían  ,  como  los  primeros  ,  comprender  y  administrar 
bien  los  negocios  públicos.  Mas  comparados  éstos  con  la  población  ge- 
neral del  país  ,  eran  excepciones  rarísimas  ,  puntos  imperceptibles  en  la 
masa  universal  destituida  de  toda  luz  ,  sin  nociones  de  lectura  ni  de  es- 
critura ,  ni  noticia  de  nada  más  que  de  la  existencia  de  Dios  nuestro  Se- 
ñor en  el  cielo  y  del  rey  nuestro  amo  en  la  tierra.  Este  era  el  elemento 


EL   ESPINAR   CUBANO    Y    LA    SEGUR    BARRANTINA.  IO3 


pueblo  ,  destinado  á  representar  el  primer  papel  en  el  sistema  que  iba  á 
surgir  de  la  revolución  triunfante....  » 

« Encontrar  algún  trabajo  que  proporcionase  los  medios  necesarios 
para  el  sustento  de  la  familia  y  el  pago  de  los  pechos  reales  •,  educar  á  los 
hijos  en  el  santo  temor  de  Dios  ;  establecer  á  las  hijas  ,  dándoselas  de 
preferencia  en  matrimonio  á  un  español  ,  aunque  fuese  un  asturiano  ó  un 
gallego  que  sólo  supiera  hacer  cucuruchos  de  cominos  ó  pimienta  ;  acos- 
tarse temprano  ,  comer  á  horas  ,  no  faltar  á  sus  devociones  y  tener  ves- 
tidos nuevos  para  las  fiestas  solemnes  ,  era  cuanto  de  tejas  abajo  codicia- 
ban nuestros  mayores.  Y  por  cierto  que  para  alcanzar  aquellos  bienes  el 
régimen  bajo  el  cual  vivían  se  prestaba  admirablemente.  En  lo  político, 
las  aspiraciones  se  reducían  á  ser  alcalde  ordinario  ,  ó  miembro  de  algún 
cabildo  ,  á  recibir  alguna  invitación  oficial  ,  ó  á  tomar  parte  en  la  fiesta 
que  se  celebrase  por  el  cumpleaños  del  rey  ó  el  nacimiento  del  príncipe 
de  Asturias.  De  los  acontecimientos  políticos  de  Europa,  se  sabía  lo  que 
de  oficio  se  comunicaba  á  las  autoridades  españolas  por  sus  superiores  de 
la  Península  ,  y  muy  rara  vez  alguno  muy  bien  relacionado  veía  un  nú- 
fnero  de  la  Gaceta  de  Madrid.  En  la  educación  religiosa  se  ponían  sobre 
el  mismo  pie  el  amor  y  la  obediencia  á  Dios  ,  el  amor  y  la  obediencia  al 
rey  y  á  sus  respectivos  representantes  ;  lo  cual  ,  unido  al  prestigio  de  la 
distancia ,  á  las  descripciones  de  la  pompa  de  la  corte  y  al  relato  de  las 
hazañas  de  los  reyes ,  hacía  que  no  hubiese  diferencia  á  los  ojos  del  ame- 
ricano, entre  el  pecado  de  Luzbel  y  el  de  cualquier  subdito  por  cuyo 
cerebro  cruzase  la  idea  de  desconocer  la  autoridad  real  (').y> 

Nadie  negará  la  exactitud  de  este  cuadro ,  pues  es  his- 
toria pura,  historia  reciente,  muy  fácil  de  comprobar 
con  testimonios  abrumadores.  América  era,  en  vísperas 
de  la  emancipación,  un  candido  país  de  aleluyas,  tal  como 
sin  duda  el  Sr.  Barrantes  quiere  que  sean  Cuba  y  Puerto 
Rico.  Á  ella  en  ese  período  se  le  puede  aplicar  la  des- 
cripción que  hizo  el  poeta ,  de  la  vida  de  provincia  en 
Francia. 

( 1)     Repertorio  Colombiano ,  i,  páginas  81  á  106. 


:04  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


«On  séveille  ,  on  se  leve ,  on  s'hahille  et  Von  sort ; 

On  rentre  ,  on  ame  ,  on  soupe  ,  on  se  conche  et  Von  dort.» 

Y  con  todo  eso,  hubo  americanos  rebeldes,  poetas, 
políticos  ,  y  el  continente  se  escurrió  por  el  plano  incli- 
nado de  la  revolución.  Luego  si  la  lógica  sirve  para 
algo  ,  es  de  inferir  que ,  aun  postrada  de  atonía  nuestra 
cultura ,  siempre  habrían  brotado  en  las  Antillas  ideas  de 
progreso  y  libertad. 

¿Pues  no  hubo  en  Cuba  conspiraciones  antes  del  Plan 
de  Estudios  de  1842?  En  1820  fué  la  Isla,  de  punta  á  punta, 
un  hormiguero  de  asociaciones  secretas  y  revoluciona- 
rias de  masones,  anilleros,  cadenistas,  sin  contar  los 
carbonarios,  cuyo  propósito  era  menos  radical.  En  los 
dos  años  siguientes  el  capitán  general  D.  Nicolás  Mahy 
advertía  al  Gobierno  de  Madrid  que  vivía  afanado ,  como 
quien  camina  sobre  huevos ,  por  la  propaganda  que  con 
éxito  alarmante  hacían  «los  predicadores  de  la  indepen- 
dencia». Bajo  el  mando  de  Vives  se  organizaron  las  so- 
ciedades de  los  Soles  de  Bolívar  en  1823  y  e\  Águila 
Negra  de  1829  á  183 1.  Hasta  los  esclavos,  que  absoluta- 
mente no  recibían  educación,  que  nada  sabían  de  Euno, 
Cleón  ni  Espartaco ,  se  sublevaron  tres  veces  en  1835. 

No ,  no  ha  tenido  la  felicidad  del  acierto  el  Sr.  Ba- 
rrantes en  sus  recherches  de  la  paternité  del  espíritu  in- 
dependiente en  Cuba  ;  desequilíbrase  en  apoyo  delezna- 
ble la  pesada  teoría  de  su  embriogenia.  Si  le  interesan 
los  antecedentes  de  nuestra  Revolución  de  1868,  me  per- 
mitiré recomendarle  que  lea ,  en  el  tomo  ix  del  Diario 
de  Sesiones  de  las  Cortes  españolas,  los  discursos  de 
nuestro  antiguo  senador  el  Sr.  D.  José  Ramón  de  Betan- 
court,  especialmente  los  de  18  de  Julio  de  1883  y  7  de 
Julio  de  1885  ;  y  á  necesitar  ampliaciones,  que  consulte 
con  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo. 


EL    ESPINAR   CUBANO    Y    LA    SEGUR    BARRANTINA.  IO5 

Haga  eco  el  Sr.  Barrantes  á  la  prensa  integrista,  re- 
pitiendo que  á  pesar  de  todos  los  desaciertos  de  la  me- 
trópoli ,  y  á  pesar  de  las  serpientes  de  discordia  que  el 
general  Tacón  se  esmeró  en  alimentar  y  propagar  para 
desdicha  común  de  insulares  y  peninsulares ,  contra  la 
patria  nunca  hay  razón,  y  que  por  haberse  olvidado  esto, 
las  poesías  de  mis  compatriotas  son  generalmente  malas. 
Creo  que  el  Sr.  Menéndez  y  Pelayo  estampó  una  especie 
parecida  en  ima  de  sus  famosas  obras.  Todo  eso  se  re- 
futa con  dos  palabras.  ¿No  reconocen  todos  Vds.  que 
Bello  y  Olmedo  fueron  «insignes  poetas»  ?  ¿No  los  ha  cali- 
ficado así,  entre  otros,  el  Sr.  Cañete,  y  al  cantor  de 
Jiinin  de  «sincero  patriota»,  cuyo  patriotismo  consis- 
tió en  rebelarse  contra  España?  ¿Les  salieron  chabaca- 
nas á  Olmedo  ni  á  Bello  las  composiciones?  Pues  enton- 
ces, ¿qué? 

Desengañémonos :  el  problema  cubano  no  es  conse- 
cuencia de  nuestra  educación,  sino  déla  de  Vds.;  la 
nuestra  será  defectuosa,  la  de  Vds.  es  desatinada;  nos- 
otros necesitaremos  reformas  ,  Vds.  un  nuevo  aprendi- 
zaje. El  Sr.  Holguín,  en  el  mismo  artículo  que  hace  poco 
cité,  dice: 

«Si  los  españoles,  atendiendo  de  preferencia  á  sus  intereses  materia- 
les ,  hubieran  educado  á  nuestros  padres  como  la  República  educa  á  sus 
hijos,  podrían  jactarse  aún  de  que  el  sol  no  se  ponía  en  sus  dominios! 

» Jamás  se  pensó  en  España  que  podía  llegar  algún  tiempo  en  que  la 
América  saliese  de  su  tutela ,  y  que  debía  educársela  como  un  prudente 
padre  de  familia  educa  á  sus  hijos. 

))Si  la  metrópoli  hubiera  comprendido  bien  sus  intereses  y  los  nues- 
tros, habría  debido  ir  cambiando  paulatinamente  de  sistema,  hasta  faci- 
litar por  las  vías  naturales  nuestra  emancipación ,  y  continuar  después  el 


I06  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


comercio  más  natural  todavía  de  las  buenas  relaciones  fundadas  en  la 
gratitud  y  el  cariño. 

»  El  régimen  colonial  que  mantiene  todavía  en  Cuba  y  en  Puerto 
Rico  ,  es  prueba  evidente  de  que  sin  la  revolución  jamás  habríamos  lle- 
gado nosotros  á  salir  de  la  servidumbre  degradante  en  que  vivíamos.  » 

Los  escritores  que  con  más  benevolencia  han  juzgado 
el  sistema  colonial  español ,  y  entre  ellos  inesperadamente 
mi  estimado  amigo  el  señor  general  D.  Lucio  A.  Restrepo, 
han  dicho  que  España  trajo  al  Nuevo  Mundo  todo  lo  que 
poseía  en  materia  de  civilización,  y  que  no  se  la  debe 
censurar  porque  no  obsequiara  con  sabia  educación  polí- 
tica á  los  subditos  de  Ultramar ,  puesto  que  ella  misma 
no  la  tenía  para  sí ;  nemo  dat  quod  non  habet.  Esa  dis- 
culpa expHca  el  hecho ,  pero  no  lo  destruye ,  justifica  ni 
realiza.  Una  de  las  grandezas  de  la  monarquía  británica 
consiste  en  haber  planteado  instituciones  libres  en  la  casi 
totalidad  de  sus  posesiones,  en  haber  elevado  á  sus  co- 
lonos á  la  categoría  de  ciudadanos.  En  estos  últimos  me- 
ses han  estado  discutiendo  sin  cortapisas  en  el  Canadá 
las  ventajas  y  los  inconvenientes  de  su  separación  de  In- 
glaterra, y  á  nadie  se  ha  desterrado  ni  fusilado  por  ello; 
más  aún:  la  metrópoli  estuvo  y  está  dispuesta  á  consen- 
tir en  lo  que  el  Canadá  quiera  hacer.  El  resultado  ha  sido 
que  la  opinión  se  ha  declarado  en  contra  de  la  emancipa- 
ción, pues  todos  aman  y  respetan  á  la  madre  patria.  Aco- 
meta España  ese  aprendizaje ,  hágase  amar ,  y  el  proble- 
ma cubano  será  resuelto ,  y  no  volverá  á  ocurrir  que  se 
echen  á  nuestra  educación  las  culpas  de  la  suya. 


EL   ESPINAR  CUBANO   Y   LA   SEGUR   BARRANTINA.  IO7 


II. 


NUESTROS  POETAS. 


Y  como  la  educación  viciada  que  el  Sr.  Barrantes  de- 
plora es  especialmente  la  de  nuestros  bardos ,  á  ellos  voy 
á  contraerme. 

¿Cuáles  arquetipos  hubiera  nuestro  censor  querido 
que  escogiesen ,  tanto  por  lo  que  hace  al  atildamiento  de 
la  forma  como  á  la  elevación  de  ideales?  ¿Los  poetas  es- 
pañoles de  este  siglo?  Los  Sres.  Campoamor  y  Clarín 
dicen  que  casi  no  los  hay.  Abra  el  Sr.  Barrantes  la  en- 
trega correspondiente  á  Mayo  de  1889,  de  la  España  Mo- 
derna ,  y  en  la  página  74  leerá  estos  conceptos  del  inven- 
tor de  las  Dolor  as: 

«Desde  la  muerte  de  Quevedo  hasta  la  llegada  del  romanticismo  ,  no 
se  ha  escrito  un  solo  verso  de  poeta ,  y  desafío  al  Sr.  Valera  á  que  me  lo 
cite. 

»  Resolvamos  de  una  vez  este  problema,  convenciendo  al  público  de 
que  los  versos  buenos  son  tan  raros  como  los  diamantes  de  á  libra.  Para 
facilitar  el  trabajo,  autorizo  al  Sr.  Valera  á  que ,  además  de  los  líricos  de 
la  restauración  del  gusto  francés,  incluya  al  Sr.  Quintana,  poeta  laurea- 
do, muy  admirado  por  él,  y  popularísimo  en  España  y  América.» 

Clarín  está  sosteniendo  que  hoy  en  España  no  hay 
más  que  dos  poetas  y  medio. 

Cuanto  al  siglo  de  oro,  oiga  al  Sr.  D.  Pedro  de  Alcán- 
tara y  García  en  su  Historia  de  la  Literatura  española: 

« Es  una  poesía  artificiosa ,  afectada  y  formal :  su  principal  belleza 
está  en  la  forma,  salvo  algunas  excepciones;  casi  nunca  se  inspira  en  sen- 


I08  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


timientos  de  trascendencia,  y  hasta  cuando  lo  hace  en  el  erótico,  en 
que  abunda  ,  peca  de  artificiosa  y  poco  espontánea.  Es  por  esto  tan  pobre 
en  el  fondo  como  rica  en  la  forma ,  de  lo  cual  se  adquiere  la  certeza  re- 
pasando las  colecciones  que  existen  de  poetas  líricos ,  en  los  cuales,  por 
punto  general,  se  halla  gran  exuberancia  de  galas  poéticas  y  apenas  si  se 
encuentran  pensamientos  elevados  y  profundos  (')•» 

Advertiré  de  paso  que  reservo  completa  mi  libertad 
de  juicio  acerca  de  las  ideas  de  García,  Campoamor  y 
Clarín:  mantengo  cuanto  dije  en  las  páginas  449,  450  y 
638  de  mis  Estudios  Críticos,  pero  en  esta  escaramuza 
no  peleo  con  mis  armas  propias,  pues  no  se  trata,  ó  á  lo 
menos  no  intento  que  se  trate ,  de  lo  que  piense  yo  acerca 
de  la  poesía  castellana,  sino  de  cómo  la  juzgan  los  espa- 
ñoles mismos. 

Y  agrego :  que  si  en  concepto  de  ellos  la  mayor  parte 
de  su  bagaje  poético  no  pesa  gran  cosa,  y  si  al  mismo 
tiempo  Lamartine,  Hugo,  Musset,  Byron  y  otros  subían 
al  Olimpo  con  voluminosas  y  macizas  toneladas  de  equi- 
paje, ¿qué  razón  había  para  que  mis  compatriotas  se 
abstuviesen  de  seguir  las  huellas  de  la  caravana  de  esos 
grandes  maestros ,  cantores  de  la  libertad  y  adversarios 
de  toda  opresión  política,  social  y  moral? 

Y,  sin  embargo,  no  pocos  de  nuestros  vates  han  imi- 
tado á  los  castellanos.  Heredia  cruza  como  un  príncipe 
con  su  bajel  á  todas  velas  el  mare clausum  de  Quintana; 
Luaces  toma  de  su  estuche  indistintamente  plumas  de 
oro  usadas  por  el  mismo  Quintana  ó  por  Herrera;  Milanés 
trabaja  con  los  moldes  de  Lope  de  Vega  y  de  Zorrilla  ; 
Plácido  se  pasea,  sin  saberlo,  en  los  jardines  de  los  clási- 
cos; Zenea  hizo  versos  en  vieja  fabla  ;  en  algunos  se  nota 
la  influencia  de  Garcilasso,  Fr.  Luis  de  León,  Baltasar  de 

(i)     Obra  citada,  tercera  edición,  Madrid  1884,  pág  350, 


EL    ESPINAR    CUBANO    Y    LA    SEGUR    BARRANTINA.  IO9 

Alcázar,  Arguijo,  Rodrigo  Caro,  Espronceda,  Trueba, 
Campoamor ,  el  citado  Zorrilla  ,  y  otros  muchos  del  pre- 
sente y  de  los  siglos  anteriores.  Joaquín  Palma  está  hoy 
todavía  en  plena  exaltación  de  zorrillismo.  Si  á  pesar  de 
esto  la  mayor  parte  inspiran  lástima  al  Sr.  Barrantes ,  no 
será  por  falta  de  buenos  maestros  ,  sino  porque  la  raza 
poética  no  se  ha  regenerado ,  y  perpetúa  los  vicios  seña- 
lados por  Clarín,  García  y  Campoamor. 

Á  Luaces  no  le  da  pasaporte  el  Sr.  Barrantes  sino 
como  hablista ;  pues  oiga  estos  fragmentos  de  la  Caída 
de  Misolongi : 

« 

Si  el  turco  se  debate  á  vuestras  plantas, 
Lanzad  contra  él  indómito  el  caballo  , 

Y  rompa  el  férreo  y  resonante  callo 
La  humilde  frente  del  postrado  infiel. 

¡Alarma,   al  arma  ,  desnudad  el  hierro  ! 
¡  Quebrantad  las  cabezas  agarenas! 
¡  Rompedles  en  las  frentes  las  cadenas 

Y  que  espiren  de  rabia  y  de  baldón! 

Haced  con  los  flotantes  cachemires 
Gualdrapas  al  caballo  vencedor.» 

No  pretendo  que  Luaces  sea  perfecto ;  pero  en  esa 
composición,  como  en  otras  suyas,  hay  algo  más  que  un 
simple  hablista ,  epíteto  bueno  para  un  D.  Eugenio  de 
Ochoa.  En  los  versos  de  Luaces  se  siente  la  fiebre  con- 
tagiosa de  Tirteo  ,  y  á  ocasiones  se  oyen  los  truenos  de 
Juvenal. 

Zenea  no  encuentra  mucha  gracia  ante  el  Sr.  Barran- 
tes ;  y,  sin  embargo  ,  entre  las  cosas  excelentes  del  Par- 
naso castellano  ocuparían,  como  ya  lo  dijo  otro  escritor 


I  o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


español ,  lugares  distinguidísimos  sus  romances ,  espe- 
cialmente Fidelia,  y  también  los  cuartetos  que  empiezan: 

a  I  Señor  !  j  Señor  !  El  pájaro  perdido....» 

El  Sr.  Barrantes  parece  no  conocer  á  nuestros  poetas 
sino  por  las  antologías;  pero  él  debe  de  saber  que  una 
antología  buena  no  es  cosa  tan  fácil  de  hacer ;  se  necesita 
ser  un  Quintana  para  salir  airoso  de  la  empresa ,  y  las 
antologías  que  han  caído  en  manos  de  nuestro  crítico 
son,  por  lo  visto,  muy  malas. 

Me  llama  la  atención  que  Piñeyro  figure  entre  los  poe- 
tas de  la  obra  del  Sr.  González  del  Valle ,  pues  él  nunca 
ha  querido  ser  apreciado  como  tal,  y  aunque  sí  ha  hecho 
versos ,  y  buenos ,  no  ha  acostumbrado  regalar  con  ellos 
al  .público.  Sospecho  que  en  la  mención  de  su  nombre  hay 
error.  Sospecho  también  que  el  Sr.  Barrantes  ignora 
cuánto  vale  nuestro  crítico,  pues  si  lo  supiera,  no  pasaría 
con  tanto  desenfado  al  lado  suyo ,  sino  que  lo  saludaría 
respetuosamente ;  bien  que  Piñeyro  mismo  tiene  la  culpa, 
pues  nada  hace  por  extender  su  fama  á  la  tierra  de  nues- 
tros mayores. 

Que  nuestros  poetas  carecen  de  carácter  propio.  Por 
carácter  en  literatura  entiendo  el  conjunto  de  rasgos  psi- 
cológicos ó  morales  que  constituyen  la  personalidad  de 
un  autor,  sus  ideas,  doctrinas  ó  principios  y  sus  senti- 
mientos, así  como  por  fisonomía  literaria  entiendo  la 
manera  individual  de  expresión.  El  carácter  es  el  fondo, 
la  fisonomía  la  forma,  diré  en  vocablos  modernos.  No 
contamos,  ni  en  ninguna  parte  se  ha  contado  nunca,  con 
dos  fisonomías  enteramente  iguales;  mas  en  orden  á  los 
caracteres ,  sí  es  cierto  que  varios  difieren  poco  entre  sí, 
como  las  cuentas  de  una  sarta ,  hasta  el  extremo  de  no 
producir  impresión  bien  distinta  en  el  lector.  Eso  se  nota 


EL    ESPINAR    CUBANO    Y    LA    SEGUR    BARRANTINA.  I  1 1 

especialmente  en  las  producciones  anteriores  á  la  insu- 
rrección de  Yara  y  en  los  poetas  que  no  habían  salido  de 
Cuba ;  Mendive  no  es  el  mismo  después  de  la  emigración 
que  antes ;  Francisco  Sellen  se  encuentra  en  caso  idénti- 
co: ambos  en  tierra  extranjera  han  divisado  ideales  de 
mayores  proporciones ,  han  encendido  las  antorchas  de 
su  inspiración  en  candelabros  de  metal  más  rico ,  que 
eran  artículos  de  contrabando  en  las  aduanas  intelectua- 
les de  la  S2Vm/)r^  ^^/;  pero  tampoco  se  puede,  en  una 
sentencia  general  y  despectiva ,  condenar  á  granel  como 
incoloras  todas  las  poesías  anteriores  á  1868.  El  Cuca- 
lambe ,  uno  de  nuestros  poetas  más  populares ,  es  un  tipo ; 
lo  es  Vélez  Herrera  con  sus  romances  de  costumbres ; 
Antenor  Lescano  se  asemeja  á  muy  pocos,  y  así  podría 
enumerar  otros  muchos.  Ahora ,  si  se  pretende  que  Cuba, 
con  mucho  menos  de  un  siglo  de  existencia  literaria ,  pre- 
sente jefes  de  escuela,  poetas  en  quienes  no  se  advierta 
tradición  alguna  europea,  una  organización  cabal,  en 
fin,  no  ya  las  Musas  castamente  desnudas,  sino  vestidas 
con  magníficos  ropajes,  dueñas  de  atestados  almacenes 
de  repuesto  y  de  enormes  máquinas  para  la  fabricación, 
diré  que  no  hemos  vivido  lo  necesario  para  eso  ;  que  la 
literatura  cubana  no  se  puede  considerar  aún  sino  como 
un  retoño  ó  festón  de  la  española ,  y  hasta  agregaré  que 
en  todas  estas  Repúblicas  no  hay  todavía  obras  bastan- 
tes como  para  constituir  literaturas  independientes ,  en 
todo  el  rigor  de  la  palabra,  templos  completos  en  colinas 
aisladas  y  que  se  destaquen  solitarios  en  las  líneas  del 
horizonte,  sino,  cuando  más,   columnas  del  Partenón 
común  de  las  letras  castellanas. 

Ni  en  Cuba  era  posible  que  se  formara  una  bajo  el  ré- 
gimen de  la  rigurosa  censura  previa.  ¿Cómo  producirse 
un  Bryant  que  estigmatizara  en  sus  versos  la  infamia  de 


112  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


la  esclavitud ,  si  desde  su  primer  canto  habría  sido  casti- 
gado con  la  deportación  por  lo  menos?  ¿Cómo  un  Cow- 
per,  si  los  aires  de  nuestros  campos  estaban  llenos  de 
alaridos?  ¿Un  Béranger,  donde  la  oposición,  en  vez  de 
ser  un  derecho ,  era  un  crimen ,  donde  se  vivía  en  perma- 
nente estado  de  sitio?  Fornaris  refiere  que  D.  José  de  la 
Concha  lo  llamó  en  1857  á  palacio  ,  y  le  dijo  : 

«Lo  he  mandado  llamar  á  V.  para  advertirle  que  si  desea  continuar 
escribiendo  sobre  Siboneyes,  va3^a  á  hacerlo  á  los  Estados  Unidos.  Aquí 
somos  españoles,  y  no  indios  ;  ¿está  V?  Todos  españoles  (').  » 

No  trato  ahora  de  si  el  abortado  género  siboney  era 
bueno  ó  malo  :  cito  el  ejemplo  como  prueba  de  que  el  Go- 
bierno reprimía  las  tendencias  de  nuestra  lírica,  é  impo- 
sibilitaba la  formación  de  caracteres  y  la  gestación  de 
escuelas. 

No  nos  quedaron  libres  sino  el  género  religioso ,  al 
cual  no  tuvimos  afición ,  á  pesar  de  Plácido ,  la  Avella- 
neda y  otras  excepciones  ;  y  el  género  erótico  y  el  ele- 
giaco. Hasta  1868,  casi  toda  la  poesía  cubana  fué  que- 
jumbrosa :  á  las  tristezas  del  amor  se  unían  las  de  la 
opresión  política  y  civil ;  y  si  resonaron  cantos  á  Polonia, 
á  Grecia ,  á  Irlanda ,  á  todos  los  pueblos  mártires,  fué 
porque  los  censores  iliteratos  no  entendieron  su  significa- 
ción ;  que  así  andaban  las  cosas. 

Tales  son  los  hechos ,  y  pierde  el  tiempo  el  Sr.  Ba- 
rrantes poniéndose  á  descifrar,  como  si  se  tratara  de  un 
jeroglífico,  lo  que  se  puede  leer  corrientemente  en  ro- 
mance vulgar. 

(i)    Poesías  de  José  Fornaris  :  Habana,  1888,  pág.  11. 


EL    ESPINAR   CUBANO   Y    LA   SEGUR   BARRANTINA.  II3 


III. 


LA  AVELLANEDA  ES  NUESTRA. 


Á  la  Avellaneda  la  arrebata  el  Sr.  Barrantes  de  nues- 
tras pléyades,  porque  «no  tuvo  de  cubana  sino  el  naci- 
miento accidental » . 

Vayamos  poco  á  poco. 

Nacimiento  accidental  fué  el  de  los  Chénier  en  la  capi- 
tal de  Turquía ,  el  de  los  Madrazos  en  Roma ,  el  del  conde 
de  Cheste  en  el  Perú ,  el  de  J.  A.  Gaicano  en  la  Cartagena 
colombiana,  el  de  Teurbe  Tolón  en  Panzacola.  Nosotros 
consideramos  cubano  a  José  Antonio  Echeverría ,  por- 
que, aun  cuando  nacido  en  Barcelona  (Venezuela),  pasó 
á  Cuba  á  los  cuatro  ó  cinco  años  de  su  edad,  y  él  mismo 
se  tenía  por  compatriota  nuestro.  Entiendo  que  los  ar- 
gentinos no  han  dejado  de  mirar  como  suyo  á  Ventura  de 
la  Vega ,  quien  de  edad  de  once  años  salió  para  la  Penín- 
sula, y  no  volvió  á  su  país  nativo ;  á  propósito  de  lo  cual 
refiere  el  conde  de  Cheste  en  el  elogio  que  del  distinguido 
autor  dramático  leyó  en  la  Academia  Española  el  23  de 
Febrero  de  1866,  que  cuando  conducían  á  Vega  para  em- 
barcarlo,  gritaba  en  la  plaza  Real  de  Buenos  Aires: 
« ¡Qué!  ¿no  me  defendéis?  ¿No  estáis  viendo  que  con  pre- 
texto de  educarme,  me  van  á  llevar  á  la  patria  de  los  ti- 
ranos godos?   ¡Favor!   ¡Favor!   ¡ Salvad  á  un  ciudadano 
indefenso ! »  Y  en  un  soneto  que  compuso ,  ya  hombre  ,  en 
Madrid,  se  expresó  así: 

«Cruza  sin  mí  los  espumosos  mares; 
Saluda  ¡oh  navel  de  mi  patria  el  muro.» 


114  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Sin  embargo,  las  circunstancias  todas  de  su  vida  y  de 
sus  producciones  desde  que  puso  los  pies  en  la  Península, 
sí  los  autorizan  á  Vds. ,  me  parece,  para  contarlo  entre 
los  autores  españoles. 

Pero  la  Avellaneda  no  se  encuentra  en  condiciones 
análogas. 

Cuando  la  célebre  camagüeyana  salió  de  Cuba  para 
la  Península ,  tenía  veintidós  años  de  edad ,  y  entonces 
compuso  el  soneto  Al  Partir,  del  cual  han  dicho  autori- 
dades competentes  de  entre  Vds.  que  puede  competir 
con  los  mejores  de  la  Hteratura  castellana.  Hacía  ya, 
pues ,  magníficos  versos ,  aunque  no  hubiese  alcanzado 
todavía  reputación  universal.  Á  los  doce  años,  dice  su 
biógrafo  el  Sr.  Calcaño,  sabía  de  memoria  y  exphcaba 
los  mejores  trozos  de  Quintana,  Arriaza,  Meléndez  y 
otros,  cuyos  modelos  incesantemente  se  ejercitaba  en  imi- 
tar (').  Luego  tenía  sólida  instrucción  literaria  cuando 
Vds.  la  recibieron,  y  lo  corrobora  el  testimonio  del  se- 
ñor Guiteras,  citado  por  el  mismo  Sr.  Calcaño. 

¿En  qué  se  diferencia  de  un  peninsular  un  cubano?  Los 
que  han  visitado  á  España  cuentan  que  sus  hijos  allá  no 
se  parecen  á  los  que  vienen  á  Cuba;  que  el  mar  ó  la  at- 
mósfera de  la  colonia  los  metamorfosea  con  pérdida ;  y, 
en  lo  general,  sin  duda  es  así,  pues  aunque  no  he  estado 
en  la  Península ,  he  conocido  en  otros  lugares  de  Europa 
y  en  varios  del  continente  americano,  españoles  accesi- 
bles ,  tolerantes ,  de  amplias  miras  liberales ,  sin  preven- 
ciones contra  Cuba,  y  hasta  autonomistas  teóricos. 

Pero  eso  no  puede  servir  de  elemento  en  el  paralelo. 
Sean  Vds.  ángeles  en  Europa  y  en  el  resto  del  mundo; 
para  el  cubano ,  el  tipo  del  peninsular  es  el  que  conoce  en 


(  I  )     Calcaño:  Diccionario  biográfico  cubano. 


EL    ESPINAR   CUBANO    Y   LA    SEGUR    BARRANTINA.  II5 

Cuba,  sin  alas  y  con  garras ,  y  á  ese  es  al  que  debo  refe- 
rir mi  comparación,  aunque  sin  comprender  en  él  á  los 
españoles  que  allí  simpatizan  con  nuestros  sufrimientos, 
que  hasta  se  afilian  al  partido  autonomista,  que  respiran 
á  la  temperatura  de  la  razón  y  no  al  calor  del  odio ;  el 
tipo  no  abarca  más  que  la  clase  que  cuenta  con  poder  é 
influencias  para  imponer  la  arbitrariedad,  y  sus  numero- 
sísimos sostenedores. 

La  primera  diferencia  es  que  el  peninsular  domina ,  y 
quiere  seguir  dominando  ad  lihitiim,  y  el  cubano  quiere 
disfrutar  de  libertad;  de  mis  compatriotas  unos  anhelan 
por  la  autonomía,  otros  por  la  asimilación,  otros  por  la 
anexión  á  los  Estados  Unidos ,  otros  por  la  independen- 
cia, pero  lo  que  todos  desean  es  libertad,  lo  que  repug- 
nan todos  es  el  absolutismo. 

La  segunda  diferencia  es  .que  el  peninsular  sostuvo 
cuanto  le  fué  posible  la  esclavitud  (hay  excepciones  hon- 
rosas) ,  y  el  cubano  la  combatió  hasta  obtener  la  aboli- 
ción (hay  excepciones  deshonrosas). 

Otra  disparidad  es  que  nosotros  amamos  entrañable- 
mente nuestra  tierra  natal ,  y  el  peninsular  no  la  ama  ni 
es  natural  que  la  ame  tanto ;  ni  es  aventurado  asegurar 
que  algunos  no  la  aman  ni  mucho  ni  poco. 

Limitémonos  á  esas  tres  divergencias,  que  son  las 
principales,  y  como  los  ejes  de  las  otras,  y  veamos  si  la 
Avellaneda  aprendió  entre  Vds.  á  pensar  y  á  sentir  como 
peninsular,  ó  si  continuó  siendo  cubana;  pues  debe  ad- 
vertirse que,  sean  lo  que  fueren  Vds.  en  el  Viejo  Mundo, 
al  tratarse  de  los  asuntos  cubanos  llega  hasta  allá  el  es- 
píritu de  nuestras  luchas ,  menos  envenenado  por  la 
acción  poderosa  de  la  distancia,  pero  siempre  acrimo- 
nioso :  pruébanlo  las  discusiones  en  las  Cortes  y  el  tono 
de  cierta  parte  de  la  prensa.  Si  se  demuestra  que  la  Ave- 


Il6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Uaneda  cantó  el  absolutismo  de  nuestro  régimen ,  y  la 
trata ,  y  la  servidumbre ,  y  que  perdió  el  recuerdo  de  su 
hogar ,  de  su  niñez ,  de  las  palmeras  de  sus  valles  y  de  las 
ondas  de  su  Tínima,  entonces  la  desconocemos  :  qué- 
dense Vds.  con  su  gloria  ;  pero  si  resulta  todo  lo  contra- 
rio ,  no  habrá  sofisma  que  nos  la  pueda  arrebatar. 

Tendencia  liberal. — Bastará  recordar  sus  versos  A 
la  muerte  de  Heredia.  Como  Heredia  fué  el  poeta  revo- 
lucionario por  excelencia,  no  se  le  puede  admirar  en  lo 
que  tuvo  de  patriota  sin  sentir  algo  de  lo  que  él  sentía, 
aunque  ese  algo  no  sea  precisamente  el  amor  á  la  inde- 
pendencia. En  dicha  composición  habla  la  Avellaneda  del 
« destierro  impío  »  de  Heredia ,  y  de  otras  cosas  que  no 
puede  suscribir  sino  un  hijo  ó  hija  de  la  Gran  Antilla. 

Esclavitud. — La  novela  Sab  es  una  obra  abolicio- 
nista. 

Amor  al  suelo  natal, — Respira  en  muchísimas  de  sus 
composiciones ,  en  algunas  de  las  cuales  se  deleita  en 
describir,  con  auxilio  de  sus  recuerdos,  la  naturaleza 
tropical  de  la  Isla.  Véanse  :  En  el  álbum  de  una  seño- 
rita cubana. — Á  Luisa  de  Fr  anchi- Alfar  o. — Á  la  con- 
desa de  San  Antonio. — La  vuelta  á  la  patria. — Á  las 
Cubanas. — Al  Liceo  de  la  Habana. — Serenata  de  Cuba 
á  la  duquesa  de  la  Torre  y  etc.  Agregúese  á  esto  que  en 
el  romance  La  vuelta  á  la  patria  llama  «horas  infaustas» 
á  las  que  pasó  fuera  de  Cuba,  y  que  en  otro,  Á  mi 
madre,  dice : 

«....Mi  mente  enfrían 
Los  soplos  del  Guadarrama, 
Y  de  esta  corte  el  tumulto 
A  m¡   agreste   musa   espanta.» 

Por  fin  :  más  ó  menos  cinco  años  antes  de  morir,  es- 
cribió al  conde  de  Pozos  Dulces  una  carta  que  se  pu- 


EL    ESPIKAR   CUBANO    Y    LA    SEGUR    BARRANTINA.  II7 


blicó  en  El  Siglo  de  la  Habana,  y  en  ella  reclamaba  con 
energía  el  título  de  cubana. 

No  es,  pues,  de  Vds.  la  Avellaneda  :  su  corazón  fué 
siempre  nuestro,  ella  quiso  siempre  que  lo  fuera. 

Que  fué  discípula  de  D.  Juan  Nicasio  Gallego,  y  que 
bajo  la  dirección  de  él  formó  su  gusto  y  adquirió  el  arte 
de  la  corrección  :  lo  reconozco ,  como  también  que  el  am- 
biente en  que  vive  un  artista  influye  en  las  manifestacio- 
nes de  su  genio  ;  pero  más  influencia  ejercieron  Quinta- 
na, el  mismo  Gallego  y  Martínez  de  la  Rosa  en  Olmedo, 
que  Gallego  en  la  Avellaneda ,  y  Vds.  se  guardan  muy 
bien  de  llamar  poeta  español  al  cantor  de  Junín.  ¿Por- 
que no  vivió  en  la  Península?  Pero  Víctor  Hugo  pasó 
como  dos  décadas  en  tierra  británica ,  cuya  influencia  es 
visible  en  varias  de  sus  obras ,  y  nadie  lo  llama  poeta  in- 
glés; Heine,  que  tuvo  más  de  francés  que  de  germánico, 
no  ha  dejado  ni  puede  dejar  de  pertenecer  ala  literatura 
alemana.  ¿Por  razón  del  idioma?  Pero  ni  D.  José  Joaquín 
de  Mora  ni  Zorrilla  son  poetas  hispano-americanos  por 
su  larga  residencia  en  el  mundo  de  Colón.  Y  además, 
nadie  ha  negado  que  la  literatura  cubana  sea  una  rama 
de  la  española ;  la  cuestión  se  reduce  á  si  la  Avellaneda 
pertenece  ala  rama  ó  al  troncó.  España  fué  colaboradora 
de  Cuba  en  el  desarrollo  intelectual  de  la  Avellaneda,  no 
hay  duda ;  pero  si  ésta  fué  un  genio ,  según  dicen ,  España 
no  se  le  pudo  dar,  como  no  se  lo  dio  á  D.  Teodoro  Gue- 
rrero ,  y  la  tal  colaboración  no  autoriza  á  la  madre  pa- 
tria para  alzarse  con  el  santo  y  la  limosna  de  la  hija. 

Por  varias  de  estas  mismas  razones ,  ya  que  no  por 
todas ,  nos  negamos  á  dar  asiento  en  nuestros  coros  á 
D.  Saturnino  Martínez,  el  cual,  á  pesar  de  sus  buenas 
dotes  poéticas,  que,  según  D.  Ricardo  del  Monte,  ya 
pertenecen  á  la  historia,  produciría  entre  nosotros  el 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


mismo  efecto  que  la  intrusión  de  un  duende  en  una  vela- 
da de  familia ,  ó  el  andar  de  un  elefante  en  un  almacén  de 
porcelana. 


IV. 


DON   JOSÉ   DE   LA   LUZ    Y   CABALLERO. 


De  D.  José  de  La  Luz  dice  el  Sr.  Barrantes  que  era  el 
«padre  del  filibusterismo  krausi-parlante » ;  que  «había 
muerto  sin  Sacramentos  y  evidentemente  fuera  del  gre- 
mio católico»;  que  «no  pasaba  de  ser  un  pedagogo  ali- 
mentado con  ideas  alemanescas,  principalmente  con  el 
naturalismo  de  Goethe  y  con  la  jerga  de  Krause ,  bastante 
astuto  para  no  descubrir  que  aquel  galimatías  eran  rifles 
y  fusiles  que  en  la  manigua  iba  amontonando». 

El  Sr.  D.  José  Ignacio  Rodríguez  ha  publicado  (')  1^ 
partida  de  defunción  del  sabio  cubano ,  firmada  por  el  se- 
ñor presbítero  D.  Cristóbal  Suárez,  cura  del  Cerro,  y  en 
ella  se  lee:  «recibió  el  santo  sacramento  de  la  Peniten- 
cia.» D.  Manuel  Sanguily,  «que  estaba  en  el  colegio  de 
El  Salvador,  á  pocos  pasos  del  gabinete  en  que  espiraba 
el  querido  y  venerable  anciano»,  ha  calificado  de  «pia- 
dosa mentira»  ese  atestado,  cuyo  objeto  fué  que  no  se 
impidiera  la  inhumación  en  el  Cementerio  general  de  la 
Habana,  que  es  católico  (').  Está,  pues,  el  Sr.  Barrantes 
de  acuerdo  con  el  Sr.  Sanguily;  mas  para  estarlo  le  es 
preciso  repetir  que  el  sacerdote  catóHco  mintió.  Yo  me 

(  I  )  Fída  de  D.José  de  La  Lu:(  y  Caballero  ,,  2.»  edición  ,  New  York, 
1879,   pág.  314. 

(  2 )  Revista  Cubana  ,  11  ,  404. 


EL    ESPINAR   CUBANO    Y    LA    SEGUR    BARRANTINA.  1I9 


lavo  las  manos.  Sainte-Beuve  decía  con  estas  palabras, 
poco  más  ó  menos:  «Para  realzar  á  un  individuo  no  me 
vengan  con  que  es  católico ;  díganme  sencillamente  que 
es  honrado,  y  eso  bastará».  Y  efectivamente ,  hay  que 
convenir  en  que  se  puede  ser  honrado  sin  ser  católico,  y 
viceversa. 

El  Sr.  La  Luz  tenía  un  alma  meditabunda  y  benévola: 
toda  su  existencia  fué ,  interiormente ,  la  preocupación  de 
lo  infinito ;  para  el  mundo  exterior ,  un  sentimiento  de  pie- 
dad. El  pensamiento  de  su  adolescencia  fué  la  aspiración 
al  sacerdocio;  hasta  llegó  á  recibir  las  órdenes  menores. 
Cuando  en  su  edad  viril  perdió  su  hija  única ,  la  necesidad 
de  consuelo  produjo  en  su  espíritu  una  especie  de  atavis- 
mo hacia  las  creencias  de  su  primera  juventud;  y  aunque 
éstas  recorrieron  varios  ciclos  en  las  soledades  del  estu- 
dio, puede  asegurarse  que  él  nunca  dejó  de  ser  cristiano. 
Su  testanjjento ,  otorgado  dos  semanas  antes  de  morir, 
comienza  por  una  profesión  de  fe  católica,  si  bien  cree- 
mos que  en  Cuba  entonces  no  los  podían  hacer  sin  ese 
requisito  los  subditos  españoles ;  mas  lo  que  importa  en 
este  debate  no  es  tanto  lo  que  La  Luz  fuera  como  lo  que 
enseñó ;  y  sus  elencos  están  llenos  de  recomendaciones  y 
alabanzas  de  la  ReUgión. 

(( La  Religión  es  la  primera  civilizadora ,  y  como  la  nodriza  del  género 
humano. 

»La  Religión,  lejos  de  estar  en  pugna  con  la  Filosofía,  le  presta 
el  más  firme  de  sus  apoyos  para  hacer  triunfar  la  causa  del  género  hu- 
mano. 

))La  Religión,  verdadera  piedra  filosofal,  que  hasta  la  escoria  la 
convierte  en  oro ,  la  desventura  en  alborozo.  Sin  ella  no  hay  amor,  y  sin 
amor  es  la  tierra  un  yermo  espantoso,  no  ya  un  valle  de  lágrimas,  que 
es  mil  veces  preferible,  pues  las  lágrimas  se  enjugan  y  es  bueno  que  se 
viertan. 


20  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


»La  Religión,  hija  y  madre  del  sentimiento:  la  Filosofía  ,  senda  se- 
gura de  la  Religión.  Esta  el  amor,  aquélla  la  doctrina.  La  una  el  cono- 
cimiento, la  confesión  del  Hacedor;  la  otra  el  trato  y  comercio  con  Él. 
La  Filosofía ,  el  pensamiento ;  la  Religión  ,  un  himno  continuado. » 

Reconozco  que  en  esos  y  en  otros  pasajes  no  se  habla 
explícitamente  del  Catolicismo;  pero  pudo  entenderse 
que  á  él  se  referían ,  porque  su  enseñanza  era  obligatoria 
en  los  establecimientos  de  educación ,  y  porque  en  Cuba 
no  había  en  aquella  época  tolerancia  de  cultos  (ni  ahora 
hay  mucha).  Puede  objetarse  también  que  de  Renán  se 
ha  dicho  que  tiene  un  alma  profundamente  religiosa;  pero 
en  el  colegio  de  La  Luz  y  en  la  clase  de  Religión,  se  en- 
señaba el  CatoHcismo  con  lealtad.  Sanguily,  un  día  en 
calidad  de  profesor  suplente ,  se  permitió  exponer  algu- 
nas herejías  acerca  del  misterio  de  la  Trinidad ,  y  La  Luz 
le  prohibió  que  continuara  ocupando  la  cátedra  ,  ni  aun 
con  el  carácter  de  interino.  El  Gobierno  no  consentía 
ataques  al  dogma  ni  en  las  escuelas  ,  ni  por  la  imprenta, 
ni  en  las  reuniones  públicas ,  ni  en  ninguna  otra  ocasión, 
y  La  Luz  nunca  se  apartó  de  la  legalidad.  ¿Quemas  se  le 
podía  exigir,  si  cumplía  su  deber? 

Respecto  de  las  « ideas  alemanescas » ,  sospecho  que 
el  Sr.  Barrantes  insistiría  en  su  reproche  si  La  Luz  se  hu- 
biese afiliado  en  escuelas  francesas,  inglesas,  italianas.... 
Para  el  Sr.  Barrantes  lo  censurable  es,  probablemente, 
que  el  maestro  no  estudiase  la  ciencia  en  doctrinarios 
españoles;  pero  en  aquella  época  Alemania  era  la  nación 
más  adelantada  ,  y  era  natural  pedirle  á  ella  luces ;  por 
lo  que  hace  á  España,  nunca  ha  tenido  filosofía;  toda  su 
filosofía  es  un  mito  ,  y  no  soy  yo  quien  lo  asegura,  sino 
Revilla  en  la  Revista  Contemporánea  (1876).  Acerca  de 
la  predilección  de  La  Luz  por  Krause ,  Sanguily  duda  ,  y 
dice  que  en  ninguna  parte  ha  visto  confirmado  ese  aserto 


EL    ESPINAR   CUBANO    Y    LA    SEGUR    BaRRANTINa.  121 

de  D.  Antonio  Ángulo  y  Heredia,  el  discípulo  predilecto 
de  La  Luz.  Un  amigo  de  éste,  D.  José  Antonio  Saco  ,  lo 
corrobora  en  una  cita  que  de  él  hace  el  Sr.  Gaicano  en 
la  biografía  del  filósofo  habanero;  mas  parece  seguro 
que  eso  no  tuvo  mucha  duración  ^  y  que  debe  de  referirse 
á  época  remota ,  y  no  para  par  dar  el  tono  dominante  al 
pensamiento  de  La  Luz. 

El  Sr.  Barrates  saca  su  gran  Cristo  á  lo  último,  como 
es  costumbre,  enrostrándonos  un  paso  que  juzga  contun- 
dente. 

«He  aquí  una  de  sus  sentencias  (  !  )  más  celebradas:  «El  principio  de 
«autoridad  es  un  Prt-teo  que  se  presenta  bajo  mil  formas  para  ejercer  su 
«influencia  :  la  novedad  ,  la  moda  ,  el  espíritu  del  siglo  ,  la  ligereza  ,  la 
«presunción,  el  amor  propio  ,  no  son  más  que  ropajes  con  que  se  viste  la 
«autoridad  para  avasallar  á  la  ra:(ón.y>  El  hombre  que  eso  enseñaba  á  los 
jóvenes  en  plena  Habana,  ¿  qué  les  enseñaba  sino  la  conspiración  y  la  in- 
surrección ?  » 

Pues  no,  Sr.  Barrantes;  lo  que  pensaba  La  Luz 
acerca  de  la  autoridad ,  no  está  todo  en  esas  líneas  ;  ni 
ellas  se  refieren  al  orden  político,  ni  al  social,  sino  al 
científico.  Nada  tendría  de  extraño,  en  un  país  como 
Cuba,  donde  la  autoridad  no  es  un  principio  de  Moral, 
sino  un  principio  de  Dinámica,  que  para  combatir  sus 
excesos  se  hubiese  ido  más  allá  de  lo  preciso ,  pues  es 
propio  de  las  oposiciones  esgrimir  el  arma  de  la  hipér- 
bole; pero  no  tengo  ahora  necesidad  de  esa  excusa.  La 
Luz  no  fué  un  Kropotkine. 

La  escuela  Hberal  no  presenta  los  puños  al  principio 
de  autoridad.  En  el  orden  político  cree  necesario  que 
haya  quien  mande,  para  que  aplique  la  ley,  para  que 
proteja  á  los  débiles  contra  los  abusos  de  los  fuertes.  Sólo 
una  condición  le  impone :  que  sea  justo  ;  porque  de  la 


22  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


práctica  de  la  justicia  se  deriva  forzosamente  el  atinado 
ejercicio  de  la  libertad.  Puesto  que  los  jefes  de  naciones 
existen  para  garantizarnos  nuestros  derechos  y  hacernos 
cumplir  nuestros  deberes ,  que  á  su  vez  cumplan  ellos  con 
los  suyos,  pues  también  los  tienen,  y  más  delicados  que 
los  nuestros. 

En  el  orden  científico  admitimos  también  la  autoridad 
en  tanto  que  carecemos  de  nociones  ó  las  tenemos  defi- 
cientes para  juzgar  :  no  estaría  bien  que  un  niño  discu- 
tiera los  nombres  de  las  letras  con  el  profesor  que  le 
enseña  el  abecedario.  Una  vez  desarrollada  la  inteligen- 
cia ,  exigimos  á  las  autoridades  científicas  que  basen  sus 
enseñanzas  en  la  razón  y  el  experimento. 

Todo  lo  que  sea  querer  otra  cosa,  es  apellidar  anar- 
quía ,  y  la  escuela  liberal  es  tan  severa  contra  ésta  como 
contra  el  despotismo. 

Vuelvo  á  decir  que  en  el  pasaje  copiado,  que  es  como  el 
último  cañonazo  de  la  batería  del  Sr.  Barrantes ,  La  Luz 
no  hablaba  del  orden  político ,  sino  del  científico  ;  y  casi 
inmediatamente  antes  se  lee  : 

«  ....  Las  caídas  de  los  hombres  grandes  son  como  otras  tantas  valizas, 
que  nos  enseñan  los  escollos  que  abriga  el  mar  de  las  ciencias. 

»....E1  hombre  que  no  sea  capaz  de  formar  su  ciencia  por  sí  mismo, 
esto  es,  de  darse  una  cuenta  exacta  de  sus  conocimientos,  no  puede  pro- 
gresar en  su  estudio. 

»Este  es  el  sentido  en  que  debe  tomarse  la  duda  cartesiana  :  que  cada 
hombre  levante  de  nuevo  el  edificio  de  su  ciencia. 

» Nada  robustece  tanto  el  entendimiento  como  la  costumbre  de  no 
admitir  más  que  lo  demostrado.» 

Ahora  entran  las  líneas  que  han  escandalizado  al  señor 
Barrantes ,  y  con  estos  antecedentes  se  ve  claro  el  verda- 
dero espíritu  de  ellas.  Y  todavía  lo  podemos  fijar  más  en 
relieve  con  estos  otros  pensamientos  de  La  Luz  : 


EL    ESPINAR    CUBANO    Y    LA    SEGUR    BARRANTINA.  12} 

«Cuanto  sabemos  mana  de  cuatro  fuentes  :  el  sentido  interno,  los 
sentidos  externos,  el  raciocinio  y  la  autoridad. 

» Hasta  en  el  (criterio)  llamado  de  autoridad  reluce  el  ejercicio  de  la 
razón. 

»Es  ley  de  la  razón  someter  á  su  examen  cuantas  cuestiones  se  le  pre- 
senten ,  aun  cuando  toque  su  impotencia  para  resolverlas. 

»....  Es  muy  doloroso  al  amor  propio  de  los  hombres,  aun  habiendo 
juzgado  por  deslumbramiento,  lo  que  en  todo  caso  los  disculparía  ,  con- 
fesar que  se  equivocaron ,  y  que  otro  hombre  ha  sido  parte  á  sacarlos  de 
su  equivocación. 

»Pero  reflexionen  que  esta  es  la  historia  del  linaje  humano:  siempre  ha 
habido  una  voz  fuerte  entre  los  hombres ,  que  se  haya  levantado  para 
hacerlos  marchar  por  donde  no  iban  y  debieran  ir. 

»  Formar  al  hombre  con  cuantas  menos  prevenciones  sean  posibles ,  es 
la  grande  obra  de  la  filosofía. 

))E1  espíritu  de  nuestra  enseñanza  ha  sido  hasta  ahora  hacernos  sentir 
nuestra  ignorancia ,  sin  doblar  la  rodilla  ante  el  ídolo  de  la  autoridad : 
ved  ahí  los  dos  primeros  pasos  para  bien  saber.» 

«....Todavía  hay  quien  nos  diga  que  la  autoridad  es  un  criterio  ó  me- 
dio legítimo  de  juzgar,  cuando  sólo  es  uno  de  los  medios  de  adquirir 
conocimientos  exactos  ó  inexactos,  siendo  así  que  el  criterio  de  autoridad 
es  una  forma  del  mismo  criterio  de  raióny  experiencia. y) 

¿Ve  bien  el  Sr.  Barrantes  que  no  hay  en  las  líneas 
que  copió  excitación  alguna  á  sublevarse  contra  España? 
Todo  eso  es  de  sentido  común ,  filosofía  sana  ;  es ,  puede 
decirse,  la  atmósfera  de  la  ciencia,  porque  sin  pensar  así 
no  puede  progresar  el  espíritu  humano.  Todo  lo  que  La 
Luz  quería  era  que  no  se  hiciese  de  la  autoridad  un  ídolo ; 
pero  no  le  negaba  el  lugar  que  legítimamennte  le  corres- 
ponde en  la  adquisición  de  los  conocimientos  humanos.  Si 
hay  en  el  mundo  un  gobierno  que  se  considere  amenazado 
porque  se  enseñen  esas  cosas ,  entonces  la  culpa  no  es  de 
la  enseñanza ,  sino  del  gobierno,  que  anda  por  sendas  an- 
ticientíficas. ¿En  qué  conspiración  entro  yo  por  ponerme 


124  LA.    ESPAÑA    MODERNA. 

á  explicar  que  un  triángulo  tiene  tres  ángulos?  Al  orden 
no  me  llamará  por  eso  sino  el  que  enseñe  que  los  ángulos 
del  triángulo  son  diez,  3^,  en  tal  caso,  él  es  quien  se  debe 
enmendar. 

Que  La  Luz  fuera  partidario  de  la  independencia  de 
Cuba, puede  ser;  pero  en  sus  colegios  no  hizo  propaganda 
de  tal  sentimiento ,  ni  los  suspicaces  gobiernos  de  la  Isla 
se  lo  hubieran  tolerado.  Lo  que  sí  inculcó  él  fué  la  pasión 
por  la  verdad  y  la  justicia,  el  amor  entre  los  hombres 
como  el  Evangelio  lo  aconseja,  y  nada  de  esto  debiera 
parecer  malo  al  Sr.  Barrantes.  El  20  de  Noviembre  de 
1877  publicó  en  El  Universal  de  Madrid  D.  José  María 
Prellezo  un  artículo ,  mal  escrito ,  y  cuyas  apreciaciones 
no  acepto  de  todo  en  todo,  pero  que  por  su  procedencia 
debe  de  ser  de  mucha  fuerza  para  el  Sr.  Barrantes,  y  en 
él  se  lee  : 

a  El  autor  de  estas  líneas  fué  profesor  en  el  establecimiento  (de  La 
Luz)  desde  los  diez  y  siete  hasta  los  veintitrés  años  de  edad,  y  no  tiene 
reparo  en  declarar  que  no  se  hizo  allí  propaganda  política....» 

No  me  quiero  extender  en  relatar  los  otros  mereci- 
mientos de  La  Luz,  para  refutar  la  desalumbrada  especie 
de  que  era  un  simple  pedagogo  ;  me  limitaré  á  recomen- 
dar la  lectura  de  la  citada  obra  del  Sr.  Rodríguez,  y  las 
Conferencias  filosóficas  del  Sr.  D.  Enrique  J.  Varona. 

V. 

CONCLUSIÓN  :  SORPRESA  Y  ESPERANZAS. 

Hasta  aquí  tenía  escrito  á  fifhes  de  Febrero ,  cuando 
una  desgracia  doméstica  me  obligó  á  suspender  este  tra- 


EL    ESPINAR    CUBANO    Y    LA    SEGUR    BARRANTINA.  12^ 


bajo ,  que  por  tal  razón  está  ya  á  punto  de  perder  su  opor- 
tunidad :  pero  esta  interrupción  ha  dado  tiempo  para  que 
llegue  á  mis  manos  la  entrega  de  Enero  de  La  España 
Moderna,  en  cuya  pág.  187  leo  estas  nobles  palabras  del 
Sr.  Barrantes,  dirigidas  á  un  Sr.  Blumentritt : 

«  ¡  Que  al  pensar  y  al  obrar  así  olvido  lo  pasado ,  y  perdono  á  los  ame- 
ricanos el  haber  sido  filibusteros !  Pues ,  ¿quién  lo  duda?  Y  hasta  hago  coro 
á  las  maldiciones  con  que  recuerdan  á  algunos  de  los  gobernantes  que  les 
'enviamos ,  que  el  historiador  crítico  ha  de  poner  la  verdad  y  la  justicia 
sobre  los  intereses  de  la  misma  patria. 

))La  independencia  de  las  colonias,  cuando  tienen  elementos  de  vida 
propia  y  no  han  de  desafinar  en  el  concierto  de  la  civilización  deshon- 
rando á  la  metrópoli  que  las  ha  creado,  es  para  mí  un  hecho  ineluctable, 
que  no  aplaudo  por  lo  que  afecta  á  los  intereses  de  mi  patria  ,  pero  que 
acepto  como  filósofo,  considerando  que  las  naciones  son  en  puridad  como 
familias  donde  los  mayores  de  edad  deben  fundar  casa.  Ley  de  naturaleza, 
que  siempre  se  cumple  y  que  forma  parte  del  plan  divino,  me  inspira  tan 
profundo  respeto ,  que  si  en  las  circunstancias  actuales  tuviera  alguna  par- 
ticipación en  el  gobierno  de  mi  país ,  le  aconsejaría  pensar  seriamente  en 
la  situación  que  nos  ha  creado  el  establecimiento  de  la  república  en  el 
Brasil,  acontecimiento  que  influirá  seguramente  en  los  destinos  de  Cuba 
y  Puerto  Rico,  á  cuya  contingencia  debemos  anticiparnos.» 

Después  menciona  el  Sr.  Barrantes  mi  Carta  al  Sr.  Va- 
lera,  ydice  que  á  su  tendencia  política  se  inclina  bastante. 

Mi  sorpresa  no  ha  podido  ser  mayor  ni  más  agrada- 
ble ;  y  con  la  misma  franqueza  con  que  he  combatido  al- 
gunos conceptos  del  redactor  de  la  Sección  Hispano-  Ul- 
tramarina,  declaro  ahora  que  en  este  nuevo  terreno,  que 
es  el  de  la  justicia,  el  de  la  elevación  de  alma,  el  de  la 
grandeza  de  corazón  ,  sí  podremos  entendernos  todos,  y 
sí  podrá  verificarse  la  reparación  de  nuestros  agravios  y 
la  reconciliación  sincera  de  los  espíritus.  Cuando  pido  á 


20  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


los  españoles  que  se  hagan  amar  en  Cuba,  no  ejecuto  obra 
de  filibustero ,  sino  de  patriotismo  y  de  humanidad  ;  pero 
no  me  toca  á  mí  hacer  propaganda  de  lo  que  conviene  á 
los  intereses  metropolitanos ,  porque  mi  acento  parecería 
sospechoso.  En  mi  Carta  al  Sr.  Valera  pedí  la  autonomía 
para  Cuba ;  si  el  Sr.  Barrantes  no  dista  mucho  de  acep- 
tarla, procure  convencer  á  sus  compatriotas  con  su  auto- 
rizada voz  ;  ello  puede  tardar  en  conseguirse ,  pero  allá 
llegaremos,  ya  que  hasta  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo  ha 
manifestado  que  la  autonomía  es  la  solución  del  porvenir; 
pero,  á  lo  menos,  siempre  quedará  al  Sr.  Barrantes  la  sa- 
tisfacción de  haber  puesto  su  talento  al  servicio  de  una 
causa  justísima,  de  merecer  la  gratitud  de  un  pueblo  que 
no  es  refractario  á  ningún  sentimiento  generoso ,  y  de  ha- 
ber contribuido  á  atraer  simpatía  y  respeto  en  América 
hacia  el  asendereado  nombre  español. 

Rafael  M.  Merchán. 

Bogotá,  Marzo  19  1890. 


LA  CUESTIÓN  SOCIAL 


NO  llevan  razón  ^  ciertamente,  los  que  suponen  que 
la  cuestión  social ,  aun  tratándose  de  aplicarla  al 
mejoramiento  de  las  clases  trabajadoras ,  es  una 
cuestión  nueva ,  uno  de  esos  asuntos  de  moda,  y  que 
á  esto  y  no  á  otra  cosa  es  á  lo  que  obedece  la  manifes- 
tación celebrada  el  día  i.""  de  Mayo;  así  como  tampoco 
puede  admitírseles  que  este  acontecimiento  pueda  haber 
sorprendido  á  nadie  que  algo  se  preocupe  de  cuanto  pasa 
en  su  rededor.  La  cuestión  social  es  la  cuestión  eterna 
en  la  humanidad;  es  ni  más  ni  menos  que  la  aspiración 
constante  del  hombre  por  recuperar  el  paraíso  terrenal, 
de  que ,  según  los  textos  sagrados ,  fueron  arrojados 
nuestros  primeros  padres ,  por  haber  desobedecido  el 
mandato  de  Dios;  es,  en  fin,  el  deseo  constante  del  hom- 
bre ala  perfectibilidad,  el  progreso  indefinido,  tras  del 
que  camina  la  familia  humana;  por  eso  precisamente  es 
esta  cuestión  la  aspiración  permanente  del  hombre ,  y 
que,  según  nuestro  juicio ,  durará  tanto  como  éste  dure 
sobre  la  haz  de  la  tierra ;  porque  entendemos,  que  tras 
un  deseo  cumplido,  tras  una  mejora  alcanzada,  han  de 


128  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


nacer  otro  nuevo  deseo,  otra  nueva  aspiración,  suce- 
diéndose  hasta  el  infinito. 

Para  persuadirse  de  cuánta  verdad  encierran  las  afir- 
maciones que  dejamos  hechas ,  no  hay  más  que  hojear  la 
historia  y  ver  que  dondequiera  que  una  agrupación  de 
hombres  se  ha  formado ,  allí  ha  nacido  inmediatamente  la 
cuestión  social,  y  ha  producido  perturbaciones  y  derra- 
mamientos de  sangre ;  porque  al  par  que  esta  agrupación 
se  formaba ,  nacían  con  ella  las  diferencias  sociales ,  la 
separación  de  los  hombres  en  clases ,  el  privilegio ,  en  fin; 
y  sabido  es  que  éste  no  ha  sido  consentido  nunca  de  buen 
grado,  sino  que  ha  sido  sostenido  por  la  fuerza. 

Si  pretendiéramos  hacer  la  historia  del  socialismo, 
cosa  que  no  cabe  dentro  de  los  estrechos  límites  de  un  ar- 
tículo ,  recordaríamos  que  todos  los  grandes  movimientos 
precursores  de  las  grandes  mejoras  y  adelantos  de  la  hu- 
manidad ,  han  revestido  un  carácter  eminentemente  so- 
cialista. Jesucristo  propagaba  sus  doctrinas  entre  los 
desheredados,  y  no  solamente  les  predicaba  la  fraterni- 
dad y  la  igualdad ,  sino  que  ésta  y  aquélla  la  circunscribía 
á  las  clases  desheredadas ,  cuando  aseguraba  que  antes 
pasaría  un  camello  por  el  ojo  de  una  aguja,  que  un  rico 
entraría  en  el  reino  de  su  Padre;  ó,  lo  que  es  lo  mismo, 
concitaba  á  los  pobres  contra  los  ricos  ;  y  si  la  Iglesia  ha 
transigido  después  con  ellos ,  es  porque  han  consentido  en 
hacerla  partícipe  de  los  privilegios  que  gozaban ;  pero, 
como  antes  decimos,  nuestros  propósitos  no  son  hacer  la 
historia  del  socialismo ,  sino  ocuparnos  de  examinar  su 
moderno  carácter  actual ,  por  lo  que  sólo  nos  ocuparemos 
de  las  fases  que  ha  presentado  y  presenta  en  la  época 
presente ,  para  lo  cual  hemos  de  tomarle  desde  la  Revo- 
lución francesa. 

No  puede  negarse  á  este  movimiento  un  carácter  emi- 


LA    CUESTIÓN    SOCIAL.  I  29 


nentemente  socialista.  Por  virtud  de  él,  obtuvo  su  eman- 
cipación la  clase  media,  y  la  consiguió,  viéndose  forzada 
á  cometer  todos  los  horrores  que  en  aquella  época  se  co- 
metieron. ¿Contra  quiénes  entabló  la  lucha?  Contra  los 
que  estaban  en  posesión  de  los  privilegios  á  que  ella  se 
creía  con  derecho ;  contra  la  aristocracia  y  contra  lo  teo- 
cracia, con  las  cuales  transigió  después  que  éstas  con- 
sintieron, aunque  afortiori,  en  darle  participación  en  el 
banquete  de  la  vida;  es  decir:  que  se  repitió  ni  más  ni 
menos  que  la  escena  que  había  sucedido  anteriormente 
entre  la  aristocracia  y  la  Iglesia ,  pero  con  las  diferencias 
esenciales  del  tiempo  en  que  aquélla  y  ésta  habían  hecho 
su  movimiento  social-revolucionario ,  y,  por  consiguiente, 
las  consecuencias  que  de  cada  uno  de  estos  movimientos 
se  desprendieron,  habían  también  de  estar  en  relación  con 
la  época  en  que  tuvieron  lugar  y  el  medio  ambiente  en 
que  se  desarrollaron.  Por  eso  el  primero  ,  que  sólo  ofre- 
cía recompensas  para  la  otra  vida,  la  paz,  la  bienaven- 
turanza eterna ,  en  vez  de  exaltar  las  pasiones  de  los  que 
le  habían  servido  de  auxiliares,  las  calmaba,  y  llevaba  al 
ánimo  de  sus  adeptos  esa  santa  resignación ,  esa  toleran- 
cia con  los  males  y  las  privaciones  á  que  estaban  sujetos 
en  esta  vida,  dado  que  éstas  y  aquéllos  no  eran  más  que 
temporales,  y  como  compensación  habían  de  tener  recom- 
pensa eterna. 

Pero  no  eran  las  mismas  las  condiciones  en  que  se 
efectuó  el  movimiento  socialista  que  dio  por  resultado  la 
emancipación  de  los  segundos,  y  por  lo  tanto  la  clase 
media  encontróse  forzada  de  ofrecer  á  sus  auxiliares 
algo  que  no  fuera  lo  que  ya  tenían,  y  este  algo  no  podía 
ser  otra  cosa  que  mejoras  en  su  vida  material ;  de  aquí 
el  nacimiento  del  programa  de  los  derechos  del  hombre, 
de  aquí  el  escribir  ésta  en  su  bandera  las  célebres  pala- 

9 


130 


LA    ESPAÑA    MODERNA. 


bras  de  Libertad ,  Igualdad  y  Fraternidad ,  que ,  como 
expresión  y  sancionamiento  de  los  derechos  políticos, 
fueron'acogidas  por  el  pueblo  como  verdadera  áncora  de 
salvación,  por  lo  cual  se  prestaron  sumisos  y  hasta  gozo- 
sos á  secundar  cuantas  órdenes  y  disposiciones  emana- 
ron de  los  hombres  en  cuyo  provecho  se  realizó  aquel 
célebre  movimiento  social. 

Para  aquella  y  aun  para  la  inmediata  generación  sa- 
tisficieron por  completo  las  ventajas  políticas  que  aquel 
programa  contenía ;  pero  pronto  las  nuevas  generaciones 
echaron  de  ver  que  con  aquel  movimiento  la  clase  obre- 
ra, el  proletariado,  la  nada  había  conseguido,  continuan- 
do, por  tanto,  en  la  misma,  si  no  en  peor  situación  que  la 
que  antes  tenía',  puesto  que,  sin  que  los  antiguos  señores 
hubiesen  perdido  uno  solo  de  sus  privilegios,  habíase 
aumentado  con  los  recién  llegados  el  número  de  los  que 
los  disfrutaban ;  por  otra  parte ,  la  mayor  instrucción  que 
habían  adquirido  les  hizo  conocer  de  manera  clara  y  evi- 
dente que  el  mundo  se  rige  por  el  derecho  de  la  fuerza,  y 
que,  siendo  el  número  mayor  el  de  los  proletarios, podían 
en  un  día  dado  hacerse  dueños  de  la  situación  y  encami- 
nar la  marcha  de  ésta  en  provecho  de  sus  intereses. 

No  ponemos  en  duda  que  estas  ideas  fueran  embrio- 
narias, pero  es  innegable  que  cruzaron  por  su  imagina- 
ción; mas,  ocupada  ésta  por  los  asuntos  políticos,  quedó 
adormecida,  y  prefirieron,  por  ser  más  tangible  sin  duda, 
atenerse  á  las  ventajas  que  la  política  podía  proporcio- 
narles, por  lo  que,  ateniéndose  al  principio  que  les  inte- 
graba en  su  personalidad,  pidieron  lo  que  con  este  prin- 
cipio está  en  perfecta  armonía.  El  derecho  á  la  vida,  y 
como  consecuencia  lógica,  el  derecho  al  trabajo,  que  es 
la  forma  que  la  cuestión  social  presenta  en  la  revolución 
de  1848,  está  perfectamente  justificado,  como  lo  está 


LA   CUESTIÓN    SOCIAL.  1}Í 


igualmente  el  sentido  y  las  tendencias  en  que  inspiraron 
sus  obras  Fourrier  y  Proudhon.  Conformes  en  que ,  tanto 
las  ideas  vertidas  por  el  autor  del  Falansterismo ,  como 
las  del  de  la  Propiedad,  tal  como  ellos  las  predicaron, 
son  completamente  irrealizables ,  como  lo  son  igualmente 
las  de  Bastiat ,  pero  no  puede  negarse  que  las  unas  y  las 
otras  son  el  nuncio  que  marca  el  camino  de  la  obra  eman- 
cipadora que  ha  de  seguir  las  clases  trabajadoras. 

Por  eso,  al  poco  tiempo,  aparecen  sobre  la  candente 
arena  de  las  discusiones  sociales ,  Bakounine ,  de  origen 
ruso,  y  hasta,  según  se  ha  asegurado,  procedente  de  la 
más  encumbrada  aristocracia  de  aquel  país,  y  el  alemán 
Cari  Marx  que,  apoderándose  de  la  cuestión,  encauzan  el 
pensamiento  y  le  dan  forma  más  práctica  y  aceptable,  y 
son,  por  fin,  los  apóstoles  que  predican  las  ideas  moder- 
nas, en  las  que  van  encarnadas  las  teorías  que  han  de  con- 
ducir al  trabajador  á  la  realización  de  sus  aspiraciones. 

No  se  concretan  estos  dos  hombres  á  la  propaganda 
teórica  de  sus  ideas,  sino  que  desde  un  principio  las  llevan 
á  la  práctica;  por  eso  vemos  que  ya  en  la  primera  Expo- 
sición universal  de  Londres ,  aunque  en  reducido  núme- 
ro, aparecen  las  sociedades  obreras  celebrando  su  primer 
congreso;  ni  se  desaniman  tampoco  porque  el  carácter 
que  toman  las  primeras  asociaciones  sea  el  de  coopera- 
tivas ;  su  fin  constante  es  propalar  la  asociación  de  traba- 
jadores, y  para  conseguirlo,  no  tienen  reparo  el  patroci- 
nar algunos  errores ,  pues  no  otra  cosa  que  un  error 
craso  es  la  cooperación  para  la  producción,  mirada  bajo 
el  punto  de  vista  universal  que  abraza  las  ideas  de  estos 
dos  hombres,  que  aspiran  nada  menos  que  á  la  emancipa- 
ción del  proletariado  del  universo. 

La  conducta  seguida  en  la  práctica  responde  perfec- 
tamente á  las  aspiraciones  por  ellos  concebidas;   por 


1}2  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


eso,  en  la  Exposición  universal  primera  que  se  celebró 
en  París,  pudo  reunirse  el  segundo  Congreso  obrero, 
con  representación  de  sociedades  alemanas,  francesas, 
inglesas ,  italianas  y  suizas.  Cierto  que  no  había  com- 
pleta uniformidad  de  pensamiento  entre  todas  estas  so- 
ciedades ,  pero ,  á  pesar  de  las  diferencias  que  pudieran 
existir,  ya  en  aquel  congreso,  se  convino  en  algunos 
puntos  de  interés  general  y  común  para  los  obreros  de 
todos  los  países ,  puede  asegurarse  que ,  si  no  formada 
la  Sociedad  Internacional  de  Trabajadores ,  pues  sabido 
es  que  lo  fué  en  Londres  el  28  de  Setiembre  de  1864  que- 
daron asentados  los  primeros  jalones  que  habían  de  ser- 
vir para  su  constitución. 

No  es  preciso  que  nos  esforcemos  mucho  para  poner 
de  manifiesto  que  si  en  la  Europa  toda  se  hizo  poco  alto 
en  este  movimiento  organizador  del  moderno  socialismo, 
en  España  pasó  completamente  desapercibido ,  y  hasta 
podemos  asegurar  que  eran  de  muy  corto  número  de 
personas  conocidos  los  nombres  de  los  iniciadores  y  di- 
rectores de  este  movimiento ,  hasta  que  en  nuestro  país 
se  efectuó  la  revolución  de  1868,  y  con  ella  vino  ala  vida, 
ó,  mejor  dicho,  entró  España  á  formar  parte  en  el  mo- 
vimiento socialista  europeo ,  constituyéndose  entre  nos- 
otros la  Sociedad  Internacional  de  Trabajadores ,  que  ya 
estaba  formada  en  el  resto  de  Europa,  menos  en  Portugal. 

Sin  duda,  debido  á  nuestro  carácter  meridional,  y 
como  tal  impresionable ,  ó  tal  vez  quizá  porque  siendo  los 
males  que  entre  nosotros  siente  el  trabajador  idénticos  á 
los  que  experimenta  en  el  resto  del  mundo,  y  que  por  este 
motivo  la  tierra  estaba  en  sazón  para  recibir  la  semilla, 
ó  quizá  por  ambas  cosas  reunidas ,  lo  cierto  es ,  que  las 
ideas  traídas  á  España  por  el  Sr.  Fanelli,  hijo  político  de 
Bakounin,  sino  estamos  equivocados,  fructificaron  de  una 


LA   CUESTIÓN   SOCIAL.  1}} 


manera  tan  sorprendente ,  que  un  año  después  de  haberse 
formado  el  primer  núcleo  de  la  Internacional ,  esta  aso- 
ciación ,  representada  por  más  de  cien  sociedades  de  di- 
ferentes artes  y  oficios,  celebraba  el  primer  Congreso 
obrero  nacional  en  Barcelona,  Congreso  que  se  reunió 
en  30  de  Junio  de  1870,  y  cuyas  sesiones  duraron  diez  días^ 
ratificándose  en  ellas  los  principios  sustentados  como 
generales  por  sus  hermanos  los  del  resto  de  Europa,  y 
tomándose  acuerdos  locales  ó  nacionales  tan  acertados 
y  conformes  con  las  ideas  sociahstas,  que  aún  todavía, 
á  pesar  de  haber  pasado  veinte  años  después  de  la  cele- 
bración de  aquel  Congreso ,  y  habiendo  tenido  el  gran 
impulso  que  las  ideas  sociahstas  han  experimentado,  con- 
tinúan siendo  la  base,  la  norma  á  que  ajustan  su  conducta 
las  clases  trabajadoras,  y  sin  que,  á  pesar  de  los  Congre- 
sos obreros  que  desde  entonces  se  han  celebrado ,  hayan 
sido  aquellas  doctrinas  modificadas,  aquellos  acuerdos 
revocados. 

Posteriormente ,  vino  la  división  en  cuanto  al  proce- 
dimiento, entre  los  mismos  asociados,  constituyendo  los 
unos  el  partido  anarquista  y  formando  los  otros  el  par- 
tido sociahsta  obrero ,  poniéndose  al  frente  de  aquél  Ba- 
kounin  y  al  de  éste  Cari  Marx ,  división  mas  aparente 
que  real ,  por  cuanto  repetimos  que  las  aspiraciones  de 
los  unos  y  de  los  otros  son  perfectamente  iguales  ;  todos 
tienden  á  la  emancipación,  por  más  que  son  diferentes  los 
caminos  que  siguen  para  obtenerla.  Esta  división  efec- 
tuóse entre  nuestros  obreros  de  igual  modo  que  en  el 
resto  de  las  naciones  :  los  que  opinaban  que  era  prefe- 
rible seguir  las  indicaciones  de  Cari  Marx,  pubUcaron 
un  manifiesto-programa,  con  fecha  2  de  Mayo  de  1879,  en 
el  que  resumen  las  aspiraciones  del  nuevo  partido  en 
los  siguientes  términos  : 


134  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


«  Aspiraciones.— I  .^  La  posesión  del  poder  político 
para  la  clase  trabajadora. 

»  2  ."^  La  transformación  de  la  propiedad  individual 
ó  corporativa  de  los  instrumentos  del  trabajo  en  pro- 
piedad común  de  la  sociedad  entera.  Entendemos  por 
instrumentos  de  trabajo  la  tierra,  las  minas,  los  trans- 
portes, las  fábricas,  máquinas,  capital-moneda ,  etc.,  etc. 

»3.^  La  organización  de  la  sociedad  sobre  la  base 
de  la  federación  económica ;  el  usufructo  de  los  instru- 
mentos del  trabajo  por  las  colectividades  obreras ,  ga- 
rantizando á  todos  sus  mieínbros  el  producto  total  de  su 
trabajo,  y  la  enseñanza  integral  á  los  individuos  de 
ambos  sexos  en  todos  los  grados  de  la  ciencia,  de  la  in- 
dustria y  de  las  artes. 

»En  suma:  el  ideal  del  partido  socialista  es  la  rí?m- 
pleta  emancipación  de  la  clase  trabajadora.  Es  áecvc'.la 
abolición  de  todas  las  clases  sociales,  y  su  conversión 
en  una  sola  de  trabajadores  libres  é  iguales,  honrados 
é  inteligentes. 

»E1  partido  socialista  considera  como  medios  inmedia- 
tos para  realizar  su  aspiración  los  siguientes: 

» LIBERTADES  Y  DERECHOS  INDIVIDUALES. 

^Derechos  de  asociación. — De  reunión. — De  petición. 
— De  manifestación. — De  coalición.— Libertad  de  la  pren- 
sa.— Sufragio  universal. — Seguridad  individual. — Invio- 
labilidad de  la  correspondencia  y  del  domicilio. — Aboli- 
ción de  la  pena  de  muerte.— Un  solo  código.— Justicia 
gratuita.— Jurado  para  toda  clase  de  delitos.— Servicio 
militar  obligatorio.— Milicia  popular. 


LA   CUESTIÓN    SOCIAL.  l}^ 


^REFORMAS  ADMINISTRATIVAS  Y  ECONÓMICAS. 

» Reducción  de  Jas  horas  del  trabajo. — Prohibición  del 
trabajo  de  los  niños  en  las  condiciones  que  hoy  se  veri- 
fica.— Prohibición  del  trabajo  de  las  mujeres  cuando  éste 
sea  poco  higiénico  ó  contrario  á  las  buenas  costumbres.— 
Leyes  protectoras  de  la  vida  y  de  la  salud  de  los  traba- 
jadores.— Creación  de  comisiones  de  vigilancia  elegidas 
por  los  obreros,  para  inspeccionar  las  habitaciones  en 
que  éstos  viven ,  las  minas ,  fábricas ,  talleres  y  demás 
centros  de  producción. — Protección  á  las  cajas  de  so- 
corros, y  pensiones  á  los  inválidos  del  trabajo. — Regla- 
mentación del  trabajo  de  las  prisiones.— Creación  de  es- 
cuelas profesionales  y  de  primera  y  segunda  enseñanza 
gratuita  y  laica. — Reforma  de  las  leyes  de  inquihnato  y 
desahucio ,  y  de  todas  aquellas  que  tiendan  á  lesionar  los 
intereses  de  la  clase  trabajadora.— Adquisición  por  el  Es- 
tado de  todos  los  medios  de  transporte  y  circulación ,  así 
como  de  las  minas ,  bosques,  etc.,  etc.,  y  concesión  del 
trabajo  de  estas  propiedades  á  las  asociaciones  obreras 
constituidas  ó  que  se  constituyan  al  efecto.— Supresión 
del  presupuesto  del  clero  y  confiscación  de  sus  bienes. 

»Y  todas  aquellas  reformas  que  el  partido  socialista 
acuerde,  según  las  necesidades  de  los  tiempos.» 

Por  el  contrario ,  los  anarquistas ,  que  también  lanza- 
ron su  manifiesto  á  los  vientos  de  la  publicidad,  el  que 
sentimos  no  tener  á  la  vista  para  extractar  su  contenido, 
como  lo  hemos  hecho  con  el  de  los  socialistas ,  entendie- 
ron que  lo  práctico ,  lo  natural  y  lo  lógico  que  el  trabaja- 
dor debía  hacer  para  obtener  la  completa  realización  de 
sus  aspiraciones,  era  emprender  el  camino  más  corto,  la 
línea  recta  ;  es  decir  :  la  revolución  social ,  sin  éntrete- 


136  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


nerse  en  otra  cosa  que  en  preparar  la  fuerza  para  reali- 
zarla, y,  por  lo  tanto,  no  solamente  debía  apartarse  de 
todo  movimiento  político,  dado  que  todos  los  partidos  y 
escuelas  eran  completamente  contrarias  á  su  aspiración, 
sino  que,  además,  debía  aprovechar  cualesquiera  movi- 
miento que  se  efectuase  para  destruir  todo  lo  existente, 
reconociendo  como  buenos  para  realizar  estos  propósitos 
cuantos  medios  tuviera  á  su  alcance  ,  y  sobre  las  ruinas 
de  esta  sociedad  constituir  otra  con  la  base  de,  al  hom- 
bre, lo  que  produzca;  á  los  niños,  á  los  ancianos  y  á  los 
inutilizados,  lo  que  necesiten;  siempre  entendiéndose  que 
se  cuenta ,  tanto  en  la  una  como  en  la  otra  fracción ,  con 
la  desaparición  de  las  naciones  actualmente  constituidas, 
las  que  serán  reemplazadas  por  asociaciones  de  artes  y 
oficios. 

Se  ve,  pues,  como  antes  decíamos,  que  el  punto  obje- 
tivo de  los  trabajadores  es  uno  mismo ,  y  que  sólo  hay 
diferencia  en  los  medios  que  creen  más  conducentes  y  á 
propósito  para  conseguir  lo  más  pronto  posible  el  fin  que 
persiguen. 

Preciso  es ,  sin  embargo ,  fijar  la  atención  en  la  dife- 
rencia esencial  que  hay  entre  estos  dos  sistemas ,  puesto 
que  por  sí  sola  encierra  puntos  de  extremada  gravedad. 
Los  unos  optan  por  vivir  la  vida  legal,  podríamos  llamar, 
la  guerra  pacífica ,  la  evolución  ;  al  par  que  los  otros  optan 
por  la  guerra  sin  cuartel,  por  la  lucha  de  exterminio.  Los 
primeros  son  francos  y  sinceros ,  dicen  dónde  van ,  y  de- 
claran estar  dispuestos  á  aprovecharse  de  todos  cuantos 
medios  legales  encuentren  á  su  alcance ,  y  declaran  asi- 
mismo que  si  éstos  son  de  tal  índole  que  les  permitan  re- 
correr el  camino  que  piensan  andar  sin  obstáculos  que 
coarten  su  libertad,  están  dispuestos  á  hacerlo  tranquila 
y  pacíficamente.  Transformarán  la  sociedad  sin  trastornos 


LA   CUESTIÓN   SOCIAL.  1 37 


y  siii  conmociones  de  ninguna  clase,  y,  en  vez  del  actual, 
plantearán  un  sistema  de  gobierno  más  en  armonía  con 
la  justicia. 

Por  el  contrario,  los  anarquistas  empiezan  por  enga- 
ñarse á  sí  propios  ;  proclaman  la  desaparición  de  todo 
gobierno,  por  considerarle  contrario  y  perjudicial  ala 
libertad  del  hombre,  y  se  organizan  bajo  el  régimen  fede- 
rativo. Niegan  intervención  al  Estado,  y  crean  para  su 
servicio  particular  un  comité  central  ^  al  que  invisten  de 
atribuciones  relativamente  omnímodas.  Piden  la  aboli- 
ción del  capital,  y  fomentan  entre  sí  las  cajas  de  resisten- 
cia ;  es  decir  :  practican  la  mayoría  de  los  actos  que 
abraza  el  programa  del  partido  socialista  obrero  ,  pero 
incurren  en  el  censurable  error  de  no  dar  importancia  á 
la  forma  de  gobierno,  menospreciando ,  por  tanto,  la  ma- 
yor ó  menor  integridad  de  los  derechos  individuales  y  la 
mayor  ó  menor  libertad  en  su  ejercicio  que  distingue  las 
unas  de  las  otras;  puntos  que,  según  nuestro  juicio,  es 
donde  estriba  su  error. 

Parece ,  á  primera  vista ,  que  estas  diferencias  naci- 
das al  fraccionamiento  del  partido  obrero ,  habían  de  ser 
un  obstáculo  que  había  de  dar  al  traste  con  la  idea  que 
prosiguen,  pero  sin  que  neguemos  por  nuestra  parte  que 
esto  ,  unido  á  la  persecución  de  que  han  sido  objeto  los 
socialistas  por  los  gobiernos  de  algunas  naciones ,  pueda 
haber  retardado  algo  el  movimiento ,  lo  indudable  es  que 
éste  ha  seguido  su  marcha  progresiva ;  que  han  seguido 
celebrándose  con  toda  regularidad  los  congresos  univer- 
sales de  trabajadores;  que  sus  órganos  en  la  prensa  han 
ido  aumentando  de  año  en  año ,  y  que  de  año  en  año  tam- 
bién ha  crecido  el  número  de  los  asociados. 

Mas  lo  que  es  digno  de  fijar  la  atención  de  todos  es  la 
constancia  con  que  los  de  la  una  y  la  otra  fracción  han 


138  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


concurrido  á  estos  congresos ,  á  sostener  hasta  con  en- 
carnizamiento su  credo  de  procedimientos ,  sin  que  esto 
haya  sido  óbice  para  que  todos  estén  de  perfecto  acuerdo 
en  cuantas  medidas  de  carácter  general  se  han  tomado. 
Hay  también  otro  punto  que  no  debemos  pasar  des- 
apercibido ,  y  es  el  poco  éxito  alcanzado  por  la  fracción 
que  se  separó  del  Congreso  de  Ginebra  para  formar  la 
liga  de  la  Paz,  sociedad  que,  á  pesar  de  haber  tomado 
también  carácter  internacional,  y  haber  constituido  co- 
mités en  todas  las  capitales  de  Europa,  por  lo  menos,  y 
haber  celebrado  varios  congresos  después  de  su  consti- 
tución ,  3^  de  contar  en  su  seno  los  hombres  más  eminen- 
tes de  todas  las  naciones,  ha  muerto  por  consunción,  ó, 
por  lo  menos,  nada  hace  que  demuestre  su  existencia, 
prueba  evidente  de  quenada  representaba,  pues  es  sabido 
que  idea  que  encierra  algún  problema  social  de  impor- 
tancia no  muere  hasta  que  lo  realiza. 


ÍI. 


Hechas  las  anteriores  observaciones,  entremos  de 
lleno  en  la  cuestión  de  actuaUdad ,  y  empecemos  por  re- 
conocer los  grandes  progresos  realizados  por  el  socia- 
lismo obrero. 

•  Dos  hechos  trascendentales  tenemos  á  la  vista :  el  con- 
greso obrero  celebrado  en  París  durante  la  Exposición 
universal  del  pasado  año,  y  las  elecciones  verificadas 
últimamente  en  Alemania. 

Por  el  primero  vemos  de  una  manera  indudable  los 
grados  de  perfeccionamiento  á  que  ha  llegado  la  organi- 
zación de  la  clase  trabajadora,  y  el  aumento  considera- 


LA    CUESTIÓN    SOCIAL.  1 39 


ble  que  ésta  ha  tenido  en  el  número  de  sus  afiliados,  y  la 
puntualidad  con  que  éstos  cumplen  los  acuerdos  que  en 
sus  congresos  se  toman. 

Cuando  la  prensa  de  todos  los  países  dio  la  noticia  de 
que  el  congreso  obrero  de  París  había  acordado  la  cele- 
bración de  una  huelga  general  para  el  i.°  de  Mayo  de  1890, 
y  que  en  esta  huelga  se  pidiera  la  jornada  de  ocho  horas, 
la  mayoría  de  los  que  estas  noticias  leyeron  se  encogie- 
ron de  hombros,  creyendo  cuando  más  que  se  trataba  de 
una  broma :  ¿quién  había  de  ser  tan  poderoso  que  hiciera 
moverse,  como  los  fantoches  de  un  teatro  Guiñol,  nada 
menos  que  á  todos  los  obreros  de  Europa?  Eso  no  podía 
pasar  de  un  sueño  irrealizable,  y  quien  más  aferrado  es- 
tuvo á  esta  idea ,  y  por  tanto  la  miraron  con  mayor  des- 
dén, fueron  los  gobiernos;  y,  sin  embargo,  la  huelga  se 
ha  efectuado ,  y  la  petición  ha  sido  unánime  é  imponente, 
precisamente  por  el  carácter  pacífico  que  en  ella  ha  do- 
minado. 

Cuando  la  prensa  socialista  de  Alemania  decía  en  sus 
columnas  que  la  persecución  de  que  su  partido  era  obje- 
to ,  en  vez  de  mermar  hacía  crecer  más  y  más  el  número 
de  sus  adeptos,  y  que  esto  lo  demostrarían  en  las  prime- 
ras elecciones  generales  para  diputados  que  tuvieran 
lugar,  todos  pensaban  que  esto  era  una  baladronada  de 
los  obreros,  á  los  que  se  consideraban  sujetos  por  la  férrea 
mano  del  Canciller ;  y,  sin  embargo ,  los  obreros  alemanes 
han  cumplido  su  palabra ,  y  han  sorprendido  al  mundo 
mandando  treinta  y  cinco  diputados  al  Parlamento. 

¿Qué  significación  tienen  estos  dos  actos?  ¿Cuáles  son 
las  consecuencias  que  pueden  tener,  y  la  influencia  que 
pueden  ejercer  sobre  la  organización  actual  de  la  so- 
ciedad? 

No  queremos  ser  pesimistas,  y  vamos  á  poner  los  he- 


140  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


chos  en  el  justo  medio.  Supongamos  que  la  inmensa  ma- 
yoría de  los  obreros  que  han  asistido  á  la  manifestación 
del  i.°  de  Mayo  no  están  afiliados  ni  al  partido  socialista 
obrero ,  ni  mucho  menos  al  partido  anarquista ;  conceda- 
mos más  todavía,  demos  por  hecho  que  esa  inmensa  ma- 
yoría desconoce  las  doctrinas  socialistas ;  que  si  sabe  por 
oídas  que  se  trata  de  su  emancipación,  ignora  por  com- 
pleto los  medios  que  han  de  emplearse  para  conseguirlo, 
y  aun  después  de  haber  hecho  estas  concesiones,  se  nos 
presenta  á  la  vista  un  problema  digno  de  ser  estudiado 
con  el  mayor  detenimiento,  por  encerrar  su  solución  uno 
de  esos  acontecimientos  que  forman  época  en  la  historia. 
Aun  concediendo  en  los  manifestantes  las  condiciones 
que  dejamos  dichas,  cosas  dudosas  por  cierto,  dada  la 
fidelidad  con  que  han  sido  cumpUdos  en  todas  partes  los 
acuerdos  tomados  en  el  congreso  obrero  de  París,  no  pue- 
de negarse  la  trascendencia  de  los  sucesos ,  y  mucho  me- 
nos si  se  atiende  á  los  discursos  pronunciados  en  todos  los 
países  durante  la  manifestación  ,  que  están  por  cierto  en 
perfecto  acuerdo  con  las  doctrinas  vertidas  en  aquel 
congreso.  No  venimos  por  el  acto  que  hoy  realizamos, 
han  dicho  los  obreros ,  en  la  creencia  que  hemos  de  obte- 
ner lo  que  solicitamos,  por  cuanto,  aunque  todos  los 
gobiernos  estuviesen  dispuestos  á  atender  nuestras  jus- 
tas reclamaciones ,  se  verían  imposibihtados  de  hacer- 
lo ,  porque  el  asentimiento  á  nuestra  demanda  ,  signifi- 
caría tanto  como  reconocer  la  injusticia  que  preside 
en  la  actual  organización  social ,  y  eso ,   no  somos  tan 
inocentes  que  pensemos  esté  dispuesto  á  hacerlo  ningún 
gobierno.  Sabemos  de  antemano  que   ninguna  ventaja 
hemos  de  conseguir ,  que  nuestro  estado  ha  de  continuar 
después  de  la  manifestación  tan  precario  como  es  antes 
de  celebrarla;  así,  pues,  lo  único  que  nos  proponemos  es 


LA    CUESTIÓN    SOCIAL.  I4I 


demostrar  ante  la  faz  de  mundo  que  somos  los  más  y  que 
tenemos  una  organización  con  la  cual  el  día  que  entenda- 
mos es  llegada  labora,  cambiaremos  por  completo  el 
orden  de  cosas  establecido. 

Nuestros  propósitos  hoy  por  hoy,  han  dicho,  se  con- 
cretan á  demostrar  que  si  no  hemos  llegado  á  la  mayor 
edad,  á  la  edad  de  podernos  gobernar  á  nosotros  mismos, 
estamos  muy  cercanos  de  ella,  y  la  mejor  prueba  que  de 
esto  podemos  dar  á  las  clases  privilegiadas  es  que ,  siendo 
los  más  y  pudiendo  imponer  nuestro  derecho  por  la  fuerza, 
optamos  por  hacer  una  manifestación  pacífica ,  y  lo  hace- 
mos por  mero  amor  á  la  humanidad,  por  espíritu  de 
fraternidad.  Si  hoy  provocásemos  la  lucha,  con  ella  fa- 
voreceríamos los  intereses  de  nuestros  enemigos ,  y  una 
vez  más  nos  destrozaríamos  proletarios  contra  proleta- 
rios, pues  sabemos  de  sobra  que  la  inmensa  masa  de 
hombres  que  forman  los  ejércitos  son  hijos  del  trabajo, 
infortunados  como  nosotros,  que,  debido  á  su  ignorancia, 
sacrifican  sus  vidas  por  defender  intereses  que  no  son  sus 
intereses,  leyes  que  están  hechas  expresamente  en  su 
perjuicio ,  y  como  sabemos  esto,  preferimos  el  mal  menor, 
que  es  continuar  en  el  estado  que  nos  encontramos  por 
algún  tiempo  más,  por  el  suficiente  para  llevar  la  instruc- 
ción y  con  ella  el  convencimiento  al  ánimo  de  todos  nues- 
tros hermanos ,  y  cuando  lo  hayamos  conseguido ,  enton- 
ces ,  y  sólo  entonces ,  será  cuando  haremos  la  revolución 
social ,  conformándonos  mientras  este  día  llega ,  con  ob- 
tener el  mayor  número  de  ventajas  que  podamos ,  con  ir 
estrechando  el  círculo  de  hierro  en  que  hoy  ya  tenemos 
encerradas  á  las  clases  privilegiadas. 

Y  ya  supondréis ,  siguen  diciendo ,  que  no  es  una  mera 
utopía  lo  que  decimos,  y  mucho  menos  una  vana  amena- 
za para  que  cedáis  á  nuestras  pretensiones.  Nos  hemos 


142  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


organizado  y  propagado  nuestras  ideas ,  á  pesar  de  todas 
vuestras  leyes  coercitivas ;  hemos  dado  solución  al  arduo 
problema  que  vosotros  no  habéis  podido  resolver,  puesto 
que,  como  veis,  nosotros,  haciendo  desaparecer  las  fron- 
teras, formamos  una  sola  nacionalidad,  y  cuando  esto  he- 
mos hecho  en  un  período  de  tiempo  relativamente  corto 
y  siendo  una  parte  insignificante  del  número  que  suma 
la  clase  proletaria,  los  que  en  esta  obra  hemos  tomado 
parte ,  figuraos  lo  que  podemos  hacer  de  hoy  en  adelan- 
te con  las  imponentes  masas  que  ante  vuestra  vista  he- 
mos presentado  el  i.""  de  Mayo. 

Pero  hay  más  que  todo  esto:  hasta  hoy,  sólo  contába- 
mos y  teníamos  que  atenernos  á  nuestros  propios  elemen- 
tos ;  de  hoy  más ,  contamos  con  vuestro  poderoso  con- 
curso, prestado  inconscientemente,  lo  reconocemos,  pero 
que  no  por  tener  este  carácter  ha  de  sernos  menos  pro- 
vechoso. 

Tenaz  y  constante  ha  sido  la  propaganda  efectuada 
por  los  trabajadores,  como  queda  demostrado  en  el  trans- 
curso de  este  artículo ,  pero  aun  así  y  todo ,  hay  que  re- 
conocer que  llevan  sobrada  razón  al  afirmar  que  aquélla 
no  ha  sido  tan  eficaz  y  valiosa  como  la  que,  desde  que  se 
efectuó  la  manifestación  del  i.°  de  Mayo,  vienen  prestán- 
doles sus  enemigos.  No  hay  un  solo  periódico  en  toda  la 
Europa  que  no  haya  destinado  un  buen  espacio  en  sus 
columnas  á  tratar  las  cuestiones  obreras ,  y  la  inmensa 
mayoría  de  ellos  han  convenido  en  que  las  reclamaciones 
que  estos  hacen  son  justas,  y  deben,  por  lo  tanto,  ser 
atendidas.  Los  parlamentos ,  igual  que  los  gobiernos  de 
todas  las  naciones ,  siguiendo  el  camino  señalado  por  la 
prensa,  hánse  ocupado  y  hasta  preocupado  de  la  cuestión 
social,  reconociendo  de  igual  modo  que  los  trabajadores 
tienen  la  razón  de  su  parte ,  y  hoy  no  hay  nación  donde  el 


LA    CUESTIÓN    SOCIAL.  1 43 


gobierno  no  trabaje  con  decidido  empeño  buscando  me- 
dios para  atender  á  aquellas  reclamaciones. 

Por  ninguna  parte  se  habla  de  otra  cosa  más  que  de  la 
cuestión  obrera ;  las  discusiones  son  apasionadas  por  los 
que  sostienen  el  pro  y  el  contra ,  así  como  son  unánimes 
los  plácemes  por  la  conducta ,  durante  las  huelgas  de 
Mayo,  observada  por  ellos,  y  esto  precisamente  hace 
más  propaganda  en  favor  de  los  intereses  del  trabajador, 
y  propaganda  mucho  más  eficaz  y  provechosa  que  toda  la 
hecha  por  sus  apóstoles  durante  tantos  años  ;  así,  pues, 
hay  forzosamente  que  reconocer  que  ,  no  solamente 
saben  lo  que  se  dicen,  sino  que  además  obran  más  cons- 
cientemente que  lo  que  pudiera  presumirse. 


III. 


Queda ,  pues ,  planteada  la  cuestión  social  de  una  ma- 
nera clara  y  definida ,  desde  que ,  mal  que  nos  pese ,  la  lu- 
cha no  reviste  ya  el  carácter  de  las  antiguas  luchas  polí- 
ticas ,  sino  la  guerra  de  clase ,  la  lucha  de  pobres  contra 
ricos,  de  desheredados  contra  privilegiados.  Los  traba- 
jadores, persuadidos  que  los  derechos  políticos  por  sisólos 
no  bastan  para  conseguir  el  mejoramientojde  su  condi- 
ción actual ;  convencidos  que  las  garantías  que  estos  de- 
rechos les  conceden  no  les  reintegran  en  su  personaHdad, 
no  les  hacen  iguales  á  los  demás  hombres;  convencidos 
asimismo  de  que  ellos,  que  son  los  que  producen,  los  que 
gastan  su  vida  en  el  trabajo  diario,  se  encuentran  llenos 
de  privaciones,  sumidos  en  la  miseria,  mientras  que  los 
que  nada  útil  hacen  disfrutan  de  toda  clase  de  comodi- 
dades ,  declaran  ante  la  faz  del  mundo  que^no  están  dis- 


144  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


puestos  á  tolerar  por  más  tiempo  estado  de  cosas  tan 
contrario  á  la  razón  y  á  la  justicia. 

Á  los  gobiernos,  á  la  sociedad  en  general,  correspon- 
de encauzar  el  movimiento ,  ya  que  evitarlo  es  de  todo 
punto  imposible,  y  por  consecuencia,  de  ellos  depende 
que  este  revista  el  carácter  de  pacífica  y  ordenada  evo- 
lución ó  de  violenta  y  sangrienta  lucha ;  de  que  predomi- 
nen las  ideas  del  partido  socialista  obrero ,  ó ,  por  el  con- 
trario ,  la  de  los  anarquistas ,  cuya  dirección ,  según  dice 
el  corresponsal  que  en  Roma  tiene  un  ilustrado  periódico 
de  esta  corte,  está  encomendada  á  los  Jesuítas,  afirma- 
ción que  entendemos  carece  por  completo  de  fundamen- 
to, y  que,  por  consiguiente,  no  puede  concedérsele  otro 
valor  que  el  de  un  ardid  encaminado  á  proporcionarse  el 
auxilio  de  la  clase  trabajadora,  para  con  su  refuerzo  po- 
der inclinar  en  su  favor  la  balanza  de  la  victoria,  en  la 
lucha  que  la  Compañía  de  Jesús  y  el  clero  tienen  hace 
tiempo  entablada,  por  obtener  la  supremacía  en  los  asun- 
tos del  Vaticano. 


Blas  Cobeño, 


REVISTA  ULTRAMARINA 


Costa- Rica  ,  Nicaragua  y  Panamá  en  el  siglo  XVI ,  su  historia  y  sus  limites, 
documentos  y  notas,  por  D.  Manuel  María  de  Peralta. — Costa-Rica  y 
Colombia  de  i  lyj  ^  á  1881  ,  su  jurisdicción  y  sus  limites  territoriales,  por 
el  mismo. — Dos  volúmenes  en  4.° 


NO  sin  razón  ponderan  los  americanistas  el  emi- 
nente servicio  que  á  la  historia  han  hecho  las 
contiendas  de  límites  suscitadas  entre  los  pue- 
blos americanos  al  declararse  independientes  de  España 
en  el  primer  tercio  de  este  siglo,  porque  poniendo  á 
prueba  el  discurso  de  los  Gobiernos  y  de  los  hombres  más 
inteligentes  de  los  respectivos  Estados ,  á  porfía  han  pro- 
ducido estudios ,  investigaciones  y  obras  históricas  con 
que  hoy  la  verdad  y  la  ciencia  de  los  Tácitos  y  Livios 
inesperadamente  se  engalanan.  Demás  de  esto,  y  perdó- 
nesenos tan  ya  enojosa  insistencia  en  nuestro  punto  de 
vista  patriótico ,  que  nunca  abjuraremos  aunque  nuestras 
revistas  de  La  España  Moderna  carezcan  de  variedad  y 
picante  atractivo  para  los  lectores  vulgares  ;  demás  de 
esto,  la  necesidad  de  compulsar  documentos  y  diplomas, 
esclarecer  datos,  puntualizar  fechas  y  toda  la  balumba 
de  operaciones  materiales  é  intelectuales  que  la  historia 


146  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


de  suyo  pide,  ha  puesto  á  los  hombres  más  eminentes  de 
América  en  la  necesidad  de  recurrir  á  las  fuentes  espa- 
ñolas, como  cepa  y  madre  común  de  sus  jóvenes  Repú- 
blicas, á  cuya  aproximación  y  contacto  han  podido  ver 
clarísimamente  que  no  fué  España  para  ellos  en  tiempo 
alguno  tan  madrastra  y  aborrecible  como  los  escritores 
extranjeros  en  odio  á  nuestra  grandeza  se  la  pintaron, 
desvaneciéndose  así  muchas  preocupaciones,  extinguién- 
dose muchos  resentimientos ,  y,  lo  que  es  más  inaprecia- 
ble todavía ,  aproximándonos  así  unos  y  otros  á  la 
posesión  de  la  verdad  y  á  formarnos  cabal  idea  de  nues- 
tro valer  respectivo  y  nuestros  mutuos  deberes  para  lo 
porvenir.  La  ponderada  intolerancia  de  nuestros  Institu- 
tos religiosos,  la  supuesta  tiranía  de  nuestros  Monarcas, 
y  toda  aquella  política  que  se  creía  exclusivamente  fun- 
dada en  el  sórdido  interés  y  en  el  fanatismo,  se  van  viendo 
ya  á  otra  luz,  de  la  cual  brota  una  filosofía  serena  y  ele- 
vada más  digna  de  pueblos  en  plena  madurez. 

Discutíase  poco  ha  en  un  círculo  de  personas  ilustra- 
das este  punto  del  renacimiento  de  la  fraternidad  hispano- 
americana, y  como  acontece  en  toda  ocasión  en  que  se 
discute  sin  plan  preconcebido ,  ni  otro  amor  ni  interés 
que  el  de  la  verdad,  lo  contrario  exactamente  de  lo  que 
ocurre  en  los  Parlamentos ,  donde  vanidad  y  medro  polí- 
tico son  las  principales  fuentes  de  inspiración,  á  fin  de 
acabar  pronto  y  bien  y  claro,  sintetizaba  cada  uno  su  pen- 
samiento en  la  más  breve  forma  posible  y  más  compren- 
siva. Quién  atribuía  á  tal  ó  cuál  política,  á  tal  ó  cuál 
hombre  de  Estado  el  bonancible  cariz  que  hoy  presenta 
el  horizonte  hispano-americano  ;  quién  á  tal  ó  cuál  su- 
ceso de  la  historia  contemporánea,  quien,  en  fin,  aló- 
gicas evoluciones  del  espíritu  de  los  pueblos  amaestrados 
por  la  desgracia,  cuyas  veces  hace  la  revolución  en  la 


REVISTA    ULTRAMARINA.  1 47 


historia,  pues  no  hay,  en  efecto,  castigo  que  más  enseñe, 
ni  escarmiento  que  menos  se  olvide  que  las  guerras  ci- 
viles ,  y  en  ellas  ha  sido  fecundísimo  el  siglo  actual,  prin- 
cipalmente para  España  y  América  ;  pero  nosotros ,  sin 
negar  á  todos  esos  elementos  su  grandísima  eficacia,  sos- 
teníamos que  á  los  poetas  y  á  los  historiadores ,  así  na- 
cionales como  extranjeros ,  se  debe  principalmente  esa 
benéfica  restauración,  y  que  hayan  perdido  los  senti- 
mientos en  que  unos  y  otros  nos  inspirábamos  aquella 
ferocidad  y  aquella  irreconciliable  intransigencia  que 
tanta  parte  fueron  en  la  destrucción  de  nuestro  glorioso 
Imperio  ultramarino.  En  Simancas  y  en  el  Archivo  de 
Indias  se  han  dado ,  en  nuestro  concepto ,  el  ósculo  de  paz 
los  dos  hermanos  á  quien  una  política  más  desgraciada 
que  mala  había  desunido ;  así  como  Quintana  y  Espron- 
ceda  entre  los  muertos ,  Zorrilla ,  Núñez  de  Arce  y  Cam- 
poamor  entre  los  poetas  vivos ,  han  hecho  retoñar  entre 
ellos  la  amorosa  fraternidad. 

Para  un  americano  como  Paz  Soldán  que  en  nuestros 
archivos  aprenda  á  robustecer,  y,  por  decirlo  así,  lega- 
lizar las  preocupaciones  contra  España,  hay  ciento  á 
quien  se  imponen  de  tal  suerte  la  imparciahdad  y  la  jus- 
ticia, que  está  muy  cerca  de  convertirse  en  verdadero 
amor  á  España  la  antigua  repulsión  que  antes  sentían. 
Merece  entre  éstos  un  lugar  muy  prominente  el  señor 
D.  Manuel  María  de  Peralta,  enviado  extraordinario  y 
ministro  plenipotenciario  de  Costa-Rica  y  del  Salvador  en 
esta  corte,  y  por  añadidura  correspondiente  de  nuestras 
reales  Academias  Española  y  de  la  Historia,  títulos  que 
en  manera  alguna  debemos  omitir,  por  lo  mucho  que  han 
contribuido  ambas  corporaciones ,  en  particular  la  pri- 
mera, con  su  ilustrada  propaganda,  á  restaurar  en  Amé- 
rica el  patrio  espíritu,  como  lo  prueba  el  hecho  de  ante- 


148  LA    ESPAÑA    MODERNA. 

poner  hoy  los  escritores  americanos ,  incluso  el  que  en 
esta  ocasión  nos  ocupa,  su  título  de  correspondiente  á  to- 
dos los  demás  que  gozan  de  aquí  y  de  allá.  Y  cuenta  que 
el  Sr.  Peralta  nos  tiene  pocos,  ni  de  escaso  valer  y  reso- 
nancia. El  cual  ha  completado  el  encargo  que  le  confió 
su  país  hace  dos  lustros,  y  que  ya  le  inspirara  en  1883  su 
excelente  Hbro  Costa-Rica,  Nicaragua  y  Panamá  en 
el  siglo  XVI,  según  los  documentos  del  Archivo  de  In- 
dias de  Sevilla,  del  de  Simancas ,  etc.,  con  otro,  impreso 
también  gallardamente  en  Madrid  por  Manuel  Ginés  Her- 
nández más  recientemente ,  y  que  lleva  por  título  Costa- 
Rica  y  Colombia  de  i573  á  188 1 ,  su  jurisdicción  y  sus 
limites  territoriales,  según  los  documentos  inéditos  del 
Archivo  de  Indias  de  Sevilla  y  otras  autoridades ,  re- 
cogidos y  publicados  con  notas  y  aclaraciones  históri- 
cas y  geográficas. 

Aunque  ambos  libros  obedecen  á  un  mismo  plan,  que 
es  hacer  frente  á  la  cuestión  de  límites  á  Costa-Rica  sus- 
citada por  los  Estados  Unidos  de  Colombia  y  por  el  de 
Nicaragua,  cuestión  que,  en  último  término,  fué  someti- 
da al  arbitraje  de  nuestro  malogrado  Don  Alfonso  XII, 
ofrece  el  primero  tan  alto  interés  histórico  que,  á  pesar 
de  la  fecha  de  su  publicación,  un  tanto  remota,  ha  de 
ocupar  hoy  nuestra  atención  preferentemente ,  máxime 
siendo  este  estudio  necesario  para  apreciar  la  valía  del 
segundo  volumen  y  de  la  riquísima  colección  de  docu- 
mentos, tan  útil  á  España  como  á  la  Historia  Universal, 
que  forman  el  tejido  de  uno  y  otro. 

La  introducción  que  al  primero  puso  el  Sr.  Peralta  es 
un  clarísimo  resumen  del  objeto  de  ambos ,  y  en  ella  se 
inspiró  el  difunto  Sr.  Ruiz  Gómez,  en  Noviembre  de  1883, 
para  expedir  el  día  22  el  notabilísimo  decreto  que  prepa- 
raba el  arbitraje  de  Don  Alfonso. 


REVISTA    ULTRAMARINA.  149 


Éste,  con  S.  M.  el  Rey  de  los  belgas,  habían  sido,  al 
efecto,  designados  por  el  artículo  s-""  de  1^  Convención, 
hecha  en  San  José  por  los  representantes  de  Costa-Rica 
y  Colombia  en  25  de  Diciembre  de  1880,  documento  nota- 
ble de  fraternidad  y  prudencia  que  honra  á  la  civilización 
americana,  cuyo  artículo  y.""  establecía  prácticamente  el 
nuevo  derecho  internacional  que  las  naciones  de  Europa 
inculcan  y  predican ;  pero  en  el  fondo  no  lo  profesan.  Helo 
aquí : 

«Si  desgraciadamente  ninguno  de  los  arbitros  nombra- 
»dos  pudiese  prestar  á  las  altas  partes  contratantes  el 
«eminente  servicio  de  admitir  el  cometido,  ellas,  de 
»común  acuerdo,  harán  nuevos  nombramientos,  y  así  su- 
»cesivamente  hasta  que  alguno  tenga  efecto ,  porque  está 
^convenido,  y  aquí  formalmente  se  estipula,  que  la  cues- 
»tión  de  límites  y  la  designación  de  una  línea  divisoria 
•entre  los  territorios  limítrofes  de  Costa-Rica  y  Colombia 
ajamas  se  decidan  por  otro  medio  que  el  civilizado  y 
y> humanitario  del  arbitraje ,  conservándose  entretanto 
»el  statu  quo  convenido.» 

Renunciada  la  elección  por  S.  M.  belga  y  por  nuestro 
Soberano,  con  mil  amores  aceptada,  la  muerte  se  inter- 
puso en  su  camino ,  suscitando  una  duda  interesante  de 
derecho  político ,  que  los  Estados  pleitistas  resolvieron 
en  un  anexo  al  tratado  de  1880,  declarando  que  no  enten- 
dían haber  elegido  por  arbitro  á  Don  Alfonso  de  Borbón, 
sino  á  S.  M.  el  Rey  de  España,  por  cuya  declaración  ha 
recaído  el  honroso  encargo  en  S.  M.  Don  Alfonso  XIII,  y 
en  su  nombre ,  y  durante  su  minoría ,  en  la  Reina  gober- 
nadora. De  aquí  la  intervención  del  ministerio  español  en 
el  asunto,  y  los  trámites  administrativos  que  está  corrien- 
do ,  cuya  lentitud  censuran  muchos  y  nosotros  nos  Hmi- 
tamos  á  indicar. 


50  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


Después  de  una  ligera  descripción  de  la  América  Cen- 
tral «puente  gigantesco  levantado  entre  los  Océanos  At- 
»lántico  y  Pacífico  para  unir  los  grandes  continentes  del 
»Norte  y  del  Sur  del  Nuevo  Mundo»,  traza  el  Sr.  Peralta 
este  cuadro ,  en  que  llama  agradablemente  la  atención  la 
justicia  que  á  nuestros  pasados  Reyes  se  hace ,  más  lison- 
jera y  significativa  para  nosotros  que  la  que  tributa  en 
el  otro  libro  á  Don  Alfonso  XII  y  pudiera  parecer  intere- 
sada ('). 

« Su  ístmica  estructura ,  que  se  acentúa  más  y  más  á 
«medida  que  se  desciende  hacia  el  Sudeste,  termina  en  Pa- 
»namá  y  el  Darién,  donde  se  estrecha  tanto,  que  forma 
»el  bien  conocido  istmo  de  Panamá,  destinado  á  realizar, 
» gracias  á  la  perseverante  energía  de  un  hombre  de  genio 
»y  de  un  siglo  audaz,  el  sueño  de  su  descubridor  que  en 
»vano  buscó  aquí  el  Estrecho,  aunque  llegó  á  la  boca  del 
»río  Chagres,  que  será  la  del  futuro  canal.  Mr.  de  Lesseps 
«completará,  pues,  la  obra  de  Colón. 

»Los  países  del  istmo  son  por  excelencia  Panamá, 
»Costa-Rica  y  Nicaragua.  Aquí  no  uno,  sino  muchos  ist- 
»mos  han  sugerido  á  los  españoles  proyectos  de  canali- 
»zación  desde  los  primeros  años  del  descubrimiento  (*). 

(  1 )  Aunque  el  libro  de  Costa-Rica  y  Colombia  lleva  la  fecha  de  1886, 
indudablemente  se  escribió  é  imprimió  antes  de  morir  S.  M.  el  Rey,  á 
fines  del  mes  penúltimo  de  1885. 

(2)  Sobre  este  interesantísimo  asunto  ,  que  tanto  afecta  á  nuestro 
patriotismo  como  enaltece  la  previsión  é  inteligencia  de  nuestros  mayo- 
res, ha  escrito  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada  una  luminosa  Memoria 
que  lleva  por  título:  Noticias  viejas  acerca  del  Canal  de  Panamá.  También 
D.  Justo  Zaragoza,  en  el  Boletín  de  la  Suciedad  Geográfica  de  Madrid ,  pu- 
blicó en  188  [  una  serie  de  artículos  importantes  enumerando  los  Canales 
interoceánicos  que  han  imaginado  los  españoles  antes  que  Mr.  de  Lesseps. 
Los  posteriores  al  siglo  xvii  han  sido  á  su  vez  analizados  por  el  vizconde 
H.  de  Bizemont  en  su  opúsculo,  L'Amériqíie  céntrale  et  le  ^anal  de  Panamá. 

El  de  más  actualidad,  como  ahora  se  dice,  es  el  trabajo  del  Sr.  Espa- 
da, que,  dando  por  fracasado  el  proyecto  del  Gran  Francés,  cree  aban- 
donado ó  poco  menos  el  canal  de  Panamá,  sustituyéndole  el  de  Nicara- 
gua, predilecto   de  los   españoles  y  objeto  de  afanes    tales  por  nuestra 


REVISTA    ULTRAMARINA.  1^1 


»Los  primeros  exploradores  de  Nicaragua  creyeron  que 
» entre  el  mar  del  Sur,  el  golfo  de  Nicoya  y  el  lago  de 
«Nicaragua  se  hallaba  un  estrecho  que  llamaron  el  Es- 
^trecho  dudoso,  denominación  que  desapareció  tan  pron- 
»to  como  los  oficiales  de  Pedradas  Dávila  se  convencie- 
»ron  de  que  entre  el  lago  y  el  Océano  Pacífico  no  había 
»tal  pasaje,  y  que  la  Mar  didce  de  Gil  González  Dávila 
»no  era  sino  mediterránea ,  aunque  se  vaciaba  en  el  At- 
»lántico  por  el  Desaguadero ,  6  río  de  San  Juan  de  Nica- 
fragua.  Las  ventajas  del  clima,  del  suelo  fértil  y  llano, 
»de  la  población  numerosa  y  sumisa  y  de  la  gran  proxi- 
»midad  del  mar  y  del  lago,  movieron  á  los  primeros  con- 
»quistadores  de  Nicaragua,  que  también  lo  fueron  de 
» Panamá,  á  supHcar  á  Carlos  V  que  se  abandonase  el 
«tránsito  de  Nombre  de  Dios  á  Panamá ,  que  calificaban 
»de  sepidtura  de  vivos,  por  el  de  Nicaragua;  mas  estos 
•deseos,  periódicamente  reproducidos,  no  se  realizaron 
»jamás,  d  pesar  de  que  los  reyes  de  España,  y  en  par- 
T^ticular  el  solícito  Felipe  II,  dieron  más  de  una  vez  la 
» orden  de  explorar  aquel  país,  con  el  objeto  de  hallar  una 
» fácil  comunicación  terrestre  ó  marítima.  La  mayor  es- 
»trechez  del  istmo  de  Panamá  impuso  la  preferencia  que 

parte,  que  ellos  solos  bastan  á  enaltecer  nuestra  dominación  en  América 
sin  que  nadie  nos  dispute  el  cetro  de  la  civilización  latina.  A  este  fin  enu- 
mera y  analiza  los  proyectos  ó  indicaciones  hechas  á  los  reyes  de  España 
y  Consejo  de  Indias  por  Gil  González  Dávila  en  1522,  Diego  López  de 
Salcedo  en  1527,  Gaspar  de  Espinosa  en  1533,  Rodrigo  de  Contreras 
en  1536,  Martín  de  Esquivel  en  1544,  el  obispo  de  Nicaragua  en  el  año 
siguiente,  el  licenciado  Vclázqui;z  Ramírez  en  1597,  el  de  Diego  de  Mer- 
cado, que  es  ya  un  proyecto  en  regla  y  con  carácter  bastante  científico, 
y,  finalmente,  otro  de  la  misma  ó  mayor  importancia  ideado  por  un 
aventurero  extremeño,  de  peregrina  historia  en  Indias,  D.  Pedro  Mexía 
de  Ovando,  proyecto  que  yace  oculto  en  un  abultado  manuscrito  suyo 
que  existe  en  nuestra  Biblioteca  Nacional  con  el  título  de  Memorial  prác- 
tico de  bs  cosas  memor ableos  que  los  Reyes  de  España  y  Consejo  Supremo  y  Real 
de  Indias  han  proveído  para  el  gobierno  político  del  Nuevo  Mundo.  Como  se  ve, 
nuestros  descubridores  no  iban  sólo  á  las  Indias  sedientos  de  oro,  sino  de 
progreso  y  civilización. 


152  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


»se  dio  á  éste,  corroborada  al  cabo  de  trescientos  sesen- 
»ta  años  por  la  elección  que  de  él  se  ha  hecho  para  la 
^excavación  del  canal  interoceánico.» 

Agregaremos  de  pasada  á  este  párrafo ,  y  como  única 
y  breve  síntesis  que  el  hallarse  el  asunto  siib  judice  nos 
permite  hacer  de  la  cuestión  de  límites ,  este  otro  que  en 
la  introducción  al  libro  de  Costa-Rica  y  Colombia  hace 
muestra  de  la  claridad  y  gallardía  con  que  expone  el  señor 
Peralta  su  tesis  fundamental: 

«Aunque  la  cuestión  de  límites  entre  Costa-Rica  y 
» Colombia  es  el  asunto  principal  de  este  libro,  los  docu- 
» mentos  que  ahora  se  publican  no  se  refieren  exclusiva- 
»  mente  á  ella ;  sirven  también  para  elucidar  la  cuestión 
»de  la  misma  índole  con  Nicaragua,  y  contribuyen  al  co- 
»  nocimiento  de  la  historia  general  del  país ,  y  en  particu- 
»lar  de  las  numerosas  tentativas  de  colonización  por  los 
» gobernadores  de  Costa-Rica  en  los  territorrios  de  Ta- 
» lamanca  y  Boruca  durante  los  dos  últimos  siglos.  Eli- 
*  minadas  las  pretensiones  de  Colombia  á  la  costa  de  Mos- 
» quitos ,  por  carecer  absolutamente  de  fundamento  legal, 
» estos  territorios  de  Talamanca  y  Boruca ,  de  que  for- 
» man  parte  la  bahía  del  Almirante ,  la  laguna  de  Chiri- 
» qui ,  el  golfo  Dulce  y  la  comarca  intermedia  invadida 
»por  Colombia ,  son  el  verdadero  objeto  de  la  cuestión  de 
» límite ,  y  sobre  la  posesión  y  señorío  de  parte  de  ellos 
» versará  la  decisión  arbitral  á  que  está  sometida.» 

La  primera  que  dilucida  el  Sr.  Peralta  en  el  otro  li- 
bro, se  refiere  á  una  región  que  ya  produjo  contiendas 
entre  los  primeros  pobladores ,  pues  mientras  Pedrarias 
Dávila  pretendía  extender  su  dominación  hasta  las  pla- 
yas de  Guaymura  y  el  puerto  de  Trujillo,  López  de  Sal- 
cedo se  creyó  con  derecho  á  la  gobernación  de  Nicara- 
gua ,  cuestiones  que  con  más  ó  menos  analogía  se  repro- 


REVISTA    ULTRAMARINA.  I  53 


dujeron  Centre  el  mismo  Pedradas  y  sus  gobernadores 
colindantes  Pedro  de  Alvarado  y  Pedro  de  los  Ríos ,  deci- 
diéndose por  cédula  de  6  de  Setiembre  de  1521 ,  en  térmi- 
nos doblemente  confusos  hoy  por  las  mudanzas  que  la 
nomenclatura  geográfica  ha  sufrido.  Baste  decir  que, 
según  la  demarcación  hecha  por  Pedrarias  Dávila,  y 
confirmada  por  cédula  de  1529,  aunque  la  cree  el  Sr.  Pe- 
ralta errónea  y  exagerada,  Nicaragua,  si  se  extendió  por 
el  Sur  hasta  el  golfo  de  P'onseca,  fué  por  las  costas  sep- 
tentrionales mermada  en  tiempo  de  Carlos  V,  que  las  ad- 
judicó á  la  gobernación  de  Honduras  y  al  señorío  nueva- 
mente creado  de  Veragua,  no  teniendo,  por  consiguiente, 
Nicaragua  «saHda  propia  al  mar  del  Norte,  sino  cuando  se 
» descubrió  la  navegabiHdad  del  Desaguadero  en  1539,  y 
» no  ejerció  jurisdición  sobre  las  costas  septentrionales  del 
» Desaguadero  hasta  el  cabo  de  Gracias  á  Dios ,  sino  pa- 
»sado  el  siglo  xvi».  Esas  costas  son  las  llamadas  de  Mos- 
quitos. 

Demás  de  ofrecernos  escaso  interés  el  Htigio  territo- 
rial americano  para  la  historia  misma,  lo  perdería  total- 
mente si  fuese  definitivo  el  fracaso  de  las  obras  del  ca- 
nal de  Panamá,  como  creen  muchos ,  fundados  en  razo- 
nes que  no  se  reducen  todas  á  la  oposición  que  le  hacen 
algunas  Repúblicas  americanas  inducidas  por  los  Estados 
Unidos, sino  que  principalmente  consisten  en  la  caUdad  de 
la  tierra  en  mucha  parte ,  sepultura  de  vivos,  según  de- 
cían nuestros  pasados ,  que  es  dificultad  fundamental ,  en- 
gendradora  y  madre  de  otras  muchas,  y  hace  muy  aven- 
turado para  el  capital  y  la  especulación  lo  que  la  ciencia 
del  ingeniero  cree  asequible  ,  y  fecundo  en  ganancias  fa- 
bulosas la  mente  del  arbitrista.  Cuando  en  el  banquete 
inaugural  de  las  obras  se  vio  á  Mr.  de  Lesseps ,  hom- 
bre de  salud  robusta,  pero  tan  anciano  que  en  las  tablas  de 


154  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


probabilidad  tiene  contados  sus  días ,  asegurar  brindando 
la  copa  á  una  hija  suya  allí  presente,  niña  de  escasos  dos 
lustros,  que  en  semejante  día  del  año  1892,  aquella  misma 
niña,  ya  mujer,  abriría  las  exclusas  del  canal  que  ha  de 
unir  las  aguas  del  golfo  de  Panamá  con  las  del  mar 
Caribe,  los  hombres  que  miran  al  cielo  y  dan  á  la  Provi- 
dencia su  parte  imprescindible  en  todas  las  cosas  huma- 
nas, miraron  á  su  vez  á  aquel  viejo  y  á  aquella  niña, 
dudando  ya  de  que  sean  ellos  los  que  presencien  el  primer 
beso  de  los  dos  mares,  si  llegan  á  dárselo,  que  también 
les  pareció  desde  entonces  muy  dudoso  por  tales  vías. 
Parece  extraño  que  un  francés  que  cree  á  puño  cerrado, 
como  el  antiguo  cónsul  de  Barcelona  ,  en  la  fatahdad  del 
martes  y  del  número  1 3,  no  considerara  que  todos  los  pla- 
nos de  la  ingeniería  y  las  más  sabias  combinaciones  del 
capitalismo  financiero  pueden,  como  nube  de  verano,  des- 
vanecerse por  amanecer  un  aciago  martes  ó  coincidir  en 
conjunción  fatal  trece  malévolas  circunstancias  de  Bolsa 
y  agiotaje,  que  es  en  puridad  lo  que  ha  sucedido.  Hasta 
los  idólatras  de  los  bosques  más  selváticos  se  encomien- 
dan á  sus  ídolos  cuando  van  á  acometer  una  difícil  em- 
presa ,  y  el  anciano  ingeniero  francés ,  ni  para  su  [cabeza 
ni  para  la  de  su  hija  pedía  la  bendición  á  deidad  alguna. 
Quien  tal  hizo  que  tal  pague. 

No  obraba  así,  por  cierto,  Gil  González  Dávila,  pri- 
mer personaje  histórico  que  encabeza  la  interesante  co- 
lección de  documentos  publicada  por  el  Sr.  Peralta,  antes 
dando  «lores  á  Nuestro  Señor  y  su  gloriosa  Madre»,  á 
par  que  saludos  y  cortesías  á  la  Cesárea  majestad  de  Car- 
los V,  noticiábale  desde  la  Isla  Española,  en  6  de  Marzo 
de  1 5  24 ,  la  expedición  interesantísima  que  por  su  mandado 
acababa  de  hacer  á  Nicaragua,  documento  de  los  más 
hermosos  que  forman  el  tejido  de  nuestra  hermosísima 


REVISTA    ULTRAMARINA.  I  55 


historia  indiana.  El  Sr.  Peralta  puede  estar  satisfecho  de 
haberlo  desenterrado  del  archivo  sevillano,  no  sólo  por- 
que es  un  verdadero  padrón  de  la  bravura,  sufrimiento  y 
elevada  política  de  aquellos  hombres  de  quien  todos  ve- 
nimos, calificados  por  Gil  González  con  un  rasgo  sublime 
de  gentecilla ,  aunque  en  los  ánimos  más  que  gente ,  sino 
porque  resume  y  sintetiza  por  admirable  modo  el  espíritu 
de  los  primeros  pobladores ,  tan  ajustado  á  los  sentimien- 
tos de  la  humanidad  y  á  las  leyes  de  Indias  (que  no  son, 
en  resumen,  otra  cosa  que  aquellos  mismos  sentimientos 
expresados  por  Isabel  la  Catóhca  en  sus  conocidas  cláu- 
sulas testamentarias  ,  fuente  admirable  de  derecho  cris- 
tiano, por  ningún  país  ni  en  tiempo  alguno  aventajada), 
que  fué  precisa  toda  la  presión  del  protestantismo  intole- 
rante y  del  odio  envidioso  de  los  soberanos  del  Norte 
para  convertir  al  gobierno  de  Felipe  II,  en  lo  que  ellos 
mismos  llamaron  azote  del  Mediodía  con  exageración  no- 
toria. Véanse  á  este  respecto  los  siguientes  párrafos  de 
la  carta  de  relación  de  Gil  González  : 

«....dexo  tornados  christianos  xxxii  mili  y  tantas  áni- 
»mas,  asi  mesmo  de  su  voluntad  y  pidiéndolo  ellos,  y 
» quedan  andadas  por  mar  desde  la  dicha  Panamá,  de  do 
»partimos,  dcl  leguas  al  Poniente,  y  en  este  comedio 
»quedan  descubiertas  por  tierra,  que  yo  anduve  á  pie, 
»cxxim  leguas,  en  las  cuales  descubrí  grandes  pueblos  y 
»cosas.»  Y  más  adelante  repite  esta  idea  en  términos  más 
categóricos  y  expresivos,  con  ocasión  de  su  entrevista 
con  el  famoso  cacique  Nicaragua ,  que  dio  nombre  des- 
pués á  aquel  territorio:  <^....bino  á  querer  ser  christia- 
»nos  él  y  todos  sus  indios  y  mujeres ,  con  que  se  baptiza- 
»ron  en  un  día  9,017  ánimas  chicas  y  grandes ,  y  con  tanta 
» voluntad  y  tanta  atención ,  que  digo  verdad  á  vuestra  ma- 
»jestad  que  vi  llorar  á  algunos  compañeros  de  devoción, 


156  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


»y  diziendo  los  primeros  á  ellos  y  á  ellas  aparte,  como 
»Dios  es  testigo,  que  este  Dios  que  hizo  todas  las  cosas 
*no  quiere  que  nadie  se  torne  cristiano  contra  su  volnn- 
*tad.»  Y  todavía  más  adelante,  cuando  resume  y  enca- 
rece sus  servicios,  exclama  vanaglorioso:  «A  ningún 
»capitán  de  los  que  á  estas  partes  han  pasado  no  ha  hecho 
»Dios  tanto  favor  como  á  mí,  lo  cual  todo  creo  ha  manado 
»de  la  buena  ventura  de  vuestra  majestad,  porque  cinco 
»ó  seys  cosas  señaladas  que  me  han  acaescido  nunca  nin- 
»guno  gozó  de  ellas  como  yo  ;  la  primera  que  nunca  nin- 
»guno  descubrió  tantas  leguas  á  pie  por  tierra  nueba  como 
»yo  y  con  tan  poca  gente  ;  la  segunda,  que  nunca  ninguno 
»tornó  tantos  christianos,  porque  se  baptizaron  xxxii  mili 
»y  tantos  pidiéndolo  ellos.,.. ->>  Nunca  omite  esta  circuns- 
tancia, tanto  más  singular  y  loable  en  aquellos  tiempos, 
cuanto  que  distingue  en  los  nuestros  la  tolerancia  con 
el  ajeno  culto,  con  otra  distinción  no  menos  loable,  á 
saber  :  que  espontáneamente  lo  hacíamos  nosotros  por 
virtud  y  caridad,  mientras  los  modernos  lo  hacen  por 
miedo  á  los  gobiernos  protestantes,  principalmente  á 
Inglaterra  y  sus  Sociedades  bíblicas,  y  como  predicado 
de  la  indiferencia  religiosa. 

Á  este  compás  y  tono  trata  Gil  González  las  demás 
cuestiones  de  la  colonización ,  que  no  hallarían  tilde  que 
ponerle  los  filántropos  de  nuestro  tiempo,  los  cuales  ven 
en  todo  español  un  monstruo  de  intolerancia ,  porque  cie- 
rran los  ojos  á  las  verdaderas  monstruosidades  que  en 
sus  días  se  cometen  por  mucho  menor  pretexto  que  el  re- 
ligioso ,  y  la  necesidad  de  la  defensa  que  á  nosotros  se 
nos  imponía ,  necesidad  que  es  de  ley  natural ,  contra  los 
indios  y  los  filibusteros  allá ,  contra  los  protestantes  y  los 
envidiosos  en  Europa.  ¿Qué  es  lo  que  hoy  distingue  la 
política  universal  con  los  pueblos  ultramarinos?  Ya  lo 


REVISTA    ULTRAMARINA.  I  57 


estamos  viendo.  ¿Niéganse  á  comerciar,  v.  gr.?,  pues  lo 
han  de  hacer  á  la  fuerza,  y  si  no,  se  les  bombardean  sus 
ciudades ,  como  aconteció  á  la  China  y  al  Japón ,  sin  que 
se  recuerde  lo  que  ahora  mismo  está  ocurriendo  en  África, 
porque  casi  todo  nuestro  artículo  anterior  estuvo  consa- 
grado á  las  fechorías  de  los  civilizadores  ingleses  y  ale- 
manes. No  nos  cansaremos,  pues,  de  protestar  de  las 
injustas  acusaciones  de  intolerancia  y  barbarie  que  no  se 
cansan  á  su  vez  de  lanzarnos  pueblos  á  toda  luz  más  bár- 
baros é  intolerantes  que  nosotros,  y  que  han  tardado 
tres  largos  siglos  en  adquirir  un  ligero  barniz  de  cultura, 
tomado  seguramente  de  los  sobrantes  y  desperdicios  que 
nosotros  le  dimos  al  mundo,  pues  se  ve  bien  claro,  que 
hombres  como  Gil  González ,  que  no  pasaron  de  medianías 
entre  nuestros  conquistadores ,  estuvieron  ya  en  el  si- 
glo XVI  á  la  altura  que  hoy  no  alcanzan  los  Stanley  ni  los 
Emin  Bey.  Que  no  todos  los  nuestros  fueron  humanos, 
desinteresados  ni  prudentes ,  con  decir  que  eran  hombres 
está  dicho;  pues  ¿en  qué  tiempo  no  ha  corrompido  la 
carne  á  la  naturaleza?  Pero  no  se  nos  dé  á  los  malos  por 
prototipo  español ,  ni  con  sensiblerías  inverosímiles  que 
ningún  pueblo  ha  tenido  ni  tiene  (pues  aun  la  individual 
del  mismo  P.  Las  Casas  ,  que  tantos  disgustos  y  afrentas 
nos  ha  causado ,  ha  de  parecerle  un  mucho  teatral  y  afec- 
tada á  quien  con  atención  la  estudie) ,  se  pretenda  seguir 
oscureciendo  glorias  que ,  no  ya  para  una  nación ,  para  un 
mundo  entero  serían  bastantes. 

Tras  este  documento  publica  elSr.  Peralta  otros,  que 
si  menos  interés  histórico ,  despertarán  mayor  curiosidad 
en  los  lectores.  La  erección  del  ducado  de  Veragua  en 
1534  se  halla  en  este  caso,  así  por  la  notoriedad  de  la  fa- 
milia de  los  Colones,  á  quien  se  favoreció  con  él,  como 
por  la  que  hoy  goza  de  ministro  de  Fomento,  el  poseedor 


158  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


de  este  título ,  que  fué  muy  pronto ,  como  es  hoy ,  pura- 
mente nominal.  Entre  Panamá  y  Costa-Rica,  en  lo  más 
estrecho  del  istmo,  y  tocando  al  golfo  de  aquel  nombre, 
tenía  Castilla  del  Oro  un  territorio  extenso ,  mal  recono- 
cido y  nunca  poblado ,  que  después  tomó  el  nombre  de 
provincia  de  Veragua.  Extendíase  primero  desde  la  punta 
Caxinas,  ó  cabo  de  Honduras,  hasta  el  golfo  de  Urabá, 
abarcando  todas  las  costas  descubiertas  por  Colón  en  su 
cuarto  viaje.  En  1534  la  redujo  Carlos  V  á  menores  lími- 
tes ,  estipulando  su  población  con  Fehpe  Gutiérrez ,  de  la 
cual  todavía  cercenó  en  1537  un  gran  pedazo  de  veinti- 
cinco leguas  para  erigirlo  en  ducado  á  favor  de  D.  Luis 
Colón,  como  transacción  del  pleito  que  desde  1 508  seguía 
con  la  corona  D.  Diego  Colón,  hijo  y  heredero  del  Almi- 
rante. En  su  demarcación  estaba  comprendida  la  bahía 
de  Cerabaro  ó  Zorobaró,  hoy  del  Almirante,  por  haber 
fondeado  en  ella  Colón,  y  una  islita  muy  bella  que  se 
llama  bahía  del  Almirante  (')•  La  dificultad  de  explotar 
tan  extenso  territorio  aconsejó  á  los  Colones  permutarlo 
por  una  renta  perpetua  de  11,000  ducados,  que  hoy  la- 
mentarán seguramente ,  máxime  si  el  canal  de  Panamá 
arribara  á  su  realización  ,  cuando  lean ,  por  ejemplo ,  en 
este  libro  la  notable  Relación  de  Nicaragua  que  el  licen- 
ciado Castañeda  envió  al  Emperador  en  30  de  Marzo  de 
1529,  donde  vemos  que  « Castilla  del  Oro  es  muy  rica, 
»  porque  tiene  las  minas  e  syerras  cerca  de  Panamá ».  Tan 

(i)  El  P.  Sobreviela  ,  misionero  de  Ocopa ,  en  su  Descripción  histó- 
rico geográfica  de  la  América  Meridional ,  publicada  por  el  Sr.  Peralta  en  el 
segundo  de  sus  libros  que  venimos  examinando  ,  dice  que  Colón  ,  al  des- 
cubrir la  actual  ciudad  de  Santiago  en  1503  c(dió  el  nombre  de  Verdes 
» Aguas  al  río  llamado  de  Veragua  por  el  color  verde  de  sus  ondas  ,  de 
» donde  se  derivó  el  nombre  de  Veragua  á  toda  la  provincia». 

D.  Fernando  Colón  ,  en  su  Vida  del  Almirante  ,  dice  que  el  nombre 
Veragua  ó  Beragua  era  el  que  le  daban  los  indios  ,  etimología  á  toda  luz 
inverosímil. 


REVISTA    ULTRAMARINA.  I  59 


clara  previsión  de  los  futuros  cambios  del  mundo  hará 
sentir  ciertamente  á  los  Colones  honda  pena  de  aquel 
trueco,  que  voluntariamente  los  desposeyó  del  riñon  más 
rico  de  tal  emporio. 

La  población  de  Panamá  y  su  conquista  da  á  conocer, 
en  1539,  á  un  hombre  interesante,  que  pasa  por  América 
como  un  relámpago.  El  obispo  de  Panamá,  Fr.  Tomás  de 
Berlanga,  á  nombre  de  la  virreina  doña  María  de  Toledo, 
madre  tutora  de  D.  Luis  Colón,  capituló  dicha  empresa 
con  Hernán  Sánchez  de  Badajoz,  quizá  paisano  suyo,  el 
cual  estaba  casado  en  Panamá  con  una  hija  del  Dr.  Ro- 
bles, oidor  de  aquella  Audiencia.  Ni  los  documentos  del 
Sr.  Peralta,  inagotables  en  noticias,  ni  la  Historia  de 
Costa-Rica  durante  la  dominación  española,  por  Don 
León  Fernández  ,  libro  también  excelentísimo  ,   publi- 
cado en  Madrid  el  año  último,  y  en  el  cual  nos  ocupare- 
mos oportunamente,  nos  expHcan  el  que  parece  extraño 
atrevimiento   y   aun    delito  de  usurpación  de    atribu- 
ciones, cometido  por  el  Oidor,  contratando  con  su  yerno 
la  población  y  conquista  del  resto  del  territorio  de  Ve- 
ragua. Verosímilmente  el  doctor  sería  el  decano  de  la 
Audiencia,  y  haría  veces  en  tal  concepto  del  presidente 
gobernador.  El  Sr.  P'enrándeZjque  escribe  su  historia  á  la 
manera  fihpina  ,  guardando  el  orden  cronológico  por  go- 
bernadores ó  capitanes  generales  ,  que  es  por  cierto  ma- 
nera desairada  y  hace  libros  de  insufrible  monotonía, 
únicamente  expresa  que  Robles  «se  creyó  autorizado  para 
«celebrar  el  asiento»;  ni  tampoco  aclara  el  punto  el  capitán 
Alonso  Cabero,  en  las  quejas  que  dio  contra  el  Dr.  Robles 
por  sus  tiránicos  procedimientos  para  favorecer  á  Hernán 
Sánchez  en  esta  empresa.  Ello  fué  que  el  Rey  desaprobó 
lo  hecho  por  el  Oidor,  y  dando  en  1 540  nueva  forma  á  la 
gobernación  y  régimen  de  la  tierra  ,  la  llamó  Nueva  Car- 


6o  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


tago,  que  es  en  la  «Costa-Rica,  provincia  riquísima»,  se- 
gún la  describe  Jerónimo  Benzoni  en  su  Historia  del 
Mondo  Niiovo  (Venetia,  1572);  pero  al  propio  tiempo, 
«terribilísimo  país  (que)  de  ningún  modo  se  podía  con- 
»quistar  por  estar  lleno  de  asperísimos  bosques  y  de  cru- 
»delísimas  montañas....  (donde),  no  solamente  no  se  podía 
»andar  á  caballo,  sino  que  en  muchos  lugares  aun  los 
«hombres  con  gran  dificultad  apenas  podían  andar  á  pie, 
»y....  todos  los  capitanes  que  habían  entrado  en  aquellos 
»países,  entremuertos  de  hambre  é matados  por  los  in- 
»dios,  habían  perdido  allí  casi  todos  los  españoles  que 
» llevaban.» 

Peor  le  avino  á  Hernán  Sánchez  todavía ,  que  sobre 
mirar  desaprobada  su  empresa  por  la  corte  y  puesto  en 
su  lugar  Diego  Gutiérrez ,  saHó  furioso  contra  él  Rodrigo 
de  Contreras,  gobernador  de  Nicaragua,  pretendiendo 
caer  dentro  de  su  jurisdicción  la  Costa-Rica.  Hernán 
Sánchez,  que  ya  la  iba  señoreando  y  haciendo  en  ella 
poblaciones,  entre  ellas  una  ciudad  de  Badajoz,  que  duró 
poco,  fué  procesado  y  remitido  á  España  cargado  de  gri- 
llos, donde  por  Mayo  de  1 541  ó  42,  se  hallaba  en  la  cárcel 
de  corte,  clamando  á  los  cielos  y  al  Rey,  que  Rodrigo  de 
Contreras  le  había  «tomado  todo  el  oro  y  plata,  bienes  y 
«esclavos  y  caballos  que  tenía,  que  todo  ello  vale  más  de 
» 15,000  castellanos....  quedándose  con  los  dichos  bie- 
»nes....» ,  que  por  supuesto  el  Rey  mandó  devolver,  aun- 
que no  consta  que  fuese  obedecido.  Aquí  se  pierde  el 
rastro  de  tal  hombre ,  que  probablemente  murió  en  la 
cárcel,  habiendo  sido  el  primero  que  llevó  la  luz  de  la 
civilización  á  comarca  tan  selvática,  y  era  de  aquella 
hermosa  cepa  de  los  Sánchez  de  Badajoz,  que  produjo  á 
García,  uno  de  los  poetas  mayores  de  España. 

De  muchos  de  los  restantes  documentos  que  contiene 


REVISTA    ULTRAMARINA.  l6l 


el  libro  del  Sr.  Peralta,  podríamos  sacar  tan  substancio- 
sos y  ejemplares  capítulos  como  los  que  acaban  de  leerse, 
pues  son  todos  ellos  de  gran  valer,  así  para  la  geografía, 
como  para  la  historia  de  la  colonización ,  la  cual  anduvo 
tan  trabajosa  y  lenta  por  aquellas  partes,  á  causa  de  la 
fragosidad  de  las  sierras  (sin  contar  su  insania),  y  lo  in- 
dómito de  las  razas  indígenas ,  que  materialmente  asisti- 
mos con  este  libro  á  una  como  elaboración  geológica  por 
capas  y  mantillos  con  sangre  heroica  amasados.  Todavía 
en  1565  tenía  indeterminadas  las  jurisdicciones  y  fronte- 
ras provinciales ,  según  descubre  la  Instrucción  dada  á 
Juan  Vázquez  de  Coronado  para  el  buen  gobierno  de 
Costa-Rica ,  donde  se  lee,  no  sin  extrañeza,  que  se  había 
«tenido  noticia  que  entre  la  dicha  provincia  de  Nicaragua, 
»y  la  de  Honduras  y  el  Desaguadero  de  Nicaragua,  á  la 
»parte  de  las  ciudades  del  Nombre  de  Dios  y  Panamá, 
•entre  la  mar  del  Sur  y  la  del  Norte,  estaba  la  dicha  pro- 
»vincia  de  Costa-Rica».  Semejantes  vicisitudes  y  altera- 
ciones territoriales  alcanzan  su  período  máximo  en  el 
último  de  nuestra  dominación,  merced,  primero,  á  la 
creación  del  virreynato  de  Nueva  Granada ,  y  luego  á  la 
Real  orden  de  30  de  Noviembre  de  1803,  que  segregó  de 
la  Audiencia  de  Guatemala  las  costas  de  Mosquitos,  desde 
el  cabo  de  Gracias  á  Dios  hasta  el  río  de  Chagres ,  para 
agregarlos  á  aquel  virreynato ;  disposición  que  aunque  de 
carácter  puramente  militar,  inspirada  por  la  guerra  con 
los  ingleses  que  se  habían  apoderado  de  aquellas  costas 
en  1782,  si  bien  convinieron  en  abandonarlas  por  el  trata- 
do de  Versalles  del  año  siguiente ,  fueron  causa  del  litigio 
actual,  y  de  que  reclame  Colombia  la  costa  de  Mosquitos 
como  de  su  dominio  y  propiedad ,   mientras  pretende 
Nicaragua  los  territorios  de  Talamanca  y  Boruca.  Puntos 
son  todos  estos  que  el  Hbro  del  Sr.  Peralta  ilustra  y  es- 

II 


102  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


clarece  con  documentos  de  absoluta  autenticidad,  proce- 
dentes de  nuestros  Archivos ,  tan  caudalosos  como  céle- 
bres en  el  mundo  sabio,  documentos  compulsados  y  cer- 
tificados por  las  autoridades  para  ello  competentes,  y  aun 
con  notas  de  su  pluma  que ,  si  las  más  veces  son  aclara- 
torias de  las  cuestiones  puramente  geográficas ,  otras  se 
refieren  á  los  personajes  y  sucesos  que  van  formando  la 
escena  de  tan  vasta  é  interesante  acción ;  perfiles  que  á  la 
real  importancia  del  libro  añaden  quilates  de  agrado  y 
aun  deleite  en  su  lectura. 

El  otro ,  que  se  refiere  al  pleito  de  Nicaragua ,  es  aún 
mas  perfecto  en  su  forma  externa ,  ya  por  haber  adqui- 
rido el  Sr.  Peralta  más  práctica  y  estilo  de  moderno  his- 
toriador, ya  por  tener  la  materia  mejor  conocida  y  seño- 
reada. Adórnalo  con  dos  índices ,  uno  geográfico  y  otro 
alfabético ,  tan  notable  el  primero  y  erudito  como  útil  el 
segundo,  que  si  el  hbro  de  Colombia  los  tuviera  iguales, 
facilitaría  su  manejo  extraordinariamente,  poniendo  gran 
claridad  allí  donde  produce  alguna  confusión,  sin  seme- 
jante buscapié  y  ayuda,  la  analogía  de  hechos  y  frases  de 
que  suelen  abundar  escritos  que  se  refieren  á  un  mismo 
asunto,  de  hombres  por  un  mismo  espíritu  animados. 
Cierto  que  el  índice  geográfico  del  libro  de  Colombia  es 
aplicable  como  ilustración  y  aun  fuente  de  conocimiento 
al  de  Nicaragua  y  Panamá,  con  muy  escasas  variantes; 
pero  no  lo  es  como  guía  para  ahorrar  trabajo  al  lector,  ha- 
biéndose podido ,  con  muy  poco ,  hacerlo  extensivo  á  los 
dos  libros,  toda  vez  que  ellos  forman,  por  decirlo  así,  un 
solo  cuerpo.  Sin  más  que  distinguir  en  el  índice  lo  que  se 
halla  en  el  libro  de  Colombia  de  lo  que  al  de  Nicaragua 
se  refiere,  hubiera  sido  doblemente  útil  é  interesante. 

Citaremos,  para  concluir,  entre  los  más  curiosos  ó  úti- 
les documentos  que  el  Sr.  Peralta  ha  incluido  en  él,  la 


REVISTA    ULTRAMARINA.  1 63 


Relación  de  la  descripción  y  calidades  de  la  provincia 
de  Costa-Rica,  enviada  á  Felipe  III,  por  Fr.  Agustín  de 
Ceballos;  la  Nueva  descripción  de  Costa-Rica,  por  fray 
Juan  de  Matamoros ;  los  Informes  de  Fr.  Francisco  de 
San  José  sobre  las  reducciones  de  lalamanca  y  los  in- 
dios chanquenes;  el  trazado  del  Camino  real  de  Pana- 
má para  Costa-Rica,  y  otros  muchos  semejantes. 

Brillan  también  ambos  libros  por  la  claridad  y  pureza 
del  estilo ,  que  carece  de  los  americanismos  y  revesamien- 
tos  de  que  suele  abundar  la  literatura  americana ,  quizá 
por  el  largo  tiempo  de  residencia  que  lleva  el  Sr.  Peralta 
entre  nosotros,  y  por  su  asidua  cooperación  á  los  trabajos 
de  nuestras  primeras  corporaciones  literarias ,  donde  es 
tan  justamente  apreciado.  Apresurémonos  á  decir  que 
este  progreso  en  el  estilo  y  en  la  pureza  de  la  dicción,  va 
siendo  tan  visible  en  los  escritores  americanos ,  que  mu- 
chos de  los  nuestros  tendrán  que  envidiarlos  á  la  postre. 

La  república  de  Costa-Rica  y  el  Salvador  pueden 
felicitarse  de  la  representación  que  tienen  en  Madrid, 
y  que  así  da  alta  idea  de  sus  políticos  y  funcionarios, 
como  produce  obras  que  así  contribuyen  al  esplendor  de 
nuestra  historia  y  al  esclarecimiento  de  cuestiones  in- 
teresantes en  que  el  voto  del  Sr.  Peralta  ha  de  pesar 
mucho.  Cuando  el  Consejo  de  Estado  informe  al  Gobierno 
y  éste  pronuncie  su  fallo  arbitral ,  traeremos  á  la  memo- 
ria de  los  lectores,  si  Dios  nos  lo  permite  alargándonos 
la  vida,  las  tesis  fundamentales  que  se  deducen  de  los  do- 
cumentos por  el  Sr.  Peralta  publicados ,  que,  hoy  por  pru- 
dencia y  respeto  á  la  cosa  subjudice,  sólo  debemos  in- 
dicar. 


V.  Barrantes. 


EL   VULGO 


SONETO. 

A   un  poeta  del  otro   mundo. 

Existe,  como  Dios  ,  en  todas  partes, 
Adulado  del  mismo  á  quien  ofende ; 
Juzga  de  todo  aunque  de  nada  entiende , 
Ciencia,  virtud,  progreso,  industria  y  artes. 

Por  más  que  de  su  atmósfera  te  apartes , 
Te  envolverá  en  su  red  si  lo  pretende ; 
No  aplaude  al  sabio,  pero  admite  al  duende ; 
Niega  la  fe ,  pero  le  asusta  el  martes. 

Remora  de  la  humana  inteligencia  , 
Cuando  ídolos  no  forja,  los  desgasta. 
Ya  por  estupidez ,  ya  por  demencia ; 

Tuvo  siglos  atrás  muy  buena  pasta  ; 
Hoy,  uniendo  la  astucia  á  la  violencia. 
Víbora  muerde ,  y  elefante  aplasta. 

Manuel  del  Palacio. 


Sección  Extranjera. 


LA  CENTENARIA 


SALÍ  esta  mañana  de  mi  casa  á  eso  de  las  doce.  Tenía 
yo  bastante  que  hacer,  y  estaba  algo  retrasada  en 
el  trabajo.  He  aquí  que  á  la  puerta  de  una  casa  en- 
cuentro una  mujer  vieja,  muy  vieja,  decrépita,  que  se  apo- 
ya en  un  bastón.  Adivinar  su  edad  era  de  todo  en  todo 
imposible.  Hallábase  sentada  cerca  de  la  puerta  cochera, 
en  el  banco  del  portero.  Estaba  descansando.  Yo  necesi- 
taba entrar  en  otra  casa  que  distaba  pocos  pasos  de  aqué- 
lla. Entré  efectivamente,  y  al  salir,  vuelvo  á  encontrar 
á  mi  vieja,  sentada  ahora  en  el  banco  del  portero  de  esta 
casa.  Me  miró,  le  dirigí  una  sonrisa,  y  entré  en  una  za- 
patería donde  debía  yo  tomar  calzado  para  mi  hija.  Cua- 
tro ó  cinco  minutos  después,  en  la  explanada  Newski, 
torno  á  ver  á  mi  vieja  á  la  puerta  de  una  tercera  casa  y 
sentada  esta  vez,  á  falta  de  banco,  en  un  guarda-cantón 
próximo  á  la  puerta.  Me  detengo  casi  á  pesar  mío  delante 
de  ella,  pensando:  «¿Porqué  se  sentará  así  delante  de 
todas  las  casas?» 


1 68  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


— Anciana  (le  pregunté):  ¿estás  muy  fatigada? 

— Sí,  fatigada,  hija  mía;  fatigada  siempre,  y  me  he 
dicho :  hace  muy  buen  día ,  el  sol  resplandece ;  pues  me 
voy  á  comer  con  mis  nietos. 

— Entonces  ,  ¿vas  á  comer? 

— Comer,  hija  mía,  comer. 

— Pero,  á  este  paso,  no  llegarás  muy  lejos. 

— Mucho  que  sí;  descanso  un  poco,  me  levanto,  doy 
algunos  pasos ;  descanso  otra  vez,  y  vuelvo  á  empezar. 

La  contemplo.  Paréceme  muy  singular  ;  es  una  vieje- 
cita  muy  aseadita,  con  los  vestidos  algo  usados.  Parece 
pertenecer  á  una  famiha  de  menestrales  bien  acomoda- 
dos. Su  rostro  está  ya  muy  demacrado  ;  la  color  amari- 
llenta ;  los  labios  pálidos.  Es  una  especie  de  momia.  Pero 
esta  momia  se  sonríe  aún,  y  el  sol  brilla  para  ella  lo 
mismo  que  para  los  seres  vivientes. 

— Debes  de  ser  muy  vieja, — le  dije  sonriéndome. 

— Ciento  cuatro  años ,  hija  mía;  ciento  cuatro  años 
nada  más.  ¿Y  adonde  vas  tú? 

La  vieja  me  miró  y  comenzó  á  reírse,  probablemente 
regocijada  por  hablar.  Pero  me  pareció  muy  extraño  que 
una  centenaria  tuviera  curiosidad  de  saber  adonde  iba 
yo,  como  si  esto  pudiese  interesarla. 

— Ancianita  (le  dije  riéndome) ,  vengo  de  la  zapate- 
ría, de  comprar  zapatos  para  mi  hija,  y  voy  á  casa  á  lle- 
varlos. 

—¡Qué  pequeñitos  son!  ¿No  ves?  ¡Es  muy  chiquitita 
tu  hija !  ¿Tienes  más  niñas  ? 

Y  volvió  á  reírse,  preguntándome  con  la  mirada.  Sus 
ojos  están  ya  tristes  y  apagados,  pero  una  especie  de 
calor  intenso  los  anima  á  las  veces. 

— Anciana,  ¿quieres  aceptar  estos  cinco  céntimos? 
Comprarás  un  panecillo  con  ellos. 


LA   CENTENARIA.  1 69 


— ¿El  qué?  ¿Cinco  céntimos?  Gracias,  los  tomo. 

—Tómalos ,  que  te  los  doy  de  muy  buena  gana  y  sin 
intención  de  ofenderte. 

La  viejecita  los  toma.  Se  ve  perfectamente  que  no  es 
una  pordiosera;  no  se  halla  en  estado  de  mendigar.  Ha 
tomado  el  dinero  de  un  modo  muy  digno ,  no  como  una 
limosna;  antes  por  condescendencia,  por  ser  amable ,  por 
bondad  de  alma.  Y,  no  obstante,  acaso  esto  la  alegra. 
¿Quién  hablará  nunca  á  la  pobrecilla  vieja?  Y  hoy  no  so- 
lamente le  hablan ,  sino  que  alguien  se  interesa  por  ella 
y  le  manifiesta  simpatías. 

— Ea  (ledije):  adiós,  viejecita;  quellegues  con  felicidad 
y  con  salud. 

—Sí,  llegaré,  hija  mía,  llegaré....  llegaré....  Y  tú 
anda,  anda;  vete  con  tu  nieta  (olvidándose  de  que  yo  no 
tengo  nietos,  ó  imaginando  indudablemente  que  todas 
las  mujeres  son  abuelas). 

Me  alejé ,  y  volví  muchas  veces  la  cabeza  para  verla 
todavía;  la  viejecita  se  levanta  muy  lentamente,  con  bas- 
tante dificultad ,  y  golpeando  en  el  suelo  con  su  bastoncito 
y  arrastrando  los  pies,  adelanta  algunos  pasos.  Acaso 
necesitará  descansar  aún  diez  ó  doce  veces  antes  de  lle- 
gar á  la  morada  de  los  suyos,  con  quienes  ha  de  comer 
hoy.  ¿Adonde  va?  ¡Qué  viejecilla  tan  extraña! 


II. 


Esta  mañana  oí  ese  relato.  Antes  que  relato,  parece 
una  sencilla  impresión.  Habíame  yo  olvidado  por  completo 
de  esa  impresión ,  cuando ,  muy  entrada  ya  la  noche ,  des- 
pués de  haber  leído  un  artículo  de  revista ,  surgió  en  mi 


170  .  LA    ESPAÑA   MODERNA. 


espíritu  el  recuerdo  de  la  viejecita;  y  sin  saber  por  qué, 
he  terminado  en  mi  fantasía  este  boceto. 

He  visto  á  la  centenaria  llegar  á  casa  de  sus  nietos  á 
la  hora  de  la  comida,  y  esta  llegada  se  ha  desarrollado 
en  un  cuadro  que  se  me  antoja  bastante  real. 

Los  nietos ,  y  acaso  los  biznietos  de  la  anciana ,  aun- 
que ella  les  llama  «mis  nietos»,  son  trabajadores  que  vi- 
ven en  familia  en  un  piso  bajo,  donde  quizá  tienen  un  es- 
tablecimiento de  peluquería.  La  viejecilla  ha  llegado  á 
eso  de  las  dos  de  la  tarde.  No  la  esperaban ;  pero  la  han 
recibido  con  alegría. 

—  ¡Ah!:  cátala  aquí  también.  ¡María  Maximina!  En- 
tra, entra,  y  que  seas  bien  venida,  ¡sierva  de  Dios! 

La  anciana  entra  sonriéndose ,  y  la  campanilla  de  la 
puerta  vibra  por  un  buen  rato ,  produciendo  ruido  agudo 
y  sonoro.  Su  nieta,  la  mujer  del  peluquero,  es  muy  joven, 
como  lo  es  su  marido ,  un  hombre  como  de  treinta  y  cinco 
años,  y  que,  sin  embargo  de  ejercer  una  profesión  bas- 
tante ligera,  es  sujeto  muy  reposado.  Su  traje  está  gra- 
sicnto como  fruto  de  sartén ,  á  consecuencia  de  la  poma- 
da: ¿qué  puede  decirse  de  esto?  Nunca  he  visto  á  un 
peluquero  limpio.  El  cuello  de  su  levita  parece  mojado 
en  aceite. 

Tres  muchachos— un  briboncillo  y  dos  briboncillas — 
rodean  inmediatamente  á  la  abuela.  Por  lo  general,  las 
viejas  de  edad  tan  avanzada  simpatizan  con  los  niños;  los 
unos  y  las  otras  tienen  un  alma  misma  y  se  asemejan  en 
todo. 

La  abuela  se  sienta.  El  amo  tiene  un  huésped ;  un  hom- 
bre como  de  cuarenta  años ,  que  ha  ido  á  visitarle  para 
hablar  de  negocios ,  y  que  se  halla  próximo  á  partir. 
El  peluquero  tiene  allí  también  á  su  sobrino,  el  hijo  de  su 
hermana,  mozo  de  unos  diez  y  siete  años  y  aprendiz  de 


LA    CENTENARIA.  I  7 


tipógrafo.  La  viejecita  bendice  la  mesa,  y  mirando  al  fo- 
rastero, exclama : 

— i Ah!  ¡qué  cansada  estoy!  ¿Y quién  es  ese? 

— Soy  yo  (responde  el  forastero  sondándose ).  ¿Cómo, 
María  Maximina ,  ya  no  se  acuerda  V.  de  mí?  Hace  dos 
años  que  fuimos  juntos  al  bosque  para  recoger  setas. 

— ¡Oh! ;  ya  te  conozco,  truhán,  ya  te  conozco.  Lo  re- 
cuerdo todo,  pero  no  sé  cómo  te  nombran.  De  todo  lo 
demás  sí  recuerdo,  i  Qué  cansada  estoy! 

—Pero,  vamos  á  ver,  María  Maximina,  respetable  an- 
cianita;  ¿V.  no  crece  ya? — dijo  el  forastero  en  son  de 
broma. 

—Vamos,  vamos,— contestó  la  viejecilla riéndose. 

La  anciana  está  evidentemente  contentísima. 

— Yo  soy  un  buen  chico ,  María  Maximina. 

— Siempre  es  agradable  hablar  con  un  buen  chico, 
i  Ah !  i  Cómo  me  falta  la  respiración !  Han  comprado  un 
abrigo  nuevo  á  Seriogegnca. 

Al  decir  esto  señala  al  sobrino  del  peluquero. 

El  sobrino ,  un  mocetón  vigoroso,  muestra  al  reir  toda 
su  dentadura ,  y  se  aproxima  á  la  abuela.  Tiene  el  mu- 
chacho un  sobretodo  gris ,  completamente  nuevo ,  que  to- 
davía no  lleva  con  desahogo ;  esperemos  una  semana;  por 
ahora  el  mozo  no  cesa  de  admirarse  á  sí  mismo,  y  está 
absorto  mirando  su  imagen  que  el  espejo  refleja,  y  cada 
uno  de  sus  movimientos  revela  la  gran  estima  en  que  se 
tiene  á  sí  mismo. 

—Anda,  hombre;  dala  vuelta  (sumha  la  mujer  del 
peluquero).  Mira,  Maximina,  mira  lo  que  le  han  hecho. 
Esto  vale  seis  rublos  lo  mismo  que  un  céntimo.  Más  ba- 
rato ,  nos  han  dicho  en  casa  de  Prokhoritch ,  resultaría 
mucho  más  caro;  ya  lo  llorarían  Vds.  al  cabo  de  ocho 
días.  Pero  esto  es  de  lo  que  no  se  gasta.  ¡  Mira  con  cuidado 


172  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


qué  género!....  Da  la  vuelta,  hombre.  ¡Y  cuidado  si  es 
doble  el  paño  !  ¡Qué  dureza!  Pero,  hombre,  vuélvete.... 
Y  ahí  tiene  V.  cómo  se  va  el  dinero.  Nuestra  bolsa  se  ha 
quedado  enjuta....,  pero,  en  fin.... 

— ¡Ah,  madrecita  mía!  ¡qué  caro  está  ahora  todo! 
Esto  no  tiene  sentido  común.  Mejor  haríais  en  no  hablar- 
me de  esto  ;  estas  cosas  me  entristecen  mucho , — con- 
tinúa diciendo  con  sentimiento  la  abuehta,  siempre  fati- 
gosa. 

— Vamos,  ya  basta  (dijo  el  amo).  Es  hora  de  comer. 
Estás  muy  cansada,  María  Maximina. 

— ¡Oh,  hijo  mío!  ¡oh,  sí;  estoy  cansada!....  Hace 
calor....,  el  sol  brillaba  y  me  he  dicho  :  Vamos  á  verlos. 
¿Por  qué  he  de  estar  acostada  siempre?  ¡Oh!....  En  el 
camino  he  encontrado  una  joven  que  compraba  calzado 
para  sus  hijos,  que  me  ha  dicho  :  «¿Viejecita,  estás  can- 
sada? He  aquí  cinco  céntimos,  compra  un  panecillo».  Y 
yo,  ¿sabes?,  he  tomado  los  cinco  céntimos. 

— Descansa  un  poco,  abuela.  ¿Por  qué  estás  hoy  tan 
fatigada? — preguntó  el  amo  bastante  alarmado. 

Todos  la  miran.  La  viejecilla  está  extraordinaria- 
mente pálida;  sus  labios  parecen  blancos.  También  ella 
los  mira  á  todos  ;  pero  sus  ojos  están  apagados. 

—Pues  nada,  que  he  tomado.... ,  compraréis  pasteles 
para  los  niños  con  los  cinco  céntimos. 

La  anciana  se  detiene  otra  vez ,  y  otra  vez  se  esfuerza 
para  respirar.  Todos  callan  durante  cinco  segundos. 

— ¿Qué  tienes,  abuelita?— pregunta  el  amo,  inclinán- 
dose hacia  ella. 

Pero  la  abuelita  no  le  contesta.  Otro  silencio  de  cinco 
segundos.  La  anciana  palidece,  y  su  rostro  se  altera  cada 
vez  más.  Sus  ojos  quedan  inmóviles.  La  sonrisa  se  hiela 
en  sus  labios.  Mira,  y  se  creería  que  no  ve. 


LA   CENTENARIA.  I  73 


— Sería  necesario  buscar  un  médico, — dice  de  repente 
el  forastero. 

— Pero....  ¿para  qué?  ¿No  es  ya  demasiado  tarde? — 
dice  el  patrón. 

—  ¡Abuelita!  ¡Abuelita! — grita  repentinamente  con- 
movida la  mujer  del  peluquero. 

Pero  la  abuelita  permanece  inmóvil,  su  cabeza  se  in- 
clina hacia  un  lado.  En  la  mano  derecha,  que  descansa 
sobre  la  mesa,  tiene  su  moneda  de  cinco  céntimos;  la  iz- 
quierda ha  quedado  sobre  el  hombro  de  Micha,  su  biz- 
nieto, un  niño  de  seis  años.  El  pobre  está  sin  rebullirse,  y 
con  sus  ojazos  espantados  contempla  á  su  abuelita. 

— Ha  muerto,— dice  solemnemente  el  amo,  saludando 
y  persignándose. 

— ¿Pero  ven  Vds.  esto?  Yo  ya  notaba  que  la  pobre  se 
inclinaba  siempre, — dijo  el  forastero,  todo  turbado  y  mi- 
rando á  los  presentes. 

—  ¡Ay,  Dios  mío!  ¿Ve  V.  esto?  ¿Qué  hacemos  ahora, 
Makaritch?  Es  necesario  llevarla  á  su  casa , — murmuró 
la  hija,  trémula  y  turbada. 

—¿Dónde?  ¿Á  su  casa?  (dijo  el  amo).  Quita  allá,  mu- 
jer. Ya  nos  arreglaremos  aquí.  ¿Es  tu  madre  ó  no?  Es 
preciso  que  vayamos  aprestar  la  declaración. 

—¡Ciento  cuatro  años!  ¡Oh!  (dice el  forastero,  agitán- 
dose en  su  sitio  y  cada  vez  más  enternecido.)  Se  le  ha 
puesto  encendido  el  rostro. 

—La  pobre  vieja  comenzaba  á  olvidar  la  vida,—  dijo 
filosóficamente  el  amo,  tomando  su  gorra  y  su  gabán. 

—No  hace  más  que  un  momento  que  la  pobrecilla  vieja 
se  reía  aún.  ¿Ven  Vds.?  Todavía  tiene  la  moneda  en  la 
mano.  ¡Para  pasteles! ^  como  decía  la  pobre.  ¡Oh!  ¡Lo  que 

es  la  vida ! 

—Vamos  ya,  Pedro  Stepanitch,— interrumpió  el  amo. 


74  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Y  salió,  acompañado  por  el  forastero. 

Una  muerte  así  no  es  llorada.  ¡Ciento  cuatro  años! 
«Muerte  sin  enfermedad  y  tranquila.» 

El  ama  envía  á  buscar  á  sus  vecinas  para  que  la  ayu- 
den. Todas  acuden  inmediatamente;  la  noticia  les  causa 
menos  tristeza  que  alegría ;  todas  lanzan :  i  Oh !  y  i  Ah !  y 
¡ayes!....  Los  niños,  asombrados,  se  esconden  en  un  rin- 
cón, y  desde  lejos  contemplan  á  la  muerta.  Nunca  olvi- 
dará Micha ,  aunque  viva  mil  años ,  que  la  abuelita  se 
murió  apoyando  una  mano  en  su  hombro,  y  cuando,  á  su 
vez,  él  exhale  el  postrer  suspiro,  nadie  recordará  que  su 
abuela  ha  vivido  ciento  cuatro  años.  ¿Por  qué  y  cómo? 
Nadie  lo  sabe.  Y,  por  otra  parte,  ¿qué  importa?  Muchos 
millones  de  personas  mueren  así:  viven  sin  que  nadie  lo 
eche  de  ver,  y  mueren  lo  mismo.  Quizá  únicamente  en  el 
supremo  instante  de  la  muerte  de  un  centenario  se  expe- 
rimenta una  sensación  de  ternura,  de  paz,  de  solemnidad 
y  de  consuelo.  ¡Cien  años!  Esta  cifra  aún  produce  en 
el  hombre  una  impresión  extraña. 

¡Bendiga  Dios  la  vida  y  la  muerte  de  los  hombres  sen- 
cillos de  buena  voluntad ! 


Th.  Dostoievsky. 


LA  REPUTACIÓN  Y  EL  PUNTO  DE  HONRA 


Lo  que  representamos,  ó,  de  otro  modo,  nuestro 
valer  propio  en  la  ajena  opinión,  es  generalmente, 
á  consecuencia  de  una  debilidad  particular  de 
nuestra  naturaleza,  demasiado  estimado  ;  si  bien  la  re- 
flexión más  insigniñcante  basta  para  convencernos  de  que 
esa  opinión  de  los  demás  no  tiene,  en  sí  misma,  impor- 
tancia alguna  para  nuestra  dicha.  También  cuesta  mucho 
trabajo  explicarse  la  gran  satisfacción  interna  que  todos 
experimentamos  al  observar  algún  indicio  de  la  opinión 
favorable  que  de  nosotros  tienen  los  demás,  ó  cuando 
halagan  nuestra  vanidad,  como  quiera  que  sea.  Á  la  ma- 
nera misma  que  el  gato  manifiesta  indefectiblemente  su 
satisfacción  cuando  se  le  pasa  la  mano  por  el  lomo ,  así  en 
el  rostro  del  hombre  á  quien  se  elogia  veremos  de  seguro 
pintarse  un  dulce  éxtasis ,  sobre  todo  si  esos  elogios  pene- 
tran en  el  terreno  de  las  vanidades  del  elogiado ,  y  aun- 
que sean  de  una  falsedad  evidente.  Las  muestras  de  apro- 
bación de  los  demás  consuélanle  á  menudo  de  alguna  des- 
gracia verdadera.  Es  asombroso,  por  el  contrario,  el  ver 
cuan  disgustado  aparece  siempre  el  hombre  y  cuan  dolo- 


176  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


rosamente  afectado  por  una  herida  en  su  amor  propio  en 
cualquier  sentido ,  en  cualquier  grado  y  en  cualesquiera 
circunstancias  que  la  reciba,  por  cualquier  menosprecio, 
por  cualquier  duda,  por  la  más  ligera  falta  de  atención. 
Esta  propiedad ,  sirviendo  de  base  al  sentimiento  del 
honor,  puede  ejercer  influencia  saludable  en  los  buenos 
procederes  de  muchas  personas ,  á  modo  de  auxiliar  de 
su  moralidad  ;  pero  en  lo  que  respecta  á  su  influjo  en  la 
felicidad  verdadera  del  hombre,  y  sobre  todo  en  la  tran- 
quilidad y  la  independencia  del  espíritu,  condiciones  am- 
bas tan  necesarias  para  la  ventura,  antes  resulta  pertur- 
badora y  perjudicial  que  favorable.  Por  esta  razón  es 
prudente,  á  nuestro  parecer,  limitarla  y,  por  medio  de 
juiciosas  reflexiones  y  de  una  estimación  justa  de  los  bie- 
nes, moderar  esa  sensibiHdad  exquisita  en  lo  que  á  la 
opinión  ajena  se  refiere ,  tanto  para  el  caso  en  que  halaga, 
cuanto  para  los  casos  en  que  molesta,  porque  los  dos  tie- 
nen idéntico  origen.  De  no  hacerlo  así,  seremos  esclavos 
de  la  opinión  y  del  sentimiento  ajenos. 

Por  consiguiente,  una  apreciación  exacta  del  valer  de 
lo  que  uno  es  en  si  mis f no  y  por  si  mismo,  comparado 
con  el  valer  de  lo  que  es  tmo  solamente  á  los  ojos  de  los 
demás  y  contribuirá  mucho  á  nuestra  dicha.  El  primer 
término  de  la  comparación  comprende  todo  lo  que  llena 
el  tiempo  de  nuestra  propia  existencia,  el  contenido  ín- 
timo de  ella ,  porque  el  lugar  en  que  se  halla  la  esfera  de 
acción  de  todo  esto  es  la  propia  conciencia  del  hombre. 
Y  al  revés :  el  lugar  de  lo  que  somos  para  los  otros  en  la 
conciencia  ajena,  es  la  forma  con  que  allí  aparecemos, 
así  como  las  que  allí  se  refieren  (').  Ahora  bien:  son  co- 

(i)  Las  clases  elevadas,  en  su  brillo,  en  su  esplendor,  en  su  fausto, 
en  su  ostentación  y  en  sus  magnificencias,  pueden  decirse:  ((Nuestra  feli- 
cidad está,  por  completo ,  colocada  fuera  de  nosotros;  su  lugar  se  halla 
en  las  cabezas  de  los  demás».  CN.  del  A,) 


LA    REPUTACIÓN    Y   EL    PUNTO    DE    HONRA.  1 77 

sas  esas  que,  en  puridad,  no  tienen  verdadera  existencia 
para  nosotros ;  todo  eso  existe  sólo  indirectamente ,  esto 
es,  en  cuanto  determina  el  comportamiento  délos  demás 
para  con  nosotros.  Y  esto  mismo  no  se  toma  realmente 
en  consideración  sino  en  tanto  cuanto  influye  sobre  lo 
que  podría  modiñcar  eso  que  somos  en  y  por  nosotros 
mismos.  Prescindiendo  de  esto,  lo  que  sucede  en  una  con- 
ciencia que  no  es  la  nuestra  ,  es  para  nosotros  del  todo 
indiferente  en  este  concepto ;  y  de  seguro  llegaremos  á 
esa  indiferencia  á  medida  que  vayamos  conociendo  bien 
lo  superficial  y  lo  útil  de  los  pensamientos ,  los  estrechos 
límites  de  las  ideas ,  la  pequenez  de  los  sentimientos ,  lo 
absurdo  de  las  opiniones  y  el  considerable  número  de 
errores  que  se  encuentran  en  la  mayor  parte  de  los  cere- 
bros ;  y  también  á  proporción  que  la  experiencia  nos  en- 
señe con  cuánto  desdén  se  habla,  á  las  veces ,  de  cada  uno 
de  nosotros  cuando  no  se  nos  teme,  ó  cuando  se  cree  que 
no  hemos  de  saberlo ;  pero ,  sobre  todo ,  cuando  hayamos 
oído  con  qué  menosprecio  hablan  media  docena  de  im- 
béciles del  hombre  más  distinguido.  Entonces  compren- 
deremos que  el  otorgar  algún  valor  á  las  opiniones  de  los 
hombres  es  honrarlos  con  exceso. 

De  todas  suertes ,  es  reducirse  á  muy  miserables  re- 
cursos esto  de  no  hallar  la  dicha  en  las  dos  clases  de 
bienes  de  que  ya  hemos  hablado ,  y  haber  de  buscarla  en 
esta  tercera,  es  decir,  en  lo  que  somos,  no  en  reahdad, 
sino  en  la  imaginación  de  otros.  Por  regla  general,  nues- 
tra naturaleza  animada  es  la  base  de  nuestro  ser,  y,  por 
consiguiente,  lo  es  asimismo  de  nuestra  felicidad.  Lo  in- 
dispensable para  el  bienestar  es  la  salud  primeramente, 
y  después  los  medios  necesarios  para  proveer  á  la  sub- 
sistencia ;  y,  por  consiguiente,  una  vida  libre  de  cuida- 
dos. Los  honores,  el  lujo,  la  grandeza ,  la  gloria ,  sea  cual 


I  78  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


fuere  el  valor  que  se  les  atribu^^a ,  no  pueden  competir 
con  esos  bienes  esenciales  ni  reemplazarlos  ;  muy  al  con- 
trario :  si  el  caso  llegara ,  no  vacilaríamos  un  instante  en 
cambiarlos  por  los  otros.  Será,  pues,  muy  útil  á  nuestra 
felicidad  conocer  pronto  un  hecho  sencillísimo  ;  es  á  sa- 
ber :  que  cada  uno  vive,  desde  luego  y  efectivamente, 
dentro  de  su  pellejo  y  no  en  la  opinión  de  los  otros,  y 
que  naturalmente  nuestra  condición  real  y  personalísima 
tal  cual  la  determinan  la  salud,  el  temperamento,  las 
facultades  intelectuales,  la  renta,  la  mujer,  los  hijos,  la 
habitación,  etc.,  es  cien  veces  más  importante  para 
nuestra  dicha  que  todo  aquello  que  plazca  á  los  demás 
hacer  de  nosotros.  La  ilusión  contraria  nos  hace  infeli- 
ces. Exclamar  con  énfasis  :  «La  honra  vale  más  que  la 
vida» ,  es  en  realidad  decir  :  «La  salud  y  la  vida  no  valen 
nada ;  lo  que  piensan  los  demás  de  nosotros,  eso  es  lo 
que  importa».  Esta  frase  puede  ser  considerada,  alo 
sumo,  como  una  hipérbole,  en  cuyo  fondo  se  encuentra 
esta  verdad  prosaica  ;  para  mantenerse  y  medrar  entre 
los  hombres,  el  honor,  es  decir,  la  opinión  de  los  demás 
acerca  de  nosotros,  es,  por  lo  común,  de  una  utilidad 
innegable  ;  más  adelante  volveré  sobre  este  mismo  tema. 
Por  el  contrario:  cuando  se  ve  cómo  casi  todo  lo  que  los 
hombres  persiguen  durante  su  vida  entera  á  costa  de  es- 
fuerzos incesantes,  de  mil  peligros  y  mil  amarguras, 
tiene  por  fin  último  elevarlos  en  la  opinión,  porque  no  ya 
solamente  los  empleos ,  los  títulos  y  las  veneras ,  sino 
también  las  riquezas  y  hasta  la  misma  ciencia  (')  y  las 
artes  son  buscadas,  en  el  fondo  principalmente,  con  ese 
solo  propósito  ;  cuando  se  ve  que  el  resultado  definitivo 
para  llegar  al  cual  se  trabaja  es  obtener  de  los  otros 

(  I  )     Scire  timm  nihil  est  nisi  te  scire  hoc ,  scLii  alter.  (Nada  es  tu  saber 
mientras  otro  no  sepa  que  tú  sabes  aquello.)  (N.  del  A.) 


LA   REPUTACIÓN    Y    EL    PUNTO    DE    HONRA.  1 79 

mayor  respeto,  todo  esto,  por  desdicha,  prueba  única- 
mente lo  grande  de  la  locura  humana. 

Otorgar  excesivo  valer  á  la  opinión  ajena ,  es  una  su- 
perstición que  domina  universalmente ;  sea  que  tenga  sus 
raíces  en  nuestra  naturaleza  misma,  sea  que  haya  segui- 
do al  nacimiento  de  la  sociedad  y  de  la  civilización,  lo 
cierto  y  verdad  es  que  ejerce  siempre  sobre  nuestra  con- 
ducta una  influencia  desmesurada  y  enemiga  de  nuestra 
felicidad.  Esta  influencia  puede  ser  perseguida  por  el  filó- 
sofo ,  desde  el  punto  en  que  se  revela  por  un  temor  anhe- 
lante y  servil  al  ¿qué  dirán? ,  hasta  aquel  otro  en  que 
hunde  el  puñal  de  Virginio  en  el  seno  de  su  hija ,  ó  bien 
arrastra  al  hombre  á  sacrificar,  en  aras  de  la  gloria  pos- 
tuma, su  tranquilidad,  su  fortima,  su  salud,  hasta  su 
existencia.  Cierto  es  que  esta  preocupación  ofrece,  al 
que  está  llamado  á  reinar  sobre  los  hombres  y  en  gene- 
ral á  dirigirlos ,  un  recurso  muy  cómodo :  también  el  pre- 
cepto de  mantener  vivo  ó  de  estimular  el  sentimiento  del 
honor  ocupa  lugar  principalísimo  en  el  arte  de  elevar  al 
hombre ;  pero  en  lo  que  atañe  á  la  felicidad  propia  del 
individuo ,  y  esto  es  de  lo  que  aquí  tratamos ,  sucede  mu}^ 
de  otra  manera ,  y  debemos ,  por  el  contrario ,  disuadirle 
de  atribuirla  importancia  excesiva.  Si,  á  pesar  de  todo, 
según  nos  enseña  la  experiencia ,  el  hecho  mismo  se  pre- 
senta diariamente ;  si  lo  que  la  mayoría  de  las  personas 
estiman  en  más  es  la  opinión  de  otros  con  respecto  á 
ellas ;  si  se  cuidan  más  de  esto  que  de  lo  que ,  verificán- 
dose en  sil  propia  conciencia^  existe  inmediatamente 
para  ellas;  si,  por  un  trastorno  del  orden  natural,  consi- 
deran como  la  parte  real  de  su  existencia  la  opinión  de 
los  demás,  y  juzgan  lo  otro  como  parte  ideal;  si  hacen 
de  lo  que  es  secundario  y  contingente  el  objeto  principal, 
y  si  lo  que  valen  y  son  en  el  cerebro  de  los  otros  les  in- 


1 8o  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


teresa  más  que  lo  que  son  en  sí  mismos ;  esta  apreciación 
directa  de  lo  que  directamente  no  existe  para  nadie, 
constituye  una  locura  á  la  que  se  denomina  vanidad 
(vANiTAs),  para  indicar  lo  vacío  y  quimérico  de  esa  ten- 
dencia. 

El  valor  que  á  la  opinión  ajena  concedemos,  y  nuestra 
preocupación  constante  acerca  de  ella,  rebasan  efectiva- 
mente los  límites  de  lo  razonable,  en  tales  términos,  que 
puede  ser  considerada  esta  preocupación  como  una  espe- 
cie de  manía  muy  generalizada,  mejor  dicho,  innata.  En 
todo  cuanto  hacemos,  y  lo  mismo  en  todo  cuanto  nos  abs- 
tenemos de  hacer,  pensamos  en  la  opinión  de  los  demás 
antes  que  en  ninguna  otra  cosa ,  y,  si  lo  estudiamos  con 
atención ,  veremos  que  en  este  cuidado  tienen  su  origen 
la  mitad  de  los  tormentos  y  de  las  angustias  que  hemos 
experimentado  en  nuestra  vida.  Porque  esta  preocupa- 
ción es  la  que  encontramos  en  el  fondo  de  nuestro  amor 
propio,  tan  frecuentemente  ofendido,  porque  suele  ser 
suspicaz  sin  acierto ;  en  el  fondo  de  nuestras  vanidades  y 
nuestra  presunción ,  así  como  en  el  fondo  de  nuestras 
suntuosidades  y  nuestras  magnificencias.  Sin  esta  pre- 
ocupación, sin  esta  rabia,  el  lujo  no  sería  la  décima  parte 
de  lo  que  es.  Sobre  ella  gravita  todo  nuestro  orgullo, 
punto  de  honra  y  puntillo,  sea  de  la  especie  que  fuere  y 
pertenezca  á  cualesquiera  órdenes ;  y,  ¡  qué  de  víctimas 
reclama  muy  á  menudo!  Revélase  ya  en  el  niño;  aparece 
después  en  cada  una  de  las  edades  de  la  existencia;  pero 
cuando  adquiere  su  mayor  desarrollo  es  al  llegar  la  edad 
avanzada ,  porque  en  aquel  período ,  como  hayan  desapa- 
recido las  aptitudes  para  los  goces  sensuales,  el  orgullo 
y  la  vanidad  sólo  tienen  que  repartirse  con  la  avaricia  el 
dominio  del  alma.  Este  furor  échase  de  ver  más  distinta- 
mente entre  los  franceses,  en  cuya  patria  reina  endémi- 


LA    REPUTACIÓN   Y   EL   PUNTO    DE   HONRA.  l8l 

camente ,  y  se  manifiesta  á  menudo  por  la  ambición  más 
necia,  por  la  vanidad  nacional  más  ridicula  y  la  fanfarro- 
nería más  desvergonzada;  pero  su  presunción  se  anula 
por  esto  mismo ,  porque  la  entrega  á  la  mofa  de  los  demás 
países  y  convierte  en  apodo  el  nombre  de  grande  nación. 
Para  explicar  más  claramente  todo  lo  que  llevamos 
expuesto  hasta  aquí  acerca  de  la  insensatez  de  curarse 
con  exceso  de  las  opiniones  ajenas ,  quiero  aducir  un  ejem- 
plo muy  significativo  de  esta  locura  tan  arraigada  en  la 
humana  naturaleza;  hállase  favorecido  este  ejemplo  por 
un  efecto  de  luz  resultante  de  la  concurrencia  de  circuns- 
tancias propias  y  de  un  carácter  peculiar  ;  esto  nos  per- 
mitirá hacer  un  cálculo  exacto  de  la  fuerza  que  tiene  ese 
extraño  impulso  de  las  acciones  humanas.  Es  el  párrafo 
siguiente  de  la  relación  circunstanciada  publicada  en  el 
Times  de  31  de  Marzo  de  1846,  de  la  ejecución  de  un  tal 
Thomás  Wix  ;  un  obrero  que,  por  venganza,  había  ase- 
sinado á  su  maestro  :  «En  la  mañana  del  día  prefijado 
para  la  ejecución,  el  reverendo  capellán  de  la  cárcel  es- 
tuvo constantemente  á  su  lado.  Pero  Wix,  aunque  estaba 
muy  tranquilo ,  no  atendía  á  las  exhortaciones  del  sacer- 
dote ;  su  preocupación  única  era  el  empeño  de  mostrar 
valor  extremado  en  presencia  de  la  muchedumbre  que 
asistiría  á  su  fin  vergonzoso.  Lo  consiguió.  Cuando  hubo 
llegado  al  patio  que  debía  atravesar  para  ir  al  patíbulo 
levantado  cerca  de  la  prisión,  exclamó  :  «¡Ea, — como 
decía  el  doctor  Dodd, — pronto  voy  á  conocer  el  gran 
misterio ! »  Aunque  llevaba  atados  los  brazos ,  subió  sin 
auxilio  de  nadie  la  escalera  del  cadalso  ;  una  vez  arriba, 
saludó  á  los  espectadores  á  derecha  y  á  izquierda ;  la 
multitud  allí  reunida  correspondió  á  estos  saludos  con 
formidables  exclamaciones»,  etc.,  etc.  Tener  ante  los  ojos 
la  muerte  en  su  aspecto  más  aterrador,  y  detrás  déla 


1 82  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


muerte  la  eternidad ,  y  pensar  únicamente  en  el  efecto  que 
se  producirá  en  la  muchedumbre  de  mentecatos  que  han 
acudido  á  ese  espectáculo ,  y  en  la  opinión  que  se  dejará 
en  pos  de  sí  en  todas  aquellas  cabezas,  ¿no  es  un  ejem- 
plar único  de  ambición  peregrina?  Lecomte,  que  en  aquel 
mismo  año  fué  guillotinado  en  París  por  tentativa  de  re- 
gicidio, deploraba  principalmente,  durante  el  curso  de  su 
proceso,  el  no  poder  presentarse  decentemente  vestido 
en  la  Cámara  de  los  Pares,  y  aun  en  el  momento  mismo 
de  la  ejecución  sentíase  muy  disgustado  porque  no  se  le 
había  permitido  antes  afeitarse.  Lo  mismo  sucedía  anti- 
guamente ;  así  puede  verse  en  la  introducción  que  Mateo 
Alemán  publica  al  frente  de  su  celebrada  novela  Gusmán 
de  Alfarache^  donde  cuenta  el  autor  que  muchos  crimi- 
nales extraviados  roban  al  cuidado  de  la  salvación  de  su 
alma  las  últimas  horas ,  que  á  eso  únicamente  deberían 
ser  consagradas,  para  concluir  y  aprenderse  de  memoria 
un  discursillo  que  desean  pronunciar  desde  el  tablado  de 
la  horca. 

En  rasgos  análogos  podemos  hallar  todos  nuestra  pro- 
pia imagen;  pues  está  claro  que  estos  ejemplos  de  gran 
bulto  son  siempre  los  que  en  todas  materias  proporcionan 
las  explicaciones  más  evidentes.  Para  todos  nosotros ,  por 
lo  común,  las  preocupaciones,  los  sinsabores,  los  disgus- 
tos que  gastan,  las  cóleras,  las  inquietudes,  los  esfuer- 
zos, etc.,  etc.,  tienen  por  causa  casi  siempre  la  opinión 
de  los  demás ,  y  son  tan  absurdas  como  las  de  esos  des- 
dichados á  quienes  hemos  citado  anteriormente.  El  odio 
y  la  envidia  proceden  igualmente ,  en  la  mayor  parte  de 
los  casos,  de  la  misma  raíz. 

Es  evidente  que  nada  contribuiría  más  á  nuestra  di- 
cha, compuesta  principalmente  de  tranquilidad  de  espí- 
ritu y  de  contentamiento,  que  limitar  la  fuerza  de  ese 


LA    REPUTACIÓN    Y    EL    PUNTO    DE    HONRA.  183 

móvil ,  que  reducirla  á  un  grado  razonablemente  justifi- 
cado (aun  dos  por  ciento,  v.  gr.),  arrancando  así  de 
nuestras  carnes  esa  espina  que  las  destroza. 

Pero  la  cosa  es  muy  difícil.  Nos  encontramos  aquí 
frente  á  una  irregularidad  natural  é  innata :  Etiarn  sa- 
pientihiis  cupido  gloria  novissima  exuitiir y  dice  Tácito 
(Hist.j  IV,  6):  «El  deseo  de  la  gloria  es  también  el  último 
que  abandona  á  los  sabios».  El  medio  único  de  sustraer- 
nos á  esta  locura  universal  sería  reconocerla  distinta- 
mente como  tal  locura,  y  para  esto  darnos  cuenta  exacta 
de  cómo  la  inmensa  mayoría  de  las  opiniones  son,  en  las 
cabezas  de  los  hombres,  falsas,  equivocadas,  erróneas 
y  absurdas ;  cuan  escasa  influencia  real  y  positiva  ejerce 
sobre  nosotros  en  la  mayor  parte  de  los  casos  y  de  las 
circunstancias  la  opinión  de  las  gentes ;  cuan  perversa  es, 
por  regla  general,  esa  opinión,  hasta  el  punto  de  que  no 
exista  nadie  que  no  enfermase  de  ira  al  saber  en  qué  tono 
se  habla  y  qué  cosas  se  dicen  de  él ;  cómo ,  por  último ,  el 
honor  mismo  no  tiene ,  en  puridad,  un  valor  inmediato, 
sino  indirecto ,  etc.  Si  lográsemos  rechazar  esa  general 
locura,  ganaríamos  muchísimo  en  tranquilidad  de  espí- 
ritu y  en  contentamiento ,  y  adquiriríamos  simultánea- 
mente un  aspecto  más  firme  y  más  seguro ,  y  maneras 
más  desembarazadas  y  más  naturales.  La  influencia  be- 
néfica de  una  vida  retirada ,  en  nuestra  tranquilidad  de 
alma  y  en  nuestra  satisfacción,  proviene  en  mucha  parte 
del  hecho  de  sustraernos  á  la  necesidad  de  vivir  constan- 
temente bajo  las  miradas  de  otros ,  y  librarnos ,  por  con- 
siguiente, de  la  preocupación  incesante  de  sus  probables 
censuras ;  este  es  el  primer  efecto  de  volvernos  á  nos- 
otros mismos.  De  este  modo  evitaríamos  también  muchas 
desgracias  reales,  cuya  causa  única  es  esa  aspiración 
puramente  ideal,  ó,  dicho  con  más  exactitud,  esa  deplo- 


184  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


rabie  locura ;  nos  quedará  también  la  facultad  de  prestar 
más  cuidado  á  los  verdaderos  bienes,  que  podremos  dis- 
frutar entonces  sin  que  nadie  nos  importune. 

De  la  locura  de  nuestra  naturaleza  que  acabamos  de 
describir,  brotan  tres  vastagos  principales:  la  ambición, 
la  vanidad  y  el  orgullo.  La  diferencia  entre  estos  dos  úl- 
timos consiste  en  que  el  orgullo  es  el  convencimiento  ya 
firmemente  arraigado  de  nuestro  propio  valer  desde  to- 
dos los  puntos  de  vista;  la  vanidad  es,  por  el  contrario, 
el  deseo  de  lograr  que  este  convencimiento  nazca  en 
los  otros,  y,  por  regla  general,  con  la  secreta  espe- 
ranza de  llegar,  como  consecuencia,  á  apropiárnoslo 
también. 

El  orgullo  es  la  grande  estimación  de  nosotros  mismos, 
procedente  de  nuestro  interior,  y  por  tanto  directa ;  la 
vanidad ,  al  revés ,  es  la  tendencia  á  adquirirla  desde  el 
exterior ,  y,  por  consiguiente,  de  una  manera  indirecta. 
Por  esta  razón  la  vanidad  se  hace  habladora  ,  el  orgullo 
silencioso.  Pero  el  vanidoso  debería  saber  que  esa  buena 
opinión  de  los  demás,  á  la  que  aspira ,  antes  se  obtiene, 
y  con  más  seguridad ,  guardando  silencio  continuo ,  que 
hablando ,  aunque  tuviese  uno  que  decir  las  mejores  co- 
sas del  mundo.  No  es  orgulloso  el  que  quiere  serlo;  cuan- 
do más ,  podrá  simularlo  el  que  quiera ;  pero  este  último 
se  olvidará  muy  pronto  de  su  papel,  como  se  olvida  todo 
papel  fingido.  Porque  lo  que  nos  hace  realmente  orgullo- 
sos es  sólo  el  firme,  íntimo,  inquebrantable  convenci- 
miento de  nuestro  mérito  extraordinario  y  sin  par.  Este 
convencimiento  puede  ser  erróneo  ,  ó  fundarse  en  mere- 
cimientos sólo  exteriores  y  convencionales;  poco  importa 
eso  para  el  orgullo ,  mientras  nuestra  propia  convicción 
sea  real  y  seria.  Toda  vez  que  el  orgullo  arranca  del  con- 
vencimiento, estará,  como  toda  noción,  fuera  de  nuestra 


LA    REPUTACIÓN    Y    EL   PUNTO    DE    HONRA.  1 85 

voluntad  libre.  Su  enemigo  peor,  quiero  decir,  su  mayor 
obstáculo,  es  la  vanidad,  que  solicita  la  aprobación 
ajena  para  sobre  ésta  fundar  inmediatamente  buena  opi- 
nión de  sí  mismo,  en  tanto  que  el  orgullo  supone  esta  opi- 
nión propia  ya  sólidamente  asentada. 

Si  bien  el  orgullo  suele  ser  vituperado  y  desacreditado 
generalmente,  paréceme  que  esto  procede,  por  regla  ge- 
neral, de  los  que  nada  tienen  por  qué  se  enorgullezcan. 
Habidas  en  cuenta  la  imprudencia  y  la  arrogancia  estú- 
pida de  la  gran  mayoría  de  los  hombres ,  la  persona  que 
posee  merecimientos  cualesquiera,  hace  perfectamente 
en  ponerlos  á  la  vista  ella  misma  para  no  dejar  que  cai- 
gan en  el  olvido  más  completo;  pues  quien,  por  benevo- 
lencia ,  no  procura  hacerse  valer ,  y  procede  con  los  de- 
más como  si  en  todo  fuese  igual  á  ellos ,  tardará  muy 
poco  en  ser  de  veras  y  sinceramente  reputado  por  todos 
como  uno  de  sus  iguales.  Querría  yo  recomendar  que 
obrasen  así,  muy  especialmente,  á  todos  aquellos  cuyos 
méritos  son  de  orden  más  elevado,  méritos  verdaderos, 
por  consiguiente ,  del  todo  personales ,  en  atención  á  que 
estos  méritos  no  pueden,  como  sucede  á  las  condecora- 
ciones y  á  los  títulos ,  ser  recordados  á  todas  horas  por 
una  impresión  de  los  sentidos ;  si  proceden  de  otra  ma- 
nera ,  verán  muy  á  menudo  realizarse  el  Sus  Minervam 
(el  cerdo  que  exhorta  á  Minerva). 

Un  excelente  proverbio  árabe  dice :  Bromea  con  el  es- 
clavo, pronto  te  enseñará  el  trasero.  La  máxima  de  Ho- 
racio :  Sume  superbiam  quaesitum  ^neritis  (toma  la 
soberbia  fundada  en  merecimientos) ,  no  es  para  desaten- 
dida. La  modestia  es,  sin  duda,  una  virtud  inventada 
para  uso  de  los  picaros  principalmente ,  porque  exigiendo 
la  tal  virtud  que  cada  cual  hable  de  sí  mismo  como  si 
fuera  uno  de  ellos ,  da  por  resultado  una  igualdad  de  ni- 


1 86  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


vel  admirable,  y  produce  la  apariencia  de  que,  en  gene- 
ral, no  hay  más  que  picaros  en  el  mundo. 

Sin  embargo ,  el  orgullo  más  barato  es  el  orgullo  na- 
cional. Este  orgullo  denuncia  en  quien  lo  siente  la  caren- 
cia de  buenas  cualidades  individuales  de  las  que  pudiera 
estar  orgulloso ;  porque  de  tenerlas ,  no  recurriría  á  otras 
que  ha  de  compartir  con  tantos  millones  de  individuos. 
Cualquiera  que  tenga  distinguidos  méritos  personales  re- 
conocerá, por  el  contrario,  con  mayor  exactitud,  los 
defectos  de  su  país,  porque  los  tiene  constantemente  á  la 
vista.  Pero  todos  esos  imbéciles,  dignos  de  lástima,  que 
nada  tienen  en  el  mundo  de  que  puedan  enorgullecerse, 
se  acogen  á  ese  último  recurso ,  de  sentirse  orgullosos  de 
la  nación  á  la  que,  por  casualidad,  pertenecen  ;  á  ella  se 
adhieren  y  en  su  gratitud  hállanse  prontos  á  defender, 
con  el  pie  y  con  el  puño,  todas  las  majaderías  propias  de 
su  patria. 

Por  ejemplo :  de  cada  cincuenta  ingleses ,  apenas  se 
encontrará  uno  que  levante  la  voz  para  asentir  cuando 
habléis  con  justo  menosprecio  de  la  hipocresía  estúpida 
y  degradante  de  su  nación  ;  pero  ese  individuo  solo  entre 
los  cincuenta,  será,  de  seguro,  hombre  de  buena  cabeza. 
Los  alemanes  no  tienen  orgullo  nacional ,  y  demuestran 
así  la  bondad  que  la  opinión  les  atribuye  ;  en  desquite, 
aquellos  alemanes  que  profesan  ó  fingen  ridiculamente 
este  orgullo — como  suelen  hacerlo  principalmente  los 
Deutschen  Brüder  y  los  demócratas  que  adulan  al  popu- 
lacho para  seducirle , — demuestran  precisamente  lo  con- 
trario. Se  pretende  que  los  alemanes  han  inventado  la 
pólvora  ;  pero  no  soy  de  esa  opinión.  Lichtenberg  pro- 
pone el  siguiente  problema  :  « ¿Por  qué  un  hombre  que 
no  es  alemán  se  hace  pasar  por  tal  muy  pocas  veces?  ¿Y 
por  qué  cuando  quiere  fingirse  algo  se  finge  inglés  ó  fran- 


LA    REPUTACIÓN    Y   EL   PUNTO    DE    HONRA.  1 87 

cés?  Por  lo  demás,  la  individualidad  es,  en  cualquier 
hombre,  cosa  de  distinta  importancia  que  la  nacionali- 
dad, y  merece  mil  veces  más  que  ésta  ser  tenida  en  con- 
sideración. Con  verdad  y  con  justicia  nunca  podrá  de- 
cirse mucho  bueno  de  un  carácter  nacional ,  porque 
nacional  significa  que  pertenece  á  una  muchedumbre. 
La  pequenez  de  espíritu,  la  sinrazón  y  la  perversidad  de 
la  especie  humana  son,  sobre  todo,  las  condiciones  que 
resaltan  en  cualquier  país ,  en  una  ó  en  otra  forma  ; 
forma  que  es  lo  que  nombramos  carácter  nacional.  Dis- 
gustados de  uno ,  ensalzamos  á  otro ,  hasta  que  llega  un 
instante  en  que  este  otro  nos  inspira  igual  sentimiento. 
Cada  nación  se  burla  de  las  otras ,  y  tienen  razón  todas. 


LA  categoría, 


Por  lo  que  respecta  á  la  categoría ,  por  mucha  impor- 
tancia que  tenga  en  el  concepto  de  la  muchedumbre  y  de 
los  necios ,  y  por  muy  grande  que  pueda  ser  su  utilidad, 
como  una  rueda  en  el  mecanismo  del  Estado ,  en  muy 
pocas  palabras  habremos  concluido  con  ella ,  para  reali- 
zar nuestro  propósito.  Es  la  categoría  un  valor  conven- 
cional, ó,  para  expresarnos  más  propiamente,  un  valor 
ficticio;  su  acción  tiene  por  resultado  una  consideración 
ficticia  también ,  y  el  todo  viene  á  ser  una  comedia  para 
la  masa.  Las  condecoraciones  son  letras  de  cambio  gira- 
das sobre  la  opinión  pública ;  su  valor  depende  del  crédito 
del  girador.  De  todas  maneras,  y  prescindiendo  ahora 
del  dinero  que  ahorran  al  Estado  sustituyendo  á  las  re- 
compensas pecuniarias ,  son ,  en  realidad ,  una  institución 
de  las  más  felices ,  en  el  supuesto  de  que  sean  distribuidas 


88  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


atinada  y  equitativamente.  En  efecto:  la  multitud  tiene 
ojos  y  tiene  oídos,  pero  no  tiene  nada  más;  tiene,  sobre 
todo,  poquísimo  juicio,  y  hasta  es  flaca  de  memoria.  Algu- 
nos merecimientos  se  hallan,  desde  luego,  fuera  del  al- 
cance de  su  comprensión ;  otros  merecimientos  hay  que 
la  multitud  comprende  y  aclama  cuando  los  ve  aparecer; 
pero  que  pone  muy  pronto  en  olvido.  Siendo  esto  así, 
paréceme  en  extremo  conveniente  gritar  á  las  muche- 
dumbres siempre  y  por  todas  partes ,  por  medio  de  una 
cruz  ó  de  una  estrella:  «Este  hombre  que  veis,  no  es  igual 
á  vosotros;  tiene  merecimientos».  Sin  embargo,  con  una 
distribución  injusta,  irracional  ó  excesiva,  las  condeco- 
raciones pierden  su  valor ;  por  esta  razón ,  un  príncipe 
debería  poner  tanta  circunspección  en  otorgar  cruces, 
como  un  comerciante  en  firmar  letras  de  cambio.  La  ins- 
cripción Al  mérito  en  una  cruz ,  es  un  pleonasmo ;  toda 
condecoración  debería  ser  dada  Al  mérito;  eso  no  hay 
para  qué  decirlo. 


Arthur  Schopenhauer. 


UN  PRECURSOR  DE  LOS  DANDYS 


UN  estudio  sobre  el  Dandysmo  (')  Y  acerca  del 
hombre  que  más  exactamente  lo  personifica 
(Brummell) ,  ¿será,  por  ventura,  completo  y  dará 
idea  precisa  del  asunto  tan  hondamente,  tan  insidar- 
mente  inglés?  Por  muy  inglés  que  sea  el  objeto  represen- 
tado, no  es, — ya  se  ha  visto, — un  fenómeno  exclusiva- 
mente social ,  una  monstruosidad  podrían  denominarlo 
los  puritanos  y  los  corazones  sensibles,  que,  en  esta  oca- 
sión, coincidirían.  Wí  Dandysmo  tiene  sus  raíces  en  la 
naturaleza  humana  de  todos  los  países  y  de  todas  las  épo- 
cas, pues  la  vanidad  es  universal.  Lo  que  podría  ser  de- 
nominado la  cuerda  del  Dandysmo ,  parece  despertarse, 
en  medio  de  las  treinta  y  seis  mil  cuerdas  de  que  se  com- 
pone ese  diabólico  instrumento,  tan  complicado  siempre  y 
tan  echado  á  perder  en  ocasiones ,  de  la  naturaleza  hu- 
mana. Pero  Inglaterra  es  la  nación  que  mejor  ha  hecho 
vibrar  esa  cuerda.  Alguien  ha  mentado  á  Richelieu,  y 

(i)  Los  vocablos  ingleses  Dandy  y  Dandysme  no  tienen  correspon- 
dencia exacta  ,  ni  casi  aproximada ,  en  castellano ,  ni  en  francés.  Barbey 
d'Aurevilly  los  ha  conservado  en  inglés,  y  eso  hacemos  nosotr^^s. 

(N.  del  T.) 


190  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


aun  ha  pretendido  parangonarle  con  Brummell ,  para 
mostrar  las  diferencias  que  la  sociedad  y  la  raza  han 
puesto  entre  estos  fatuos  asentados  sobre  iguales  cimien- 
tos. Richelieu  poseía  efectivamente  la  cuerda  del  Dan- 
dysmo ,  pero  en  el  cortesano  francés  la  vibración  de  esa 
cuerda  aparece  velada  por  otras  más  vigorosas  vibracio- 
nes. Precursor  de  los  Dandys  como  Richelieu,  verdadero 
Dandy  y  aun  antes  de  que  existiese  eso  que  llaman  Dan- 
dysmo ,  y  antes  de  que  observadores  de  profundo  y  ex- 
quisito anáüsis  lo  hubiesen  estudiado  como  algo  sustan- 
tivo ,  fué  Laucón.  Lauzun,  mucho  más  poderoso  que  Ri- 
chelieu, aunque  no  tomase  á  Mahón. 

Lauzun  tomó  una  plaza  mucho  más  difícil  de  tomar...., 
tomó  á  la  gran  Mademoiselle  ('),  y  la  tomó  él  solo,  lo 
cual  no  había  hecho  Richelieu  con  Mahón.  ¡  Cosa  muy 
digna  de  notarse!  Lauzun  realizó  esa  conquista,  sobre 
todo  por  el  Dandysmo ,  que  existía  en  su  persona  sin  que 
ni  él  mismo  lo  sospechara,  ni  ella  tampoco  :  Lauzun  era 
digno  de  ser  inglés.  Si  lo  hubiera  sido,  habría  representado 
el  papel  de  uno  de  los  más  admirables  Dandys  de  Inglate- 
rra. Poseía  el  egoismo  inglés,  el  egoísmo  más  terrible  que 
ha  existido  después  del  egoismo  romano.  Lauzun  fué  un 
Dandy,áe  buen  porte,  de  originalidad  muy  matizada  en  ese 
porte  mismo,  obstinado  en  no  parecerse  á  los  demás  cuan- 
do todos  eran  iguales  ante  Luis  XIV,  de  extraordinaria 
sangre  fría,  de  prodigioso  dominio  sobre  sí  mismo,  de  pro- 
cederes inesperados  (porque  uno  de  los  rasgos  que  más 
especialmente  caracterizan  á  los  Dandys  es  el  de  no  hacer 
nunca  lo  que  se  espera  que  hagan).  Tuvo  Lauzun  la  im- 
placable vanidad,  la  vanidad  feroz  de  los  Dandys.  Recuér- 

(  1 )  Especie  de  título  honorífico,  á  modo  de  antonomasia  respetuosa, 
con  que  era  designada  en  Francia  la  hija  primogénita  del  tío  del  Rey. 

(N.  del  T.) 


UN   PRECURSOR   DE   LOS   DANDYS.  I9I 

dése  la  escena  (en  las  Memorias  de  Saint-Simon)  en  que 
Lauzun  puso  su  tacón  encima  de  la  mano  de  una  Duquesa 
(en  tiempo  de  Luis  XIV  llevábanse  altos  los  tacones, 
como  muchos  años  después,  por  los  años  1879  y  1880,  los 
han  usado  las  señoras) ,  y  giró  sobre  su  tacón  para  hun- 
dirlo en  la  carne  como  una  barrena.  Basta  eso  para  ha- 
cer que  el  lector  ,  si  es  nervioso  ,  se  estremezca  y  grite. 
Habría  con  esto  para  escribir  un  estudio  acerca  de  Lau- 
zun; pero  ya  está  escrito ,  y  para  colmo  de  halago  á  su 
vanidad ,  ha  sido  escrito  por  la  princesa  que  más  loca- 
mente ha  querido  á  Lauzun  entre  todas  las  mujeres  que 
lo  han  idolatrado. 

Este  César  Borgia  con  las  mujeres ,  y  sobre  todo  con 
esa  ;  ese  César  Borgia  que  hubiera  retrocedido  hasta  Ma- 
quiavelo,  no  hubo  menester  de  escribir  sus  Comenta- 
rios, como  el  gran  César....  Sus  comentarios  fueron 
escritos  por  la  mujer,  por  su  conquista— una  Princes.a 
muy  amante  y  muy  maltratada  ;  pero  amante  siempre, — 
y  Brummell,  por  su  parte,  no  ha  tenido  más  historiado- 
res que  M.  Jessé  y  yo. 

Páginas  adorables  de  las  Memorias  de  Mademoiselle 
de  Montpensier ,  nos  dan  la  medida  exacta  de  lo  que  valía 
Lauzun ,  ese  predecesor  de  los  DandySy  ese  inglés  de 
Francia.  Esto  vale  tanto  como  una  novela  de  Stendhal. 
Aquí  es  ciertamente — y  sólo  aquí  —  donde  es  oportuno 
hablar  de  esto. 


IL 


Preséntase  Mademoiselle  en  sus  Memorias  con  una 
originaHdad  que  ahora  no  conocemos ;  originalidad  de 
Princesa,  casi  incomprensible  en  estos  tiempos  nuestros 


192  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


de  vulgarísimas  costumbres.  Encuentro  en  ella  una  de 
las  cosas  más  bellas  de  tiempos  ya  idos  ;  el  orgullo  en  el 
respeto  de  uno  mismo  y  en  el  de  su  rasa  y  que  vale  más 
todavía  que  uno  mismo.  La  Princesa  era  antes  Borhón 
que  mujer,  y  me  explico  ahora  que  estuviera  muy  satis- 
fecha con  tener  negros  los  dientes ,  porque  aquellos  eran 
los  dientes  de  su  Casa. 

Hasta  la  llegada  deLauzun,  Mademoiselle  pasaren 
sus  Memorias,  sin  que  su  corazón  palpite  por  nadie,  sin 
otro  deseo  que  el  de  casar  con  el  emperador  de  Alema- 
nia ,  únicamente  porque  es  Emperador.  Galanteada  por  el 
rey  de  Inglaterra  (Carlos  II,  á  la  sazón  en  París),  mani- 
fiéstase indiferente.  Ve  con  la  mayor  tranquilidad  cómo 
se  derrumban  todos  los  castillos  de  naipes  que  con  res- 
pecto á  su  matrimonio  se  levantan  sucesivamente  ;  cu- 
rándose sólo  de  que  no  conviene  anular  á  una  hija  de 
Francia.  Si  Mademoiselle  soñó,  como  algunos  han  dicho, 
en  ser  esposa  de  su  primo  carnal  Luis  XIV,  nada  de 
esto  se  trasluce  en  sus  Memorias.  El  orgullo  impone  si- 
lencio al  orgullo. 

Esta  Princesa ,  esencial  y  sustancialmente  Princesa; 
este  espíritu,  al  que  sólo  asuntos  de  etiqueta  palaciega 
habían  conmovido ;  este  ser  exclusivamente  ceremonioso 
que  á  nada  concedió  atención  más  que  á  las  grandezas ,  — 
las  grandezas  teatrales  y  de  opinión— (^^/  honor  de  Mon- 
tesquieu),  siente,  á  los  cuarenta  y  tres  años  de  su  edad, 
algo  que  en  su  cerebro  bulle  y  se  agita  por  un  hombre. 
El  níspero  está  maduro....  ¡Una  doncella  de  cuarenta  y 
tres  años ! ,  doncella  en  todo .... ,  acaso  hasta  de  simple  cu- 
riosidad ;  i  qué  pasión  tan  digna  de  estudio  debe  de  ser 
esta!  ¡Y  contada  por  Ella!  El  libro  no  podía  menos  de 
resultar  peregrino,  y  lo  es,  en  efecto....,  para  los  inteli- 
gentes. 


UN    PRECURSOR    DE   LOS    DANDYS.  1 93 


III 


Estamos  aquí  muy  lejos  del  cinismo  de  Rousseau  y  de 
la  franqueza  contemporánea;  y,  sin  embargo,  obsérvese 
esto:  la  Princesa  es  ingenua  á  su  modo.  Es  veraz  por  or- 
gullo. Engrandece  al  hombre  á  quien  ama,  pero  no  da  un 
paso  más  allá  de  ese  engrandecimiento.  Está  clara  la  im- 
posibilidad de  que,  á  sus  ojos,  un  hombre  por  quien,  á  la 
edad  de  cuarenta  y  tres  años ,  experimentaba  ese  amor 
del  cual  nada  le  había  dado  en  toda  su  vida  la  idea  más 
remota,  no  fuese  muy  superior  á  todos  los  hombres,  y  en 
aquella  corte  del  Gran  Rey,  joven  y  hermoso  entonces 
como  un  sol  de  Mayo ,  era  muy  difícil  superar  á  todos 
por  el  ingenio,  por  las  maneras,  por  la  hermosura.  Pero 
la  superioridad  de  Lauzun,  en  aquel  siglo  de  lo  conven- 
cional, en  el  que  todo  se  asemejaba,  era  lo  extraordina- 
rio ,  era  lo  que  llamaríamos  ahora ,  porque  entonces  no 
existía  el  vocablo ,  la  originalidad.  Ya  antes  de  amarle 
habíase  sentido  Mademoiselle  muy  impresionada  por  el 
aspecto  de  Lauzun,  en  una  carrera  de  caballos  (Lauzun 
era  entonces  conde  de  Peguylem),  y  por  el  arrogante 
lema  de  su  escudo:  un  cohete  que  se  remonta  hacia  las 
nubes,  con  esta  leyenda  en  español:  Voy  hasta  lo  más 
alto.  La  Princesa  halló  singular  esa  leyenda.  ¡Singular!, 
esa  es  la  palabra. 

Lauzun ,  antes  de  ser  capitán  de  guardias ,  era  coronel 
de  dragones,  cuyas  gorras,  dice  Mademoiselle ,  «revela- 
ban una  especie  de  bravura  en  estas  tropas  que  no  se  ad- 
vertía en  las  otras >->,  «Su  coronel,  prosigue  diciendo  la 
Princesa,  apareció  con  un  aire  que  le  distinguía  de /6>s 

13 


94  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


otros  oficiales  de  tal  modo,  que  había  muchos  casos  en 
que  éstos  no  podían  imitarle  sino  con  gran  dificultad.... 
Era  extraordinario  en  todo....  Por  lo  que  á  mí  respecta, 
como  me  pareció  hombre  de  ingenio ,  habríame  alegrado, 
desde  aquella  época,  de  hablarle;  de  tal  modo  me  impre- 
sionó su  reputación  de  caballero  y  de  hombre  singular. 
Era  muy  particidar .  Trataba  á  muy  pocas  personas.  Yo 
sabía  todo  esto  más  por  otros  que  por  mí  misma. »  Cuan- 
do fué  nombrado  capitán  de  guardias ,  y  luego  que  hubo 
recibido  su  bastón  y  prestado  su  servicio,  dice  la  Prin- 
cesa: «con  sus  aires  de  distinción  y  desembarazo ;  cuida- 
doso siempre  ,  pero  sin  oficiosidad,  comencé  á  mirarle 
como  un  hombre  extraordinario  (esta  es  siempre  la  pro- 
funda impresión  que  produce),  de  conversación  muy 
agradable,  y  yo  buscaba  ocasiones  para  hablarle.  Halla- 
ba yo  en  él  modos  de  expresarse  que  nunca  había  adver- 
tido en  las  otras  personas » . 

Tal  fué  siempre  el  primer  hechizo  de  este  hechicero. 
En  aquel  gran  siglo  de  lo  convencional,  y  en  aquel  cora- 
zón ya  petrificado  de  la  Princesa,  se  comprenderá  perfec- 
tamente que  hubo  aquí  lo  que  en  el  siglo  siguiente  había 
de  llamarse  un  rayo.  Todavía  no  existen  los  nervios,  y  el 
magnetismo  de  la  mirada  es  aún  desconocido.  Lauzun  va 
penetrando  poco  á  poco  en  la  atención  de  aquella  mujer 
aburrida,  y  que  probablemente  echaría  de  ver,  quizá  sin 
darse  cuenta  de  ello ,  que  en  aquella  corte  solemne  y  ce- 
remoniosa, todas  las  cosas  se  parecían  demasiado  las  unas 
á  las  otras.  Como  por  mu}^  Princesa  y  muy  altiva  que 
una  mujer  sea,  conserva  siempre  la  vanidad  femenil,  el 
hombre  favorecido  por  las  mujeves  que  en  Lauzun  veía, 
ocasionaba  alguna  picazón  en  aquel  espíritu  tan  altivo 
y  tan  orgulloso.  Mademoiselle  dice,  hablando  de  Enri- 
queta de  Inglaterra,  duquesa  de  Orleans:  «No  abrigaba 


UN   PRECURSOR   DE   LOS   DANDYS.  1 95 

yo  sospecha  alguna  de  que  él  pudiese  tener  hacia  ella 
galantería,...,  esa  afición  que  habitualmente sentía  Laur 
zun  hacia  muchas  damas » .  En  este  momento  comienza 
la  Princesa  á  leer  en  su  corazón.  «Dios  (dice  con  una  gra- 
vedad digna  de  Bossuet)  es  dueño  de  nuestros  estados. 
En  ellos  nos  deja  en  tanto  cuanto  la  vanidad  de  nuestros 
espíritus  puede  sobrellevarlos.  Si  él  había  permitido  que 
yo  pudiese  considerar  el  mío  como  el  más  venturoso  que 
podía  yo  escoger  en  el  mundo,  debía  sentirme  satisfecha 
de  mi  nacimiento ,  de  mis  riquezas ,  etc. ,  etc.  Sin  em- 
bargo, como  he  dicho  ya,  me  entristecían  y  enojábanlos 
lugares  mismos  que  en  otras  ocasiones  me  habían  agra- 
dado.» De  este  modo,  y  así  debía  suceder,  la  Princesa 
principió  por  el  aburrimiento : 

(( •  Y  me  disteis ,  Dios  mío  , 
Juntos  la  soledad  y  el  poderío  !» 

« Sentía  yo  cariño  hacia  otros  sitios  que  hasta  enton- 
ces habían  sido  para  mí  del  todo  indiferentes.  Agradá- 
bame la  conversación  de  Lauzun,  pero  sin  que  esto  me 
hiciese  pensar  en  él  con  fijeza.»  ¡Cuan  lentamente  ade- 
lanta todo  en  este  espíritu  que  con  tanta  dificultad  se 
desentumece!  «Después  de  haber  pasado  mucho  tiempo 
en  estas  agitaciones ,  continúa  diciendo  la  autora  de  las 
Memorias,  quise  volver  á  mí  misma,  y  preguntarme  qué 
era  lo  que  me  causaba  placer ,  qué  era  lo  que  me  produ- 
cía disgusto.  Conocí  entonces  que  alguna  otra  condición^ 
distinta  de  todas  las  que  yo  había  ya  experimentado  hasta 
entonces,  ocupaba  mi  alma  por  completo  ;  que  si  yo  me 
casaba  sería  más  dichosa;  que  labrando  la  fortuna  de  al- 
guno, proporcionándole  muchas  riquezas,  ese  alguno  rae 
lo  agradecería,  sentiríase  conmovido,  tendría  amistad 
para  mí  y  procuraría  hacer  todo  cuanto  pudiera  serme 


196  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


agradable.»  Y  después  de  este  examen  á  lo  Bossuet,  la 
Princesa  nombra  áLauzun,  á  quien  llama  siempre  Mr.  Lau- 
zun,  y  lo  que  la  decide  por  él  es,  sobre  todo,  «la  distin- 
ción de  su  conducta  en  relación  á  la  de  las  otras  perso- 
nas, la  elevación  de  alma  que  él  posee  muy  superior  á  la 
de  los  demás  hombres,  lo  ameno  de  su  conversación,  y 
un  millón  de  singularidades  que  en  él  advierte » .  i  Siem- 
pre las  singularidades,  la  originalidad,  lo  extraordinario, 
lo  imprevisto  para  ella  en  su  rutina  de  high  Ufe  y  de 
Princesa!  Aquella  mujer  había  adivinado  el  Dandysmo 
moderno.  Porque  evidentemente  en  esto  consiste. 


IV. 


Matilde  de  la  Mole  (en  la  novela  Rojo  y  Negro)  no  se 
explica  sus  sensaciones  mucho  mejor  que  Mademoi- 
selle  las  suyas.  Pero  Matilde  lucha,  y  Mademoi selle  es  de- 
masiado Princesa  para  combatir  su  sentimiento.  Cuando 
lo  experimenta,  bien  experimentado  estará.  El  aburri- 
miento se  apodera  de  su  alma  cuando  no  le  ve  (d  Lauzun) 
en  las  habitaciones  de  la  Reina.  «Quería  yo  verle  en  la 
cámara  de  la  Reina,  ó  sólo,  en  mi  cuarto,  ó  en  la  recep- 
ción de  la  corte ,  ya  casualmente,  ya  de  otro  modo.  Soy 
por  naturaleza  impaciente ;  no  podía  yo  soportar  á 
nadie.  El  ver  gente  me  desesperaba.» 

De  tales  síntomas ,  verdaderamente  graves ,  nacieron 
entonces  dos  sentimientos. 

La  resolución  de  confiar  al  Rey  aquel  amor,  y  la  incon- 
soLABiLiDAD  quc  CU  ella  producía  el  que  Lauzun,  á  juzgar 
por  su  conducta  respetuosa  y  sumisa ,  no  echara  de  ver 
todo  lo  que  ella  pensaba  en  él,  Pero  Princesa  siempre. 


UN   PRECURSOR   DE   LOS   DANDYS.  1 97 

aun  en  medio  de  esas  agitaciones  procura  hallar ,  en  la 
historia  de  Francia,  ejemplos  de  personas  muy  inferio- 
res á  Lauzun  en  linaje  y  categoría  que  se  habían  casado 
con  hijas  y  aun  con  viudas  de  Reyes.  Recordó  entonces 
los  amores  de  Corneille ,  y,  ¡  cosa  peregrina  I ,  envió  á 
buscar  en  París  un  Corneille,  porque  había  visto  en  las 
comedias  (así  dice  ella)  de  ese  autor  una  especie  de  pre- 
destinación parecida  á  la  suya.  Una  vez  recibida  la  obra 
de  Corneille,  Mademoiselle  aprendió  de  memoria  los 
versos ,  de  los  cuales  no  conservaba  más  que  cierta  re- 
miniscencia ,  mirando  sólo ,  sigue  diciendo  la  Princesa, 
por  su  LADO  DIVINO  lo  quc  la  mayoría  de  los  hombres 
consideran  con  sentimientos  profanos. 

He  aquí  los  versos,  muy  dignos, — eso  es  otra  cosa, — 
de  Corneille.  «Lise,  cuando  la  voluntad  de  los  cielos  nos 
ha  creado  el  uno  para  el  otro ,  nuestro  amor  nace  repen- 
tino. En  virtud  de  secreto  poder,  su  mano  siembra  la  inte- 
ligencia entre  los  corazones  ,  aun  antes  de  que  las  perso- 
nas se  hayan  visto.  De  tal  manera  prepara  á  los  aman- 
tes ,  que  el  alma  de  cada  uno  se  conmueve  y  se  interesa 
sólo  al  oir  el  nombre  del  otro.  Se  estiman,  se  buscan  ,  se 
aman  en  un  instante;  todo  lo  que  á  medias  palabras  se 
dicen ,  les  persuade  fácilmente ,  y  sin  cuidarse  para  nada 
de  temores  frivolos ;  la  fe  se  adelanta  siempre  á  las  pala- 
bras. En  pocos  vocablos  la  lengua  expresa  mucho.  Los 
ojos  ,  más  elocuentes  aún  ,  lo  expresan  todo  en  una  mi- 
rada, y  de  cuanto,  á  porfía,  nos  enteran  ambos,  el  cora- 
zón comprende  todavía  más  de  lo  que  ellos  dicen  (')•» 

(i)  Quand  les  ordres  du  del  nous  ont  faits  I' un  pour  l'aufre , 

Lise  ,  c'est  un  amoiir  hientót  fait  que   le  notre. 
Sa  main  entre  les  cxiirs  par  un  secret  pouvoir 
Seme  l'intelligence  avant  que  de  se  voir  ! 
II  prepare  si  bien  Vamant  et  la  maitresse  , 
Que  Icur  ame  au  seul  nom  s'emeut  et  s'interesse; 
On  s  estime,  on  se  cherche,  on  s'aime  en  un  moment, 


198  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Después  de  este  oráculo  del  genio ,  la  Princesa  no 
vacila  más.  Adopta  resueltamente  su  partido,  y  lleva  ade- 
lante su  proyecto  de  matrimonio.  Ve  un  día  (2  de  Mar- 
zo) á  Lauzun  en  las  habitaciones  de  la  Reina.  «Lauzun, 
escribe  Mademoiselle ,  habría  debido  adivinar  cuando 
estuve  delante  de  él  lo  que  en  mi  corazón  pasaba,  en  la 
alegría  con  que  le  hablé. »  Pero  como  Lauzun  no  parece 
comprender  una  palabra  de  todo  aquello  bajo  el  respeto 
con  que  se  cubre ,  discurre  la  Princesa  hablarle  de  su 
matrimonio  con  el  duque  de  Lorena ,  y  preguntar  á  Lau- 
zun su  parecer  con  respecto  á  esa  boda.... 

Aquí  es  donde  principia  la  más  deliciosa  comedia,  la 
comedia  del  amor.  Ella  quiere  ser  comprendida;  él,  que 
comprende  perfectamente,  no  quiere  comprender.  Ella  le 
presenta  el  hielo  casi  hendido  por  ella  misma ,  para  que  él 
acabe  de  romperlo.  No  lo  rompe.  No  existe  ya  más  que  una 
tenue  y  diáfana  superficie....  pero  Lauzun  no  la  rompe.  Ni 
se  permite  siquiera  tocarla  con  la  punta  de  un  dedo,  por- 
que la  rompería.  Conviértese  Lauzun  en  el  más  gracioso, 
el  más  profundo  y  el  más  desesperante  Tartufo  del  respeto 
que  ha  existido  nunca.  El  procedimiento  de  este  hombre 
es  una  obra  maestra.  De  la  conducta  de  Lauzun  en  aque- 
llas circunstancias  pueden  obtenerse  máximas  generales 
y  axiomas  para  inspirar  amor  á  las  Princesas.  Pero  ¿quién 
tiene  ahora  Princesas  á  quienes  seducir?  Mujeres  que  lle- 
van ese  título  sí  existen  todavía;  pero  Princesas  de  ver- 
dad, ya  no  las  hay. 

He  aquí  ahora  el  axioma  primero  del  maquiavehsmo 

Tout  ce  qu'on  s'entredit  persuade  aisement , 

Et  sans  s'inquüter  de  müle  peurs  frivoles 

Lefoi  semble  courir  au-devant  des  paroles. 

La  langue  en  peu  de  mots  en  explique  heaucoup; 

Lesyeux ,  plus  éloquents ,  font  tout  voir  tout  d'un  coup , 

Et  de  quoi  qua  Venvi  tous  les  deux  nous  instruís sent , 

Le  coeur  en  entend  plus  que  tous  les  deux  n'en  dissent. 


UN    PRECURSOR    DE    LOS    DANDYS.  1 99 

adorable  de  Lauzun ;  porque  es  adorable  en  sus  porme- 
nores: «Cuanto  más  transparente  y  más  tierna  se  mues- 
tre para  nosotros  una  mujer  altiva,  Princesa  por  su 
carácter  lo  mismo  que  por  su  nacimiento,  tanto  más 
debemos  exagerar  nuestro  respeto  y  envolvernos  en  él  de 
un  modo  impenetrable » . 

Lauzun  no  infringió  nunca  esta  ley  ni  aun  en  las  en- 
trevistas más  embriagadoras  para  un  hombre ,  vanidoso 
como  él  lo  era,  ambicioso,  enamorado  (quizá  lo  esta- 
ría....; los  libertinos  son  capaces  de  todo,  y  hasta  pueden 
amar  á  doncellas  de  cuarenta  y  tres  años).  Además,  en  la 
vanidad  sobreexcitada  hay  una  especie  de  inflamación 
que  remeda  al  amor  diabólicamente.  Diabólicamente ;  esa 
es  la  palabra. 

Es  necesario  leer  en  las  Memorias  de  Mademoiselle 
aquellos  rodeos  del  respeto  y  aquellos  rodeos  de  la  ter- 
nura impaciente  y  altiva.  Esta  Princesa,  que  tiene  con- 
ciencia de  lo  que  vale  su  pluma,  escribe  cosas  realmente 
deliciosas ,  como  solamente  las  escriben  escritores  de  ge- 
nio. Es  una  maravilla  de  gracia  velada  y  de  pasión  hipó- 
critamente descubierta , —  de  esta  pasión  que  desea  ser 
vista,  pero  que  no  quiere  dejarse  ver....  —  ¡Situación  pi- 
cante !  La  Princesa  pide  consejos  á  Lauzun .  Éste  se  los  da : 
busca  con  ella  un  hombre  á  quien  pudiera  unirse  digna- 
mente,— no  le  encuentra; — le  sugiere  la  idea  de  echar- 
se en  brazos  de  la  devoción.  La  devoción  al  uso.  Este 
hombre ,  que  comprende  sobradamente  cómo  adoran  en 
él ,  conserva  una  seriedad  magnífica.  «No  dejo  yo  de  com- 
prender, dijo  Lauzun  á  la  Princesa,  que  parece  cosa  ri- 
dicida  pasar  toda  la  vida  sin  haber  adoptado  un  partido, 
sea  el  que  fuere.  Cuando  se  ha  llegado  á  los  cuarenta 
años ,  no  conviene  dejarse  arrastrar  á  los  placeres  que 
parecen  bien  en  las  muchachas  de  quince  á  veinticuatro. 


200  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Por  eso  debo  decir  á  la  señora  Princesa  que  está  en  el  de 
hacerse  religiosa,  ó  consagrarse  á la  devoción.»  Aprue- 
ba, no  obstante,  el  designio  de  Mademoiselle  de  elevar 
un  hombre  hasta  ella ;  pero  finge  ignorar  por  completo  en 
quién  ha  fijado  los  ojos  aquella  mujer  enamorada,  que 
sólo  en  él  piensa. 

Sin  embargo,  muere  Madame  (')  (la  duquesa  de  Or- 
leans) ,  cuando  ha  nacido  y  subsiste  aún  el  amor  de  Ma- 
demoiselle á  Lauzun.  Habla  el  Rey  de  que  ésta  reem- 
place á  Madame.  Pero  el  amigo  del  caballero  de  Lorena 
no  puede  convenir  á  un  espíritu  tan  real  y  tan  profun- 
damente femenino  como  el  de  Enriqueta  ;  y  el  Rey  ,  que 
ve  el  fondo  de  las  cosas ,  se  avergüenza  de  su  primera 
idea,  y  acaba  por  renunciar  á  ella.  Lauzun  solamente,  el 
hombre  amado,  finge  creer,  con  su  inteligencia  de  diablo 
conocedor  de  las  mujeres,  que  Mademoiselle  desea  aquel 
matrimonio,  y  se  lo  aconseja....  Entonces  es  cuando  la 
Princesa  ,  no  pudiendo  más,  confiesa  su  amor  á  Lauzun 
mismo....;  pero  ¡  con  qué  turbación  y  con  qué  pudores! 
Esta  doncella  altiva  tiene  puerilidades  de  corazón  encan- 
tadoras. Lauzun  no  se  aparta  de  su  sistema.  Cuando  está 
muy  seguro  de  que  la  Princesa  va  á  decírselo  todo  ,  no 
quiere  oir  nada.  Suplícala  que  se  reserve  sus  confiden- 
cias. 

«Él  me  respondió,  dice  Mademoiselle,  que  yo  le  hacia 
temblar.  Si  por  acaso  no  apruebo  la  elección  de  S.  A., 
resuelta  y  tenaz  como  es  la  señora  Princesa,  conozco 
perfectamente  que  S.  A.  no  ha  de  consentir  en  volver  á 
verme.  Tengo  demasiado  empeño  en  conservar  la  honra 
de  merecer  las  deferencias  que  S.  A.  me  otorga,  para  es- 
cuchar una  confidencia  que  me  pondría  en  trance  y  riesgo 

(  I  )  Madame ,  otra  antonomasia  con  que  eran  designadas  la  hermana 
ó  la  tía  políticas  del  Monarca  francés.  (  N.  del  T.) 


UN   PRECURSOR   DE   LOS   DANDYS.  201 

de  perderlas.  Nada  he  de  hacer,  por  mi  parte,  para  que 
esto  me  ocurra,  y  supHco  respetuosamente  á  S.  A.  que 
no  me  hable  más  de  este  asunto....» 

¡Aquel  incendiario  sabía  perfectamente  cómo  había 
de  conducirse  para  encender  más  los  deseos!  Cuanto 
menos  se  presta  Lauzun  á  oir ,  tanto  más  se  obstina  en 
hablar  la  Princesa. — Un  día,  siempre  refiriéndose  á  lo 
mismo ,  cuenta  Mademoiselle :  Pensé  en  echar  el  alien- 
to sobre  un  espejo:  «esto  empañará  su  luna ;  entonces  es- 
cribiré el  nombre  en  letras  muy  grandes  para  que  V.  lo 
lea  sin  dificultad».  Pero  dieron  en  aquel  momento  las 
doce  de  la  noche.  Era  ya  viernes,  día  de  mal  agüero. 
«¡Ah!  (exclamó  la  Princesa  entonces);  no  diré  á  V. 
nada....» 

Algunos  días  después  guardó  Mademoiselle  un  papel, 
en  el  cual  había  escrito  solamente  estas  dos  palabras: 
¡Es  V. !  Pero  no  quiso  entregar  aquel  papel  en  viernes. 
«Démelo  V.  A.  (decía  Lauzun);  prometo  que  no  lo  leeré 
hasta  después  de  las  doce  de  la  noche. »  Pero  la  Princesa 
teme,  duda  aún,  cuando  al  día  siguiente,  por  la  tarde,  se 
presentó  Lauzun  en  la  cámara  de  la  Reina,  y  entonces 
Mademoiselle  escribe  una  página  deliciosa,  cuyos  por- 
menores tienen  para  mí  encanto  indecible. 

«Luego  que  hubo  entrado  la  Reina  en  su  oratorio,  fui 
á  colocarme,  sola  con  él,  en  el  rincón  de  la  chimenea,  y 
saqué  el  papel ;  se  lo  mostraba  yo,  y  en  seguida  apresurá- 
bame aguardarlo,  ya  en  la  bolsa,  ya  en  el  manguito. 
Lauzun  me  rogó  con  empeño  que  se  le  entregase.  Decía- 
me que  el  corazón  le  palpitaba;  que  tenía  en  aquella  pal- 
pitación algo  de  presentimiento ;  que  acaso  iba  yo  á 
proporcionarle  ocasión  de  perjudicar  á  alguno  si  des- 
aprobaba él  mi  elección  y  mis  intenciones.  La  conversa- 
ción sobre  este  tema  duraría  como  cosa  de  una  hora ; 


202  LA    ESPAÑA  MODERNA. 


pero  tanto  el  uno  como  el  otro  nos  encontrábamos  tur- 
bados, y  le  dije:  «He  aquí  el  papel.  Se  lo  entrego  á  V. 
»con  la  condición  de  que  V.  escriba  la  respuesta  debajo 
»de  lo  que  yo  he  escrito.  Tendrá  V. ,  para  hacerlo  así, 
»  espacio  de  sobra,  porque  mi  carta  es  muy  concisa,  y  V. 
»me  la  devolverá  esta  noche  en  las  habitaciones  déla 
» Reina,  donde  hablaremos». 

» Apenas  había  yo  acabado  de  decir  esto,  cuando  sahó 
la  Reina  para  visitar  á  los  Recoletos.  La  seguí.  Oré  aque- 
lla tarde,  rogando  á  Dios  con  toda  mi  alma  la  realización 
de  mis  designios.  Mis  distracciones  fueron  grandes.  Cuan- 
do salimos  del  templo  nos  encaminamos  á  las  habitaciones 
del  Delfín.  La  Reina  se  aproximó  al  fuego.  Vi  entrar  á 
Lauzun,  que  se  acercó  á  mí  sin  atreverse  á  hablarme  ni  á 
mirarme  siquiera.  Su  turbación  aumentó  la  mía.  Entonces 
me  arrodillé  para  calentar  me  mejor.  Lauzun  se  hallaba 
muy  cerca  de  mí.  Díjele  sin  mirarle:  «Estoy  completa- 
>mente  helada».  Lauzun  me  contestó:  «Yo  me  encuentro 
«perturbado  aún  por  lo  que  he  visto ;  pero  no  soy  bastante 
•insensato  para  caer  en  la  red.  He  comprendido  muy  bien 
»que  S.  A.  quiere  divertirse  y  al  mismo  tiempo  excusarse, 
»por  medio  de  este  rodeo  extraordinario ,  de  confiarme  el 
»nombre  de  alguien.  Yo  no  habría  tenido  nunca  deseos  de 
^conocerle,  sabiendo  que  S.  A.  tenía  la  menor  dificultad  de 
» decir  meló.»  Yo  respondí:  «Nada  puede  haber  en  el  mun- 
ido más  verdad  que  esas  dos  palabras  escritas  por  mí,  ni 
»nada  más  decidido  en  mi  pensamiento  que  ese  propósito» . 
Lauzun  no  tuvo  tiempo  de  replicar;  no  se  halló  con  fuer- 
za para  llevar  más  adelante  aquella  conversación.  ¡To- 
davía otra  vez !  ¡Los  pormenores,  la  entonación,  todo.,..! 
¡es  incomparable! 


UN   PRECURSOR    DE    LOS   DANDYS.  20} 


V. 


Ya  en  estas  alturas,  el  inteligente  seductor  muéstrase 
admirable  ,  satánicamente  admirable  ,  y  cada  vez  más. 
Aquel  ra^^o  de  felicidad  que  le  anonada,  no  raja  siquiera 
la  concha  de  tortuga,  de  hipocresía,  en  que  Lauzun  se  ha 
escondido.  Lauzun  es  ateo,  según  le  dice  esta  noble  ena- 
morada que,  no  ha  recobrado, — porque  nunca  las  tuvo, — 
sino  hallado  en  un  sentimiento  verdadero ,  las  gracias 
tímidas  de  una  muchacha  de  diez  y  ocho  años.  Ni  aquel 
es  V.,  ni  todo  lo  que  la  Princesa  agrega  al  terrible  y  de- 
licioso es  V.,  rompe ,  en  un  solo  minuto ,  la  máscara  de 
incredulidad  de  Lauzun.  Dice  «que  se  burla  de  él»,  y 
Mademoiselle  responde ,  con  bastante  más  fundamento 
que,  «antes  al  contrario,  él  es  quien  se  burla  de  ella». 
Los  papeles  aparecen  trocados.  Ordinariamente  el  hom- 
bre es  el  que  persuade ,  y  la  mujer  es  la  persona  á  quien 
se  trata  de  persuadir.  En  esta  ocasión,  la  Princesa  es  el 
hombre;  el  segundo,  la  mujer....  ¡y  qué  mujer!  ¡Celimene 
y  Tartufo  juntos !  Cuanto  más  procura  Mademoiselle  ro- 
dearle con  el  brillo  de  sus  amores  casi  regios ,  tanto  más 
humilde  se  presenta  Lauzun  y  tanto  más  se  empequeñe- 
ce. Parece  como  si  dijese  á  esta  mujer  que  por  él  se 
rebaja  :  « i  Baja ,  baja  más  todavía ! »  ¡  Bribón  afortunado ! 
Precisamente  contraría  y  justifica,  al  propio  tiempo,  su 
lema:  «  Voy  hasta  lo  jnds  alto. » 

Los  episodios  de  esta  comedia  novelesca— novela  para 
la  una  y  comedia  para  el  otro  ,— son  casi  tan  divertidos 
como  la  comedia  misma.  En  los  pormenores  hay  de  todo. 
En  aquella  corte  casi  española  por  la  etiqueta ,  osa  Ma- 


204  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


demoiselle  apoyarse  en  Lauzun  para  levantarse ,  Lauzun 
aprovecha  aquel  momento  para  devolverle  su  carta,  que 
la  Princesa  oculta  en  su  manguito ,  lo  mismo  que  una 
muchachuela.  ¡Aquella  heroína  del  arrabal  de  San  An- 
tonio ,  que  había  mandado  disparar  un  cañonazo  contra 
Luis  XIV!  Lauzun  persevera  siempre  en  no  creerla ;  pero 
un  rayo  de  luz  ha  atravesado  su  careta,  y  Mademoiselle 
lo  ve  bien.  «Estaré ,  ha  dicho  Lauzun ,  sumiso  siempre  á  la 
voluntad  de  S.  A.»  ¡Esto  no  significa  un  no! ,  pero  dicho 
esto—q}xe  era  imposible  no  decir  ,— helo  que  se  abisma 
otra  vez  en  respetos  y  miramientos  más  que  sobrados 
para  enloquecerla  de  impaciencia.  Por  fin  Lauzun  pro- 
nunció la  palabra  terrible,  la  palabra  humillante:  «¿Será 
posible  que  S.  A.  quiera  casarse  con  un  criado  de  su 
primo?....»  De  ese  modo  hablaba  Lauzun  de  su  cargo  de 
capitán  de  Guardias  de  Corps. 

Pero,  como  él  había  calculado  todo  lo  que  podía  ser 
un  obstáculo  para  Mademoiselle  ^  obhgábala  á  saltar  por 
encima.  La  Princesa,  pues,  solicitó  atrevidamente  del  Rey 
permiso  para  contraer  matrimonio  con  Mr.  de  Lauzun. 
¡Cosa  extraña! ;  el  Monarca  no  se  opuso.  Aconsejó,  sí,  á 
su  prima  que  lo  pensase  bien,  que  no  procediese  de  Hge- 
ro,  etc.  A  Mademoiselle  la  hicieron  padecer  los  aplaza- 
mientos que  vislumbraba  en  el  fondo  de  aquella  respuesta 
del  Rey.  Y  Lauzun  defiende  al  Rey  contra  la  Princesa. 
Encuentra  Lauzun  que  el  Rey  tiene  razón  al  aconse- 
jarla que  piense  bien  en  aquel  enlace,  que  no  le  convie- 
ne, etc.,  etc.  El  Rey  nada  dice  á  Lauzun;  manifiéstase 
amable  con  él  y  con  ella.  Esto  hace  que  Mademoiselle 
abrigue  esperanzas.  Cuando  una  noche  dícele  brusca- 
mente Lauzun :  « Es  necesario  no  demorar  más  el  diri- 
girse al  Rey.  Si  S.  A.  me  cree,  debe  decirle:  «Señor,  las 
«locuras  mejores  son  las  que  duran  menos.  Vengo  á  dar 


UN    PRECURSOR    DE   LOS    DANDYS.  205 

»las  gracias  á  V.  M.  por  las  reflexiones  que  me  ha  obligado 
»á  hacer.  Ya  no  piejtso  en  lo  que  de  V.  M.  había  solici- 
»tado.»  Pero  la  Princesa,  irritada,  exasperada,  habla  al 
Rey,  aunque  de  muy  distinta  manera,  y  ¡con  qué  tacto,  con 
qué  gusto,  con  qué  decisión!  (Véase  el  tomo  vi,  pág.  24,  de 
las  Memorias.)  El  Rey  le  dijo  solamente  una  cosa:  «No 
me  opongo  ni  á  tu  voluntad  ni  á  la  fortuna  de  Mr.  de 
Lauzun;  pero  no  obres  sino  después  de  haberlo  reflexio- 
nado».  Estas  palabras  eran  su  consentimiento.  Toda  la 
corte  se  enteró  de  esta  noticia  sorprendente:  el  casa- 
miento de  Mademoiselle.  Lauzun  tiene  el  aspecto  mo- 
desto, casi  ruboroso,  de  un  hombre  á  quien  se  casa  como 
á  una  doncella.  «He  menester  de  toda  mi  razón,  dice, 
para  no  perder  la  cabeza. »  Cuando  el  contrato  de  matri- 
monio está  redactado ,  cuando  se  halla  todo  dispuesto 
para  la  ceremonia ,  Lauzun ,  siempre  el  Lauzun  de  una 
lógica  de  humildad  insoportable,  dice  todavía  á  Made- 
moiselle: «Si  S.  A.  siente  el  más  leve  disgusto,  aun 
hallándonos  en  presencia  del  sacerdote,  ruego  cqn  toda 
mi  alma  á  V.  A.  que  lo  rompa  todo».  Y  como  la  Princesa 
contestase  « F.  no  me  anta-»,  replicó  él:  «Eso  es  lo  que 
nunca  diré  sino  cuande  ha3^amos  saUdo  del  templo.  Pre- 
feriría 3^0  estar  muerto,  á  haber  hecho  comprender  á 
S.  A.  antes  de  ese  momento,  lo  que  dentro  de  mi  cora- 
zón alienta....»  He  aquí,  sin  embargo,  que  una  tristeza 
inmensa  y  repentina  cae  sobre  el  corazón,  sobre  el  gran 
corazón  de  aquella  mujer  que  ya  se  consideraba  dichosa; 
Mademoiselle  rompe  á  llorar  sin  saber  por  qué,  dice  ella, 
y  al  día  siguiente  el  matrimonio  queda  roto  por  orden 
del  Rey. 


206  LA   ESPAÑA    MODERNA, 


V. 


No  he  de  tratar  aquí  del  desempeño  magistral  con  que 
Lauzun  ha  conducido  la  seducción  de  Mademoiselle .  Ha 
realizado  su  propósito  como  el  artista  más  consumado 
en  seducciones  que  haya  podido  verse  nunca.  He  bus- 
cado inútilmente  en  su  conducta  una  falta,  un  olvido, 
una  distracción.  Fué  necesario  nada  menos  que  la  volun- 
tad de  Luis  XIV  para  echar  por  tierra  aquella  obra 
maestra  de  Lauzun— y  aun  Luis  XIV,  que  no  fuéLuis  XIV 
en  esta  ocasión, — porque  este  Rey,  que  era  considerado 
con  justicia  como  el  hombre  más  caballero  de  su  reino, 
se  condujo  en  todo  este  asunto,  ó  con  la  mayor  debilidad, 
ó  con  la  doblez  mas  inaudita.  Asediado,  solicitado,  cons- 
treñido por  los  allegados  y  deudos  y  amigos  de  su  her- 
mano (Monsieiir) ,  por  la  madrastra  de  Mademoiselle, 
por  su  hermana  casada  con  un  Guisa,  ¿cedió  el  gran 
Monarca  débilmente,  después  de  haber  dado  su  consenti- 
miento á  Mademoiselle ,  lo  cual  habría  sido  faltar  á  su 
palabra?  ¿Ó  la  engañó,  lo  que  habría  sido  una  mentira  y 
juntamente  una  crueldad?  En  cualquiera  de  estos  dos 
casos,  Luis  XIV  aparece  aquí  muy  pequeño  y  casi  felón. 
La  razón  única,  la  sola  razón  que  dio  á  su  prima  deses- 
perada, y  que  estuvo  muy  elocuente  y  muy  patética 
postrada  á  sus  pies,  fué  la  que  se  llamaba  á  sí  misma 
opinión  de  las  cortes  de  Europa.  Razón  ruin  y  cobarde, 
que  Mademoiselle  calificó  arrogantemente  de  bochorno- 
sa.... El  Rey  fué  sordo  á  los  ruegos,  y  se  mantuvo  in- 
flexible ante  sus  lágrimas ;  pero  él  mismo  lloró  al  negarle 


UN   PRECURSOR   DE   LOS   DANDYS.  20*] 

lo  que  pedía.  Cuando  los  tigres  nos  devoran  no  lloran;  y 
cuando  los  cocodrilos  fingen  llanto,  lo  hacen  para  atraer- 
nos. Estas  lágrimas  de  Luis  XIV  manchan  su  fisonomía, 
y  son  realmente  incomprensibles ,  si  es  que  no  son  des- 
honrosas. 

La  desesperación  de  Mademoiselle  fué  trágica.  Lau- 
zun  lloró  también  para  desesperarla  más  todavía.  Había 
realmente  algo  de  verdadero  en  aquel  llanto.  ¿Cómo  no 
había  de  llorar  Lauzun?  También  Boabdil  lloró  por  su 
bella  ciudad  perdida.  El  Rey,  siempre  odioso ,  fué  á  visitar 
á  Mademoiselle,  trató  de  consolarla,  la  besó,  y  mantuvo 
mucho  tiempo  su  m^ejilla pegada  éí\2í  de  su  prima  carnal, 
y  Mademoiselle  tuvo  el  atrevimiento  de  decirle:  «V.  M. 
hace  lo  que  hacen  los  monos ,  que  ahogan  á  sus  hijos  aca- 
riciándolos. »  Palabras  que ,  en  lo  que  respecta  á  osadía, 
eran  casi  tanto  como  el  famoso  cañonazo  del  arrabal. 

Mademoiselle,  en  su  angustia ,  adoptó  la  determina- 
ción de  no  presentarse  más  en  la  corte.  Pues  bien:  Lau- 
zun fué  quien  la  obligó  á  tornar  y  quien  le  dijo  que  no  era 
bien  estar  por  tan  largo  tiempo  apartada  del  Rey.  Cuando 
la  Princesa  encontraba  á  Lauzun,  lloraba  y  gritaba,  ha- 
llárase  donde  se  hallara.  Aquel  hombre  de  acero,  que  de 
su  acero  se  servía  para  desgarrar  más  y  más  el  corazón 
de  aquella  Princesa  por  el  interés  del  amor  que  la  inspi- 
raba, llegó  hasta  decirle:  «Si  V.  A.  continúa  de  ese  modo, 
no  estaré  nunca  donde  V.  A.  se  halle-».  Y  ella  desde  en- 
tonces no  se  atrevió ,  así  lo  escribe,  á  llorar  delante  de 
Lauzun. 

Después  de  la  ruptura  del  matrimonio,  el  Rey  dio 
á  Lauzun  un  gobierno,  lo  cual  hizo  decir  á  Mademoiselle: 
«No  me  satisfará  nunca  lo  que  haga  el  Rey,  sino  cuando 
haya  entregado  á  V.  mi  mano.  Hasta  entonces  todos  los 
medros  de  V.  me  hallarán  insensible».  Una  vez  roto  aquel 


208  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


matrimonio  ,  fingió  Lauzun  descuidar  su  tocado  ( ' ) ,  lo 
cual  agregó  un  dolor  más  al  disgusto  de  Mademoiselle; 
pero  Lauzun  exigió  que  ella  se  tocase  y  adornase  con 
esmero  ,  á  pesar  de  la  aflicción  que  la  consumía.  Ella  le 
amaba  con  esa  idolatría  física ,  sin  la  cual  no  existe  el 
amor.  (Véasela  historia  encantadora  de  la  cinta  rosa  para 
la  corbata  de  Lauzun  ,  en  la  Revista  de  Flandes,  tomo  vi 
de  las  Memorias.)  Ni  aun  después  de  la  ruptura  cesó 
aquella  desventurada  de  ser  víctima  de  las  inauditas 
crueldades  con  que  Lauzun  se  adhería  aquel  pobre  cora- 
zón maleficiado  por  él.  Circuló  una  vez  la  noticia  de  que 
la  Princesa  iba  á  contraer  matrimonio  con  el  duque  de 
York.  Lauzun  fué  entonces  á  verla,  y  le  dijo:  «Si  S.  A. 
quiere  casarse  con  el  duque  de  York ,  suplicaré  al  Rey 
que  me  envíe  á  Inglaterra  para  negociar  el  matrimo- 
nio». Ella  contestó  sublimemente:   « i  Sólo  de  V.!»  Lau- 
zun ,  al  oiría ,  se  arrojó  á  los  pies  de  la  Princesa ,  y  allí 
permaneció  sin  pronunciar  una  palabra.    «Tuve  inten- 
ción, dice  Mademoiselle ,   de  levantarle;   pero  me  so- 
brepuse á  mis  deseos ,  y  él  se  levantó  por  sí  solo  y  se 
alejó.»  Partió  para  Flandes,  fingiendo  que  olvidaba  des- 
pedirse de  aquella  mujer  cuya  vida  se  llevaba.  La  Prin- 
cesa se  lo  afeó  mucho  ;  «pero,  dice  ella  misma,  quería  yo 
enfadarme  con  él,  le  veía,  y  ya  no  tenía  fuerza  para  el  en- 
fado». Realmente,  Mademoiselle  estaba  hechizada.  «En- 
contrábame algunas  veces  ,  continúa  diciendo,  dispuesta 

(  I )  Creo  que,  por  el  contrario,  lo  cuidaba  más....  Ese  descuido  debió 
de  ser  hipócrita  ,  como  todos  sus  procederes.  No  era  Lauzun  hombre  de 
llenarse  la  cabeza  de  ceniza  como  un  judío  en  sus  aflicciones.  Si  se  ence- 
nizó,  sería  muy  ligeramente.  Solamente  lo  indispensable  para  mostrar  un 
dolor  que  no  afea  y  que  interesa.  Lauzun  era  demasiado  Dandy  de  nación 
para  poner  en  olvido  las  exterioridades  de  efecto.  Los  Dandys  se  curan  de 
eso  siempre.  Recuérdese  á  Sthendal  {El  Rojo  y  el  'Negro) ,  al  Dandy  ruso 
prescribiendo  á  Julián  Sorel  la  melancólica  corbata  negra  siempre  que 
entrega  á  la  doncella  de  la  persona  á  quien  ama  las  famosas  cartas  ,  á  las 
cuales  ella  no  responde.  (  N.  del  A,) 


UN    PRECURSOR   DE   LOS   DANDYS.  209 

á  reñirle  y  á  quejarme;  pero  él  me  arrebataba  esa  reso- 
lución con  sus  maneras  que  yo  no  acertaré  á  describir: 
¡de  tal  suerte  eran  singulares!»  ¡Siempre  la  singularidad! 
i  El  Dandysmo  siempre ! 


VIL 


Lo  repito :  no  he  tratado  de  hablar  hoy  de  otra  cosa 
que  de  esta  seducción  de  Lauzun,  que  forma  época  en  la 
historia  de  las  seducciones  humanas.  No  tengo,  por  lo 
tanto,  que  referir  ni  su  arresto,  ni  su  destierro  á  Pigne- 
roL...  Made moi selle  x>^rvcí2ineci6  seducida  hasta  su  último 
día.  Ni  aun  el  desprecio  que,  andando  los  tiempos,  llegó 
á  sentir  hacia  él,  pudo  nada  contra  su  ascendiente.  Lau- 
zun  salió  de  Pignerol.  Fué  á  Bourbon,  después  á  Amboise, 
y  por  último  regresó  a  la  corte.  Tornó  sin  careta.  Ya  no 
esperaba  el  matrimonio,  y  la  seducción  estaba  realizada. 
Mostróse,   por  consiguiente,  tal  cual  era,  jugador, 
libertino,  hipócrita  de  devoción,  codicioso  ('),  sin  digni- 
dad, y  sin  agradecimiento  alguno  á  Mademoiselle ,  ni  aun 
cuando  la  engañaba  y  se  encolerizaba  contra  ella.  Todo 
esto  es  repugnante.  ¡Pero  qué  predominio !  Mademoise- 
lle lo  ve  todo,  lo  sabe  todo,  «pero  yo  había  hecho  ya  de- 
masiado ,  dice  ella ,  para  no  acabar  lo  que  había  princi- 
piado » . 

Es  el  fatalismo  del  orgullo  en  el  amor. 

Mademoiselle  lo  acabó  efectivamente.  Luis  XIV  per- 
mitió, por  último,  el  matrimonio  secreto;  pero,  ¿á  qué 
precio?  Al  precio  de  la  mitad  de  los  bienes  de  Mademoi- 

(1)  Concupiscente  sería  la  traducción  más  adecuada  y  más  exacta; 
pero  la  Academia  no  lo  autoriza.  (N.  del  T.) 

14 


2IO  LA   ESPAÑA   MODERNA. 


selle j  que  ésta  hubo  de  ceder  á  uno  de  los  bastardos  del 
Monarca,  j  Ay !  El  gran  Rey  persistía,  en  esta  historia  de 
Mademoiselle  y  de  Lauzun,  en  no  ser  Luis  XIV.  Las 
Memorias  no  van  más  adelante.  ínter rúmpense  brusca- 
mente, ¡como  de  vergüenza!  Pero  el  lector  ya  oye  en  las 
lejanías  la  frase  que  atravesará  los  siglos:  <^¡ Enriqueta 
de  Bortón  y  quítame  las  botas  h ,  dicha  á  la  prima  her- 
mana del  Rey  más  soberbio  que  ha  existido  en  el  mundo. 
Confiesen  Vds.  que  esta  narración,  que  no  es  sino  un 
episodio  de  la  historia  de  un  Dandy  anticipado ,  es  tan  in- 
teresante como  las  novelas  más  fantásticas  de  nuestro 
tiempo ,  y  que  tiene  más  atractivo  que  el  análisis  de  cual- 
quiera de  ellas. 


J.  Barbe  Y  D'Aurevilly. 


UN  BOCETO  DE  VELÁZQUEZ 


COSA  mu3^  grave  es  el  anunciar  un  lienzo  de  Veláz- 
quez,  aun  tratándose  únicamente  de  un  boceto, 
lo  sabemos ;  estampamos ,  no  obstante ,  y  lo  estam- 
pamos sin  vacilar ,  ese  título  formidable  y  raro  á  la 
cabeza  de  nuestro  artículo.  D.  Diego  Velázquez  de  Sil- 
va es  acaso ,  entre  todos  los  grandes  maestros ,  el  me- 
nos conocido  realmente ,  bien  que  sean  su  reputación  y 
su  gloria  universales  y  no  discutidas.  España,  excesiva- 
mente celosa ,  ha  guardado  toda  completa  la  obra  del 
pintor  insigne ,  y  los  museos  de  otras  naciones  sólo  po- 
seen, de  los  trabajos  de  éste ,  fragmentos  de  muy  poca  im- 
portancia, ó  de  una  autenticidad  problemática  en  muchos 
casos.  Secuestrado  desde  muy  joven  por  Felipe  IV,  ese 
inteligentísimo  aficionado ,  Velázquez  trabajó  casi  exclu- 
sivamente para  su  regio  Mecenas ,  en  el  mismo  palacio 
Real,  donde  tenía  el  artista  su  estudio,  una  de  cuyas  dos 
llaves  poseía  el  Monarca  á  fin  de  visitar ,  siempre  que  le 
viniera  en  mientes,  á  su  pintor  predilecto.  Un  retrato  de 
D.  Juan  de  Fonseca  y  Figueroa,  en  cuya  casa  había  pa- 
rado Velázquez  cuando  se  trasladó  á  Madrid  desde  Se- 


212  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


villa ,  retrato  que  fué  visto  por  el  Rey  y  por  toda  la  corte, 
determinó  de  pronto  aquel  prolongado  favor ,  que  se  man- 
tuvo hasta  la  muerte  del  artista ,  sin  intermitencias ,  sin 
caprichos,  sin  ingratitud  y  sin  cansancio. 

Tenía  Velázquez ,  cuando  comenzó  á  protegerle  Feli- 
pe IV,  de  veintitrés  á  veinticuatro  años,  y  murió  á  los 
sesenta  y  uno.  Fué  pintor  de  S.  M. ,  gentilhombre  de  cá- 
mara, aposentador  y  caballero  del  hábito  de  Santiago; 
pero  estos  cargos  palatinos  y  esos  honores  de  la  privanza, 
en  nada  perjudicaron  á  su  talento.  Su  pincel  conservó  toda 
su  franqueza  y  su  vigor  todo ;  el  artista ,  en  presencia  del 
Rey,  supo  preservarse  de  la  frialdad  oficial  y  manifestar 
libremente  su  genio. 

Dos  viajes  á  España  nos  han  permitido  admirar,  en 
el  Museo  de  Madrid,  á  ese  pintor,  á  quien  puede  colocar- 
se atrevidamente  entre  el  Ticiano  y  Van-Dyck ,  y  que 
acaso  supere  á  los  dos  como  colorista.  Sin  seguir  fiel- 
mente el  ejemplo  del  inglés  David  Wilkie,  que  analizaba 
cada  día  una  pulgada  cuadrada  del  célebre  cuadro  de  Los 
Borrachos,  hemos  estudiado  cuidadosamente  á  Veláz- 
quez en  esta  galería  donde  están  reunidas  todas  sus  obras 
maestras ,  los  retratos  ecuestres  de  Felipe  IV  y  del  conde- 
duque  de  Olivares,  las  Meninas,  las  Fraguas  de  Vulca- 
no ,  las  Hilanderas,  la  Rendición  de  Breda,  más  común- 
mente conocido  con  el  nombre  de  Cuadro  de  las  Langas, 
Esto  que  ahora  decimos ,  no  envuelve  la  presunción  de 
aficionados  cosmopolitas , — hoy  es  más  fácil  ir  á  Madrid 
que  en  otras  épocas  á  Corinto ; — es  solamente  dejar  asen- 
tada nuestra  competencia  en  un  caso  concreto. 

Hemos  visto  recientemente  en  casa  de  M.  Haro, — 
donde  resplandece  entre  otros  cuadros  de  diferentes  es- 
cuelas,— un  gran  boceto  de  la  Rendición  de  Breda,  con 
tal  fuego  marcado  por  la  garra  del  león,  que  cada  una  de 


UN    BOCETO   DE   VELÁZQUEZ.  2  1 


SUS  pinceladas  contiene  la  firma  del  maestro.  Allí  está 
Velázquez  entero,  en  cuerpo  y  en  alma ,  con  más  vida,  con 
más  ardor,  con  más  brillo  acaso  que  en  sus  cuadros  con- 
cluidos. Este  boceto,— lo  nombramos  así,  á  falta  de  otro 
nombre  que  mejor  se  amolde  á  la  idea, — es  para  nos- 
otros una  obra  perfecta ,  á  la  cual  no  sería  posible  agre- 
gar nada,  y  que  se  quitaría  del  caballete  del  pintor,  si  él 
viviera  aún ,  por  miedo  de  que  lo  estropease  con  un  solo 
toque  de  más. 

¿Cómo  es  que  trabajo  de  tal  valía  ha  permanecido 
ignorado  hasta  ahora?,  preguntarán  algunos.  La  Asun- 
ción del  Ticiano,  ¿no  estuvo  muy  cerca  de  dos  siglos  en  el 
olvido  y  el  abandono,  en  el  fondo  de  una  capilla  solitaria, 
hasta  el  día  en  que ,  sacada  del  limbo  por  el  conde  Cigo- 
gnara ,  fué  elevada  nueva,  esplendorosa  y  brillante  al  cielo 
del  color?  Los  cuadros,  como  los  libros,  tienen  sus  hados 
(habent  sua  fata)  ;  los  hay  que  se  pierden  ó  desapare- 
cen. Cambios  de  fortuna,  particiones  de  herencias,  los 
hacen  caer  á  las  veces  en  manos  de  poseedores  ignoran- 
tes que  no  conocen  el  precio  de  tales  joyas  artísticas.  La 
pátina  del  tiempo  va  cubriéndolos  poco  á  poco.. El  dorado 
de   sus   marcos  se   oscurece  ó  se  extingue.  Cualquier 
dama  frivola  juzga  que  aquellos  cuadros  feos,  sombríos, 
manchan  el  colorido  fresco  de  sus  salones,  y  las  obras  de 
arte  pasan  desde  la  habitación  al  desván  ;  allí  duermen, 
bajo  telarañas,  esperando  las  glorias  de  la  resurrección, 
ó  van  á  pudrirse  entre  los  muebles  de  desecho  á  las  pren- 
derías ó  á  las  tiendas  de  ropavejeros. 

El  boceto  del  Cuadro  de  las  lanzas  ha  pasado  por 
análogas  vicisitudes ;  abandonado  ,  olvidado ,  desdeñado 
durante  muchos  años ,  va  hoy  á  recobrar ,  así  lo  espera- 
mos ,  el  lugar  que  le  corresponde  entre  las  obras  maes- 
tras del  arte.  Expuesto  en  pública  subasta,  sin  aliño  pre- 


214  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


vio,  sin  que  ni  una  esponja  hubiese  quitado  siquiera  el 
polvo  de  los  siglos ,  á  pesar  de  las  desconfianzas  que  ins- 
pira, con  motivo  sobrado,  esta  atribución  soberbia  á 
Velázquez,  y  la  poca  afición  que  entre  los  inteligentes  hay 
por  los  bocetos,  alcanzó  el  precio  de  26,000  francos  ,  ape- 
nas la  tercera  parte  de  su  valor,  merced  á  varios  rayos 
del  genio  que  atravesaban  las  espesas  tinieblas  de  que  es- 
taba cubierto.  La  obra  maestra  hallábase  detrás  de  las 
nubes  amontonadas ,  y  las  atravesaba  como  el  sol  por  in- 
esperadas aberturas.  M.  Haro  ,  el  hábil  y  laborioso  res- 
taurador de  cuadros,  que  pone  al  servicio  de  sus  dehca- 
das  tareas  la  más  escrupulosa  prudencia,  le  ha  desemba- 
razado con  maravillosa  fortuna  de  sus  manchas  ,  de  su 
pátina ,  de  todos  los  velos  puestos  entre  el  espectador  y 
el  artista. 

Despejado  así  de  esa  acumulación  de  tinieblas ,  el  cua- 
dro ha  reaparecido  intacto ,  resplandeciente ,  en  su  nuevo 
y  virginal  esplendor,  como  si  el  pintor  acabase  de  dar  en 
él  la  última  pincelada.  Por  fortuna,  el  desdén  le  había 
preservado  de  las  restauraciones;  ninguna  mano  profana 
había  aphcado  allí  torpemente  esos  parches  que  son  ver- 
daderas llagas  de  los  cuadros  antiguos ;  ni  la  más  ligera 
lepra  de  repintado  en  la  superficie;  el  color  sano,  sólido, 
nacarado  habíase  mantenido  puro  bajo  las  descomposi- 
ciones del  barniz  como  un  mosaico  bajo  un  hundimiento 
de  tierra;  ha  bastado  limpiarlo  y  humedecerlo  para  lo- 
grar que  revivan  los  tonos  del  cuadro.  Hoy  vemos  el 
cuadro  tal  cual  debió  de  salir  del  taller  de  Velázquez.  He 
aquí  una  sorpresa  peregrina  en  el  mundo  del  arte :  ¡  una 
obra  maestra  completamente  nueva ,  de  un  artista  muerto 
hace  doscientos  años !  Si  el  cuadro  no  hubiese  permane- 
cido mucho  tiempo  perdido  y  olvidado  bajo  una  capa  de 
polvo,  hubiera  padecido,  á  pesar  de  los  cuidados  más 


UN    BOCETO    DE    VELÁZQUEZ.  21  5 

piadosos,  los  ultrajes  del  tiempo  y  la  acción  destructora 
de  las  influencias  atmosféricas. 

El  boceto  de  que  hablamos  difiere  del  cuadro  en  bastan- 
tes pormenores  y  en  que  es  mayor  el  número  de  los  perso- 
najes. En  esta  composición  rápida  el  artista  se  ha  dejado 
llevar  de  la  exuberancia  de  su  fantasía,  y  no  ha  escatimado 
las  figuras  que  con  cuatro  ó  cinco  pinceladas  podía  crear. 
Ninguna  exigencia  oficial  ó  estratégica  coartaba  todavía 
su  libertad.  Dueño  absoluto  de  su  pensamiento,  le  ha  pin- 
tado de  una  sola  vez  con  la  misma  paleta  ,  acaso  en  un 
día  solo,  tal  vez  como  una  visión  interior  le  ofrecía  á  su 
espíritu ,  de  un  modo  tan  alto ,  tan  caballeresco ,  tan  li- 
bre ,  tan  magistral ,  que  el  espectador  queda  estupefacto 
delante  de  esta  pintura ,  juntamente  reposada  y  turbu- 
lenta, esbozada  apenas  y  ya  concluida,  en  que  cada  in- 
tento es  una  realización,  en  que  cada  indicación  lo  dice 
todo ,  en  que  el  descuido ,  y  tal  vez  podría  decirse  la  ca- 
suaHdad  del  pincel ,  revela  una  ciencia  consumada ,  un 
cálculo  instintivo  y  profundo ,  un  arte  que  no  podrá  ser 
igualado. 

Un  cielo  espacioso,  saturado  de  luz  y  de  vapores,  ri- 
camente indicado  con  lápiz-lázuli ,  mezcla  su  azul  puro 
con  las  azuladas  lejanías  de  un  campo  inmenso,  atrave- 
sado por  un  río ,  cuya  presencia  denuncian  algunos  res- 
plandores plateados.  La  silueta  de  Breda  no  se  proyecta 
en  el  horizonte  como  en  el  cuadro  definitivo.  Acá  y  allá 
las  llamas  del  horrible  incendio  elévanse  desde  el  suelo, 
como  las  nubes  de  la  guerra,  y  van  á  confundirse  con  las 
nubes  del  cielo  en  fantásticos  torbellinos  ;  á  cada  lado 
aparecen  sendos  grupos ;  en  el  uno  de  las  tropas  flamen- 
cas; en  el  otro  de  las  tropas  españolas  ;  entre  uno  y  otro 
grupo  queda  libre ,  para  la  entrevista  del  general  vence- 
dor y  del  general  vencido ,  un  espacio ,  del  cual  ha  hecho 


2l6  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


Velázquez  una  abertura  luminosa ,  un  foco  de  tonos  bri- 
llantes^ una  indicación,  un  prodigio  de  perspectiva,  en 
que  las  formas  hechas  de  un  solo  toque  centellean  como 
los  luceros. 

El  marqués  de  Spínola,  con  la  cabeza  descubierta, 
con  el  sombrero  y  el  bastón  de  mando  en  la  mano  y  vis- 
tiendo su  armadura,  acoge  con  cortesía  caballeresca  y 
afable  y  casi  cariñosa,  como  es  uso  y  costumbre  entre 
enemigos  generosos  y  nacidos  para  estimarse  mutuamen- 
te ,  al  gobernador  que  se  inclina  y  le  ofrece  las  llaves  de 
la  ciudad  en  una  actitud  noblemente  humilde.  La  banda 
roja  del  Marqués,  salpicada  de  puntitos  dorados  en  sa- 
Hentes  bruscos  que  permiten  adivinar  un  rico  bordado,  es 
una  maravilla  de  color ;  es  lo  que  podría  llamarse  la  tóni- 
ca dominante ,  que  da  valor  á  los  tintes  superpuestos. 
Entre  el  hormigueo  de  las  lanzas,  indicado  á  la  ligera, 
flotan  estandartes  cuyos  tonos  espléndidos,  blancos,  ro- 
jos, azulados,  no  son,  cuando  se  les  mira  desde  cerca, 
sino  brochazos  diseminados  de  matices  tumultuosos  que 
producen  un  efecto  admirable.  ¡De  tal  manera  posee  el 
pintor  el  sentimiento  de  la  harmonía  del  conjunto ! — La 
grupa  del  caballo  colocado  detrás  del  Marqués,  á  dis- 
tancia de  algunos  pasos,  se  modela  y  se  satina  sobre  un 
trazo  de  luz  indicado  de  un  modo  sorprendente.  El  arro- 
gante bruto  no  está  completamente  vuelto ,  como  en  el 
cuadro. — Las  curvas  de  sus  ancas  interrumpen  muy  fe- 
lizmente las  líneas  rectas  de  que  el  asunto  ha  menester,  y 
es  una  afortunada  idea  del  pintor  el  haberlo  colocado  en 
aquel  sitio. 

No  es  dable  expresar  con  palabras  el  orgullo  caballe- 
resco y  la  grandeza  española  que  caracterizan  las  cabe- 
zas de  los  oficiales  que  forman  el  estado  mayor  del  gene- 
ral. Algunos  toques  ligerísimos  han  bastado  al  pintor 


UN    BOCETO    DE    VELAZQUEZ.  217 

para  expresar  la  serena  alegría  del  triunfo ,  el  orgullo 
tranquilo  de  la  raza  y  la  costumbre  de  los  acontecimien- 
tos grandes.  Estos  personajes,  tan  admirablemente  bos- 
quejados, no  necesitarían  de  informaciones  ni  de  pruebas 
para  ser  admitidos  en  la  Orden  de  Santiago  ó  de  Cala- 
trava.  Su  aspecto  sólo  bastaría  para  que  fueran  admiti- 
dos; ¡de  tal  modo  aparecen  naturalmente  hidalgos !  Sus 
cabellos  largos ,  sus  bigotes  retorcidos ,  su  barba  punti- 
aguda ,  sus  coseletes  ó  sus  justillos  de  búfalo ,  hacen  de 
todos  aquellos  guerreros  retratos  anticipados  de  prede- 
cesores que  han  de  figurar ,  con  su  blasón  en  el  ángulo 
del  lienzo,  en  la  galería  del  castillo  hereditario.  Nadie 
como  Velázquez  ha  sabido  pintar  al  caballero  noble  con 
una  familiaridad  soberbia,  y,  por  decirlo  de  este  modo, 
de  igual  á  igual. 

No  es  Velázquez  el  pobre  artista,  cohibido,  turbado, 
que  no  ve  á  sus  modelos  sino  en  el  momento  de  copiarlos, 
y  que  jamás  ha  vivido  con  ellos;  Velázquez  los  sigue  en 
las  intimidades  de  las  habitaciones  regias ,  en  las  grandes 
cacerías,  en  las  ceremonias  solemnes;  conoce  su  porte, 
su  gusto ,  su  actitud,  su  fisonomía;  él  mismo  es  uno  de  los 
privados  del  Rey;  como  ellos,  acaso  mejor  que  ellos, 
conoce  los  rincones  del  palacio.  La  nobleza  española,  con 
Velázquez  por  retratista,  no  podría  decir  como  el  león 
de  la  fábula:  «No  fué  león  el  pintor». 

Para  tornar  á  nuestro  boceto,  ¡  qué  lección  tan  magní- 
fica hay  en  él  para  los  pintores !  En  este  caliente,  violento 
y  espontáneo  bosquejo,  el  artista  entrega  su  secreto,  muy 
seguro,  por  otra  parte,  de  que  nadie  le  ha  de  utilizar. Todo 
está  hecho  de  primera  intención;  nada  de  primores,  nada 
de  tintes  recargados,  nada  de  habilidades  del  oficio.  La 
brocha,  agitándose  en  la  pasta,  en  la  cual  todavía  pueden 
vislumbrarse  las  huellas  de  las  cerdas ,  describe  las  for- 


21  8  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


mas ,  acusa  los  músculos ,  coloca  las  figuras ,  distribuye 
las  sombras  y  la  luz  con  una  franqueza ,  con  una  claridad 
y  al  propio  tiempo  con  una  grandeza  incomparables. — 
Nunca  ha  podido  encantar  ojos  humanos  ramillete  tan 
rico  de  paleta.  La  composición,  sin  embargo,  resulta 
grave,  porque  Velázquez  no  emplea  los  colores  brillantes 
por  ellos  mismos;  no  es  con  los  azules ,  los  rojos,  los  ver- 
des y  los  amarillos  vivos  con  lo  que  llega  á  ese  efecto  in- 
tenso y  luminoso,  á  ese  calor  en  que  sus  figuras  se  bañan, 
sino  con  interrupciones  de  tonos,  con  atinados  contrastes 
de  matices,  con  un  instintivo  sentimiento  del  color  íntimo 
de  las  cosas.  En  este  concepto  es  un  maestro  sin  rival. 
Ni  los  venecianos  ni  los  flamencos  tienen  ese  esplendor 
sobrio,  sereno,  profundo,  parecido  al  lujo  de  las  casas  ricas 
desde  hace  muchos  años. 

Sin  embargo ,  Velázquez  era  reaUsta ,  como  el  arte  de 
su  época ;  pero. . . .  i  con  qué  superioridad !  Nada  hacía  sino 
copiándolo  de  la  naturaleza ,  y  saliendo  de  la  escuela  del 
frenético  Herrera  el  Viejo,  para  entrar  en  la  de  Pacheco, 
pintaba,  para  ejercitarse,  calabazas ,  legumbres ,  caza, 
pesca  y  otros  objetos  análogos. 

Estos  estudios  no  parecían  indignos  de  él  al  maestro 
joven  aún;  á  ellos  aportaba  esa  solemne  sencillez  y  esa 
amplitud  grandiosa  que  forman  el  fondo  de  su  estilo ,  des- 
deñoso para  todo  pormenor  inútil.  De  tal  modo  tratados 
aquellos  frutos,  habrían  podido  ser  colocados  en  un  apa- 
rador regio  ;  aquellas  vituallas  de  una  seriedad  histórica, 
figurar  en  las  bodas  de  Cana.  Si  Velázquez  no  busca  la 
belleza,  como  los  maestros  italianos,  tampoco  persigue 
la  fealdad  ideal,  como  los  reahstas  de  nuestro  tiempo; 
acepta  con  franqueza  lo  natural ,  tal  como  ello  es ,  y  hace 
de  ello  su  verdad  absoluta  con  una  vida ,  una  realidad  y 
una  fuerza  mágicas  ;  bello,  trivial  ó  feo,  pero  siempre  en- 


UN    BOCETO    DE   VELAZQUEZ.  219 

grandecido  por  el  carácter  y  por  el  efecto.  Como  el  sol 
que  ilumina  indiferente  todos  los  objetos  con  sus  rayos, 
haciendo  de  un  montón  de  paja  un  pedazo  de  oro ,  de  una 
gota  de  agua  un  diamante,  de  un  andrajo  una  púrpura, 
extiende  Velázquez  sus  vigorosos  coloridos  sobre  todas 
las  cosas,  y  sin  cambiarlas  les  da  un  valor  inestimable. 
Tocada  por  este  pincel,  verdadera  varita  de  hada,  la 
fealdad  misma  parece  hermosa ;  un  enano  deforme ,  de 
nariz  chata,  de  rostro  aplastado  y  viejo,  os  produce  al 
verle  el  placer  mismo  que  una  Venus  ó  un  Apolo.  Cuando 
Velázquez  encuentra  la  belleza,  ¡cómo  sabe  represen- 
tarla sin  insustancial  lisonja,  pero  conservándola  su  flor, 
su  suavidad  aterciopelada,  su  gracia,  su  encanto,  y  agre- 
gándola un  atractivo  misterioso  de  fuerza  delicada  y  su- 
prema! Colocad  delante  de  él  la  perfección,  y  os  la  pin- 
tará con  desembarazo  de  caballero ,  y  no  será  vencido 
por  ella.  Nada  de  lo  que  existe  conseguiría  superar  á  las 
facultades  de  su  pincel. 

Velázquez  pinta  los  infantes  y  las  reinas  jinetes  en 
sus  caballos  españoles  y  en  traje  de  gala  ó  de  montería, 
lo  mismo  que  los  filósofos,  los  enanos  y  los  borrachos.  La 
cabeza  noble  y  delicada,  cuya  palidez  apenas  se  colora 
con  la  sangre  asul  de  las  dinastías  antiguas ,  no  presenta 
para  el  maestro  mayor  dificultad  que  el  rostro  abotaga- 
do y  vinoso  del  soldado  ebrio.  Su  pincel  reproduce  el 
tisú  de  oro  en  los  brocados  sembrados  de  pedrería,  como 
las  asperezas  del  remiendo  de  paño  burdo.  Ni  admira  lo 
uno ,  ni  desprecia  lo  otro ;  tan  á  sus  anchas  se  halla  en  el 
palacio  como  en  la  cabana.  Fiel  á  la  naturaleza,  siempre 
está  en  su  casa. 

Este  realismo  no  se  limitaba  á  las  superficies.  Veláz- 
quez ,  al  tiempo  mismo  que  hacía  el  retrato ,  pintaba  al 
hombre.  Llevaba  el  alma  del  retratado  á  la  piel;  desglo- 


220  LA   ESPAÑA    MODERNA. 


saba  de  la  persona  el  carácter  y  lo  incorporaba  á  su  pin- 
tura. Conocemos  á  los  personajes  por  él  retratados  como 
si  los  hubiésemos  encontrado  en  la  vida  y  nos  hubiesen 
hecho  confidencias.  Aunque  hombre  de  la  corte,  Veláz- 
quez  no  adulaba;  en  pintura,  al  menos.  Su  sinceridad  no 
se  ha  desmentido  jamás,  ni  aun  en  favor  de  su  real  ami- 
go. ¿Qué  historiador  hace  ver  la  decadencia  de  la  mo- 
narquía austríaca  en  España  de  una  manera  más  clara  y 
más  elocuente  que  esa  serie  de  retratos ,  en  la  cual  el 
tipo  enérgico  de  Carlos  V,  debilitado  por  la  transmisión, 
se  enerva ,  se  bastardea  y  se  extingue  en  aquella  cabeza 
de  una  paUdez  mate ,  triste  y  repulsiva ,  y  cuyos  últimos 
representantes  no  son  sino  espectros  del  labio  rojo  y 
caído?  ¡Caso  raro  en  un  artista  español  y  buen  católico, 
como  indudablemente  lo  era !  Velázquez  no  se  dedicó  á 
la  pintura  religiosa.  No  se  conocen  de  él  sino  muy  reduci- 
do número  de  cuadros  de  santidad ,  entre  los  cuales  el 
más  notable  es  el  Cristo  del  Real  Museo  de  Madrid :  una 
figura  pálida ,  de  cabellera  tendida ,  que  proyecta  sobre 
su  semblante  la  sombra  de  la  corona  de  espinas  y  que  se 
destaca  manchada  de  púrpura  en  un  fondo  de  espesas  ti- 
nieblas. El  misticismo  no  encajaba  en  aquella  naturale- 
za robusta  y  positiva;  bastábale  la  tierra;  tal  vez  se  hu- 
biera extraviado  en  el  cielo ,  donde  Murillo  se  recreaba 
con  un  vuelo  tan  libre  y  tan  fácil  á  través  de  glorias ,  au- 
reolas y  guirnaldas  de  angelitos.  Velázquez  no  gustaba 
de  pintar  por  rutina,  y  como  los  ángeles  no  se  le  coloca- 
ron nunca  delante,  no  pudo  hacerles  el  retrato. 

Las  Fraguas  de  Vulcano,  á  pesar  de  lo  mitológico 
de  su  título ,  nada  tienen  que  recuerde  la  idealidad  anti- 
gua. Apolo  visita  á  Vulcano  en  la  fragua  de  éste,  y  le  da 
conocimiento  de  la  desventura  conyugal  del  dios  herre- 
ro. Esta  delación  de  espía  olímpico  y  solar,  á  quien  nada 


UN    BOCETO    DE    VELÁZQÜEZ.  221 


se  escapa ,  no  honra  gran  cosa  al  hermano  de  Diana ,  y 
el  pobre  Vulcano ,  completamente  ennegrecido  por  las 
limaduras  del  hierro ,  presenta  escuchando  una  mueca 
poco  agradable.  Los  cíclopes  aplican  el  oído  y  se  sonríen 
con  aire  burlón,  suspendiendo  su  trabajo,  y  muy  regoci- 
jados, por  otra  parte,  de  la  desgracia  de  su  maestro. 
Nada  menos  griego,  ni  menos  homérico  seguramente. 
Pero  i  qué  carnes  tan  frescas ,  tan  suaves,  tan  vivas  las  de 
Apolo !  i  Qué  verdad  en  la  actitud  de  Vulcano  y  en  el  ges- 
to de  los  cíclopes !  ¡  Qué  pintoresca  mezcla  de  la  luz  blan- 
ca del  día  con  los  rojizos  reflejos  de  la  fragua!  ¡Qué  co- 
nocimiento del  modelado  y  del  colorido!  ¡Qué  inimitable 
fuerza  de  expresión ! 

Lucas  Giordano  decía  del  cuadro  de  Las  Meninas: 
«Es  la  teología  de  la  pintura».  Este  lienzo  representa, 
como  es  sabido,  al  pintor  disponiéndose  á  comenzar  el 
retrato  de  la  infanta  Margarita ,  á  quien  una  de  sus  ca- 
maristas presenta  un  vaso  de  agua  en  tanto  que  los  ena- 
nos de  la  corte ,  Nicolás  Pertusana  y  María  Berbela,  aca- 
rician á  un  perro  enorme,  que  se  deja  acariciar  con  cierta 
indulgencia.  El  espejo,  reflejándolos,  denuncia  la  presen- 
cia de  Felipe  IV  y  de  la  Reina,  su  esposa,  sentados  en  un 
canapé  lateral.  Es  imposible  llevar  más  lejos  la  ilusión. 
Es  la  naturaleza  misma  cogida  en  flagrante  delito  de  rea- 
lismo. Todas  las  magias  del  claroscuro  se  presentan  en 
las  tapicerías  que  las  Hilanderas  muestran  á  damas  de 
la  corte  en  un  taller  medio  iluminado. 

Pero  de  todos  estos  asuntos,  el  que  se  adaptaba  mejor 
al  talento  de  Velázquez  era ,  sin  disputa ,  la  Rendición 
de  Bre da,  MTídi  colección  áe  retratos  históricos  agrupa- 
dos por  una  acción  tranquila  y  de  figuras  llenas  de  ca- 
rácter, soberbiamente  colocadas  sobre  un  admirable 
fondo  de  paisaje.  Contemplando  el  boceto  que  hemos  in- 


222  LA    ESPAÑA    MODERNA. 


tentado  describir ,  y  que  es  el  asunto  de  este  artículo ,  se 
presiente ,  se  hace  algo  más  que  presentir ,  lo  que  puede 
ser  el  cuadro.  ¡En  el  cuadro,  la  maestría  suprema,  lase- 
renidad  soberana,  la  perfección  absoluta !  ¡En  el  boceto, 
la  espontaneidad  de  la  inspiración ,  el  deslumbramiento 
del  color ,  los  fulgores  del  genio ! 


Teófilo  Gautier. 


ÍNDICE 


Páginas. 
SECCIÓN    HISPANO-ULTRAMARINA. 


La  rinijer  española  ,  II ,  por  Emilia  Pardo  Bazán 5 

La  deniocracia  en  Europa  y  América,  V  y  último,  por  A.  Cánovas  del 

Cistillo 16 

Novela-programa  ,  A  la  Sra.  de  R.  G. ,  por  D.  Juan  Valera 31 

Oradores  políticos ,  Consideraciones  sobre  el  libro  de  este  título  es- 
crito por  D.  Miguel  Moya  ,  por  A.  Palacio  Valdés 55 

Papeles  viejos ,  Al  Sr.  Dr.  Thebussen ,  por  Juan  J.  Cortina 6} 

El  moderno  Anticrisio  (Ernesto  Renán),  III  y  último,  por    Fray  Za- 
carías Martínez ,  Agustiniano 68 

El  empinar  cubano  y  la  segur  harraniina,  por  Rafael  M.  Merchán 97 

La  cuestión  social,  por  Blas  Cobeño 127 

Revisti  ultramarina ,  por  V.  Barrantes 145 

El  vulgo  (soneto),  por  Manuel  del  Palacio 165 

SECCIÓN    EXTRANJERA. 

La  centenaria  (cuento  ruso),  por  Th.  Dostoievsky 167 

La  rcpiit.-irión  y  el  punto  de  honra,  por  Arthur  Schopenhauer 175 

Un  precursor  de  los  dandys ,  por  J.  Barbey  D'Aurevilly 189 

Un  hoce'o  de  l^^elá^que:^ ,  por  Teófilo  Gautier 211 


AP       La  España  moderna 

60 

ES 

año  2 

no, 16-18 


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